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Las zambombas

 

Una costumbre navideña perdida

 

Agustín Clemente Pliego

 

            “De aquellas noches que precedían a la Navidad, cuando la buena gente se agrupaba, en hora temprana después de la cena, al calor de las brasas, para velar el advenimiento de la Nochebuena, apenas queda algo más que el mero comentario perdido por los pueblos[1]”. Con estas palabras un paisano nuestro, Wenceslao Fuentes Sánchez, lamentaba en su libro Cuando los años sesenta el ocaso de esas veladas preparatorias del nacimiento de Jesús.

 

            Después de la Purísima empezaban estas reuniones donde algunas personas mayores, los mozos y los chiquillos se congregaban en los hogares de Castellar y en muchos pueblos de España en torno a la zambomba. Principalmente eran grupos de amigas, que al amor de la lumbre, cantaban villancicos, romances y coplas al son de almireces, castañuelas, cucharas, panderos, triángulos, botellas de anís y alguna que otra guitarra si se terciaba. En estas trasnochadas invernales, aunque la canción popular ocupaba el lugar más privilegiado, tenía también su protagonismo el relato de historias, leyendas y anécdotas con que los mayores deleitaban a los más jóvenes.

 

A estas veladas se las conocía en muchos pueblos manchegos con el nombre de las zambombas por ser éste el instrumento protagonista del canto, zambombas hechas artesanalmente con un puchero o una boca de orza, la vejiga o melecina del cerdo de la matanza reciente y una caña de carrizo.

 

Las zambombas eran motivo para reanudar amistades y enterrar rencores; pero a la vez  constituían una de las ocasiones que más han fomentado la conservación y la pervivencia del romancero y de la lírica popular. En ellas los más pequeños de la casa se convertían en depositarios de este tesoro tradicional que, a su vez, hacían perdurar la cadena de la tradición enseñándola de mayores a sus descendientes.

 

Esta costumbre, igual que desgraciadamente otras, se fue perdiendo poco a poco en nuestro pueblo al comienzo de los años sesenta. En la década siguiente esta manifestación atávica había desaparecido totalmente y ya sólo quedaba el recuerdo nostálgico de aquellos que las habían presenciado. ¿Y cómo se fue perdiendo? Por la llegada de una novedad que encandiló a los españoles: la televisión. El televisor fue el electrodoméstico que a lo largo de los sesenta fue ocupando un puesto central y privilegiado en casi todos los hogares de España y barrió esta tradicional costumbre. Los programas de entretenimiento que ofrecía este medio de comunicación en esas largas tardes invernales atraían más a la chiquillería que reunirse en una casa a cantar villancicos.

 

En las zambombas se cantaban numerosos villancicos que posteriormente grupos de chiquillos y chiquillas, con panderetas y zambombas, continuaban entonando por las calles al tiempo que aprovechaban la ocasión para pedir el aguinaldo. Entonces la Navidad se vivía de otra manera más familiar y entrañable, y era la canción la protagonista que aunaba y alegraba los corazones.

 

He aquí una muestra de canción navideña que por entonces se cantaba. Era aireada por las calles solicitando el aguinaldo las noches previas a la Navidad. La recopilé, entre otros materiales folclóricos, en nuestro pueblo en el año 1981. Me la cantaron Sebastiana Vivar, que entonces tenía 52 años, y Milagros Núñez, de 45.

 

 

Aguinaldo

                        Dame el aguilando[2],                                       Y al quiquiriquí,

                        carita de rosa,                                                 y al quiquiricuando,

                        que no tienes cara                                           de aquí no nos vamos

                        de ser generosa.                                              sin el aguilando.

 

              La campana gorda                                          El aguilando real

                        de la catedral,                                                 son tres libras[3] de tocino,

            encima te caiga,                                               una ristra longaniza

                        si no me lo das.                                               y arroba[4] y media de vino.

 

             Y si me lo das,                                                Y al quiquiriquí,

                        y si me lo das,                                                 y al quiquiricuando,

            que pases las Pascuas                                     de aquí no nos vamos

                        con felicidad.                                                   sin el aguilando.

 

              El aguilando te pido,

                        dámelo con ligereza,

                        que la vecina de enfrente

                        nos hace con la cabeza.

           

 

 


 

[1] WENCESLAO FUENTES SÁNCHEZ. Cuando los años sesenta (I). Granada, Colegio Oficial de Farmacéuticos de Granada, 1997. p. 167.

[2] Aguilando es forma vulgar producida por metátesis de consonantes o por etimología popular al creerla derivada de águila.

[3] Libra: peso antiguo de Castilla equivalente a 460 gramos. Estaba dividido en 16 onzas.

[4] Arroba: medida de capacidad equivalente aproximadamente a 12 litros en la zona de La Mancha.

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