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FRAGANCIA DE UN BESO

© José Gómez Muñoz. Si copias me gustaría saberlo.

 

ÍNDICE

1- La tía Dorotea

2- En la mañana que llega.

3- En la mañana besando. 

4- La niña hermana y la rebelión de los niños.

5- En Navidad para los pastores.

6- Y el Niño, trozos de hielo.

7- La rúbrica de Dios.

8- ¿Purificar la tierra?

9- Estoy contigo y te quiero.

10- Un día de agosto cualquiera.

11- Y después remanso.

12- Desde la Sierra de Segura, con los pastores

13- Pintada de azul.

14- Tu cara es lo más dulce.

15- Nuestro cariño para usted, reina abuela

16- La muerte de un hermano pequeño

17- Cerco tiene la luna

 

       DEDICATORIA:

     Este libro, es un homenaje a las madres buenas

  que en silencio, cada día y gota a gota, van dando

  su vida por los hijos y familia. Así fue la mía hasta

el momento en que Dios le dio su beso. En homenaje a ella y tantos otros millones de madres santas en el mundo, este libro.

 

       

           NOTA DEL AUTOR:      

         En las sierras del Parque Natural de Cazorla, Segura y las Villas, en tiempos pasados, los mil habitantes de cortijos y aldeas, entre sí, ellos se llamaban con la expresión de hermano o tío. Lo usaban en sentido cariñoso o familiar. La hermana Anica, el hermano Amador, la tía Quica, el tío Juan Paco, eran expresiones de cariño fraternal entre ellos. Los fragmentos literarios que recogen este librico, van transcendidos de ese perfume que no es otro que El BESO DE DIOS, para con los humildes, siempre arropados por la naturaleza y la soledad de las montañas.

 

           LA TIA DOROTEA     Ir al índice

          ESTOY SENTADO DONDE EL ARROYO se abre en dos por entre las rocas y en el sillón de musgo verde, aunque seco porque es agosto, que Tú me has preparado. Por los lados, al frente y a las espaldas me rebosa y arropa el bosque y mientras me baña su sombra espesa y me perfuma el rumor de la corriente saltando la estrechura de las rocas, observo atento el silencio entre la espesura de las hojas  y me distraigo con las que de vez en cuando se desprenden y caen al suelo. Noto que muchas de ellas ya están secas pero otras todavía están verdes y, sin embargo, se sueltan de sus ramas, trazan dibujos por el aire mientras caen y sobre las piedras, la tierra e incluso sobre mi propio cuerpo, se paran y se mezclan con las que cayeron ayer, hace dos días, el año pasado y las de hace diez años. ¡Qué cantidad de hojas tiene el suelo de este bosque y en su silencio!

 

           Estoy mirando algo distraído sin dejar de estar contigo y a lo lejos y sobre el cerrillo, veo el rodal de tierra donde estuvo la casa, la pequeña casa del misterio y hasta los veo a ellos, aunque ya no están, dentro. El padre, la madre, el hermano y la hermana y el padre, aquella mañana de invierno, Tú te lo llevaste y acepto que  porque lo tendrías escrito y los que quedaron, también un poco ya murieron. Unos meses más tarde la madre preparó cuatro cosas al hermano y en una maleta de tablas viejas metió él dos cosillas más, cargó con ella, bajó por la senda que desde aquí estoy viendo, cruzó la llanura y el estrecho del río por donde se rompe la sierra y desde aquel día, el hermano todavía no ha vuelto.

 

           Y en la casa pequeña y blanca que se alza sobre el cerro frente al gran valle de la hierba verde y de la sierra a lo lejos limpia y eterna, trajina la madre y la hija con las tierras del huerto, el agua del arroyo, las cuatro cabras blancas, las gallinas, el centeno y la tierra dura y las muchas piedras donde siembran los garbanzos, el trigo negro y los  panizos y perales y los membrillos y los ciruelos... y cuando por la noche se llenan los barrancos de la soledad y el silencio, las dos se mente en su casa y sentadas frente al fuego se calientan en las llamas y piensan en Ti como Padre bueno y les llora el corazón de tanto frío, tanta lucha,   tanta ausencia y tantos recuerdos y luego se estrujan las lágrimas y cuando ya la noche va por su centro, se meten en la única cama y se calientan y se animan y quieren coger el sueño mientras en la ladera de la montaña, entre las rocas y el monte espeso, se estrella la nieve fría del crudo invierno, se hielan las cascadas por los barrancos y silba el viento y así hasta el amanecer y luego otro días más, otro mes, otra primavera y otro año y más silencio.

 

           Hasta que una mañana al levantarse la hermana,  ayuda de la madre, descuelga la sartén del humero, preparan las dos sillas de patas cortas, las cabras, las gallinas y el perro y con el burro cargado, como si lo estuviera viendo, se viene por la vereda que sale por debajo del huerto, atraviesa las madroñeras y por donde la senda salta nuestro arroyuelo, se pierde camino de las tierras llanas del valle, del rincón viejo, de la senda ancha, del vado grande del río y luego, del camino que se aleja de  la sierra y al frente, tu corazón de padre y el cielo abierto y Colgando sobre el horizonte blanco, su fantasía y su sueño.

- Que escribas, hija y me cuentas cómo te van las cosas y vuelve cuando quieras o puedas que yo  te quiero.

                           

           Recuerdo que su cortijo no se ve desde el valle porque lo tapa el voladero por donde se despeña la cascada grande y hay que subir y remontar la primera parte de la ladera y a pesar de eso, se ve sólo cuando ya se está encima. Desde el camino viejo, que ahora es la carretera  del asfalto,  subía la senda que iba derecha a su cortijo y como  lo tengo  todavía tan fresco, recuerdo que en el cortijo del valle, aquella noche junto al fuego, la abuela  me lo contó y ahora, mientras sigue avanzando la tarde y con mis ojos recorro el cerro y  me distraigo en ver las hojas que desde el bosque van cayendo, lo repaso en mi mente:

 

           “Tendría ella muy claro en su cabeza las cosas y en el fondo sabía bien lo que quería, porque de otro modo no se explica lo que hizo porque nadie llegó nunca a comprenderlo aunque sí  respetamos y aceptamos aquella decisión que le llevó a la soledad más absoluta hasta el día final y  por eso te decía que esa mujer fue un héroe y a demás una santa.

 

           El caso es que como se hacía vieja porque el tiempo no pasa sin dejar huellas y vivía tan sola, a todos nos preocupaba que un día le pasara algo. En una ocasión, ahí, al cortijo grande,  vinieron las señoritas y una de ellas, que era una buenísima persona, ya andaba, desde hacía algún tiempo preocupada por la soledad de la anciana. Le preocupaba a ella mucho que la mujer siendo ya tan mayor, viviera sola en un monte tan agreste y grande como era este cerro.

- La pobre mujer, un día de estos, cuando menos lo esperemos, le va a pasar algo y sola como está, a ver quien le ayuda.

Decía una y otra vez la señorita.

 

           - En eso tienes  razón y nosotros somos los que de deberíamos tomar medidas.

Le contestaba la señora  hermana.

- Pues hoy tenemos que subir al cortijo de la anciana a ver si la convencemos y se viene con nosotros a la casa del pueblo.

- La idea es estupenda porque, además, es obra de caridad pero ya verás como la abuela no quiere y si acaso logramos convencerla, verá como otra vez se vuelve ella a su cortijo.

Le decía el mayoral de las cabras.

- Tenemos que intentarlo porque la pobre mujer allí sola, corre  peligro.

- Pues siendo así, estoy dispuesto a echar una mano en lo que la señorita necesite.

- Por ahora, lo único que necesitamos es que nos acompañes hasta su casa. Tú sabes por dónde va la senda y como conoces bien el terreno, seguro que llegamos porque nosotras solas ¿a dónde vamos por estas tierras tan llenas de monte y escarpadas?

- Eso está hecho. Les acompaño a ustedes hasta el cortijo de la anciana porque también estoy de acuerdo en hacer algo por la mujer antes de que un día se muera en la pobreza y sin compañía de nadie.

 

           Así que aquel día salieron temprano del cortijo grande y se pusieron en camino monte arriba en busca de la abuela. Estaba ya yéndose la primavera y entrando el verano y por eso en cuanto el sol se alzaba en el cielo pegaba fuerte sobre la solana. De aquí que ellos procurasen salir rayando el alba a fin de llegar pronto y volver para medio día a comer a cortijo grande. También por esto, aquella mañana era todo un espectáculo la gran ladera. Las vacas pastaban por las cañadas, los rebaños de cabras atravesando los madroñales y las manadas de ovejas subían o bajaban buscando las mejores praderas junto a las corrientes de los arroyos.

 

           Los tres se pusieron en camino ladera arriba guiados por el mayoral de las cabras y como la señorita, aunque era una excelente persona, no estaba acostumbrada ni a las sendas ni a las cuestas de estos montes, pronto tuvo problemas.

- ¿Qué le pasa a usted, señorita?

Preguntó el mayoral.

- Como estás viendo, se me han roto los zapatos y los pies me duelen tanto que no puedo más.

- Si quiere nos volvemos y otro día subimos.

- Eso ni hablar. Hoy tenemos que llegar hasta donde vive  la abuela aunque a mí se me llenen los pies de heridas.

- Pero sin calzado no se puede andar por estos montes.

 

           - Vosotros los serranos sí os movíais por aquí con total agilidad, con los pies cubiertos por simples esparteñas y además de ser felices, camináis por estas sendas a diario venciéndolas un día y otro sin problemas.

- Pero no es lo mismo, señorita. Usted no está acostumbrada y es normal que esta subida le resulte dura. Si usted, el problema de su calzado lo arreglo enseguida.

- ¿Qué se puede  hacer?

- Le dejo mis zapatos que casi son de la misma medida.  Usted se los pone y ya verá como seguimos subiendo y llegamos.

 

           A la señorita le gustó la idea y por eso no tardó en ponerse los zapatos del mayoral. A media ladera, bajo la sombra de un pino, se sentaron y mientras él se quitaba los zapatos de esparto y ella se los iba poniendo, a la mente de la muchacha acudió la imagen del tesoro de la abuelita.

- ¿Es verdad o no?

Le preguntaba al mayoral.

- ¿Por qué me lo pregunta?

- Es que lo he oído bastantes veces de unos y otros y claro, aunque  no le doy  crédito, al final una llega a dudar. Ahora que tengo la oportunidad te lo pregunto a ti porque creo que sí estarás bien informado.

- Pues mire usted señorita, lo que  sé es poca cosa y desde luego todo también pura habladuría porque el tesoro de la anciana yo no lo he visto nunca y creo que tampoco lo ha visto ni tocado nadie.

- Y lo que sabes ¿qué es?

- Sé que ella, al parecer, andando un día por estos montes se tropezó con unas rocas  raras que nunca nadie había visto y que eran como piedras preciosas. Dicen que eran trozos de piedras que brillaban como el cristal, con la superficie pulida, tan suave como la espuma y transparentes como el viento. Unas piedras en forma de cristales de un kilo o así de peso y que se encontraban sueltas en una ladera oculta entre el monte.  Allí mismo y  más abajo, también encontró otras pocas piedras de aquellas, transparentes y brillantes como las primeras pero de color morado intenso. Según yo he oído decir, ella cogió sólo unas cuantas y se las trajo a su cortijo.  En el lugar de hallazgo se dejó las demás pensando que un día, nadie sabe cuando, volvería para decírselo luego a todo el mundo y si de verdad esas piedras son buenas, venderlas y hacerse rica.

 

           Esto es lo que a mí me dijeron unos y otros, cosa que nunca llegué a creer del todo ni tampoco pongo en duda. Por que ¿quién sabe si pudiera ser verdad?

- Ya te digo que  también lo he oído pero claro, piedras preciosas aquí en estos montes nunca se dieron y por otro lado, si tanto se habla, mientras no se compruebe  ¿cómo negarlo?

- Yo estoy pensando que como usted es una persona muy educada y sabe cómo tratar a la abuelita, cuando lleguemos le puede preguntar y a lo mejor  se anima y nos lo cuenta. ¿Qué le parece?

- Me parece bien pero ten en cuanta que mi interés en ir hasta el cortijo y verla ya sabes que es por otro asunto ¿Crees tú que ella se vendrá?

- A ella, como a todos los buenos serranos, le resulta más que duro, casi imposible dejar el rincón donde en estas sierras ha vivido. Los demás valores y cosas de la tierra no tienen interés para una persona como la abuelita. Los serranos, los auténticos hombres y mujeres de estas sierras, siempre hemos llevado dentro estos valores y eso no hay cosa en el mundo que lo cambie. Habremos sido más pobres y hasta con menos formación que otros pero a valores humanos llenos de sincero amor, nadie nunca nos  ganará.

- En fin, cuando lleguemos y le hablemos veremos lo que piensa y hace.

 

           Así que una vez  descansada y con los zapatos repuestos, el mayoral de las cabras, la señorita y la hermana, siguieron subiendo por la senda que surca el monte en busca del cortijo perdido, como ellas lo llamaban. Pero como esta ladera es tan larga y tan mala y tan áspera de andar, media hora más tarde, ahora era la  hermana la que ya no podía más.

- ¿Qué le pasa señora?

Le pregunta el mayoral.

- Pues que estoy tan agotada que no puedo con mi cuerpo.

- Si pudiera hacer un esfuerzo, en nada de tiempo estaríamos en el cortijo.

- Lo siento pero en estos momentos no tengo fuerzas ni para dar tres pasos más.

- Pues nos volvemos.

- Ya que hemos llegado hasta estas alturas tenemos que seguir.

 

           A mí me dejáis en la sombra de estos pinos y aquí os espero. Vosotros seguí porque ella necesita de compañía humana y si lográis que se venga, daremos por bien sufrido este esfuerzo.

- Si  usted se queda le voy a decir que no se mueva de la sombra de este pino no sea que se meta por el monte y se despeña por algún barranco de estos.  Usted quédese aquí  a la sombra, respirando el aire fresco que sube del valle y gozando de la hermosa panorámica y cuando volvamos, regresamos juntos. Sola no se va a quedar porque a mi perra le voy a pedir que se esté aquí con usted dándole compañía y ya ve que las vacas también pastan por aquel barranco que aunque parezca que no, los animales acompañan.

- Yo haré caso a lo que usted me diga y aquí me quedaré esperando.

El mayoral miró a la perra grande y le dijo: “Aquí te quedas con el ama y ya sabes, cuídala que no le pase nada” y el animal parece que comprendió lo que le dijo el dueño.

 

           Así que la señorita  y el mayoral de las cabras siguieron subiendo ya bastante más reconfortados porque el cortijo no quedaba lejos y tampoco tenía mucha complicación el trozo que faltaba. En unos minutos remontaron una lomilla, atravesaron un buen trozo de bosque, alcanzaron una repisa y ya tenían antes sus ojos el cortijillo de la abuela.

- Verá usted que sorpresa se va a llevar cuando nos vea porque como no nos espera y como por el lugar viene tan poca gente, sin duda que no se lo va a creer.

Le decía el mayoral.

- Y no sé porque pero hasta me siento alegre del encuentro. Debe ser tan buena la abuelita y debe sentirse tan sola que hasta siento gozo de este encuentro.

 

           Y así fue: la abuela estaba sentada frente a la lumbre de la chimenea cuando ellos entraron y la cogieron desprevenida.

- Somos gente de paz.

Le dijo el mayoral acercándose y besándola. Se volvió la abuelita y  nerviosa dijo:

- Yo te conozco a ti y me alegro que vuelvas pero esta zagala no sé quién es.

- Es la señorita del cortijo grande que ha tenido el gusto de venir a tu casa porque quería conocerte y darte un rato de compañía.

- Pues hija mía, yo ni tengo nada qué ofrecerte ni te puedo enseñar nada porque ya ves qué chico es mi cortijo y qué pocas cosas hay en él. Un cuartucho con mi cama, una mesa destartalada, una silla y la lumbre que siempre arde porque es la única compañía que tengo. Así que bien venida a mi rincón y siéntate frente a la lumbre que es lo único que puedo ofrecerte y un baso de agua fresca, si quieres.

 

           - Hermana, yo estoy encantada sólo con estar junto a usted y por eso todo lo demás me sobra. Hemos venido nada más que para estar un rato con usted y charlar y como ya estoy en su casa y la tengo aquí a mi lado, me sobra cualquier otra cosa. No necesito de nada  porque no venía buscando sino su presencia y el calor de este hermoso cortijo con su lumbre y la paz que en él hay.

Le dijo la señorita.

- Pues gracias, hija mía, por tu generosidad que ya veo que es como la de todos los jóvenes de hoy en día, sincera y noble. Una no se merece tantas atenciones porque una no hizo nunca nada en la vida por los demás y fíjate que ahora, cuando ya soy vieja, todo el mundo os preocupáis por mí como si yo fuera  importante.  Todos los jóvenes de hoy tenéis buen corazón y sois tan  generosos conmigo que en ocasiones hasta me siento avergonzada. ¿Por qué te has tomado tantas molestias en subir ese camino tan malo?

- Es que ya le he dicho que teníamos  interés en conocerla y estar aquí un rato a su lado para charla de algunas cosas.

- La verdad es que  no sé de qué cosas vamos a charlar.

- Hablamos primero de sus cosas y luego yo le contaré un plan que estoy pensando.

- Pues de mis cosas, como no te cuente los ratos que me paso buscando níscalos y caracoles que luego llevo a los que viven en los cortijos del arroyo, como no te cuente lo buenas que son esas personas conmigo que cada vez que voy por allí me dan tantas comida que luego tengo que dar dos viajes para subirlas a mi cortijo, como no te cuente que ellos me repiten una vez y otra que deje de vivir sola en este cortijo porque algún día me va a pasar algo, como no te cuente alguna de estas cosas, no sé de qué puedo hablar contigo a no ser que te cuente el sueño que tanto se me repite cada noche.

 

           - ¿Y qué sueño es?

- Pues mira, los sueño mucho y en él siempre veo algo que en la realidad de mi vida nunca vi con estos ojos.

- ¿Qué  ve?

- Lo primero una gran montaña que se parece  a esta donde vivo pero que es más grande y con paisajes y laderas distintas.  Y sobre la gran montaña, arriba, casi en la cumbre, siempre una manada de búfalos que viven  como si estuvieran encerrados, pastando en las praderas que sobre la cumbre tiene esa montaña y nunca pueden bajar a los pastos de la llanura.

- ¿Por qué no pueden bajar?

- Primero porque unas grandes paredes de rocas se lo impiden y segundo, porque también se lo impide un grupo de hombres que guardan la montaña.

 

           En una ocasión, en mi sueño, le pregunté a uno de los hombres por qué forzaban a los animales a vivir sobre la cumbre donde aunque tienen praderas, las que hay por las partes bajas también son buenas y están repletas de finas hierbas ¿y sabes lo que me dijo?

- ¿Qué le dijo?

- Pues que no dejaban que los animales bajaran a las praderas de las laderas y del valle porque todas las tierras eran para los visitantes. “Los animales que ahora pastan por la cumbre de esta montaña, son una reserva que hemos acorralado en las alturas para que no se acaben y donde los visitantes no llegan tanto. Es decir: las cumbres para los animales de donde no pueden salir porque todas las otras tierras de las zonas medias y los valles son para los visitantes que desde aquí los observan tranquilos pastando por la tierra de la cumbre”.    

 

           Esto fue lo que me dijo aquel hombre cuando le pregunté y la verdad es que ni me gustó su respuesta ni me gustó ver lo que con esos animales han hecho. Los han dejado aislados sobre las cumbres, cerrándoles todas las puertas hacia otras tierras como si fueran piezas de museo que quieren conservar pero privándolos de vida. ¿Tú crees que eso está bien?

- Yo creo que no porque las personas serán importantes pero quitarle las tierras a los animales para dejarlos encerrados entre las rocas de la cumbre, tampoco me parece bien. Pero en fin, vamos a lo nuestro.

- ¿Y qué es lo nuestro, hija mía?

- Pues que me gustaría que se viniera a vivir a mi casa.

 

     Cuando la señorita  terminó de pronunciar estas palabras, la anciana la miró y no respondió enseguida, sino que guardó silencio y durante un rato permaneció pensativa, como si buscara alguna vivencia entre sus recuerdos sobre la cual apoyarse para responder. También la señorita empezó a preocuparse, ante la duda de si habría molestado o no a la abuelita con aquella pretensión. Miró al mayoral como esperando que él le echara una mano y al instante se fijó en la abuelita otra vez y le dijo:

- Bueno, lo que acabo de decir no tiene por qué ser ahora mismo. Usted se lo piensa con todo el tiempo que necesite y cuando otro día volvamos, me dice si quiere o no venirse a la casa que tenemos en el pueblo

- La verdad es que yo te agradezco la generosidad pero creo que la respuesta te la puedo dar ahora mismo.

- ¿Y cual es?

- Pues que si  me fuera con vosotros a vivir a ese pueblo no me sentiría feliz. A mí nunca me gustó ni molestar ni ser una carga para nadie. Aunque vosotros seáis buenos amigos, pienso que no dejaré de ser una molestia en la casa. Estaréis pendientes de mí para la comida, el vestido, si hace o no, frío o calor... en fin, un montón de cosas que a la larga serán molestas para vosotros. Y por otro lado también estoy pensando que si  no me encuentro agusto, por lo que ya antes te he dicho, y porque aquel no es mi mundo, ¿quién puede asegurar que un día no me saldré de la casa vuestra y sin deciros nada me vuelvo otra vez a este cortijo?

- Si eso ocurriera nadie se iba a enfadar. Comprendemos que está en su derecho y que sus cosas y sus recuerdos son más fuertes que cuanto nosotros podamos darle.

- Pero tú fíjate qué faena y a vosotros que tan buenos sois.

 

           Por eso ya te decía que es mejor no irme a esa casa que tenéis en el pueblo. Yo ya estoy muy acostumbrada a vivir en este cortijo encima de la ladera y entre el monte. Tan acostumbrada estoy  a la lumbre y al candil que el problema para mí iba a ser lo  contrario: hacerme a la luz eléctrica y esas comodidades que ponen en vuestras casas. Yo sé que iba a echar  de menos el calor de la lumbre con la chimenea y el chisporrotear de los tizones ardiendo lentamente. Tampoco me iba a sentir bien en una cama con finas sábanas ni en un cuarto de baño con grifos y todas las cosas que allí tenéis.

 

           Yo estoy muy acostumbrada a este cuartucho mío y a lavarme de vez en cuando, en el charco del arroyo que corre por aquí  y te aseguro que esto no es ningún sacrificio para mí. Tan poco es ningún sacrificio levantarme cada día al salir el sol, encender la lumbre, darle de comer a las cuatro gallinas, ir a la huerta a regarla, salir al monte a recoger leña, ordeñar las cabras y recoger piñas secas para cuando llegue el invierno. Tan acostumbrada estoy  a estas cosas y tantas veces las he hecho a lo largo de mi vida, que si ahora me faltan,  creo que me aburriría mucho. Y  sé que tú estás pensando que con mis años, algún día me faltarán las fuerzas para arreglarme sola. También  he pensando eso pero como mi vida y mi suerte, desde hace  tiempo, la tengo en las manos del Señor, yo confío en que El vaya cuidando de mí hasta el día en que decida llevarme a su lado. Y ya termino. No tengo nada más que decirte sino que te agradezco tu sincera muestra de cariño.  

 

           Al terminar la abuelita de pronunciar estas palabras, la señorita permaneció en silencio. No sabía qué decir por la gran claridad con que la anciana se había expresado. Miró al mayoral y  con gestos, éste le dijo que no siguiera insistiendo, se dirigió de nuevo a la abuelita y le dijo:

- De todos modos usted lo sigue pensándolo y si algún día quiere venirse no tiene nada más que decirlo.

- Como ya sé que vosotros me queréis y como el mayoral viene por aquí de vez en cuando, pues si cambio de opinión, se lo digo.

- En eso quedamos y ahora nos vamos que en mitad de la cuesta, nos espera la señora.

- Pero ya que estáis aquí tenéis que compartir conmigo un tazón de leche. Es de mi cabra y está recién ordeñada.

- Lo aceptamos pero no queremos ser  pesados.

- Me estáis dando compañía y eso es importante para mí.

 

           Y sin más, los tres se sentaron frente al fuego de la chimenea donde, en una olla de barro, la abuelita tenía calentita la leche. Echó una poca en los tazones también  de barro y mientras se la iban tomando hablaron de la huerta, del cortijo tan solitario en aquel monte, del trozo de pared que el último invierno se le había caído por el lado del arroyo, de los hijos que se fueron y nunca más volvieron, de los ciervos que cada noche bajaban y se comían las lechugas y los árboles frutales, de las nogueras viejas que este año no han dando nueces porque los hielos la habían quemado.

- Cuando ya tenían  las flores brotadas, porque la primavera se adelantó, vinieron los hielos y quemó y las flores.

Decía la anciana.

 

           Hablaron también de los caracoles, de los espárragos que por todo aquel monte crecían, de los nidos de perdiz al llegar la primavera, de las nieves, de las lluvias y la crecida de los arroyos y cuando ya iba llegando el día a su centro, el mayoral y la señorita se despidieron.

- Que volváis.

- Volveremos y nos estaremos aquí más rato.

  

           Emprendieron por el regreso ladera abajo y en cuanto empezaron a alejarse, comenzaron a comentar las impresiones que la abuela había dejado sobre sus almas.

- Lo feliz que es y la  paz que tiene a pesar de que parece  lo contrario.

- Es lo  que la mayoría de nosotros nos decimos y por estas razones la respetamos tanto, dejándola con sus cosas y su mundo a pesar del peligro que tiene.

Decía el mayoral y en estos momentos sientes voces.

- ¡Espera!

Exclama la señorita. Detuvieron el paso y atentos escucharon. Oyeron otra vez un fuerte grito y ahora  más claro.

- ¡Es la señora!

Exclamó el mayoral.

- ¿Qué le pasará?

- Bajemos aprisa no sea que le ocurra algo.

Ambos descendieron rápidos por la senda, atropellando monte y cuando trazaron la curva del pino grande, la vieron. La señora estaba acurrucada contra el tronco del árbol, defendida por la perra del mayoral que reculada en sus pies hacía cara a todo lo que se acercaba a la señora mientras ella gritaba llena de miedo.

 

           - ¿Qué ha pasado?

Preguntó enseguida el mayoral.

- Una vaca me ha atacado.

- Pero si estas vacas no son bravas.

- No serán bravas pero yo me he salvado de milagro. Si no llega a ser por la perra ahora  estaría por el monte todo hecha polvo.

- Tranquilícese señora, que ya estamos nosotros aquí para ayudarle en lo que haga falta. Pero me interesa saber qué es lo que ha pasado y cómo porque hasta hoy  tenía creído que mis vacas no envestían a la gente. Si resulta que sin saberlo en mi manada tengo alguna brava, tendré que tomar medidas antes de que algún día ocurra lo peor. A ver, cuénteme usted.

 

           - Yo estaba sentada bajo la sombra del pino tal como me indicó y tan agotada me encontraba que ni siquiera me apeteció levantarme para dar un paseo y resulta que estando  tan tranquila, de pronto, siento un gran tropel. Venía de allí, del lado del arroyo y claro, enseguida miré asustada y más me asusté cuando vi lo que era.

- ¿Qué era?

Preguntó la señorita.

- Una enorme vaca que con la fuerza de un huracán, atravesaba el monte y rugiendo en mi busca. Traía el rabo alzado, la cornamenta bien preparada hacía adelante y mientras mugía, se retorcía salvaje dando saltos por entre el monte y las rocas. Parecía como si me hubiera visto porque venía toda derecha a mí con la mala intención de llevarme por delante.

 

           Me levanté asustada, me aplasté contra el tronco del pino y menos mal que la perra enseguida la vio, salió a su encuentro y poniéndose delante, le hizo cara dando grande ladridos. Se ve que la vaca le teme a la perra y por eso torció su carrera y sin dejar el trotar endemoniado que traía, siguió saltando por el monte y se perdió ladera abajo. ¡Pero válgame el cielo qué susto al verla tan cerca y con la carrera que traía! Vamos que me hubiera lanzado por los aires y me hubiera tirado barranco abajo por este monte de no ser por la perra.

 

- Ya ha pasado todo, señora, y gracias a Dios que no ha ocurrido nada. Así que se tranquilícese porque, además, le voy a decir qué es lo que le ocurría a ese animal.

Al pronunciar estas palabras, tanto la señorita como la señora, se le quedaron mirando y ansiosas esperaban la explicación del mayoral.

- ¿Qué ha sido?

- En primer lugar ni la vaca es brava ni le quiso atacar.

- ¿Entonces?

- Pues que al animal le ha picado la mosca, como le pica la mosca a todas las vacas en la época del calor y se puso a correr, que es lo que siempre ellas hacen para defenderse de la molesta picazón que el insecto le produce.

- Pero señor mayoral, eso “de picar” la mosca ¿qué es?

- Científicamente  no sé explicarlo pero en mi lenguaje y en mi experiencia de todos los días, sí lo puedo describir. Lo de la mosca en las vacas, pues es eso: unas moscas grandes que atacan a los animales produciéndoles un escozor muy doloroso y por eso salen corriendo. Se les mete entre las pezuñas de los pies y es ahí donde les pica para chuparles la sangre. Al hincar el aguijón les inyectan un veneno que por lo visto debe ser muy doloroso y claro, como en esa parte del cuerpo las vacas no tienen ningún medio para espantar a las moscas, lo único que se les ocurre es salir corriendo. En esa huida loca que parecen que van rabiosas, siempre buscan la espesura del monte, los arroyos de aguas y las sombras de los árboles porque creen que de ese modo se quintan de encima la picazón de tan molesto insecto.

 

           La vaca que hace un rato usted ha visto por aquí ni es brava ni venía con intención de atacarle, sino que corría con el rabo empinado y con la mosca entre las pezuñas. Seguro que el animal ni siquiera sabía que bajo este pino descansaba la señora, y claro, también se habrá llevado una sorpresa.

- Yo no sé si será así o no, el caso es que  sino hubiera sido por la perra de usted la vaca me habría destrozado. Ya le digo que la perra se puso delante, haciéndole cara y ladrando  de tal modo que si la vaca hubiera insistido acercase hasta mí, yo estoy segura que lo habría tenido que hacer por encima de la perra. Su perra desde hoy pasa a ser mi amiga y tanto que hasta me atrevo a pedirle que me la regale para que  me la lleve conmigo al pueblo.

 

           Al oír estas palabras, el mayoral se sintió un poco preocupado. La hermosa perra que en estos momentos la señora quería, era su mejor compañera también de toda la vida. Siempre que el mayoral iba por el monte cuidando las cabras, la perra le acompañaba y siempre que tenía que mover las cabras de acá para allá, era la perra la que se encargaba de conducirlas. Tan compenetrados estaban los tres, cabras, perra y mayoral, que sin tragedia ni violencia todo funcionaba perfectamente. El mayoral daba las órdenes, la perra las ponía en práctica y las cabras obedecían con la más sabia inteligencia. Si ahora la señora se encaprichaba con la perra y se la llevaba a su casa, para él, iba a ser un  extravío. Pero como era la señora, si el mayoral se negaba al capricho, podría ella sentirse contrariedad. Por eso preocupado  dijo:

 

           - La señora, desde hoy esta perra mía es suya y estoy segura que a ella también le gustará tener una nueva dueña como usted pero si me permite me voy a atrever a dar mi opinión.

- ¿Cuál es tu opinión?

- Que como el animal se ha criado conmigo, en medio del monte y junto a las vacas, si ahora, de la noche a la mañana, se la lleva a la casa suya del pueblo, puede sentirse extrañada.

- ¿Qué se le ocurre que podemos hacer?

- Como  sé que usted ha quedado agradecida a esta perra por lo que ella ha hecho hoy, creo que lo mejor es eso: que a partir de este momento la considera suya propia y para siempre, cosas que ella se lo va a agradecer desde el primer día pero vamos a dejarla como siempre estuvo, aquí conmigo, junto a las vacas y en la sierra y cuando usted venga por aquí, se la lleva para donde quiera ¿Qué le parece?

- Pues que es buena idea.  Usted mejor que nadie la conoce y sabe cómo cuidarla pero tenga en cuenta que mientras viva tanto ella como yo, nos pertenecemos. Nunca podré olvidar lo que hoy ha hecho por mí.

 

           A partir de este momento, los tres y la perra detrás, siguieron bajando por la senda y una media hora después, ya estaban en la casa de cortijo grande. Allí hablaron del encuentro con la anciana, de la vaca brava y la perra y del proyecto para el futuro que de todo aquello había brotado. Aquel día la tarde se les pasó rápida y en cuanto se hizo de noche, el valle y laderas, quedaron cubiertas por las nubes  negras de una gran tormenta. Empezó a soplar el viento y a tronar a primera hora y antes de que la noche llegara a su centro, la lluvia comenzó a caer con fuerza. En su pequeño cortijo, la anciana se despertó asustada y aunque enseguida se dijo que aquello era una tormenta como tantas, al poco  empezó a tener miedo.

 

           Llovía en forma de diluvio y soplaba el viento arrancando las tejas del cortijo y doblando el monte. Se llenó ella de miedo y mientras se acurrucaba junto a la cocina por donde le empezó a entrar el agua y la ponía empapada e inundaba la estancia, la preocupación se le metió hasta en lo más hondo del alma.

 

           “Después de esta nube mañana subirá otra vez esa señorita y como va a ver el cortijo roto, inundado y sin techo, quiera yo o no, me sacarán de aquí y me llevarán con ellos a su pueblo. Seguro que sucederá eso y entonces me moriré de tristeza. ¿Qué haré  en un pueblo extraño sin mi huerto, sin mis gallinas, sin mis cabras, sin mi sierra? Me moriré de pena sin remedio aunque ellos piensen que me están dando la felicidad. Sin nada que hacer, porque no me dejarán que haga cosas, sin libertad para levantarme e ir donde quiera y sin animales ni monte, ¿cómo me voy a sentir  feliz por más rodeada que me encuentre de personas y ciudades?”

 

           Esto es lo que pensaba la anciana, en la oscuridad de su cortijo mientras la tormenta descargaba y los truenos resonaban por los barrancos. Este era su miedo en el centro de la ladera, la densa oscuridad de la noche y en la lejanía del cortijo.

 

           “Así que antes de que esto suceda mejor sería que el Señor esta noche, se apiadara de mí y me llevará con él definitivamente. Las personas que a partir de ahora me rodeen, sólo van a traerme sufrimientos, aunque ellos piensen que me  hacen bien. Mejor sería que esta noche el Señor se apiadara de mí y me recogiera ya, antes de que ellos me complicaran más la vida”. Seguía diciéndose toda llena de miedo y empapada por la lluvia.

 

           En aquella ocasión, a media noche dejó de llover, se apaciguó el viento y cuando al día siguiente amaneció, sobre la ladera y el valle, lucía un sol de oro con tonos de estrellas blancas. En el cortijo grande se acordaron de la anciana pero nadie subió a verla. Todos acordaron en que  ya irían otro día con la idea de convencerla para que se fuera al pueblo”.

 

           Y ahora, sólo hace un momento, he bajado del rincón y la llanura en lo alto del cerro y donde estaba la casa pequeña, blanca y de viento ¿sabes lo que mis ojos han visto? Nada más que suelo y la llanura llena de pasto y donde el ciruelo, las piedras de las paredes rodando, zarzas por el huerto, muchos pinos junto a la fuente, muchas ramas secas de los viejos majuelos y luego silencio, soledad, el azul de tu cielo y luego la lejanía donde las nubes y en lo más alto del cerro y algún tizón de aquella lumbre todavía rodando y negro y los caminos borrados y el chorro del arroyuelo que ellos también tenían, saltando limpio y ajeno y luego más soledad y en la ausencia, su recuerdo y su perfume con su cara de madre hermosa y su beso en la mejilla de la hija que se va y también es bella y después más ausencia y ya el silencio y contigo y la sierra y la fuente y mi corazón y su sueño y mi sueño.

 

           Y ahora estoy sentado en este sillón de piedra que aquí, entre el arroyuelo, Tú me has preparado y miro al valle y a las hojas del bosque que caen al suelo y me voy por la ladera siguiendo al viento y las veo a ellas afanadas en sus luchas y su cortijo y ellos y te miro a Ti y miro al cerro y me abrazo a las nubes y lloro y me aferro a la vida, a mi ilusión, a mi sueño y te digo y me digo que si aquello era bueno y, además limpio, noble y bello ¿Por qué tuvieron que irse y las cosas fueron como Tú y yo sabemos?

 

           Y aquí estoy sentado, entre las hojas del bosque denso y respiro y te palpo y miro a lo lejos y donde la sierra limpia y verde y el sol esparce sus reflejos, te sigo viendo a Ti y los veo a ellos y después de tanto, me convenzo que ahí están contigo abrazados y para siempre eternos.  

 

           NOTA DEL AUTOR:

           Esto ocurrió de verdad en las montañas y sierras del Parque Natural de Cazorla, Segura y las Villas. A los cortijos y aldeas de aquellas sencillas personas, los hundieron.  Pero ellos, ya lo he dicho, siguen vivos y para siempre palpitando en las fuentes y hojas de los bosques y también en mi corazón y en el amoroso beso de Dios.  

 

 

        EN LA MAÑANA QUE LLEGA  Ir al índice

        EN LA MAÑANA que llega, veintiséis de octubre, a igual que aquellas mañanas de aquellos días, por la ladera de la fuente de los álamos, cantan las perdices y del bosque del barranco, llega el olor húmedo de las setas y por la solana que surca la senda, ya las madroñeras se doblan repletas de madroños rojos que empiezan a cubrir el suelo y a rodar por la tierra y a llenar los charcos de la cascada del musgo y huele, el monte, a primavera aunque sea otoño porque unos días llueve y otros días hace frío, no como el frío de aquellos otoños y, otros días, como es el caso de hoy, está el cielo limpio de nubes y sale el sol brillante y no hace viento ni chispa de frío y como la tierra sí está empapada, parece una mañana de primavera que ahora llega aunque sea otoño y también el campo lo sepa.

 

        Y como el corazón todavía se mezcla con la tierra y vive casi más en los recuerdos y de aquellos trozos que fueron más belleza, en la mañana que llega, se siente y se ve y se palpa, aquella mañana de aquel día concreto que amaneció como el de hoy y, además, lleno de fiesta porque del cortijo rey que se asienta en la llanura hermosa de la hoya espléndida que se recoge a mitad de la ladera, entre el río grande y la cumbre de la luz, bajan y vienen a vernos, el abuelo y la abuela y por eso madre, desde las primeras horas, prepara el horno y prepara la masa del pan en la artesa y en cuanto nos levantamos, la niña y yo, como unas mañanas atrás cuando la higuera estaba cargada de higos, cogemos la cesta de mimbre que padre nos ha hecho y, siguiendo los consejos de madre, nos vamos por la vereda.

 

        Y como, igual que ahora, ya ha llovido mucho pero también han venido muchos días de sol y ha hecho mucho viento, la tierra, en el camino que sube rozando el arroyo, está seca y en la hierba, a los lados y por las grandiosas praderas, tiembla el rocío en tanta cantidad que si nos vamos por ella nos ponemos chorreando, pues al pisar el polvo del camino, se van quedando las huellas de sus pasos y los míos y aunque, como tantas otras cosas en este rincón, no parece tenga mucha importancia, a ella le alegra y le divierte y por eso, mientras vamos caminando, juega su juego de sueños celestes y que hoy es el de las huellas de las pisadas que se quedan grabadas en el polvo del camino y en la muda tierra mientras el arroyo corre y, desde las encinas de la orilla, nos mira el otoño que parece primavera.

 

         Y llegamos a la llanura donde, al principio, crece la higuera y ponemos la cesta en el suelo y de sus hojas anchas, que fueron verdes y ahora son amarillas porque, con el otoño se secan, cogemos un puñado e igual que cuando hace unas tardes recogíamos los higos, tapizamos, con las hojas amarillas y verdes de la vieja higuera, el fondo de la cesta de mimbre que padre nos ha regalado y sobre el tapiz húmedo de esta canasta  bella, vamos poniendo las manzanas que arrancamos de las ramas de los manzanos y que también ya están amarillas oro y desprenden esencia de miel y son redondas y como puños y, de apariencia tan buena, que sólo tocarlas con las manos y acariciarlas con los ojos, ya el estómago y el alma, llenan.

 

        Y en compañía de la hermana hermosa y dulce como la más fulgurante primavera, en la mañana que se abre y de luz y de perfume y de rocío y de hierba fina y de madroños y de manantiales y de rebaños de ovejas que pastan por la llanura, se ve tan plena, la niña cándida de mi corazón y yo, llenamos la cesta de manzanas amarillas y luego cogemos, de los almendros que van por la reguera,  las almendras que también están secas y les quitamos las cáscara ya arrugada y vieja y partimos algunas y nos las comemos y otras, las vamos echando a la cesta y vamos rellenando los huecos que han dejado las manzanas entre ellas y luego, cogemos nueces del nogal y las probamos para cerciorarnos de que estén buenas y completamos el cargamento y otra cesta pequeña, con los higos chumbos  y gordos y dorados que hermosos cuelgan de las hojas espinosas y anchas que muestran las chumberas y nos ponemos en camino y regresamos hacia la casa donde madre nos espera.

 

        Y en la mañana que resplandece y cantan las perdices y el sol, de luz y de fuego, la llena, regresamos por el camino jugando con las pisadas que grabadas se han quedado en la tierra y al pasar por la encina grande que clava sus raíces en la misma torrentera que baña el agua del arroyo, como las bellotas en sus ramas, ya están negras y son gordas y muy dulces y muchas ya, por el suelo, ruedan, nos volvemos a parar y cogemos todas las que podemos y colmamos y rellenamos las cestas y ya satisfechos y, en la mañana de plata del otoño que parece primavera, mientras regresamos jugando con el perfume que mana del bosque, la hermana me dice, contenta:

- ¡Ya verás madre, qué tarta más rica va a preparar hoy, para el abuelo y la abuela! 

 

 

         EN LA MAÑANA BESANDO      Ir al índice

        HOY ES YA EL DÍA de reyes y estoy, en la mañana, mirando la luz del sol tiñendo el campo con el azul del cielo que lo arropa y mientras observo la ladera y ando reflexionando en las mil higueras buenas que llenaban la tierra y, clavadas en ella, extraían la savia que cuajaba en el frutos de los higos blancos y entre tristeza y gozo me estoy mudamente preguntando la manera de volver a la vida aquellas  frondosas higueras que hoy descubro secas por laderas y barrancos y, distraído y con mis dedos estoy, sin querer, acariciando la cruz que en mi pecho cuelga, cuando justo ahora caigo en la cuenta del sueño que estoy soñando porque ella me decía que la dulzura de Dios, en la mañana  besando, es como “el cariño de una madre a sus hijos” y lo que ahora estoy buscando es cómo meter, en una pocica de arena, todas las aguas del océano.

 

        Y estoy entretenido entre el gozo, la tristeza y el llanto acurrucado en las cosquillas del temblor que, al rozarme, su caricia me ha dejado cuando caigo en la cuenta de aquel amanecer de reyes con la niña en su juego y la abuela en un beso y ella preguntando:

- Pero ese beso de Dios que me dices ¿cómo es de blando?

Y está la abuela con ella dándole el cariño en la luz del día que está llegando y va a contarle cómo es el beso del que están  hablando cuando entra a la casa y, viene de las tierras altas y algo desconsolado, padre que enseguida dice:

- La cruz dorada que siempre en mi cuello ha ido colgada, se me ha perdido por el monte y  estoy bastante apenado.

Y la abuela:

- ¿Y la has buscando?

Y padre:

- Toda la mañana entera sin tener ningún descanso y recorriendo metro a metro el suelo por donde, al amanecer y buscando las ovejas,  subía agotado.

- ¿Y ahora?

- Prepárame algo de comida que me voy otra vez por la tierra de esa ladera y llano para  seguir en mi empeño haber si al final la hallo.

 

        Y está la madre y la abuela y la niña como celebrando la onza de chocolate que los reyes, al pasar, esta noche le han dejado cuando, al poco de volverse padre con su desasosiego y el corazón contrariado por la pérdida de la cruz que es símbolo y herencia de los primeros abuelos y de los otros más lejanos, entra a la estancia los otros niños hermanos y buscan a la niña y se ponen a celebrar los reyes y están ellos sus cosas hablando cuando el más pequeño, de pronto, dice:

- ¿Sabes lo que ha pasado?

Y la niña:

- ¿Qué ha pasado?

- Que mi hermana la gemela se ha encontrado una cruz de oro hermosa que tiene como un baño de llamas de lumbre y en el centro una gota de rocío blanco.

 

        Y la niña que salta de la cama y al ver,  por la puerta, entrando a la hermana del que habla y amiga de suya, le dice como rogando:

- La pequeña cruz que tienes es la que padre está buscando y te lo digo por si,   de alguna manera se pudiera, hacer algo y que el corazón del pastor de las praderas no siga desconsolado.

Y la hermana buena:

- Vente conmigo al instante y mientras vamos jugando, te llevo a mi casa y luego damos voces a padre y le pedimos que se venga para abajo porque la cruz que estaba perdida ya la hemos encontrado.

 

        Y la niña que se agarra al cuello de la amiga que ha llegado y mientras salen de la casa la envuelve en un tierno abrazo y según ya van pisando la tierra del sendero que une el cerro y el llano, pega su cara a la de la hermana y las dos, sienten el corazón temblando y el calor de la sangre por las venas ardiendo de placer y al mismo tiempo quemando.

- Como en un juego y fundiendo tu cara contra mi cara en un beso de amor dulce en este pequeñito abrazo.

Expresa la niña y mientras las dos caminan unidas y entre sí sus cosas se van contando, la mente se le llena de luz y como si fuera un rumor de música que sin eco pasa rozando, cae en la cuenta y le dice:

- Así como este juego nuestro deber ser el dulzor blanco que Dios da en el alma cuando regala su beso blando.

 

        Y mientras la aprieta con ella en su juego y quedamente va pronunciando palabras dulces al oído, las dos  estrechan mano con mano y desde  la fantasía al juego y, del gozo al sueño, le dice muy por lo bajo:

- Como un hermano a otro hermano o como una madre al hijo, es el beso que ahora nos  damos.

Y la niña:

- Y ya verás a padre cuando venga que alegre sorpresa la damos.

 

        Y la hermana que no responde  y con ella sigue jugando y  el frío de la mañana del invierno que a las dos pasa acariciando y el sol que, como el de hoy, mágico llena el campo en este día de reyes y según me voy despertando mientras, sin darme cuenta, miro a la tierra y acaricio con mi mano la cruz de oro pequeña que en mi pecho está colgando, me digo, en mi tristeza y gozo, que lo de Dios y su amor de Padre bueno, sí es como un beso de hermano a hermano y como el calor que la niña sentía en su juego y rozando su cara perla con la cara de la hermana por la mañana temprano de aquel día de reyes ya lejano.

 

      LA NIÑA HERMANA  Y LA REBELIÓN DE LOS NIÑOS   Ir al índice

      EN LA MAÑANA NÍTIDA del otoño húmedo, desde la cueva que se enfrenta a la tierra que se muestra despojada de sus huertos y la cumbre en silencio y el rocío blanco y la niebla espesa, miro absorto y en mi mente siento y en la tierra veo, aquella tarde de aquel día que se fue borrando pero que fue bello porque estaban las ovejas, estaba padre, estaba la aldea, la “rosquera” redonda y la red de esparto y también la tierra manando su agua y el perro noble siguiendo los pasos del pastor cansado y estaba el campo lleno de grandeza y por entre la hierba, el bosque y la llanura, estaba ella.

 

        Y como estoy mirando desde la pequeña cueva, la siento y la veo que sale de la aldea y por la tierra llana que da a la parte alta, guiándolos a ellos, el grupo de amigos niños de la aldea, se acercan a la rosquera y la miran despacio y tocan con sus manos el monte seco que forma la puerta y miran y se asoman por dentro y al verla tan estrecha, la niña dice:

- Pues esta es la cama de padre en invierno para estar cerca del corral donde duermen las ovejas.

Y los niños dicen que esto más que un chozo pequeño, a lo que se parece es a un puñado de sueños que salen de un juego y ella contesta que eso es verdad pero que aquí duerme el pastor de las ovejas en las noches de escarcha y entre la nieve y el hielo.

 

        Y siguen subiendo como si hoy fueran a la cumbre más alta que tiene este cerro y al pasar por el manantial que es fuente de viento y que en cantidad inmensa, da vida al arroyo, la siento y la veo y al tenerla junto a mí, me dice sin miedo:

- Nos vamos de la aldea y no es que estemos huyendo, es que nos rebelamos contra los que vienen subiendo y nos atacan y nos rompen y nos quiebran y ya estamos cansados.

- Pero todos los niños y tú al frente con ellos ¿a dónde vais por estos montes y sin caminos y en este día de invierno?

- Vamos a la ladera que enfrente estás viendo que es la que mira al barranco y domina al valle y domina a la aldea y es como balcón y palacio, frente a la tierra buena del querido huerto.

- Y en la ladera ¿qué es lo que se esconde que sea mejor que esto?

 

        Y la niña me dice que ahí y entre el monte, ellos ya tienen una mansión con caminos limpios y flores de incienso donde siguen manando las fuentes y dan trigo las tierras  y frutas los cerezos y sólo hay presencia de Dios entre el puro viento.

- Y ahí nos haremos fuertes y cuando ellos vengan, no pasarán dentro porque, y ya te lo decimos, ese rodal de tierra en el centro de la ladera y nuestra alcázar de sueño, pertenece sólo a los niños que vivían en la aldea que ellos rompieron y que por eso ahora es tierra sagrada y más lo son los niños que ahí siguen con sus juegos. Así que esto es todo y seguimos por el camino y hasta pronto y un beso.

 

        Y en la mañana nítida de este frío otoño-invierno y ya con la Navidad temblando en la aurora y colgada del hielo, desde mi cueva pequeña miro en silencio y mientras cae la lluvia, ahí la sigo viendo y la siento tan grande y tan bella y tan cielo que todo el monte entero y la ladera y su manantial de viento, es como  esencia de ella que sin tener cuerpo, todo lo llena y todo se hace juego y padre, un poco más abajo, acurrucado en su rosquera que, como yo, la siente y se dice en silencio.

- Ahora mismo salgo y la toco con mis manos y con mis labios la beso y entre el rocío de la noche y la niebla del cielo, le doy un abrazo grande, porque es Navidad, y le digo que la quiero.               

 

                         (Nota: rosquera  =  chozo pequeño y portátil que se pone junto al aprisco

                                                          donde duerme el pastor por la noche, al cuidado del rebaño) 

 

        EN NAVIDAD, PARA LOS PASTORES     Ir al índice

        DE LA SIERRA DE SEGURA, MI BESO DE PAZ

        ESTOY AQUÍ,  entre lo que es tuyo y dejas en mis manos para que me sienta dueño y como me noto pobre y torpe y con tan poca inteligencia para coger y decidir que este frágil y bello lujo, sea así o sea, aquello, en el nuevo día, te saludo y te doy las gracias por tu amor sincero y reconozco que de nada soy dueño ni me pertenece y tiemblo por la confianza con que aquí me dejas y me lo dejas y, desde lo más sincero y limpio que en mí llevo, me atrevo a reconocerte y me atrevo, desde este rincón mío, tanto de Ti reflejo y con tanta abundancia de grandiosas obras, miro al frente, desde el dolor y el sentido que me hiere dentro y a lo lejos y, entre el cielo y la tierra y las nubes de lluvia y el rocío y el hielo, veo la línea que es como un metro de larga y contiene el infinito y en ese punto inmaterial, aunque no quiera, veo todo lo que cabe y late en este mundo y más, porque es como un espejo que refleja, no la fachada sino el fondo de lo que no es materia, sea bonito o feo, y el sueño mío y el juego de ella y lo que fue y hoy es recuerdo.

 

        Y entre otras muchas cosas, Dios mío, no quiero ver y veo, entre el viento que llaman viento, y lo es sólo si desde Ti mana y la tierra que no es suelo, temblando lo que también llaman Navidad y un poco más abajo y entre los pinos del cerro,  a mis amigos caminando detrás de su rebaño de ovejas y siguiendo la senda que le lleva a otras tierras porque son pastores y van de “verea” entre el barro, la lluvia y el hielo y sí que parecen que van al encuentro de la Navidad que se anuncia en tu Evangelio y en nada se parece ni sabe, a la otra Navidad y como voy con ellos, real y desde más allá del tiempo, ya veo como cae la tarde y sobre la tierra negra del cerro que es puro “penaero” y sangre y consuelo, se van parando las ovejas y a los tornajos se acerca el pastor y como el agua tanto se ha enfriado que se ha hecho hielo, coge una piedra y rompe el cristal y llama a las ovejas para que beban y no desfallezcan del todo y aguanten un poco más porque él y yo, sí que vemos lo larga y dura que todavía es la vereda hasta llegar al belén de la hierba fresca y el sol que calienta de lleno. 

 

        Y estoy mirando sin querer porque tanto ante mis ojos y dentro tengo que ni siquiera sé cómo escojo esto y dejo aquello pero escojo y me voy con el pastor que ya le cae la noche encima y de frío y  lluvia y  barro e hielo tan encallecido, dura y entumecida tiene su alma y su cuerpo que se pone y levanta su tienda bajo el pino seco y en el barranco y ahí mismo enciende el fuego y en la noche oscura y de estrellas blancas y azul el cielo, donde cae y quema  tanto el frío intenso, se acurruca en su saco y pegado a los borregos que, del camino y del frío, ya se mueren, quiere calentar el cuerpo y darle su vida a ellos y no puede porque, Dios mío, lo mismo que yo,  él está viendo que sobre la raya del infinito se amontona tanta lucha y tanto esfuerzo y tanta soledad por los caminos que se borran y tanto destierro frente a las luces de la ciudad y de los pueblos con sus belenes y sus coches, que no puede creer que sea cierto que en aquella Navidad y aquel belén, los primeros fueran los pastores y después de tantos siglos y tanta música y tanto tiempo, ellos sean todavía trozos de la Navidad y sigan siendo los últimos aunque allá, canten y digan, junto a los otros belenes de charol, que los pastores fueron los primeros. 

 

        Y estoy entre lo que es tuyo y dejas en mis manos para que bese y ame y sea su dueño hasta que vengas y al mirar, sin querer veo, a nuestra casa sin techo y ahí mismo, levantando un mural grande con letreros que anuncian muchas cosas y rutas y sobre las rocas del voladero que sujetaban la reguera que llevaba el agua a los huertos y donde pastaban, en la llanura, los borregos, a mucha gente que con sogas escalan y suben, dicen que hasta el cielo y algo más abajo, a muchos que están vendiendo la Navidad en trozos de colores y dan voces y gritan diciendo que esta es la vida bella con sus luces y sus gozos verdaderos.

 

        Y ahí, sobre el humilde rincón que nos ha quedado y un poco más abajo de donde el pastor se acurruca en la tienda y tiembla abrazado a la muerte de sus borregos, veo lo que no quiero y sí tanto quiero porque es madre abrazada a la niña  y ésta preguntando, en su juego:

- ¿Por qué dices tú que en aquella Navidad los pastores fueron los primeros?

Y madre que, desde su corazón inmenso, habla y dice:

- A pesar de todo, hija mía y este crudo frío que nos roe los huesos, el odio no sirve de nada ni la envidia ni el dinero sino que lo único importante y bello, es el perdón y sentir, en el alma, a Dios con la dulzura de un beso y que eso sea tan real que salga y fluya y, como nuestras fuentes y ríos, rebose llenando el suelo y tanta sea la abundancia de Dios, en ese tan dulce beso, que los que nos miren y nos rocen, se vayan llenos y vuelvan y encuentren amor y todo sea  como un juego que les consuela y empapa mucho más que todas las ciencias y todos los inventos porque lo nuestro es un dulzor distinto que mana de otro muy dulce beso.

 

        Y la niña que responde y pregunta:

- Entonces madre, en este reflejo de Dios y amor en sus almas y este beso ¿es donde los pastores fueron los primeros?

 

        Y EL NIÑO, TROZOS DE HIELO   Ir al índice 

       DESDE EL RINCÓN que me arropa en el frío momento del día que asoma,  miro distraído al hueco de la ventana por donde me llega la luz de la mañana que nace y al frente, y por entre la niebla que llena el barranco, sigo viendo el mismo beso de sol que en verano calentaba la pared que es espejo y meciéndose al viento que imperceptible pasa, la misma sábana verde del bosque inmenso y hasta siento y me digo que todo es lo mismo menos la mañana y el rocío que ya es de otoño final y con la Navidad en su cuna y luego, el mismo momento y el río lleno y el perfume del aire más detenido porque el hielo y la nieve visten, al barranco y las cumbres, con un traje nuevo aunque por dentro y, el rincón que me contiene y mi sueño y espera, parezcan el mismo y en su silencio.

 

        Y mientras siento que me abro a la mañana porque la considero hermana en mi pecho, ya me corre por el alma y me llena con su esencia, el recuerdo hermoso que late con la fuerza de aquella tarde de juego en el barranco de las adelfas y del arroyo pequeño con sus charcos remansados y las blancas piedras que la losa ha formado y que al besarlas, el sol, relucen como trocitos de espejos.

 

   Y ya me veo subiendo desde el valle siguiendo la senda que se esconde por el lado derecho y remonta el cerrete y vuelca y vuelco y al frente tengo el algarrobo que siempre mudo se mueve y a su sombra y, por la hierba que a su sombra crece, los momentos celestes de nuestros juegos y la soledad contenida y la sonrisa de la hermana siempre como ajena pero llenando la redondez de la tierra y en su juego.

 

        Y me acerco sin quererlo y algo despacio y al remontar el cerro, me ciegan los reflejos de las piedras y los tejos de la dulce casa que se rompe donde crecen los romeros y ya tiene las zarzas crecidas y las maderas carcomidas y por todos sitios agujeros pero que todavía y, a lo largo de los días, nos sirve para refugio y organizar nuestros juegos y por eso a sus ruinas acudo y en cuanto llego, toco en la puerta que no existe pero sí para ella y sus sueños y lo que espero es lo que se me presenta y, además, con qué belleza y qué temblor de primavera y qué amanecer de invierno.

- Pasa y verás como lo que anoche dijimos, aquí entre las piedras lo tengo.

 

        Y paso pisando las ruinas que fueran casa grandiosa sobre el grandioso cerro y miro y lo que anuncia veo: un puñado de musgo amontonado, cuatro piñas secas  que según ella son muñecos que representan a los pastores y al belén y a las ovejas y al pesebre y a los borregos y a María y a San José y al Niño que es un trozo de hielo, repleto de belleza pero extraño y por eso me sorprendo y al preguntarle, habla diciendo:

- El niño y en esta Navidad, tiene que ser blanco como la nieve y al mismo tiempo, tierno y que al tocarlo se derrita y se funda para que nunca sea ni tierra ni cielo sino agua que todos beben y al suelo empapa y da la vida y sin tener un color concreto ni pertenecer a nadie, a todo y todos llena por dentro.  

 

        Y quiero decirle que un niño de hielo cuánto frío no tendrá y entre estas ruinas y tan lejos y también quiero decirle que los pastores, los de verdad y carne y hueso,  están llenando la sierra y con padre y las ovejas que van por el arroyuelo y con madre trajinando en la tinada y frente al calor del fuego donde se cuecen los garbanzos que caben en el puchero y entre el olor de las morcillas de sangre y el rumor del río que roza el huerto pero no le digo nada para no romper la belleza de su sueño.

 

        Y desde el rincón que me arropa en esta mañana de invierno y de frío que me besa y la imagen de aquel y otros recuerdos y mientras sigo en esta espera paciente y con el sabor de aquel beso esponjándome el alma y dándome fuerzas en el sendero, cuando ahora llega la Navidad, hay que ver que dulce me empapa el sabor de aquel recuerdo y la niña hermana pequeña entre las ruinas de la casa y su juego.

 

        LA RUBRICA DE DIOS      Ir al índice                                

       EN EL RELLANO del domingo primero del año, estoy con mi sueño en el alma y me despierto con ganas de beberme el viento y de dejar que, todo por dentro, sea la pura esencia que Tú pones y estoy en mi recuerdo o meditando esto y aquello, rozando o clavado en mi vida, cuando caigo en la cuenta de la importancia que tenían las palabras que aquel día nos dio ella, en forma de beso.

 

        Era como el de hoy, un día bello y también por la mañana y como la hermana que había vuelto, se ponía en camino porque regresaba a la ciudad grande donde ahora tiene su empeño, la niña hermana pequeña y el hermano, nos fuimos con ella  dándole compañía para despedirla y como la niña no vivía sin su juego,  en cuanto pasaron diez minutos y un corto trecho junto a la hermana que se iba,  me cogió la mano diciendo:

- Por aquí sube la vereda.

Y la miro:

- ¿Por qué anuncias esto?

- Como no podemos ir en su compañía hasta donde el corazón está pidiendo, la despedimos con un abrazo y subimos por el sendero.

Y la despedimos en la mañana de niebla del frío invierno y nos ponemos y remontamos por la vereda estrecha que lleva al corazón de la sierra y a las mismas cumbres del viento y al cruzar las rocas húmedas del estrecho, no cabemos y como ellas va en su juego, tira delante y alza la mano diciendo:

- Son los estorbos normales de la tierra pero si otros han pasado, nosotros también podemos y, recuerda que a la hermana que ya se va por el valle, desde la piedra grande, tenemos que darle el  adiós  y el beso.

 

        Y entonces me entusiasmo y subimos y ya en lo alto del peñasco, miramos y vemos a lo lejos caminando la que se marcha y al decirle adiós y darle el beso, el alma se nos llena de pena y como enseguida ella se pierde por el barranco del centro, aunque más arriba sentimos a padre con las ovejas en las praderas de la hierba del invierno, en la casa nos espera madre y por eso volvemos y ya venimos andando por el llano primero que es donde pastan las vacas y al verlas, también sentimos el miedo y por esto las rodeamos y no hemos avanzado cien metros cuando ya estamos en la torrentera que mira al río y es de tierra roja con yeso y al pisarla sentimos como cruje y entonces salimos corriendo.

 

        Y la hermana dulce y yo, en la mañana callada que es luz  tirando a viento, nos parapetamos en la roca que hay enfrente y asombrados oímos y vemos como la torrentera de nuevo se queja y de un solo golpe, se quiebra y cae al río y se hace cieno y por detrás de la brecha abierta, asoma la llanura grande y sobre el repecho, la otra casa del hermano y al lado, los huertos y ella que me dice, en su juego:

- Se ha caído como si fuera por eso.

Y  pregunto:

- ¿Por qué se ha caído?

Y ella:

- Te lo digo luego.

 

        Y seguimos cruzando la tierra en la mañana fría del invierno regresando a la casa y al llegar, a madre y al abuelo, le comentamos la mitad de lo que hemos visto y lo que estamos sintiendo y madre nos mira y responde, con el dulzor de su acento:

- A pesar de todo, lo esencial, está con nosotros y aunque es amarga la lucha y lo que se está cayendo, lo positivo y rotundo, nada ni nadie  podrá nunca  romperlo y por eso lo que importa es que dentro estén la alegría y la luz y el símbolo y lo bello.

Y la niña:

- Entonces madre, la tristeza de esta despedida y la rotura de la torrentera ¿nos acerca o nos aleja al cielo?

 

        Y por esto y en esta mañana fría de invierno, a pesar de la desnudez y en el rincón, tanto muerto, me remito a las palabras de madre y ya estoy contento porque el gozo de lo esencial y, no la envidia ni el odio, en mi corazón lo siento y ahora caigo en la cuenta que ella quería decir que: “Romperán el cuerpo y la materia pero el núcleo,  que es la luz y la alegría con la rúbrica del Dios bueno, ¿quién o qué lo romperá si nosotros no queremos?”. 

        

        ¿PURIFICAR LA TIERRA?   Ir al índice

       AYER POR LA TARDE se fue quedando el cielo limpio de nubes y a  media noche brillaban las estrellas y como es invierno y las horas son largas esta mañana, ya trozo del día veinticuatro que es la Navidad esperada, amanece el campo lleno de rocío o más bien de escarcha y aunque hay niebla por los barrancos, es sólo un retazo de las espesas nubes blancas que se han marchado y el cielo, en cuanto termine de salir el sol, en el día que llega, será como un juego de azules sobre las montañas y los charcos del río y el rocío transparente que en la hierba se engancha.

 

        Y como estoy ya despierto y medito en mi alma centrado en aquel día que era el mismo de hoy y ellos estaban, recuerdo y veo a la niña hermana con las primeras luces salir de la casa e irse por la llanura también tapizada de hierba y, sus hojas, blancas del rocío de la noche que era casi parecido a la nieve o a la fina escarcha.

- ¿A dónde vas tú hoy tan pronto guiando a tus cabras?

Le pregunta el hermano pequeño que ya ayuda a padre en las ovejas de la fina lana.

- Aunque hoy sea Navidad también tengo mi tarea temprana.

Me contesta la niña hermana que ya se va por la mañana tiritando sus carnes de frío y pisando, en su juego pequeño, la tierra helada que se muestra toda vestida como en traje de perlas menuditas que al brillar, son plata.

 

        - Y  tú te vas a venir conmigo porque en cuanto a la pradera lleguen las cabras, me tengo que poner mano a la tarea que sobre la hierba me espera agachada.

Me sigue diciendo la niña y le pregunto que:

- ¿Cuál es esa tarea, si se puede saber, tan de repente y con el alba?

- Vente conmigo y me echas una mano y ya verás qué gozo para el alma.

 

        Y como está llegando el día y padre en la tinada tiene mucha faena, le digo que siga con sus cabras y que me espere, que dentro de un rato estoy con ella y le echo una mano y le doy compañía y nos ponemos y terminamos las tareas y vemos en lo que queda el sueño de esta mañana.

 

        Y en cuanto ya el sol sale por la cumbre y reluce blanco y llena de luz los campos y la tierra entera del rincón del valle que nos mira muda como otro día cualquiera, cojo la vereda y subo a donde la niña me espera y al llegar veo que su primera tarea la tiene concentrada en el tronco del pino viejo que rompió la tormenta y luego derribó el viento y durante mucho tiempo, rodó en solitario y sin vida, por la ladera.

- Y aquí y ahora ¿qué quieres construir en la vieja madera?

Le pregunto sorprendido ya a su lado y dispuesto a echarle una mano en su  faena y ella que me mira y toda vestida de mañana que aunque tiene rocío y nieve, parece primavera y me dice solemne, como si lo suyo fuera lo más grande y bello  que nunca se hizo en la tierra:

 

        - Lo primero y, en este tronco viejo de madera vieja, es arrancar las conchas de su corteza y por este lado que tiene menos tierra, abrimos un agujero y seguimos perforando y en la parte más gruesa que es el corazón de la peana que ya está vieja,  sacamos las teas para llevárselas a madre y que alumbren esta noche en la casa y luego y en ese agujero, tallamos una cueva grande y ancha y redonda y bella y cuando ya esté limpia y quede perfecta, ahí ponemos el belén con el portal y la Virgen María y San José y las ovejas y así y de este modo, como hoy hace tanto frío en la tierra, ellos recogidos en la cavidad de la peana vieja, se sentirán calentitos y entre olor de madera que mana del tronco viejo que aquel día rompió la tormenta y como la cueva mira al valle y junto a la era está la casa y en ella madre y el abuelo y la abuela y la hermana que ha vuelto y el hermano nuevo y padre y las ovejas y los otros hermanos que llenan la aldea, fíjate qué bien que el portal y San José y el Niño  pequeñuelo y recogido en la cuna de esta ladera, como si fuera una estrella o una ventana o una puerta que se remonta y se abre desde el silencio de este monte y esta mañana de sol de primavera y de perfume condensado porque es Noche Buena, con sus miradas y su presencia y desde aquí, nos abraza y bendice la tierra.

 

        Y miro en silencio y al ver el cuadro de la vida concreta de los pastores, que por el rincón del valle, tienen ovejas con borregos de carne y corrales de piedra  y van y vienen manchados de barro y con su hambre y con su frío y con su miseria y el color del sol arrugado en la cara y por las calles de la sencilla aldea, la escarcha por donde también van y vienen el molinero y la molinera con su costal de trigo que al molino lleva y el gañan con sus bueyes, arando la tierra y la fuente corriendo y madre lavando siempre en su silencio y siempre en su espera y los aceituneros con sus caras negras y los árboles por el monte y el musgo en las piedras y los arroyos corriendo y el azul del cielo y, de las lumbres, el humo saliendo por las chimeneas y la llanura verde y los huertos en silencio esperando la siembra y la lucha callada de tantos hermanos míos arrancando a la tierra la semilla dorada o el trozo de hierba que cocinarán en las ascuas y en la olla negra y masticarán despacio porque necesitan fuerzas para seguir en la lucha entre el frío intenso del invierno que llega y  coronando el cuadro, millones de estrellas titilando en el firmamento azul de noches eternas, miro a la niña y desde lo hondo del alma quisiera decirle que el portal de Belén y el nacimiento del Niño y la Navidad verdadera y, vivos todos sus personajes con frío y besando la tierra, la tenemos presente ante nuestros ojos y con toda  crudeza pero como ella es pequeña y es tan reina y tan hermoso el juego que juega, no le digo nada para no romper la magia de la mañana que llega.

 

        Y  todavía llena de sueño y mojada de rocío que tiembla en la hierba,  le pido que ahora me aclare la otra tarea.

- Es aún más sencilla pero mucho más bella porque en cuanto terminemos de tallar la cueva, yo sola y tú me miras, me voy a ir por la hierba que cubre la a llanura y desde la aldea hasta lo hondo del valle y mientras el sol de la mañana me acaricia y me besa, con mis pies pequeños, voy a  pisar hierba por hierba para que se quede limpia del rocío que esta noche se ha abrazado a ella.

- Y esa tarea tan grande que tú llamas bella ¿para qué la quieres o para qué sirve bajo el sol o en la tierra?

- Es que tú no lo sabes pero si con mis pies trillo la hierba y la limpio de su rocío blanco que brilla y tiembla y si una encima de otra, dejo mis huellas, desde este momento y hoy que es Noche Buena, la tierra queda santa y libre de presencia de los que quieren machacarla y limpia como el viento de sus malos pensamientos y de sus pasos y huellas.

 

        Y miro a la niña y en la mañana fresca de la Navidad de verdad y de sol reluciente desparramado por la sierra, también miro en silencio a la humilde aldea y se me llena el corazón de amor y de tristeza y de sueños dulces y de un beso que me quema y para mí y mudamente me digo: Ella, Dios mío, y contigo y su juego ¿va a purificar la tierra?      

 

        ESTOY CONTIGO Y TE QUIERO     Ir al índice

        MIRO A LA CUMBRE y por entre la bruma que revolotea y los rayos fuego del sol que está saliendo, veo el humo blanco de las candelas del monte que ahora por ahí están quemando, los que en estos días limpian el bosque, porque como ya no hay ni ovejas ni cabras ni vacas, las ramas de las carrascas y los lentiscos y romeros, crecen a sus anchas y esto dicen que es malo para los incendios y por eso, en estos días de invierno, se ponen y limpian el monte, que es como lo llaman, para que no arda en caso de incendio y lo rozan tanto que hasta las encinas viejas y los madroñales espesos y los robles centenarios y también las zarzas y las madreselvas, se las llevan por delante y dejan los bosque tan pelados que ni los jabalíes ni los zorzales pueden ya vivir en ellos pero dicen que esto es bueno.

 

        Y como con la tierra estoy fundido, más allá del espacio tiempo, como único señor y dueño, donde los veo limpiar el monte, todavía compruebo y palpo la casa dulce de la hermana pobre que se quedó en soledad cuando la muchacha hizo sus maletas y se fue al mundo de la ciudad y los sueños  y veo las paredes derrumbadas y las piedras rodando y la humilde senda que llevaba de una cañada a otra, todavía y en cuanto me descuido, la ando y mientras voy caminando por la tierra del silencio, me acuerdo cuando aquella mañana iba contigo de la mano y de vez en cuando, me dabas tu beso y me hacías sentir la dulzura de lo excelso y bello y cuando me asomabas al barranco y me mostrabas  no se qué rotundo misterio y mientras dejabas que mi alma se empapara del gozo bueno, me decías quedamente:

- Estoy contigo y te quiero.

Y por entre las peñas y la luz de los remansos, se oía repetir el eco:

- Te estoy gritando: te quiero, quiero, quiero...

 

        Y ahora desde esta cumbre y el sol reluciente de esta mañana de invierno, me siento nadando en lo intangible y como vivo mitad materia y mitad sueño, por ese gran misterio que para mí creaste y que baja desde la alta cumbre por el centro y en forma de tobogán o de pozo o de escalera sin ser nada concreto porque es irreal y por eso no se parece a ningún invento de los construidos por los hombres en esta mundo, me vengo jugando a las tierras del llano que es donde tengo el filón de mis querencias y según me voy acercando, pastando en la dulce hierba, veo a las ovejas de aquellos tiempos y por entre ellas, a padre con los primeros borrego y al acercarme le pregunto:

- Pastor de las praderas de la hierba verde y  soledad con traje de invierno ¿sabes tú cuántas veces tienen al año tus ovejas, blancos corderos?

Y él:

- Ahora mismo están naciendo  los que se vende en Semana Santa y la otra vez que parieron, fue al comenzar el otoño que son los que se han vendido  para Navidad y año nuevo y, si se puede saber, ¿por qué me preguntas esto?

 

        Y no respondo a su pregunta porque me vengo en busca de la madre que junto al abuelo se recoge en la casa y al acercarme y ver la gallina seguida de sus polluelos, le pregunto:

- Madre de los cien sueños que llevas en el corazón el amor más bello ¿sabes tú cuántas veces al año dan tus gallinas huevos?

Y ella:

- En el montón de paja que hay junto al fuego, ahora mismo una está echada, ¿no las ves poniendo?

Y al mirar si que la veo y también la mano de la madre acariciando y diciendo:

- Estas gallinas mías son tan buenas que están todo el año poniendo y fíjate qué mansas ellas

que las toco y las llevo y ni se asustan pero ¿se puede saber por qué me preguntas esto?

 

        Y tampoco respondo a su pregunta porque voy en mi tarea de ir por el sendero que ahora sale desde la casa y sube por el río y mientras  piso la tierra, hoy toda barro y toda hielo, me rozo con las lumbres de los cinco aceituneros y al descubrirlos tan llenos de tierra y tan cansados y atascados por el suelo, me digo que también les tengo que preguntar una espuerta de secretos de esas rotundas verdades que tanto ignoro y con mis ojos estoy viendo y en mi alma tengo clavadas y no comprendo pero no le pregunto nada porque algo me dice que no es ahora el momento y entonces miro al suelo y por la senda que recorro, en el barro cieno, veo las huellas de la niña hermana y como voy en mi sueño que es más vida real que la verdadera vida que dicen tengo, me doy prisa y al llegar a la curva de las zarzas espesas y el recio fresno, la veo junto a la corriente agachada y descubro que está mirando al pato malva que sin miedo, río abajo viene nadando y al llegar a su altura, ella que se dobla un poco más hacia el centro y con la ternura de la mañana y su siempre eterno juego, lo coge en sus manos y lo alza y al verlo tan suave y bello, se vuelve y me dice, sonriendo:

- ¿Vienes a preguntarme que cómo sé juega este juego en esta mañana fría de claro invierno y en este río grande que es la sierra entera transformada en puro espejo?

Y el hermano:

- Iba sólo de paso pero al verte en tu misterio, aquí me paro y si quieres decirme qué es lo que yo hago en esta mañana de frío intenso y si a la vez me aclaras cómo consigues tu juego, seguro que me sentiré bien, porque hoy ¡tantas dudas tengo!

Y la niña:

- Pues ya lo sabes: es simplemente el río que baja repleto y el sol de la mañana que llega y le da su beso y la plenitud de la sierra dando gloria ¿sabes a quién?

 

        Y le digo que sí creo saberlo y también le digo que hoy no voy a seguir caminando porque si miro al frente ¿quién me aclara lo que en la ladera veo? Y si miro al lado de la llanura, que es por donde el corazón está latiendo, ¿quién me descifra el cuadro que ante mis ojos tengo? Y por esto sigo mirando a la cumbre iluminada por el sol dorado de este día nuevo y  por donde,  entre la bruma se mezcla el humo de las lumbres de los que ahora limpian el monte y  queman robles y romeros, también veo la senda por donde aquella mañana se iba ella con sus maletas y sueños y hasta oigo resonar en el aire, de sus palabras, el eco:

- Nada temas, estoy contigo y te quiero.

 

        UN DÍA DE AGOSTO CUALQUIERA    Ir al índice

      SI A LA SIETE Y DIEZ de la mañana de un día de agosto cualquiera, suena la voz del cárabo sembrando el miedo por el bosque y rompiendo el sueño de los vivientes, desde este instante para delante ¿qué hay?  En mi mente, y durante diez minutos más, somnolencia que con paso de tortuga y vestida de niebla blanca, se alza por los barrancos y luego tu luz divina que como una flor engalanada de rocío, se va abriendo a la mañana para recibir al nuevo día sobre la canción del arroyo, el viento fresco que sube y mueve las fibras del bosque,  el temblor del brillo que las estrellas van dejando por el cielo mientras se retiran,  el canto de los últimos grillos que también se van y la luz de la lumbre que se apaga,  abriéndose desde la lejanía de la sierra y llenando de claridad las laderas y arroyos que se ven desde mi rincón.

 

  Pero justo a la siete y diez de la mañana, que es cuando me despierto en Ti y te saludo y te doy las gracias y te siento dispuesto y ya bien metido en faena y también comienzo a sentir los ruidos que llenan las ciudades y las palabras de tantos y los camiones recorriendo el asfalto y los que todavía duermen y me ignoran porque su mundo es otro mundo y los que se van a su trabajo y sueñan y sufren y a ocultas, lloran otra vez y son felices a medias por lo que Tú sabes y ellos aguantan y los niños, mientras, tanto acurrucados en su aliento y la mañana y el nuevo día, cuando justo a la siete y diez, te beso y te doy las gracias por este nuevo detalle y mientras todavía sigo durmiendo pero ya con ganas de levantarme y también de seguir en mi sueño, me encuentro por la llanura del valle y a los voy siguiendo.

 

        Avanzan con el burro y su carga de leña seca y van dirección a los cortijos de los arroyos primeros y la niña que sale de la casa y alza sus manos y grita y corre y cuando los alcanza, los besa y mientras así está durmiendo en su cara, casi llorando, le dice a la madre que quiere irse con ellos.

- Pero si te vas a cansar porque hoy vamos lejos.

Y entonces mira al padre y al hermano que soy yo y sigue queriendo y hace carantoñas y de nuevo se abraza y besa hasta que el padre habla y dice:

- Pues se le hace un sitio sobre la leña que lleva el burro y ahí se le sienta y que ella sea la reina que nos acompaña y nosotros vamos delante caminando y así le damos y nos damos compañía y nos consuela y nos llena de gozo el alma y de dulzura la tierra que pisamos y de primavera el aire que nos viene de frente y de sonrisa y de ensueño y de todo lo que sea necesario porque para eso es la pequeña y es el ángel y la pura presencia del cielo y que ya no llore más que está todo arreglado y todos estamos con ella.

 

  Y pronto la niña está sentada en su trono de princesa mientras el burro sigue trotando con su carga de leña seca y la madre con el padre y el hermano que soy yo, caminamos delante orgulloso el corazón y de amor el alma llena y la tierra silenciosa y las encinas viejas  y la luz de la mañana y por entre la hierba tierna del valle, ya pastando las ovejas y allí sobre la cumbre y el barranco que vierte al sol de la tarde, la tinada vieja de monte y de piedras recogidas en la ladera y la tarde noche que cae y yo que me acerco y al abrir la puerta le digo al padre:

- Venga, que entren las ovejas para que aquí se queden encerradas y nosotros nos vamos a la casa y nos sentamos junto a la candela para charla un rato y luego a dormir mientras aquí también duermen ellas.

   Pero el padre que es sabio y, además, tiene grande el corazón y aunque no sabe ni leer ni escribir, sí le rebosa el amor por  sus animales, se retira de la tinada y por las praderas que bajan de la loma y tienen llanuras y grandes pinos y, además, muchos arroyuelos con aguas claras y muchas fuentes y mucha hierba, se va con su rebaño y mientras brillan las estrellas y con su reflejo acuestas, yo lo veo caminando alegre y llama y acaricia y recoge a los corderos que todavía no tienen fuerzas y apacienta a las ovejas y yo que aún ando por la tinada con la puerta abierta esperando que los animales vengan y entren y se acuesten y nos dejen tranquilos porque es de noche y hay que descansar y mañana ya será otro día en el que tiempo habrá de seguir con la tarea, no dejo de mirar al padre extrañado, desorientado y perdido en mi inútil espera porque él no viene y allá a lo lejos se le ve como dispuesto a no venir mientras las ovejas no quieran.

 

        Y entonces  ¿qué hago?  Me digo mientras me retiro de la tinada y me subo por el monte donde están las peonías abiertas. ¿Lo espero a ver si a media noche vuelve o me voy por la cumbre y mientras la luna brilla me pongo a buscar espárragos y después me voy a su vera? Porque también puedo irme para la derecha y por donde se alza el collado de las encinas, buscar la senda y en silencio, bajarme por ella y sentarme en la casa junto a la candela y si luego me entra sueño, me acuesto y mañana ya veremos cuando lo vea y también puedo irme desde esta loma derecho a la llanura y en lugar de por la senda, cortar recto por los tajos de las piedras y así llego antes y aunque por aquí haya más monte y tenga más problemas, esta noche, este momento, tengo que resolverlo como sea.

 

          Porque este padre mío hay que ver lo que quiere a sus ovejas que ni en las noches cerradas y largas, las dejas solas no sea que se pierdan. Mañana le tengo que preguntar para que me explique y me diga por qué por la noche a su rebaño no lo encierra porque a mí me intriga y como no lo comprendo, me digo que la noche es para dormir y luego ya habrá día para trabajar y recorrer los caminos y recorrer la tierra.

 

        Y ahora, mientras vamos caminando delante del burro llevando sobre su lomo  la leña y encima, a la princesa, nos acercamos al  arroyo pequeño que está cerrado y  arropado por el bosque y que durante años ha sido para nosotros el refugio y el  rincón donde respirar el gozo y estar, simplemente, junto al agua, y en el remanso donde se ensancha y hay una llanura de arena, vemos el charco alargado, de tres metros por uno de profundidad y dos  de ancho, que aquel día construimos, sólo para ver el agua ahí estancada y  gozar su transparencia y perdernos por entre sus  olas y estar cerca del rumor del río y tener un palacio donde soñar y nadar y coger piedras, algo nos dice hoy que de este charco para delante no pasemos y casi estamos a punto de no seguir pero seguimos bajando y entonces llegamos al río y ahí están las casas con sus cristales y antenas y cientos de ellos que van orilla arriba y hasta donde la vista llega y entonces pregunta la princesa:

- ¿Qué es esto?.

Y el padre le responde:

- Cada cual escoge su espacio con el deseo de vivir entre los bosques y  del río, cerca.

- Pero son tantos que no caben.

- Les da igual porque  aunque buscan aire limpio, bosques verdes y una corriente transparente, fíjate en lo que ya es  la rivera.

Cauce arriba y cauce abajo, a un lado y otro, han construido aceras y pegado a ellas se ven cientos de comercios donde venden de todo y van y vienen comprando cosas que luego miran con cierto regusto de alegría nueva.

- ¿Y hasta dónde seguirá creciendo?

Pregunta otra vez la niña.

- Quizá ya nunca sean capaces de frenarlo.

- Pero es  que acabarán con el río de las aguas limpias,  sus plantas, sus bosques y las playas de arena.

- Ellos lo saben pero siguen adelante

- ¿Y qué esperan?

 

        Si a la siete y diez de la mañana de un día de agosto cualquiera, suena la voz  del cárabo rompiendo la tranquilidad del bosque, desde este instante para delante, dime ¿qué hay sobre la tierra?... Y yo que sigo durmiendo todavía un poco más a la espera, con el sabor del alma agriada y por eso de nuevo me abrazo a Ti y te digo ¡Dios mío si no estuvieras!

 

        Y DESPUÉS REMANSO   Ir al índice

       VOY SUBIENDO por donde la nava se estrecha y se hace canal y se asoma a la caída y ya se desploma para el barranco y vierte ladera adelante en busca de las tierras del valle y del río, cuando entre otros mil matices y detalles, miro al frente  y tengo la grandiosidad y la primavera derramada y la extensa llanura ancha en el fabuloso mundo verde y la tierra húmeda y las rocas que me escoltan silenciosas, llenas de majestad y  los pinos y las nueve encinas y estoy viendo como el sol, que empieza a levantarse por la parte alta, cae sobre el campo en rayos de oro que prenden fuego al verde de la pradera y al color ceniza de las rocas, cuando de nuevo me sorprendo.

 

        Las nubes que llenan el cielo y también tienen bordes dorados y flecos blancos y núcleos negros y son alargadas y en forma de mil borregos que retozan amontonados y pintan de nieve el azul, y por la parte final de la nava, los tres cerros  coronando con sus figuras iguales y las rocas por la ladera y los rodales de nieve que por la solana se derrite y salen luego en pequeñas fuentes y en varios arroyuelos y  otros manantiales que surgen a la luz del día, por la cueva de los tornajos grandes donde estoy viendo a las ovejas que terminan de beber y se van por la nava arriba cubriendo toda la tierra y mordiendo la hierba fina que acaba de nacer y por eso todavía tiene rocío y algunos tallos, flores y primaveras y violetas y peonías y mariposas y pajarillos que cantan, cuando, según voy subiendo y viendo, caigo en la cuenta  que todo esto, otra vez Tú, me lo regalas sin que ni siquiera yo te lo halla pedido y hay qué ver cuánta abundancia y con qué traje lo engalanas y exclusivamente para mí y desde esta soledad y este silencio y esta inmensidad temprana.

 

        Y voy subiendo ya por la tierra de la nava, repleto, colmado y lleno y al frente, además de los pastores que bañados de rayos de sol que parecen fuego, bajan colina adelante y charlan mientras buscan el centro de la nava, estoy viendo los tres cerros que son iguales remontados sobre la cumbre y en el lejano cielo y al fondo y como asomando hacia la nava, las espesas nubes negras que se amontonan y  los relámpagos que brillan y los truenos que explotan y al rodar de una nube a otra,  parece como si lo hicieran por las entrañas de la tierra y de un cerro a otro y al chocar, suena  como si se abriera la montaña y hasta miro asustado porque espero que de un momento a otro se raje y se hundan las rocas o salten en mil pedazos por los aires y también la hermosa llanura, con los pastores y las ovejas y los bosques y yo con ellos y mientras sigo avanzando y te voy dando  gracias por el espectáculo de luz, sombras y figuras grandiosas con que hoy otra vez me regalas, asustado y más que asustado, me digo que la tormenta viene a mí encuentro, desde los tres cerros de la cumbre y hacia la nava que cubrirá dentro de un rato y luego toda la gran ladera que desciende hacia el río y  el valle.

 

        Y como estoy solo, a pesar de los pastores que cuidan a sus ovejas, me digo que tengo que buscar un refugio y si es posible, no por las cumbres donde sé que caen los rayos a puñados y aunque me refugie en el pino viejo o en la cueva grande, pueden alcanzarme, sino por las partes bajas, como a media ladera o mejor si es en lo hondo del barranco y entonces corro y me digo que es peligroso pero también me digo que la tormenta todavía está llegando y por eso tengo tiempo antes de que se me plante encima y comience la lluvia recia y  en serio, a caer los rayos y el viento y los granizos y hasta puede que nieve y truene y caigan chuzos de punta, porque según estoy viendo, no es una nube cualquiera.

 

        Y al remontar el collado de la tierra negra y la hierba fina, veo el pino achaparrado y grande y espeso y que está doblado en la dirección que sopla el viento que sube desde el barranco que me queda a la derecha y me digo que aquí me refugio si no tengo tiempo de seguir y encontrar otro amparo mejor pero enseguida caído en la cuenta que el pino es  un sombrajo donde no estoy protegido ni de la lluvia ni del viento ni de los rayos porque “quien se mete bajo hoja, dos veces se moja” y, además, un pino sobre estas cumbres es todo un pararrayos, que eso lo sé yo bien y como todavía la tormenta no ha llegado, sigo corriendo y por el lado del barranco de mi derecha, encuentro la senda chica de las ovejas y saltando por el mismo borde del voladero me vuelco al otro lado y ahora sí que me queda al frente total, la espesa nube negra del viento recio, los relámpagos y los truenos y ya,  la lluvia que me está empapando y mientras te sigo dando las gracias por el espectáculo y ellos y la montaña y esta carrera, me tropiezo con la senda verdadera que sube desde el barranco a la nava y justo en la curva, me encuentro con ellos que también bajan corriendo y medio arropados con hules y al verme con el problema que llevo, me dicen:

- Ponte aquí debajo y vente con nosotros al cortijo.

Y alzando sus capotes, me arropan y me dan ánimo.

- Pues con vosotros me voy pero nos empapamos. 

 

        Y a tres curvas, ladera abajo, aparece el cortijo y lo primero, el cobertizo de las ovejas y en el rincón y pegado a la pared, el fuego ardiendo y ahí mismo, los niños mirando y metiéndonos bulla para que corramos porque ya la tormenta ha llenado toda la cumbre y la ladera hasta el río y el valle y sopla el viento y sigue tronando  tan fuerte que me creo que no llegamos porque antes las rocas de las cumbres nos sepultan y nos parte un rayo contra las piedras del camino que ya es todo un lago de aguas  turbias que caen a chorros desde lo alto y los niños desde el chambado:

- ¡Aprisa que ya estáis llegando!

 

        Y las gotas gordas de agua fría que se nos quiebran en la cara y en los ojos y en los brazos y en la cabeza y casi no vemos ni el camino pero al fin llegamos y ellos que nos cogen con gozo y echan leña al fuego y ya se alegran otra vez y se vienen a nuestro lado y nos besan y como la hermana pequeña está entre ellos, hoy no jugando sino aprendiendo la dureza y la belleza de las nubes y las tormentas y los truenos por los barrancos, que se viene junto a mí y que me dice:

- Esto es tremendo, porque fíjate qué lagos y qué cascadas y ciegan los chispazos y ensordecen los  truenos y se doblan los álamos de la fuente en la ladera pero aquí estamos nosotros dos y todos juntos y las ovejas ¿dónde se han quedado?

Y el padre que más la quiere, le dice que ellas se han refugiado en la cueva grande de las cumbres de los tornajos y que no se preocupe que están a salvo.

 

        Y el fuego que arde en el  rincón y yo que sigo mirando y otra vez más, Dios mío, que me asombro y te digo y te repito que cuánta es tu grandeza y tu poder y tu majestad de rey y tu belleza y tu amor sincero que para mí, sólo para mí, de nuevo hoy has desplegado el más grandioso y profundo y hermoso y tremendo de los espectáculos y, los humildes y fuente de toda la ciencia, aquí conmigo y la nava sobre la cumbre y la hermana, reina del alma y de los sueños, también a  mi lado

  y Tú, qué bello, ahora tormenta y luego,  

                                                         cascada y después,

                                                                                 en el río, remanso.

 

        DESDE LA SIERRA DE SEGURA,

        CON LOS PASTORES HERMANOS      Ir al índice

        ESTÁBAMOS NOSOTROS ayer, el pastor del dedo herido y el muchacho joven, la madre y otros vecinos, parados delante de las casas y con la mañana fría que se alzaba y el viento quieto, estábamos hablando de como por la noche se había muerto el pequeño chivo de cola blanca y lomo negro, y a la pregunta del hermano, la madre dijo:

- Es que algunos nacen enclenques y como ahora hace tanto frío y las noches son tan largas, pues se encogen y aunque las madres les dan sus calostros, no tienen fuerzas y se apagan. 

 

        Y estábamos comentando como la muchacha joven, otra de las hermanas que con su familia, es dueña de la aldea, ya está de dos meses embarazada y ella estaba diciendo que cuando nazca su hijo va a ser como una fiesta grande porque entre la familia, de una casa y la otra casa, no hay todavía ningún niño y por eso se le veía, a la pastora princesa amada, tan llena de gozo y guapa y tan plenamente feliz y de todos los vecinos rodeada, cuando a la pregunta del muchacho, responde ella, toda ancha:

- Nacerá mi hijo para el mes de junio y si preguntáis que si tengo ganas ¡ya veréis vosotros, siendo el primero y fruto de tan dulce beso en mi alma!

       

Y reunidos en el rellano de la entrada, todos los vecinos y el padre del dedo herido que del todo no le sana, comentando lo sencillo que es el momento y lo claramente bello en la preciosa mañana que no tiene nada más que el sol reluciente y el cielo azul y el viento en calma y las praderas verdes por la llanura que se alarga río adelante con la profundidad del valle por donde, de las otras casas, sale el humo plomo de las chimeneas y desde aquel rincón y este, todo pareciera que gira en torno nuestro y sólo para nosotros en esta sencilla mañana, cuando la madre dice, contenta:

- Es como si nada faltara.

Y padre:

- Mejor como si sólo sobrara la presencia de ellos porque cuando llegan y tocan algo, lo complican y hasta en la sangre del corazón, arañan.

Y la madre:

- Por eso decía que es como si nada faltara entre nosotros aquí reunidos y dándonos entusiasmo y poniendo orden y amor en las cosas que Dios regala.

Y la otra hermana:

- Tienes razón, como si nada faltara y sólo sobraran ellos.

 

        Y en esta mañana redonda y nieve que tiene color de plata,  el muchacho se aproxima y habla:

- Pues yo también quería decir que darle cariño a las ovejas y llevarlas de una pradera a otra y, con paciencia cuidarlas, tiene su arte y su ciencia.

Y la niña hermana:

- Pero entonces madre ¿cual es el mérito por nuestra parte para que Dios nos dé el regalo de los campos y la vida y las fuentes y esté de nuestro lado y aquí nos haya reunido en esta sencilla mañana?

Y la hermosa madre, pastora y reina en las praderas de hierba con tonos azul esmeralda:

- Dios, rotundamente es y abraza a los pequeñuelos y limpios de corazón que escoge por puro amor de Padre y, porque quiere y nos quiere, besa y ama.

 

     PINTADA DE AZUL Y LUNA     Ir al índice

     EN LA MAÑANA AZUL surcada de caminos blancos que juegan con mis hermanos los aceituneros que ya salen a sus tajos y cuando me siento y se sienten bajo tu mirada y en tus manos pero en libertad, estoy mirando a la tierra, rezumando y envuelto en la inmensa belleza que por este rincón mío has dejado y veo que por donde aquel día iba la senda que luego rompieron para hacer la carretera del  negruzco asfalto y en sus bordes, que era donde crecían las encinas viejas y los robles y las madroñeras, sembraron los cipreses, ahora los están cortando y aunque tampoco me extraña, porque desde aquel tiempo ya ando acostumbrando, al ver tantas ramas partidas y tantos árboles atusados a ras de tierra, otra vez no me lo creo y grito mientras me cayo. 

 

        Pero como en la mañana de hoy y en tu presencia que me contempla remota, también estoy apartado de ellos y exento de toda servidumbre, porque me quieres libre, me pregunto que con quién hablo y le informo y protesto de esto que está pasando y cruzo la tierra llana que es cañada repleta de hierba y al subir un poco y rozar el peñasco, me acuerdo del lentisco espeso donde en aquellas noches de estrellas  me quedé acurrucado junto a mi parra blanca y frente a los campos que gritaban y la luna compañera que brillaba en el amplio cielo rodeada de estrellas y mientras mi cara descansaba en las hojas secas del lentisco y la hermana tierra, sus rayos me besaban con la ternura de tu beso amigo y el bosque, quieto y los grillos, llenando los reinos del tiempo, con su dulce canto.

 

        Y en la mañana de hoy que es azul serena y de escasa niebla y muchos aceituneros que ya se van a sus tajos de aceitunas negras y de agua y barro y escarchas blancas que también nos dan tu beso, estoy mirando al arroyo que de la montaña baja y me recreo en el charco de los juncos y las piedras cuando al sentir el ruido, miro extrañado y sin más los veo que con sus motos de agua, dicen ellos, suben veloces rajando la superficie limpia y cruzan por mi vera y con sus luces y ruidos, se adentran por el misterio del arroyo claro y como sigo extrañado, me digo que me gustaría hablar con ellos y que me dijeran qué es esto y por qué en las tierras que amo.

 

        Pero surcan el agua y con sus motos ruidosos siguen subiendo y remonto del arroyo a la senda y no ando dos pasos cuando llego a donde crecía la alameda que también es tierra llana y en este mes de enero, tapizada de verde hierba y al verlos todos en corro y sentados como frente a la montaña pero hablando de caminos llenos  de flores y de oscuros cerros, me pregunto que quienes son y qué hacen por el rincón y en cuanto me acerco, me dice, el que los va guiando:

- Vamos de excursión y aquí nos hemos parado a comernos el bocadillo y a observar las cumbres y hacernos fotos y por cierto, ¿sabes tú quién vivió o fueron los dueños de estos campos en aquellos tiempos?

 

        Y como me siento extraño y no me hago a la idea de ver a mis excelsos paisajes con tanta gente nueva y vestida con tan variados trapos, les digo que yo voy de paso  y me alejo, cuando de pronto veo que por la carretera y corriendo, aparecen tres y dos  coches detrás y cinco que, encima y de pie, vienen gritando:

- ¡Apártate! que estamos entrenando y por aquí vamos corriendo a ver si el premio ganamos.

 

        Y sin más me echo a un lado y me voy por mi mundo de hierba bañada de rocío y donde el peñón borondo está clavado y el musgo y el fresno y la fuente, me paro y echo otra mirada al rincón y veo que en la mañana hermana, teñida de azul y surcada de caminos blancos que fueron las venas de esta tierra mía, lo único que todavía rezuma esencia de aquellos tiempos, son los aceituneros vestidos con sus trajes de niebla y mi corazón sangrando que con el temblor del bosque, al paso del viento, sigue solitario y en la espera y acurrucado en tu beso y en el verde de las hojas de aquel lentisco espeso que me arropó y me dio su abrazo en aquella noche pintada de azul y luna, bajo mi amigo el cielo y la hierba de mi hermano el campo.

 

        TU CARA ES LO MÁS DULCE    Ir al índice

       SE FUERON LAS NIEBLAS que ayer cubrían los barrancos y aunque volverán acompañadas de nubes negras que otra vez traerán lluvias y nieves, ayer por la tarde, se quedó limpio el cielo y cuando cayó la noche, brillaban las estrellas con ese lustre fresco que los astros tienen en estas noches de enero y a lo largo de las horas, volvieron a lucir, sus blancos trajes, los hielos y como yo sigo en mi rincón todo empapado de Ti y esperando tu momento, me digo, mientras me abrazo al frío de la mañana que hoy beben los aceituneros, que en este nido mío pequeñito es donde te siento y te abrazo y te gusto y sin ruidos ni brusquedad ni aspavientos, estoy transformando la espera, de este eslabón de hierro que engarza lo que es materia, en gozo que me arde en el alma y es puro temblor eterno.

 

        Y por eso en esta mañana, que ya se abre otra vez vestida de gris y con algunos tonos  azul por el infinito cielo, me desperezo lentamente y miro a la luz que de nuevo me regalas y, entre otras cosas, pienso que un día de estos me voy a ir con los aceituneros y voy a pedirle que me hagan un chiquito hueco entre la cuadrilla y el frío y su aliento a ver si así me empapo un poco más de sus llantos  que son sueños  y también me ando diciendo que con el resplandor de estas mañanas grandiosas y de este frío y desteñido invierno, se podrían tejer rosarios perfumados de, Dios mío, cuántas cosas que desde mi rincón pequeño descubro, oigo y contemplo.

 

        Pero entre tanto y todo tan bello, ahora esta mañana lo que más y, desde mi alma, estoy viendo es a la madre reina en el centro de su casa con su hija la princesa que se levanta del sueño y mientras tiende su cara de rosa fresca al frío viento que es hermano de la mañana lenta para que le dé su beso, también la madre aprovecha y funde, como en un juego, sus mejillas y labios de reina excelsa, en la tez suave de la niña gozo y habla diciendo:

- Tu cara es lo más dulce que nunca probé en este suelo.

Y la niña que extiende sus brazos alargando las mejillas al sol de la mañana y al beso y que se queda derramada en la placidez del viento y mientras se le derrite el alma, pregunta con delicado acento:

- ¿A quién de los dos quieres más a mí o al hermano pequeño?

 

        Y la madre que no contesta y en cuanto pasa un rato salimos de la casa y la hermana y yo nos vamos al huerto y con la azada en la mano cavamos la tierra en silencio que es la que hoy padre nos ha dicho y cuando ya es media mañana y el alto sol baña los cerros, dejamos de labrar la tierra y entonces nos ponemos a cortar la hierba espesa que en el rincón de abajo, ha crecido este invierno y hacemos dos haces apretados y nos cargamos con ellos y salimos por la puerta y vamos buscando el sendero para regresar a casa y echar la hierba a los corderos que ya comen cuando en la curva del camino y, donde el sol todavía no llega y sí reluce el hielo, vemos las ruinas de la casa del hermano que tanto también queremos.

 

        Y como pidiendo permiso y al mismo tiempo rezando una oración cortita al cielo, respeto que siempre nos enseña madre, nos acercamos y al tocar la puerta de madera vieja, algo nos tiembla dentro porque es como si la lluvia ya se la hubiera comido o la hubiera roído el tiempo y al asomarnos a las paredes, vemos puñados de nieblas que manan como del  centro y vemos la escarcha trabada en los cardos borriqueros y, donde unos meses atrás hemos estado con la hermana junto al fuego, ahora sólo percibimos quietud suspendida y en silencio y más chorros de niebla por entre las ruinas cubiertas de musgo y humedad que parece incienso y  nuestros corazones que se empapan del sabor amargo del beso que mana de las ruinas frías en la mañana de enero y como no tenemos palabras o no sabemos decir lo que sí en este instante  queremos, seguimos con nuestro haz de hierba a cuestas, bajando por el sendero.

 

        Y en la mañana cristal de este, por encima de todo, hermoso día de enero, venimos con nuestra tarea sin pronunciar palabra aunque vengamos tan llenos y al dar la curva del camino, sin querer, los vemos y ellos, al vernos y de entre sus cosas, nos saludan y nos dicen que paremos.

- Porque vamos a daros el último de los cien  besos.

Aclara la hermana de la casa que todavía se alza al final de la aldea y en cuanto nos detenemos, pregunta ansiosa, la niña:

- ¿Qué es esto?

Y ellos:

- Que nos vamos.

Y por segunda vez la niña:

- ¿Pero a dónde y por qué a estas horas tempranas y tan rociadas de hielo?

 

          Y ya no responden a sus palabras sino que nos dan su beso y mientras en la mañana fría y dulce y amarga de este mudo mes de enero, los vamos abrazando, vemos que sus bártulos se amontonan en la curva del sendero y descubrimos que se llevan las gallinas y los frutos de los almendros y los chorizos de la matanza y los arados de labrar la tierra y las sillas y las calabazas del huerto y como tanto es lo que se llevan o quieren llevarse con ellos y tanto nos dan sus besos diciendo que ya no volverán ni  nunca más nos veremos, que nos sentimos aturdidos y tristes y amargos, en la mañana deliciosa de mil flores de escarcha y negro hielo.

 

        Y por fin ya nos vamos y también se quedan y van ellos y en la curva del camino los dejamos con su dolor y sus sueños y en cuanto llegamos a casa, madre sale a nuestro encuentro y, como en esta mañana de hoy y sol radiante y con las nieblas que se fueron, Tú me sigues dando tu beso, así madre al ver a la niña, la abraza contra su pecho y mientras la besa en sus mejillas de rosa abierta en enero, le dice:

- Tu cara es lo más dulce que nunca probé en este suelo.   

 

          NUESTRO CARIÑO PARA USTED, REINA ABUELA     Ir al índice

       - AHORA, IROS CON DIOS y andad siempre en su presencia y si en vuestro camino encontráis a personas que necesiten de ayuda, no se la neguéis nunca porque en la vida, todos necesitamos de todos y eso Él lo bendice y lo paga en gozo y paz interna. Estas eran las palabras que siempre les decía ella cuando aquellos hombres de los caminos, después de calentarse y dormir y comer en la casa, cargaban sus burros y se ponían en marcha e iban de un cortijo a otro atravesando la sierra.

 

        Pero primero, y ya por la mañana, antes de abandonar la casa sencilla de la aldea a la que ellos acudían con cariño y llamaban la de “la abuela”, como siempre era por la mañana, las ovejas ya estaban por el campo repelando la fina hierba y por el campo estaba el padre y los otros hermanos y madre y también el abuelo y la hermana ayudando a madre en la siembra o recogida de los tomates y en la casa, sólo la abuela echando leña a la lumbre para que broten las llamas y los caliente a ellos y a la vez, haciendo las migas en la sartén vieja y cociendo la leche en el puchero de porcelana y poniendo la mesa en el centro de la estancia y cuando ya el sol está bien alto y comienza a calentar la tierra,  habla y dice:

- Hermanos arrieros, ya tenéis la mesa puesta y encima de ella, el tazón de barro y éste, rebosando de leche calentita y buena y las migas con sus chorizos, ya veis como todavía crepitan y en la sartén y, mientras esperan, humean.

Y ellos sumidos en el asombro:

- ¡Pero abuela!

Y ella sin darse importancia:

 - A comer porque hay que dar alimento al cuerpo, que los caminos  esperan y mientras vais desayunando y despertando el alma a la luz de este día nuevo, yo termino de secar las pellizas y las chaquetas que anoche trajisteis chorreando y también os preparo un pan redondo que ayer mismo cocí con leña y a ponerse en camino que la lucha es larga y densa.

 

        Y ellos, no dando crédito a la bondad y el cariño con que los trata la abuela:

- ¿Y cuándo y cómo vamos nosotros a pagarle a usted y a los suyos y a esta aldea el amor que nos regala y el desayuno tan bueno que nos pone en su mesa?

Y la abuela, irremediablemente siempre respondía con una sonrisa en los labios y con palabras sinceras:

- Ahora, iros con Dios y que Él bendiga vuestras empresas para que nunca hagáis mal a nadie aunque la vida sea dura y os quedéis por los caminos en dolor, sangre y penas.

Y ellos siempre decían:

- Nuestro cariño para usted, reina abuela y que Él le bendiga mientras viva y luego le pague con una casa hermosa y de oro y una fuente de aguas claras y muchos trinos de ruiseñores, en las praderas eternas.

 

        LA MUERTE DE UN HERMANO PEQUEÑO     Ir al índice                                          

       YO RECUERDO AQUELLA MAÑANA del mes de febrero que fue casi como la del día de hoy porque venía el sol, a primera hora, saliendo y saltando de una cresta a otra de las montañas y conforme le iba dando su beso, a las nieblas que arropaban las tierras de la ladera y las umbrías que bajaban a los barrancos, llenaba como de fuerza el misterio gris de la senda que viene curvándose por las hondonadas desde el otro lado de la sierra y también llenaba como de entusiasmo y luz, el sencillo pastar de las ovejas justo en las plácidas praderas de los llanos que son el comienzo de los cien ríos que nacen en estas sierras y mueren, o más bien se hacen esencia, en los mares de lo eterno.

 

        Y recuerdo que aquel día, casi como el de hoy hermano y bello, se sentía  como si estuviera a punto de traer una primavera nueva, o al menos eso era lo que la gente quería en la aldea, porque en la mañana del día anterior al nuevo,  en la misma iglesia pequeña que mira al río y queda como abierta al cementerio de la umbría y llanura del río, se celebró el entierro de aquel otro hermano mío pequeño que una tarde antes y, estando por este mismo voladero cuidando a sus animales, resbaló y cayó y se hizo añicos y quedó con los brazos abiertos justo por donde, en aquel entonces, todavía tenían su tierra los huertos.

 

        Y digo que recuerdo que en aquel entierro, en la mañana que se parecía a la de hoy, todos decían que no era cierto porque siendo el muchacho pequeño y alegre y sin tener ninguna enfermedad, se apagó tan de pronto aquel día de invierno que aunque todos lo lloraban y todos por él pedían al cielo, todos decían, en la iglesia y en las casas de la aldea y ya camino del cementerio, que su muerte ¡qué lástima! no era real sino que aquello más bien parecían un sueño pero recuerdo que después de la misa, en el mulo viejo, cargaron su caja y la llevaron al cementerio y en la tierra roja que mitad es umbría y mitad es llanura junto a la corriente limpia del río sereno, se enterró su cuerpo mientras los hermanos allí presentes no dejaban de llorar y acudir al cielo y sollozar, “qué lástima y tan joven y bueno”, besaba la tierra húmeda y fría de la sierra, los rayos de sol que va saliendo y en esto y en otras cosas, es donde aquella mañana del mes de febrero se parecía tanto a esta silenciosa que ahora aquí conmigo tengo.

 

        Y también recuerdo que justo en este voladero donde ahora me he traído mi casa de frío y sueño y algo por las partes bajas que es tierra de pinos y  helechos, fue por donde, dos días después de la muerte de aquel hermano bueno, padre subía con la misma piara de  cerdos y al encontrarnos los dos entre la sombra de la encina que había recogido su cuerpo al terminar de caer por el agreal del voladero, padre me dijo

- Aunque lo del hermano roto por estas piedras sea un desgarro  tremendo y ahora parezca que nos falta, del corazón, el vital aliento, nosotros tenemos que seguir dando careo a los cerdos y atravesando las sendas que, como el sol de la mañana, van saltando de cresta en cresta por las cumbres cerros.

Y entonces le pregunté:

- ¿Pero padre adónde van los muertos que, como este hermano sencillo y humilde, se apagan sin manchar ni siquiera el viento?

Y padre:

- Él, como tú y yo y cuando llegue su momento, se ha ido derecho a la eternidad fundido en el abrazo del amor que la ha dado el Padre Eterno y también se ha quedado palpitando en el íntimo fluir que rebosa de la hierba de los cerros y entre los latidos silenciosos que marcan el ritmo de la tierra y las cascadas blancas que saltan por los arroyuelos.

Y el hijo otra vez:

- Entonces dime padre, la sierra que nos abraza y esta lluvia del invierno y la luz que derrama la luna cuando pasa cabalgando sobre las capas de hielo ¿es donde, el hermano que se ha ido y el corazón de Dios, tiene su centro?

Y el padre:

- Esta sierra nuestra es como el espejo que refleja la pura imagen de Dios y por eso, los caminos y las fuentes y los ríos y los montes y los silencios profundísimos que por aquí de continuo bebemos, no son de los que vienen de fuera aunque se proclamen dueños, sino de los serranos que se derritieron en sudor labrando la tierra y un día cualquiera de una mañana de luz que parece primavera, abrazados a ella, murieron.

 

        Y hoy, cuando después de tanto tiempo y aquí sigo todavía esperando que como al hermano de aquella mañana, Tú llegues por fin y me des tu beso, al mirar el sol que viene saliendo y saltando de cresta en cresta por las cumbres que son mi sierra vestida de puro invierno, me digo que es casi como aquel día con la misma caricia del viento y el mismo pálpito suspendido en el eterno universo de este rincón mío pequeñito que lo es y lo tiene todo en la soledad de la mañana que me trae tu fragancia y beso y sin que yo lo quiera, también es dolor dulce y amor que sigue en su espera y es perfume y es  recuerdo.  

 

        CERCO TIENE LA LUNA      Ir al índice

        LA TARDE  SE  VA con el viento y al llegar la gran noche, la luna aparece en el cielo y como hoy es el último día ya del mes de enero, al irme por el campo y pisar los ruinas de lo que aún queda de aquellas casas y, en especial la del centro, me parece verlos todavía ahí mirando sentados encima de los escombros viejos y por donde sobresalen las vigas del techo que son los palos donde estuvieron colgados los chorizos de aquellas matanzas y mudos y quietos, con sus miradas se pierden por el valle mientras ya, los que no son de aquí y tienen orden de dejar las tierras limpias de cortijos y de huertos, ponen barrenos a las últimas piedras gordas y queman los maderos de las puertas y arrastran por el cerro las tejas morunas y entre los restos que van quedando, ellos siguen sentados y lloran sin consuelo.

 

        Y desde allí, que se une con mi  rincón de  aquí y, como si estuviera dominando la tierra entera  y cuanto existe bajo el cielo, me acerco y al mirar a la noche por entre las nubes y verlo sobre la desolación tan quieto, le pregunto:

- Padre, ¿qué anuncia esta noche la luna?

Y padre mira sereno y como si pidiera permiso o pronunciara la sentencia del final de los tiempos:

- Cerco lleva la luna y con estrellas dentro y eso es que llover o nevar quiere o hacer buen tiempo.

 

        Y entonces me acuerdo que por la tarde de aquel último día del mes de enero, la niña salía de la casa y estando el cielo todo cubierto y color plomo, que son los signos de la nieve y soplando el viento fuerte y frío desde el barranco del río y los olivos cenicientos y estando los borregos ya recogiéndose detrás de sus madres porque la noche viene cayendo y estando el pastor encerrado en su casa y acurrucado frente al calor que presta el fuego porque hace frío y consolándose, como puede, de tanto borregos chicos que por estos días se les están muriendo y por eso cuando le pregunto, dice:

- El trabajo no me importa ya que si me canso, paro y así no reviento porque si no se me mueren, luego tengo la alegría de haber criado borregos pero si se me desgracian como ahora, fíjate qué triste y el penaero después de tanta inquietud y tanta espera en las tierras de este valle y la casa de este cerro.

 

        Y no sé qué puedo decirle porque la razón le asiste y, por eso entiendo que todo lo que anuncia y llora, es tan cierto como la luna que nos besa mientras la madre y la otra hermana, hierba del valle, ya están encajando las trébedes entre las ascuas y frente al fuego y partiendo las cebollas y echando su chorreón de aceite en la sartén negra que es consuelo y al preguntarle, me dice:

- Es para hacer el  guiso que nos servirá de cena y vosotros, la niña y tú, ya estáis comiendo porque fíjate que noche tan espesa de frío y viento.

 

        Pero la niña de pelo negro y ojos dulces y alma, puro beso con toda la fragancia de las flores de los campos, porque es de Dios la esencia que de ella brota, sumada a todas las hermanas flores que ya muestran los romeros, al no verla junto a nosotros, pregunto y inquieto:

- La niña ¿dónde está que no la veo?

Y justo ahora se oye un silbo rajando la tarde y la hierba por donde las encinas se clavan en el cerro al tiempo que la otra hermana del valle, responde diciendo:

- Esa es ella que está con su juego.

 

        Y estando la tarde ya cayendo y la noche asomando por las cumbres difusas del horizonte incierto, salgo al campo, entre la lluvia que ya cae y el frío viento que sopla del valle y anuncia tormentas de nieve y también misterio de la noche que ya se cierra y la llamo y al mirar, la veo recortada en la profundidad del río que viene lleno y abrazada por el temblor esmeralda de la hierba y las gotas leves que la besan y la lejanía opaca del valle por donde el agua del charco inmenso, el que  tanta vida dará allá a lo lejos y a nosotros, los de este cerro e hijos de esta tierra desde aquellas noches perdidas en el confín de los tiempos, nos traerá tanta muerte y tanta merma junto con  lo que es  inenarrable, y contra el silencio me voy caminando hacia ella, siguiendo los silbos nítidos y ya a su lado, le pregunto:

- ¿A quién llamas estando la noche cayendo  y con este cielo de nubes grises y de tan extraño viento?

Y ella:

- Lo de ahora no es un juego porque la hermana bella que lleva el niño en su seno ¿no te has dado cuenta que falta de  entre nosotros y también el hermano bueno?

 

        Y estando la tarde cayendo y al notar su ausencia, le digo que sí pero:

- ¿Dónde están ellos?

Y la hermana blanca del misterio azul y en esta noche de viento:

- Ella está en la tinada que hay en lo hondo del valle y justo por donde el gran charco artificial ya se le ve subiendo y encerrando a sus ovejas y abrazando a sus borregos porque nada más al nacer o a los pocos días, se les están muriendo y, además, teme que esta noche, ya final de enero y con este frío y esta luna de brillante cerco y la lluvia recia que cae y el río con el largo charco que viene subiendo, se quede sin tierras para siempre y a ver luego qué hace con tantas cosas perdidas y la ilusión nueva que le embarga por el hijo primero que le nacerá cuando se le cumpla el tiempo. 

         

        Y como sí lo entiendo y sé que  tiene razón y no sé qué responderle, de pronto y sin saber por qué, le pregunto:

- Pero el silbo ese bello que te sale con tanta fuerza y con tan fina elegancia, vuela y  atraviesa el viento, ¿cómo lo haces?

Y ella:

- Me lo enseñó padre y mira: se juntan  los dedos y se meten en la boca y se ponen bajo la lengua y se sopla fuerte y sale el silbo rajando el viento y según se quiera llamar a las personas o a los borregos o anunciar peligro o pedir ayuda, así es o se hace este silbo de largo o de intenso.

Y entonces ella me lo muestra en vivo y como algunos de ellos son buenos para llamar a la hermana, los proyecta hacia el barranco que es por donde se adivinan trajinan con sus borregos y el delgado sonido corta el viento y al volverse ella, con su cara de princesa y su alma misterio, anuncia inquieta:

- Es que no lo oyen porque el viento sopla de este lado y aunque mi silbo es penetrante e intenso, se lo lleva el aire para el lado izquierdo.

 

        Y miro a la oscuridad de la tarde noche y, por el lado en que el silbo se va con el hermano viento, veo que brilla el cortijo un tanto misterioso y como tornado en hielo y adivino que en su mismo centro y junto a su cocina y pegados al fuego, respira y sueña y llora padre con el corazón inquieto y todo preocupado porque se le mueren sus borregos  y la otra hermana con tonos de hierba fresca y la madre reina y silenciosa que siempre llora y ríe y reparte cariño desde su en mundo secreto, que ya preparan el guiso con la sartén en las trébedes  y poniendo la mesa pequeña que es casi hermana del suelo y, mientras van y vienen, acarician el momento en que estemos todos alrededor de la lumbre y demos comienzo a la reconfortante cena de este último día del mes de enero.

 

        Y estando la niña de cara morena y pelo negro y ojos diamantes, porque son perfume del más dulce beso, lanzando su amor a la hermana por el telegrama del silbo que atraviesa el viento y estando  el latido de su corazón y la luna rodando, por el pálido cielo,  temblando y alumbrando levemente la noche que llega, se oyen las palabras de padre que anuncian diciendo:

- Cerco lleva la luna y con estrellas dentro y eso es que llover o nevar quiere o hacer buen tiempo.

Y el hermano que pregunta:

- Pero padre ¿es cierto que, lo del charco largo y el río subiendo y cubriendo la hierba y las tierras y las tinadas y las ovejas con sus borregos y las casas nuestras, con madre y la niña en su juego y los otros vecinos y la hermana y su sueño, también lo trae escrito la luna en su reluciente cerco?

 

        DIA DE SAN JUAN

        En la mañana de San Juan, tú te levantas y derecho desde tu cama y antes de dar el sol en el agua del río y te lavas y eso es sano. Coger el agua de siete fuentes en la mañana de San Juan, es agua medicinal.

 

        Para ver si es cierto que fulano te quiere o no, de los cardos que se cría en la sierra y se le llaman Cardonchas, que echan unas rosas grandes y en medio crían unos pelillos. Pues como la juventud es tan loca, íbamos y cogíamos cardos de esos y eran dos, el mío y el de fulano que me quería y para ver sí es cierto que me quería o no, le cortábamos todos aquellos pelillos y los chuscarrábamos en el candil. Así que aquello se quedaba negro, todo quemado, lo poníamos en la cantarera y si a la mañana siguiente estaba aquellos pelillos floridos y si no estaban nacíos es que no te quería. Esto es la experiencia que teníamos.

 

        Si hay un niño quebrado, se coge entre una mujer y un hombre que se llamen Juana y Juana y se pasa el niño por lo alto de unas zarzas dándoselo el uno al otro y así el niño cura de su enfermedad.

 

        Domingo de Carnaval es la llave de la primavera. Y quiere decir que si llueve en este día, como la primavera principia en esto cuarenta días, ya está toda la cuarentena de lluvia.

 

        Las ovejas paren cada dos años tres borregos. La gestación son cinco meses.

 

        EL VINO DE PASCUA

       y se hace el día de San Juan y los ingredientes son: cuatro litros de vino tinto, dos kilos de azúcar, y trece nueces pero verdes. Todo esto se mueve y se echa en una garrafa de cristal, se guarda en un sitio oscuro y no se mueve hasta Nochebuena y de aquí para adelante, te lo puedes beber. Esto es tradición del pueblo que se viene haciendo desde tiempos lejanísimos. (La Matea de Santiago de la Espada, Jaén) Si uno se bebe el vino este no obtiene ningún beneficio porque este vino no tiene ninguna virtud.

 

        Si quieres saber si te vas a casar o no, también el día de San Juan tienes que coger tres clases de hierbas y meterlas debajo de la almohada y luego tiene que ver si se marchitan o no.

                   

        Reyes magos

       La fiesta de los reyes magos allí, era una fiesta muy inocente.  Yo era ya muy mayorcia cuando todavía creía que eran los reyes los que echaban los juguetes por la chimenea y los que se encargaban de mantenerme la ilusión eran mis abuelos. Entonces por la noche poníamos nuestras alpargaticas en la chimenea, nos acostábamos pronto porque decían que si no nos dormíamos los reyes no pasaban y mi abuelo hasta me hacía creer que volaban con los camellos, que andaban por los tejados y que estaban muy bien informados de si nos habíamos portado bien o mal.

 

        Y entonces nos echaban algún juguetico. Siempre en mi casa el que se preocupaba de los reyes, sobre todo era mi abuelo que para esto era muy ilusionante.  Ya te digo, algún juguetico de madera o de cartón, una cacerolica de cocina chiquitilla, una pandereta también pequñica que la confeccionaba él mismo porque el abuelo era muy modoso y también a veces, pues una naranja juntica con aquello o una onza de chocolate, unos caramelos, unos alpargaticos... estas cosicas así pero nos ilusionaba mucho levantarnos por la mañana temprano y salir corriendo en busca de nuestros alpargates a ver lo que habían dejado los reyes.

 

        Estos regalos que se ven ahora, entonces no lo había. Yo me acuerdo que una vez tuve una muñeca de cartón y aquella me duró para toda mi infancia.

 

       Principal                                            Nota del autor:  Este trabajo continúa pero en estas páginas concluye aquí.

 

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