John Holloway: Cambiar el mundo sin tomar el poder
Transcripción de un vídeo de O. Ressler, grabado en Viena, Austria, 23 min., 2004
Me llamo John Holloway y
vivo en Puebla, México. Imparto clases de sociología en la Universidad de
Puebla. Entre mis principales intereses, se encuentran la crítica del
capitalismo e intentar idear un sistema que nos permita escapar de esta
terrible sociedad que hemos creado, para erigir un mundo más humano. Si
analizamos los hechos acontecidos en el último siglo, los gobiernos
revolucionarios de Rusia, China y Cuba, aunque en el caso de Cuba la
situación sea un poco más complicada, o si examinamos los gobiernos
reformistas o los gobiernos que han llegado al poder gracias a un sistema
electoral, podremos comprobar que no sólo constituyen una terrible decepción
a escala mundial, sino también una terrible desilusión. No existe constancia
de que ningún gobierno de izquierdas haya podido poner en práctica los
cambios anhelados por todos aquellos que han luchado por conseguirlos. En la
mayoría de los casos, el resultado no ha sido otro que la reproducción de
las relaciones de poder, quizás ligeramente modificadas, pero sin dejar de
ser relaciones de poder que excluyen al pueblo, reproducen injusticias
materiales y promulgan una sociedad que no potencia la autodeterminación.
Este sistema reproduce una sociedad en la que los individuos no participan
en el desarrollo de la sociedad. Este argumento se podría analizar
históricamente: los motivos de la reproducción de las relaciones de poder
han sido diversos en Rusia, China, Albania, Cuba, Brasil, etcétera. No
obstante, no podemos comprender las causas únicamente mediante una mera
alusión a casos históricos concretos. Como es lógico, debemos tender a
generalizar. La conclusión más obvia es que el intento de transformar una
sociedad a través del estado parte de un razonamiento erróneo. Este
razonamiento erróneo que consiste en transformar la sociedad a través del
estado, está muy emparentado con la naturaleza del propio estado, con la
idea de que el estado no es una mera institución neutral, sino más bien un
sistema concreto de relaciones sociales, que surge del desarrollo del
capitalismo. Este sistema de relaciones sociales se asienta sobre un
principio que mantiene al pueblo al margen del poder y fomenta la separación
y división del pueblo. Cambiar el mundo sin tomar el poder, como su propio
nombre indica, implica una necesidad de cambio del mundo. Este cambio
debemos hacerlo partiendo de la base de que la lucha por cambiar el mundo no
debe ser una lucha centrada en el estado y en la toma de poder del estado.
Es fundamental que desarrollemos nuestras propias estructuras, nuestras
propias formas de hacer las cosas. Un aspecto clave de este argumento
consiste en hacer una distinción clara entre dos conceptos de poder; por una
parte, un concepto de poder que oculta un antagonismo entre el poder-hacer y
el poder creativo; y, por otra, el poder para dominar, es decir, el poder
instrumental del capital. En otras palabras, ante la pregunta de cuál sería
el significado del poder, la respuesta más obvia sería que el poder consiste
en nuestra capacidad de hacer cosas. Bajo mi punto de vista, este poder
siempre es un poder social, simplemente porque la acción de un individuo
depende siempre de las acciones de otros. Resulta muy difícil imaginar una
acción que sea completamente independiente de la acción de otro individuo.
Es evidente que la acción que desarrollamos en el momento presente depende
de la acción de cientos o de miles de personas que han creado la tecnología
que utilizamos, que han desarrollado los conceptos de los que nos servimos,
etcétera. Nuestro poder-hacer siempre es un poder social y un poder
colectivo, nuestra acción siempre forma parte del flujo de acción social. Lo
que ocurre ahora tras el capitalismo, si consideramos nuestro poder-hacer
como una parte del flujo de acción social, es que no existe una división
clara entre la acción de una persona y la acción de otra. Una desemboca en
la otra. La acción de un individuo se convierte en condición previa para la
acción de otros. Al no existir distinciones o identidades claramente
definidas, no se delimitan líneas divisorias concretas. Por lo tanto, lo que
ocurre en un sistema capitalista es que este flujo de acción se invalida
ante afirmaciones por parte de los capitalistas tales como: "Como lo que has
hecho me pertenece, me apropio de ello ya que es de mi propiedad". Y dado
que la acción de http://www.republicart.net 1 un individuo es condición
previa para la acción de otros, la apropiación por parte del capitalista de
lo que se ha hecho, le otorga capacidad suficiente para dominar y
administrar las acciones de otros. De este modo, el poder-hacer social se
descompone, se transforma en su opuesto, es decir, en el poder del
capitalismo para dominar las acciones de otros. El capitalismo es en esencia
el proceso que permite la descomposición de este flujo de acción social,
desarticulando la sociabilidad de la acción y anulando, por tanto, nuestro
poder-hacer para transformarlo en un poder superior, en algo completamente
ajeno a nosotros. De este modo, no debemos considerar nuestra lucha como una
lucha de toma de poder, lo que implicaría apoderarnos de su poder, sino como
una lucha que nos permita desarrollar nuestro propio poder-hacer, que
inevitablemente sería un poder social. En esta lucha, debemos analizar dos
conceptos muy distintos de poder, donde cada concepto tiene una lógica
propia y bien diferenciada. La lógica del capital es una lógica de mando, de
jerarquía y de división. Es una lógica que reniega de la subjetividad. Es un
lógica que objetiviza al sujeto. Nuestra lógica es justamente lo contrario;
es la lógica de la convivencia, es una lógica que permite la recuperación de
la subjetividad y que no acepta el capital. La subjetividad no es
individual, sino más bien social. Ello constituye dos formas muy distintas
de pensamiento, dos formas muy distintas de acción. En nuestro caso, el
cambio de la sociedad denota una cierta confianza en nuestra forma de
acción, en el desarrollo autocrítico de nuestras propias formas de
pensamiento y acción. Otra forma de expresarlo sería considerar la lucha por
cambiar la sociedad como una lucha de clases, donde resultaría
imprescindible concebir esta lucha como una lucha asimétrica. Una vez que
empezamos a reproducir sus formas y a pensar en nuestra lucha como en un
fiel reflejo de la suya, conseguimos reproducir el poder del capital dentro
del marco de nuestra propia lucha. La revolución que tengo en mente puede
considerarse más una pregunta que una respuesta. Por una parte, queda claro
que necesitamos experimentar una transformación básica de la sociedad; por
otra, no hay duda de que la forma utilizada en el último siglo para
transformar la sociedad a través del estado ha sido todo un fracaso. Esto
nos lleva a la conclusión de que el cambio ha de realizarse de otro modo. No
podemos abandonar la idea de la revolución. Lo que ha ocurrido en los
últimos años es que la gente ha llegado a la conclusión de que tras el
fracaso de la transformación de la sociedad a través del estado, la
revolución se ha convertido en algo prácticamente inviable. Mi argumento es
precisamente el contrario. De hecho, la revolución es mucho más apremiante
ahora que antes. Teniendo en cuenta todo esto, se hace necesario el
replanteamiento de un nuevo proceso, de otras vías que permitan el cambio.
Aunque, por el momento, lo esencial es plantear la pregunta e intentar
descubrir la mejor forma de desarrollarla. Es fundamental considerar a la
revolución más como una pregunta que como una respuesta, porque de algún
modo el proceso revolucionario debe entenderse como una cuestión que invite
a la pregunta y al cambio, en lugar de ofrecer respuestas, y que implique a
la gente en un proceso de autodeterminación. Obviamente, esta respuesta es
demasiado general, aunque podemos profundizar un poco más en ella si
analizamos lo que está sucediendo en la actualidad, si observamos las luchas
que se suceden diariamente. Esto no significa necesariamente que debamos
acudir al plagio, sino más bien a la observación crítica, analizando el modo
en que algunos movimientos han intentado desarrollar formas de acción
autónomas, fomentar el concepto de la dignidad, poner fin a la división
existente entre el mundo de la política y el de la economía y perfeccionar
nuevas formas organizativas. La lucha zapatista, la revolución de 1994, así
como los hechos acontecidos en los últimos diez años han tenido una gran
repercusión. En parte por dos motivos: porque se alzaron, revelaron y
sublevaron en una época en la que la sublevación no tenía cabida alguna en
una sociedad moderna, en un capitalismo moderno. Aunque esto no es todo. Es
además el hecho de que se haya replanteado el concepto de rebelión, de
revolución o sublevación. Precisamente, parte de ello consiste en proponer
una lógica distinta, un idioma distinto, una temporalidad distinta, una
espacialidad distinta, que no es simétrica al idioma y a la temporalidad del
capital y del estado. Por ejemplo, tras la revolución inicial, uno de los
acontecimientos más importantes fue el ”diálogo de San Andrés”, es decir, el
diálogo entre el gobierno mexicano y los zapatistas de la ciudad de San
Andrés, en Chiapas. A simple vista, esto podría considerarse como un
diálogo, una negociación establecida como un proceso simétrico entre ambas
partes. Sin embargo, yo creo que el hecho más importante fue que los
zapatistas dejaron claro desde un principio que, en primer lugar, no irían a
negociar, y en segundo, que éste no era un proceso simétrico.
http://www.republicart.net 2 El hecho de que no fuera un proceso simétrico
quedaba acentuado, por ejemplo, por el modo en que vestían, su obstinación
por vestir con trajes tradicionales, su empecinamiento, al menos en una
ocasión, por utilizar su propio idioma y no doblegarse al uso del español. Y
uno de los puntos más interesantes que surgieron fue, por ejemplo, la
cuestión del tiempo. En una ocasión, y una vez ambas partes, el gobierno y
los zapatistas, hubieron alcanzado un acuerdo o propuesta provisional, los
zapatistas dijeron: "Bien, tenemos que presentar y discutir esta propuesta
con nuestra gente antes de adoptar una decisión". A lo que respondió el
gobierno: "No, es preciso que os decidáis, necesitamos una respuesta en
menos de dos días". Y los zapatistas respondieron: "Eso es ridículo. Nuestra
concepción del tiempo es distinta y todo lo sometemos a procesos de
discusión". A lo que respondió el representante del gobierno: "¿Cómo podéis
afirmar que vuestra concepción del tiempo sea distinta? Si no me equivoco,
usted lleva un reloj japonés, que es el mismo que el que yo llevo". A lo que
respondió el comandante Tacho diciendo que la gente del gobierno confunde el
concepto del tiempo con un reloj. Para nosotros, el concepto del "tiempo" no
es ése; el "tiempo" es algo completamente distinto. Su respuesta tuvo lugar
aproximadamente dos meses más tarde. Precisamente, esa misma conciencia
inicial era la que concedía a la rebelión confianza en sus propias
estructuras, en su propio sentido del tiempo y en su propio sentido del
espacio. Y esta idea del "tiempo", por ejemplo, está mucho más relacionada
con la cuestión de las estructuras democráticas, con la obstinación por
tomar decisiones a través de un proceso de discusión colectiva. Estas
decisiones tomadas a través de un proceso de discusión colectiva son mucho
más lentas y, por lo tanto, provocan una percepción del tiempo distinta. Por
lo tanto, esta asimetría, esta falta de simetría entre la lógica de la
dominación, por una parte, y la lógica de la sublevación, por otra, es algo
absolutamente esencial en el movimiento zapatista desde sus comienzos. Hecho
al que se hace referencia repetidas veces en sus comunicados, en el empleo
de relatos, bromas, poesía, etcétera. Todo esto que, a primera vista, parece
algo decorativo y secundario al proceso de sublevación, de hecho no lo es.
Para la propia revolución, es fundamental proponer e insistir en una forma
distinta de concebir el mundo, así como en una forma distinta de concebir
las relaciones entre individuos. Al contrario de lo que ocurría con el
concepto tradicional de la revolución, basado mucho más en una metáfora
militar, en la idea de que existía un conflicto entre dos ejércitos, donde
para poder derrotar al enemigo, se debían básicamente aceptar los métodos
del enemigo. Únicamente un ejército para derrotar al otro, cuya organización
fuera exactamente la misma que la del primero. Por ello, creo que es
fundamental que los zapatistas acaben con todo esto y que se nieguen a
aceptar este tipo de conceptos. La forma de sublevarse, la forma de
revelarse debería consistir en el desarrollo de un lenguaje que expresara
acciones y que el estado simplemente no entendiera. Esto lo han puesto en
práctica sistemáticamente una y otra vez en los últimos diez años. Con
frecuencia, al pensar en el capitalismo y en el problema de la revolución,
intentamos descubrir un modo que nos permita destruirlo. Esta forma de
pensamiento no nos beneficia en absoluto, simplemente porque por mucho que
pensemos en cómo destruir el capitalismo, su solución sería prácticamente
inviable. Especialmente, porque pensar en la destrucción del capitalismo
sería como compararlo con un gran monstruo, con un enorme monstruo con
ejércitos, con un sistema educativo, con control sobre los medios y los
recursos materiales, etcétera. Y ¿cómo podríamos nosotros acabar con este
gran monstruo? Posiblemente, la mejor postura sería alejarnos de esta
metáfora de la destrucción para pensar en ella de una forma completamente
distinta. El capitalismo no existe porque se haya creado en el siglo XIX o
en el siglo XVIII, o en cualquier otro siglo. El capitalismo existe hoy en
día únicamente como fruto de una creación actual. Si no lo creáramos el día
mañana, entonces no existiría. Su duración parece ser independiente, pero de
hecho no lo es. En realidad, el capital depende de un día para otro de
nuestra creación de capital. Si nos quedáramos todos en la cama, el
capitalismo dejaría de existir. Si dejáramos de crearlo, dejaría de existir.
Los planteamientos acerca de cómo detener la creación del capitalismo,
acerca de la revolución y de cómo detenerla, no implican la resolución de
los problemas. Esto no significa que el capitalismo desaparezca en realidad
el día de mañana (aunque quién sabe), pero es muy probable que no
desaparezca mañana. Si concebimos la revolución como una forma que nos
permita detener la creación del capitalismo, conseguiremos desvanecer, de
algún modo, la imagen del capitalismo como ese gran monstruo al que debemos
enfrentarnos, y podremos empezar a ampliar nuestro marco de posibilidades, a
crear una http://www.republicart.net 3 nueva esperanza, una nueva forma de
pensamiento sobre la revolución y sobre la transformación de la sociedad.
Una sociedad ideal debería poder crearse a sí misma. Al autocrearse,
dispondría de total autodeterminación y, por lo tanto, no tendría demasiado
sentido la concepción de una organización ideal, ya que la crearía la propia
sociedad. Y la sociedad autocreada podría decidir un día asentarse en una
sociedad muy distinta a la erigida en el pasado.
Traducción: MediaLabMadrid, Centro Cultural Conde Duque, Madrid |