EDITORIAL DE CARTAS VENEZOLANAS Nº 13 (20/10/06)

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Estuve hablando en prosa sin darme cuenta...

Recién me llamó un colega desde Argentina para contarme que con motivo de la visita de Chávez a Argentina estaba escribiendo un artículo sobre Venezuela y me pedía que les describiera las características del nuevo socialismo o socialismo del siglo XXI.

Le contesté que aquí nadie sabía nada de eso. Que en los discursos del presidente se insultaba a Bush, se llamaba “diabólico” al imperialismo y se hacían otras adjetivaciones bastante alejadas de la categorización política, por lo que no podía darle precisiones.

La conversación con mi colega ( que quedó decepcionado ) trajo a mi recuerdo una experiencia realizada en Suecia a mediados de los años 60. Seguramente a través de la influencia del cine de ese país se había generalizado en el mundo una imagen de la mujer sueca, a la que la opinión mundial calificaba de “liberada”. A pesar de esa opinión era casi imposible, en la misma Suecia, que las mujeres se asumieran como tales, es decir como “liberadas”.

A un calificado experto en sicología social se le ocurrió entonces un test destinado a demostrar que las resistencia de las suecas a declarase “liberadas”, no se debía a que no lo fueran sino a que ignoraban los patrones de conducta que hacían que se las calificara de esa manera.

El test manejaba la premisa que se podía ser “liberada” sin saberlo. Ser liberada significaba sostener en los hechos determinadas conductas sociales y sexuales alejadas de patrones impuestos por el conservatismo moral sostenido por otros colectivos.

El test en consecuencia presentaba a las suecas, una serie de preguntas orientadas a descubrir, a través de las respuestas obtenidas, la posición de cada una de ellas ante un repertorio clave de problemas, pero sin explicar en momento alguno el alcance del término “liberada”, ni revelarles la finalidad del interrogatorio.

Se les preguntaba por ejemplo por los valores de la fidelidad conyugal, qué pensaban de relaciones sexuales premaritales, si había que tener muchas o pocas. Se las interroga igualmente si era posible tener relaciones con alguien al que hubiera conocido ese mismo día. Si estaba bien que lo hiciera un hombre, pero no una mujer y una serie más de interrogantes. El sentido de las mismas, daba por sobrentendido que una determinada manera de responderlas, componía de hecho el cuadro de lo que se consideraba una “mujer liberada”.

Completado el test, las interrogadas cuyas respuestas se ajustaban al patrón ideado por el experto creador del experimento, recibirían del mismo, la revelación del carácter de sus conductas. Así, muchas mujeres descubrieron que eran “liberadas” con la misma perplejidad que el burgués gentilhombre de Moliere descubrió un día que se había pasado la vida hablando en prosa.

Recordando la experiencia del sicólogo sueco me pongo a pensar en las consecuencias que podrían extraerse de otro test “hipotético” basado en el mismo supuesto de la distinción entre los que se es y lo que se cree ser. Y cuyo desarrollo imagino de esta manera:

a) Enumerar todas las actitudes, inclinaciones, necesidades y modalidades operativas que se conocen como correspondientes a la práctica chavista, pero sin mencionar al régimen y a sus organizaciones.

b) Solicitar, luego, a un observador independiente que a partir de esos datos identifique políticamente al sujeto de esa conducta. Los datos que se le presentarían al observador para caracterizar el comportamiento tendrían estos componentes:

Concepción heroica de la historia.
Glorificación de la acción directa.
Necesidad visceral de la violencia como fuente de autoidentificación.
Asunción festiva de la propia violencia que la exalta a la categoría de acción heroica y placentera.
Culto a la personalidad del conductor.
Pretensión ecuménica de la “ideología”.
Culto a las tradiciones heroicas, nacidas de su peculiar interpretación de la historia, acomodada de tal manera., que el conductor es el colorario obligado de la misma..
Glorificación de los represores y exaltación a la categoría de héroes nacionales.
Glorificación de la muerte por la causa, especialmente si la misma ocurre en acción. Recordar caso Anderson.
Militarización del estilo de vida social y especialmente del propio estilo de vida.
Generación de escuadras armadas al margen de la legalidad, pero toleradas por la misma, de carácter cuasi oficial.
Reivindicación de otra “visión histórica” que genera nuevos héroes.
Visualización de los grandes cambios históricos como obra de unas minorías iluminadas
Visualización utilitaria de la relación entre esa minoría llamada a ser sujeto de la historia y las masas populares.

¿Qué identidad política puede atribuirse a un clan que presente tales características?. No nos cabe duda que si el test propuesto se realizara, el observador llamado a pronunciarse no vacilaría en identificar a grupo analizado como “fascista”.

El chavismo podría cuestionar el hipotético test argumentando que los datos presentados por el “observador” han sido tendenciosamente seleccionados, con omisión de otros elementos, menos sospechosos de fascismo como las declaraciones del jefe máximo y algunas paupérrimas publicaciones de sus seguidores más ortodoxos o de los “asimilados” provenientes del “socialismo real”.

Y es cierto, en este test imaginario fue dejado de lado o relegado a segundo plano todo lo que el régimen y el presidente dicen de sí mismos, por las mismas razones que llevaron al autor del otro test a no buscar en el “para sí” de las mujeres interrogadas su identidad de liberadas. Lo importante era como respondían a interrogantes concretos, no lo que declaraban que eran. En otras palabras, lo que son y no lo que dicen ser.

Una declarativa socialista y revolucionaria no es necesariamente indicativo de una práctica socialista y revolucionaria, ni es necesariamente incompatible con una práctica fascista. La cuestión de las declaraciones y las prácticas no es una cuestión baladí. En los hombres que en 1919 se congregaron en Milán alrededor de Mussolini para fundar los primeros “fasci di combatimento” había actitudes mentales muy distintas de las que habrían de componer, veinte años después, la imagen final del fascismo. Encontraríamos en ese grupo de hombres un ideario afín al declarado por el régimen : aspiraciones de promover grandes reformas sociales y hasta socialistas y teorizaciones sobre las vías más apropiadas para imponerlos. El régimen eligió primero la violenta y luego la electoral, igual que los nazis.

Ignorar estos contenidos de “izquierda” en los momentos embrionarios del fascismo, que en los años 1919 y 1920 exhibían algunas fórmulas de autoconciencia revolucionaria, anticapitalista antisistema, lleva a inhibir la capacidad de reconocer e identificar en los gérmenes del fascismo ciertas formas de autoconciencia izquierdista.

El fascismo final obedeció al desarrollo de otros elementos claves : uno de aquellos elementos, quizás el principal, era la violencia, interiorizada y convertida en estilo.

Asumida como objeto de culto, con aditamentos militares y discursos guerreristas. Utilizada para crear simbologías guerreras, o para crear urgencias reales o imaginarias, en enemigos también reales o imaginarios, que justifiquen su uso, la violencia fue el distintivo del fascismo.

Y la violencia siempre es fascista, aun cuando se la acompañe de fraseología revolucionaria.

Es probable que como el caso del burgués gentilhombre de Moliere, el régimen termine descubriendo que toda la vida había hablado en prosa y que su socialismo del siglo XXI, es apenas otra versión del neo fascismo.

 

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