Victor Humareda
Pintor
Desnudo en verde
Articulo de "Caretas" sobre Humareda
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Alberto Mosquera Moquillaza
La Parada y alrededores, en el distrito de la Victoria, �otro de los grandes espacios surrealistas de Lima� fue el h�bitat de V�ctor Humareda, el desaparecido pintor pune�o quien desde 1952 hasta 1986, a�o de su muerte, vivi� en el Hotel Lima (cuarto 283), entre 28 de Julio y Aviaci�n, a escasas cuadras del jir�n Huatica, avenida Grau, M�xico y Floral, barrios de putas, proxenetas y malandrines de todo tipo. En esos ambientes, devaluados y satanizados por la cucufater�a e hipocres�a lime�as, Humareda va a encontrar la fuerza, la alegr�a y la motivaci�n para pintar el lado oscuro de la ciudad: mendigos, locos, ropavejeros, prostitutas, como lo hiciera con los tugurios del R�mac, Barrios Altos y San Cosme, actitud vital que lo acompa�� hasta concluir con un cuadro de la Quinta Heeren, 48 horas antes de su deceso. Para Humareda, la pintura no era s�lo color, era tambi�n forma, armon�a, composici�n, dibujo y realidad. Pero una realidad que ten�a que sentirla y gustarle, con temas que deb�an coincidir con su estado de �nimo y su manera de pensar. ��Mi cuarto? Mi cuarto es m�s alegre, me gusta. Me gusta La Parada, el barrio, por su bullicio, por la gente. Aunque tambi�n siento agrado por la noche, por las mujeres bonitas, de buenas formas� dijo en una oportunidad Humareda, el pintor que dej� Par�s por Lima, que no tomaba alcohol ni fumaba pues prefer�a el agua de manzanilla para bosquejar sus trabajos, mientras aguardaba la noche, a cuyo amparo incursionaba en los prost�bulos capitalinos, a la caza de damiselas con quienes fundir sus sue�os de acostarse con su adorada Marilyn Monroe, la endiosada rubia norteamericana que tambi�n sac� de sus cabales a los todopoderosos hermanos Kennedy. A pesar de todo a pocos se les ocurre pensar que en el fondo de los callejones y solares de la vieja Lima, en sus hoy destartaladas calles y jirones, en sus cantinas y esquinas, o en sus antros, bulle la vida en todos sus colores y matices, con sus h�roes, malos y buenos �todo depende del cristal con que se les mire� y en el quehacer cotidiano de una poblaci�n an�nima, que desde las entra�as de la �bestia de un mill�n de cabezas�, va cincelando tambi�n el pa�s; cantando y bailando, a�orando, los m�s veteranos, los tiempos pasados: los valses de Felipe Pinglo Alva, los tangos de Carlos Gardel, enzarz�ndose como siempre en las interminables discusiones sobre si fue mejor Bienvenido Granda (Angustia de no tenerte a ti /tormento de no tener tu amor/ angustia de no besarte m�s/nostalgia de no escuchar tu voz/) o Daniel Santos (Ayer se cumplieron diez a�os/de no ver tu cara/de no mirar tus ojos/de no besar tu boca/), aunque unos y otros comulguen con la inigualable Sonora Matancera, Los Compadres, el tr�o Matamoros o Celina y Reutilio, cl�sicos representantes de la m�sica caribe�a, cuyos ecos, renovados por viejos o nuevos cultores, siguen dando que hablar y bailar.
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