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Capilla de los Franciscanos

Alejado del pueblo de San Blas unos pocos kilómetros y recostado sobre el arroyo del Jabalí, se alza el complejo de los franciscanos creado gracias al empuje del padre Esteban.

Una construcción con biblioteca y una peculiar colección de estatuas de distintas vírgenes de todo el mundo, un palomar, un vía crucis, una capilla pequeña y un llamativo monumento en homenaje a los jóvenes caídos en Malvinas ha ido concretando en los últimos años este sitio digno de conocer.

Como explica el padre Esteban, funciona en los meses de enero y febrero "como una colonia de chicos, jóvenes, jubilados y religiosos que vienen de retiro espiritual. Son gente de pocos recursos y nosotros buscamos de esta forma que puedan conocer su país".

Con una entonación rígida que delata su origen extranjero, comenta que "hace unos veinte años comenzamos a venir de campamento como mochileros y un día me dije que por qué no hacíamos una capilla, ya que nos gustaba tanto el lugar y hacía tanto tiempo que veníamos en carpa".

Esa poco pretenciosa capilla, además de permitirles ofrecer el servicio de la misa, muchas veces les sirvió de refugio cuando San Blas era blanco de la furia de alguna tormenta.

El grupo mentor está conformado por tres sacerdotes franciscanos de origen croata, Esteban, José e Iván, que se reparten el tiempo del verano visitando el lugar con gente de sus parroquias, que pasan sus vacaciones trabajando en las tareas de mantenimiento.

Con el tiempo el grupo originario se fue ampliando y fueron necesarias otras comodidades, así que cada año agregaron alguna obra. Esteban dice que este verano "trabajaron poco". Realizaron el campanario, trajeron palomas mensajeras, realizaron tareas generales de mantenimiento y plantaron cerca de dos mil plantas.

El origen de la capilla: "En el '54, con diecisiete años, me escapé de Yugoslavia porque no me dejaban ingresar al seminario, que eran muy escasos allí. Y yo sentía la vocación de ser sacerdote, de hacer algo por el prójimo", rememora mientras apisona el tabaco de su pipa, en el espacioso comedor.

Desde su pequeña isla natal se escapó hacia Italia, cruzando el Mar Adriático en un pequeño bote y, como cuenta Esteban, "cuando uno tiene el agua hasta el cuello empieza a rezar; estando en peligro en altamar, donde no se veía tierra por ningún lado, le prometí a la Virgen que si no nos ahogábamos iba a hacer algo bueno de mi vida".

Luego de muchos años de andar por tantos lados, y de mucho tiempo de acudir a su cita veraniega con San Blas, un día se dijo: "me parece que llegó el momento de cumplir, y será aquí".

"Pero yo no le doy mucha importancia a esto y creo que debe ser la segunda vez que lo cuento", dice en voz baja, envuelto en la nube que escapa de la pipa.

La llegada a América: En Italia Esteban estuvo un año y tres meses en un campo de concentración para refugiados. Varado en aquel país extraño y sin documentos, hizo gestiones por medio de una organización norteamericana de católicos, que le realizó los trámites necesarios, le dieron el pasaporte y le pagaron el viaje hacia Chile.

Corría el año 1955 y la iniciativa primera de asentarse en la Argentina tuvo que cambiarse al país trasandino, por la convulsión de la llamada Revolución Libertadora que derrocó a Juan Domingo Perón.

"Yo seguía con la idea de entrar al seminario, y lo hice en Chile. Luego realicé el noviciado y estudié filosofía en Lima. Y en el '64 los superiores me llamaron a la Argentina, donde estudié teología pastoral y me ordené como sacerdote".

Pasaría mucho tiempo hasta que este hombre que cruzó el Atlántico para realizar su vocación terminara de declarar su amor por estas playas y este mar, en la "Bahía de Todos los Santos", como se la llamaba antiguamente.


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