El fil�sofo ingl�s David Hume estableci� una vez una distinci�n entre algo que �l llam� �virtudes aut�nticas� y algo que calific� como �virtudes monacales�. Virtudes aut�nticas, dijo, eran aquellas cualidades arraigadas en nuestro interior que son �tiles a los otros y a nosotros mismos.

Las virtudes monacales, por el contrario, son cualidades que no mejoran la vida humana, tanto la de la sociedad como la de la persona particular que las practica. Se�ala como virtudes monacales: celibato, ayuno, penitencia, mortificaci�n, abnegaci�n, humildad, silencio y soledad. Atestigua que estas virtudes no contribuyen en nada a la sociedad e incluso restan valor al bienestar humano. Por esta raz�n, afirma �l, son rechazadas por �hombres sensatos�. A una persona religiosa esto no le suena nada agradable.

Pero lo que sigue es todav�a m�s duro. Dice �l que los que practican virtudes monacales pagan un precio excesivo; se ven excluidos del bienestar y de la comunidad humana: el melanc�lico, el entusiasta atolondrado, el absurdo, despu�s de la muerte quiz�s tenga un lugar en un calendario (como �santo�), pero, mientras est� vivo, apenas ser� admitido a la intimidad y a la sociedad, a no ser por aquellos que son tan delirantes y sombr�os como �l mismo.

Por brutal que pueda sonar esto, contiene un saludable aviso, con un eco apreciable de lo que Jes�s dijo cuando nos advirti� que tenemos que ayunar en secreto, no andar tristes y cabizbajos cuando practicamos ascetismo, y asegurarnos de que nuestra piedad no sea demasiado llamativa en p�blico. Si en algo Jes�s es claro, es precisamente en esto.

�Por qu�? �Por qu� habremos de evitar toda exhibici�n p�blica de nuestro ayuno, de nuestras pr�cticas asc�ticas y de nuestra oraci�n personal?

La advertencia de Jes�s va, en parte, contra la hipocres�a e insinceridad, pero hay a�n m�s. Est� tambi�n por una parte la cuesti�n de lo que estamos irradiando, y por otra la de c�mo nos perciben los dem�s. Cuando exhibimos llamativamente ascetismo y piedad en p�blico, aun cuando seamos sinceros, lo que queremos irradiar y lo que los dem�s (y no precisamente los David Hume de nuestro tiempo) perciben en nosotros son con frecuencia dos cosas muy diferentes. Quiz�s queramos irradiar nuestra fe en Dios y nuestra entrega a cosas y valores que sobrepasan este m undo, pero lo que otros f�cilmente leen en nuestra actitud y en nuestras acciones es falta de bienestar, falta de alegr�a, depresi�n, desd�n por lo ordinario y como una compensaci�n no-tan-disimulada por estar �perdiendo la vida�.

Y esto es precisamente lo opuesto a lo que deber�amos estar transmitiendo. Todas las virtudes monacales (y conste que son virtudes reales) intentan abrirnos a una m�s profunda intimidad con Dios y por eso, si nuestra oraci�n y ascetismo son sanos, lo que deber�amos estar irradiando es precisamente salud, felicidad, alegr�a, amor por este mundo y sentido de c�mo los goces ordinarios de la vida son hasta sacramentales.

Pero esto no es f�cil de realizar. No irradiamos fe en Dios y bienestar aceptando sin sentido cr�tico y animando cualquier esfuerzo del mundo por ser feliz, ni destellando una falsa sonrisa cuando en el hond�n de nuestro coraz�n apenas logramos apa�arnos para mantener nuestra depresi�n a raya. Irradiamos fe en Dios y salud dispensando amor, paz y serenidad. Y no podemos hacer esto mostrando un desd�n por la vida o por la forma con que la gente ordinaria busca la felicidad en esta vida.

Y �se es un reto dif�cil, especialmente hoy. En una cultura como la nuestra, es f�cil mimarnos y malcriarnos a nosotros mismos; es f�cil que nos falte todo sentido real y profundo de sacrificio, que estemos tan hundidos en nuestras vidas y tan absortos en nosotros mismos que perdamos todo sentido de oraci�n, y que vivamos sin ning�n ascetismo real, especialmente sin ascetismo emocional. Entre otras instancias, vemos esto hoy en nuestros negocios patol�gicos, en nuestra incapacidad de mantener vida de oraci�n personal, en nuestra creciente inhabilidad para ser fieles a nuestros compromisos y en nuestras luchas contra adicciones de todo tipo: comida, bebida, sexo, entretenimiento, tecnolog�a de la informaci�n... La pornograf�a en internet es ya la mayor droga-adicci�n en todo el mundo. Oraci�n y ayuno (al menos de tipo emocional) escasean. Las virtudes monacales son hoy m�s necesarias que nunca.

Pero tenemos que practicarlas sin exhibirlas p�blicamente, sin desde�ar lo bueno que hay, dado por Dios, en las cosas de este mundo, sin insinuar que nuestra propia santidad personal es m�s importante para nosotros y para Dios que el bien com�n de este planeta, y sin sugerir que Dios no quiere que gocemos y nos deleitemos en su creaci�n. Nuestro ascetismo y oraci�n deben ser reales, pero para ello deben tambi�n irradiar bienestar, y no ser como una especie de taimada compensaci�n por no lograrlo.

Y eso, un bienestar que da testimonio de la bondad de Dios, es exactamente lo que percibo en los que practican las virtudes monacales de una manera saludable. La oraci�n y el ayuno, practicados correctamente, irradian salud y bienestar al mundo, no desd�n ni desprecio. Si David Hume hubiera sido testigo de la salud an�mica y del amor de Jes�s al interior de su oraci�n y ascetismo, sospecho que habr�a escrito de forma muy diferente sobre la virtud monacal.

As� pues, tenemos que tomar m�s en serio las palabras de Jes�s de que el ascetismo y la oraci�n personal tienen que hacerse �en secreto�, a puerta cerrada, de modo que el rostro que mostramos en p�blico irradie salud, alegr�a, bienestar, felicidad, serenidad y amor por todo lo bueno que ha hecho para nosotros el mismo Dios, a quien la oraci�n y el ascetismo nos acercan eficazmente.

Las bellas manos que cortaban las flores del huerto han desaparecido ya hace tiempo. Hoy solo quedan en la casa un hombre y un ni�o. El ni�o anda solo por el jardin, por la calle, por el patio. Desde que murio la madre nadie se preocupa del ni�o. visita nuestra web

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