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Sócrates, una metodología de la que todavía hoy tenemos mucho que aprender.

 

 

 

 

 

El Profesor del Tercer Milenio

El profesor del Tercer Milenio debería bajarse de su tarima, de una vez por todas, para poner los pies en el suelo, situarse al nivel de sus alumnos, y dejarse de clases magistrales en las que no hace más que llenar pizarras con una información, la mayoría de las veces incomprensible para sus interlocutores, y que entorpece un proceso de aprendizaje donde el monólogo suele ser la única dinámica de intercambio. Claro, que de este modo tiene un dominio absoluto de la situación, pues al utilizar constantemente palabras rebuscadas que le convierten en un erudito del tema cierra las puertas, generalmente, a un entorno de diálogo que no acepta debido a su exagerado orgullo profesional, porque está convencido de la "natural" separación entre él y los alumnos.

No hace falta desbordar inteligencia para comprender que los conocimientos sobre cualquiera de las múltiples materias que inundan nuestras universidades crece a cada momento a velocidades imparables, a un ritmo frenético. Conocimientos que se actualizan prácticamente a diario gracias a las innumerables investigaciones que permanentemente mantienen vivas los equipos de científicos y profesionales que trabajan en proyectos, no importa del tamaño que sean, tanto en los sectores públicos como privados. Nuevas teorías científicas nacen para desmentir ideas que han venido aceptándose durante siglos, rompiendo con formas de pensamiento que muchas veces nos cuesta abandonar, incluso ante la evidencia. Sin embargo, el profesor de pensamiento científico sabe perfectamente que esto es bueno, y hasta necesario, porque es signo indudable de progreso, que se debe sustituir una teoría por otra más convincente, renovar las ideas, incluso cambiar de opinión sobre un tema si fuera preciso. Pero la verdad es que muchos otros, que se apoltronan en su lugar privilegiado amparados en la completa seguridad que les da su estado profesional, son incapaces de claudicar y no aceptan otro sistema de enseñanza que no sea aquel que vivieron durante su formación en el instituto o en la universidad, sin darse cuenta de que se están anquilosando. Evidentemente, a estos últimos va dirigido mi pequeño comentario de esta página.

Así pues, si dominar una materia está muy lejos del ideal tradicional del erudito que nos dejaba boquiabiertos con su retahíla de palabras técnicas, del profesor que nos recitaba de memoria poesías, ríos, cordilleras, capitales, listas de reyes, nombres científicos de plantas y animales,...,o de aquel profesor que se vanagloriaba de ser el que más pizarras llenaba con sus demostraciones matemáticas o físicas, más lo está el poder asegurar que se domina al completo una materia o especialidad en un mundo como el de hoy, en el que los nuevos conocimientos fluyen imparables e incansables, fruto del esfuerzo y de las grandes cantidades que se dedican a la investigación, especialmente en los países industrializados.

Ante esta evidencia, el profesor decimonónico (aquel que todavía cree en la eficacia de sus clases magistrales donde él es el único protagonista, sobre todo porque a él le sirvieron en su aprendizaje) debería cambiar de actitud en un gesto de humildad y de generosidad hacia los demás y pasar a una metodología mucho más dinámica en la que la intervención del alumno, por ejemplo, fuera mucho más activa participando directamente, incluso en la elaboración del propio conocimiento. De este modo, aquél dejaría de ser el centro de atracción de la clase en su papel de única fuente del saber para convertirse en guía , orientador, moderador y organizador de cuantas tareas se desarrollaran en el aula, desplazando ese egocentrismo característico y asumiendo el nuevo rol que le corresponde en una sociedad donde el acceso e intercambio de información ha alcanzado niveles insospechados. Plantear interrogantes a sus alumnos sobre cada tema en particular, saber desglosarlos en otros más elementales y asequibles, dirigirlos en la búsqueda de cuantas más mejor respuestas coherentes, aceptando como posibles la variedad más amplia a la que se pueda acceder, sin límitaciones ideológicas, ayudarles a seleccionar las de mayor trascendencia, debatir sobre los pros y contras de las respuestas aportadas por los diferentes autores, opinar y dejar opinar sobre cada una de las situaciones que se irán planteando, contrastar con respuestas a esos mismos interrogantes que se ofertaron en el pasado, aceptar como válidos los materiales escritos aportados por los propios alumnos y obtenidos de distintas fuentes externas, plasmar los resultados de una forma esquemática, gráfica o escrita, utilizar técnicas vanguardistas de acceso a la información, hacerles protagonistas del descubrimiento,..., serán algunas de las tareas que determinarán el tipo de actividad que debe producirse en el interior de las aulas si queremos que nuestros alumnos salgan de ellas con una mente abierta, respetuosa con las opiniones ajenas, desbordando tolerancia, y en definitiva, con una mentalidad y un talante democráticos.

Por otro lado el acceso a la información ha dado en los últimos tiempos un vuelco impresionante. Con la imprenta de Gutenberg se puso fin al secuestro que durante siglos sufrió el conocimiento humano a lo largo de toda la Edad Media, cuando los únicos privilegiados eran los abades y monjes, al tener entre sus actividades diarias la de copiar a mano los textos clásicos salvados de devastaciones anteriores y al disponer en las bibliotecas de los monasterios de auténticas joyas escritas. Las bibliotecas proliferaron y el acceso al saber pudo extenderse a un número infinitamente mayor de personas. Pero la revolución cultural auténtica la estamos viviendo en nuestros días, en el impresionante mundo de Internet, gracias al cual se hace ilimitada, prácticamente infinita, la cantidad de información que puede pasar por nuestras manos, la rapidez con que se accede a ella y la libertad con que están expresadas, pues amparados en el anonimato, generalmente, muchos autores dan rienda suelta a su pensamiento y se expresan con total naturalidad.

De este modo el profesor del Tercer Milenio deberá incluir en su formación el control y dominio de todas y cada una de las nuevas tecnologías que facilitan un acceso rápido y efectivo a la información más actualizada, esa que antes únicamente se encontraba en las bibliotecas y en las revistas de divulgación técnica o científica y a las que en la actualidad se puede acceder mediante técnicas modernas de búsqueda y que, afortunadamente están a disposición de cualquier usuario gracias a los sevicios semigratuitos que proporcionan la inmensa mayoría de universidades, bibliotecas y portales de la red. Aún así habrá que esperar a que el acceso a estos servicios sea totalmente gratuito para poder afirmar que vivimos una auténtica democratización del saber. En su currícula formativo deberán incluirse contenidos relacionados con la Informática, la programación, la navegación por la red o la edición de webs personales, incluídas las técnicas de transferencia de archivos.

Internet y las nuevas redes informáticas que la amplían ya lo están logrando, y en el futuro multiplicarán hasta límites insospechados las posibilidades de que cualquier ciudadano medio que disponga en su domicilio de un simple ordenador personal pueda tener con unos cuantos clics de ratón una información, cada vez más depurada a medida que se perfeccionan los algoritmos de búsqueda de los motores de que disponen la mayoría de servidores y portales con los que solemos conectarnos cualquiera de nosotros. Se espera asímismo que se incremente considerablemente en pocos años la velocidad con que circulará la información con la incorporación de nuevas tecnologías y materiales, como la fibra óptica (que hoy es privilegio exclusivo de las grandes ciudades, por su rendimiento económico), microprocesadores más rápidos que incrementarán el número de bits del tránsito y el uso de dispositivos en los que no sea necesaria la modulación-demodulación al ser digitales en su integridad.

El profesor del Tercer Milenio deberá tener en cuenta estos y otros muchos factores para cambiar algunas de sus actitudes como educador, haciendo suyo aquel viejo principio de que "El maestro no enseña, los niños aprenden". Y este elemental principio debería aplicarse a todo tipo de enseñanza, incluso en la propia universidad, donde se da por hecho que los alumnos ya son autosuficientes en todos los sentidos. En nuestras universidades e institutos todavía quedan demasiados profesores titulares de cátedras o eminentes doctores, a los que la mayoría de las veces suple en su docencia otro desdichado profesor que, realizando su mismo trabajo es retribuído deshonrosamente, muy por debajo de la dignidad de su actividad. Profesores que utilizan los propios trabajos de sus alumnos para enriquecer los contenidos de sus obras exigiéndoles en los mismos unas directrices acordes con los beneficios de todo tipo que, en ningún caso estarán dispuestos a compartir con ellos. Es como un tipo de esclavitud aplicada al mundo cultural, pero eso sí, a cambio está la recompensa de una nota aceptable dentro de ese chantaje consentido. Profesores que señalan a dedo qué alumnos entran a formar parte de determinado Departamento, en demasiados casos sin importar mucho sus cualidades y aptitudes personales o académicas, para asegurarse así un aliado más, y por qué no, un voto adicional en posteriores decisiones que quizá le sirvan para trepar algún que otro escalón profesional. Y qué decir de aquéllos que, sin que nadie haga nada para remediarlo, exigen en sus controles, en sus deshumanizados exámenes, contenidos que ni por pura referencia han tratado en sus magistrales clases. Evidentemente, este tipo de profesorado, que afortunadamente no debe ser muy numeroso, espero, es el que deberíamos evitar en nuestros centros de enseñanza.

En definitiva, el profesor del siglo XXI debería, de vez en cuando, regresar a sus orígenes y recuperar, por ejemplo, aquella "mayéutica" de Sócrates. Eso sí, aplicada al entorno en el hoy nos movemos, a nuestra sociedad moderna. Tampoco se trataría de partir de cero en la elaboración del conocimiento, de reconocer nuestra ignorancia más absoluta. Ni mucho menos recurrir de nuevo a la cicuta para liberarnos de nuestras penalidades. Debemos saber aprovechar la experiencia acumulada durante siglos y saber hacer nuestro lo mejor de cada cual, lo bueno de los filósofos, literatos, matemáticos, naturalistas, físicos y científicos que nos precedieron. Estoy convencido que todos aportaron algo que podemos aprovechar. Nuestro éxito dependerá de la capacidad que tengamos de saber recoger lo mejor de los que se nos adelantaron y de cómo lo utilicemos. Pero en el fondo no estaría nada mal que nosotros, los profesores, de vez en cuando, manifestáramos a nuestros alumnos con un gesto de humildad, nuestra "ignorancia" relativa y nuestro derecho a equivocarnos, como seres humanos que somos.

CRB 2000, mayo de 2001.

Sócrates a punto de beberse la cicuta tras ser condenado a muerte acusado de pervertir a los jóvenes.


 CRB 2000 -ESPAÑA- Editor : [email protected]

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