Ya me había ocurrido algo muy similar
hace ahora un año. Al poco de hacerse de noche escuché unos sonidos
extraños, totalmente nuevos y desconocidos, en el exterior de la casa.
Jamás podía imaginar de qué se trataba. Pero un rato después
descubría cómo en la fachada exterior que da a la calle, y sobre
la pared blanquísima que la compone, alguien había estrellado
algo así como una docena de huevos que le daban un aspecto más
bien vanguardista, pero que simbolizaba una cobarde protesta, una agresión
personal que nunca llegué a comprender en ese momento. Evidentemente,
debía tener alguna relación con mi trabajo docente, ya que, que
yo sepa, nunca tuve ningún contratiempo con nadie del entorno en que
me muevo.
Lo habitual en estos casos es emprender un repaso mental para responder a los
dos principales interrogantes que surgen : quién y por qué. Entonces
recordé que ciertos problemas de convivencia con algunos de nuestros
alumnos podrían muy bien ser la causa de tal atropello. Y así
fue como al final llegué a la conclusión de que dos individuos
de la clase de Primero de ESO, de unos 12 años, eran los únicos
capaces de una fechoría así debido a los acontecimientos que habían
tenido lugar en los días anteriores. Aunque concedía un 50 % de
probabilidad a cada uno de ellos por separado, la unión de ambos me concedía
el 100 % a la hora de resolver la situación, si no a nivel policial o
jurídico, ya que no tenía ninguna prueba de los autores, sí
a nivel moral, por intuición. Aun así quedaron otros muchos interrogantes
sin responder, por ejemplo, cómo era posible que dos individuos más
bien canijos y poco desarrollados físicamente como aquellos pudieran
haber estampado los huevos en los lugares más altos del edificio, e incluso
en el fondo de uno de los patios de luces de la casa, desde el centro de la
calle, donde había pruebas de que allí se había iniciado
la agresión…
Sin embargo lo más sorprendente estaba por venir transcurrido algo más
de un año, cuando el asunto ya estaba sin solucionar y totalmente olvidado.
El pasado sábado, 17 de mayo, me encontraba delante del ordenador, a
eso de las 11 y cuarto de la noche, y como es habitual en la buhardilla de la
vivienda. De nuevo aquellos sonidos extraños (aunque ya me empezaban
a parecer familiares) en la fachada del edificio. Por inercia me levanté
con rapidez y me asomé a la diminuta ventana que da a la calle, y pude
ver a dos individuos, de unos 16 años y vestidos de oscuro (seguramente
para pasar más desapercibidos a esas horas), que corrían y escapaban
a toda velocidad por una de las travesías cercanas a mi domicilio, paralela
a la avenida donde vivo y en una determinada dirección. Al bajar pude
comprobar que, efectivamente, se trataba de una nueva gamberrada similar a la
ocurrida tiempo atrás. Sin embargo la diferencia era evidente, ya que
en esta ocasión los había visto. Pero las cosas no cuadraban,
ya que nuestro colegio sólo admite alumnos y alumnas hasta los 14 años,
puesto que incorpora solamente el Primer Ciclo de Secundaria y esto había
sido fruto de individuos de mayor edad.
Sin pensármelo dos veces eché a correr, cogí las llaves
del coche y me dispuse a dar una batida por el barrio para intentar encontrar
algún indicio. Nada extraño, gente normal paseando por las calles
aunque no en demasiado número, una cochera abierta en la que se estaba
celebrando alguna que otra cena especial, y un silencio abrumador en el resto,
muy habitual en esta zona en que vivo.
Cuando ya me disponía a regresar, un poco frustrado al no encontrar nada,
se me ocurrió como último recurso adentrarme en uno de los barrios
colindantes sabiendo que el tiempo corría en mi contra, pues cada minuto
que pasaba existían menos posibilidades de encontrar alguna señal.
Crucé el semáforo que lleva a una de las salidas del pueblo y…,
¡Oh, sorpresa!, me encuentro a mi derecha a 5 individuos, vestiditos de
negro, de edades comprendidas entre los 13 y 16 o 17 años, y caminando
por la acera, tan frescos, a eso de las 11 y media de la noche. Enseguida reconocí
al cabecilla y a otros dos que le acompañaban, puesto que eran tres de
mis alumnos. Los otros dos, algo mayores, eran sin duda los que había
visto minutos antes desde la ventana de mi casa. Paré el coche y bajé
a hablar con ellos. Recuerdo que le dije que aquello lo pagaría, antes
o después. Ellos hacían como que no entendían nada, pero
la evidencia era tan suprema que se notaba que estaban disimulando. Le pregunté
al cabecilla sobre dónde estaba tan sólo unos minutos antes y
con numerosos gestos, de los que suele abusar siempre que está nervioso,
me indicó el lugar en que se encontraba de una forma inocente, sin darse
cuenta de que era ese precisamente el lugar hacia el que se habían dirigido
los dos individuos que vi corriendo unos minutos antes. Regresé a casa,
repasé la situación y comprendí perfectamente la trama.
Y a continuación denuncié personalmente el hecho a la Policía
Local y a la Guardia Civil a la espera de que de una forma o de otra se resuelva.
Aunque ya han transcurrido varios días y he tenido ocasión de
hablar personalmente con algunos de sus padres, todavía estoy esperando
una respuesta convincente, pues ni aquéllos ni éstos han dado
señales de vida.
Espero, amigo lector, que no necesite darte más detalles del asunto.
Pero lo cierto es que, como habrás observado, la escuela está
sufriendo las consecuencias de lo que ocurre a su alrededor. Soportamos a individuos
que se pasan gran parte del tiempo en la calle, rodeados de gente de su misma
calaña, obligados a integrarse en las aulas normales y a permanecer en
nuestros centros al menos hasta los 16 años y que no admiten que otra
persona, a la que le han encomendado el honroso deber de educar e instruir,
tenga el valor de enfrentarse a su anarquía particular en beneficio,
no sólo de ellos mismos, que jamás será reconocido, sino
del resto de compañeros que, por culpa de los numerosos incidentes que
producen cada día, ven sustancialmente mermado el tiempo efectivo de
clase y con ello la calidad de la formación que reciben. Los padres deben
saber que auténticas mafias de alumnos pululan por nuestras escuelas
extorsionando, amenazando y cumpliendo sus amenazas, insultando y abusando de
los demás (y no sólo de los más pequeños), robando,
destrozando materiales, llenando las paredes de pintadas, saqueando,…,
y lo que es peor : reventando la convivencia en las clases. Queramos o no, afrontando
la situación o mirando hacia otro lado, el resto de alumnos (y algunos
profesores) sufre las consecuencias de la mala labor llevada a cabo por unos
padres, los de esos individuos, que no han sabido poner remedio a tiempo al
comportamiento de sus hijos.
Permitidme ahora que os muestre un comentario, una alusión extraída de la red que puede ayudaros a comprender mejor el objeto de mi comentario :
MAFIOSOS
"Los mafiosos que “pasan costo”
no son héroes del mundo
alternativo. Tienen un negocio, basado en engañar, despreciar
y aprovecharse de sus clientes. Clientes a quienes ellos llaman,
para disimular, “colegas”. Proporcionarle porros a personas que
aún no se han formado es uno de los abusos más sucios
que se pueden cometer. No os respetan ni os quieren, ni
siquiera, probablemente, les caigáis bien. Pero saben que los
menores son un público más manipulable, influenciable. Si no,
¿por qué buscan clientes en los institutos?
Con todo el respeto más auténtico, las personas que estudiáis
aquí,
aunque podáis ser maduras, no estáis formadas definitivamente
como
personas adultas, dueñas de sí, con criterio. Estáis empezando,
pero
queda mucho. El proceso de consolidación de vuestra personalidad no
queda fijado hasta que lleguéis a los veinte o así.
Los chicos y las chicas que sirven como mensajeros a estos
mafiosos son marionetas, están siendo utilizados, o bien son
personas con pocos escrúpulos morales, como esos negociantes
tramposos que les abastecen.
No les rías las gracias como si fueras nadie. No les tengas
miedo. Son tan débiles que sin ti no son nada. Son vampiros de
energía: te van comiendo la personalidad hasta dejarte muy
débil, muy dependiente.
No les encubras jamás. Y no confundas la cuestión de la lealtad
con el proteger a gente que está abusando de personas más
vulnerables.
Usa la cabeza".
www.mujerpalabra.com/secundaria/pages/lecturas/mafiosos.PDF
CRB 2000, mayo de 2003.
CRB 2000 -ESPAÑA- Editor : [email protected]
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