Capote de Brega

Apuntes Taurinos

La Historia de una

Afición.

Continua. . .

EL CONVITE

¿Hotel reservado para descansar, bañarme y vestirme...? No, simplemente el salón de pueblerina escuela primaria donde ya estaba el resto de los toreros y banderilleros...

Llegamos -don Jorge, mis amigos Alberto y José Luis y mi menda- a eso de las once de la mañana, por lo que creí que entre esa hora y la del inicio del festejo tendría ocasión de descansar, meditar y concentrarme antes de la ceremonia de vestir el terno, pero no fue así...

Casi inmediatamente, faltando unos minutos para las doce del día, se nos pidió-ordenó estar listos para el "convite", tradición que consiste en el recorrido que hacen los toreros ¡vestidos de luces y hasta con capote de paseo! por las calles principales del rústico pueblito y seguidos por una especie de banda de viento que se encarga de destrozar los más populares pasodobles...

En esa ocasión también formaba parte de la caravana una destartalada camioneta con sonido portátil del "Circo Argentino" que a todo volumen anunciaba "la actuación de cuatro valientes novilleros triunfadores de la República", entre los que mencionaba en tercer término a ENRIQUE BRINGAS, "EL BACHILLER"...

Pero no todo fue dejarnos ver por los asombrados pueblerinos, ya que a la gran incomodidad de caminar con las zapatillas de torero enmedio de piedras, charcos y lodo, estaba el desagradable acoso de que fuimos objeto por parte de ¡cientos de miles de perros ladradores! que pretendían mordernos tobillos y pantorrillas, y sobre todo una horda de pinches escuintles que, armados de ligas y cáscaras de naranja y puntería de campeones mundiales, nos bombardearon a placer las nalgas bien ceñidas por la ajustada taleguilla...

Todo ese martirio se prolongó por más de una hora luego de lo cual volvimos a la grata sombra de la escuela-vestidor para esperar el momento de ir a la plaza...

El coso estaba construído -como el de mi anterior actuación- con vigas y tablones que servían de improvisado "palco de honor" donde estarían ubicados el "juez" del festejo, las autoridades municipales con el cacique a la cabeza, los "notables" y desde luego, "las damitas de la mejor sociedad" pueblerina que hasta se bañaron ese día. Todos dispuestos a emocionarse y aplaudir las hazañas de los novilleros "triunfadores de la República"...

Debo decir que minutos antes de partir plaza el miedo se fue apoderando de mi menda; la boca estaba seca como esponja y sentía las piernas tan flojas que pensé que ni siquiera podría tenerme en pie...

Al pararme ante la puerta de cuadrillas y ver ¡hasta el otro lado! el burladero donde terminaría el paseíllo, creí que nunca llegaría pues sentía que pisaba como sobre una cama elástica de gimnasta...

Sin embargo y casi sin sentirlo -aunque también sin gozarlo, ¡carajo! - superé ese momento pero no el miedo que me aprisionaba...

La lidia del primero y segundo novillos a cargo de mis alternantes fue todo un martirio, pese a que insistentemente don Jorge me decía "fíjate, están chicos los novillos, no te harán nada"... Y era cierto pues aquellos animalejos eran becerrotes de dos años y con no más de 280 kilos y unos pitoncitos que parecían plátanos manzanos... Pero eso lo aprecié hasta que ví las fotografías días después, ya que en esos momentos me parecían búfalos o elefantes...

Por fin tocó mi turno... El novillito se resistía a saltar del cajón colocado en un camión de transporte taurino, lo que hacía crecer más mi miedo, si eso era posible; y cuando finalmente se dignó salir, hizo el viaje directamente hasta el burladero donde yo estaba, asustándome más aún...

Luego de que mi compañero que hacía labores de brega lo colocó adecuadamente, escuché la imperiosa voz del "apoderado" que me ordenaba: "venga, carajo"... Para qué insistir en que el miedo me tenía casi paralizado pero hubo un momento de decisión y le fui al toro pegándole el primer capotazo para fijarlo en la tela...

Y entonces llegó la transformación ya que una especie de paz interior me llenó y me hizo reaccionar con los conocimientos teóricos que había asimilado en mis entrenamientos en el ruedo de Nonoalco...

Creo que estuve bien con el capote y aunque no quise poner banderillas, a la hora de coger la muleta mi estado de ánimo era distinto de cuando llegé a la plaza... Los entusiastas "olés" de la afición pueblerina estimularon gratamente mi vanidad y así, pude hacer una regular faena, creo que adecuada para un principiante ya que así me lo hacía saber don Jorge con su tranquilizadora voz...

Ya me sentía el triunfador de la tarde, pero llegó la "hora de la verdad"... El infausto momento de tirarse a matar para culminar la labor hecha con capote y muleta... Y con ella se hizo presente mi gran deficiencia que echó por la borda todo lo conquistado minutos antes...

Juro que procuré hacer la suerte apegado estrictamente a lo aprendido y practicado en la carretilla, pero resultó que luego de irme tras la espada, notaba con terror que ésta quedaba colocada -o medio colocada para decir verdad- en sitios que hacían reir a quienes minutos antes me aplaudían...

Así una y otra vez hasta que finalmente el piadoso juez de plaza puso fin a mi martirio ordenando el fatídico tercer aviso... Esto significaba que el novillo de mi presentación formal se me fue vivo a los corrales, pero como no había tales, un charrito de la región tuvo que lazar al pobre animalejo por los cuernos para jalarlo, llevarlo hasta un burladero y apuntillarlo para que dejara de sufrir...

Ni para qué recordar el cachondeo de mis cuates... De pendejo no me bajaban pese a que Alberto y Galnares, mis fieles amigos, procuraban defenderme insistiendo en los buenos muletazos que, juraban, le pegué al becerrote aquel...

Fue don Jorge el que un rato después me dijo muy serio y malencarado: " Mira, pendejo, cuando te tires a matar, NO CIERRES LOS OJOS, con una chingada, pues así jamás podrás atinar al morrillo"...

Entonces comprendí el porqué de la garrafal falla cometida: y es que en efecto, cuando me iba tras el acero cerraba los ojos y al abrirlos, presenciaba el nada grato espectáculo del estoque clavado hasta en los cuartos traseros...

El balance final hecho en la soledad de mi cuarto, esa misma noche, me indicó que iba bien, que lo de los ojos cerrados, una vez detectado, podría corregirse y que en cuanto a valor frente al novillo -pese a su tamaño- no me había faltado pues me sobrepuse al miedo luego del primer capotazo...

Fue un fracaso, desde luego, ver cómo acababan con mi primer "enemigo" pero por lo demás, me sentía satisfecho y casi feliz... Sobre todo porque mi fabuloso vestido de luces vino y plata me había hecho sentir so-ña-do y salió indemne de su primera prueba de fuego, incluyendo el "simpático" convite pueblerino...

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