Juan de Austria

 

Juan de Austria no pertenece a la historia, sino a la leyenda. Hay que tener esto bien presente a la hora de acercarse a su biografía. Es imprescindible llegar a ella con el espíritu abierto para oír de ideales, entusiasmos y hechos que hoy nos son extraños, exagerados, ridículos quizá.

Nuestro personaje de leyenda fue un héroe que vi­vió en un tiempo de héroes. Sin demasiada exagera­ción podríamos afirmar que sus más inmediatos an­tecesores construyeron Europa e inventaron América.

Su tatarabuelo paterno fue Carlos el Temerario, señor de Borgoña y paradigma —aún hoy— de caballero «sin miedo y sin tacha»; sus bisabuelos fueron el valiente, galante, desmesurado Maximiliano I de Habsburgo y, por parte materna, Isabel y Femando, Femando e Isabel, la sola mención de cuyos nombres llena dos mundos.

Tuvo por abuelos paternos a Felipe el Hermoso y Juana la Loca, que conservaron celosamente los ge­nes heroicos heredados para darlos a su hijo Carlos, el rey, el emperador, el señor de dos mundos, quien, en un instante de pasión, los volcó en Juan con mayor generosidad que en sus otros hijos, legítimos o no.

Como sus inmensos antecesores, Juan, desde niño, amó, por encima de todo y de todos, a Dios y a España, y a defender y hasta engrandecer a sus dos objetos de devoción consagró su vida.

Esto hoy es muy difícil, si no imposible, de en­tender. Por eso decíamos que a la vida de Juan de Austria hay que acercarse con el espíritu muy abierto.

Si aun así no logramos aceptar que se pueda con­sagrar toda una vida a Dios y a España, nos queda el consuelo de recordar que se trata de un personaje de leyenda.

Juan Manuel González Cremona. Juan de Austria, héroe de leyenda. Editorial Planeta 1994

 

Hijo natural del emperador Carlos V y Bárbara Blomberg. Nació el 24 de febrero de 1545 en Ratisbona y fue educado en España (en Villagarcía de Campos) bajo la tutela del mayordomo del emperador, don Luis Méndez de Quijada. Aunque Carlos V quiso destinarlo a la Iglesia, su carácter decidido y emprendedor aconsejó el ejercicio de las armas. Su brillante carrera, desde que en 1568 fue nombrado capitán general del Mar, se forjó al servicio de la política de su hermano el rey Felipe II, que no obstante siempre le negó el título de alteza y los honores de infante.

Junto al experimentado don Luis de Requesens, don Juan de Austria participó en acciones contra los berberiscos, y sometió a los moriscos de las Alpujarras sublevados en 1568. La victoria de Lepanto (1571), al frente de la flota organizada por la Liga Santa, acabó de consagrarlo como gran estratega y general. En 1575 fue enviado a Italia con título de lugarteniente del rey, logrando pacificar Génova, y un año después pasó a ocupar el cargo de gobernador de Flandes, vacante por la muerte de Requesens. Las instrucciones del rey mandaban continuar con la política de pacificación de los Países Bajos, pero a la llegada de don Juan las tropas, descontentas por el retraso en la paga, saquearon Amberes ('furia española'). El 12 de febrero de 1577 don Juan de Austria firmó con los Estados Generales el Edicto Perpetuo, que atendía a la petición holandesa de retirada del ejército, aunque en septiembre Guillermo de Orange-Nassau exigió la entrega de todas las ciudades ocupadas y la salida del país. La mejora en la economía por la llegada de América de una remesa con más de dos millones de ducados en plata permitió reanudar una política ofensiva: con el envío de dos regimientos se derrotó al ejército de los Estados Generales en Gembloux en enero de 1578. En octubre de ese mismo año, estando acampado en Namur, don Juan moría de fiebre tifoidea.

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