Batalla de Bicoca, 1522

 

Bicoca (27 de abril de 1522), combate en el que los arcabuceros españoles, que eventualmente constituirán la columna vertebral de los tercios, ganan sus espuelas. La facilidad del triunfo, que hizo que ese nombre se incorporara a la lengua castellana, no disminuye la importancia del resultado. Al contrario, la acrecienta, por la rapidez con que se deshizo un mito: el del piquero suizo.

Al menos desde el último cuarto del XV, aparece un tipo revolucionario de soldado, el piquero helvético, conocido también como “esguízaro”. Agru­pado en gigantescos cuadros de gran profundidad y formados por miles de hombres, equipados con largas picas, pone fin a siglos de predominio de la caballería noble. La solidez de estas tropas, que durante cincuenta años nunca volvieron las espaldas, aunque fuesen ocasionalmente derrotadas, contribuyó a hacer de ellas las más temidas de Europa. España y Francia pagaron a pre­cio de oro sus servicios.

En Bicoca, quince mil de ellos, al sueldo de este último país, divididos en dos enormes cuadros, avanzan imperturbables contra los imperiales. Éstos cuentan como fuerza de mayor peso con cuatro millares de arcabuceros espa­ñoles, que esperan, apoyados por artillería, al otro lado de un camino, tras un terraplén coronado por una empalizada.

Los esguízaros se arrojan al ataque con su habitual valor. A pesar de sufrir unas mil bajas por el fuego enemigo, atraviesan la carretera. Superar el talud les resulta, en cambio, imposible. Porque el terreno rompe su impulso y, sobre todo, porque los arcabuceros no descansan. Seguirán tirando por filas sucesivas hasta que, después de haber perdido veintidós capitanes y unos tresmil soldados, los piqueros, sin dejar de hacer frente, se retiran. Los españoles están intactos, y el arcabuz ha probado su eficacia. En cuanto a los suizos, nunca llegaron a recuperarse; en efecto, “ya no volvieron a desplegar su famo­so vigor”. “La importancia de ese día reside en que, finalmente, los suizos fue­ron curados de su tradicional tenacidad”.

La táctica de los vencedores no es nueva: es prácticamente la misma que la adoptada con éxito por Fernández de Córdoba en Ceriñola, en abril de 1503. Pero entonces desplegó espingarderos y escopeteros, dotados de armas menos efectivas que el arcabuz.

Asistió a Bicoca el hombre que quizás vio antes que nadie las posibilidades del nuevo tipo de infante que era el arcabucero. El marqués de Pescara, napo­litano de nacimiento, pero tan aficionado a lo español que vestía “a la españo­la”, y hablaba en castellano con su mujer, italiana, hallará en esas fuerzas el instrumento ideal para desarrollar su concepto de la guerra. Al frente de ellas, utilizará sistemáticamente técnicas que luego se convertirán en rutinarias: “encamisadas”; transporte de los infantes en las grupas de la caballería para aumentar su movilidad; maniobras ágiles, en orden disperso.... Significativamente, en un combate, Bayardo, el caballero sin miedo y sin tacha, el arqueti­po del jinete noble, recibirá un arcabuzazo que le parte la espina dorsal. Su muerte, como la del comandante en jefe francés en Ceriñola, duque de Nemours, víctima de tres disparos, anuncia el futuro de “esas armas diabólicas”.

  

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