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Sobre los «derechos»

de Carlos Hugo

 

 

Nota de la Secretaría Política de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón

 

Ante las informaciones que se han publicado estos últimos días relativas a la asunción por parte de los hijos de Carlos Hugo de Borbón Parma, Carlos Javier y Jaime, de los derechos al trono de la Dinastía carlista, en el curso de un acto celebrado en Arbonne, la Secretaría Política de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón se ve en la obligación de hacer las siguientes precisiones:

Primera. Carlos Hugo de Borbón Parma carece de cualquier derecho a la sucesión legítima de la monarquía española, por haber traicionado hace casi treinta años los fundamentos de la Tradición española, tal como los definió el Rey Don Alfonso Carlos en el Decreto en que instituyó la Regencia en la persona del padre de aquél, el luego Rey Don Javier:

«I. La Religión Católica, Apostólica Romana, con la unidad y consecuencias jurídicas con que fue amada y servida tradicionalmente en nuestros reinos;

II. La constitución natural y orgánica de los estados y cuerpos de la sociedad tradicional;

III. La federación histórica de las distintas regiones y sus fueros y libertades, integrante de la unidad de la Patria española;

IV. La auténtica Monarquía tradicional, legítima de origen y ejercicio;

V. Los principios y espíritu y, en cuanto sea prácticamente posible, el mismo estado de derecho y legislativo anterior al mal llamado derecho nuevo.»

Segunda. El abandono de esos principios para enrolarse en un aventurerismo antes marxistizante, ahora parece que neoliberal y globalizado, siempre desnortado, y su comportamiento indecoroso en todos los terrenos, inhabilitan a Carlos Hugo para presentarse ante los carlistas y los españoles todos como heredero de la Dinastía legítima y para usar los títulos de la misma.

Tercera. Tras esa defección de su hermano, tan dolorosa, S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón ha conservado el depósito de la Tradición hispánica. Sólo él puede usar los títulos y prerrogativas a que se acaba de hacer referencia. En tal sentido, con discreción pero con firmeza, ha venido actuando como Gran Maestre de la Orden de la Legitimidad Proscrita.

Cuarta. En lo que respecta a sus sobrinos, con gran cautela también, en su Manifiesto de 17 de julio de 2001, dirigido en especial a los carlistas, Don Sixto Enrique escribía: «durante años he esperado con vosotros que mis sobrinos, sus hijos (de Carlos Hugo) Don Carlos Javier y Don Jaime, enarbolasen la bandera de la que yo he sido depositario tras la muerte de mi padre, nuestro llorado Rey Don Javier. No he perdido la esperanza.»

Quinta. Aunque cada vez parezca alejarse más tal esperanza, S.A.R. Don Sixto Enrique nada desearía más que verla confirmada, eso sí, sobre las bases sólidas de la Comunión Tradicionalista de siempre, y no sobre la irresponsable trayectoria de Carlos Hugo.

En Madrid, a uno de octubre de dos mil tres.

 

Más sobre los supuestos derechos de Carlos Hugo (Agencia FARO)

 

La prensa de hoy vuelve a la carga con el acto de Arbonne, de supuesto significado dinástico, protagonizado por Carlos Hugo de Borbón Parma y sus hijos Carlos Javier y Jaime. Ante tal hecho quizá no esté de más insistir en algunas verdades elementales, sólo recordadas, por cierto, y como de costumbre, por la atinada y veloz nota de la Secretaría Política de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón.

Carlos Hugo de Borbón Parma, no contento con iniciar una deriva disparatada que alejaba el carlismo de su línea secular, tomando como excusa, descontextualizándolos y, por lo mismo, manipulándolos y privándolos de sentido, aspectos de lo que en el carlismo tradicional eran piezas de un cuerpo armónico, se empeñó desde bien pronto en maquillar tal proceder, como si no fuese personal, y como si su padre, el Rey Don Javier, lo hubiera aceptado, ya que no promovido.

Manipulación inicua, en vida, a la que la Reina Doña Magdalena, como si fuese una nueva Princesa de Beira, reaccionó con dolor de madre pero también con firmeza de reina. El colmo, sin embargo, ha llegado más tarde y ha sido la manipulación de la figura de Don Javier después de muerto: el luchador antifascista, esto es, filo-comunista, que hubiera querido abrazar a La Pasionaria; el hombre que llevó al carlismo a su lugar natural, a saber, la izquierda, etc. Donosa imagen del confidente de Pío XII, del legitimista de estricta observancia de quien el «integrista» Don Alfonso Carlos esperaba que fuera el salvador de España... En fin, una indecencia incalificable tras otra, a la que nos ha acostumbrado el comportamiento, errático por lo demás, del príncipe felón, arrastrando en su oportunismo a las hermanas, a excepción de Doña Francisca, siempre leal a los principios perennes, y quizá a María Teresa, pues al tratarse de la verdadera ideóloga emponzoñada, quién sabe quién arrastró a quién.

Errático, decíamos, pues era el impulsor del colaboracionismo franquista el que iba a agarrarse del brazo de los comunistas y separatistas. Y, hoy igual que ayer, porque tras almorzar con Juan Carlos o entregarle a su Gobierno la parte del archivo carlista, pequeña a Dios gracias, que detentaba, es capaz de acudir no se sabe bien ante quién, para, boina roja calada, presentar en sociedad a sus hijos. Dudoso favor para quienes desean la perpetuación de la dinastía legítima, pues al aparecer éstos en continuidad de los desafueros de su progenitor corren el riesgo de quedar ilegitimados.

Lo indica con claridad admirable tanto como con discreción diplomática la nota de la Secretaría de Don Sixto Enrique, que ha salvado el carlismo en el pasado en varias ocasiones, y todavía sigue haciéndolo, como demuestran los documentos salidos de su pluma, así como los de su Secretaría, encargada con gran acierto a la personalidad eximia del profesor Rafael Gambra.

¿En qué quedamos?, habría que echarle a la cara del que fue príncipe y perdió hasta su condición regia con los despropósitos de su conducta y de su (pseudo)doctrina. ¿No le es suficiente con haber llevado al carlismo a una de sus crisis más graves, pues consiste en su desnaturalización y perversión, una crisis que sólo la coincidencia con la eclesiástica conciliar nos permite comprender su hondura, como Manuel de Santa Cruz ha demostrado en su magna obra «Apuntes y documentos para la historia del tradicionalismo español (1939-1966)»?

Carlos Hugo bien haría dejando en paz el carlismo que él condujo a la casi desaparición. Deje en paz la Orden de la Legitimidad Proscrita, de la que S.A.R. Don Sixto Enrique es celoso y discreto Gran Maestre. Deje los títulos venerables de los viejos reyes en el destierro. Y dedíquese a sus negocios parmesanos, no sabemos si autogestionarios o capitalistas. De Carlos Hugo sólo sería aceptable el arrepentimiento, la penitencia y la retirada a purgar sus pecados.

Sobre esa base, la de la bandera que Don Sixto ha conservado, quizá podrían llegar algún día los hijos de Carlos Hugo, que por desgracia no parece hayan escogido tal senda. Ahora bien, si siguen, insistimos, como parece, la de permanecer en el error de su padre, sólo contribuirán a impedir o dificultar la reconstrucción de la Comunión Tradicionalista, que perpetúa, hoy igual que ayer, en el gran pueblo carlista de ayer tanto como en la «pusillus grex» de hoy, la comunidad de pueblos hispánicos al servicio de Cristo Rey del Universo.


 

La Santa Causa

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