por Luis Infante
Curioseando por la Red encontré no hace mucho tiempo el artículo de
Josep Fontana[1]
La economía del primer franquismo. Me
fijé en sus esfuerzos por resultar despectivo hacia los principios cuya mezcla inspiró,
según él, las fórmulas económicas de aquel período: «Pero es que al propio tiempo los tradicionalistas
estaban usando el término corporativismo en un sentido mucho más conservador,
antiliberal —y, si se quiere, anticapitalista, pero por precapitalista—, que
reivindicaba los gremios y soñaba con el retorno a la supuesta armonía de la
sociedad medieval. Los Estatutos de la Obra Nacional Corporativa definen
los sindicatos como gremios y proponen fomentar “el trabajo a domicilio,
familiar y la arteinsanía [sic!]”[2] Un estudio adscrito a esta tendencia, el de José
María de Vedruna sobre la “economía eléctrica”, dedicado inequívocamente a Fal
Conde, no presenta más elemento doctrinal que la condena de la “funesta herejía
liberal”, lo que le hace más próximo al padre Sardá, autor de El liberalismo
es pecado, que al fascismo[3]».Comentándolo
con un amigo, éste me hizo ver que las propuestas de la Obra Nacional
Corporativa que cita Fontana, además de practicables y bien orientadas, son lo
que en estos tiempos de neologismos tonticultos reciben títulos como «nuevos yacimientos de empleo»,
«técnicas de autoempleo», «trabajo
flexible», etc.
Dice
Fontana que los estatutos de la O.N.C. «definen
los sindicatos como gremios»[4].
En la zona nacional, tras el 18 de julio de 1936, la O.N.C. —como toda la
Comunión Tradicionalista— se prepara para la restauración de la sociedad
tradicional. En ésta el régimen capitalista desaparecería, y con él la
necesidad de los sindicatos de clase. No iban las cosas mal encaminadas: incluso
un historiador anticarlista como Blinkhorn reconoce que la O.N.C. tras irse
uniendo voluntariamente a ella multitud de sindicatos católicos, asociaciones
profesionales etc., llegó a constituir la mayor organización sindical de España[5]. Los
sucesivos decretos de unificación y la deriva política a ellos aparejada
frustraron aquellas esperanzas[6].
No quiero
ahora pararme en los proyectos y realizaciones de José María Arauz de Robles y
sus contemporáneos, sino en dos aspectos fundamentales:
· El
rechazo del liberalismo en todas sus formas;
· La
inseparabilidad de contrarrevolución, monarquía tradicional y organización
tradicional de la economía y la representación.
Desde que
comienza a articularse el pensamiento contrarrevolucionario se enuncia, de una
u otra forma, el rechazo (que ya era instintivo aun antes de su enunciación) al
liberalismo en sus tres manifestaciones principales: el liberalismo religioso
(que hoy podemos llamar modernismo, sin perder de vista que conoce formas
atenuadas); el político (al que pertenecen todas las corrientes nacidas de la
Revolución, de la derecha a la izquierda, y al que se adscriben sin excepción
—aunque quepan matizaciones— cuantos gobiernos ha habido en Madrid desde al
menos 1833); y el económico (es decir, el capitalismo; sea el de mercado[7], el del
Estado o sus formas mixtas). Así Carlos VI, en su Manifiesto de Maguncia (16 de
marzo de 1860): «El sistema que nuestros últimos años ha regido en España, apoyado
en una serie de ficciones que repugnan a la razón, y teniendo por base la
corrupción más completa en el sistema electoral, no ha aprovechado para nada al
pueblo, y no es más que un nuevo feudalismo de la clase media, representada por
abogados y retóricos. Las clases similares de la Monarquía han desaparecido.
Sería gran locura por mi parte querer reconstituirlas ab irato; pero encontrándome solamente con masas populares, pues la
nobleza desaparece lentamente en virtud de la desvinculación, y perdida la
influencia del clero por las inicuas leyes desamortizadoras, la empresa más
honrosa para un Príncipe es librar a las clases productoras y a los
desheredados de esa tiranía con que las oprimen los que, invocando la libertad,
gobiernan la nación». O Jaime III, refrendando los acuerdos de la Junta Magna
de Biarritz (30 de noviembre de 1919): «[La Comunión Tradicionalista]
defenderá, al propio tiempo que aumentará, la actuación de política social,
sobre el esencial fundamento de la pronta reconstitución de las clases y
corporaciones profesionales, manteniendo
el puro y cristiano concepto de la propiedad hasta contra los atentados que,
con espíritu contaminado de errores y prejuicios, le dirigen los propios
partidos afines[8], y
defendiendo, al par, con la mayor actividad y energía, cuanto representa
verdaderamente la dignificación de la clase obrera, llamada a disfrutar de
tiempos nuevos, más justos y cristianos, si al cabo, como es de esperar, la
Revolución universal es vencida». Línea de pensamiento que llega a nuestros
días: «La entrega de la confesionalidad católica del Estado ha acelerado y
agravado el proceso de secularización que le sirvió de excusa más que de
fundamento, pues éste —y falso— no es otro que la ideología liberal y su secuencia
desvinculadora. De ahí no han cesado de manar toda suerte de males, sin que se
haya acertado a atajarlos en su fuente. La nueva “organización política” —que en puridad se acerca más a la ausencia de orden
político, esto es, al desgobierno— combina
letalmente capitalismo liberal, estatismo socialista e indiferentismo moral en
un proceso que resume el signo de lo que se ha dado en llamar “globalización” y
que viene acompañado de la disolución de las patrias, en particular de la
española, atenazada por los dos brazos del pseudo-regionalismo y el europeísmo,
en una dialéctica falsa, pues lo propio de la hispanidad fue siempre el
“fuero”, expresión de autonomía e instrumento de integración al tiempo,
encarnación de la libertad cristiana»[9].
¿A qué se
debe que pensamiento tan acrisolado no resulte hoy suficientemente conocido ni
aun entre quienes se tienen por tradicionalistas? Además de la confusión
generada por el franquismo, sus contradicciones y sus oscilaciones, a estas
alturas seguramente pesa más el oscurecimiento de la doctrina de la Iglesia[10]. Doctrina
que, en su formulación tradicional y ortodoxa, no deja lugar a dudas, y no es
sólo contemporánea. En asunto tan importante como el préstamo dinerario, en
1745 dice Benedicto XIV en su encíclica Vix
pervenit: «El pecado llamado usura se comete cuando se hace un préstamo de
dinero y con la sola base del préstamo el prestamista demanda del prestatario
más de lo que le ha prestado. En la naturaleza de este caso la obligación de un
hombre es devolver sólo lo que le fue prestado». El Catecismo Romano del
Concilio de Trento lo había expresado aún más sencillamente: «Prestar con usura
es vender dos veces la misma cosa, o más exactamente vender lo que no existe».[11] La
claridad no es menor en los demás aspectos de la cuestión social.
Ante el
Carlismo se presenta la tarea de la reconstrucción del orden tradicional, la
restauración de la Cristiandad. Y en tanto no se realice obra tan enorme,
cumple mantener estructuras de resistencia y de defensa de intereses legítimos.
Hemos citado de pasada a los Sindicatos Libres y a la Obra Nacional Corporativa
(de la que subsiste algún resto, al parecer, en forma de mutualidades y otros
institutos que escaparon a la unificación franquista[12]). No
tenemos espacio para ocuparnos del Movimiento Obrero Tradicionalista, que como
tantas otras estructuras no sobrevivió a la conjura de Carlos Hugo y sus
colaboradores. Ni para algún excelente sindicato actual (en Valladolid, por
ejemplo) del que preferiría que escribiesen sus impulsores. Sí para incluir una
lista de libros útiles, seleccionados con el criterio de que sean relativamente
fáciles de encontrar, bien por sus numerosas ediciones aún circulando, bien por
haberlas recientes o estar en preparación. Se proporcionan los datos sólo de
algunas, y se consideran incluidos los títulos de las notas del final.
McNair Wilson, Robert, La Monarquía contra la fuerza del dinero. Cultura Española, Burgos
1937; Doncel, Madrid 1976. Original en inglés Monarchy or Money Power, Eyre & Spottiswoode,
Londres 1932; en Estados Unidos titulado Gold
& the Goldsmiths.
la Tour du Pin,
René de, Hacia un orden social cristiano.
Euroamérica, Buenos Aires 1979. Original en francés Vers un Ordre Social Chrétien.
Ousset, Jean y Creuzet, Michel, El trabajo. Speiro, Madrid 1964. Original francés Le Travail.
Belloc, Hilaire, Economics for Helen. The St. George Educational Trust, Liss 1995[13].
Penty, Arthur, The
Guild Alternative. The St. George Educational Trust, Liss 1995.
Grubiak, Olive & Jan, The
Cualquiera de los numerosos títulos del irlandés Padre
Denis Fahey merece atención.
Otro día
prometo dedicarme a los autores españoles. Hoy, como decía más arriba, he
procurado reunir los que puedan conseguirse más fácilmente.
[1] Las primeras publicaciones de Fontana, de tendencia neomarxista, no carecían de interés. Su crítica a las historiografías oficiales (la liberal y la marxista clásica) resultaba estimulante. Lástima que, en la carrera de prebendas y vanidades en que se ha convertido la vida académica actual, Fontana parece haber evolucionado a neoliberal con ribetes postmarxistas. Eso sí: comparado con Jordi Canal, por ejemplo, Fontana sigue siendo paradigma de rigor.
[2] Estatutos de la Obra Nacional Corporativa. San Sebastián, Navarro y Del Teso, s.a., pág. 4.
[3] José María de Vedruna, Ordenación de la economía eléctrica nacional. (Colaboración a la Obra nacional corporativa). Madrid, Editorial Tradicionalista, 1943.
[4] Para un buen ejemplo de sindicalismo carlista de clase: “Los sindicatos libres, un obrerismo nacido en la tradición”, en ARBIL, anotaciones de pensamiento y crítica nº 30.
[5] Blinkhorn, Martin, Carlism and Crisis in
[6] Un buen resumen de los presupuestos doctrinales e implicaciones en la organización política en Acedo Castilla, J.F., “La representación orgánica en el pensamiento tradicionalista”, Razón Española nº 112, Madrid, marzo-abril 2002.
[7] Un supuesto, y falso, “libre mercado” distinto del capitalismo puro y duro suele invocarse entre los católicos deseosos de acomodarse en el sistema, o entre aquellos quasitradicionalistas que no comprenden bien el antiestatismo de nuestros postulados.
[8] Una buena ampliación contemporánea: «Disminuyendo al máximo la propiedad individual y la estatal, el Carlismo conoce primordialmente las formas de propiedad social, cuyos sujetos sean la familia, el municipio, las agrupaciones profesionales y las sociedades básicas restantes. Y de acuerdo con ello, el Carlismo condena expresamente la desamortización de los bienes de las comunidades en el expolio con que la dinastía usurpadora fraguó artificialmente una clase burguesa de enriquecidos por méritos de favor político, a fin de sostenerse en el trono usurpado, exigiendo la reconstitución inmediata de los patrimonios sociales, especialmente de los municipales, previa indemnización a los poseedores de buena fe».Centro de Estudios Históricos y Políticos “General Zumalacárregui”, ¿Qué es el Carlismo? ESCELICER, Madrid, 1971.
[9] S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, Manifiesto del 17 de julio del 2001.
[10] No faltan meritorios esfuerzos por encajar los documentos pontificios actuales en la doctrina social tradicional de la Iglesia; así, Permuy Rey, José María, “La Doctrina Social de la Iglesia frente al Capitalismo” en ARBIL, anotaciones de pensamiento y crítica nº 50.
[11] Ante la claridad de estos términos es inevitable preguntarse por la frecuente vinculación de miembros de ciertos institutos, prelaturas y movimientos supuestamente católicos con la banca más usuraria y especulativa.
[12] Unificación y confiscación de abundantísimos bienes de los que cabe y debe caber exigir restitución, al menos tan plena como la “devolución del patrimonio sindical” que ha beneficiado a U.G.T. y, paradójicamente, a CC.OO., que no existía en 1936.
[13] Todos los títulos de esta editorial pueden solicitarse a: The St. George Educational Trust, Forest House, Liss Forest, Liss, Hampshire, GU33 7DD, Inglaterra.
Los
títulos de Belloc están a punto de ser publicados en español por Ediciones
Nueva Hispanidad, http://www.nuevahispanidad.com.