SEMBLANZA DE JULIO SILVA LAZO
Dignos de memoria
aquellos hombres que se hacen templando sus dones innatos de consumo
en la forja de la Naturaleza y cíe la Sociedad, y que dejan, a cada
paso la estela límpida de sus obras en el fragor de la vida a fin de
prolongarse por la quietud de la muerte. Uno de esos hombres fue
Julio Silva Lazo, de quien ahora se intenta trazar su semblanza sin
voces lisonjeras.
Hijo de don Francisco
Javier Silva y de doña Julia Lazo Díaz, nació en Doñihue en 1904.
“En la Rinconada de Doñihue —mi tierra natal, mi pequeña patria que
amamantó mi niñez y mi adolescencia—, aprendí a comprender el
lenguaje de los cerros, su expresión fonética y anímica, y sentí la
extraña y poderosa influencia que ejercían en la vida del hombre,
desde cuyas cimas se vela el cielo más cercano y la tierra más
evocaba Silva Lazo por intermedio del narrador de “Mi Abuelo
Ciriaco”. Este enraizamiento a la tierra y al hombre fue
preferentemente la fuerza motriz que animó su vida y su obra.
Hizo sus primeros
estudios en el instituto O’Higgins de Rancagua y los continuó en el
Instituto Superior de Comercio en Santiago. Pero ante todo fue un
autodidacta que bebió la sabiduría del libro, de la tierra y de la
vida. Con este bagaje supo emprender su existencia con un sentido
aventurero, visionario y auténtico, la cual se realizó
fundamentalmente a través del arado y de la pluma, del comercio y
del empleo público. En todo ello fue dejando su sello de hombre
íntegro y altruista, modesto y ameno de charla y de trato jovial,
trasluciendo una franca alianza de esencia campesina y de savia
humanista. Por lo demás tal estampa de Silvia Lazo se proyectó con
naturalidad en su prosa vigorosa y liana, matizada de humorismo.
Contaba siete años de
edad cuando recibió el primer golpe que empezó a templar su
carácter: la muerte de su madre, a quien guardara siempre sublimada
en sus recuerdos y quien enterneciera su modo de ser. A los diez
años se fugó del hogar, suspendiendo transitoriamente los estudios
escolares para ejercer modestos menesteres en Santiago. La
comprensión paterna lo trae nuevamente al hogar y sabe orientar
aquel espíritu independiente y audaz de niño agreste, que luego irá
madurando entre campo y escuela Hacia los dieciocho de edad, fue
designado Tesorero Comunal de Doñihue, cargo que desempeñó hasta
1926. En esta fecha viajó al valle del Río Puelo, con una Comisión
de estudios para abrir un camino hacia Argentina Allí se radicó
durante veinticinco años: dedicóse primero al comercio y, en seguida
a la crianza ganadera; compró tierras y abrió rutas de cultivo en
aquellos parajes vírgenes. Su apasionada admiración por la belleza y
la vida ardua de la región, lo hizo adentrarse por sus más apartados
rincones. Con ello se convierte en pionero, no sólo del progreso,
sino también de la divulgación entusiasta y minuciosa de la región
en la prensa y literatura nacionales. Vivencias de entonces han
quedado transmutadas, por él en cuentos de “Hombres del Reloncaví”
(Publicado en 1950 y celebrado en el prólogo por Mariano Latorre) y
otros relatos inéditos.
A partir de esa época,
Silva Lazo colaboró asiduamente con crónicas, ensayos y artículos,
de temas diversos, especialmente relativos al agro, la cultura y a
los asuntos limítrofes. Una visión profunda y constructiva demuestra
en esas publicaciones que, junto a otros relatos, se hallan
diseminados en importantes periódicos y revistas del Centro y Sur
del país.
De su permanencia en el
Sur, data otra faceta Intima de la vida de Silva Lazo. En 1946
contrajo matrimonio con Dolores Pincheira Oyarzún, a la sazón
Directora del Liceo de Niñas de Puerto Montt. Juntos alcanzaron la
plenitud existencial en una singular amalgama de arte, de renovado
esfuerzo y de amo; juntos caminaron el claro-oscuro del tiempo
madurado; juntos se adentraron en los secretos del amor al hombre
para desvelarlos ante otros ojos
A pesar del aprecio por
la región del Puelo y la provincia de Llanquihue, la nostalgia de
lugar natal y la búsqueda de nuevas horizontes encaminaron a Silva
Lazo hacia el Norte. Seis años a contar de 1951, reside en Temuco,
en donde participó en diversas actividades sociales y culturales
mientras ocupaba el cargo de Agente General de la Organización
Kappés en la provincia de Temuco a San Fernando, ciudad en que
permanece hasta 1967; nuevamente el comercio y la agricultura, en
tanto que reinicia su producción de escritor. Termina instalándose
en Idahue, localidad cercana a Doñihue; ahí había adquirido un
predio que él poblara de álamos; aquella alameda que, con tanto
esfuerzo levantara, sería la última cosecha de labriego que devolvía
sus energías a la tierra.
En 1964, la
Municipalidad de Doñihue lo declaraba Hijo Ilustre en un
significativo acto público, por la generosa divulgación de los
valores naturales, históricos y sociales de su tierra nativa en
artículos y relatos. Dos años más tarde, Silva Lazo publicaba la
novela “Mi Abuelo Ciriaco”, inspirado en la infrahistoria doñihuana
y trascendente de chilenidad, y en la cual además “depone —al decir
de Raúl Silva Castro— un testimonio vigoroso y coherente en elogio
de la familia, cuyas raíces impalpables atraviesan las edades, es
decir, la generaciones, para ir sembrando rasgos de parecido y de
espiritual parentesco en cuantos la forman”.
El 12 de junio de 1973,
lo sorprende la muerte en Santiago: dejó un árbol, una casa y un
libro inconcluso, y hoy sobrevive en una elegía.
JUAN FUENTES GUVOT
BIBLIOGRAFÍA:
*
RODRIGUEZ LEFEBRE, Javier. “Doñihue en gracejo de tres escritores
nacionales. Santiago: Pájaro Verde, 1989. 40p.