Y...  VIVIMOS LA MAGIA DE LAS LETRAS...

TALLER LITERARIO BIBLIOTECA PUBLICA MUNICIPAL DE DOÑIHUE


Revisión: Marcia López

Digitación: Lucía Abello

Portada: Boris Acuña y Roberto Calquín

OBRA FINANCIADA POR EL CONSEJO NACIONAL DE FOMENTO DEL LIBRO Y LA LECTURA

1ª Edición, junio 2001

 



 


 

 

PRESENTACIÓN

         “Vivamos la magia de las letras en un taller literario”  nace luego de detectar que nuestra Biblioteca realizaba actividades  de diversa índole destinada sólo a niños y jóvenes, dejando de lado al segmento de los adultos. Con él se quiso reparar esa omisión y es en ese contexto que se invita a personas de diversas edades y oficios a compartir el gusto por la lectura y la creación literaria guiados por la Tallerista Marcia López, quien tuvo la misión de sacar lo mejor de cada uno de los integrantes, todos escritores puertas adentro. Además, se contó con la participación de destacados escritores nacionales y regionales, con quienes se compartió experiencias y amistad.

Agradecemos a todos y cada una de las personas que participaron ya sea del taller o de los  encuentros con escritores; a Marcia, por mostrar los caminos para crear, compartir y escuchar; a los talleristas, por confiar y esperar pacientemente; a los escritores, que nos acompañaron; a la I. Municipalidad a través del Departamento de Educación, por el apoyo entregado para con el taller; a Cecilia, por su colaboración y a todos los que de una u otra manera hicieron su aporte desinteresado.

         De manera muy especial agradecemos al Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura por financiar esta iniciativa y con ello haber hecho posible  que los adultos de la Comuna de Doñihue vivieran la magia de las letras en un taller literario.

 

                                                                  Lucia Abello Abello

                                                                       Bibliotecóloga

                                                                Coordinadora Proyecto   

 

Doñihue, Junio 2001.

INTRODUCCION

Este libro es el resultado del diálogo y la reflexión en torno a la literatura y la vida.

                   En el trabajo de taller fueron surgiendo estos textos, en donde se conjugaba lo aprehendido con la memoria, los sueños, los temores y ansiedades de cada uno.

                   La lectura de los textos propios y la de autores conocidos se hizo siempre con la misma atención, con el mismo interés valorando la palabra escrita como un testimonio que da cuenta  de una vida y de una forma de mirar el mundo, conscientes eso sí que la literatura es, además, una construcción artística.

                   Por eso este libro no es un anecdotario, es el intento serio de un encuentro con la palabra, más allá de la circunstancia específica que la genera.

                   Agradecemos a Lucía Abello que nos permitió, además del placer de la lectura y la escritura, el privilegio de compartir, de conocernos en un espacio en que siempre respiramos la amistad y la belleza.

 

ERWIN LOBOS

                   A la edad de la muerte de Cristo empiezo a escribir esta pequeña reseña biográfica de mi vida.

                   En mi corazón está la comuna de Coltauco que me vio nacer y donde aprendí mis primeros pasos. En un rincón de esa comuna cursé mis primeros días de escuela cuando gracias al esfuerzo de mis maestros y de Mampato aprendí a leer y luego a escribir.

                   Fue en la Escuela F-84 donde por primera vez escribí lo que mi imaginación creaba participando en un concurso literario, del cual sólo tengo recuerdos de mi cuento y un libro firmado por el Alcalde de ese tiempo dándome ánimos para seguir escribiendo.

                   En mi vida tengo varias historias que relatar, pero como esto es breve diré que el libro que me regaló ese Alcalde era “El último grumete de la Baquedano”, resultando en que a la edad de 16 años ingresara a la Armada de Chile como Infante de Marina.

                   Llevo casi ocho años casado. Soy feliz padre de 3 hermosas criaturas, todos varones, los cuales me han inspirado más de una vez a escribir alguna locura.

                   Creo en Dios y en el conocimiento de Él, y por lo tanto me esfuerzo en proteger sus creaciones: soy un ecologista. Por lo anterior, y dada mi afición por el teatro, he escrito un par de obras en este estilo, que son un grano de arena en esta causa.

                   Puedo decir que he ingresado más de una vez a la Universidad para obtener un título que me ayude a sobrevivir en este mundo. Siendo hijo de una madre que luchó sola por darme educación, no pude seguir. Tengo en mi mano un título que dice que soy técnico en arquitectura y otro que dice que lo soy en construcción, y gracias a los cuales trabajo diseñando casas y a veces construyéndolas. Estoy esperando, y por la burocracia seguiré haciéndolo por un tiempo más, por mi título universitario que me permitirá mejorar mi condición y me proporcionará tiempo para desarrollar mis ideas literarias.

 

CREDOS HISTORICOS

      

                                                                                 ERWIN LOBOS

 

Creo en Dios Padre,

Aunque no sepa cómo es, ni lo que desea.

Creo en Jesucristo

aunque no sé cómo se fusiona en una sola cosa

con Padre y Espíritu Santo.

 No sé cómo creer en tres, que no son tres,

que son uno pero no son uno.

En tres invisibles, que son visibles,

Que no son tres invisibles, son uno.

Creo en los santos asesinatos

Que por no entender lo que yo

Con su sangre pagaron la falta de sabiduría.

Creo que la tierra no se mueve

(pero se mueve)

aunque mi vida dependa de ello.

Creo que tengo la verdad

y el que no la acepte

con verdadero amor lo mataré.

Creo que por dinero ya no tendré pecados

porque por ellos pagaré.

Creo que un niño muerto al nacer merece el infierno

lo mismo que el peor asesino conocido.

Si esto es  creer, prefiero ser

Un incrédulo ignorante.

 

 

TODOS BAILARON

 

Todos los muertos alguna vez bailaron tango

Otros, muy pocos, bailaron cueca.

Muchos habrán querido que se les recordase,

pocos que se les olvidase.

Preciosa es la cámara que nos enfoca

la que nos inmortaliza.

El pasado, el presente y el futuro

están guardados en videocintas.

Todos los muertos fueron buenas personas

Hasta Hitler bailó y se cansó

por una cabeza de un noble potrillo,

tendré que aprender a filmar y a bailar.

 

PREGUNTAS

 

¿Por qué las divisiones debilitan, y las multiplicaciones engrandecen?

¿Vivimos nuestro presente o el pasado de alguien más?

¿Estoy despierto, o todo es parte de un gran sueño?

¿Por qué culpamos a los dioses de los males que nosotros provocamos?

¿Por qué el odio, la guerra, la envidia  pareciera triunfar cada día

en el partido que transmiten las noticias?

 

LA REJA

     Siendo hoy martes 13, iré a ver cómo está mi gente, aquella que dejé cuando, por descuido, pisé mal esa piedra en la quebrada.

      Por allí está mi hermano, mucho más hombre que antes. Mi hermana, junto a mis sobrinos que no conocí, a los que no pude abrazar ni besar.

Mi viejita, mi mamá, tanto sufrió cuando la dejé, y cuánto me regañó por el descuido.

     Siguen aquí en la misma casa, con todos los alrededores igual a  la  última vez que los recorrí, excepto aquella reja sin terminar, que proteje el paso a la quebrada. Esa reja ahora impide a mis sobrinos jugar donde yo lo hacía.

     Alfredo, el mayor de ellos, es tan inquieto como lo era yo a su edad. Desde que nació, todos los martes 13 le visito, le converso al oído, le muevo su balón de fútbol, y él, como si supiera quién soy, dice: “tío, deja, que mi mamá se enoja”

     No sé qué desea hacer... parece que, como siempre, tratará de saltar la reja para ir a jugar a la quebrada... esa reja.

     Le querían poner mi nombre, pero su padre no lo permitió. Ahora que mi hermana cree en la reencarnación dice que Alfredo soy yo.

     ¡No sé qué hacer! Salto la reja, no quiero que se repita la historia, sigue mala, nadie la reparó. Soplo entre los árboles para que miren a la quebrada. Veo cómo corren a detenerlo. Lo toman, lo regañan, le dan un castigo para que no vuelva a repetirlo. Le cuentan que su tío murió por pisar mal una piedra. A él lo mandan a hacer esa reja que su tío nunca terminó.

 

RECUERDOS

Siglo XX, cambalache.

 En ese baúl tirado en el rincón dejo

lo que el tiempo ha guardado:

Guardo la democracia como un tesoro,

los palos y protestas de mi juventud,

un Fortín Mapocho con mi foto.

Dejo allí mi colección de Olivia Newton John,

a Michael Jackson, un video de Raíces.

Mi colección de Mampato no lo cambio por ningún silabario,

ya que en él aprendí a leer.

Los tangos que ya no escucho

los tocan como remix.

Con mi hermano nos sorteamos los pósters de Duran Duran.

Yo no vendo ni presto a Los Prisioneros.

A la basura tiro lo que ya no sirve

y lo que siempre estorbó,

dos guerras mundiales, otras tantas,

que aún no terminan,

 el hambre en muchos lugares,

pero por sobre todo,

la ignorancia y la mentira.

Tiro por el suelo los dólares y el petróleo.

Entrego y reparto a

los croatas, serbios, palestinos, árabes y judíos

sus tierras

y le devuelvo al Africa sus creencias.

 

LA ULTIMA NOCHE

-         Por favor, un vaso de agua

-         No

-         Un vaso pequeño... un sorbo, lo que sea

-         No puedo, tengo órdenes.

-         Me tienen dos días sin comer ni beber, sea misericordioso.

             La cárcel húmeda y oscura aumenta el sufrimiento de aquel hombre que fue  

             Apresado por la chusma.

 

-         ¿Me podría decir la razón por la que me trajeron?

-         No importa, estás preso.

                La noche muestra mediante la luna la turba que espera el descuido de los

                Carceleros para linchar al hombre.

 

-         Por favor, déjeme ver a los míos.

-         Los tuyos huyeron cuando mataron a tu hermano.

-         ¿Por qué nos expulsaron de nuestros hogares?

-         Por perturbar el orden.

-         Nosotros construímos nuestra ciudad y nuestros hogares.

 

                Hermosas casas a la orilla de un río, en lo que anteriormente eran pantanos. Una

                ciudad donde no existían pobres, donde todos éramos hermanos, donde existían

                buenos padres  y excelentes madres.

 

-         Tu ciudad está en llamas, ese populacho que está afuera la incendió, luego de violar a sus mujeres y asesinar a muchos hombres, y como te dije antes, los otros escaparon.

-         No escaparon. Esperan por mí.

 

                 Un país que garantizaba la libertad. Un gobierno que aseguraba el libre

                  Pensamiento, da orden de exterminio a quienes no piensan, o mejor dicho

                  Aún, no creen lo mismo que sus vecinos.

 

-         ¿Puedo cantar?

-         Hazlo.

-         Sé que será mi última canción.

 

                  Los balazos de populacho acallan la voz de aquel hombre, para tal vez acallar

                  Así sus conciencias.

                  El carcelero yace junto a su cuerpo, tratando de proteger a un hombre que la

                  Ley había protegido.

 

X FILES

     Jueves por la noche sentado frente al televisor, ve su programa favorito. Allí están Maulder y Scully luchando por mantener sus trabajos como en cada capítulo.

      Se levanta a buscar un vaso de Coca-Cola, aprovechando los  comerciales que, como él sabe, serán muy largos.

       Se sienta nuevamente: Maulder va en busca de lo desconocido, de lo inexplicable. La noche llega. Los alienígenas no aparecen por ningún lado. Los agentes del FBI recorren el país. No tienen pista  alguna, excepto rumores y su sexto sentido que los llevan a ese pequeño pueblo.

         Golpean puertas, preguntan por algún hecho insólito, alguna sospecha de vecinos. Al parecer nadie se atreve a hablar de los agentes. Suena el Teléfono, contestan, es su jefe que les recuerda que deben enviar sus informes.

         Por fin alguien se arriesga a hablar, pues le queda muy poco de vida. Ese que en apariencia es bastante similar a cualquier ser humano, que lleva una vida común, pero que difiere en la llegada a este mundo.

          Llegan a esa casa que no es diferente de otras y allí lo encuentran sentado frente al televisor viendo su programa preferido con un vaso de Coca-Cola en su mano. Es jueves por la noche.

 

AMELIA DIAZ

     Nací en Santiago el 7 de Julio de 1932. Mi niñez la viví siendo la “del medio” de tres hermanos, en una familia que conoció estrecheces económicas. Mi enseñanza primaria la hice en varios colegios, para terminarla en la anexa de la Normal Santa Teresa de Santiago. En esta Normal estudié y obtuve mi título de Profesora Básica, luego de dos años en el Liceo Nº 2 de Niñas de Santiago.

         Mi primer nombramiento fue en la Escuela Nº 40 de Camarico (Doñihue), donde trabajé bajo la Dirección de la señora Laura Matus, una persona hermosa por su calidad humana. Al trasladarse ella a la Escuela Superior de Niñas Nº 20, me gestionó mi propio traslado a esa Escuela, donde trabajé hasta 1978. Esta Escuela, por los cambios educacionales,  pasó a ser Grupo Escolar y luego Escuela Laura Matus. Por conveniencia para la educación de mis hijos me trasladé a Santiago, a una Escuela de San Miguel, donde después de 9 años fui exonerada y luego me acogí a jubilación. Actualmente volví a las aulas en el Magister College de Rancagua.

         En lo que respecta a mi vida personal, formé una familia que consta de dos hijos, que me han hecho “abuela chocha” de 7 nietos.

         En lo que atañe a mi afición a escribir, creo que empecé con ella junto con aprender a manejar el lápiz. De esta chifladura salieron poesías recitadas en las clases como alumna, recitadas por mis alumnos en actos escolares, discursos de fiestas anuales, y un conjunto de pequeños poemas y prosas poéticas en las que he vaciado vivencias y sentimientos íntimos, que por íntimos los ha leído muy poca gente.

         Para terminar, este taller es mi primera experiencia en “común” y ha sido de gran valor por la calidez de la gente con la cual compartí y por el enriquecedor contacto con escritores reconocidos.

 

 

ESE DIA CON LEONEL LIENLAF

     Soy un ser de silencios, de labios apretados que no dejan salir los latidos del corazón. Soy una mujer cuya sangre buye, sin que su oleaje llegue a las playas de su palabra proferida. Tal vez por esencia, tal vez por imitación, tal vez porque nunca el sonido logró albergar totalmente mis ideas y sentimientos, cuando me siento henchida, pletórica de emoción, es el blanco semblante de una hoja de papel el que acoge mis manifestaciones.

     Por esta razón, al hallarme frente a Leonel, a su voz profunda, frente a la sonoridad de sus palabras, descubrí un mundo nuevo que fingía ignorar, lenguaje que no necesita normas ni reglas, y aunque sin entenderlo lógicamente, llegaba a sacudir mi sensibilidad. Luego, al escuchar su traducción admiré su poética manera de mirar el entorno, de expresar sentimientos, de describir el mundo. Con ello me sentí hermana de la piedra, del agua, del árbol y del cielo.

       Creció así mi admiración por un pueblo tan arrinconado, tan despojado, y que, sin embargo, tiene una riqueza verdadera y un auténtico y especial respeto por la naturaleza y por las personas.

         Quiera Dios que a esta cultura especial se le permita conservar sus valores y mostrarlos orgullosos al mundo. Y quiera Dios que seamos lo suficientemente sensatos y humildes para entender que tienen mucho que enseñarnos.

 

CREDO 

     Creo en el Amor Todopoderoso, creador de las tierras y de los cielos, de la luz y de las sombras, de la vida y de la muerte.

     Creo en su Hijo, el hombre íntegro, que nació de María-Mujer y que padeció bajo el poder de todos los Pilatos, encarnados en los tibios y los indecisos. Que es crucificado en las aspas de la rutina y la mediocridad y que muere a manos de los fariseos que desconocen la verdad y la honradez.

      Que es sepultado bajo la loza de la indiferencia.

      Que resucita al cabo de la noche, elevándose por sobre los prejuicios y la mezquindad.

      Que asciende a las cimas de la bondad y la realización.

      Que desde allí ha de venir a guiar a algunos  y a avergonzar a otros

 

MICROCUENTO

     El mendigo apretó sus narices contra la vitrina de la panadería. Sus ansias de sabor le sacudieron las entrañas. Y no pudiendo lograr su alimento, se alejó, convirtiendo su hambre en poesía.

 

EL CIRUELO

     Me he sentado otra vez bajo el amplio ciruelo de la casa de mis padres. Como antes, como siempre, su follaje me cobija, me ampara bajo su manto protector, permitiéndome disfrutar de un libro o de un retiro reparador. El sol reverbea entre sus hojas inquietas, brillando a veces, cubriéndose otras, para mostrar una pintura viva y cambiante, que siempre estimula la imaginación y la añoranza. Su tronco, marcado de arrugas, se hace carne en mis manos y en mi rostro, que también muestran el paso del tiempo. Entre su ramazón juguetean y cantan algunos pájaros, que de tanto verme, ya me han perdido el miedo. Es todo un mundo pequeño conocido y reconocido por mis sentidos y por mi corazón.

     Y junto a este amigo de la infancia, mi imaginación vuela hacia atrás, recorriendo, como en una película, parte de mi vida, hasta llegar a ese recuerdo querido y atesorado muy adentro: al tiempo en que con mi padre compartíamos su charla.

     No eran, entonces, los pájaros los que brincaban entre las ramas del ciruelo, eran las palabras que salían de su boca para enredarse entre las hojas, entre los rayos de sol, y se quedaban prendidas en mis oídos y en mi imaginación. Bajo nuestro árbol mi padre era un narrador incansable y yo la más atenta y ávida receptora que pudiera encontrarse. Bajo ese toldo verde recorrimos todo Chile, conocí lugares y personas que jamás vi con mis ojos, compartí su sed de caminos y su falta de raíces.

     Porque era un soñador, un iluso, una cigarra que pasó la vida cantando, con un  canto que quedó grabado en mi alma. De sus manos recibí el primer libro, el primer verso y en retribución le entregué lo que llamé mi primera poesía.

     Mucho tiempo ha pasado y, ahora una vez más, bajo este ciruelo lo recuerdo sin tristeza, sin angustia, porque de sus sueños e ilusiones aprendí a suavizar las durezas y aridez de la vida. Y el ciruelo florece en primavera, me cuenta que mi padre recorre caminos sin límites y aún me habla y escucha.

 

MI PRIMER AMOR

     Como los arreboles del amanecer: rosado, tenue, dulce y sutil. Así fue mi primer amor.

     Tenía entonces 12 años, en una época en que tener esa edad era ser niña aún, pero una niña con el corazón como una rosa recién abierta, llena de esperanzas, llena de deseos, de aromas, con mucho que ofrecer y mucho que recibir.

     No digo su nombre, porque es sólo mío, como son míos, a través de la distancia y el tiempo, sus ojos claros, su voz firme, su ternura.

     El era un muchacho de mi misma edad que llegó a trabajar con mi padre.

     Desde el primer instante sentimos ese chispazo de estrellas que nos anudó los corazones. Nunca hubo un beso, un contacto intencionado o una charla romántica, pero en una mirada, en cualquier palabra había tanto amor, tanta ternura, que es imposible encerrarlas en mis pobres palabras.

     Compartimos un corto tiempo ese milagro único de entendernos, pues mis padres notaron algo especial, y un día cualquiera mi muchacho no apareció más.

     En el transcurso de mi vida he experimentado, como todos, el amor en otras formas: amor que deja recuerdo, y que deja heridas, amor del que nacieron mis hijos, amor de compañero, de cadenas, de sufrimientos. Pero sólo mi amor-arrebol, mi amor rosado, se ha mantenido vivo en el fondo del corazón, para poner una gota de miel y de frescura en los momentos en que la vida me apura.

     En estos momentos de quietud, aún percibo el amor de los pequeños ramitos de rosas que me traía después de estar ausente los fines de semana o la tranquila felicidad de compartir alguna lectura. Y estas añoranzas hacen que la vida sea mejor.

 

DON CUSTODIO

     Llegué a trabajar, por un primer nombramiento, a la Escuela Nº 40 de Camarico, en Doñihue.

     Era una escuela pequeñita, que hoy no existe, en la cual me correspondió trabajar sola por siete meses, pues la Directora, Doña Laura, hacía un curso en Santiago.

El hecho de trabajar sola y ser nueva frente a un grupo de niños me hizo permitir que fueran mis guías en las primeras relaciones con la comunidad.

     Y fue así, como, luego de llevarme a conocer distintos lugares y personas del barrio. Un día me propusieron: ¿Vamos a ver a Ño Custodio?

Por la forma de referirse a él, supe que Don Custodio era una persona aceptada y admirada por ese enjambre de niños, cuyas edades fluctuaban entre los seis y los dieciséis años.

     Camarico era un lugar hermoso: una calle rural serpenteante, que imitaba la línea del estero, que se deslizaba trazando curvas al cerro y abriéndose paso entre sauces, álamos y otros árboles. Por el lado sur, las casas rústicas, entre las cuales destacaba la casa de Don Isaías Soto, hombre de buena posición económica y dueño del local de la escuela. Sobre el estero, puentecitos de madera, que permitían, al igual que hoy, el acceso a las casas que quedaban en el sector del cerro.

     Para visitar  a Don Custodio debimos atravesar el estero, subir por las calles irregulares que trepan al cerro y llegar a un canal que los vecinos llaman La Parralina.

     Allí, entre el borde del agua y el cerro, vivía Don Custodio. Había Construído un “ruco” de piedras y latas, donde dormía. Junto a su “casa “ formó pequeños terraplenes con piedras labradas por él y rellenos de tierra cuidadosamente preparada. En esos terraplenes cultivaba verduras, que junto con sus tareas de hojalatero, le permitían paliar sus necesidades mínimas.

     Era un hombre muy alto, de larga y rizada cabellera, barbudo, que nos acogió con gran amabilidad y calidez. No sé si sus ojos eran claros, pero su mirada transparente, que parecía surgir de más allá de sus pupilas,  sugería esa claridad. Su alta figura, que emanaba un halo de bondad y serenidad, imitaba a muchas imágenes de Jesús, aunque con muchos años más. Me pareció, las dos veces que lo vi, una persona excepcional, de un misticismo puro y natural.

     Al llegar los niños se ubicaron a su alrededor y luego de algunos saludos y comentarios Ño Custodio con su voz y sus palabras nos llevó por las áridas tierras de las pampas nortinas, de las cuales tenía mucho que decir, por haberlas recorrido en su juventud. Escuchándolo sentí envidia y deseé que alguna vez mis alumnos bebieran mis lecciones con la avidez con que lo hacían estos atentos oyentes.

     Mi contacto con él fue breve, pero tan impactante que despertó en mí la necesidad de saber algo más sobre él. Para ello conversé con vecinos y parientes. Por desgracia eran todos adultos, prácticos, y con los pies bien firmes en la tierra. Digo por desgracia, porque sólo los niños apreciaban sus narraciones.

Así fue como supe que Don Custodio recorrió de joven las tierras nortinas, de donde volvió trastornado, llegando incluso a estar internado en la casa de orates de Santiago. No se había casado, pero mantuvo un romance con una joven del lugar. Cuentan que para visitarla a escondidas por las noches, tendió un cable sobre el estero, por el cual se deslizaba para poder llegar hasta su amada. De este romance nació una niña. Se dice que cuando arreciaba su locura mística predicaba en una plazuela que había entre las casas del cerro. Una sobrina recuerda que su madre lo llevaba a su casa, vistiéndolo y albergándolo durante algún tiempo, pero él se arrancaba para volver a su morada o para perderse entre los cerros por muchos días, al cabo de los cuales volvía descalzo, con los pies llagados y muchas veces con una corona de espinas sobre sus sienes. Dicen también que su locura la provocó una bolivianita con un maleficio, porque él no quiso desposarla.

     Muchas personas criadas en Camarico tienen algo que decir de él. Los adultos lo recuerdan como un loco que nunca fue violento ni hizo daño a nadie. Para los niños que lo conocieron,  fue un manantial de historias y un estímulo para su imaginación.

     En agosto de 1968 murió ahogado en las mismas aguas que regaron su huerta. Una sobrina suya, persona importante en aquella época se hizo cargo de su funeral y sepultación.

     De modo que de Don Custodio Soto Núñez y de su especial locura de imitar a Jesús, sólo quedan una placa en el Cementerio de Doñihue y muchos recuerdos en las mentes y corazones de los vecinos de Camarico.

 

AÑORANDO A MARIA

     Venía caminando tranquilamente por el camino bordeado de álamos que mostraban en su ramaje el dorado matiz del otoño.

     Mientras sus pies tocaban la polvorienta senda, su mente recorría rutas lejanas, más allá de este lugar y de este tiempo. De pronto se volvió a sentir joven, con su cutis terso, su cuerpo vital y vigoroso, sus reflejos rápidos, su voz firme y su corazón ansioso.

    Apuró el paso para responder a esa energía interna que sentía fluir en su sangre. Apuró el paso para llegar lo antes posible a esa casa,  oculta entre los sauces del bajo, donde lo esperaba María, la buena de María, con su juventud, su tosca hermosura y su amor, su gran amor. Apuró el paso, pero, mientras más energía ponía en el andar, su camino se hacía más largo y su meta más lejana. Apuró, apuró, pero mientras más lo intentaba, menos lo conseguía. Empezó por sentir impaciencia, luego rabia, y término en pánico y desesperanza. Clamó a Dios por llegar a encontrar los tibios brazos, la cálida ternura que ayer despreció... pero nada... sólo un frío infinito y mortal, una soledad eterna.

     Quiso morir... quiso el perdón... quiso olvidar...

     Y cuando el dolor y la angustia se hicieron imposibles, como muchas veces, volvió a despertar de su pesadilla sentado junto a la mesa, donde hace muchos años bebía solo, teniendo al frente una foto decolorada por el tiempo de su María.

 

¿SUEÑO?

     El atardecer era sereno y luminoso. Frente al ventanal se habría un paisaje marino digno de la paleta de Pacheco Altamirano. Las olas rompían impetuosamente contra las rocas que enfrentaban la casa. El cielo mostraba los tintes de rosa y oro de los crepúsculos propios de aquella playa tranquila.

     Hacía largo rato que se habían despedido de las visitas; un enjambre de personas parlanchinas, que de vez en cuando invadían su refugio llenándolo de voces, risas y movimientos.

     Respiró profundamente mirando hacia fuera, captando cada matiz, cada sonido, cada rayo de luz que le llegaba. Y luego de acomodar su sillón favorito frente a la ventana y de colocar en su equipo una grabación de su música preferida: se acomodó en el muelle asiento. Tomó ese libro que había dejado  en espera dos días antes y se aprestó para disfrutar de todo aquello.

     Poco a poco la magia del paisaje y la cadencia de la música se fue filtrando por sus nervios, ahora relajados. Y mientras su cuerpo se aletargaba, sumido en una deliciosa somnolencia, se sintió arrebatado por las notas, sacudida por el golpeteo de las olas, que se batía afuera. Con esa sensación reanudó su lectura.

     Volvió a sumergirse en aquella historia de inmigrantes europeos que arribaban a la costa clandestinamente desde un país lejano. Mientras sus ojos recorrían línea a línea la historia, vio despegar desde el costado de un barco una lancha que los llevó a tierra firme. Los vio bajar temerosos y esperanzados. Fue con ellos en su búsqueda entre el roquerío de un sendero que les permitiera alejarse de la playa. Sintió en sus venas el latido de sus corazones y en sus oídos el ruido de sus pasos. Los acompañó, cuando encontraron el camino hacia la casa, que surgía en la noche, como un faro. Abrió con ellos puerta a puerta, hasta llegar a la habitación. Y sobresaltada se volvió al sentir crujir las tablas del piso, detrás del sillón donde estaba sentada.

 

UN AMIGO

     Despertó como todos los días. Entre sueños sintió el ágil desplazarse de su madre por la cocina, preparando el desayuno para la familia. Su nariz fue impactada por ese aroma especial del pan recién tostado y sabía que a esa sensación seguiría la llamada de mamá: -Camilo, el desayuno está listo.-

     Pero a pesar de saber que tenía poco tiempo, demoró el instante de abrir los ojos, saboreando a priori la imagen de Tinki, que como de costumbre estaba sentado al pié de la cama, esperando a que su amigo despertara para empezar otro día como todos, como muchos.

     Y así fue, ante su mirada soñolienta estaba él, con su cara divertida y sus ojos que reflejaban una alegría de vivir, y un ingenio más allá de cualquier límite.

     Siempre era así, ahí estaba y le ayudaba a ducharse entre juegos, a vestirse, simulando que el uniforme era la armadura de un caballero; que los zapatos eran las botas de siete leguas; y que su alcoba era su castillo que debía abandonar para ir en busca de aventuras.

     Entre risas y conversaciones,  la penosa tarea de dejar el lecho se tornaba fácil y agradable. Sintió la voz de mamá llamándolo y haciendo una señal de silencio, le pidió a su amigo que lo esperara mientras desayunaba. Volvería en algunos minutos.

     Al volver,  Tinki le ofreció la mochila, donde estaban los cuadernos, que de pronto eran las herramientas de un rudo minero que partía a descubrir oro en California.

     Se despidieron, y en el camino al colegio recordó  que mañana era su séptimo cumpleaños y se extrañó que junto a la promesa de regalos y fiesta había en su alma un dejo de tristeza, unas gotas de ácido en la dulzura de su próxima torta de cumpleaños. Recordó también los ojos de Tinki, cuando salió de su habitación. ¿Era pena? ¿Era un adiós?

     Se entretuvo pensando en Tinki. Apareció un día cualquiera, llenando de experiencias maravillosas sus días de niño solo. Fue él el que sostuvo sus pies cuando intentaba el ascenso a la alta cumbre del aparador, donde su abuela guardaba su mermelada favorita; fue él el que marcó la ruta y lo acompañó en el safari que emprendió cuando su familia disfrutaba de un día de campo, por supuesto interrumpido por el extravío del pequeño. De él surgió la idea de mirar la luna desde el techo de la casa, experiencia que aunque le causó un ataque de histeria a su madre, para el niño fue como ser dueño del luminoso satélite. Tinki guardaba en su morral un sin fin de ocurrencias, de ideas maravillosas que hacían que el tiempo compartido fuese siempre entretenido y alegre, que no hubiese tedio ni días largos. A su toque mágico cada uno de sus juguetes cobraba vida, se movía, hablaba, sentía y las páginas de los libros de cuentos se hacían realidad. No había límites para la amistad ni para la entretención... De pronto deseó con angustia volver a casa, estar con su camarada.

     El día pasó lento, y las tareas fueron más que  nunca interminables, cansadoras, hasta que por fin llegó la hora de la campana.

     En casa trató a toda costa de volver a su habitación, a su ambiente y allí encontró a Tinki, con el cual compartió nuevos juegos, nuevos sueños, que por primera vez tenían un matiz distinto. Fue así como vio lentamente deshojarse los pétalos de la última rosa de una niñez inocente.

     Y en la noche, arropado en su cama, vio que Tinki se despedía de él con una gran sonrisa. Y cuando con un dedo le mostró el cielo, a través de las cortinas, aún abiertas de la ventana, Camilo supo que era el adiós.

     Al día siguiente, el niño vio en su torta una velita que porfió por no apagarse. Y en la noche, al mirar hacia el cielo, vio una nueva estrella que parpadeaba, traviesa y juguetona. Entonces supo que aunque no volviera a ver a su amigo, su recuerdo sería siempre la estrella que lo obligaría mirar hacia arriba.

 

TEJIENDO LA ESPERA

     Las manos de María se movían como pájaros, brincando por la urdiembre del telar. Y entre los movimientos sinuosos de la naveta y el enérgico y acompasado golpeteo de la paleta, la mente de María tejía en otro telar, sin maderos ni hilos multicolores.

     Hace mucho tiempo que mezclaba su quehacer de artesana con una larga espera, la espera casi desesperada por su único amor, que partiera algunos meses antes con la promesa, tantas veces repetida, de un regreso pronto y afortunado.

     Las hebras, que mágicamente formaban espigas y copihues  y que capturaban los colores del sol, del estero, de las flores, no lograban seguir el ritmo de los hilos dorados de sus sueños, de sus anhelos.

     Ese día había tejido mucho, para lograr que el cansancio físico, agotara su espera, calmara sus angustias.

     Anochecía ya y la luna, tejedora eterna, enviaba a través de la ventana los hilos de plata de sus rayos. Y al influjo de esa luz lunar, María sintió que su habitación se llenaba de mágico sortilegio. El aire se hizo un pequeño cielo pleno de estrellas y el telar, el viejo telar que la acompañaba en tantas penas y tantas alegrías, tomó vida y empezó lentamente a transformarse en un ser que parecía venido de otro mundo o de otro cielo.

     Bajo su nueva forma, su amigo de siempre, le habló de los buenos amores, y de los amores ingratos, le habló de los corazones nobles, como el suyo, en los cuales se teje la vida de los campesinos, le habló de manos mágicas, que son capaces de transformar hebras inertes en filigranas vivas y a las cuales no pueden las acciones más arteras quitar su pureza y su hermosura, le habló de la presencia de Dios en cada flor copiada en sus chamantos, y de la superioridad de su alma frente al olvido y a la mentira. Le juró un amor verdadero y durable más allá de su vida, a través de sus hermosos tejidos que llegarían a personas y lugares lejanos para dar testimonio del arte.

     La luz de la luna se iba empañando, envolviéndose en los velos oscuros de la noche, y al volver la normalidad, María se entregó a un sueño limpio y libre, como el sueño de un niño.

     Al asomarse, curioso, el sol por entre los ribetes de la cordillera para bañar de calor ese rinconcito camaricano, María despertó, miró con cariño a su telar, sintiendo que sus sentimientos se cortaban, se anulaban todas leas hebras que la ataban a quimeras imposibles, a ilusiones absurdas, sentándose frente a él con respeto y cariño, se sintió libre y urdió en su telar de madera un nuevo chamanto, y en el telar de su corazón una nueva ilusión.

 

MARIO ROJAS VALENZUELA

         Nació en el Pueblo de Peumo en el año 1923. Cursó sus estudios primarios y de Humanidades tanto en la mencionada Comuna como en San Fernando. Fue ayudante en el taller talabartería de su padre y  realizó su Servicio Militar en la Ciudad  de Rancagua. 

         Posteriormente, se trasladó con su familia a la Comuna de Doñihue, lugar donde aún reside.

Ha tenido una destacada labor como dirigente social, vecinal y deportivo en las más diversas instituciones en donde ha participado, además de ser socio fundador del Cuerpo de Bomberos y de la Acción Católica de Doñihue. Actualmente es Presidente de la Junta Inscriptora Electora y Delegado Electoral en Doñihue.

Como aficionado y autodidacta de las letras participa en Recital Poético efectuado en la Biblioteca Municipal  con tres trabajos de poesía y en un Encuentro de Talleres Literarios organizado por la Biblioteca Municipal de Coltauco, donde presenta dos poesías. Actualmente trabaja en el Proyecto de Edición de un libro titulado “Apuntes para la historia de Doñihue”.

 

ASI MI PADRE DECIA
 

El sol miró para atrás

así mi padre decía

y hoy sé que tenía

razones por demás.

 

Esta frase no he olvidado

ya que todos en su vida,

mirarán para atrás el pasado,

pasado que no se olvida.

 

Un alto en el caminar,

siempre conviene hacer,

y la mirada voltear

y recordar lo que dejamos ver.

 

Cuántos recuerdos míos

cuántos  recuerdos de ayer,

hay un espacio vacío

antes pleno placer.

 

Tiempos de alegrías pasadas

qué lindo recordar,

en mi mente archivadas

como álbum original.

 

Pueblos que he conocido

y no los he vuelto a ver,

ir a verlos he querido

pero hoy no los voy  a conocer.

  

LAS CAPADORAS
 

Curado como tagua dormía

en la viña a cierta hora

el huaso José Elías

creyendo estar a solas.

 

Dos damas se dirigieron

justo a ese lugar

y lo que allí vieron

les dio por curiosear.

 

Le bajaron los pantalones

dispuestas a operar

le hicieron rasguñones

en los compañones el par.

 

El huaso aún curado

lanzó un gran gemido

salvándose de ser castrado

hallándose tan bebido.

 

Este hecho muy luego se supo

pronto y a las pocas horas

y a estas dos damas les cupo

el mote de “Las Capadoras”

 

Estos versos recitaba

un varón de estos lados,

no sabía lo que le esperaba

ni lo que le estaba reservado.

 

El varón se fue de bodas

yo no lo voy a nombrar,

ni  a las damas capadoras

que con él se llegaron a casar.

 

EN LA CIMA DEL CERRO POQUI
 

A la cima del alto Poqui

subí  como a un mirador

y mirar como si fuera un toqui

viendo todo a su alrededor.

 

Días y noches con alegría

sobre él me encaramé

y ver que el sol a la luna seguía

saliendo y poniéndose a la vez.

 

La cordillera larga y recostada

perezosa los veía pasar,

con blanca sábana tapada

no queriéndose levantar.

 

La gran Rancagua en derroche

con lujo se dejaba divisar,

en traje de lentejuelas en la noche

como si fuera de fiesta a bailar.

 

Lo Miranda y nuestro Doñihue

Coínco y Coltauco también

Requínoa y Olivar le sigue

Chillehue y Copequén.

 

Todos estos pueblos más chicos

de más pobre sociedad,

viéndose menos ricos

se mostraban con humildad.

 

Mas en el claro día

mostraban con altivez

toda su agronomía

y riqueza de su suelo a la vez.

 

Una puesta de sol como pocas

no me podía perder,

subí a tus altas rocas

para poder verla bien.

 

Me habían dicho a porfía

que se veía hasta el mar,

pero me convencí no podía

la vista el espacio atravesar.

 

 

El espacio enrarecido

cual cristal empañado,

el mar no era habido

por más que era mirado.

 

Sólo el Lago Rapel, yo quiero

decir se veía con nitides,

después los cerros costeros

y el mar ninguna vez.

 

Mas viendo el sol pasajero

y verlo luego ponerse,

pasó los cerros costeros

para más allá esconderse.

 

Pero el mar no se vio

sólo nubosidad enrarecida

así mi inquietud se aclaró

y no era como se decía.

 

Cerro Poqui por tu belleza

en tu cima quiero estar

gozar de la naturaleza

y tu mirador sin igual.

 

LA TIA ELOISA

     La Tía Eloísa convivía con un agricultor sandialero, no eran casados, él era separado de otra mujer, él se llamaba José, pasaba el tiempo y eran felices. Pero como las cosas buenas no duran toda la vida, Eloísa enfermó gravemente, trajeron al cura para la extremaunción. El Cura pidió a José que se fuera de la casa, para que Eloísa recibiera el perdón y la comunión con el debido respeto a las leyes de la Iglesia. Eloísa, que amaba mucho a José, él que había sido el gran amor de su vida, respondió: ¡Padre, prefiero que se vaya Ud. Y no recibir la Comunión, pero José no se me va de mi lado!.

 

PREGUNTAS EN MI VIDA

¿Por qué la luna no alumbra en las sombras de mis dudas?

¿Por qué en mis sueños no viajo la distancia al país que me llama y quiero?

¿Por qué la vida nos hace heridas que no sangran ni cicatrizan?

¿Por qué la cima de la montaña nos hace sentirnos como dueños del lugar y abajo en el llano es como si no tuviéramos nada?

¿Qué me da que tengo espíritu y recorro el mundo entero sin salir de mi lugar?

¿Dónde están las mariposas de verano que revolotean como hojas de otoño?

¿Por qué mis copos de nieve, es tan breve tu vida que apenas tocas tierra te mueres y desapareces?

¿Por qué mis hermosas flores en los amaneceres te encuentro con lágrimas llorando?, ¿Acaso el frío de la obscura noche es tu sufrimiento?

 ¿Por qué viento de invierno tanto te enojas, que con tu furia, quiebras y botas los árboles, que la Primavera vistió con verde ropaje y el color de las flores?

 

EL YECO

     Este nombre que sirve para designar una clase de ave, la cual es reconocida por su facilidad para zambullirse en las aguas en busca de su alimento preferido, es el nombre que sirvió  para motejar al personaje de este relato.

     Este personaje típico y singular vivía en el pueblo de Peumo, y lo conocí en la década de 1930 al 40, su verdadero nombre no lo llegué a saber, ya que todo el pueblo, sólo lo llamaba por su apodo de “El Yeco”. Este personaje era en su conformación física, como de un metro y ochenta centímetros, de contextura gruesa, no gordo por su precaria alimentación, a causa de su inclinación por la bebida, de preferencia el vino, costumbre que lo hacía  ser frecuente huésped del cuartel de Carabineros. Cuando lo conocí, su edad fluctuaba entre los 40 y 50 años. El apodo de “El Yeco”, le venía por su gran pericia para zambullirse y nadar bajo el agua en canales y pozos profundos. Esta habilidad de mi personaje, era aprovechada por los lugareños cuando alguna persona caía en estas profundas aguas y se ahogaban. Aquí buscaban al Yeco quien era el único capaz de rescatarlas.

El Yeco era uno de los personajes que servía para divertir, entretener y hacer más llevadera la vida en esos días, debido a sus anécdotas o graciosas salidas.

Posiblemente no relate todas las cosas divertidas del Yeco, por no haberme enterado de todas ellas, pero contaré las que me tocó presenciar u oír.

     Una mañana en que iba al colegio, me topé en mi barrio con el Yeco, iba con un bulto al hombro, que después supe que pesaba más de 100 kilos, y esto era producto de una apuesta del Yeco contra algunos de los integrantes del Club Deportivo Peumo.  En este grupo apostaban que el Yeco no era capaz de caminar 10 cuadras con este bulto sobre sus hombros. El Yeco aceptó la apuesta, le echaron el bulto al hombro y salió caminando. Como a las cinco cuadras,  pasó a una cantina, se tomó medio litro de vino y siguió su camino, llegó al final de las 10 cuadras y ganó la apuesta.

     En otra oportunidad, el Yeco estaba sentado en la vereda de la calle principal del pueblo, con algunos litros en su cuerpo, ya que esta condición lo hacía estar alegre y se ponía a entonar canciones a medio terminar. Estando en estas condiciones, pasó una pareja de Carabineros a caballo y uno de ellos le ordenó: - Ya estás borracho, Yeco, ándate para el cuartel.- Y siguieron su curso. El Yeco, medio llorando, exclamó: - ¡ A estos jetones los tienen para que ellos lo lleven a uno al cuartel, y a mí me mandan solo!-

     Cierta vez que se celebraba la Fiesta de Primavera en el pueblo, el Orfeón Municipal, como una humorada y adhiriéndose a esta fiesta, todos sus integrantes se disfrazaron  y con sus instrumentos desfilaron por las principales calles del pueblo, tocando hermosas canciones de la época. El Yeco, al ver esta simpática y alegre murga, se integró a la banda marchando y bailando. La gente salía de sus casas para ver  la banda, y al ver al Yeco haciendo gracias con un paraguas viejo detrás de los músicos, gozaban y se reían a más y mejor, con su cómica figura.

     En otra Fiesta de la Primavera, la Comisión Organizadora, inventó una tomada del pelo para el pueblo, y esto consistió en correr la noticia  de que Anita  Lizana visitaría el pueblo durante las Fiestas de Primavera y que llegaría en un carro especial en el tren del medio día. Anita Lizana en esos tiempos era la gran campeona del tenis chileno a nivel mundial. Como era de esperar, el pueblo en masa acudió a la estación ferroviaria a esperar la llegada de la gran campeona nacional, la gente aglomerada esperaba impaciente. Llegó el esperado tren, el público buscaba el carro especial, el tren partió y aquí aparece el famoso carro especial, que era uno de esos carros que usaban los obreros carrilanos, que maniobrando una palanca hacían deslizar el carro por los rieles. Este llegó a la estación, se detuvo, en el asiento delantero venía una dama muy bien vestida y con un bello y gran sombrero, bajó del carro ante la aceptación del público, y quién era esa dama que imitaba a Anita Lizana, era nada menos que mi incomparable personaje El Yeco.

     Para terminar con este relato, aquí también va el fin de este personaje. Como El Yeco era bastante allegado al trago, cierto día tomó más de la cuenta y al ir caminando y zigzagueando resbaló y cayó sobre la cuneta de la calle, golpeándose la cabeza en la solera de piedra y quedando aturdido. Su cuerpo caído sobre la cuneta hizo un taco a la poca agua que pasaba, y este hilo de agua fue suficiente para que muriera ahogado.

     El Yeco, que era un campeón para nadar y sumergirse en aguas profundas, muere ahogado en un hilo de agua de una cuneta de la calle.

     Son las cosas que nos depara la vida.

 

LA CASULLA PARA EL PAPA TEJIDA A TELAR EN DOÑIHUE

Doñihue, 14 de abril de 1985

     Era día domingo, el párroco del pueblo estaba de cumpleaños. En la Parroquia, el Comité de Obras Parroquiales, le organizó un pequeño cóctel a la salida de la misa, y, cuando estábamos en pleno festejo, aparecieron Brisa Céspedes y Arcadio Carrasco para proponerle al Padre y a nuestro grupo la posibilidad de regalarle al Papa, una casulla tejida a telar en su venida a Chile.

     Se aprobó la idea y entre todos los grupos católicos cooperaron con aportes en dinero para comprar los hilos que se ocuparían en el tejido, luego la tejedora doña Julia Peralta comenzó su obra. Primero ideó y programó los colores y los dibujos, colores de preferencia, los del Vaticano o del Papa: amarillo y blanco, para las espigas de trigo, un color castaño y para las hojas el verde.

     La tejedora se dio a la tarea de poner los hilos en los quilvos del telar, y a  urdir el tramado con los tonones y luego con la paleta de madera de corazón de espino da comienzo al tejido. Centímetro a centímetro, respira entusiasmo, contagia con su alegría, su pensamiento vuela a Roma, se imagina que la casulla ya la viste el Papa, que el aroma de los hilos de la prenda sacra ya está en la persona máxima del catolicismo, que las espigas de trigo de la Casulla le dicen al papa, de nosotros sale la harina con que se amasa la Sagrada Hostia de los comulgantes.

     A medida que pasaba el tiempo, la tejedora daba paletazo tras paletazo, las espigas y sus hojas iban creciendo en el campo amarillo y blanco de la casulla. Eran espigas que crecían como las sembradas y regadas por el agricultor en el campo. Y así como el agricultor acompaña su trabajo con canciones mitad cantadas y mitad silvadas, la tejedora también, al compás de sus paletazos apretando el tejido, tararea y canta sus canciones.

     La casulla es terminada con la perseverancia creyente de la tejedora y cuando vino el Papa a Chile, el Párroco y laTejedora viajaron a Santiago a entregarle esta inimitable prenda tejida en un telar de Doñihue del barrio Camarico.

     El viaje se hizo el día 30 de marzo de 1987, salieron 7 buses muy de madrugada acompañando al vehículo del  Padre Salvador Moreno Silva y la Tejedora Sra. Julia Peralta.

 

EL PERAL DE LA ESCUELA

     En el patio de la escuela había dos perales y era la época en que las peras estaban a punto de comerse, pero nadie se atrevía a tomar una porque la Directora lo prohibía terminantemente, y si alguno desobedecía, el castigo de varillazos en las piernas, nadie se escapaba.

Cierto día en que nos encontrábamos de recreo y sentía el deseo de portarme mal, de no ser el niño modelo como antes se me motejaba, busqué la compañía de Raúl Lira, muchacho menos que mí, pero con mucha personalidad y decisión, debido a que era hijo del Cabo Lira, Jefe del Retén de Carabineros del lugar, estaban recién llegados y él no conocía la situación de las peras, me hice rápidamente su amigo  y, considerando que Raúl, por ser hijo del Cabo del Retén, no lo castigarían ni le dirían nada, lo convencí para que comiéramos peras. El me preguntó si no se enojarían las profesoras, a lo que respondí que no, como desde el suelo no alcanzaba a cogerlas, lo insté a que se subiera al peral y lo remeciera  comprometiéndome a recoger y guardarle a él, ya que los muchacho al ver caer las peras se abalanzarían sobre ellas. Subió Raúl y, tal como lo había planeado, resultó. Remeció una y otra vez el peral, el suelo quedó tapizado de peras, los chicos se lanzaron sobre ellas, yo recogí las que pude, Raúl bajó, le convidé de las mías y aquí no había pasado nada. A Raúl no se atrevieron a castigarlo, las peras que egoístamente cuidaban las profesoras las estábamos comiendo la mayoría de los chicos, y decía  que aquí no había pasado nada  si no es por el chico acusete que nunca falta en un grupo y al que apodábamos el “Chimpuja”, que salió corriendo a avisarle a la Directora, quien al saber que había sido Raúl Lira, no pudo castigar a nadie, pero el que escribe, en combinación de Manuel Aros, nos pusimos de acuerdo para castigar al Chimpuja, haciéndole un “banquillo” y dándole un costalazo, para esto me puse disimuladamente detrás del Chimpuja, me agaché apoyando las rodillas y las manos en el suelo, aquí entraba la parte de Aros, que pasaba corriendo y con un empujón en el pecho hacía caer a la víctima sobre mí, resbalando de espaldas y dándose el feroz costalazo.

     Ante esto, se levantó el Chimpuja llorando y corriendo a acusarme a la Directora. Yo que me consideraba satisfecho con la gracia de las peras, no me escapé de los fuertes varillazos aplicados por la Directora, que seguramente mascullaba su rabia al no poder castigar a Raúl, se desquitó conmigo, sin pensar que yo merecía el castigo por instar a Raúl a bajar las ricas peras.

     Los varillazos me los pegó con furia en las piernas, las que tenía desnudas, ya que en esos tiempos se usaban los pantalones cortos.

 

MI AMIGA FLORINDA

     Era tiempo de vacaciones de colegio. En mi barrio había una Capilla en la que, en los meses  de enero a marzo, sólo se rezaba el rosario por las personas más católicas del lugar.

     Habían pasado los tiempos alegres y llenos de fieles de la Pascua y las Misiones con sus dinámicos padres misioneros.

     Mi amiga Florinda y el que suscribe, en el curso de la escuela, éramos los primeros, los más aprovechados, así que en las últimas misiones uno de los sacerdotes misioneros, organizó la Acción Católica del sector y por recomendaciones de nuestros profesores, Florinda fue nombrada Generala y yo General de la Acción Católica.

     Así en esta situación, con los meses flojos de las vacaciones, una tarde nos pusimos de acuerdo con cuatro amigos y compañeros, para esperar a la Florinda a la salida de la Capilla al término del rezo del rosario.

     Al verla salir, me acerqué a ella para abrazarla y besarla, ella se defendió de mi intención, pero sin enojos, riendo, y esta actitud de ella me daba más ánimo para abrazarla, mis amigos me hacían barra, gritándome: ¡Ya mi General! ¡Buena mi General!. Pero me fue inútil besar a mi Generala, la que se me escabulló siempre riendo. Sólo me acompañó de ella el aroma de sus largas trenzas negras y lo alegre de su risa.

      Después nos cambiamos del lugar y no supe más de mi Generala, mi Florinda.

 

MONICA CESPED ACEVEDO
 

Mónica Césped Acevedo nació y vive en Doñihue. Recientemente egresó de la Enseñanza  Media. Es una ferviente admiradora de la poesía, razón por la que decidió participar en este, su primer taller literario, que le permitió expresar parte de sus emociones.
 

Por qué estoy aquí si quiero estar

en el borde del silencio para volar

hacia el vacío  y de este desatar

el torbellino de mis pasiones reprimidas

 

De qué sirve socavar el horizonte

de la esperanza si sé que es inútil

 

Porque quemas mi piel igual que

el  sol quema los tiernos brotes

de los pensamientos aferrados

a mi alma.

 

 TEJIENDO FANTASIAS
 

En las mañanas con hilos de colores

teje los campos de la naturaleza los que

más tarde se transformarán en fruta

la que será puesta en su mesa.

 Elige el color más dulce y fresco

 con una hebra casi invisible

teje la suave brisa que hacía posible

el movimiento ligero de los campos de

las flores silvestres. Pero los más preciados

eran los gruesos hilos de plata,

los que saciaban la sed

de la tierra fértil

de la que le daba la inspiración de

seguir tejiendo fantasías para su pueblo.

 

De mi rostro rodó una lágrima

tocando la infinita soledad

luego de mi alma cayó en

los laberintos de la angustia y

sin darse cuenta  llegó al vacío de tus ojos,

profundo como un pozo sin fondo,

navegando por el mar negro de la angustia,

se encontró con tristeza y melancolía

que de la mano venían jugando

para luego desatar en mí una tormenta

de llanto, ésta será la última lágrima

que sin más remedio agonizará en las

puertas de tu alma, para luego dar inicio

a mi anhelada venganza.

 

DANIEL SANDOVAL

         Daniel Sandoval Contreras, es un ave que ha detenido su vuelo para permanecer y crecer entre su descendencia, ha dejado de lado las noches silentes, aquellas en que sólo la brisa jugueteaba con sus suaves cabellos y las estrellas, a veces la luna, respondían a sus múltiples interrogantes; hoy, con 37 años y varios hijos, sólo se deja ver a través de sus relatos. No es fácil indagar acerca de su vida. Sabemos que desarrolla múltiples oficios y que, a pesar que el tiempo le es esquivo, se las ingenia y llega a la hora del taller.

 

 

EL DESAFIO

                       Daniel Sandoval C.

En Lo Miranda.

     Hace mucho tiempo, cuando aún la electricidad no llegaba...

     Una noche de esas frías de invierno donde aún la luna parecía irse a dormir para evitar helarse.

     Mas, algunos bohemios, borrachos o simples paisanos pasaban la penumbra en un bar. Toscas mesas, sentados en sillas o bancas, bebían, dialogaban, discutían...

     El hedor de la chicha, vino y aguardiente hacían una mescolanza de pestilente aroma, pero a aquellos libadores no les incomodaba. Algunos se hacían cigarrillos con tabaco rubio, cuyo humo ayudaba a entenebrecer el ambiente.

     En una de las mesas, se ensalzaban, exponíanse como valientes, narrando increíbles hazañas, arreos al filo del peligro, enfrentamientos con bandoleros, peleas cuchillo en mano...

     De pronto surgió un desafío: ¿Quién se atrevía a ir al cementerio a la media noche para clavar un puñal en una tumba?

     Hubo silencio, aún aquellos ajenos al debate callaron. En el silencio se cruzaban miradas ...

     Se levantó uno, sacó un puñal y lo clavó en la mesa. – Yo iré – dijo.

     Al llegar el momento, volvió a ponerse de pie, acomodó su manta, era de esas pesadas mantas negras de Castilla, cubrió su cabeza con un sombrero, tomó el arma blanca y comenzó a caminar. Todos los presentes observaban la figura extinguirse en la obscuridad.

     Caminando con pesado y lento paso subió por la senda donde se llevaban los finados. Así llegó a la entrada, la cruzó acercándose tímidamente a una tumba, sacó el puñal, aún sin luna se vio su brillo, lo clavó, giró y sintió que alguien jalaba su manta...

     En el bar todos los testigos esperaban el retorno del osado arriero. Llegó el amanecer y no volvió. Entonces, un grupo, por curiosidad, otros por preocupación emprendieron rumbo al panteón.

     Desde la entrada divisaron un bulto negro. Al aproximarse vieron al hombre al borde de una tumba, como caído en el suelo, casi sentado, una mancha como de orina había entre sus piernas,  en la ropa y en la tierra. Tenía los ojos abiertos fijos, él al salir del bar tenía los cabellos negros, ahora eran albos, como de un anciano. Su manta cubría una parte de la tumba y sobre ésta estaba erguido el filoso y brillante puñal. Al quitarlo terminó de caer.

 

DE PESCA

     Tengo el sol en mi cara como aquella vez donde se creó una tragicómica aventura, donde nuestra hazaña fue un pequeño pez.

     Mi compañero, mi amigo, jugueteaba en polvorienta senda. Como un infante sin ego desprendía broma, burla y carcajada.

     Tomamos colihues simulando potros. El corría, corríamos dibujando líneas. Fue un juego el pasar nuestro. Ser felices era nuestra tarea.

     Llega la noche, oscuro manto, nuestro cansancio lo consumió la dicha. Mi amigo aliviaba el espanto , aún no viéndola, conoció la brecha.

     Una noche del sur desafiada por una fogata en la ribera donde nace Polcura, hora en que el sueño no arrebata y el noble silencio apenas perdura.

     Recordar en solitario, momento de preguntarme... no pude decir adiós mi amigo, mi abuelo ya no está despierto, ya no éramos los dos...

 

DAVID

     David tiene ojos transparentes. David me mira logrando mi sonreir y él ríe, ríe mostrando pequeños dientes. David quiere vivir, vivir.

     David tiene cabellos rubios, David es tímido y valiente. Cuando los días son malos está a mi lado, mi fiel acompañante.

     David escucha mi llegar, se oculta, finge ser un ratón. David quiere jugar, jugar y jugar, pues ruge cuan fiero león.

     David extiende sus pequeños brazos, corre hacia mí con felicidad y prisa. Me brinda uno y otro beso y aprisiona mi cuello con pequeñas fuerzas.

     David su mano extiende a la mía que esconde sus dedos.

     David me enseña, David aprende, cuando vamos caminando con pequeños pasos.

 

ME INTERNE POR EL VALLE
 

Me interné por el valle

en busca de mi alma

dejé pasar el tiempo en infinita calma

esperando a que el día calle.

Hasta lo más hondo de él

se cubrió en sombras

no asomó la luna ni las estrellas,

sólo la brisa me era fiel.

Hasta la profundidad de mi niñez

me llevó la nostalgia

sintiendo como copa vacía

sintiéndome ahogado en estupidez.

Hasta lograr beber el agua

acaso se desangra la tierra

sangre de cristal tan pura, tan pura,

que el sólo oírla a mi ser apacigua.

Que el río me ofrecía

mas no acepté su engaño

busqué en un niño

en su ilusión, en su audacia

como me ofrece su llanto la memoria

es inútil su consuelo

el niño cogió su vuelo

y el hombre es otra historia.

  

CAPITAN

-         Capitán, ¿Falta mucho para llegar?

-         No, atrás de aquella loma está el puente. Y no me llames Capitán, dime cualquier nombre. Por último llámame perro.

-         ¿Cómo le voy a decir perro?

Trató de continuar hablando, pero desistió al sentir el peso de una oscura mirada.

Caminando iban dos figuras serpenteando, sorteando los charcos, pequeños lagos inventados por la lluvia, la cual sólo ese amanecer había cesado.

  El frío aire era tan puro, que cada inhalar parecía limpiar el alma y un húmedo silencio interrumpido por pesados pasos... Los desnudos árboles parecían petrificados. En el cielo, grises nubes pasaban lejanas e indiferentes. Capitán las miró. Se sintió insignificante, anónimo, inútil.

-         Allí  entre esos matorrales está el puente.

-         Que bien, ya queda poco. Capitán, ¿Por qué le dicen Capitán?

No hubo respuesta. Sólo un ademán, una bofetada dada al aire.

  Desconsuelo. La ribera del riachuelo estaba desnuda. Sólo un tronco plantado por mano de hombre, era el mudo testigo  de que allí hubo un puente.

-         Vamos a tener que rodear aquel cerro.

-         ¡Está muy lejos! Tal vez si nos apoyamos en ese tronco y saltamos...

  El riachuelo que antes tenía poco más de tres metros, ahora era de unos cinco metros, era más profundo y violento, como si hoy tuvieran prisa sus aguas, mucha prisa.

  El joven se subió al tronco equilibrándose, extendía su mano, procurando alcanzar una rama, un árbol en la orilla opuesta era su esperanza. La cogió por fin, pero ésta no soportó el tirón, cayó...

  Capitán corrió adelantándose.  Afortunadamente la corriente hizo orillar al joven. De pronto sintió como si se le arrancara el brazo...

-         Cámbiate.

-         No tengo más ropa.

-         ¿Qué llevas, entonces, en el saco?

-         Llevo juguetes. Los hice en el taller para mi chiquillo.

-         ¿Y la ropa?

-         La ropa la regalé, era ropa vieja con olor a encierro, olor a noches frías, a soledad y a miedo.

Capitán abrió su saco y le arrojó algunas prendas. Cuando éste se desvestía sonaron unas monedas. El, semidesnudo, se sonrojó, temblaba, tal vez por frío o temor.

-         Tenías plata. ¿Por qué no te fuiste en micro?

Bajando la mirada , respondió humildemente:

-         Tengo miedo de llegar solo al pueblo. Tengo miedo de llegar al pueblo.

Capitán movió levemente la cabeza y volvió a hacer ese ademán como bofetada al aire.

-         Parezco un espantapájaros.

-         Si no te gusta, devuélvemela.

-         No, no, estoy  bien así.

Reanudaron su andar.

-         Capitán, cuando se cayeron las monedas, creí que me iba a robar, perdóneme.

-         Ya te dije que no me digas Capitán.

Comenzó a llover. Corrieron hacia una casa abandonada, se llovía, tenía portillos por todos lados. Se acurrucaron en un rincón, pasaron unos  minutos en silencio. Al joven se le escuchó gruñir el estómago.

-         Me suenan las tripas... Capitán, ¿Por qué le dicen Capitán?

-         ¡Putas que soy porfiado!... Un día que estaba tomando con un amigo, llegó un pela’o  de civil buscando pelea, y la agarró conmigo, Negro me decía, Negro hediondo... Hasta que  nos pusimos a pelear. El sabía dónde pegar, hasta patá’ en el hocico me llegó. Yo iba perdiendo, entonces. Él se topó con una mesa, y yo le di medio ni que combo. Cayó, y al caer se golpeó la cabeza en una silla. Murió, creo que era un cabo, paco o milico. No sé, allá adentro se les puso que era un Capitán...

(De pronto amainó)

En dos horas más va a obscurecer.

-         ¿Alcanzaremos a llegar?

-         Sí, parece que va a volver a caer agua.

Habló y habló, a Capitán ya no le molestaba. Así llegaron al pueblo.

-         Allí vivo yo, Capitán. Cuando guste venga verme ah, y venga a buscar su ropa.

-         ¡No!, quémala. Tiene olor a encierro.

 

EL TREN

     Me levanté más temprano. El sol aún no asomaba por entre los cerros. Tímidamente alumbraban los focos que cuelgan en los verdes postes, como intentando espantar tenuemente la oscuridad, alargando las sombras de fugaces transeúntes.

     Héme aquí sentado es espera del convoy de acero, tal vez el mismo que me trajo a este pequeño pueblo un verano hace muchos años en busca de trabajo, y me quedé embelesado por su serenidad, la simpleza de un vivir sin apuro, sin ruido, como ajeno al mundo. Ahora el mundo era indiferente para mí, como yo siempre lo fui para él.

     Un pequeño pueblo cuya ubicación y nombre sólo lo sabemos los que aquí vivimos, ni siquiera es un punto en algún mapa, un pueblo que  nunca crecerá, porque los que aquí nacen se marchan a las ciudades, aquí no hay futuro dicen...

     Parece que vine muy temprano, recién ha sonado la campanilla que anuncia  “el pat’e fierro”. Se tendrá que levantar don Pedro, puede que lleguen pasajeros.

     Allí vienen tres mujeres, son jóvenes, ríen en forma alborotada, como ebrias, son las prostitutas que vienen desde la ciudad a alguna fiesta donde Don Carlos, o al Restaurant de Don Pancho, se ganan la vida... en este pueblo donde no las conocen.

     Tras ellas vienen la Señora Ema y su esposo. Hizo una mueca, demostrando su repudio, las mujeres rieron, rieron parodiando su gesto.

     Ha sonado un trueno, una solitaria luz se aproxima, parece una enorme serpiente, estremeciendo en su senda de acera.

     Vienen corriendo dos jóvenes...

     Suena nuevamente el trueno, se marcha dibujando cuadros de luces en la tierra o en las casas que están al borde de su vía.

     Se marcha, se detuvo sólo unos minutos, interrumpiendo la paz de este amanecer, nadie bajó...

     Vamos, vamos cuatro patas ya hemos visto... mañana nadie subirá o bajará, ése era el último tren.

 

                                                                GINNETTE OLIVOS AVELLO

         Ginnette Olivos – dicen que vive en Doñihue, pero trabaja en Rancagua, pero hay otros que la conocen más. Saben que ella habita mejor en los recuerdos y en la ensoñación. Recorre sin miedo las alturas, y los cerros han sentido su silencio y acogido su dolor.

 

I

Tejiendo la vida voy  en el aire y en la tierra

con mi cuerpo tejo en el tiempo

y en los espacios lejanos de los recuerdos

aquí y allá se entrelazan las hebras repentinas

y luego se retuercen en las curvas del destino

es como el juego incesante de la respiración

en cada tramo queda impresa la obra de hombres

y mujeres tejedores de hijos cosas cultivos amores

y odios

Y como todo vuelve al principio

se deshacen en los telares del tiempo

la vida del que se ha ido

van quedando pedazos desgarrados

en la memoria que destiñen los recuerdos.

II

Las sombras susurran

negras palabras

al oído del ladrón

 

El  mar contaba secretos azules

al pescador

 

El amargo susurrar de la noche

atormentada, ennegreció el

silbido helado del viento

 

Dulce codicia del claro de tus ojos

que dejan susurrar

entre el espacio

de tu risa áspera

el hielo de tu pena


III

Laura desde el amanecer

hasta que se esconde el sol

Laura va y vuelve por los campos

la hierba y el agua

tu nombre lo conoce el aire

como las vacas lo saben

aceptando tus manos ágiles

y fuertes para hacer brotar

en la ordeña la sabrosa leche

con que se embriagan los niños

Las aves trinan Laura

y tu nombre llena las mañanas frías

y distante de esas tierras laboriosas y fértiles

como tu ser

que ha regado a lo largo de los años

la vida aquí y allá

Laura en sus hijos, en árboles en plantas

flores que distinguen esa noble estructura

de barro que es tu refugio

en donde hoy no entraría

toda tu cosecha

Y aunque la vida de tantos años

se refleja en tu rostro

sigues siendo hermosa, Laura.

 

CARMEN SERAZZI AHUMADA

         Nació en Chañaral. Desde muy pequeña, su madre, hija de estas tierras, la trajo hasta Doñihue, y pudo conocer estos bellos campos, haciendo que se sintiera doñihuana de corazón. Parte de su infancia y juventud la pasó  recorriendo y disfrutando sus rincones pintorescos y queriendo a su gente, la que le han dejado huellas imborrables en su vida.

         En el ámbito personal es casada y tiene dos hijas. En lo profesional es Educadora de Párvulos, título obtenido en la Universidad de Chile. Posteriormente obtuvo su Licenciatura en Educación en la Universidad de Tarapacá. En el departamento de Bellas Artes de esta última Universidad estudió dos años de dibujo y pintura. En el aspecto laboral, ha ejercido la docencia en diversas ciudades del país. Se autodefine como una persona amante del arte, en especial de la pintura y de la literatura, por lo que siempre incursiona en ellas.

         Actualmente reside en la comuna de Doñihue desde 1999, a donde llegó desde Puerto Montt. Se desempeña como Educadora de Párvulos en la Escuela Municipal de Párvulos “Mis Primeros Pasos”.

 

BLANCA

Blanca era como la luz del alba

transparente su cuerpo como su alma

tenía corazón de niña

la vida le mostraba las espinas del cariño

ella no queriendo tocar las rosaba

miraba el cielo hacia las nubes

buscaba a Dios en su mirada

El mar, el horizonte ella amaba

porque en él estaba lo que no encontraba

amores muertos, ilusiones idas,

que importa todo aquello ahora

las olas no terminan, son infinitas,

su juguetear altivo con la blanca

espuma abrazando el viento.

 

PAN DE AZUCAR

Volví a la playa con mi libro de leyendas y misterios de la zona.

Aquella noche a la orilla del mar, estaban todos frente a la fogata y como era ya costumbre recordar estas misteriosas historias, mi hermano comenzó a contar la  del minero que bajaba en las noches de luna cada 10 años  desde la fundación de Pan de azúcar en busca de su novia que se había perdido en una noche mientras caminaba por la orilla, para mirar la luna platear sobre las aguas. “Ella era una muchacha rubia de largos cabellos”. Me estremecí de miedo y temor y me parecía que me cogían de los hombros, sentía frío en la espalda, pero ya no fueron mis hombros. Alguien cogió mi mano, me levantó. El relato siguió a la orilla de la fogata. Nadie pareció notar que yo salía. Estaba descalza e iba por la arena. El estaba a mi lado y me cogía firme, lo miré, era bello. Mirándome a los ojos “Harto que te he buscado ¿Dónde estabas?, te he buscado tanto”, dijo angustiado, “sabes que te amo ¿Dónde estabas?, porque tus pasos se perdieron en el mar, por qué dejaste el amor que te di.” No sabía qué decir. “No lo sé, déjame, te lo ruego”. Corrí, no sé cuánto. Lo sentía tras de mí. No sé cómo llegué justo al grupo. Miré angustiada a mis hermanos y aún seguía la misma historia y terminaron diciendo “Cuando él la encuentre descansará en paz de su divagar y deambular en las noches de luna”. Miré al grupo y advertí con desesperación que nadie se había percatado ni notado por un instante que yo me había retirado del lugar.

 

SU PRESENCIA

Ella lo seguía incesantemente por la lejana y larga calle. Él, en cambio, deseaba más que nunca estar solo, muy solo. Giró y se encaminó en otra dirección. Cuál sería su sorpresa cuando al levantar la vista, unida a la muralla iba ella. Algo molesto se devolvió lo más rápido que pudo, miró hacia atrás pensando que había desistido, pero, en cambio, iba detrás de él. Llegó a una plaza con la esperanza de confundirse, pero al mirar al frente comenzó a zigzaguear. Ella hacía lo mismo sin mirarlo. Sentía ganas de  golpearla, pero esto sería imposible. Vio en el camino una escalera. Pensó que sería la solución, pero ella nuevamente estaba a su izquierda. Se sentó en uno de los peldaños de la escalera a pensar qué hacía para evitarla. Ella estaba como un cachorrito tocando sus pies. Ya desesperado corrió y corrió. Ella iba siempre tras de él hasta la misma puerta de su casa. Y es más, llegó justo a su pieza a su lado. Era ya el atardecer. Entró antes que él lo pudiera evitar. Cerró sus cortinas, apagó la luz ya resignado.

         Miró por todos lados. Buscó entre los pliegues de las cortinas, debajo de la cama. No encontró nada. Entonces, se sentó y lloró porque al fin estaba solo.

FIN


 

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