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Fuente:Gabriel Gutiérrez;Cuentos de Aquí, allá y del más allá

Joaquina Quintero ¿Desaparecida en Betijoque...?

El día 24 de Agosto de 1.944, cerca de Betijoque, Edo. Trujillo, ocurrió un extraño suceso como fue la desaparición física de una humilde mujer campesina de nombre Joaquina Quintero compañera de vida del agricultor Orangel Briceño Castellano, en circunstancias bastantes extrañas, relata Briceño que ese fatídico día siendo aproximadamente las 12 del medio día, escucho una tremenda explosión cerca de su casa y se apresuro a regresar de un plantío de yuca que recolectaba para ver que había ocurrido en su caney, donde había quedado preparando el almuerzo su mujer.

Su sorpresa fue grande al observar desde una curva del sendero que conducía al caney, que el perro yacía totalmente quemado y en el centro de un charco de sangre, apenas se repuso de la impresión corrió derecho hasta su casa, pero no hallo mas que un montón de escombros humeantes y una huella circular dejada en la grama, con toda seguridad proveniente de una potente irradiación calorífica.

Joaquina!, Joaquina! - cuenta que gritaba Briceño Castellano.

Nadie respondió a sus gritos, apenas se escuchaba el chisporroteo de las briznas, que aun consumían el fuego provocado por una "cosa" extraterrestre, diabólica, posiblemente jamás vista por el hombre.

Las autoridades de la época se apersonaron en el sitio que no quedaba tan lejos, en las afueras de Betijoque en lo que era una cementera de la población, numerosos curiosos llegaron y colaboraron en buscar a Joaquina por todos lados mas no la localizaron, unos indicaban haber visto un gran resplandor y oído ruido ensordecedor hacia donde quedaba la cementera pero nadie sabia dar cuenta de Joaquina, fue una de las desapariciones mas extrañas y misteriosas que llevo a unos a indicar la posibilidad de que Joaquina había sido secuestrada por unos extraños seres provenientes del espacio, fue lo que el pueblo de Betijoque comento y especulo por varios días, tan solo Orangel Briceño Castellano quedo solo, recogiendo sus pocas pertenencias que no se quemaron y se traslado al pueblo, donde paso unos días recuperándose de la impresión y posteriormente se fue a vivir a Mene Grande donde con su trabajo y ahorros adquirió un bar del cual es propietario.


Fuente: Rafael de J. Argüello G;Diario el Tiempo

Memoria de Betijoque: El ánima del cerro

Es costumbrismo del pueblo venezolano, engarzado en las profundas raíces de la nacionalidad, el culto religioso a las benditas ánimas de purgatorio. Así vemos en los antiguos caminos de la época colonial, que aún perduran. Y también en las modernas vías de comunicación vial, la permanencia de esta tradición, representada en cruce que señalan que allí murió un cristiano, fuese cual fuese el motivo de su deceso. Eran y son predilectas de este culto popular, las ánimas de los cristianos que murieron en forma alevosa y también en su contraparte, los asesinos de toda índole, que en base a su innumerable violencia, crímenes y violaciones, fueron ajusticiados por sus crímenes.

Estas ánimas, son invocadas, con cierta preferencia por el pueblo, que en sus momentos de angustia o problemas o peligros personales inminentes, solicitan su intervención para la solución de sus problemas. De esta manera se va formando una devoción religiosa acrecentada por una especie de aureola de milagros y leyendas, más o menos ciertas o falsas que son propaladas por sus devotos.

En nuestro país son numerosos los ejemplos de esta devoción popular. Así tenemos el culto al ánima de Gregorio de La Rivera, caballero español que por allá por el siglo XVII, en la ciudad de Mérida, dio muerte en forma violenta al cura confesor de uno de los conventos de esta ciudad. Esta ánima se invoca con preferencia al don que tiene de encontrar los objetos perdidos. A pocos kilómetros de la ciudad de Coro y en la autopista que la une a la ciudad de Punto Fijo, en pleno istmo de la península, se encuentra una capilla levantada en memoria y devoción de las ánimas de Guasare; cuyo origen data de comienzos del siglo XIX; cuando un numeroso grupo de habitantes de las comunidades de la península de Paraguaná viajaban a pie hasta Coro, en solicitud de ayuda alimenticia, a causa de que por cambios climáticos se había desatado una hambruna que amenazaba con acabar con todos los habitantes de la región; estas personas no alcanzaron a llegar a su destino y murieron por inanición en este lugar de Guasare; allí fueron enterrados todos los hombres, mujeres y niños y en el mismo sitio se levanta esta capilla que es visitada por los numerosos viajeros que circulan por esta carretera. Las Animas de Guasare son famosas en todo el país, a causa de la protección que otorgan a sus devotos.

Aquí en terrirtorio de nuestro municipio, también tenemos un ejemplo de este culto popular; identificado bajo el nombre del Anima del Cerro; nombre bajo el cual lo han identificado los pobladores de las comunidades vecinas como La Laja, Sabana Libre, El Alto, Escuque, San Juan, San Pedro y Sara Linda.

Su origen data desde el año 1956; cuando todas estas comunidades se vieron conmocionadas por una extraña noticia, muy insólita para la época -por la circunstancia de que la policía política, o sea la Seguridad Nacional del régimen dictatorial del general Marcos Pérez Jiménez, ejercía un férreo control sobre el orden público-. Este suceso fue la denuncia que ante las autoridades hicieran un grupo de cazadores que, recorrían el Cerro de Ponemesa, al encontrar al pie de un árbol y en plena montaña, la osamenta de un ser humano, que conservaba restos de sus vestidos. Pese a los esfuerzos de las autoridades al tratar de identificar a estos restos entre los poblados vecinos, nada se pudo esclarecer y se tejieron muchas conjeturas sobre su identidad; en una de ellas se decía que estos restos pertenecían a un poblador del vecino Escuque, que se había refugiado en estos montes a causa de la desfiguración de su rostro. Por sufrir de un avanzado estado de la enfermedad de la lepra. Como no se llegó a ninguna noticia cierta sobre la identidad del sujeto, se ordenó que fuesen sepultados en el mismo lugar donde fueron hallados. Con el transcurrir del tiempo la creencia popular en las ánimas del Purgatorio, fue creando alrededor de estos restos, un culto, una devoción netamente popular; sus creyentes construyeron una especie de capilla rústica que cubre su sepultura, protegida de los animales salvajes por un montón de piedras, que sirven a la vez para sostener las innumerables velas encendidas que constantemente pueden verse. También se encuentran en este lugar, numerosos objetos ofrendados en señal del pago de los favores y milagros que esta ánima otorga a sus creyentes. Objetos tales como: Enyesaduras, muletas, piezas de autos o de motocicletas, trajes de novia, etc., así como gran cantidad de pequeñas reliquias. Esta sepultura ostenta una pequeña cruz donde se lee la siguiente inscripción: JUSTO B. Por las averiguaciones hechas entre los habitantes de La Laja, los más longevos dicen que ese no es el nombre de este muerto, sino de su enterrador. De todas maneras es un misterio el verdadero nombre del ánima del Cerro.

Esta atracción de índole religiosa, que podría catalogarse, pero en grado menor a las peregrinaciones que acuden al pueblo de Isnotú, se uniría a las del monumento a la Batalla de Betijoque; a las ruinas del pueblo extinguido de San Juan de Carambú y a la Piedra Pintada -el único petroglifo que existe en toda la región trujillana- con el consiguiente complemento de estar unidos estos centros de interés histórico-religioso y arqueológico por el antiguo Camino Real de los Españoles, trazado y construido en el año de 1578. Si en realidad hubiera una verdadera y sincera política de la explotación del turismo, estos lugares serían un poderoso atractivo para el desarrollo de esta industria.


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