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FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO
SU OBRA 3
Solo
Nací al amor un día de clara primavera,
cuando rosas y frutos se esfuerzan por nacer;
cuando el grano de trigo muere en la sementera,
y más tarde en la espiga vuelve a reaparecer.
Y me abrazó la vida como una enredadera,
y ni pensé en mañana ni recordé el ayer.
Y una plácida noche se fue mi compañera
llevándose la luna, y no hubo amanecer.
Hay soledades largas por donde van perdidos
espíritus exhaustos, de intimidad sedientos;
para quienes las voces son fútiles sonidos,
y la lluvia transmite lágrimas y lamentos.
Y hay otras soledades de abandonos y olvidos
que de quietud se nutren, sólo al silencio atentos.
Tan solo estoy que el eco devuelve mis latidos,
tan solo que se escuchan mis propios pensamientos.
En cada poesía, en cada verso,
resuena el eco de la voz interna;
su tono, ya inocente, ya perverso,
se funde en el sentir del universo,
que a su vez al espíritu gobierna.
Mi voz es un auténtico reflejo
de cuanto en mi interior vive y se agita,
pero no es exclusivo; es un espejo
de cada hombre, mujer, joven o viejo
en cuya carne la pasión palpita.
Como me ves, te ves; si como amante,
tu amor contemplas, no tan sólo el mío;
si lejano me ves, estás distante;
y si mi paso juzgas vacilante,
quizá en tu recorrido hay un desvío.
Nadie es íntegramente diferente,
todos forjados de la misma arcilla
con idéntico estímulo latente;
si hemos sembrado análoga simiente,
similar ha de ser cada gavilla.
Cuanto sientes, lo calles o lo expreses,
yo mismo y los demás lo hemos
sentido;
tus intereses son mis intereses,
se ven en mis derrotas tus reveses,
y en tus victorias yo he también
vencido.
Por eso es mi poema tu poema,
porque todos queremos y olvidamos,
porque otros han tenido tu problema,
y eso de cada loco con su tema
ni siquiera los locos lo afirmamos.
Los Ángeles, 2 de julio de 2000
Aires de cambio azotan el rostro de la tierra,
y el ayer malgastado no encaja en el presente;
somos en cierto modo producto de una guerra
que le hace a cada uno víctima y combatiente.
Y en cada desacuerdo, como en cada pelea,
no emergen decisivos y claros vencedores;
se luche por la forma o se luche por la idea,
al fin se muere el alma como mueren las flores.
Recogeré el escombro de la ciudad en ruinas,
el fragmento labrado, la pilastra, el metal,
y se alzará de nuevo sobre sus cuatro esquinas
con sus torres gemelas la nueva catedral.
Me apropiaré de ideas y de palabras muertas,
las que ya nadie siembra, de tono improductivo;
desgarraré sus venas, dejándolas abiertas,
y escribiré un poema sangrientamente vivo.
Y arrancaré en las viñas de tímidos amantes
racimos de miradas que nunca sazonaron;
exprimiré sus jugos, y se alzarán vibrantes,
con aplomo y sin dudas, quienes titubearon.
Romperé los grilletes de manos inactivas,
prisioneras del miedo y a la caricia ajenas;
y abrazarán cinturas, y rozarán lascivas
lo que sólo soñaron al hallarse en cadenas.
Rastrillaré en las aguas los fragmentos perdidos
del galeón dorado que abatieran los vientos;
y mástiles y velas serán reconstruidos,
surcando nuevos mares, mansos o turbulentos.
Y cuanto fuera arcaico, cuanto ruinoso fuera,
las soledades hondas, las tristes elegías,
se verá revestido de azul y primavera,
mi realidad de sueños y fantasmagorías.
Los Ángeles, 27 de junio de 2000
Última singladura
Quien joven muere, naufraga
perdido en el mar abierto;
quien más vive, se rezaga,
y al fin fondea en el puerto.
Yo llevo la mano firme
en la rueda del timón;
y cuando tenga que irme,
lo haré sin lamentación.
Porque he navegado mares,
porque he soñado ilusiones,
y he dado a los olivares
el eco de mis canciones.
Porque he besado a mujeres
que han correspondido al beso;
porque cumplí mis deberes,
aunque nunca con exceso.
Y por tantas noches claras,
tantas radiantes auroras,
juveniles algazaras,
y aventuras seductoras.
No sé si logré vivir
cuanto pude haber vivido;
pero sabré sonreír
por tener lo que he tenido.
Y cuando llegue el momento
que a todos ha de llegar,
llevaré a popa otro viento,
y zarparé a otro lugar.
Los Ángeles, 18 de diciembre de 2000
El aire se repliega cuando avanzas,
tan temeroso de rozar tu rostro;
las indecisas hojas amarillas
evaden tu contacto bajo el olmo;
los hombres al pasar son incapaces
de mantener sus ojos en tus ojos;
como si una aureola de inocencia
alzara obstáculos en tu contorno,
o ángeles, para ti sólo invisibles,
jinetes de unicornios,
cabalgaran severos a tu lado,
blandiendo alfanjes flameantes de oro.
Inasequible, etérea, misteriosa,
para los más; glacial para los
otros.
No para mí, que supe tu corteza
atravesar, calándote hasta el fondo.
Y bajo la apariencia sosegada
de arpa y violín en soñoliento tono,
pude escuchar la furia de atabales
y de trombones en fragor sonoro.
Me proclamaste entre los elegidos,
privilegiados, y a la vez tan pocos,
que introduciéndose en tu santuario,
exploraron tus íntimos fiordos.
Qué borrasca sensual, qué
hambre de sexo,
qué salvaje avidez llevas a bordo;
no imagen intangible, estatua inerte:
mujer total con la pasión del gozo.
Rompe conmigo moldes y barreras,
arrasa, exprime, absorbe, que respondo.
Los Ángeles, 29 de noviembre de 2000
Era una voz perdida entre la bruma,
era una voz dormida,
era una voz con suavidad de espuma,
voz que se oye una vez, y no se olvida.
Me habló porque la hablé, pero no obstante
ella me hubiera hablado
con idéntico tono susurrante
si un día hubiera junto a mí pasado.
A mi lado, tal vez sin conocerme,
como los elegidos,
me hubiera, sí, reconocido al verme
por la interrelación de los sentidos.
Cálida voz, voz aterciopelada,
con pausas sugerentes
que tanto expresan, aún sin decir nada,
silencio y voz igualmente elocuentes.
Cómo, aunque se articula en la distancia,
acaricia y revela,
presagio de futura circunstancia
que al tiempo clava sin piedad la espuela.
Háblame, voz, en el furtivo tono
del secreto prohibido,
con la complicidad y el abandono
de los labios que rozan el oído.
Madrid, 22 de octubre de 2000
Parda la tierra, verdes los olivos,
azul el cielo, el horizonte ancho,
sobre caballo y asno, pensativos,
cabalgan lentos Don Quijote y Sancho.
La idea con la imagen acoplada,
la melodía encadenada al ruido,
a la ilusión la realidad atada,
y el sentimiento al paso del sentido.
Doble punto de mira, dos verdades,
y así te quiero yo, en doble vertiente,
con firme dualidad de voluntades,
una cortés, y la otra irreverente.
Y te amaré con el idealismo
que al corazón y a la razón cautiva,
y con el más procaz materialismo
de la carne desnuda y agresiva.
Debo ofrecerte amor de caballero,
con sensibilidad, dulce certeza,
y rapto irreflexivo, pasajero,
que no va más allá de la corteza.
Ambos sincrónicos, ambos abiertos,
con autenticidad de fe y ofrenda,
ambos de entraña y corazón expertos,
que el cuerpo acepte, y que la mente entienda.
Déjate amar un día, o una vida,
hoy te amaré, y tal vez lo haré mañana,
que amor es aún amor cuando se olvida,
como es campana aún muda la campana.
Déjate amar, no ya con amor puro,
mas con tenaz ferocidad sensual,
que hoy es cierto, y mañana es inseguro,
mañana es una idea, hoy es real.
Madrid, 15 de octubre de 2000
Página de mi libro, he de leerte
con la calma del niño que desliza
su dedo acariciando los renglones;
con idéntico afán, y con
la misma
curiosidad que a descubrir le impele
tanto misterio en la palabra escrita.
Página de mi libro, un episodio
de conexión contigo, en este día;
un paisaje entre tantos recorridos,
de mi archipiélago una sola isla.
Arañaré tus letras una
a una,
página de mujer desconocida,
y entre mis dedos temblarán tus
rosas,
mientras abres el surco a mi semilla.
Mi lectura de ayer, compleja mezcla
de drama, de comedia y poesía,
páginas que se abrieron y pasaron,
siendo aún parte del libro de
la vida.
Tantas leí, y hoy una sola leo,
y cuántas más esperan ser
leídas.
Cautivas mi atención, y quedo
absorto
en la meditación contemplativa
del mensaje sutil que se derrama
fluyendo en la corriente de tus líneas.
Los ojos hoy te leen, y la mente
ni ayer recuerda ni al mañana
gira.
Hoy sólo tú, y alrededor
silencio,
tu voz callada en la mirada fija.
Te seguiré leyendo a ritmo lento,
a la vez que mis dedos te acarician.
Oh, página, mi página presente,
contigo estando las demás se olvidan.
Los Ángeles, 30 de septiembre de 2000
Cada mirada atrás era un cerrojo
reforzando la puerta del pasado,
con una mezcla de aflicción y enojo
resistente a dejarlo abandonado.
Los recuerdos, aún vivos, permanecen
bajo la piel oscura del fracaso,
como aves en las ramas, que enmudecen
al nublarse la tarde en el ocaso.
La noche vino y me envolvió su embozo,
y en torno mío levanté un baluarte
aislante de la angustia y el sollozo
que son de amor inevitable parte.
Pero llegó abrazado a esta defensa
brutal silencio en soledad de hierro,
confiriendo a mi vida en recompensa
dentro de mí desolador destierro.
Y en busca de la luz afloré un
día,
desconcertándome con su estallido,
como si el alma alzara en rebeldía
cuanto olvidó o mantuvo reprimido.
Y en la mirada aglomeré colores,
y de mis labios descolgué cantares,
y en el oído atesoré rumores,
y el pie avanzó por rutas estelares.
Mas su cálida voz, de acento firme
que el muro cuarteó de mi aislamiento,
perdió espontaneidad, y empecé
a hundirme
de nuevo en dudas, miedo, desaliento.
Ya no sé si mirar hacia delante
rasgándome la vida esta agonía,
o refugiarme en el bastión distante
de donde la ilusión me arrancó
un día.
Los Ángeles, 22 de agosto de 2000
Deja hablar a la piel
Duérmanse las palabras, no repitan
su cansado, monótono estribillo,
hojas flotando al viento, amarillentas,
en el otoño su frescor marchito.
Tuvieron su momento, destellaron
en luces y sonidos,
luego perdieron nervio,
y olvidaron su oficio
hasta yacer en lánguida apatía,
piezas muertas de inmóvil mecanismo.
Hoy la expresión se nutre
de nuevo colorido,
savia fluyendo en retorcidas venas,
vitalidad nacida del instinto.
Deja hablar a la piel, cálida
y suave,
erizada en vocablos infinitos,
voces que no envejecen,
aunque una y otra vez digan lo mismo;
deja hablar a la piel, lengua obstinada,
ya en términos furtivos
de rodilla avanzando entre los muslos,
o dedos atrevidos
trepando ineludibles
bajo la superficie del vestido;
deja hablar a la piel, con la apagada
dulzura del suspiro,
con el revuelo de alas sacudidas,
con la sonoridad del mar, o a gritos.
La piel contra la piel, qué largas
lenguas,
qué multitud de besos clandestinos,
o palabras de nuevo troqueladas
con un concepto cada vez distinto.
Lenguaje inagotable,
de perenne inflexión y colorido,
que no se desvirtúa
por la repetición o los modismos.
Háblame así, en coloquio
interminable,
y escúchame tú mismo,
piel contra piel; que las palabras duerman
en alejado exilio,
y esta conversación acariciante
nos absorba en perenne remolino.
Los
Ángeles, 16 de agosto de 2000
He de morir mirando sobre el hombro,
de cara a mis mejores realidades;
nunca el futuro me ha causado asombro
con su enjambre de posibilidades:
Un quizás, un enigma en claroscuro,
más que respuestas, una interrogante,
océano inseguro
que a tierra ignota lleva al navegante.
Ni me ha sobrecogido
la existencia aparente
de ese soplo nacido y evadido,
que llamamos presente.
Miro hacia atrás y a mí
mismo me veo,
como soy, como fui, como me ha visto
la multitud con la que me codeo,
los amigos con quienes coexisto.
Y más lejos aún, generaciones
auténticas, tangibles,
con sus triunfos y sus contradicciones,
sus derrotas y sueños imposibles.
Gentes de carne y hueso,
como yo, de pasión enardecidas,
capaces de matarse por un beso,
o curarse uno al otro las heridas.
No soy sino eslabón en la cadena
forjada con el hierro de la historia,
eslabón que chirría o que
resuena
con voz de duelo o cántico de
euforia.
Pude haber sido todo en el pasado,
con las huestes de Atila, sanguinario,
en el Renacimiento, refinado,
o místico en el claustro, y visionario.
Tal vez esclavo en la revolución
de Espartaco en inútil rebeldía,
o en las serenas aulas de Platón
disertando sobre filosofía.
O traficante de armas, equipando
al débil como al fuerte,
indiferente a un bando u otro bando,
señor de mercaderes de la muerte.
Pude haber sido trovador, amante,
siervo, mendigo, explorador, artista,
o pistolero abyecto e ignorante
pintado de color nacionalista.
De todos ellos heredero soy,
de unos con honra, de otros con afrenta,
de su sangre y sus huesos hecho estoy,
su colectividad me representa.
Auténticas, genuinas realidades
que tuvieron y tienen existencia,
por eso miro atrás, a sus verdades,
no a un porvenir envuelto en apariencia.
Y moriré con la mirada ardiente
hacia el pasado cierto,
y vivo estaré en él, aunque
la gente
me considere muerto.
Enterradme en un campo de violetas
bajo la hierba verde,
donde me han precedido otros poetas,
y como a ellos tal vez se me recuerde.
Los Ángeles, 24 de julio de 2000
Última escala
Con bloques de fría sombra
y argamasa de silencio,
recias manos perfilaron
una taberna en el puerto,
refugio de solitarios,
lacónicos marineros.
Inmóviles, como tallas
policromadas, envueltos
en el humo de las pipas,
entre las mesas dispersos,
rostros cruzados de surcos
sembrados de sal y viento:
luengas historias escritas
en pergaminos de cuero.
Aferrados a las jarras
de cerveza, el aire denso
del recinto les oprime
los pulmones y el cerebro.
Cada hombre es una odisea
de partidas y regresos,
veinticuatro meridianos,
ciento ochenta paralelos,
visión de buques fantasmas
y de fuegos de San Telmo.
Lucha contra el mar, victoria
sólo de quienes volvieron;
pírrico laurel, que muestra
como exclusivo trofeo
la bebida espumeante
donde se ahogan los recuerdos.
Aunque vivos, derrotados,
confinados a un desierto
de humedad y de penumbra
que oscurece los espejos.
Qué lejos las claridades
tropicales, o el acecho
plomizo de la tormenta,
cabalgando sobre el trueno.
Una evocación tan sólo
perdura del balanceo
sobre el océano en calma,
o del huracán violento.
La quilla sobre la arena,
duerme inclinado el velero,
desnuda la arboladura
y anclado el último sueño.
Los tripulantes navegan
sobre las olas del tedio.
Los Ángeles, 30 de mayo de 2000
"Yo me era mora, moraima,
morilla de un bel catar:
cristiano vino a mi puerta,
cuitada, por me engañar."
(Romancero)
Casadita soy, casada,
en dorado cautiverio,
que en los brazos del esposo
sueña con amor ajeno.
Ay cómo duele en el alma
cada abrazo y cada beso
cuando el cuerpo se doblega
yendo libre el pensamiento.
Ay cómo a la lejanía
cada anochecer regreso,
sólo en fragancia vestida,
flotando al aire el cabello,
en ofrenda de caderas,
y de muslos, y de senos.
Amante, tan inmediato
que te absorbieron mis huesos,
y tan distante que nunca
logran tocarte mis dedos.
Amante, que tantos años
te esperé, como te espero,
sólo enteramente mío
cuando dormida te sueño.
No sé si hubo en ti honradez,
o si hubo en ti fingimiento,
pero sin llegar llegaste,
y sin tenerte te tengo.
Y el día, clara sonrisa,
la noche, oscuro silencio,
destellos de primavera,
melancolías de invierno,
todo fluye en mudo llanto,
canta en amargo lamento,
viendo un cuerpo equivocado
al otro lado del lecho.
¿Quién yace a tu lado,
dime,
deshojándose en requiebros,
revistiendo los suspiros
en la humedad de tu aliento?
Ay, cómo se va la vida
tan veloz, mientras el tiempo
cabalga semidormido
sobre tortuga de viento,
remolcando tu llegada.
¿Y vendrás? Mira que espero
sin preguntas, sin promesas,
sin exigencias, sin ruegos.
Ven, mi carabela de oro,
a fondear en mi puerto;
aunque debas levar anclas,
y hacerte a la mar de nuevo.
Los Ángeles, 15 de junio de 2000
Desnudos
Denso, largo, negro pelo,
negra, densa, amplia mirada,
denso el ruedo de los labios,
de intensa caricia larga;
melena zigzagueante
sobre mi pecho en cascada,
indagadora de aromas
en curvas alborotadas;
retoños endurecidos,
sin espinas y sin ramas,
de rosas adolescentes
que paralelas avanzan;
ojos escudriñadores
precediendo manos blancas
crispando oscuros temblores,
en superficies rizadas;
y jugos desarraigados
de surtidor que descansa
en la humedad de la cuna
donde duermen las palabras.
Albérgame en ti esta noche,
y olvidémonos del alba.
Los Ángeles, 18 de julio de 2000
A tu espalda
Se arremolinan mis manos
desde tu vientre a tus senos
al retrasarse tus pasos
en la frontera del sueño.
Tan inmóvil, tan callada,
tan voraz yo, tan inquieto.
Pecho adosado a tu espalda
con el corazón sin frenos
en carrera de latidos,
y tus latidos tan lentos
que no consigo dejar
sincronizados los ecos.
Suave llamada la mía,
no es voz clara, es balbuceo
de imperceptibles suspiros,
navegando en el aliento,
y enredados en la oscura
maraña de tu cabello.
No los oyes. En la niebla
de tu espacio soñoliento
se deshacen los sonidos,
pero responde tu cuerpo
a la insistente llamada,
cálida, del sexo erecto,
con incipientes temblores
de muslos semi-despiertos,
cuatro columnas truncadas,
cuatro ríos paralelos.
Vuelves de la bruma, vuelves,
melodía de silencio
en cuerdas de arpa perdida,
recobrada entre mis dedos.
Los Ángeles, 2 de noviembre de 2000
Otras poesías de Francisco Álvarez
AUTÉNTICA POESÍA - Herrera/Muñoz - 2001
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