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MIGUEL HERNÁNDEZ
SU OBRA 2
En esta página encontrarás
las siguientes poesías:
CANTO DE INDEPENDENCIA
Paso a paso, mi tierra vuelve a mí.
Trozo a trozo,
vuelven la claridad y el día y
el centeno.
Han querido arrojar tanta luz en un pozo,
en un pozo guardado por un puño
de cieno.
Por una madrugada de gallos iracundos,
un ejército joven como las madrugadas
conquista, paso a paso, los arados profundos,
los pueblos invadidos, los hijos, las
azadas.
Soplan los toros y hacen temblar la luz
del cielo:
los hombre que yo digo la aumentan y
la aclaran,
hasta cuando la sombra viene a invadir
el suelo
y a la sombra estos hombres que he dicho
le disparan.
Haciendo luz la luz y luz la sombra densa,
van los padres del sol, los padres del
granito,
que hacen la espiga grande, y hacen la
vida inmensa
y el vientre de las madres poblado de
infinito.
Aprende en estas vidas, aprende como
aprendo:
aprende a ser un hombre bien clavado
en el barro,
lo mismo que estos hombres que mueren
encendiendo
la mecha, la sonrisa, la muerte y el
cigarro.
Dejad el pie descalzo para pisar el punto
donde cayó la sangre de las mejores
venas:
para besar la tierra donde recojo y junto
los huesos orgullosos de rodar sin cadenas.
Los huesos de los que antes de entregarse
al verdugo
prefieren enterrarse bajo su misma mano,
sobre la boca donde sólo habitó
el mendrugo
echándose una tierra que no podrá
el gusano.
Vergüenza en tus mejillas mientras
que tú no obres
como estas anchas vidas que hasta los
astros llegan.
Dulce es la sangre, dulce, la sangre
de los pobres,
la sangre de los pueblos con la que tantos
juegan.
Los cuervos la devoran a duros picotazos,
ávidos la reclaman los ricos con
embudos:
hasta que, amargamente, se encrespa por
los brazos
y ataca a quien la absorbe con aletazos
rudos.
Hoy, mientras esta sangre recorre España
entera
y apenas por sus hombres prueba el pan,
prueba el beso,
vosotros, los llegados de un hambre carnicera,
como los perros mismos os disputáis
un hueso.
Sois los que nunca abrís la mano,
la mirada,
el corazón, la boca, para sembrar
verdades:
los que siempre pedís, los que
jamás dais nada,
cosecheros que sólo sembráis
oscuridades.
¡Fuera de aquí,
egoístas de retorcidas manos,
dispuestos a negar la pureza en la nieve!
Sois también invasores como los
italianos,
como la dinamita que sobre España
llueve.
La vida que prorrumpe como una llamarada
comunicando al cielo su resplandor de
avena,
vuestra existencia seca de cárcel
encerrada
que no sabe obtener la libertad, condena.
Blandos de peticiones y blandos de lamentos,
se mueven vuestros labios que tan sólo
provoca
una voracidad brutal por los sustentos,
sucia y abierta en tanto que otros cierran
la boca.
Ellos cierran la boca como una piedra
brava
y aprietan las cabezas como un siglo
de puños,
cerrados, agresivos, llenos de espuma
y lava,
contra aquellos que quieren robar nuestros
terruños.
Rayos de carne y hueso, carbonizan a
aquellos
que atacan su pobreza, su trabajo, su
casa.
Yo voy con este soplo que exige mis cabellos,
yo alimento este fuego creciente que
me abrasa.
Escoged bien la piedra para grabar los
nombres,
la eternidad, los rasgos, la vida, la
figura
de la definitiva materia de estos hombres,
hasta volverla carne de siglos y hermosura.
Escoged bien la mano y el cincel decisivo
donde de estos soldados la historia resplandezca,
porque el avance sigue de la encina al
olivo
por más que el perro ladre y el
cuervo se oscurezca.
España se levanta limpia como
las hojas,
limpia con el sudor del hombre y las
mañanas,
y aún sonarán los nombres
y las pisadas rojas
cuando el bronce no suene y el cañón
eche canas.
VIENTOS DEL PUEBLO ME LLEVAN
Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.
No soy de un pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.
¿Quién habló de
echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?
Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpagos,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.
Crepúsculo de los bueyes
está despuntando el alba.
Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra:
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.
Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.
LOS COBARDES
Hombres veo que de hombres
sólo tienen, sólo
gastan
el parecer y el cigarro,
el pantalón y la barba.
En el corazón son
liebres,
gallinas en las entrañas,
galgos de rápido vientre,
que en épocas de paz
ladran
y en épocas de cañones
desaparecen del mapa.
Estos hombres, estas liebres,
comisarios de la alarma,
cuando escuchan a cien leguas
el estruendo de las balas,
con singular heroísmo
a la carrera se lanzan,
se les alborota el ano,
el pelo se les espanta.
Valientemente se esconden,
gallardamente se escapan
del campo de los peligros
estas fugitivas cacas,
que me duelen hace tiempo
en los cojones del alma.
¿Dónde iréis
que no vayáis
a la muerte, liebres pálidas,
podencos de poca fe
y de demasiadas patas?
¿No os avergüenza
mirar
en tanto lugar de España
a tanta mujer serena
bajo tantas amenazas?
Un tiro por cada diente
vuestra existencia reclama,
cobardes de piel cobarde
y de corazón de caña.
Tembláis como poseídos
de todo un siglo de escarcha
y vais del sol a la sombra
llenos de desconfianza.
Halláis los sótanos
poco
defendidos por las casas.
Vuestro miedo exige al mundo
batallones de murallas,
barreras de plomo a orillas
de precipicios y zanjas
para vuestra pobre vida,
mezquina de sangre y ansias.
No os basta estar defendidos
por lluvias de sangre hidalga,
que no cesa de caer,
generosamente cálida,
un día tras otro día
a la gleba castellana.
No sentís el llamamiento
de las vidas derramadas.
Para salvar vuestra piel
las madrigueras no os bastan,
no os bastan los agujeros,
ni los retretes, ni nada.
Huís y huís,
dando al pueblo,
mientras bebéis la
distancia,
motivos para mataros
por las corridas espaldas.
Solos se quedan los hombres
al calor de las batallas,
y vosotros, lejos de ellas,
queréis ocultar la
infamia,
pero el color de cobardes
no se os irá de la
cara.
Ocupad los tristes puestos
de la triste telaraña.
Sustituid a la escoba,
y barred con vuestras nalgas
la mierda que vais dejando
donde colocáis la
planta.
JORNALEROS
Jornaleros que habéis
cobrado en plomo
sufrimientos, trabajos y
dineros.
Cuerpos de sometido y alto
lomo:
jornaleros.
Españoles que España
habéis ganado
labrándola entre lluvias
y entre soles.
Rabadanes del hambre y el
arado:
españoles.
Esta España que, nunca
satisfecha
de malograr la flor de la
cizaña,
de una cosecha pasa a otra
cosecha:
esta España.
Poderoso homenaje a las encinas,
homenaje del toro y el coloso,
homenaje de páramos
y minas
poderoso.
Esta España que habéis
amamantado
con sudores y empujes de
montaña,
codician los que nunca han
cultivado
esta España.
¿Dejaremos llevar
cobardemente
riquezas que han forjado
nuestros remos?
¿Campos que ha humedecido
nuestra frente
dejaremos?
Adelanta, español,
una tormenta
de martillos y hoces: ruge
y canta.
Tu porvenir, tu orgullo,
tu herramienta
adelanta.
Los verdugos, ejemplo de
tiranos,
Hitler y Mussolini labran
yugos.
Sumid en un retrete de gusanos
los verdugos.
Ellos, ellos nos traen una
cadena
de cárceles, miserias
y atropellos.
¿Quién España
destruye y desordena?
¡Ellos!¡Ellos!
Fuera, fuera, ladrones de
naciones,
guardianes de la cúpula
banquera,
cluecas del capital y sus
doblones:
¡fuera, fuera!
Arrojados seréis como
basura
de todas partes y de todos
lados.
No habrá para vosotros
sepultura,
arrojados.
La saliva será vuestra
mortaja,
vuestro final la bota vengativa,
y sólo os dará
sombra, paz y caja
la saliva.
Jornaleros: España,
loma a loma,
es de gañanes, pobres
y braceros.
¡No permitáis
que el rico se la coma,
jornaleros!
ROSARIO, DINAMITERA
Rosario, dinamitera,
sobre tu mano bonita
celaba la dinamita
sus atributos de fiera.
Nadie al mirarla creyera
que había en su corazón
una desesperación,
de cristales, de metralla
ansiosa de una batalla,
sedienta de una explosión.
Era tu mano derecha,
capaz de fundir leones,
la flor de las municiones
y el anhelo de la mecha.
Rosario, buena cosecha,
alta como un campanario
sembrabas al adversario
de dinamita furiosa
y era tu mano una rosa
enfurecida, Rosario.
Buitrago ha sido testigo
de la condición de
rayo
de las hazañas que
callo
y de la mano que digo.
¡Bien conoció
el enemigo
la mano de esta doncella,
que hoy no es mano porque
de ella,
que ni un solo dedo agita,
se prendó la dinamita
y la convirtió en
estrella!
Rosario, dinamitera,
puedes ser varón y
eres
la nata de las mujeres,
la espuma de la trinchera.
Digna como una bandera
de triunfos y resplandores,
dinamiteros pastores,
vedla agitando su aliento
y dad las bombas al viento
del alma de los traidores.
ACEITUNEROS
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?
No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.
Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de los troncos retorcidos.
Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma, ¿quién
amamantó los olivos?
Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa de sudor.
No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.
Árboles que vuestro afán
consagró al centro del día
eran principio de un pan
que sólo el otro comía.
¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos?
Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.
Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad
la libertad de las lomas.
AL SOLDADO INTERNACIONAL
CAÍDO EN ESPAÑA
Si hay hombres que contienen
un alma sin fronteras,
una esparcida frente de mundiales
cabellos,
cubierta de horizontes, barcos
y cordilleras,
con arena y con nieve, tú
eres uno de aquellos.
Las patrias te llamaron con
todas sus banderas,
que tu aliento llenara de
movimientos bellos.
Quisiste apaciguar la sed
de las panteras,
y flameaste henchido contra
sus atropellos.
Con un sabor a todos los
soles y los mares,
España te recoge porque
en ella realices
tu majestad de árbol
que abarca un continente.
A través de tus huesos
irán los olivares
desplegando en la tierra
sus más férreas
raíces,
abrazando a los hombres universal,
fielmente.
NUESTRA JUVENTUD NO MUERE
Caídos sí, no muertos, ya postrados titanes,
están los hombres de resuelto
pecho
sobre las más gloriosas sepulturas:
las eras de las hierbas y los panes,
el frondoso barbecho,
las trincheras oscuras.
Siempre serán famosas
estas sangres cubiertas de abriles y
de mayos,
que hacen vibrar las dilatadas fosas
con su vigor que se decide en rayos.
Han muerto como mueren los leones:
peleando y rugiendo,
espumosa la boca de canciones,
de ímpetu las cabezas y las venas
de estruendo.
Héroes a borbotones,
no han conocido el rostro a la derrota,
y victoriosamente sonriendo
se han desplomado en la besana umbría,
sobre el cimiento errante de la bota
y el firmamento de la gallardía.
Una gota de pura valentía
vale más que un océano
cobarde.
Bajo el gran resplandor de un mediodía
sin mañana y sin tarde,
unos caballos que parecen claros,
aunque son tenebrosos y funestos,
se llevan a estos hombres vestidos de
disparos
a sus inacabables y entretejidos puestos.
No hay nada negro en estas muertes claras.
Pasiones y tambores detengan los sollozos.
Mirad, madres y novias, sus transparentes
caras:
la juventud verdea para siempre en sus
bozos.
EL SUDOR
En el mar halla el agua su paraíso
ansiado
y el sudor su horizonte, su fragor,
su plumaje.
El sudor es un árbol desbordante
y salado,
un voraz oleaje.
Llega desde la edad del mundo más
remota
a ofrecer a la tierra su copa sacudida,
a sustentar la sed y la sal gota
a gota,
a iluminar la vida.
Hijo del movimiento, primo del sol,
hermano
de la lágrima, deja rodando
por las eras,
del abril al octubre, del invierno
al verano,
áureas enredaderas.
Cuando los campesinos van por la
madrugada
a favor de la esteva removiendo el
reposo,
se visten una blusa silenciosa y
dorada
de sudor silencioso.
Vestidura de oro de los trabajadores,
adorno de las manos como de las pupilas.
Por la atmósfera esparce sus
fecundos olores
una lluvia de axilas.
El sabor de la tierra se enriquece
y madura:
caen los copos del llanto laborioso
y oliente,
maná de los varones y de la
agricultura,
bebida de mi frente.
Los que no habéis sudado jamás,
los que andáis yertos
en el ocio sin brazos, sin música,
sin poros,
no usaréis la corona de los
poros abiertos
ni el poder de los toros.
Viviréis malolientes, moriréis
apagados:
la encendida hermosura reside en
los talones
de los cuerpos que mueven sus miembros
trabajados
como constelaciones.
Entregad al trabajo, compañeros,
las frentes:
que el sudor, con su espada de sabrosos
cristales,
con sus lentos diluvios, os hará
transparentes,
venturosos, iguales.
PRIMERO DE MAYO DE 1937
No sé qué sepultada
artillería
dispara desde abajo los claveles,
ni qué caballería
cruza tronando y hace que huelan
los laureles.
Sementales corceles,
toros emocionados,
como una fundición de bronce
y hierro,
surgen tras una crin de todos lados,
tras un rendido y pálido cencerro.
Mayo los animales pone airados:
la guerra más se aíra,
y detrás de las armas los
arados
braman, hierven las flores, el sol
gira.
Hasta el cadáver secular delira.
Los trabajos de mayo:
escala su cenit la agricultura.
Aparece la hoz igual que un rayo
inacabable en una mano oscura.
A pesar de la guerra delirante,
no amordazan los picos sus canciones,
y el rosal da su olor emocionante
porque el rosal no teme a los cañones.
Mayo es hoy más colérico
y potente:
lo alimenta la sangre derramada,
la juventud que convirtió
en torrente
su ejecución de lumbre entrelazada.
Deseo a España un mayo ejecutivo,
vestido con la eterna plenitud de
la era.
El primer árbol es su abierto
olivo
y no va a ser su sangre la postrera.
La España que hoy no se ara,
se arará toda entera.
AUTÉNTICA POESÍA - Herrera/Muñoz - 2001
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