El verso con métrica y rima

 

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  GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER 

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          SU OBRA 5       
      OTRAS RIMAS     

 

 

LXXX

Una mujer me ha envenenado el alma,
otra mujer me ha envenenado el cuerpo;
ninguna de las dos vino a buscarme,
yo, de ninguna de las dos me quejo.
Como el mundo es redondo, el mundo rueda.
Si mañana, rodando, este veneno
envenena a su vez, ¿por qué acusarme?
¿Puedo dar más de lo que a mí me dieron?

                                                                                        

                  
LXXXI

Es el alba una sombra
de tu sonrisa,
y un rayo de tus ojos
la luz del día;
pero tu alma
es la noche de invierno
negra y helada.


                  
LXXXII

Errante por el mundo fui gritando:
«La gloria, ¿dónde esta?»
Y una voz misteriosa contestóme:
«Más allá..., más allá...»

En pos de ella seguí por el camino
que la voz me marcó.
Halléla al fin, pero en aquel instante
en humo se trocó.

Mas el humo, formando denso velo,
se empezó a remontar
y, penetrando en la azulada esfera,
al Cielo fue a parar.

 

LXXXIII

Negros fantasmas,
nubes sombrías,
huyen ante el destello
de luz divina.
Esa luz santa,
niña de ojos negros,
es la esperanza.

Al calor de sus rayos
mi fe gigante
contra desdenes lucha
sin amenguarse.
En este empeño
es, si grande el martirio,
mayor el premio.

Y si aún muestras, esquiva,
alma de nieve;
si aún no me quisieras,
yo he de quererte.
Mi amor es roca
donde se estrellan tímidas
del mar las olas.



                  
LXXXIV

    EL AMOR

Yo soy el rayo, la dulce brisa,
lágrima ardiente, fresca sonrisa,
flor peregrina, rama tronchada;
yo soy quien vibra,
flecha acerada.

Hay en mi esencia, como en las flores
de mil perfumes, suaves vapores.
Y su fragancia fascinadora
trastorna el alma de quien adora.
Yo mis aromas doquier prodigo
y el más horrible dolor mitigo,
y en grato, dulce, tierno delirio
cambio el más duro, cruel martirio.
¡Ay! Yo encadeno los corazones,
mas son de flores mis eslabones.
Navego por los mares,
voy por el viento,
alejo los pesares
del pensamiento.
Yo dicha o pena
reparto a los mortales
con faz serena.

Poder terrible, que en mis antojos
brota sonrisas o brota enojos;
poder que abrasa un alma helada,
si airado vibro,
flecha acerada.

Doy las dulces sonrisas a las hermosas,
coloro sus mejillas de nieve y rosas,
humedezco sus labios, y a sus miradas
hago prometer dichas no imaginadas.
Yo hago amable el reposo, grato, halagüeño,
o alejo de los seres el dulce sueño.

Todo a mi poderío rinde homenaje,
todos a mi corona dan vasallaje;
soy Amor, rey del mundo; niña tirana,
ámame, y tú la reina
serás mañana.


                   
LXXXV

          (Atribuida)

¿No has sentido en la noche,
cuando reina la sombra,
una voz apagada que canta
y una inmensa tristeza que llora?
¿No sentiste en tu oído de virgen
las silentes y trágicas notas,
que mis dedos de muerto arrancaban
a la lira rota?
¿No sentiste una lágrima mía
deslizarse en tu boca?
¿No sentiste mi mano de nieve
estrechar a la tuya de rosa?
¿No viste entre sueños
por el aire vagar una sombra,
ni sintieron tus labios un beso
que estalló misterioso en la alcoba?
Pues yo juro por ti, vida mía,
que te vi entre mis brazos, miedosa;
que sentí tu aliento de jazmín y nardo
y tu boca pegada a mi boca.


                  
LXXXVI

Yo me acogí como perdido nauta,
a una mujer para pedirle amor,
y fue su amor cansancio a mis sentidos,
hielo a mi corazón.
Y quedé de mi vida en la carrera
que un mundo de esperanza ayer pobló,
como queda un viandante en el desierto:
¡a solas con su Dios!


    LXXXVII

¡Quién fuera Luna,
quién fuera brisa,
quién fuera Sol!
. . . . . . . . . . . . . .
¡Quién del crepúsculo
fuera la hora,
quién el instante
de tu oración;
quién fuera parte
de la plegaria
que solitaria
mandas a Dios!
. . . . . . . . . . . . . .
¡Quién fuera Luna,
quién fuera brisa,
quién fuera Sol!


          
LXXXVIII

      DE NOCHE  (Atribuida)

Apoyando mi frente calurosa
en el frío cristal de la ventana,
en el silencio de la oscura noche
de su balcón los ojos no apartaba.
En medio de la sombra misteriosa
su vidriera lucía iluminada,
dejando que mi vista penetrase
en el puro santuario de su estancia.
Pálido como el mármol el semblante,
la blonda cabellera destrenzada,
acariciando sus sedosas ondas
sus hombros de alabastro y su garganta,
mis ojos la veían, y mis ojos,
al verla tan hermosa, se turbaban.
Mirábase al espejo; dulcemente
sonreía a su bella imagen lánguida,
y sus mudas lisonjas al espejo
con un beso dulcísimo pagaba...
Mas la luz se apagó; la visión pura
desvanecióse como sombra vana,
y dormido quedé, dándome celos
el cristal que su boca acariciara.


                   
LXXXIX

         SOY YO  (Atribuida)

Si copia tu frente
del río cercano la pura corriente
y miras tu rostro de amor encendido,
soy yo, que me escondo
del agua, en el fondo
y, loco de amores, a amar te convido;
soy yo, que en tu pecho, buscando morada,
envío a tus ojos mi ardiente mirada,
mi llama divina...
y el fuego que siento la faz te ilumina.

Si en medio del valle
en tardo se trueca tu andar animado,
vacila tu planta, se pliega tu talle...,
soy yo, dueño amado,
que en no vistos lazos
de amor anhelante te estrecho en mis brazos;
soy yo quien te teje la alfombra florida
que vuelve a tu cuerpo la fuerza y la vida;
soy yo quien te sigo
en alas del viento soñando contigo.

Si estando en tu lecho
escuchas acaso celeste armonía,
que llena de goces tu cándido pecho,
soy yo, vida mía...;
soy yo, que elevando...
al cielo tranquilo mi férvido canto;
soy yo, que los aires cruzando ligero
por un ignorado movible sendero,
ansioso de calma,
sediento de amores, penetro en tu alma.

 

                XC

   ES UN SUEÑO LA VIDA

Es un sueño la vida,
pero un sueño febril que dura un punto;
cuando de él se despierta,
se ve que todo es vanidad y humo...
¡Ojalá fuera un sueño
muy largo y muy profundo;
un sueño que durara hasta la muerte!...
Yo soñaría con mi amor y el tuyo.

 

XCI

AMOR ETERNO

Podrá nublarse el Sol eternamente;
podrá secarse en un instante el mar;
podrá romperse el eje de la Tierra
como un débil cristal.

¡Todo sucederá! Podrá la muerte
cubrirme con su fúnebre crespón;
pero jamás en mí podrá apagarse
la llama de tu amor.


                 
    
XCII

A CASTA

Tu aliento es el aliento de las flores;
tu voz es de los cisnes la armonía;
es tu mirada el esplendor del día
y el color de la rosa es tu color.

Tú prestas nueva vida y esperanza
a un corazón para el amor ya muerto;
tú creces de mi vida en el desierto
como crece en un páramo la flor.


                 
   
XCIII

A ELISA

Para que los leas con tus ojos grises,
para que los cantes con tu clara voz,
para que llenen de emoción tu pecho,
hice mis versos yo.
Para que encuentren en tu pecho asilo
y les des juventud, vida, calor,
tres cosas que yo no puedo darles,
hice mis versos yo.
Para hacerte gozar con mi alegría,
para que sufras tú con mi dolor,
para que sientas palpitar mi vida,
hice mis versos yo.
Para poder poner ante tus plantas
la ofrenda de mi vida y de mi amor,
con alma, sueños rotos, risas, lágrimas,
hice mis versos yo.



A TODOS LOS SANTOS

(1 de noviembre)

Patriarcas que fuisteis la semilla
del árbol de la fe en siglos remotos,
al vencedor divino de la muerte
rogadle por nosotros.
Profetas que rasgasteis inspirados
del porvenir el velo misterioso,
al que sacó la luz de las tinieblas
rogadle por nosotros.
Almas cándidas, Santos Inocentes,
que aumentáis de los ángeles el coro,
al que llamó a los niños a su lado
rogadle por nosotros.
Apóstoles que echasteis en el mundo
de la Iglesia el cimiento poderoso,
al que es de la verdad depositario
rogadle por nosotros.
Mártires que ganasteis vuestra palma
en la arena del circo, en sangre rojo,
al que os dio fortaleza en los combates
rogadle por nosotros.
Vírgenes semejantes a azucenas
que el verano vistió de nieve y oro,
al que es fuente de vida y hermosura
rogadle por nosotros.
Monjes que de la vida en el combate
pedisteis paz al claustro silencioso,
al que es iris de calma en las tormentas
rogadle por nosotros.
Doctores cuyas plumas nos legaron
de virtud y saber rico tesoro,
al que es raudal de ciencia inextinguible
rogadle por nosotros.
Soldados del Ejército de Cristo,
Santas y Santos todos,
rogadle que perdone nuestras culpas
a Aquél que vive y reina entre vosotros.

 

XCV

LA GOTA DE ROCÍO

La gota de rocío que en el cáliz
duerme de la blanquísima azucena,
es el palacio de cristal en donde
vive el genio feliz de la pureza.
Él le da su misterio y poesía;
él, su aroma balsámico le presta.
¡Ay de la flor, si de la luz al beso
se evapora esa perla!


                  
XCVI

       LEJOS...

Lejos y entre los árboles
de la intrincada selva,
¿no ves algo que brilla
y llora? Es una estrella.

Ya se la ve más próxima,
como a través de un tul,
de una ermita en el pórtico
brillar. Es una luz.

De la carrera rápida
el término está aquí.
Desilusión. No es lámpara ni estrella
la luz que hemos seguido: es un candil.

 

 

 

 


AUTÉNTICA POESÍA - Herrera/Muñoz - 2001

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