Fernando VII, de ser el deseado, a ser, simplemente, el narizotas

Autor: Camarada Kropotkin

Siempre suelo empezar estos articulillos dando algún dato o haciendo algún comentario acerca de los actuales miembros de la familia real española. En esta ocasión no voy a hablar de ellos, no voy a escribir absolutamente nada acerca del Rey, la Reina, el Príncipe de Asturias, Infantas, y demás miembros de la realeza. Me voy a limitar a mostrar una foto que he encontrado cacharreando por Internet. Luego, que cada uno opine lo que quiera acerca de lo que se ve en esa foto.

 

Hoy, vamos a hablar un poquito de Fernando VII, conocido como “Tigrekhan” en su época. Veamos los motivos...

 

La vida de nuestro protagonista de hoy es de las paradigmáticas de todo lo que le pone a uno a favor de la república. Pero vayamos por partes. Fernando VII, último monarca absoluto de España, nació en el Escorial, el 14 de Octubre de 1784. Sus padres eran Carlos IV, del que ya hablamos en el número ocho, y Maria Luisa de Parma, la amante de Godoy. Maria Luisa ya había sufrido varios abortos, y tenía 33 años cuando nació Fernando. En aquella época, se trataba ya de una edad bastante avanzada para ser madre, y sin embargo lo fue varias veces más, aunque muy probablemente, su marido no fue padre al mismo tiempo… Fernando fue educado para ser Rey, pero se descuidaron mucho su formación humana y sus hábitos. Su vida cotidiana, de niño, fue regulada de forma casi milimétrica, sin dar el más mínimo margen a la improvisación. De hecho, estaba previsto hasta cuando debía peinarse, cuando debía decir a sus padres cuantos les quiere, o cuando debía pasear con su hermano pequeño, Carlos María Isidro de Borbón, del que hablaremos largo y tendido tanto este número como muy especialmente en el siguiente. Además, no era la formación más adecuada para prepararle para gobernar, se trataba de una educación que parecía la de un seminario, y en ella no había materias destinadas a su preparación como Rey. En resumen, que Fernando, de niño, fue educado de una manera que se puede calificar de mil maneras, pero desde luego, no como normal, y eso influyó sobremanera en su posterior personalidad. Además, hemos de tener en cuenta que, desde que él tenía tres años, su padre estaba siendo engañado y toreado por Godoy. La santísima trinidad, (Carlos IV, Godoy y Maria Luisa de Parma) no despertaban demasiadas simpatías en el futuro Rey, ya desde el primer momento, y eso (además de la peculiar y psicopática personalidad de nuestro protagonista de hoy) tuvo mucha importancia en su vida adulta. Por cierto, una de las personas que influyó en el odio que sentía Fernando hacia Godoy fue su tío Antonio, hermano de su padre. Se conserva una carta en la que Antonio dice, textualmente, a su sobrino que “Tu madre, la sabandija, a conseguido agraciar al choricero de Godoy, el pachorro de tu padre es el que le protege con mayor interés”. Lo de “choricero”, referido a Godoy, es una referencia a su origen, ya que era extremeño.

 

Cuando cumplió trece años, se iniciaron las maquinaciones para buscarle una esposa que perpetuara la plaga (¡Perdón! Quería decir la dinastía, ¿En qué estaría yo pensando?). Se barajaron varias posibilidades, pero finalmente se eligió a la hija de los Reyes  de Nápoles, María Antonia de Borbón, princesa de dos Sicilias, y prima carnal de su marido, a quien vemos abajo en un retrato ecuestre. La elección tuvo su parte de crueldad, ya que se decidió dicha boda a la vez que la de la hermana de Fernando, María Clementina, con el Príncipe heredero del trono napolitano. El problema es que ese individuo ya estaba casado. El quid de la cuestión es que se buscaba sustituta a su esposa, ya que esta tenía tuberculosis y estaba en las últimas. O sea, que se buscaba nueva mujer para un señor, antes de que este enviudase... Finalmente, la esposa del príncipe napolitano murió el 15 de noviembre de 1801, y la boda doble se celebró en Barcelona, el cuatro de octubre de 1802.  La nueva mujer de Fernando era sobrina de la para entonces ya decapitada Reina de Francia, María Antonieta, por lo que se suponía que era enemiga de las ideas revolucionarias provenientes de Francia y, por ende, de Godoy. Esta muchacha lloró al ver por primera vez a su marido; La siguiente cita proviene de la primera carta enviada por ella a su cuñado, desde Aranjuez y poco después de la boda:

 

“Bajo del coche y veo al príncipe; creí desmayarme. En el retrato enviado a Nápoles, parecía más bien feo que guapo, pero comparado con el original, es un adonis.”

 

Y eso lo decía su esposa. Ahora, calcular lo que opinaba de él su suegra, que no suelen ser muy compasivas... El día que lo conoció, ya dijo que era “un sujeto de horrible aspecto”, y daba detalles acerca de su obesidad, a su voz aflautada y a su carácter apático. Con el tiempo, le pilló aún más inquina, y en una carta escrita cosa de un mes después de la boda, la suegra de Fernando, es decir, la Reina María Carolina de Nápoles decía que “mi hija está desesperada; Fernando es memo del todo, ni siquiera es físicamente un marido y, por añadidura, un latoso que no hace nada y no sale de su cuarto”. Seis meses después, escribe otra carta, y en ella afirma que “mi hija es completamente desgraciada. Un marido tonto, vago, mentiroso, vil, solapado y ni siquiera un hombre físicamente, y es increíble que con dieciocho años, no se sienta nada y que a fuerza de orden y persuasión se hayan hecho inútiles pruebas sin consecuencias: Ni placer ni resultado”. Sin embargo, impotente no era; Se cree que Fernando se casó virgen, y que le costó cogerle el gusto al tema; Pero cuando aprendió el camino, le gustó. De hecho, se convirtió en un cliente habitual de los burdeles de la capital.

 

A la infelicidad de la princesa contribuía la mala relación con su suegra, la Reina María Luisa de Parma, de la que ya hablamos largamente en el anterior número. La amante de Godoy controlaba incluso qué leía la esposa de Fernando, quienes le servían, las ropas que se ponía... no le dejaba ni respirar. La princesa tampoco se llevaba nada bien con Fernando, su marido, y hay una anécdota bastante conocida al respecto. Al parecer, tras comer, la princesa quiso retirarse, y Fernando se empeñó en que se quedara en la mesa. Ella insistió, y entonces Fernando le agarró violentamente del brazo y le obligó a sentarse mientras decía “Aquí mando yo; tienes que obedecer, y si no estás de acuerdo, te vas para Nápoles, que no he de ser yo quien lo sienta”. En una carta escrita a su madre, María Antonia afirma que “si yo lo hubiese querido, esa actitud me hubiera matado de pena, pero me sirve de consuelo el desprecio que me inspira su persona”. Increíblemente, María Antonia quedó embarazada dos veces, pero ambas acabaron en aborto. La tuberculosis empeoró mucho su calidad de vida, además de acortarla sobremanera. Por cierto, que María Luisa de Parma se refería a ella como “Escupitina de su madre”, “la diabólica sierpe de mi nuera” “Víbora venenosa”, “Rana a medio morir”... Finalmente, dejó de estar a medio morir para palmarla definitivamente el 21 de enero de 1806 a causa de la tuberculosis, en plena juventud. Los últimos meses de su vida, según las crónicas de la época, llegó a coger un cierto cariño a su marido, aunque cariño, también se le puede coger a cualquier otra mascota.

 

En este contexto se dieron los hechos comentados ya en el anterior número y que llevaron al proceso del Escorial. Al parecer, Fernando contactó con el nuevo hombre fuerte de Europa, Napoleón, para que le diera como nueva esposa a una princesa de la familia Bonaparte. Las intrigas que se sucedieron, así como el hecho de que Fernando liderara un partido de oposición a Godoy, hicieron que el príncipe fuera procesado, aunque fue perdonado por su padre cuando denunció a todos sus colaboradores en las intrigas palaciegas que tenían por objeto acabar con el reinado de Carlos IV.  El muy chivato no consiguió arrebatar el trono a su padre, a quien vemos en la imagen de abajo, en ese primer intento; sin embargo, en marzo de 1808, se produce el motín de Aranjuez, Carlos IV abdica y su hijo Fernando, líder de los amotinados, es nombrado Rey de España con el nombre de Fernando VII.

 

Pero muy pronto, en mayo de ese mismo año, se dan las abdicaciones de Bayona de las que ya hablamos largo y tendido en el número anterior y Fernando pierde el trono. El nuevo Rey es el hermano de Napoleón, José I. Fernando pasa a ser “huésped” de Napoleón, en el castillo de Valençay. Allí pasa toda la guerra de independencia, enviando cartas a Napoleón en las que le pide que le dé por esposa a la hija de Luciano Bonaparte, Lolotte. En otra carta, pide que su nueva esposa sea Zenaida Bonaparte, la hija de 8 añitos que tenía José I, el Pepe Botella que estaba usurpando su trono... Pero si tenemos en cuenta que envió otra carta más a Napoleón, felicitándole por la decisión de poner como Rey al ya nombrado José Bonaparte, pues ya vemos que no nos debe sorprender nada en este individuo. Mientras tanto, miles de españoles morían en los campos de batalla, intentando expulsar a las tropas napoleónicas y reinstaurar a Fernando en el trono. En 1814, la guerra acaba con la victoria de los españoles, y Fernando deja Valençay para volver a España. Las cortes de Cádiz, que dirigían el país en su ausencia, habían redactado una constitución liberal, la constitución de 1812, en la que se llegaba a llamar a Fernando “Rey Deseado”. Pero Fernando no deseaba ser un Rey constitucional, sino dueño y señor del reino. De hecho, cuando llegó a España, el capitán general de Cataluña, Copóns, le llevó a la frontera un ejemplar de la constitución para que lo firmara, pero Fernando pasó de él. Algunos historiadores afirman que Copóns corría detrás del coche real con la constitución en la mano y que Fernando se hizo el sueco. La opción de Fernando, nada más llegar a España, y tras recibir de manos de una serie de diputados especialmente reaccionarios un escrito (llamado “manifiesto de los persas”) que reclamaba la instauración de una monarquía absoluta, fue anular la constitución y todos los acuerdos de las cortes de Cádiz. Se iniciaba la primera época absoluta de su reinado. Era la primavera del año 1814, y la situación económica del reino era desastrosa: al parecer, en la tesorería pública había tan sólo 10.000 reales, una miseria.

 

En 1816 vuelve a casarse, en esta ocasión con María Isabel de Braganza, hija de los Reyes de Portugal. Por cierto, la Reina de Portugal era su hermana Carlota Joaquina, por lo que su nueva esposa era, además, su sobrina. El hermano de Fernando, Carlos, se casa a la vez con otra hermana, María Francisca de Braganza. La nueva esposa de Fernando era cualquier cosa menos una modelo: Gorda, con la cara pálida y mofletuda, los ojos saltones, una nariz que era un auténtico puñal y, además, más bien cortita de entendederas. Apareció un panfleto, clavado en una puerta del palacio real, que resumía a la perfección el asunto:

 

“Gorda, pobre y portuguesa...

¡Chúpate esa!”

 

La verdad es que Fernando no la eligió por su belleza; de hecho, ni tan siquiera la conocía personalmente, se trataba de un matrimonio de conveniencia como todos los de la realeza. Como curiosidad, se conservan cartas de Fernando a su futura esposa en las que le dice cosas como “el que te ama de veras y desea con ansia conocerte...” El 21 de agosto de 1817 nació María Luisa, la primera hija de Fernando, pero tan sólo vivió cinco meses. A pesar de la pena que estoy seguro sentiría el Rey, Fernando VII seguía siendo habitual de todos los burdeles de Madrid, siendo acompañado habitualmente en sus “paseos nocturnos” por el duque de Alagón. En esta época se dio una anécdota cuanto menos curiosa. Se acababa de crear la policía, y un coronel que se jactaba de que ni tan siquiera el Rey se escapaba de su vigilancia, puso en uno de sus partes la siguiente nota:

 

“que no ocurría más novedad que la alarma en la que vivían los fieles súbditos de su majestad temiendo que los aires fríos y húmedos de la noche en los jardines atacaran su preciosa salud”.

 

Parece que el Rey se enteró, y le previno a dicho Coronel de que “determinados tipos de indagaciones podrían concluir con un viaje a Ceuta”. Sentido del humor, la verdad es que no le sobraba cuando se le pillaba a malas. No es raro por lo tanto, que aquél que fue nombrado en su día “Rey deseado”, pasara a ser llamado “el narizotas” o “el cara de pastel”. Con respecto al carácter de Fernando, hay que señalar el origen de una frase muy típica entre los aficionados al billar; Fernando era muy aficionado a ese juego, pero un auténtico cenutrio a la hora de practicarlo. Sus adversarios habituales se las veían y se las deseaban para dejarle las cosas fáciles para hacer carambolas y ganar, ya que sabían que vencer al Rey significaba soportar sus iras. Por eso, cuando alguien comete un error jugando al billar, y le deja las cosas muy fáciles al adversario, se suele decir “así se las dejaban a Fernando VII”. Saliéndose ya de la pura anécdota, hay que destacar que aunque todos sus biógrafos coinciden en señalar que, a buenas, era muy campechano y familiar, era un hombre de humor muy cambiante, nadie sabía por donde podía salir, tenía serios problemas para enfrentarse a la realidad... Tampoco ayudaba a su estabilidad la presencia a su alrededor de personas cuyos consejos eran cualquier cosa menos coherentes, y a este respecto hay que hablar de lo que se dio en llamar la “camarilla”. Se trataba de los amigotes del Rey, aquellos con los que gustaba de juntarse en el palacio real y dedicarse a hablar allí de los asuntos del reino. En esa camarilla había, desde un embajador ruso hasta un aguador, pasando por curas y por su amigote el duque de Alagón.

 

En 26 de diciembre de 1818, la Reina Maria Isabel de Braganza fallecía con 21 años de edad, en el transcurso del parto de su segunda hija. También la niña murió, en el transcurso de una cesárea horrorosamente practicada. Según fuentes de la época, la sangre corría por la habitación donde se practicó la intervención... Recordemos al respecto, que la anestesia se inventó cosa de un siglo después. Este párrafo va dedicado a todas las mujeres de hoy en día que se quejan de lo duro que es parir y lo incómoda que es la epidural.

 

No llegó a un año la viudez del Rey; en Octubre de 1819 se celebró su nueva boda, en esta ocasión con su prima segunda, Maria Amalia Josefa de Sajonia. Se trataba de una chavalita de 15 años, feúcha y sin ninguna experiencia previa ya que había sido educada en un convento; era muy devota y aficionada a la poesía. Por poner un ejemplo del tipo de poesías que perpetraba, diremos que una de sus “obras” se titulaba “oda al día en que mi esposo el Rey, y yo, rezábamos el oficio divino”. Eso sí, nadie se había preocupado, en el convento, de enseñarle qué hay que hacer para tener hijos y dar herederos al Rey. De hecho, parece que nadie se preocupó de explicarle que los niños no los trae la cigüeña desde Paris. Por ello, no es sorprendente que, la noche de bodas, sucediera lo que sucedió.

 

La novia era una niña de 15 años, como hemos dicho. El novio, un tipo gordo, feo, con gota, de 34 años (casi veinte más que su nueva esposa) y asmático, a pesar de lo cual fumaba como un carretero. La noche de bodas fue apoteósica; Se van a meter en la cama, y la novia que insiste en rezar un rosario. Bueno, pues lo rezan, y cuando su marido, más caliente que una plancha, empieza a acariciar a la novia, esta da un grito de primera, y se orina de miedo, pringando al Rey que sale de la habitación oliendo a meada y cagándose en lo más granado.

 

Esta peculiar lluvia dorada se repite durante semanas, hasta que la nueva Reina se cierra en banda a hacer el amor con su marido, por lo que este escribe al Papa una carta en la que le pide que interceda ante su esposa para poder consumar el matrimonio de una vez. Un consejero real lee el escrito, e intenta convencer al Rey, a quien vemos al lado en otra imagen, de que el tono empleado es demasiado fuerte, para ser empleado con el Papa, a lo que Fernando responde “¡Demasiado suave! ¡O yo jodo de una vez con esa pazguata, o que el papa anule el matrimonio!” Finalmente, y con intercesión del papa incluida, Fernando consigue desvirgar a su esposa, aunque no dejarla embarazada. Lo único que paría eran unos insufribles versos con los que martirizaba a su pobre marido. Acudían periódicamente al balneario de Solán de Cabras, que según se decía era efectivo contra la esterilidad, y el viajecito se repite durante años. Al respecto, Fernando, que tenía la costumbre de ser muy hiriente en sus comentarios, soltó en una ocasión “En estos viajes acabaremos todos preñados menos la Reina”.

 

Tras varios intentos fallidos, en 1820 un pronunciamiento militar comandado por Rafael del Riego acaba con el reinado absolutista de Fernando VII, que es obligado a jurar la constitución liberal de 1812. Por cierto, que la situación de la tesorería era tan precaria que para la jura de la constitución, Fernando tuvo que ponerse el manto y la corona de una imagen de San Fernando que había en la armería real... Al instaurarse el gobierno liberal, se suprime definitivamente la inquisición, se acaba con los privilegios de clase, los mayorazgos y se rompe con el vaticano. Durante tres años, hasta 1823, España tiene, por primera vez en la historia, una administración constitucional. Sin embargo, los problemas a los que se enfrentaron los diferentes gobiernos liberales fueron de gran magnitud. Según el nuevo ministro de la guerra, el marqués de las Amarillas, el gobierno hasta ese momento había sido tan caótico que incluso había expedientes atrasados de más de 10 años... Pero los problemas eran más profundos que una simple mala gestión.

 

Por un lado, se inició el proceso de pérdida de las colonias americanas, es decir, de la independencia de Latinoamérica. Este proceso, que finalmente fue imparable por fortuna para los latinoamericanos, fue claramente favorecido por los problemas internos a los que se enfrentaba la metrópoli. Un ejemplo muy claro: Las tropas que se alzaron en el pronunciamiento de Riego, estaban destinadas a Hispanoamérica, donde debían enfrentarse al independentismo.

 

Por otro lado, el Rey conspiraba en la sombra para retornar al absolutismo. El enfrentamiento entre gobierno y corona era evidente, como se pudo comprobar en los abucheos y burlas que tuvo que soportar Fernando VII al clausurar las cortes de 1822.

 

Tan sólo dos años después de instaurarse el régimen liberal, se creó la llamada regencia de Urgell, una especie de gobierno paralelo de los absolutistas, con lo que se entraba en una fase de auténtica guerra civil en la que entraron muy pronto los países de la llamada “santa alianza”. Se trataba de Francia, Austria, Rusia y Prusia, países con gobiernos afines a Fernando VII y que en el congreso de Verona decidieron apoyar la vuelta al absolutismo en España. Esta decisión se tomó tras una serie de cartas de Fernando al Zar de Rusia, pidiendo ayuda, y planteándole que su vida estaba en peligro por la “revolución” que se había creado en España. Los países absolutistas crearon un gran ejército, los llamados “cien mil hijos de San Luís”, que cruzaron los pirineos el 7 de abril de 1823. Por cierto, que se trataba de tropas francesas, apenas unos años después de finalizada la guerra de independencia, contra esas mismas tropas... Una curiosidad: Al iniciarse la invasión, Fernando fue obligado por el gobierno a trasladarse a Cádiz. Una vez allí, el Rey se dedicó a firmar todos los decretos que le traían, hasta los más liberales, pero a la vez se reía de todo el mundo, siguiendo con un catalejo el avance de las tropas francesas sobre esa misma ciudad de Cádiz. La derrota española fue fulminante, la vuelta al absolutismo fue inmediata, y la venganza de Fernando, también. Se conserva un decreto, escrito y firmado por Fernando, en el que dicta a sus ministros cómo debía comportarse el nuevo gabinete:

 

Bases sobre las que ha de caminar el nuevo consejo de ministros:

1.     plantear una buena policía en todo el reino

2.     disolución del ejército y formación de uno nuevo

3.     nada que tenga relación con cámaras ni con ningún género de representación

4.     limpiar todas las secretarías del despacho, tribunales y demás oficinas, tanto de la corte como de lo demás del reino, de todos los que hayan sido adictos al sistema constitucional, protegiendo decididamente a los realistas.

5.     trabajar incesantemente en destruir las sociedades secretas y toda especie de secta

6.     no reconocer los empréstitos constitucionales

 

Cuando habla de empréstitos constitucionales, se refiere a los préstamos solicitados por el gobierno liberal a banqueros extranjeros, créditos que Fernando se negó a pagar.

 

Las tropas francesas quedaron en España cinco años más, manteniendo el gobierno absoluto de Fernando y evitando posibles revoluciones. Por cierto, al irse, el gobierno francés reclamó al español 34 millones de francos por los gastos ocasionados...

 

Los siguientes diez años fueron conocidos como “la década ominosa”, y cientos de liberales fueron detenidos, encarcelados y-o aniquilados. El propio general Rafael del Riego fue ahorcado el 7 de noviembre del mismo año 1823. En su honor se compuso el himno de Riego, posteriormente himno oficial de la segunda república y que un trompetista tocó en Australia en honor de los tenistas españoles que jugaban la Copa Davis hace cosa de un par de años, para regocijo de muchos de nosotros. Pero no fue el único que pagó con su vida la lucha contra el absolutismo, hubo muchas más ejecuciones. También fue ahorcado, a pesar de haber sido uno de los líderes de la lucha anti-napoleónica y uno de los artífices de que Fernando VII fuera Rey de España en vez de serlo Pepe Botella, el brigadier Juan Martín Díez, conocido como “el empecinado”. El empecinado pasó dos años de cárcel durante los cuales tuvo que sufrir torturas, humillaciones, negación de alimentos... todo ello antes de ser ahorcado, en vez de fusilado como correspondía a su graduación. Y el hombre tuvo energías para protestar por ello, a pesar de la situación.

 

Tal vez el caso paradigmático de la represión estúpida y reaccionaria desatada por Fernando VII sea Mariana de Pineda, una joven granadina de sólo 26 años a la que se ejecutó a garrote vil por el “terrible” delito de bordar las palabras “Libertad, Igualdad, Ley” en una bandera. Ni tan siquiera se pudo demostrar que fuera ella quien bordó aquellas “gravísimas” palabras, pero fue ejecutada el 26 de mayo de 1831. Pudo haberse salvado, ya que el ministro de Justicia, Calomarde, autorizó al juez a indultarla a cambio de delatar a sus “cómplices”, pero ella se negó a ello.

 

Otros muchos liberales tuvieron que huir al exilio. Entre los que tuvieron que huir de España, dos intelectuales especialmente conocidos: Leandro Fernández de Moratín, el autor de la comedia “El sí de las niñas”, y Francisco de Goya y Lucientes, el genial pintor aragonés que incluso había retratado al propio Fernando VII. Ambos murieron en el exilio.

 

Siguiendo con la vida de Fernando VII, llegamos al año 1829, en el que, con tan sólo 26 años, y sin haber quedado embarazada nunca, la Reina Maria Amalia Josefa de Sajonia fallece, de unas fiebres. Cuando se iniciaron los trámites para elegir una nueva esposa para el Rey, este gritó, dando un puñetazo en una mesa, “¡Estoy hasta los cojones de rosarios y de versos!”, en referencia a las aficiones de la difunta Reina. Mucho dolor no parecía haber en el viudo... Unos pocos meses después, ya se había encontrado una nueva esposa para el Rey, la cuarta. Se trataba de su sobrina Maria Cristina de Borbón y Borbón. Por cierto, que era hermana de su cuñada, la infanta carlota, que era esposa de Francisco de Paula. Ella tenía 23 años; Fernando, 45 pero aparentaba muchos más; además, estaba físicamente destrozado, lleno de achaques y de secuelas de las muchas juergas en los puticlubs madrileños. Aún era capaz, sin embargo, de dejar embarazada a una mujer. Su primera hija superviviente se llamó Isabel, y poco después nació su segunda hija, Luisa Fernanda, pero nunca llegó a tener hijos varones. Eso sí, el Rey sí que los tuvo, al menos uno, aunque no legítimo, sino bastardo. La falta de descendiente varón planteaba un problema sucesorio evidente, ya que había una ley, promulgada por Felipe V, llamada la ley sálica y que impedía a las mujeres reinar. Sin embargo, Carlos IV, en 1789, la derogó por medio de la llamada pragmática sanción, si bien esta no fue publicada ni aplicable hasta 1830. ¿Cual de las dos leyes era la válida? En principio, parece que debería prevalecer la ley más moderna, pero los carlistas insistían en que los acuerdos de las cortes deben ser ratificados por el mismo Rey que las convoca, por lo que la pragmática no sería válida... En realidad el problema no consistía en legalismos, sino que se enfrentaban dos formas diferentes de entender la monarquía. Si dábamos por válida la pragmática sanción, la Reina a la muerte de Fernando VII sería su hija mayor, Isabel, y esta sería fácilmente influida por su madre, de ideas liberales. Pero si se mantenía la ley sálica, el nuevo Rey sería Carlos María Isidro de Borbón, hermano de Fernando. Este señor era un fanático religioso, absolutista hasta las cachas y antimasónico. Así pues, los partidarios del antiguo régimen preferían ver a Carlos en el trono antes que a Isabel. A los partidarios de Carlos se les llamó, históricamente, Carlistas.

 

En este contexto hemos de entender los llamados sucesos de la granja. El día 14 de septiembre de 1832, Fernando se resintió de su gota, y cayó gravemente enfermo en la granja de San Ildefonso, hasta el punto que se temió por su vida. Cuatro personajillos de la corte, con el  ministro de justicia del cual ya hemos hablado al referirnos a Mariana de Pineda, Francisco Tadeo Calomarde, al frente, hicieron que el moribundo Rey firmase un escrito, en el que se derogaba la pragmática sanción, nombrando sucesor por lo tanto a su hermano Carlos, a quien podemos ver en la imagen de arriba, y desheredando a su propia hija. Sin embargo, en ese momento llegó a la granja el otro hermano de Fernando, el joven Francisco de Paula, del cual hablamos de forma somera en el pasado número. Es el niño apartado al igual que su hermana de la sucesión del trono por su “indecente parecido” a Godoy. Este joven, que era liberal y masón, llegó junto a su esposa, Luisa Carlota, hermana de la Reina y mujer con un carácter de los que a mí me gustan, como podréis comprobar al conocer los hechos. Al saber lo sucedido, la buena señora reprochó a su hermana el haber abandonado los derechos de sus hijas y luego se enfrentó con Calomarde, le quitó de las manos el decreto que acababa de firmar Fernando, y lo arrojó al fuego; Cuando Calomarde intentó salvar el documento, Luisa Carlota le soltó una bofetada antológica, sonora, una hostia como un piano, vaya. A dicho tortazo respondió Calomarde con una frase que se hizo famosa: “Señora, manos blancas nunca ofenden”, y se fue de la granja, de lo más digno pero con la cara enrojecida. Carlos María Isidro de Borbón, con su golpe palaciego fracasado, huyó a Portugal. Pero Fernando se recuperó, demostrando lo difícil que es matar la mala hierba. Calomarde fue cesado, y la pragmática sanción volvió a estar en vigor. Poco después, en Junio de 1833, la princesa Isabel era jurada como heredera al trono. Fernando pidió a su hermano Carlos que la reconociera como princesa de Asturias, pero la respuesta de Carlos fue una carta antológica, en la que habla a su hermano el Rey con mucho cariño mientras a la vez le viene a decir que naranjas de la china, que el no jura a una mujer como Reina ni jarto de grifa. Fernando respondió prohibiéndole regresar a España, y ordenándole acudir a Italia, donde pudiera estar controlado. Carlos se negó, y huyó a Inglaterra disfrazado, con el bigote recortado y el pelo teñido. De esta forma, entraba ya en abierta rebeldía al Rey, y se daba inicio a la rebelión Carlista.

 

Casi un año después, Fernando VII sufrió una hemiplejia, es decir, un problema circulatorio en el cerebro que paralizó un lado de su cuerpo. Como curiosidad, los médicos de palacio ordenaron sentarlo atado en el asiento del coche real, y sacarlo a dar un paseo con la esperanza de que el traqueteo del carruaje al circular por el pavés le aliviara la circulación sanguínea. Desconozco si esos médicos eran republicanos... El hecho es que jamás volvió a levantarse de la cama. Los periódicos realistas insistían en que la salud del monarca era aceptable, aunque en realidad estaba hecho polvo, más muerto que vivo. Finalmente, el 29 de septiembre de 1833 el Rey fallece. Nadie lo lloró demasiado. Su esposa, la Reina María Cristina, se volvió a casar, apenas tres meses más tarde, con un guardia de corps llamado  Fernando Muñoz Sánchez-Funes, a quien muy pronto los cachondos del país empezaron a llamar “Fernando VIII”. Ese matrimonio se mantuvo en secreto durante mucho tiempo a pesar de los sucesivos embarazos de la Reina regente, un secreto a voces e incluso ridículo, ya que de ese feliz matrimonio nacieron ocho hijos, de ahí la coplilla que se cantaba en los campamentos carlistas:

 

Clamaban los liberales

Que la Reina no paría

Y ha parido más “Muñoces”

Que liberales había.

 

La nueva Reina pasa a ser la hija mayor de Fernando VII, Isabel II, que en ese momento tenía tan sólo tres años y que se encontraba con un país en guerra. Con el tiempo, aquella niña sería conocida, tal vez de forma un tanto injusta, como “la Reina golfa”. A la vez, su tío, Carlos María Isidro de Borbón, se proclamaba Rey con el nombre de Carlos V. De todo ello hablaremos en el próximo número.

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