Fernando VII, de ser el deseado, a
ser, simplemente, el narizotas
Autor: Camarada Kropotkin
Cuando cumplió trece
años, se iniciaron las maquinaciones para buscarle una esposa que perpetuara la
plaga (¡Perdón! Quería decir la dinastía, ¿En qué estaría yo pensando?). Se
barajaron varias posibilidades, pero finalmente se eligió a la hija de los Reyes
de Nápoles, María Antonia de Borbón,
princesa de dos Sicilias, y prima carnal de su marido, a quien vemos abajo en
un retrato ecuestre. La elección tuvo su parte de crueldad, ya que se decidió
dicha boda a la vez que la de la hermana de Fernando, María Clementina, con el
Príncipe heredero del trono napolitano. El problema es que ese individuo ya
estaba casado. El quid de la cuestión es que se buscaba sustituta a su esposa,
ya que esta tenía tuberculosis y estaba en las últimas. O sea, que se buscaba
nueva mujer para un señor, antes de que este enviudase... Finalmente, la esposa
del príncipe napolitano murió el
“Bajo del coche y veo al príncipe; creí desmayarme. En el
retrato enviado a Nápoles, parecía más bien feo que guapo, pero comparado con
el original, es un adonis.”
Y eso lo decía su esposa.
Ahora, calcular lo que opinaba de él su suegra, que no suelen ser muy
compasivas... El día que lo conoció, ya dijo que era “un sujeto de horrible aspecto”, y daba detalles acerca de su
obesidad, a su voz aflautada y a su carácter apático. Con el tiempo, le pilló
aún más inquina, y en una carta escrita cosa de un mes después de la boda, la
suegra de Fernando, es decir, la Reina María Carolina de Nápoles decía que “mi hija está desesperada; Fernando es memo
del todo, ni siquiera es físicamente un marido y, por añadidura, un latoso que
no hace nada y no sale de su cuarto”. Seis meses después, escribe otra
carta, y en ella afirma que “mi hija es
completamente desgraciada. Un marido tonto, vago, mentiroso, vil, solapado y ni
siquiera un hombre físicamente, y es increíble que con dieciocho años, no se
sienta nada y que a fuerza de orden y persuasión se hayan hecho inútiles
pruebas sin consecuencias: Ni placer ni resultado”. Sin embargo, impotente
no era; Se cree que Fernando se casó virgen, y que le costó cogerle el gusto al
tema; Pero cuando aprendió el camino, le gustó. De hecho, se convirtió en un
cliente habitual de los burdeles de la capital.
A la infelicidad de la princesa
contribuía la mala relación con su suegra, la Reina María Luisa de Parma, de la
que ya hablamos largamente en el anterior número. La amante de Godoy controlaba
incluso qué leía la esposa de Fernando, quienes le servían, las ropas que se
ponía... no le dejaba ni respirar. La princesa tampoco se llevaba nada bien con
Fernando, su marido, y hay una anécdota bastante conocida al respecto. Al
parecer, tras comer, la princesa quiso retirarse, y Fernando se empeñó en que
se quedara en la mesa. Ella insistió, y entonces Fernando le agarró violentamente
del brazo y le obligó a sentarse mientras decía “Aquí mando yo; tienes que obedecer, y si no estás de acuerdo, te vas
para Nápoles, que no he de ser yo quien lo sienta”. En una carta escrita a
su madre, María Antonia afirma que “si yo
lo hubiese querido, esa actitud me hubiera matado de pena, pero me sirve de
consuelo el desprecio que me inspira su persona”. Increíblemente, María
Antonia quedó embarazada dos veces, pero ambas acabaron en aborto. La
tuberculosis empeoró mucho su calidad de vida, además de acortarla sobremanera.
Por cierto, que María Luisa de Parma se refería a ella como “Escupitina de su madre”,
“la diabólica sierpe de mi nuera” “Víbora venenosa”, “Rana a medio
morir”... Finalmente,
dejó de estar a medio morir para palmarla definitivamente el
En este contexto se
dieron los hechos comentados ya en el anterior número y que llevaron al proceso
del Escorial. Al parecer, Fernando contactó con el nuevo hombre fuerte de
Europa, Napoleón, para que le diera como nueva esposa a una princesa de la
familia Bonaparte. Las intrigas que se sucedieron, así como el hecho de que
Fernando liderara un partido de oposición a Godoy, hicieron que el príncipe
fuera procesado, aunque fue perdonado por su padre cuando denunció a todos sus
colaboradores en las intrigas palaciegas que tenían por objeto acabar con el
reinado de Carlos IV. El muy chivato no consiguió
arrebatar el trono a su padre, a quien vemos en la imagen de abajo, en ese
primer intento; sin embargo, en marzo de 1808, se produce el motín de Aranjuez,
Carlos IV abdica y su hijo Fernando, líder de los amotinados, es nombrado Rey
de España con el nombre de Fernando VII.
Pero muy pronto, en mayo de ese mismo
año, se dan las abdicaciones de Bayona de las que ya hablamos largo y tendido
en el número anterior y Fernando pierde el trono. El nuevo Rey es el hermano de
Napoleón, José I. Fernando pasa a ser “huésped” de Napoleón, en el castillo de
Valençay. Allí pasa toda la guerra de independencia, enviando cartas a Napoleón
en las que le pide que le dé por esposa a la hija de Luciano Bonaparte,
Lolotte. En otra carta, pide que su nueva esposa sea Zenaida Bonaparte, la hija
de 8 añitos que tenía José I, el Pepe Botella que estaba usurpando su trono...
Pero si tenemos en cuenta que envió otra carta más a Napoleón, felicitándole
por la decisión de poner como Rey al ya nombrado José Bonaparte, pues ya vemos
que no nos debe sorprender nada en este individuo. Mientras tanto, miles de
españoles morían en los campos de batalla, intentando expulsar a las tropas
napoleónicas y reinstaurar a Fernando en el trono. En 1814, la guerra acaba con
la victoria de los españoles, y Fernando deja Valençay para volver a España. Las
cortes de Cádiz, que dirigían el país en su ausencia, habían redactado una
constitución liberal, la constitución de 1812, en la que se llegaba a llamar a
Fernando “Rey Deseado”. Pero Fernando no deseaba ser un Rey constitucional,
sino dueño y señor del reino. De hecho, cuando llegó a España, el capitán
general de Cataluña, Copóns, le llevó a la frontera un ejemplar de la
constitución para que lo firmara, pero Fernando pasó de él. Algunos
historiadores afirman que Copóns corría detrás del coche real con la
constitución en la mano y que Fernando se hizo el sueco. La opción de Fernando,
nada más llegar a España, y tras recibir de manos de una serie de diputados
especialmente reaccionarios un escrito (llamado “manifiesto de los persas”) que
reclamaba la instauración de una monarquía absoluta, fue anular la constitución
y todos los acuerdos de las cortes de Cádiz. Se iniciaba la primera época
absoluta de su reinado. Era la primavera del año 1814, y la situación económica
del reino era desastrosa: al parecer, en la tesorería pública había tan sólo
10.000 reales, una miseria.
En 1816 vuelve a casarse,
en esta ocasión con María Isabel de Braganza, hija de los Reyes de Portugal.
Por cierto, la Reina de Portugal era su hermana Carlota Joaquina, por lo que su
nueva esposa era, además, su sobrina. El hermano de Fernando, Carlos, se casa a
la vez con otra hermana, María Francisca de Braganza. La nueva esposa de
Fernando era cualquier cosa menos una modelo: Gorda, con la cara pálida y
mofletuda, los ojos saltones, una nariz que era un auténtico puñal y, además,
más bien cortita de entendederas. Apareció un panfleto, clavado en una puerta
del palacio real, que resumía a la perfección el asunto:
“Gorda, pobre y portuguesa...
¡Chúpate esa!”
La verdad es que Fernando
no la eligió por su belleza; de hecho, ni tan siquiera la conocía
personalmente, se trataba de un matrimonio de conveniencia como todos los de la
realeza. Como curiosidad, se conservan cartas de Fernando a su futura esposa en
las que le dice cosas como “el que te ama
de veras y desea con ansia conocerte...” El
“que no ocurría más novedad que la alarma en la que vivían
los fieles súbditos de su majestad temiendo que los aires fríos y húmedos de la
noche en los jardines atacaran su preciosa salud”.
Parece que el Rey se
enteró, y le previno a dicho Coronel de que “determinados
tipos de indagaciones podrían concluir con un viaje a Ceuta”. Sentido del
humor, la verdad es que no le sobraba cuando se le pillaba a malas. No es raro
por lo tanto, que aquél que fue nombrado en su día “Rey deseado”, pasara a ser
llamado “el narizotas” o “el cara de pastel”. Con respecto al carácter de
Fernando, hay que señalar el origen de una frase muy típica entre los aficionados
al billar; Fernando era muy aficionado a ese juego, pero un auténtico cenutrio
a la hora de practicarlo. Sus adversarios habituales se las veían y se las
deseaban para dejarle las cosas fáciles para hacer carambolas y ganar, ya que
sabían que vencer al Rey significaba soportar sus iras. Por eso, cuando alguien
comete un error jugando al billar, y le deja las cosas muy fáciles al
adversario, se suele decir “así se las dejaban a Fernando VII”. Saliéndose ya
de la pura anécdota, hay que destacar que aunque todos sus biógrafos coinciden
en señalar que, a buenas, era muy campechano y familiar, era un hombre de humor
muy cambiante, nadie sabía por donde podía salir, tenía serios problemas para
enfrentarse a la realidad... Tampoco ayudaba a su estabilidad la presencia a su
alrededor de personas cuyos consejos eran cualquier cosa menos coherentes, y a
este respecto hay que hablar de lo que se dio en llamar la “camarilla”. Se trataba
de los amigotes del Rey, aquellos con los que gustaba de juntarse en el palacio
real y dedicarse a hablar allí de los asuntos del reino. En esa camarilla
había, desde un embajador ruso hasta un aguador, pasando por curas y por su
amigote el duque de Alagón.
En
No llegó a un año la
viudez del Rey; en Octubre de 1819 se celebró su nueva boda, en esta ocasión
con su prima segunda, Maria Amalia Josefa de Sajonia. Se trataba de una
chavalita de 15 años, feúcha y sin ninguna experiencia previa ya que había sido
educada en un convento; era muy devota y aficionada a la poesía. Por poner un
ejemplo del tipo de poesías que perpetraba, diremos que una de sus “obras” se
titulaba “oda al día en que mi esposo el
Rey, y yo, rezábamos el oficio divino”. Eso sí, nadie se había preocupado,
en el convento, de enseñarle qué hay que hacer para tener hijos y dar herederos
al Rey. De hecho, parece que nadie se preocupó de explicarle que los niños no
los trae la cigüeña desde Paris. Por ello, no es sorprendente que, la noche de
bodas, sucediera lo que sucedió.
La novia era una niña de
15 años, como hemos dicho. El novio, un tipo gordo, feo, con gota, de 34 años (casi
veinte más que su nueva esposa) y asmático, a pesar de lo cual fumaba como un
carretero. La noche de bodas fue apoteósica; Se van a meter en la cama, y la
novia que insiste en rezar un rosario. Bueno, pues lo rezan, y cuando su
marido, más caliente que una plancha, empieza a acariciar a la novia, esta da
un grito de primera, y se orina de miedo, pringando al Rey que sale de la
habitación oliendo a meada y cagándose en lo más granado.
Esta peculiar lluvia dorada se repite
durante semanas, hasta que la nueva Reina se cierra en banda a hacer el amor
con su marido, por lo que este escribe al Papa una carta en la que le pide que
interceda ante su esposa para poder consumar el matrimonio de una vez. Un
consejero real lee el escrito, e intenta convencer al Rey, a quien vemos al
lado en otra imagen, de que el tono empleado es demasiado fuerte, para ser
empleado con el Papa, a lo que Fernando responde “¡Demasiado suave! ¡O yo jodo
de una vez con esa pazguata, o que el papa anule el matrimonio!” Finalmente, y
con intercesión del papa incluida, Fernando consigue desvirgar a su esposa,
aunque no dejarla embarazada. Lo único que paría eran unos insufribles versos
con los que martirizaba a su pobre marido. Acudían periódicamente al balneario
de Solán de Cabras, que según se decía era efectivo contra la esterilidad, y el
viajecito se repite durante años. Al respecto, Fernando, que tenía la costumbre
de ser muy hiriente en sus comentarios, soltó en una ocasión “En estos viajes
acabaremos todos preñados menos la Reina”.
Tras varios intentos
fallidos, en 1820 un pronunciamiento militar comandado por Rafael del Riego
acaba con el reinado absolutista de Fernando VII, que es obligado a jurar la
constitución liberal de 1812. Por cierto, que la situación de la tesorería era
tan precaria que para la jura de la constitución, Fernando tuvo que ponerse el
manto y la corona de una imagen de San Fernando que había en la armería real...
Al instaurarse el gobierno liberal, se suprime definitivamente la inquisición,
se acaba con los privilegios de clase, los mayorazgos y se rompe con el
vaticano. Durante tres años, hasta 1823, España tiene, por primera vez en la
historia, una administración constitucional. Sin embargo, los problemas a los
que se enfrentaron los diferentes gobiernos liberales fueron de gran magnitud. Según
el nuevo ministro de la guerra, el marqués de las Amarillas, el gobierno hasta
ese momento había sido tan caótico que incluso había expedientes atrasados de
más de 10 años... Pero los problemas eran más profundos que una simple mala
gestión.
Por un lado, se inició el
proceso de pérdida de las colonias americanas, es decir, de la independencia de
Latinoamérica. Este proceso, que finalmente fue imparable por fortuna para los
latinoamericanos, fue claramente favorecido por los problemas internos a los
que se enfrentaba la metrópoli. Un ejemplo muy claro: Las tropas que se alzaron
en el pronunciamiento de Riego, estaban destinadas a Hispanoamérica, donde
debían enfrentarse al independentismo.
Por otro lado, el Rey
conspiraba en la sombra para retornar al absolutismo. El enfrentamiento entre
gobierno y corona era evidente, como se pudo comprobar en los abucheos y burlas
que tuvo que soportar Fernando VII al clausurar las cortes de 1822.
Tan sólo dos años después
de instaurarse el régimen liberal, se creó la llamada regencia de Urgell, una
especie de gobierno paralelo de los absolutistas, con lo que se entraba en una
fase de auténtica guerra civil en la que entraron muy pronto los países de la
llamada “santa alianza”. Se trataba de Francia, Austria, Rusia y Prusia, países
con gobiernos afines a Fernando VII y que en el congreso de Verona decidieron
apoyar la vuelta al absolutismo en España. Esta decisión se tomó tras una serie
de cartas de Fernando al Zar de Rusia, pidiendo ayuda, y planteándole que su
vida estaba en peligro por la “revolución” que se había creado en España. Los
países absolutistas crearon un gran ejército, los llamados “cien mil hijos de
San Luís”, que cruzaron los pirineos el
Bases sobre las que ha de caminar el nuevo consejo de
ministros:
1.
plantear una buena policía en todo el
reino
2.
disolución del ejército y formación
de uno nuevo
3.
nada que tenga relación con cámaras
ni con ningún género de representación
4.
limpiar todas las secretarías del
despacho, tribunales y demás oficinas, tanto de la corte como de lo demás del
reino, de todos los que hayan sido adictos al sistema constitucional,
protegiendo decididamente a los realistas.
5.
trabajar incesantemente en destruir
las sociedades secretas y toda especie de secta
6.
no reconocer los empréstitos
constitucionales
Cuando habla de
empréstitos constitucionales, se refiere a los préstamos solicitados por el
gobierno liberal a banqueros extranjeros, créditos que Fernando se negó a pagar.
Las tropas francesas
quedaron en España cinco años más, manteniendo el gobierno absoluto de Fernando
y evitando posibles revoluciones. Por cierto, al irse, el gobierno francés
reclamó al español 34 millones de francos por los gastos ocasionados...
Los siguientes diez años
fueron conocidos como “la década ominosa”, y cientos de liberales fueron
detenidos, encarcelados y-o aniquilados. El propio general Rafael del Riego fue
ahorcado el 7 de noviembre del mismo año 1823. En su honor se compuso el himno
de Riego, posteriormente himno oficial de la segunda república y que un
trompetista tocó en Australia en honor de los tenistas españoles que jugaban la
Copa Davis hace cosa de un par de años, para regocijo de muchos de nosotros. Pero
no fue el único que pagó con su vida la lucha contra el absolutismo, hubo
muchas más ejecuciones. También fue ahorcado, a pesar de haber sido uno de los
líderes de la lucha anti-napoleónica y uno de los artífices de que Fernando VII
fuera Rey de España en vez de serlo Pepe Botella, el brigadier Juan Martín Díez,
conocido como “el empecinado”. El empecinado pasó dos años de cárcel durante
los cuales tuvo que sufrir torturas, humillaciones, negación de alimentos...
todo ello antes de ser ahorcado, en vez de fusilado como correspondía a su
graduación. Y el hombre tuvo energías para protestar por ello, a pesar de la
situación.
Tal vez el caso
paradigmático de la represión estúpida y reaccionaria desatada por Fernando VII
sea Mariana de Pineda, una joven granadina de sólo 26 años a la que se ejecutó
a garrote vil por el “terrible” delito de bordar las palabras “Libertad,
Igualdad, Ley” en una bandera. Ni tan siquiera se pudo demostrar que fuera ella
quien bordó aquellas “gravísimas” palabras, pero fue ejecutada el
Otros muchos liberales
tuvieron que huir al exilio. Entre los que tuvieron que huir de España, dos intelectuales
especialmente conocidos: Leandro Fernández de Moratín, el autor de la comedia “El
sí de las niñas”, y Francisco de Goya y Lucientes, el genial pintor aragonés
que incluso había retratado al propio Fernando VII. Ambos murieron en el
exilio.
Siguiendo con la vida de
Fernando VII, llegamos al año 1829, en el que, con tan sólo 26 años, y sin haber
quedado embarazada nunca, la Reina Maria Amalia Josefa de Sajonia fallece, de
unas fiebres. Cuando se iniciaron los trámites para elegir una nueva esposa
para el Rey, este gritó, dando un puñetazo en una mesa, “¡Estoy hasta los
cojones de rosarios y de versos!”, en referencia a las aficiones de la difunta Reina.
Mucho dolor no parecía haber en el viudo... Unos pocos meses después, ya se había
encontrado una nueva esposa para el Rey, la cuarta. Se trataba de su sobrina
Maria Cristina de Borbón y Borbón. Por cierto, que era hermana de su cuñada, la
infanta carlota, que era esposa de Francisco de Paula. Ella tenía 23 años;
Fernando, 45 pero aparentaba muchos más; además, estaba físicamente destrozado,
lleno de achaques y de secuelas de las muchas juergas en los puticlubs
madrileños. Aún era capaz, sin embargo, de dejar embarazada a una mujer. Su
primera hija superviviente se llamó Isabel, y poco después nació su segunda
hija, Luisa Fernanda, pero nunca llegó a tener hijos varones. Eso sí, el Rey sí
que los tuvo, al menos uno, aunque no legítimo, sino bastardo. La falta de descendiente
varón planteaba un problema sucesorio evidente, ya que había una ley,
promulgada por Felipe V, llamada la ley sálica y que impedía a las mujeres
reinar. Sin embargo, Carlos IV, en 1789, la derogó por medio de la llamada
pragmática sanción, si bien esta no fue publicada ni aplicable hasta 1830. ¿Cual
de las dos leyes era la válida? En principio, parece que debería prevalecer la
ley más moderna, pero los carlistas insistían en que los acuerdos de las cortes
deben ser ratificados por el mismo Rey que las convoca, por lo que la
pragmática no sería válida... En realidad el problema no consistía en
legalismos, sino que se enfrentaban dos formas diferentes de entender la
monarquía. Si dábamos por válida la pragmática sanción, la Reina a la muerte de
Fernando VII sería su hija mayor, Isabel, y esta sería fácilmente influida por
su madre, de ideas liberales. Pero si se mantenía la ley sálica, el nuevo Rey
sería Carlos María Isidro de Borbón, hermano de Fernando. Este señor era un
fanático religioso, absolutista hasta las cachas y antimasónico. Así pues, los
partidarios del antiguo régimen preferían ver a Carlos en el trono antes que a
Isabel. A los partidarios de Carlos se les llamó, históricamente, Carlistas.
En este contexto hemos de
entender los llamados sucesos de la granja. El día
Casi un año después, Fernando
VII sufrió una hemiplejia, es decir, un problema circulatorio en el cerebro que
paralizó un lado de su cuerpo. Como curiosidad, los médicos de palacio
ordenaron sentarlo atado en el asiento del coche real, y sacarlo a dar un paseo
con la esperanza de que el traqueteo del carruaje al circular por el pavés le
aliviara la circulación sanguínea. Desconozco si esos médicos eran
republicanos... El hecho es que jamás volvió a levantarse de la cama. Los
periódicos realistas insistían en que la salud del monarca era aceptable, aunque
en realidad estaba hecho polvo, más muerto que vivo. Finalmente, el
Clamaban los liberales
Que la Reina no paría
Y ha parido más “Muñoces”
Que liberales había.
La nueva Reina pasa a ser
la hija mayor de Fernando VII, Isabel II, que en ese momento tenía tan sólo tres
años y que se encontraba con un país en guerra. Con el tiempo, aquella niña
sería conocida, tal vez de forma un tanto injusta, como “la Reina golfa”. A la
vez, su tío, Carlos María Isidro de Borbón, se proclamaba Rey con el nombre de
Carlos V. De todo ello hablaremos en el próximo número.