Un niño normal
Por Raúl Carretero Bermejo
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Normalidad.
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Un
chico Normal.
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Desenlace.
› Normalidad
Niño
normal, conducta normal, casa normal, costumbres normales...
Normal: seguramente sea una de
las palabras más usadas, y al mismo tiempo una de las que más inseguros nos
hace sentir, acerca de su significado, pero sobretodo, acerca de nuestra
identidad.
Afirmaciones tales como “quiero ser un chico
normal”, “Yo soy una persona normal”, “No es normal que hagas esto” y un largo
etcétera. Afirmaciones que pueden hacerte sentir inseguro, mal, sin saber muy
bien lo que eres, o lo que quieres ser; o por el contrario, afirmaciones que te
pueden reforzar, dar seguridad, tienes claro que eres normal, que perteneces al
grupo normal, que suponemos es el mejor, y más correcto. Palabra llena de
connotaciones, criterio de discriminación, y también de pertenencia al grupo.
Una misma expresión con muchas connotaciones, muchos significados, y que, sin
embargo, mucho me temo, no estamos muy seguros de lo que significa.
Pero ¿qué
significa ser normal? Dependiendo del lugar en el que nos encontremos, la
cultura en la que nos lo preguntemos, la clase a la que pertenezcamos, y en
muchos lugares, incluso el género que la genética y el azar nos otorgó, hace
que la respuesta a dicha pregunta varíe significativamente. Maticemos esto,
cambian las características que describen los distintos estados de normalidad,
pero de entre todas las descripciones afloran unas características comunes,
como más adelante veremos.
En mi pequeño pueblo, de
unos 2.500 habitantes, ser normal para un chico significa cosas como pertenecer
a una clase / familia media, que va a la escuela hasta los catorce años, pero
sin obtener buenos resultados, por lo que a esta edad la abandona para trabajar,
normalmente en el campo, con la familia, o en cualquier otro trabajo que no
necesite cualificación, sin responsabilidades en las tareas del hogar, a no ser
el cuidado de los animales. También significa tener la piel blanca, ser
católico, al menos por tradición familiar, respetar las costumbres y la
cultura pero, además, participar de
ellas, en la medida que lo hacen sus mayores de igual género, así, el “domingo
de virgen” todos con traje y a la iglesia, el lunes a los toros, pero el resto
del año apenas van a la iglesia, a no ser por circunstancias especiales (matiz
este importante, si tenemos en cuenta la importancia de la religión en la vida
de mi pueblo).
Es un marco cultural el
de mi pueblo, muy influenciado por el catolicismo, casi todas las costumbres
giran en torno a él. Sólo alguna por motivos laborales se salta esta norma.
Ser normal implica en
este pueblo, no hacer nada que “llame la atención”, tener ideas políticas
moderadas. Pero, además, significa cosas tan absurdas como tener que salir en
determinados lugares, a escuchar determinados tipos de música, hablar sólo con
gente normal, que es la que va a estos sitios, beber determinadas cosas, y en
determinadas cantidades según que día, y a partir de cierta edad, tener novia,
casarte, tener hijos... es decir, respetar y cumplir los llamados relojes
sociales, que marcan los tiempos y acciones consideradas normales. Pero antes
de todo esto debes haber sido un macho, y haber estado con tantas mujeres como
te “apeteció” (pudiste). Este podría ser un retrato de un joven denominado y
considerado como normal (y por lo tanto machista) en este pequeño pueblo
manchego
Claro ejemplo de que las
características que definen o determinan
ser normal, varía en función de distintas variables, es que dentro de mi
pueblo, aún hoy, ser normal para una chica significa cosas muy diferentes a las
esperadas o deseadas en un chico normal. Una chica normal destaca en el
colegio, y sale a estudiar, al menos el bachillerato, pocas veces trabaja antes
de los
Es
muy probable que esta descripción de chico normal en mi pueblo difiera mucho de
la de chico normal en Madrid, y más aún en Afganistán. Pero en todas las definiciones
de normalidad parecen subyacer unas características comunes. Estamos convencidos de que lo normal es lo
nuestro, lo que nosotros vivimos, y el lugar en el que estoy es lo normal, y,
por tanto, lo mejor, lo deseable. Pero puede que lo que más conflictos cree,
sea que consideremos que nuestra
normalidad es la única posible, es decir, que no hay otra normalidad, o estado
de normalidad que no sea el nuestro. Tendemos a ver a los otros grupos como
anormales, y por lo tanto como grupos que deben cambiar y adaptarse a nuestros
criterios de normalidad. Tendemos a rechazar al resto, lo diferente o “no normal”. Los normales,
tendemos a discriminar al resto, a los raros. Además, parece que la única forma
de que lleguen a ser normales (algunos nunca lo conseguirán) es que adopten
todas y cada una de “nuestras” ideas, costumbres... muestren un respeto máximo
hacia lo nuestro, y desprecien lo que hasta ahora era parte de su vida. Esto
significa hacerse normal
Es como que todos los
que nos consideramos normales, tenemos la visión restringida a unas cuantas
cosas, y no somos capaces de ver el resto. Consideramos algo intolerable las
tradiciones gitanas, acerca de la virginidad, y nos parece absolutamente normal
que siga siendo legal la pena de muerte,
políticas exteriores, e interiores, como
Para
responder a mi pregunta inicial acerca del significado de ser normal, de forma
muy resumida, simple y general, en esta “magnifica” sociedad, ser normal
significa hacer lo que la mayoría, pensar como la mayoría, ir a los sitios que
la mayoría, comer lo que la mayoría, vestir como la mayoría... en definitiva,
seguir a
Siempre me
consideré un niño normal, y afortunadamente en mi casa, y en mi familia también
lo hicieron. Sin embargo, esto no ocurría con el resto de mi entorno, incluso
mis compañeros-amigos consideraban que muy normal no era.
Empecemos por el
principio. Nací en el seno de una familia de clase media, en un pueblo de unos
18000 habitantes, muy cerca de la capital, en Vizcaya, si bien muy pequeño
volví con mis padres a la tierra que les vio nacer, a un pueblo de unos 2500
habitantes, ya en la provincia de Ciudad Real, donde ha trascurrido gran parte
de mi vida, es por lo tanto mi familia, una familia que se vio obligada a
emigrar para después volver a sus orígenes. Mi familia es de ideas de
izquierdas, pero moderadas, quizás mi padre sea algo más progresista, aunque
ambos, padre y madre, y debido a la educación recibida mantienen rasgos
machistas.
Ya en la escuela
era un chico que sacaba buenas notas, y que según se acercaba el final de la
EGB, iba planteándome seguir estudiando (al principio no tenía muy claro el
que). A los doce años, tomé otra decisión poco normal, decidí estudiar música,
primero en verano para ver como era aquello, y después al conservatorio. Claro,
niño de doce años, de pueblo pequeño, sólo en la capital, rodeado de gente que
no tenía nada que ver con él... y es que en mi pueblo lo normal, en el caso de
que te gustara la música, era intentar tocar algo con la única pretensión de
ingresar en la banda de música municipal. Tener otras pretensiones no era lo
normal en mi pueblo, y muchos menos perteneciendo a la clase social a la que
pertenecía
Tampoco en el
conservatorio se me podría considerar normal. Ese era otro mundo totalmente
distinto al que yo conocía. Allí todos eran chicos / as de ciudad, de una clase social más alta a la mía, y
supuestamente más adecuada para cursar aquellos estudios, además, no estaban
allí por decisión propia, no les gustaba la música, sus padres les habían
forzado a ir, supongo que por alguna creencia cultural que en mi pueblo y
dentro de la clase social a la que pertenecía no se tenía, o al menos yo no
tenía constancia de ella.
No era normal que
yo estuviera allí, en mi pueblo tampoco era normal que yo hubiera tomado esa
decisión ¿sería un bicho raro? Sea como fuere, a mí me gustaba la música, y
seguí con ella hasta que acabe los años de solfeo, dos de armonía, alguno de
canto, y saxofón, piano... pero claro, se empeñaron en hacerme un virtuoso, no
me dejaban tocar la música que me gustaba, yo tocaba jazz, blues, rock... y eso
no es normal, hay que tocar música “clásica”. Al final lo dejé.
Llegó el
Instituto, y siguieron mis buenas notas, allí estaba completamente rodeado de
chicas, estábamos 5 chicos entre 25 chicas, y eso se mantenía en el resto del
Instituto, claro, muy normales no parecíamos allí, por si esto fuera poco, era
el único de mi pueblo (sólo dos chicas me acompañaron), en realidad era el
único chico de pueblo estudiando BUP en ese instituto, los pocos de mi pueblo,
y del resto de los pueblos, que estudiaban, se decantaron por el FP. Era como
que al BUP sólo iban los ricos, más bien las chicas ricas, y a poder ser de
ciudad, y yo no era ni chica ni rico, ni de ciudad.
Fue aquí cuando
empecé a desconfiar de la iglesia católica, y a elegir la asignatura de Ética
en el Instituto, en vez de Religión. Bueno, éramos 15 en todo el Instituto los
que habíamos elegido Ética, por lo oído, en clase de Religión nos consideraban
poco menos que herejes y revolucionarios, casi, casi, delincuentes.
Esta desconfianza
en la iglesia, me llevó a la desconfianza en la existencia de Dios, y me hizo
abandonar mis escasas asistencias a la iglesia (apenas bodas y bautizos).
En mi pueblo lo
más importante es la Virgen de la Encarnación, sólo por ella, o por cosas
relacionadas con ella, la gente se molesta, se manifiesta, o se movilizan, y
ahí estaba yo, completamente en contra de la iglesia, y con dudas muy serias
acerca de la existencia de dioses o vírgenes, en medio de un pueblo
completamente católico, eso sí, poco practicante (nunca entenderé esta
posición), donde todos intentaban hacerme ir a la iglesia, a las funciones
religiosas, a los sorteos para ver quien lleva a la virgen, etc.
Muchos intentaron
hacerme ver lo equivocado que estaba, incluso en casa, donde mi madre me
intentaba hacer ver la necesidad de un Dios, pero todas estas justificaciones
de mi error, no hacían más que afianzarme en mis creencias, debo decir que
conté con el apoyo de mi padre, el cual tampoco cree demasiado en estas cosas.
En estos años
cayeron en mis manos algunos libros, al principio sólo de filosofía, y más
tarde también religiosos, políticos, y sobre teorías de
Debo decir que
hacía algo muy normal, jugaba al fútbol en el equipo del pueblo, y salía con
mis amigos.
Acabé el
Instituto, con buena nota, pasé la selectividad sin apuros, y llegó la hora de
elegir carrera. Siempre me había gustado la música, y tratar con niños, nos
entendemos bastante bien, bastante mejor que con algunos adultos. Por otro lado
estaba la informática, siempre me encantaron e interesaron los ordenadores. Me
decanté por informática, “orientado” por mis profesores, y claro, un chico, lo
normal es que haga una carrera de ciencias. Fue un error, no me gustaba lo que
allí se hacía, aprobé 24 créditos, y cambié a Magisterio Musical, elección poco
normal, para un chico y de pueblo.
En torno a los 17
años tuve mi primera experiencia con una chica, según la norma en mi pueblo,
este contacto llego con un par de años de retraso. Tocaba el clarinete en la
banda de mi pueblo, era guapa, dulce, agradable... y me enamoré. Ella tenía 14
años, y claro... acabó, las presiones en su casa fueron enormes, su padre,
presidente de la banda, no me consideraba lo suficientemente bueno para ella,
yo de familia de clase media, ellos al parecer
de clase alta (no sólo por la riqueza...) en fin, no pudo ser. Al final
esto culminó en que ese año dejara la banda, y empezara a tocar otro tipo de
música (rara), con otro tipo de gente, poco normal (pelo largo, etc.) y de
verdad empezara a disfrutar con la música.
Empecé Magisterio
Musical, y conocí a la profesora que más ha influido en mi vida de estudiante,
era dulce, agradable, inteligente, fuerte, dinámica, llena de entusiasmo,
vitalidad, ganas de enseñar, y de aprender, nunca tuve exámenes tan tranquilos
como con ella. Nos llenaba de confianza. Nos quería a todos. Y ella fue la que
me hizo comprender que yo quería ser educador, y que no debía quedarme “sólo”
en Magisterio. Pilar Arrate, que así se llamaba, tiene no se cuantos años, ya
se jubiló, pero es la persona más joven que yo he conocido.
En este periodo
seguí leyendo libros, muchos de ellos de carácter educativo, y fui formando mi
idea de escuela y educación, muy diferente a la concepción actual. Idea
educativa muy influida por mis ideas políticas, bastantes claras por aquel
periodo.
Tuve la suerte de
empezar a trabajar con niños, en ambientes poco formales, como actividades de
tiempo libre en verano e invierno, y pude ir aplicando mis ideas educativas, a
la vez que me iba dando cuenta de que mi futuro estaría ligado a
Acabe Magisterio,
contento, y asustado, y decidí empezar mi aventura fuera de mi pueblo, mi casa,
me fui a estudiar Psicopedagogía a Cuenca, decisión completamente anormal. No
sólo había estudiado, sino que, además, acaba una carrera y empezaba otra.
Afortunadamente mis padres siempre me apoyaron. Siempre.
Estudiaba durante
la semana, y trabajaba los fines de semana, además, trabajaba con niños, y
trabajaba para poder estudiar luego (en vez de irme de viaje...) llegó el
verano y seguí trabajando con niños, para poder estudiar al año siguiente, algo
que nadie conocía, “psico... ¿qué?” Decididamente, era un chico raro.
Un chico raro que
ha tenido que soportar discriminaciones por estar en sitios que correspondían a
otras clases sociales, a otros entornos culturales, a otro género, a otros
lugares de procedencia...
› Desenlace.-
Al parecer, mi
vida a transcurrido en lugares donde no era normal que yo estuviera, y cuando
estaba en un lugar normal, me comportaba de manera diferente, o anormal.
Pienso
que ser normal es hacer lo que cada uno decida, pensar como cada uno considere,
actuar de formar libre, de acuerdo con las inclinaciones y gustos de cada uno,
eso sí, manteniendo siempre el más absoluto respeto por los demás, y por uno
mismo y sus principios. Considero que ser normal responde a actuar lo más
coherentemente posible en función de nuestros ideales y creencias
A través de estas experiencias, he
llegado a tener unas ideas políticas basadas en la libertad, el respeto y en la negación de cualquier autoridad
externa a
El hecho de que haya vivido en un
pueblo pequeño, pero haya estudiado en
Creo que ya va siendo hora de que
empecemos a hablar de personas en vez de hablar de razas, culturas, clases etc.
Pienso que todos somos iguales, precisamente por que todos somos completamente
diferentes, en esa absoluta diferencia entre cada uno de nosotros, radica
nuestra mayor igualdad. No se puede hablar de personas mejores o peores, sino
de personas diferentes.
No debiéramos confundir
diferencias con desigualdades, pero tampoco convertir tales diferencias en
desigualdades o discriminaciones.
Estas experiencias han hecho de
mí, una persona bastante inconformista, idealista, y algo revolucionaria,
utópica quizás. Cansado de escuchar como en Irlanda se matan por motivos
religiosos, en Oriente Próximo tres cuartas partes de lo mismo, cómo países
como Estados Unidos, se creen con licencia para hacer su voluntad en cualquier
rincón del mundo, sin importarles las vidas que eso cueste, cómo se abusa y se
martiriza a la mujer en países musulmanes.
Pero es que en España nos matan por motivos
patrióticos, o políticos:
En Euskadi los de ETA y sus
teorías acerca de la raza vasca, acerca de la opresión a la que están
sometidos, y cómo la muerte y la lucha armada es su única vía de escape hacia
la liberación del pueblo vasco. En el resto de España, redactando leyes de
extranjería vejatorias, y humillantes, manteniendo nuestra identidad cueste lo
que cueste (vidas en muchos casos).
Considero que la única forma de ir
cambiando todo esto es mediante
Si queremos formar personas libres, debemos hacerlo desde la
libertad de estas personas, si queremos personas respetuosas, debemos hacerlo
desde el respeto a estas personas, si queremos que este mundo cambie, debemos
empezar a cambiarlo ya. Y el mejor lugar para comenzar este cambio es a través
de la educación, no sólo en la escuela y de los niños, educación en todos los
ambientes y con todas las personas
“Las utopías se convierten en
realidades en el mismo momento en que alguien sueña, y lucha por ellas”. Raúl
Carretero Bermejo (2002)