TÉCNICAS PARA REPASAR UN EXAMEN
Por el Guerrero
de la Educación
¿Hay
algún profesor en la sala? Uno de los hechos curiosos de serlo es ver cómo los
chavales se preparan para un examen. Una de las frases típicas de los alumnos
es ésta: “¿Por qué no nos dejas tu clase para preparar el examen que tenemos a
la siguiente hora? Y vas tú, como gilipollas, y les dejas (para ser sincero, la
cuestión radica en que no tienes ni putas ganas de trabajar y ésa es una buena
excusa para tocarte los cojones).
Los alumnos tienen formas curiosas de preparar
los exámenes: unos miran al techo, esperan que la luz divina ilumine sus
rostros y les diga: “éstas son las preguntas del examen” (bueno, lo mejor sería
que Dios bajase de los cielos y pronunciara esa ya célebre frase: ‘¡Ésta es la
pregunta!’). El problema es que el techo suele ser de color blanco y lo único
que pueden llegar a ver es su mugre –la del techo -, o la caída de las goteras
encima de tu cabeza (y si no tienes pelo con el que protegerte, ésa puede
convertirse en una auténtica putada).
Otros alumnos comentan entre ellos qué
preguntas pueden caer en el examen. Sinceramente, puedes llegar a quedarte
acojonado cuando las escuchas: ‘¿cuándo te tirarás a la vecina de enfrente?’;
‘¿nos cargamos ya a ese profesor de mierda?’ (espero que no se refieran a mí,
claro); ‘¿ayuda la vaselina a regular el nivel de colesterol?’ (me lo
explique). Lo más curioso de todo es que el examen que preparen sea el de
Historia y no creo que ninguna de las preguntas de dicho examen verse sobre los
valores curativos de la vaselina (¡si no, esto ya sería la re-ostia!).
En honor a la verdad, algunos chavales
preparan el examen. El problema es que se cansan con demasiada rapidez. Ojean
los apuntes durante dos segundos y, acto seguido, les oyes decir eso de: “¡Ya
me lo sé!” - ¡Cómo me toca las pelotas oír eso! Yo, que todavía con treinta y
tantos tacos, no sé hacer la cuenta de Paco (‘¿se acuerdan?’; ¡ni siquiera he
llegado a conocer al Paquito de los cojones!); y, ellos, que en esos dos segundos
son capaces de memorizar todas las lecciones que se imparten en una evaluación.
Si en mi época hubiesen existido los Petit- Suis ... ¡Sí, seguro!
¿Cuál es la conclusión que podemos obtener de
todo esto? Muy fácil: que así les luce el pelo a nuestros alumnos. Y, según sus
calificaciones, bien podríamos hacer una tabla en la que figuraran los
prototipos de alumnos existentes en las aulas: los habría malos
(aquéllos que preparan toda una evaluación en dos segundos); horribles (los
que esperan que Michael Landon, el de ‘La casa de la pradera’, baje del
cielo como un ángel con una hoja en la que aparezcan las preguntas del examen);
pésimos, los mejores de todos (aquéllos que creen a pies juntillas en
los poderes curativos de la vaselina). Y, a la cabeza de todos ellos, estaría
el bajo cero, el ‘minus’ infinito, aquél que en una vida anterior fue
alumno y, en la actualidad, ejerce de otra cosa. ¿Se imaginan de quién hablo?
¡Yo, también!