Ignacio
Solares: Reescrituras de la Novela de la Revolución Mexicana. Zandanel,
María Antonia |
A
partir de los nuevos paradigmas escriturales que conocemos como Novelas Históricas Posmodernas o
Reescrituras de la Historia, el escritor mexicano Ignacio Solares retoma esa
extensa y persistente línea temática que deviene de ficcionalizar diversos
momentos del acontecimiento histórico que convulsionó, a comienzos de siglo, la
extensa geografía mexicana. Los hechos, desde una evidente religación
contextual, se convierten de suyo en una importante cantera de temas, episodios
y personajes, que permitieron y permiten aún hoy focalizar el fenómeno desde
diversos paradigmas de producción y desde una amplia gama de formulaciones
discursivas.
La intención de este trabajo es abarcar, sin desdeñar la
perspectiva comparatista, el estudio de
un corpus de novelas del escritor
mexicano que se ocupan de textualizar determinados episodios de la Revolución: Madero, el otro[1],
de 1989, La noche de Ángeles[2],
de 1991, Columbus[3],
1996. La elección de las figuras –
Madero, Ángeles, Villa- manifiesta aquí la intención de devolverles su
verdadera voz desde esa mirada que sólo permite la ficción, en tanto los hechos contados surgieron, al decir
del propio autor, “más de lo simbólicamente verdadero que de lo históricamente
exacto”[4].
El referente empírico que las sustenta en
mayor o menor medida pero siempre distante de la mera reproducción referencial,
se nutre en todos los casos de los acontecimientos históricos del período de la
Revolución Mexicana.
Procuraremos señalar los logros compositivos planteados en estas obras y su apertura a una nueva
forma de reescribir la historia en tanto, en todos los casos, aunque de modos
diversos, se incursiona en las vías secretas, siempre misteriosas, de oscuras
comunicaciones, con las fuerzas del más allá[5].
El ocultamiento del narrador detrás de la segunda persona en las dos primeras
novelas, despierta en el lector la inquietante presunción de que es la Historia
misma quien cuestiona e increpa el accionar de ambos líderes de la Revolución.
El tono apelativo, misterioso y epidíctico, característico de estas novelas
explicita el lugar desde el cual la historia debe ser leída para permitir que
los oscuros móviles de sus respectivas
conductas cobren su sentido más profundo.
Estas voces
que cuentan están determinando también la intención de rescatar desde registros
diversos de la oralidad aquellos que encierran la intención de rescatar la
memoria de ese pasado, aspecto que se
torna particularmente evidente en las marcas de la enunciación de Columbus desde donde y merced a la voz de un extraño relator, Luis Treviño, exseminarista y guerrillero
villista, el pasado se actualiza, se
torna presente para que un silente periodista lo transcriba a un también oscuro
y supuesto discurso. Se establece un diálogo entre ese pasado desdibujado y un presente incierto a partir del cual los
sucesos deberán ser recobrados y releídos, una y otra vez, para un impenetrable
y desconocido interlocutor,
destinatario del relato, detrás del cual imaginamos al lector.
La
primera de las novelas que conforma el corpus de estudio es Madero, el otro donde se ficcionaliza la
figura del líder de la Revolución, quien fuera electo presidente con
posterioridad al levantamiento armado para poner fin a los casi treinta años de
Porfiriato.
Tal
vez el rasgo más fuertemente caracterizador de este registro, el que le
confiere a la escritura y al mismo entramado textual su sello característico,
está en formalización apelativa del relato, que oscila constantemente desde un
tú memorante a un yo íntimo, recóndito, oculto. La modalidad elegida para
focalizar los hechos nos muestra, desde perspectivas diversas, a un Madero
siempre interpelado, interrogado o cuestionado. La diégesis fluctúa
perceptiblemente para el lector entre dos construcciones apelativas alternas:
la una, sugerida desde el título mismo de la novela, tal vez la más evidente,
que propone desde una focalización especular la visión de un Madero otro[6],
significativamente diferente del Madero histórico; desde la otredad hurga en
una personalidad oculta y escindida que esconde una faceta menos conocida y hasta con frecuencia
callada u omitida del personaje histórico que le permita al lector comprender,
desde ese lugar silenciado, las causas del desacierto de conductas ostensiblemente débiles que
caracterizaron su comportamiento.
Hay
también una segunda lectura posible que se entrecruza con la primera. Y desde aquí,
desde este posicionamiento inquisitivo, interpelante, cuestionador, podemos
vislumbrar una visión menos complaciente, más controversial, respecto de la
mirada que juzga a Madero. También desde esta
focalización se señala reiteradamente la sucesión de errores cometidos
durante su gestión de gobierno, las traiciones ignoradas o no vislumbradas pese
a la reiteración de indicios que las anticipan y que tanto la mirada política
como la percepción de las visiones espiritistas debieron, entendemos, manifestar
o anticipar[7].
Desde esa conciencia siempre indagadora que marca el tono apelativo del relato,
el registro acentúa aquellos que, a su juicio, o si se quiere a juicio de la
historia, fueron los inexplicables errores políticos del entonces presidente.
Desde esta versión polifónica de la novela: las
voces, estructuradas como una sola voz plural, mayoritaria, cuestionan el
accionar de Madero desde ángulos diversos. El lector, destinatario directo de
la enunciación narrativa, se pregunta ¿a quién pertenece esa voz que claramente interroga y demanda al
presidente? ¿Es la historia misma quien lo interpela desde esa focalización
intratextual e intertextual que la diégesis registra? O. ¿se trata,
simplemente, del desdoblamiento mucho más explícito desde ese tú íntimo que al
propio tiempo es el otro Madero, el místico oculto, volcado sobre sí mismo,
inclinado al espiritismo, el héroe martirizado, el médium escribiente? Hablamos
aquí de aquella arista tenebrosa y enigmática del personaje de la cual la
historia oficial prefirió no hablar. La focalización que la composición de la
diégesis adopta, reemplaza en la novela a la ilusión de una voz responsable de
los hechos que se narran por una perentoria interpelación al personaje que
parece provenir o formularse a partir de los reclamos de la historia misma.
Este procedimiento es el que permite impugnar, desde una mirada aparentemente
no comprometida, los oscuros sucesos que la historiografía registra. La mirada
desde la segunda persona cumple una función estructural altamente pertinente a
los efectos de esa requisa que se quiere lograr.
La
perspectiva desde la cual se formaliza el proceso constructivo del relato
determina que éste se estructure como una suerte de construcción circular en
retroceso. La diégesis, anclada en lo referencial, se proyecta analépticamente
hacia el pasado con el objeto de reconstruir desde el presente de la muerte del
líder, los acontecimientos que habrían de propiciar una de las traiciones más
viles de la historia mexicana. La novela comienza y finaliza con el
ajusticiamiento de Madero, recreado en segmentos memorables. Si tenemos en
cuenta esta estructura circular, impensada en un registro de aquellos que
textualizaron la historia al modo tradicional, los episodios que anticiparon el
estallido de la Revolución y la gestación de un creciente malestar popular que
habría de hacerla posible, se instalan en el relato desde una concepción
acrónica, marcada por la sucesión de saltos en el tiempo que rompen la
linealidad cronológica propia de los registros históricos tradicionales. Las
marcas de una enunciación siempre difusa preside en diversos momentos la
sintaxis narrativa: “Por eso no pierdas de vista que tu recuerdo debe encontrar
un punto de referencia que te ayude a ir y venir”[8],
se dirá en un momento de la novela, a modo de reflexión metadiscursiva. Ese
punto de referencia es, sin dudas, el momento de su muerte, alfa y omega de
toda la construcción circular del relato, eje también de la disposición
estructural de la novela que avanza y retrocede, analéptica y prolépticamente,
en torno a la preparación y ejecución del magnicidio.
La segunda de las figuras seleccionadas por
Solares es la que corresponde al General Felipe Ángeles, director del Colegio
Militar, general al mando de las fuerzas que combaten la rebelión zapatista de
Morelos, junto a Villa, estratega en las batallas de Torreón y Zacatecas,
candidato a la Presidencia de la República, propuesto por Villa, durante la
Convención de Aguascalientes y uno de los más importantes aliados y amigos de Don
Francisco Madero, al parecer el único de sus subordinados a quien el malogrado
presidente confía sus inclinaciones espiritistas, figura clave -en suma- de la
primera etapa del proceso
revolucionario, aquella que se caracterizó por las luchas armadas y el
enfrentamiento entre las diversas facciones. Los hechos ficcionalizados comienzan
en 1913 para culminar en la consumación de otro magnicidio, el del Gral. Ángeles por orden de Carranza, en
1919, tiempo después de su regreso del exilio, convocado por Villa para
incorporarse nuevamente a la contienda bélica. El novelista tropieza aquí con
una significativa dificultad manifestada en el paratexto: la escasez de
registros que desde la historia oficial se ocupan de rescatar su actuación. Por
el contrario, esta relativización documental le permite una lectura identitaria
más próxima a las notaciones contemporáneas, particularmente las de las últimas
décadas, donde el acento estará puesto, no tanto en lo real histórico, sino en
los avatares fluctuantes de la ficción. Las referencias consignadas en las
Notas enriquecen la relación metatextual entre la ficción y el relato
historiográfico y, además, amplían las dimensiones de la propia ficción. A los
metatextos historiográficos utilizados por el autor, podemos sumar el destacado
aporte que agrega desde otros registros: la obra teatral de Elena Garro y la
mirada testimonial de Martín Luis Guzmán que le imprimen al personaje su sello
más personal, más allá del ajuste respecto de la “verdad” histórica. La
ficción, en este caso, viene a llenar – aunque también lo haga parcialmente
- >los “huecos” dejados por la historia,
según el decir de Arthur Danto, quien
recoge de Berard la idea de la imposibilidad de conocer la realidad fáctica
total en tanto ésta no es de hecho cognoscible para ningún historiador “dado
que existen huecos en la historia como registro, existen huecos (...) en la
historia como concepción, huecos en nuestro conocimiento del pasado, (…)”[9].
La nota dominante de las oscilaciones diegéticas de
esta parcela de la historia estará dada en las alternativas del
viaje y en la inquietante presencia de un extraño barquero que, a partir
del reclamo de Villa, notación que el registro historiográfico registra como
cierta, habrá de conducirlo por un perturbador deslizamiento espacio temporal
premonitorio de la muerte que acecha, arteramente agazapada detrás de la
traición. Una suerte de voz en off se
pregunta, ¿nos pregunta?, o, en todo caso, permite que nosotros mismos
problematicemos la construcción discursiva acerca del cuestionamiento o la interpelación
que alude ¿a quién se pregunta o quién pregunta? O, en todo caso, ¿a quién
pertenece esa voz que reclama con insistencia por ciertos episodios un tanto
oscuros del pasado histórico? Reiteradamente,
el relato discurre acerca de los momentos más relevantes de la vida del
general Ángeles puntualizando al propio tiempo los hechos o momentos de la
Revolución en los que le tocó desempeñarse, aludiendo a ellos como mera
referencia. Se percibe una fuerte intención persuasiva en el enunciado que
procura instalar en el lector respuestas de tipo perlocutivo. Está ausente, de
todos modos en esta obra, la actitud fuertemente inquisitiva que destacamos en
la lectura de Madero, el otro, aspecto que –entendemos- resulta significativamente
relevante. En ambos registros notamos
la presencia de un narrador que rompe las barreras tradicionales, ésas que de
algún modo acotan su función específica para interesar aspectos novedosos
respecto del hacer diegético. Como podemos ver, esa voz hegemónica de la
tercera persona que contaba desde un orden sapiencial insoslayable, ha
desaparecido definitivamente en estos escritos pero sin recurrir a la parodia.
Dicho esto
de otra manera, estas marcas constituyen, desde nuestra perspectiva de lectura,
el aura fantástica que se instala en estos registros asediados siempre por una inquietante focalización que separa a
las novelas de Solares de las expresiones que ubicamos dentro de los
constructos de fin de siglo y que incorporan el plano histórico referencial a
sus narraciones, focalizado desde una óptica claramente transgresora. Al propio
tiempo, la escritura se despoja con absoluta libertad del modelo clásico[10]
para incorporar diseños innovadores[11],
más acordes con las miradas críticas que instalaran con tanto éxito los
registros del siglo XX. De todos modos la obra del escritor mexicano implica,
entendemos, una nueva vuelta de tuerca en las formalizaciones que incorporan a
sus obras los planos referenciales, referidos en todos los casos a un
pasado definitivamente cerrado y
clausurado.
El tercer registro referido también al ciclo de la
revolución, el último en ser publicado, el único que alude a un acontecimiento
antes que al personaje histórico responsable de los hechos que se narran,
refiere un episodio protagonizado por los hombres de Pancho Villa y el asalto a
la ciudad norteamericana de Columbus. Publicada en 1996, desde esos registros
que llamamos memorias, permite que el narrador recomponga desde el presente ¿de
la taberna? ¿desde ultratumba?, episodios de su vida pasada que finalizaron con la incursión de los
hombres de Villa a territorio norteamericano. Lejos nuevamente de lo
históricamente verificable y mucho más cercano a lo presumiblemente posible, el
relato parece armado con la finalidad de recordar, una y otra vez, dirigido a
circunstanciales escuchas las alternativas de uno de los episodios que el
pueblo mexicano considera altamente significativo: el haber logrado hollar,
aunque sea una vez y con magros resultados, el territorio gringo.
El discurso insiste en la dificultad de recuperar
los hechos históricos por medio de la memoria cuya fragilidad pone de manifiesto esa insuficiente facultad
para rescatar acontecimientos del pasado. Este desorden de los recuerdos
proviene del momento en que “empieza uno a tentalear en las tinieblas de la
vejez se le enredan los recuerdos y no hay manera de sacarlos en orden. Aunque
eso de poner orden en los recuerdos suena como a disecar pájaros. Ya ni
siquiera estoy muy seguro – asegura el narrador - de que las cosas hayan sido
tal y como las digo, pero también eso qué más da”[12].
Los recuerdos no permanecen inalterados a lo largo del tiempo; es una facultad
de la memoria cambiarlos, atraparlos, subvertirlos, magnificarlos,
minimizarlos, en suma transformarlos según su voluntad o su deseo. Y esto tanto a los hechos históricos como a
aquellos otros que aluden a su vida
anterior o a su amor por Obdulia, antes de la traición.
De este
modo los registros recuperados fluctúan, como en las novelas anteriores de
Solares, entre lo históricamente exacto y el proceso de anamnesis que se pone
en juego para actualizar ese pasado histórico que el discurso procura
actualizar. Ese narrador memorante rescata tanto los acontecimientos que se
incorporan desde el nivel referencial como los acontecimientos que tienen que
ver con la propia vida y con su iniciación
amorosa y sexual.
La torsión hacia una supuesta “verdad histórica” no
es una preocupación que desvele al novelista. Antes bien, cuando deba elegir
entre lo verdadero y lo ficcional se inclinará indefectiblemente por lo que más
y mejor se acomode a las exigencias de
la prosa y no necesariamente por un ajuste preciso al subtexto histórico de
base ni a los niveles extratextuales referenciales, en tanto esta elección o
inclinación hacia lo ficcional le facilite al lector la comprensión de la
Historia misma. En todos los casos la recuperación de pasajes de lo testimonial
referencial juega dentro de un discurso que oscila entre lo real histórico y
una prospección hacia lo que conocemos como relato fantástico, con marcas que
acentúan en el relato ciertas características del género, esto es, cuando se
rompen las viejas estructuras realistas para bordear la cuenca de lo
sobrenatural o para señalar su irrupción en lo histórico y la extraña
contaminación de un discurso otro, significativamente distante, por el modo
mismo de ser contado, a cargo de voces no ajustadamente responsables ni
canónicamente consagradas.
El final de la novela plantea un interrogante: ¿a
quién van dirigidas las confesiones del narrador?, ¿quién es el destinatario
del relato?, ¿qué oculta o qué sugiere esa presencia difusa que se escurre ante
la mirada del propio narrador y a quien –aparentemente- los recuerdos estaban
dirigidos tal como la constante apelación a un personaje que escucha el relato
nos hizo suponer? ¿quién es ese supuesto periodista que se constituye en el
receptor de esas memorias de un pasado reconstruido desde el fondo de los
recuerdos, desde un oscuro narrador de cuya entidad el lector también se ve
impelido a dudar? ¿Por qué causa Solares construye la diégesis que procura
rescatar hechos del pasado a partir de construcciones que tienen mucha más
cercanía con los llamados relatos fantásticos, sobre todo en las dos últimas
novelas, que con discursos que procuren rescatar momentos fehacientemente
registrados por la historiografía?. Presencia inquietante la de este oyente que
se oculta, que no responde, que inquieta al lector, al punto de obligarlo a
suponer o a intentar una respuesta otra a los sucesos que están siendo
contados. Nos preguntamos entonces,
¿desde qué lugar los hechos llegan hasta el lector?, ¿desde dónde se formaliza
el proceso de la enunciación que
posibilita la transmisión de un enunciado centrado en ciertos acontecimientos
de la vida del narrador, de su decisión de unirse a las fuerzas de Pancho Villa
y, finalmente, de su participación al ataque de la ciudad norteamericana de
Columbus? ¿Dónde se ubica el “locus” de la enunciación del que hablaba Michel
de Certeau?
Las novelas de Solares aquí estudiadas,
las que si bien como hemos señalado refieren a momentos de la historia del
México de comienzos de siglo, crean un espacio textual inquietante, donde sin
preocuparle al autor el hecho de apartarse de lo históricamente exacto, tampoco
lo intranquiliza el crear un ámbito en
apariencia fuera de la historia y desde allí, desde esa singular
cartografía, formular construcciones
que remiten a hechos y a personajes de la revolución que, por otra parte, religan a los tres relatos con un difuso, no
cronológico, fantástico e inquietante pasado histórico.
N O T A S.
[1] Ignacio Solares. Madero, el otro. México, Editorial Joaquín Motriz, 1989.
[2] Ignacio Solares. La noche de Ángeles. México, Editorial Diana, 1991.
[3] Ignacio Solares. Columbus. México. Alfaguara, 1996,
p. 59.
[5] Renato Prada Oropeza. La constelación narrativa de Ignacio Solares. México, Colección
Ensayo, 2003, p.41 y 122. En este
significativo trabajo acerca de la obra de Solares señala el autor la presencia
de elementos “insólitos” en las novelas presuntamente “historicistas” del autor,
para concluir con el hecho de que éstas no se encuentran exentas de la
codificación de “fantásticas”
[6]
Cfr. Lucien Dällenbach. El relato
especular. Madrid. Literatura y
debate crítico – 8,1991; Victor Bravo. Los poderes de la ficción. Venezuela, Monte Ávila Editores, 1993, p. 190.
[7] Para Danto, la Historiografía sólo puede
hablar de los hechos del pasado en forma explicativa, nunca predictiva; en la
novela, por el contrario, como ocurre con estos escritos de Solares se predica
en forma anacrónica acerca de ciertos hechos con la intención de obtener efectos
que iluminan tanto el presente como el futuro. Cfr. Aída Nadi Gambetta
Chuck. “El género memorias en las últimas novelas de Ignacio Solares”. En: Cuadernos del Cilha, n° 6, Mendoza, F.F.y L., U.N.Cuyo, 2004.
[8] Ignacio Solares, Madero, el otro, Ob.
Cit.
[9]
Arthur Danto. Historia y narración. Ensayos de filosofía analítica de la historia.
Barcelona, Ediciones Paidós, 1989. pp. 54-55. C. Beard. “That Noble Dream”,
p.324, citado por Danto, señala el hecho de que si bien la historia de cada
período abarca todos los hechos implicados, no obstante ello tanto la
documentación como la investigación son siempre parciales. La historia, tal
como fue en realidad (…) o no se conoce o es incognoscible.
[10] Recordemos
que estudiosos de la talla de Amado Alonso, Fernando Alegría, Enrique Anderson
Imbert, y José Zamudio habían ya pronosticado el ocaso de la Novela Histórica a
fines del siglo XIX y principios del XX.
Entendemos a la luz de la proliferación de las nuevas escrituras que
aludían, en todo caso, al paradigma decimonónico, correspondiente a la llamada
novela tradicional o clásica.
[11] Se observa, por el contrario, como ha
sido ya observado por un importante número de estudiosos, sobre todo en las dos
últimas décadas, un reverdecimiento del género que se formaliza a partir de una
nueva mirada marginal, periférica y crítica
que por otra parte plantea un nuevo modo de incorporar la referencia al
plano de la ficción.