Sinfonía
ensayística: “Tiempos mexicanos” de Carlos Fuentes Vila,
María del Pilar |
Quiero partir de la valoración de
un presupuesto que a veces es visto como impedimento para otorgarle al
ensayo el estatuto de obra literaria: la condición de discurso atravesado por
un sinfín de datos circunstanciales, por su incompletud, por circular por
regiones inciertas, por difuminar límites, por estar surcado de opiniones
subjetivas e incluso señales autobiográficas.[1]
Estos aspectos vistos como obstáculo para definirlo son los más relevantes
y los que le otorgan un carácter desafiante porque el lector se enfrenta
con una multiplicidad de ideas que –a pesar de no permitir resolver el
“enigma del ensayo”– le da un poderoso marco de reflexión. Por otra parte,
cuando los ensayistas provienen del campo de la literatura, los textos se
tiñen de un tono altamente estético, desplegando diversas posibilidades de
mirar y describir el mundo para reclamar, a su vez, la mirada reflexiva del
lector.
El ensayista mira el presente de
modo crítico y relee el pasado con la autoridad que le otorga su voz en
tanto partícipe directo de los hechos cuestionados o compartidos, asumiendo
un compromiso con lo que dice, con lo que lee y con su propio pensamiento.
O para decirlo en términos de Liliana Weinberg: el ensayo nunca es neutral
puesto que despliega el punto de vista de quien no oculta su posición frente
a lo postulado, básicamente porque se propone interpretar el mundo. A
su vez, el carácter de texto inconcluso, fragmentario o “segmentado”
(Ortega y Gasset) constituye tal vez el rasgo más apasionante de un discurso
que busca conmover, emocionar, impactar pero también desplazar puntos de
vista, lugares de lectura, posiciones filosóficas. Procura, en síntesis,
revisar viejos temas a la luz de nuevas miradas, apelando siempre a la atención
creativa del lector.
La voz del ensayista, su obra, sus
vínculos, su historia personal se instalan en el ensayo, atestiguando esta
operación mediante una fuerte presencia del yo que se inscribe en la
conciencia de quien expone sus ideas, “sus convicciones a título personal”
(Arenas Cruz; 1997:383). En alguna medida, hace profesión de la condición de
autoridad para abordar determinados temas. Con más precisiones en algunos
casos, más veladamente en otros, pero evitando la ambigüedad, el
ensayista apela a la competencia del lector, reiterando que no se puede
cerrar definitivamente ningún tema. Impulsa a pensarlo “como una escritura
de crisis y crítica de las condiciones de la cultura.”[2]
Esta operación consigue unir conceptos –que pueden tener su origen en el ámbito
privado y, en algunos casos, dotados de una alta emotividad– con otros dominados
por el intelecto expresando el modo en que se desnudan las pasiones dejando
a la vista cierta familiaridad para incursionar por los temas tratados.
La
revitalización de tópicos trabajados por el ensayo de principios de siglo
XX permite considerar que en los escritos a partir de los años setenta se
estaría frente a una torsión de esos temas, en particular debido a la necesidad
de revisar entre otras cuestiones, las atinentes a lo identitario. En esta
línea se inscriben algunos ensayos de Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa o
Carlos Monsiváis.
El ensayo “Tiempos mexicanos”
forma parte de Nuevo tiempo mexicano
de Carlos Fuentes[3], libro que desde el prólogo explicita
la intención que persigue el autor: aunar pasado y presente para poder
entender el futuro. Las remisiones a nombres provenientes del campo de la
literatura, de la historia nacional mexicana e incluso del campo de la
economía, de la política y del ámbito mediático marcan el propósito del autor
por presentarse como quien puede hablar de política sin ser político, de historia
sin ser historiador, de economía sin ser economista. O como sostiene de Montaigne,
habla de algo que no es de su total incumbencia aunque lo hace con detenimiento
para así “sondear el vado”.
La condición de escritor de
Fuentes adquiere una dimensión muy clara y precisa: sus deudas literarias
están presentes, su obra también. El modo de argumentar habla de esa
condición. Sobrevuela en todo el libro una idea eje: México como “nación
orgullosa de su historia, de su modo de construir una mezcla multiétnica
diferente de sus vecinos del norte y del sur”.[4]
“Tiempos mexicanos” está organizado
a la manera de una sinfonía, tal como indican los subtítulos. Éstos marcan
la estructura del ensayo, proponiendo una guía de lectura, organizando y
conduciendo al lector a partir de los movimientos musicales, los que permiten
enfatizar cada uno de los temas desplegados en las distintas partes,
indicando –al mismo tiempo- el progreso en la información. El ensayo abre
con Presto, apartado que incluye la
única mención a un yo identificado con el autor a partir de la mención a la
fecha de nacimiento. El yo se borra y con él toda referencia al mundo privado
para hacer presente a lo largo de todo el ensayo el mundo intelectual del
ensayista. Los datos demográficos incorporados adquieren relevancia porque se
relacionan con las pérdidas de territorio y con una nueva forma de colonización
del siglo XX, otorgándole a la información un grado interesante de “credibilidad”.
José L. Gómez-Martínez considera que “[e]l valor del ensayo no depende del
número de datos que aporte, sino del poder de las intuiciones que se vislumbren
y de las sugerencias capaces de despertar en el lector” (p. 38). En este
caso, las referencias contribuyen al propósito de dotar al ensayo de una
credibilidad casi irrefutable.
Muchas voces resonarán en
“Tiempos mexicanos”, aunque en rigor, y pese al nosotros que lo atraviesa, hay un claro director quien va
marcando los ritmos e imponiendo el orden de discusión, confirmándose
una vez más que “el ensayo es inseparable del ensayista”. La advertencia de
Presto o allegro ma non troppo indica que, pese a tomar temas ya discutidos,
ofrece una visión diferente, en particular aquellos vinculados con los
aspectos nacionales. Weinberg sostiene que “el ensayo es creación dentro de
una tradición, es interpretación y crítica, es despliegue de simbolización y
conceptualización”.[5]
Fuentes parece responder a esta premisa. La tradición está presente y su
inscripción en el ámbito nacional queda explicitada con las referencias
a la tradición machista, a la relación con la iglesia, al reconocimiento y
valoración de la cultura popular. La historia se revisa, pero ahora se
incrusta en un campo más amplio que el nacional. Invita a traspasar la
historia menuda, la patria chica e ingresar en una zona mayor en la que es
posible establecer otras relaciones. La comparación se transforma,
pues, en un procedimiento privilegiado y los términos elegidos de modo
casi excluyente son México y Estados Unidos.
Al mismo tiempo, menciona
circunstancias similares acaecidas en países europeos, dejando así, a la vista
uno de los rasgos centrales del ensayo: es un texto que busca la polémica,
lo hace apelando a un fuerte contenido ideológico, “buscando la hondura
de la crisis […] para tomarle el pulso a la época” (Foster; 2004:32). Se desliza
entre lo narrativo y lo reflexivo, incorpora información sostenida por el dato
certero y verificable y encuentra en otras disciplinas el fundamento para el
desarrollo del tema que lo ocupa. Apela a preguntas retóricas para reforzar la
intención polémica contribuyendo a lograr el efecto de “exponer lo ya pensado
con distinto artificio.”[6]
Sin embargo, a diferencia de lo que sostiene Gómez-Martínez (1981:55), este
ensayo no está escrito “al correr de la pluma” sino que hay una cuidadosa
selección lexical y temática y una organización en la que no se ha
desatendido al aspecto estético. Fuentes privilegia su condición de escritor.
Emplea un lenguaje notoriamente poético y postula cancelar la idea de que
en América Latina se escribe poesía y novela y no se da lugar para el pensamiento.
El momento de alto nivel estético es cuando se refiere a la concepción de
la muerte en el mundo mexicano (p. 202), instancia en la que el lector advierte
el verdadero contenido de lo escrito. (Gómez-Martínez; 1981:55) No sólo
recurre a la tradición popular sino también a la poesía: “Todos tendremos que
ir al lugar del misterio”, dice un poema indígena, y Fuentes lo reivindica
para agregar: “Si la muerte es inevitable, no puede ser mala. Pero, ¿es
necesario apresurarla, vale más morirse, “no vale nada la vida”, como dice una
canción popular?” (p. 202), logrando el momento de mayor valoración de esta
concepción al definir a México como “país sagrado”. Poesía indígena, canción
popular, religiosidad conforman un marco rotundo para señalar cómo es el
México actual en un claro gesto de revisión y hasta fortalecimiento
identitario. Refuerza esta línea de pensamiento al hablar de “el largo viaje
hacia la muerte”, instancia vivida por los mexicanos como un momento único
en el que se aúnan el “homenaje, respeto, tristeza y humor negro”. Es también
cuando el ensayista marca categóricamente su pertenencia a ese mundo y al
mismo tiempo reafirma la diferencia, en particular, (aunque hable de
“otras culturas”) con el mundo norteamericano al que se refiere con una marcada
ironía: “la cultura mexicana también invade los Estados Unidos de
mil maneras; lengua, cocina, sexo, familia, religión, literatura, imagen.
¿Acabarán las figuras hispanoaztecas de la muerte por avasallar una violencia
norteamericana carente de símbolos?” (p.210)
Busca generar un efecto dialógico
pero apelando a un lector partícipe de una comunidad que comparte inquietudes
semejantes: “Nos debatimos hoy entre una saludable identidad entre la nación y
su cultura, y los dos hechos que la amenazan” (p. 204) En este marco, no
vacila en recurrir a la advertencia:
Desgraciadamente, esa situación
puede cambiar dramáticamente si en México permitimos que se acentúe la
creciente diferencia entre un norte cada vez más moderno, impulsivo,
descentralizado, autosuficiente e informado, y un sur miserable, esclavizado,
sin horizontes, en el cual el trabajador cafetalero o el de los aserraderos
gana un dólar diario y la porción de alcohol necesaria para mantenerlo contento
pero embrutecido. (p. 205)
México ocupa un lugar central en
la argumentación: historia, revolución, democracias, relación con AL y
con USA, conquista y colonización. Ingresar en el mundo moderno es, además, explicitar
la relación desigual entre USA y México. El ensayista se posiciona frente a
este hecho con la autoridad que tiene para advertir el peligro y, al mismo
tiempo, para dar una alternativa o una solución (“Sólo puede superarla la
justicia social y la política democrática” p. 205) El tema nace, pues, de una
preocupación del ensayista por pensar, por expresar su inquietud, gesto que
rápidamente se transforma en la intención de poner en valor este aspecto,
esperando una respuesta por parte del lector.
Avanza con la información para
emplear una construcción de alto contenido imperativo “Es tiempo de hablar
de ciudadanos”. Los verbos copulativos
se cargan de significación: “es un desafío no sólo de México, sino de toda
la América Latina”, una vez más su país ingresa en el contexto latinoamericano.
Desplaza los problemas mexicanos a todo el continente y reafirma que lo
individual (mexicano) es en realidad colectivo (latinoamericano). Andante, titulo de este apartado adquiere, pues, significación. ¿No
estamos, entonces, frente a una de las funciones centrales del ensayo cual es
la de “sugerir al lector”, a ese lector que necesariamente debe estar
dispuesto a proyectar en su mundo lo que el ensayista le dice? Liga el
presente con ciertos rasgos atávicos de los mexicanos: el machismo y el
gineceo, el peso de la iglesia ante el control de la natalidad.
En Allegro maestoso se detiene en la ‘modernidad’ mexicana y aquí
arremete contra quienes tras inscribirse en ese concepto olvidan la esencia
de la mexicanidad. Con tono reivindicatorio y desplegando marcas
valorativas, sostiene que “[e]l genio de México consiste en salvar los valores
del progreso sin dejar de afirmar el derecho al misterio, el derecho al asombro
y al autodescubrimiento inacabable” para rematar con una autocita “Pues el
orden, escribí hace mucho, es la antesala del horror” (p. 207). Este yo asume
el papel de crítico y juez con respecto a las situaciones elegidas para discutir.
Invita al lector por un lado a repasar lo que él ya ha dicho y no deja resquicio
para no adherir a la propuesta, en tanto hay una clara presuposición de que el
lector sabe de qué se está hablando. La identidad latinoamericana es el
punto de análisis que sostiene parte de la argumentación observándose,
frente al tratamiento del tema, una doble dirección: la ya trabajada y
discutida relación margen/centro y una relectura de la tradición como un
modo de resignificación de los orígenes y del tema identitario. Al mismo
tiempo, la puesta en escena de la literatura como zona proveedora de un
espacio de reflexión para cuestiones no siempre literarias permite
visualizar la historia intelectual del ensayista-literato y su contexto
sociopolítico.
Una vez más, su propio trabajo es
traído al texto recurriendo a procedimientos retóricos que apelan a la
atención del lector:
Es […] la pregunta que he tratado
de contestar a lo largo de este libro, sucesor de un Tiempo mexicano que publiqué en 1972: un nuevo tiempo mexicano y
cuya “novedad” es tan verdadera como ilusoria. Baste pensar, por una parte, en
los cambios visibles y profundos ocurridos en estos veinte años. Pensamos
también, sin embargo en las permanencias, profundas, también pero invisibles.
(p. 206)
Lejos de restarle autenticidad al
planteo, esta afirmación refuerza su posición frente a la búsqueda, a la
convocatoria para pensar cuál es el lugar que le corresponde al país y al continente.
La adversidad es el factor que se transforma en el elemento distintivo de los
mexicanos en la medida que les permite disponer de toda su creatividad y
fuerza para ser superado. Los aspectos que el mundo central considera disvaliosos
son destacados por el ensayista. Todo el ensayo se orienta a marcar lo que
unifica y dota de homogeneidad al mundo mexicano pero, al mismo tiempo, valida
la existencia de diferencias y presenta las tensiones como elementos también
cohesionantes. De algún modo está presente el oximoron que sostiene al
concepto de América Latina: la unidad en la diversidad.
Fuentes despliega sus
conocimientos, tanto del mundo literario como del político y desgrana observaciones
con respecto a la historia en las que no están ausentes las consideraciones
acerca de la revolución mexicana. “Sí, somos más que los calendarios. No
cabemos en ellos” (p. 211) sostiene de modo contundente en un intento de
ampliación de la mirada, de abandono del estereotipo para así, invitar a
nutrirse de otras imágenes.
Nuevos ensayistas asoman, como en
los primeros años del siglo XX, para pensar la nación desde otro lugar y con
otro proyecto: el mundo que se describe es uno marcadamente contradictorio
pero también fructífero, es un mundo que puede aportar al mundo central y
hegemónico que puede dialogar con quienes concentran el poder y pueden ser,
también, centros de poder desde otros campos: la filosofía, la música, la
poesía. Los viejos y siempre actuales temas reaparecen. La post modernidad,
el ingreso de un país latinoamericano a un ámbito más amplio, la forma de
vincularse con otro, dominador y central y los puntos de contacto y distanciamiento
son ejes relevantes de este ensayo. La sólida organización permite al
lector encontrar en ella puntos de inicio para la reflexión, desde el presente
pero teniendo a mano de manera precisa el pasado, tiempo que se hace presente
vivo para, de esa manera, pensar el futuro.
“Tiempos mexicanos” muestra el
proceso del pensamiento del ensayista y lo liga con su propia producción
intelectual, dejando a la vista una voz que se siente autorizada para
narrar su historia y la de América Latina, para pensar en un tiempo de refundación
donde se puede hacer visible que “sólo así, todos los días, fundaremos un
nuevo tiempo mexicano” (p. 211).
OBRAS CITADAS
Arenas
Cruz, María Elena Hacia una teoría
general del ensayo. Construcción del texto ensayístico, Cuenca: Ediciones
Universidad Castilla-La Mancha, 1997
Foster,
Ricardo “La artesanía de la sospecha: el ensayo en las ciencias sociales” en Sociedad Nº 223, Facultad de Ciencias
Sociales, UBA, Buenos Aires, otoño 2004, pp. 31-43
Gómez
Martínez, José Luis Teoría del ensayo,
Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 1981.
[1] Weinberg, Liliana, “Para una nueva lectura del ensayo” – mimeo, s/fecha.
[2] Casullo, Nicolás, “La in-quietud del alma” en Marcelo Percia, Marcelo (compilador) Ensayo y subjetividad, Buenos Aires: Eudeba, 1998, pp. 29
[3] México: Aguilar, 1995. Se cita por esta edición.
[4] García Canclini, Néstor, Latinoamericanos buscando lugar en este siglo, Buenos Aires: Paidós, 2002, p. 11.
[5] En “Presentación”, Ensayo, simbolismo y campo cultural,
México: UNAM, 2003, p. xiii.
[6]
Nicol, Eduardo, citado en Gómez-Martínez,
José Luis, Teoría del ensayo,
Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 1981, p. 54.