Horacio
Quiroga: lo estético, lo narrativo y lo visual Utrera,
Laura Lorena |
La maravillosa técnica que representó
el cine en sus inicios, confrontó con las ideas que de ese arte tuvieron muchos
intelectuales. Fundamentalmente con aquellos que pretendían un contacto
diferente con las bellas artes. Aquéllos que no podían aceptar “lo masivo”
imbricado en la proyección de un film. El cine para muchos logró -en un
principio- robarles sólo una socarrona sonrisa.
Horacio Quiroga[2]
no ocupa un lugar dentro de esta despreocupada perspectiva, todo lo contrario,
es capturado por la impronta fílmica al tiempo que logra su posicionamiento
crítico frente a esta irrupción. En la revista Atlántida, el 10 de agosto de 1922, escribe un artículo muy interesante,
“Los intelectuales y el cine”, donde deja bien aclarada su postura:
“Acaso el intelectual cultive
furtivamente los solitarios cines de su barrio; pero no confesará jamás su debilidad por un espectáculo del que
la cocinera gusta tanto como él, y el chico de la cocinera tanto como ambos juntos.”[3]
Quiroga no sólo logra ver una imagen muda en movimiento
sino un valor nuevo que nace a partir de un enfoque original, trasladándolo a
sus ficciones, que desde 1918 van a desviar su curso para encontrar finalmente
otras orillas, gracias a un concepto estético de imagen que se traduce en su
posición de narrador.
Es así como una nueva sensación surge del
enfoque de su mirada, y Quiroga la construye por medio de una anotación. Él
propone, a través de un discurso claro y autónomo, la adjetivación de ciertos
filmes, como así también, su compromiso con elementos claves que conforman el
alcance de la película. El posicionamiento de los ojos, la expresividad de los
gestos, el ordenamiento e interrelación entre secuencia y texto, el cotejo
entre teatro y cine, son algunos de los problemas que intentará resolver o por
lo menos que conformarán el núcleo recurrente pronto a develar. Notas compuestas
por numerosas publicaciones realizadas en El
Hogar, Caras y Caretas, Atlántida y en La Nación respectivamente, que aluden a ciertos aspectos que
conmueven al escritor y que lo aventuran a configurar las primeras críticas
sobre cine (nacional e internacional, con predominio del internacional).
Proponemos en esta lectura un enfoque
que llamaremos: “experiencia narrativo-estético-visual”.
o
Lo narrativo tiene estrecha relación
con el tipo de nota al que nos vamos a enfrentar. Una nota corta, esencialmente
periodística, concisa y clara en la que ciertos matices provocarán su distinción
y su individualización. Algunos de estos matices son: actores y actrices de
Hollywood; Griffith y sus películas; argumentos de nuevos estrenos (y la queja
de Quiroga vinculada a la lentitud con que llegan los filmes norteamericanos a
la Argentina, la mala traducción de sus títulos, lo comercial de algunas
productoras, etc.[4]); el cine;
el cine y el teatro; entre otros. Estos matices actúan como excusa narrativa y
Quiroga va a moldearlos de manera que obtendrá como resultado una anotación
donde primará la figura de un escritor por sobre la del crítico, lo que no
significa que éste desaparezca.
Son múltiples las líneas de conexión
que hay entre las notas y su producción literaria a partir de 1918. Logra, por
ejemplo, firmar algunas de sus notas al pie con el seudónimo El esposo de Dorothy Phillips, personaje
que Quiroga creó en el cuento “Miss Dorothy Phillips, mi esposa” -Guillermo
Grant- y que traspasa la frontera del género para ser parte de ciertas
garantías que se estarían brindando a partir del momento en que aparece ese
seudónimo como firma de autor. Además, Guillermo Grant es un personaje migrante
ya que lo encontramos por ejemplo en otro de sus cuentos: “El Espectro” y “El
vampiro”.
Conjuntamente, lo narrativo tiene que
ver con los ejes temáticos por los cuales atraviesan sus cuentos. El amor, los
espectros, la locura, la muerte, la imagen, el ámbito cinematográfico, los
fantasmas y los vampiros funcionan como vínculo entre cada ficción y cada nota.
Es indudable que la presencia de la voz
de un artista se destaca por sobre los ejes, las temáticas y las películas a
las cuales remiten sus notas. Determinados giros estilísticos subrayan y
afirman la comunión entre una evolución totalmente visible de estilo -en sus primeros
cuentos, los ecos de un diálogo permanente con Poe, Kipling, Chejov, Goethe,
Hudson y otros, son evidentes y demuestran su línea modernista, decadente y
sobre todo fantástica- y su posición de escritor de notas que va descubriendo
en el cine nuevos elementos que enriquecerán el concepto de imagen alcanzado
hasta entonces en la literatura. Quiroga va a utilizar por un lado, los temas
clásicos del romanticismo y por otro explorará
una narración formal de nuevo tipo[5]
que estrecha lazos con el lado
siniestro de aquéllos temas. Al tiempo que descubrirá una renovada ubicación
del espacio y del tiempo que atraviesa el cinematógrafo (“...la tecnología
del cine indujo a pensar que todo era posible” Sarlo,
1996:1280) y que sacude al texto
transformando su valor primero, -heredado de grandes cuentistas- en verdaderas
ficciones donde el sello Quiroga será ineludible.
Además de todas estas cuestiones, hay
un dato que no debe encapársenos, y es la posición de Horacio Quiroga como
narrador de cuentos. Este lugar logró en él una capacidad potencializada, no sólo
en sus relatos, sino en sus notas en general y en cada uno de los ensayos en
particular. Es decir, aquellos en los que demostró cierta habilidad en el
momento de sentarse a escribir un cuento agrupados en, por ejemplo, “Los trucs
del perfecto cuentista”, como también en las incursiones -mencionadas- que hace
en el ámbito de lo cinematográfico. Hay una suerte de amalgama entre la maraña
de conceptos que se desprenden de sus relatos y de sus críticas. Y en esta
amalgama conviven supuestos subjetivos, talento de narrador y un nuevo modo de
ver que se desprende de su actitud o aptitud frente al cine.
o
Lo estético -relacionado tanto con lo
narrativo como con lo visual- es el atributo mejor alcanzado por Quiroga.
Hay algo renovador que parte de la
estética del cine y llega a su mirada crítica y él lo captura en la trama de
sus cuentos, casi como acto inconsciente. Este algo puede tener que ver con sus
ideas acerca de la actitud realista, la cual persigue, alcanza y practica.
Quiroga nos dice que su contacto con el cine es a partir del influjo de la
imagen en movimiento, de las imágenes como espejos que refractan el alma, de la
fuerza vital del cine, de su incursión en la técnica.
El realismo es el motor de cada
nota que conduce al relato para hacerlo
decir lo que la imagen imprime en la visión del autor, en la que lo pluridimensional,
en su choque con el papel, recobra vitalidad en imágenes transformadas en
palabras. Y donde existe el convencimiento
de que un drama cinematográfico debe ser como un cuento en acción.[6]
Si atendemos a estos presupuestos, en
muchas de sus ficciones Quiroga juega con ser uno de los personajes. Un caso
significativo es la figura de Guillermo Grant. ¿Hay ecos de Horacio Quiroga en
su figura?:
“Yo pertenezco al grupo de
los pobres diablos que salen de noche del cinematógrafo enamorados de una
estrella” (“Miss Dorothy Phillips, mi esposa”, 1919:436)
“Siendo como soy, se
comprende muy bien que el advenimiento del cinematógrafo haya sido para mí el
comienzo de una nueva era...” (“Miss Dorothy Phillips, mi esposa”, 1919:
437)
“Habíamos
pasado dos años sin vernos con Duncan; él, ocupado con sus trabajo de cine, y
yo con los míos de literatura.” (“El espectro”, 1921:543)
Esta posibilidad de mostrar al mundo
como sucede en la vida -ideal estético varias veces formulado por el narrador-
es la que en sus relatos va a adquirir una dimensión fantástica.
Dentro de lo descriptivo de su lenguaje,
y aquí estamos pensando en la posibilidad de un lenguaje técnico, Quiroga no
habla de montaje, éste no va a ser un
tema directamente explotado por el narrador, sino más bien que, van a aparecer
ciertas apreciaciones como las que tiene para con la gestualidad y con el
encuadre de la cámara, que hacen las veces de conceptos técnicos.
El montaje es el recurso técnico
operativo del cine y Quiroga no lo obtuvo como tal sino más bien, se quedó con
la instantánea de la imagen y con el uso del primer plano.
Quiroga dice con un lenguaje llano -en
lo que compete al lenguaje técnico estrictamente- carente quizás de recursos
que harían más provechosas cada una de aquellas apreciaciones. Y es en esta
carencia donde se manifiesta el cruce y la fusión de matices entre las notas y los
cuentos. Entonces, espectros que viven en el cinematógrafo cobran vida cuando
cada noche se proyecta el film en el que actuaron; donde un hombre común
hipnotizado por los ojos de una estrella hollywoodense logra enamorarla y
convertirla en su esposa (aunque sea sólo un sueño); o donde un amor, entre un
hombre casado y una actriz, se hace posible o se legitima gracias al
atrevimiento de la muerte.
o
Lo visual trabaja con muchos
materiales que no solo atienden a presupuestos teóricos sino que parten de la
lente de la cámara filmadora. Allí las imágenes quedan presas y demuestran su
vida a partir del momento en el cual una nueva proyección se lleva a cabo.
“La vi, era ella siempre,
mirándome... pero sobre el rostro había un velo blanquecino que en vano traté
de corregir. Los ojos, sobre todo; un velo pálido que nublaba su mirada” (“El retrato”, 1910: 989)
Pero lo que sí es cierto es que estos
espectros -o auras benjaminianos- son por el sólo hecho de ser visibles. John
Malcovich en Nosferatu le dice a
William Dafoe -que interpreta al vampiro- : “lo que no está dentro del cuadro
no existe”. Esta frase responde al ansia del director de la película de ficción
-interpretado por John Malcovich- de poderr captar el asesinato del vampiro y
poder tener la instantánea de la muerte.
Creemos que la existencia de la
realidad se desprende del efecto de la captura fílmica. Y justamente será allí,
donde Quiroga se siente a contemplar los semblantes, las expresiones y los argumentos
que le servirán como materia constructora de imágenes. La instantánea y el
instante, que se encuentran dentro de
una cámara, construyen conceptos que derivan en gestos de un escritor
obsesionado por lo real.
Lo visual, elemento presente en cada
nota y trasladado a los cuentos -y viceversa-, trasciende su narrativa realista
enfocando su atención en secuencias fantásticas que irrumpen en la realidad
hasta el momento alcanzada. En el cuento “El Retrato”, lo fantástico irrumpe en
la tranquilidad angustiosa de la pérdida; frente al suceso de la muerte, el
protagonista intenta colmar esa ausencia con la inmortalidad de un retrato:
“El chico me preguntó qué iba a hacer; le dije que miraría fijamente...
Revelé, y su imagen, la de Edith, apareció nítida, sonriente, radiante de
vida... pero con los ojos dirigidos al muchacho... Éste la había visto dos o
tres veces apenas, y seguramente había mirado como yo... Y bastaba a
revivirla... El ínfimo cariño que pudiera haberle tenido a ella la revivía...” (“El
retrato”, 1910: 987).
En este cuento, que fue escrito en
diciembre de 1910, se muestra algo muy particular. Teniendo en cuenta que sus notas
datan de 1918, podemos suponer que Quiroga tenía en su haber muchas ideas
acerca de la imagen en movimiento ya en 1910.
En primer lugar, es cierto -y acordando
con Beatriz Sarlo- que “El retrato” de Quiroga dialoga con “El retrato oval” de
Poe, pero además de esto, hay algo original que asoma y que aloja ciertas
sombras de lo nuevo de su narrativa. Si cotejamos ambos textos, lo saliente es una
inversión de roles –que responde quizás, a cuestiones de estilo- , es decir, mientras
que en el texto de Poe el arte de una pintura le roba la vida a la retratada, siendo
la pintura la vida misma (“esto es verdaderamente la vida misma”[7]); en el de Quiroga, Edith tiene que morir para que por
medio de una fotografía se la pueda revivir. O mejor aún, el recuerdo amoroso
de la viva imagen que Kelvin tenía en su memoria, proyectado sobre la lámina,
logra la impresión de la imagen fotográfica. ¿Es que acaso la memoria de Kelvin
actúa a la manera del cinematógrafo?
En segundo lugar, se produce un tratamiento
diferente del espacio y del tiempo. Ambos hablan de un pasado, en ambos lo “extraño”
es el elemento que sobresale; pero mientras que en “El retrato oval” lo maldito
del arte parece robar la vida, en “El retrato” se la devuelve por intermedio de
un recuerdo. Cuando ese recuerdo se torna sórdido la imagen va tomando el
aspecto de esa impresión. En el primero, el robo de la vida es de una vez y
para siempre; mientras que en el segundo, el cómo se recuerda genera vida o
muerte.
El ansia del novio por recuperar la
viva imagen de su amada se traduce en un movimiento casi cinematográfico, ya
que la imagen sonríe, corre su mirada al encuentro de los ojos del otro y va
menguando en relación con su espectador. Es decir la foto cobra vida, al tiempo
que prosigue con el supuesto romántico de la vida después de la muerte. Creemos
que en “El retrato” varios son los elementos innovadores que Quiroga demostrará
en algunos de sus cuentos.
[1] Citado en Piglia,
Ricardo, “Narrar en el cine”, en Crítica
y Ficción, Buenos Aires, Ediciones Siglo Veinte. Universidad Nacional
del Litoral, p.17.
[2] Aunque de manera
diferente (actitud que no compete al siguiente trabajo) también, Jorge Luis
Borges y Roberto Arlt publicaron notas sobre el cine. El primero en la revista Sur entre 1931 y 1945 [recopilados por
Edgardo Cozarinsky en Borges y el cine
(1974)]. El segundo, compilado en el volumen Notas sobre el cinematógrafo (1997).
[3] Quiroga, Horacio, “Los
intelectuales y el cine” en revista Atlántida,
citado en Arte y lenguaje del cine, Estudio
preliminar a cargo de Carlos Dámaso Martínez, Buenos Aires, Editorial Losada S.
A., 1997, p. 286.
[4] En cuanto a este aspecto,
Quiroga, no sólo expresa su postura rígida y exigente en las Notas, sino que
también se la puede observar en sus ficciones: “Dentro de un mes o de un año, ello llegará. Sólo nos inquieta la
posibilidad de que Más allá de lo que se ve estrene bajo otro nombre,
como es costumbre en esta cuidad” (“El
espectro”, 1921).
[5] Sarlo,
Beatriz, ed. cit., p. 1281.
[6] Ob. cit., p. 26.
[7]
Poe, Edgard Allan. “El retrato oval” en Páginas escogidas. Buenos Aires. Editorial Need, 1997, p. 140.