LA APROXIMACIÓN HERMENÉUTICA
Dra.
Tornero, Angélica |
Al
hablar de formación de “latinoamericanistas” es ya problemático. Podemos
referirnos, por lo menos, a dos situaciones; por una parte, a individuos que
realizan estudios formales, de grado y posgrado, en las universidades,
siguiendo programas hechos a partir de modelos aceptados en el contexto
internacional, sobre todo actualmente. Por otro lado, podemos aludir a la
formación continua de individuos que se dedican profesionalmente a los estudios
de literatura latinoamericana, mediante cursos de actualización o, simplemente,
a estudiosos que siguen su formación de manera autodidacta. En cualquiera de
las situaciones descritas, destacan, por lo menos, dos objetivos generales:
conocer la tradición de la literatura latinoamericana, las variaciones,
combinaciones, relaciones, diacrónica y/o sincrónicamente, y conocer los
enfoques teóricos y metodológicos a partir de los cuales se puede reflexionar
sobre estos productos de la cultura.
Como se observa, esta breve descripción
es ya problemática. Las nociones empleadas —y el paradigma en el que se
insertan— parten de cierta concepción, estructurada con base, por un lado, en
el modelo eurocéntrico de las humanidades, de lo cual, como dice Edward Said,[1]
somos poco concientes, y, por otro, en una ideología cientificotecnológica,
siguiendo la distinción hecha por Habermas. Es decir, la noción misma de formar
estudiosos de la literatura, está radicada en una concepción que consideramos
natural, cuando se trata de una construcción histórico-social que sujeta
nuestras formas de conocimiento y nuestras prácticas. Las estructuras
curriculares diseñadas en la mayoría de los departamentos de literatura de las
universidades latinoamericanas están basadas en este modelo: textos canónicos,
grandes teorías, profesores que cuentan con autoridad, reconocidos por
distintas razones: son viejos, tienen poder, han sido considerados como grandes
pensadores,[2] siempre
dentro de este mismo paradigma.
Esta observación no apunta a sugerir sencillos
cambios de metodología; por ejemplo, transitar de propuestas estructuralistas a
posestructuralistas o a enfoques de la estética de la recepción o la pragmática.
Intenta ir más allá y cuestionar las formas de reproducción del modelo mismo,
por parte de los especialistas en literatura latinoamericana en formación y
formados, y los modos de inserción dialógica[3]
en una realidad otra, de la cual no emanó la propuesta. Se pretende continuar
con el cuestionamiento que se ha venido haciendo desde hace tres décadas, por
lo menos, pero que aún no encuentra solución satisfactoria en muchas
universidades, sobre los criterios de elección de las obras, el sentido del
canon, periodización, modelos teórico-metodológicos, entre otras cuestiones.
Sería imposible, desde luego,
reflexionar en este breve espacio sobre todos los aspectos mencionados. Mi
interés, en esta ponencia, radica en compartir algunas meditaciones iniciales[4]
sobre las posibilidades de la hermenéutica en la formación de estos
especialistas. Un supuesto recorre esta reflexión: la hermenéutica ofrece a los
estudiosos de la literatura latinoamericana, además de condiciones para
producir saber en el campo de su especialidad, posibilidades de prefigurar su
comprensión del mundo y su propia autointerpretación, al entrelazar al sujeto
no sólo como existente, sino como sujeto de lenguaje, sujeto lector, sujeto
responsable (que responde) a las mediaciones culturales, en este caso, los
textos literarios.
Podemos preguntarnos porqué si hace
sólo un momento se criticó el modelo eurocéntrico, se acude a una propuesta
desarrollada por pensadores europeos. Expresaré aquí las razones que en este
momento de mi formación puedo elaborar. Primera, comienzo —y digo comienzo
porque este es sólo un punto de partida— por la fenomenología hermenéutica,
desarrollada por Paul Ricouer, porque encuentro en esta aproximación filosófica
un resquicio, una posibilidad de pensar la formación de los estudiosos de la
literatura latinoamericana de manera distinta: desde nuestro
modo-de-ser-en-el-mundo, para encontrarnos, a partir del otro, en nuestras
distinciones. Es decir, me parece que, a diferencia de las perspectivas
críticas de la literatura, radicadas en enfoques autoteleológicos, vigentes
durante las primeras seis décadas del siglo XX, e introducidas en los programas
universitarios que han formado varias generaciones, las aproximaciones
fenomenológicas y hermenéuticas, estas últimas no sólo regionales, sino
generales, nos conducen al complejo proceso de re-crearnos en los textos
literarios latinoamericanos, re-conocernos, re-valorarnos como sujetos
existentes, histórica y socialmente constituidos. Segunda razón, me parece que
estos enfoques, por lo menos algunos de los componentes de los desarrollos de
este autor, no son nuevos, no son inéditos, no porque otros autores
occidentales los hayan abordado, sino porque apelan a algo originario del ser
humano: estar en el mundo comprendiendo (y comprendiéndose), a través de
diferentes aproximaciones al conocimiento, de diversas epistemologías y
metodologías.
Este enfoque nos ofrece una oportunidad distinta.
No se trata de sugerir el abandono de las aproximaciones teórico-metodológicas
a los estudios literarios ni de intercambiar epistemología por ontología o
teoría crítica por hermenéutica. El mapa se hace complejo: la comprensión no
radica en una ontología, no se trata de que los particulares se reduzcan a
universales; implica epistemología, crítica de las ideologías y, desde luego,
posición política e histórica.
La apuesta de Paul Ricoeur consistió en desarrollar
una hermenéutica general en la que se incluyeran discusiones fundamentales de
la fenomenología y la hermenéutica, sobre todo de las propuestas
contemporáneas. Mediante sesudas reflexiones, al mismo tiempo se aproxima y
toma distancia de Schleirmacher, Dilthey, Husserl, Heidegger, Gadamer. La
propuesta de una hermenéutica general, que se aleja de las regionales, la
bíblica, la jurídica, la literaria y sus implicaciones de orden epistemológico
y metodológico -propuesta hecha ya por
Heidegger y Gadamer-, ubica a Ricoeur en el terreno de la ontología. No
obstante, el filósofo francés no ha cancelado de un plumazo —como quizá lo hizo
Heidegger— consideraciones hechas por Dilthey en relación con la comprensión y
la explicación, y el estatuto epistemológico de estas hermenéuticas regionales,
como tampoco canceló la hermenéutica ontológica de Heidegger o la propuesta de
Gadamer. Antes, retomó y reelaboró a partir de estos autores, y muchos otros,
en un intento por destacar la importancia de algunos elementos de los distintos
desarrollos.
Destaca, para los efectos de esta reflexión, la
discusión que el filósofo francés establece con Dilthey, relacionada con la
dicotomía explicación-comprensión, y el planteamiento del texto literario como
poder ser y la crítica de las ideologías.
En cuanto al primer punto, para Ricoeur, no se
trata de establecer una dicotomía, como tampoco de insistir en el desarrollo de
una epistemología de las Geisteswissenschaften.
Según el filósofo, se trata de sustituir la dicotomía por una dialéctica más
sutil, entendida como “consideración según la cual explicar y comprender, no
constituirían los polos de una relación de exclusión, sino los momentos
relativos de un proceso complejo que se puede llamar interpretación”.[5]
El filósofo francés utiliza tres teorías para
desplegar esta dialéctica: teorías del texto, teorías de la acción y teorías de
la historia. Su intención al emplear estas tres teorías, lo menciona él mismo
al inicio de “Explicar y comprender”, consiste en no desplegar su propuesta
sólo en una semiótica del texto, sino avanzar hacia una antropología
filosófica.[6] Por razones
de espacio y tiempo, aquí sólo abordaremos lo relativo a las teorías del texto.
La observación hecha por Ricoeur, en este sentido, indica el peso que las
teorías lingüísticas y literarias tuvieron en la configuración de su
hermenéutica, en este caso, en el despliegue de la dialéctica entre explicación
y comprensión, que le hizo superar la propuesta ya anota por Dilthey. Esto no
significa que nosotros, estudiosos de la literatura, podamos ubicar la
propuesta de Ricoeur al lado de hermenéuticas de cuño explícitamente literario,
desarrolladas, por ejemplo, por Szondi, Hirsch, Jauss o Iser. Tampoco significa
que debamos olvidar esta propuestas. Lo que quiere decir es que Ricoeur
encontró en las ciencias lingüísticas y literarias el anclaje que Dilthey no
halló para radicar su hermenéutica, para poder negar que los procedimientos
explicativos de las ciencias humanas provengan del campo vecino de las ciencias
naturales.
Para los analistas, podría decirse, aquellos
estudiosos de la literatura formados en la tradición teórico-analítica, el
texto, apunta el filósofo francés, es una máquina de funcionamiento puramente
interno al cual no habría que plantearle ninguna pregunta, ni el origen, del
lado del autor, ni el final, del lado de la recepción, ni el espesor del texto,
ni el sentido.[7] Desde esta
perspectiva, en nombre de la objetividad del texto, la explicación elimina toda
relación intersubjetiva e instaura o privilegia la relación sujeto-objeto para
explorar el texto literario. El conocedor de las “grandes teorías” podrá,
entonces, realizar un extraordinario análisis a partir de una red conceptual o
de un sistema determinado, pero omitirá una consideración fundamental: la
narración —en el sentido operativo de la palabra— es la acción que abre el
relato al mundo, donde desaparece y se consuma.[8]
Esta apertura es la contrapartida del cierre del relato frente al cual se
instala el semiólogo para fijar el significado. Y es precisamente la operación
narrativa la que conduce a la comprensión. Esto supone considerar que es
siempre alguien quien recibe, hace suyo, se apropia del sentido.
Todo esto
no quiere decir que Ricoeur privilegie la comprensión. Entre explicación y
comprensión se despliega el mundo del texto, el significado de la obra, el
mundo de los trayectos posibles de la acción real; dice el filósofo francés,
“al sujeto se le pide que se comprenda ante el texto en la medida en que éste
no está cerrado sobre sí mismo, sino abierto al mundo que redescribe y rehace”.[9]
El estudioso de la literatura latinoamericana
cuenta, entonces, con propuestas metodológicas, ámbito de la explicación, para
explorar los textos literarios, pero, al mismo tiempo, no puede escapar a
ser-en-el-mundo como lector del mundo del texto, a ser sujeto lector, no
románticamente hablando, a partir de una la relación psicológica autor-lector,
sino en la apertura del texto, posible por la operación de la narrativa.
Mediante una aproximación hermenéutica, el estudioso de los textos literarios
hace algo más que analizar el texto: comprende y se autocomprende en su
circunstancia social e histórica. Antes de reflexionar sobre las posibilidades
de lo hasta aquí mencionado, desarrollaremos el segundo punto anotado arriba.
A
propósito de ese segundo asunto, relacionado con la crítica de las ideologías,
deseo destacar inicialmente una experiencia personal. Hace algunos años
presenté en un foro análogo una ponencia referida a los estudios culturales. Me
parecía que los supuestos de estos enfoques daban cabida a la inquietud de
varios de nosotros relacionada con los procesos acelerados de dinamización del
espacio de lo diverso cultural, que rebasaban la comprensión del fenómeno en el
campo propiamente de la racionalidad institucional.[10]
Estoy aún convencida de ello, no obstante, me parece, la posición de una
crítica cultural radical, relacionada con la crítica de las ideologías o en el
marco de ésta crítica, no tiene porqué entrar en conflicto con la hermenéutica.
La hermenéutica, anota Ricoeur, se dirige hacia la
crítica de las ideologías. Veamos de qué manera. Como se había dicho ya, un
mundo se despliega delante del texto. A diferencia de la hermenéutica
romántica, que habla de la intención oculta que debe buscarse detrás del texto,
en la hermenéutica ricoeuriana, el mundo se despliega delante de él. Ricoeur
dice en este sentido: “el poder del texto de abrir una dimensión a la realidad
incluye, en su principio mismo, un recurso contra toda realidad dada y, por
ello mismo, la posibilidad de una crítica de lo real”.[11]
El texto poético, como poder ser, abre un mundo
delante del texto, mediante su estrategia discursiva principal, que consiste en
suspender la referencia del lenguaje ordinario y la apertura hacia una
referencia de segundo grado. Con la poesía, dice Ricoeur, la ficción es el
camino hacia la redescripción o la creación, en términos de Aristóteles, de un mûthos (ficción para Ricoeur), es el
camino de la imitación creadora.[12]
Es decir, las ficciones redescriben la propia acción humana. La primera manera
como el ser humano intenta comprender lo diverso del campo práctico es la de
procurarse una representación ficticia de él.[13]
El lector va, así, del campo de la acción, al
discursivo de la ficción y vuelve a sí mismo después de un rodeo por el texto.
Este lector se encuentra perdiéndose, por la función del distanciamiento,
condición de la comprensión.[14]
En este sentido, la comprensión es tanto apropiación como desapropiación. Si
esto es así, una hermenéutica no puede oponerse a la crítica de las ideologías.
“Esta crítica es el rodeo necesario que debe hacer la autocomprensión para que
pueda formarse por la cosa del texto y no por los prejuicios del lector.[15]
La hermenéutica y la crítica de las ideologías
tienen su lugar; no se trata de confundir, sino de sinergizar o dialogizar las
propuestas, observarlas en su complementariedad. La hermenéutica recuerda a la
crítica de las ideologías que el hombre puede proyectar su emancipación y
anticipar una comunicación sin trabas y sin límites sólo sobre el fondo de la
reinterpretación creadora de las herencias culturales.[16]
Para finalizar, podemos destacar de
estas reflexiones dos asuntos medulares. La primera distinción aquí expuesta
entre explicación y comprensión, concretamente lo relativo a la explicación, no
anula la posibilidad de las teorías lingüística y literaria en la formación de
los especialistas en literatura latinoamericana; éstas se convierten en anclaje
epistemológico de las ciencias humanas. Pero, por otro lado, al no agotarse el
proceso lector en la explicación, sino ir hacia la comprensión mediante la
operación narrativa y con ello a la autocomprensión, el estudioso está en
posibilidades de ir hacia su sí mismo a partir de las obras de su cultura, no
mediante una relación de identificación, sino de distanciamiento y desde su
ser-en-el-mundo. Esto último supone que se está en condiciones no sólo de limitarse
a dominar teorías literarias y metodologías, y reflexionar los textos
literarios a partir de ellas, sino también en posibilidad de descubrir “la
identidad de su otro”, es decir la ipseidad que constituye a la alteridad.[17]
En este mismo sentido, pero ahora en relación con
el segundo punto, al enfrentarse al poder ser del texto, este estudioso de los
textos latinoamericanos descubre una realidad otra, que lo distancia de sí
mismo y le permite, mediante este movimiento, cobrar conciencia de otro modo de
sí. Este descubrimiento, presupone, como se indicó antes, una crítica a las
ideologías.
Este movimiento convierte la práctica de la crítica
y de los estudios literarios en un ejercicio complejo de dinamización del
sujeto lector, en el que no sólo se desmenuzan los textos. El estudioso que se
enfrenta a los textos de su cultura, aún cuando todavía hoy eche mano de
teorías eurocéntricas, está en posibilidad de criticar estas mismas teorías,
criticar la ideología subyacente en los textos al comprender autocomprendiéndose,
al aperturarse a su otro de sí. Pero no sólo eso, me parece que está también en
posibilidades, es decir, en poder de descubrir aquello que las redes
conceptuales y los sistemas de cuño occidental, que ahora forman ya parte de
nuestra tradición, han aportado a nuestra comprensión del mundo, la forma como
nos han modificado y las oportunidades que tenemos para re-crearnos,
re-conocernos y re-valorarnos. Mediante esta perspectiva podríamos incluso, en
un momento dado, discutir los supuestos mismos de esta hermenéutica e intentar
constituir una propuesta desde nuestra posición ya descubierta.
[1] Edward Said, The world, the
Text, and the Critic, Cambridge,
Harvard University Press, 1983.
[2] Edward Said, op. cit., p. 37
[3] Esta noción
se entiende aquí en el sentido de Bajtin. Cfr. M Bajtín, The dialogic imagination, Ed. Michael Holquist,
Austin, University of Texas Press, 1992.
[4] Estas reflexiones forman parte de una investigación más amplia en curso.
[5] Paul Ricoeur, “Explicar y comprender”, en Del texto a la acción, México, FCE, 2002, p. 150.
[6] Ibid, 151.
[7] Ibid, p. 153.
[8] Ibid, p. 155.
[9] Ibid, p. 156.
[10] A. Tornero, “La nueva crítica cultural: su carácter antifundacional y sus posibilidad”, en Memorias del Segundo Congreso Internacional de Literatura sin Fronteras, México, UAM, 1999, p. 127.
[11] Paul Ricoeur, “Hermenéutica y crítica de las ideologías”, en op. cit., p. 340.
[12] Ibid., p. 340.
[13] Paul Ricoeur, “La imaginación en el discurso y en la acción”, en op. cit., p 205.
[14] Gadamer empleó el concepto de distanciamiento en el sentido de alienación. Cfr. Verdad y método, Madrid, Sígueme, 2003. Ricoeur introduce una noción positiva y productiva del distanciamiento. Cfr. “La función hermenéutica del distanciamiento”, en op. cit.
[15] Paul Ricoeur, “La función...” en op. cit, p. 110.
[16] Paul Ricoeur, “Ideología, utopía y política”, en op. cit., p. 344.