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La reescritura del mito y la leyenda como invitación al espacio a-lógico

Lic. Secreto, Cecilia
Universidad Nacional de Mar del Plata

        

Una de las primeras construcciones de la noción de pensamiento lógico se remonta a la idea previa (en el orden cronológico, necesario para construir una posible historia del pensamiento) de pensamiento mítico. Aquello que tan claramente hemos conceptualizado respecto del paso del  Mitos al Logos.

         Muchas definiciones y reformulaciones se han dado para intentar explicar en qué consiste el pensamiento mítico.  Luis  Cencillo sostiene que:

         “En los mitos se decanta, pues, una reflexión análoga a la reflexión filosófica, sólo que impersonal y milenaria. Y en esto reside la diferencia esencial entre los contenidos profundos del  mito y los de la filosofía; además, en el sistema filosófico todos los elementos proceden o pretenden proceder de una reflexión racional y formalizada, mientras en los sistemas míticos actúan elementos transracionales, procedentes  tal vez de experiencias especialmente cualificadas, o de carácter poético, en su función expresiva de intuiciones privilegiadas.

         En el progreso lento e irreversible del despertar y del poseerse de la conciencia humana, los contenidos más valiosos y pregnantes de la misma van siendo amalgamados en conjuntos expresivos, que se ramifican y se proyectan dinámicamente en la vida colectiva, y participan de la grandeza supraindividual, de la ubicuidad significativa y de la estricta normatividad del lenguaje. El mito ... es, ante todo, lenguaje ...” (1)

         Ahora bien: ubicamos al pensamiento mítico como un estadio previo al del pensamiento lógico. Hemos asimilado, no sin problematizaciones, al pensamiento lógico como aquel tipo de pensamiento que da cuenta ¿racionalmente? de sus afirmaciones. ¿Pero qué sucede cuando las elucubraciones de este tipo de pensamiento “genera monstruos”, es decir, construcciones tan aberrantes y estratificantes como las elaboradas en el estadio anterior?

         Para dar cuenta de los comportamientos femeninos la mitología ha puesto ante nuestros ojos a Pandoras, Penélopes, Circes, Perséfones, Medusas, entre otras. Cada una de ellas estereotipo unívoco de la complejidad femenina.

         Por otro lado, la Razón Patriarcal y Falocéntrica, cuyo espacio de producción se ha dado dentro del ámbito filosófico del pensamiento “lógico”, propone otra galería imaginaria, cuyo poder y fuerza de estratificación y esencialización ha llegado, desde la Edad Media hasta nuestros días.

         Guy Bechtel resume en un libro esta idea diseminada en un centenar de historiadores, semiólogos y estudiosos de diversa índole, todos ellos revisionistas de las imposiciones de sentido.

         En Las cuatro mujeres de Dios, la puta, la bruja, la santa y la tonta  Bechtel  expone y sintetiza, a partir de la lectura de textos religiosos, cómo estas cuatro imágenes de mujer son las únicas posibles para abarcar el universo de la diversidad femenina durante el transcurso de la Edad Media, período de consolidación de la Iglesia.

         Señala en el Prólogo:

         Para terminar con la madre

         El catolicismo, aunque lleve algún tiempo jurando lo contrario, nunca ha apreciado demasiado a la mujer. Siempre ha sospechado que era portadora de todo tipo de taras. Generalmente la ha representado bajo cuatro formas, y sólo cuatro: como una libidinosa, como una compañera del diablo, como una imbécil y, en raras ocasiones, como una santa, si bien algo molesta” (2)

         Estos cuatro mujeres de Dios, imagen inscripta dentro de las construcciones imaginarias de la razón patriarcal y lógica han ido adquiriendo, a lo largo del correr de los siglos, un status mítico, representativo de un orden simbólico impuesto. Al decir de Jung, “imágenes arquetípicas: formas o imágenes de naturaleza colectiva que toman lugar en toda la Tierra, que constituyen el mito y que al mismo tiempo son productos autóctonos e individuales de origen inconsciente” (3)

         Tal es así que el escenario de la Edad media, a lo largo de sus interminables 1001 años, ha dado lugar a la construcción de un imaginario que, nacido bajo la aparente luz de la lógica, ha adquirido status mítico. Es decir, nos encontramos ante la escenificación no representada del paso del  Logos al Mitos.

         Sus interminables mil años de afianzamiento del cristianismo, de herejías, de luchas religiosas, de guerras de poder, de Inquisiciones, han fecundado el espacio propicio para el cultivo de “figuras” que se irán fortaleciendo con el correr de los siglos. Lo sagrado y lo profano, el bien y el mal, el pecado y la virtud, el Paraíso y el Infierno, los fieles y los infieles, son algunos de los pares binarios que cobrarán un sentido nuevo durante este período. Junto a esta división del mundo se irán conformando figuras que ora aceptarán, ora repudiarán el orden impuesto, se insertarán en él o lo rechazarán.

         Todas estas imágenes, figuras estereotipadas, se ven sometidas, dentro del contexto de la Posmodernidad, a un juego deconstructivo que desbarata los límites del sentido fijo que el mito les ha impuesto, experimentan el pasaje de una visión Una a una visión Otra. Es así que, algunos textos, dentro de las producciones posmodernas, recurren a la deconstrucción de las figuras estereotipadas por los discursos medievales (y/o legendarios), portadoras de un sentido mítico-unívoco, ellas se verán sujetas a una revisitación que las inscribe en un espacio a-lógico, fuera de las posturas de la razón patriarcal.

         La Posmodernidad, desde el gesto de la revisitación y la reescritura retoma, deconstruye, los géneros, los estereotipos, los sentidos violentados, hibridándolos, custionándolos, infinitesimándolos.

         Dentro de estos juegos de visitas e invitados, la reescritura vuelve a problematizar, entre otros, la mirada sobre el fantástico tradicional. Los mitos y las leyendas se insertan, desde la teoría clasificatoria de los fantástico de Todorov dentro de lo maravilloso. De hecho, sabemos que, sobre todo a partir de Borges, no hay otro género que no sea fantástico, otra literatura que no sea fantástica.

         Las novelas elegidas dialogan con intertextos pertenecientes a la leyenda y al mito, pero van más allá de posibles clasificaciones referidas a lo fantástico. Permanece  e interesa del imaginario fantástico su nivel simbólico, espacio de intercambio que abre el pasaje  para reescribir lo imaginario y hacer referencia al plano de lo real.

 

Ursula: ¿una virgen histérica es un oxímoron?

 

-          Tú no lo amas- pontificó. Tú sólo amas esa región desconocida de ti misma que desearía amar. Por eso tus movimientos son ambiguos. Te alejas, pero prometes volver. No rechazas su propuesta de matrimonio, le pones condiciones. Utilizas el viaje como coartada, esperando que la nevegación te revele algo que no sabes.

María Negroni: El sueño de Ursula (4)

 

 

         Felicidad. Muerte. Deseo. Palabras inaugurales de El sueño de Ursula, la novela de María Negroni. Epígrafes que introducen a la dimensión trágica de este sueño: el espacio de la insatisfacción y la falta. Reconocer la felicidad en el instante en que muere, en el acto de su desaparición, implica, irreversiblemente, el reconocimiento de lo “demasiado tarde”, que es también la instancia de la rebeldía como respuesta al Malestar en la Cultura.

         La novela presenta al viaje (en su nivel simbólico) como espacio de borde entre la huida y la persecución, el sufrimiento y la felicidad, el miedo y el éxtasis, la pérdida y el hallazgo (y la pérdida).

         La historia se teje sobre la urdimbre de una leyenda medieval del siglo X, pero al mismo tiempo esa urdimbre permite entrelazar voces y referencias que van y vienen en el tiempo. Se trata de una historia que remite a un tiempo mítico, improbable, incierto, quizás una ilusión, un tiempo que es todos los tiempos, y a una situación que es eternamente repetida y paradojal: la huida como búsqueda y encuentro, pero también pérdida y quietud.

         Alrededor de Ursula otras once mujeres irán añadiendo experiencias, voces e ideologías diferentes, cada una de las cuales es “modelo femenino”, es fragmento del “collage”, es intento de unidad y al mismo tiempo de la diferencia de lo diferente. Todas ellas “mujeres”, no alcanzan a dar una visión de lo que la mujer es, rompen con la cosmovisión patriarcal de que la mujer es una e igual (a lo sumo cuatro, como hemos visto al inicio de este trabajo). Rompe con la jerarquización binaria de indiviuo y especie. En todo caso la mujer es individuo participante de la experiencia genérica, pero también de la diferencia.

         La Bruja, la Bella, la Vidente, la Resentida, la Consejera, la Virtuosa, la Dolorosa, la Amante, la Pecadora, la Irredenta, la Poetisa, la Magistra en Docta Ignorancia: facetas de la virginidad. Todas ellas rodean a Ursula, como pedazos del espejo partido en once mil pedazos (se dice que las vírgenes eran once mil).

         El sueño de Ursula, anclado dentro de la tradición medieval, es también proliferación de discursos, de leyendas, de géneros. Es tejido discursivo que se arma a partir de la reescritura y revisitación de los géneros y voces que hacen a la Tradición Literaria: a) Visitación  del cuento de hadas. b) Visitación de las andanzas de caballería c) Visitación de la epopeya y el relato de viajes d) Visitación del universo borgiano.

         Así, Ursula es la princesa virgen que escapa al deseo de su príncipe sembrando huellas, esperando el rescate. Anhela el final feliz y lo repudia. Reniega de ser el objeto de deseo de Aetherius, busca oponerse al mandato masculino. A esta virgen rebelde e histérica se unen una madre ausente y un padre pusilánime que “arrojan” a Ursula a emprender el viaje.

         El viaje de Ursula agrega un nuevo motivo épico: se trata de la epopeya sin genealogía, de la epopeya silenciosa/silenciada de las vírgenes que atraviesan los mares en una oscura nave en busca de (a diferencia de los Argonautas que tenían en claro su objetivo: el velloncino de oro) no-se-sabe-qué, “algo” que contradiga a la Razón. El viaje es escritura de la identidad femenina que nombra el miedo y el éxtasis, es retorno a lo que está olvidado, a la búsqueda de lo innominado (lo que ha escapado a lo simbólico), regreso a lo materno y esencial, búsqueda de la quietud, sentido de lo inaugural.

 

La mujer habitada: el ciclo de devenir.

 

                                               La novela moderna, como la tragedia griega, celebra

                                     el misterio de la destrucción, que en el tiempo es la

                                     vida. El final feliz es satirizado justamente como una

                                     falsedad; porque el mundo tal como lo conocemos,

                                     tal como lo hemos visto, no lleva más que a un final:  la

                                     muerte, la desintegración, el desmembramiento y la

                                     crucifixión de nuestro corazón con el olvido de las formas

                                     que hemos amado.

                                               Joseph Campbell (5)

 

                  

         ¿Qué es lo que habita a la mujer? ¿Qué implicancias tiene hablar de la mujer habitada? Todo habitamiento conlleva una usurpación, una alineación, un desalojo, un dejar de ser uno para pasar a ser otro, u otros. Estar habitado es estar habitado por lo diferente, por aquello que no es extraño. Estar habitado es dar espacio a lo desconocido, es ceder lugar a lo que no es propio y conciente. Estar habitado es romper con el orden de la mismidad y unicidad para abrir las compuertas de lo multívoco, lo plural, lo inconsciente.

         ¿Qué es lo que habita a la mujer de La mujer habitada? Voces del pasado, la historia silenciada, una genealogía de mujeres guerreras, los gritos de la sangre, el llamado de la revolución. Un naranjo, la savia de la tierra usurpada, la memoria compartida y perdida y finalmente recuperada.

         Inmersa en los oleajes de un tiempo cíclico, aludiendo a los mitos de la metempsicosis, La mujer habitada narra la historia de las versiones de la Historia, reconstruye la historia de los vencidos, presta voz al pasado indígena centroamericano en el personaje de una mujer guerrera devenida (Deleuze) en naranjo. El libro se inicia con una cita de Eduardo Galeano, correspondiente a los mitos de los indios makiritare:

         “Rompo este huevo y nace la mujer y nace el hombre. Y juntos vivirán y morirán. Pero nace nuevamente. Nacerán y volverán a morir y otra vez nacerán. Y nunca dejarán de nacer, porque la muerte es mentira” (6)

         No existe la lógica de un tiempo lineal, sino que, al contrario, la negación de la muerte abre el juego de posibilidades de transformaciones y devenires, y la conciencia de mundos pasados, mundos que también han sido nuestros, se    adentra en la protagonista a través de un “elixir”, un vaso de jugo de naranjas.

         Cuerpo que se ha hecho tierra, tierra que se ha hecho árbol, árbol que ha dado sus frutos, frutos de los que se extrae jugo, líquido que se esparce en el cuerpo, se hace sangre, se torna conciencia, reconocimiento, revolución.

         Dentro de las categorías de devenir que señala Deleuze, existe la posibilidad del devenir revolucionario (además de los ya sabidos devenir planta o animal). Siempre dentro del orden de los mayoritario a lo minoritario. La indígena-guerrera-revolucionaria deviene árbol. El árbol-mujer provoca en Lavinia el devenir revolucionaria. Devenir que colabora con la idea de un tiempo cíclico y de las nociones de identidad y pertenencia.

         Lavinia comienza a “encontrarse consigo misma” a partir del momento en que bebe el jugo del árbol de su casa. Este camino de encuentro la comunica con su historia personal, pero también con la historia de una genealogía de mujeres  con y en las cuales se irá reconociendo a medida que el estado de conciencia empieza a actuar en ella, para mostrarle quién es dentro de este plan donde la muerte no existe.

         “En su tiempo lineal, se unen los acontecimientos por medio de la lógica. No sabe  que me temblaron las hojas antes de que las sacudiera con el largo palo de madera. Pensé que todo se habría consumado cuando cayeran las naranjas sobre la hierba. Pero no. Me encontré viéndome en dos dimensiones. Sintiéndome en el suelo y en el árbol. Hasta que me tocaron sus manos comprendí que, sin dejar de estar en el árbol, estaba también en las naranjas. ¡El don de la ubicuidad! ¡Igual que los dioses! No cabía en mí de maravillada (no podía caber en mí, además, tan multiplicada). No había “mí”. Todo aquello era yo. Prolongaciones interminables del ser. Una laguna. Una piedra. Círculos concéntricos interminables, haciéndose y deshaciéndose” (7)

Ursula, Lavinia y la tercera mujer

 

                                               La tercera mujer ha conseguido reconciliar

                                               a la mujer radicalmente nueva y a la mujer

                                               siempre repetida.

                                               Lipovetsky (8)

 

         Ambas novelas analizadas dialogan con mitos, leyendas e imágenes estereotipadas de lo femenino. Ya se trate de leyendas medievales o aborígenes con reminiscencias de otros mitos griegos, los textos proponen una deconstrucción de la imagen de mujer, “siempre repetida”, al decir de Lipovetsky, instaurando como alternativa un nuevo imaginario,  todavía haciéndose: el de la tercera mujer. La Virgen histérica, la aristócrata revolucioanaria, son instancias  posibles que develan un intento de ruptura a la Razón estratificadora y generadora de modelos estereotipados.

         El mito cedió espacio al logos, el logos creó monstruos, propuso otro espacio para la creación de modelos míticos, es decir, el logos no cuestionó sus elucubraciones y estratificó sus violentamientos de sentido. El mito medieval es la cristalización del Logos (en tanto ordenador). De ahí que la deconstrucción del Mito-Logos sólo es posible en el ámbito de lo a-lógico; no ya la Razón sino la Incertidumbre.      

        

Notas

 

1-     Cencillo, Luis: Mito, semántica y realidad Biblioteca de autores cristianos, Madrid 1970, pág 9

2-     Bechtel, Guy: Las cuatro mujeres de Dios: la  puta, la bruja, la santa y la tonta Ediciones B, Argentina, 2001, pág. 7

3-     Jung, C.G. Psychology and Religion Yale University Press, 1938, pág 63

4-     Negroni, María: El sueño de Ursula Seix Barral, Bs As 1998, pág 78

5-      Campbell, Joseph: El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito. Fondo de Cultura Económica, Bs As 1959 pág. 31

6-     Belli, Gioconda: La mujer habitada Emecé, Bs As 1996

7-     Ibidem pág 52

8-     Lipovetsky, Gilles: La tercera mujer Anagrama, Barcelona 1999 pág 12

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