Subjetividad femenina
y experiencia moderna en la poesía de Alfonsina Storni Salomone,
Alicia
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Alfonsina Storni es una poeta de
la que se habla mucho pero no necesariamente con propiedad: si bien cierta
crítica en los últimos veinte años ha hecho aportes valiosos para resignificar
su obra[2],
otras tendencias siguen considerándola una escritora popular o fácil, e incluso
otras rescatan su discurso rebelde pero sin ahondar en sus búsquedas creativas en
términos de lenguajes. Considerando estos antecedentes, el horizonte de la
investigación en que se inscribe esta ponencia apunta a interrogar esos lugares
comunes de la crítica, proponiendo ingresar a la escritura de Storni desde una
perspectiva estética; la que por cierto no puede (y no quiere) estar disociada
de lo ideológico y político. En este marco, elegí trabajar sobre un eje que me
parece central en su producción, como es el vínculo entre subjetividad femenina
y experiencia moderna; una problemática que si bien puede seguirse en los múltiples
géneros abordados por la autora, los que incluyen la prosa y el drama, remitiré
aquí al espacio de su poesía.
La hipótesis que guía esta reflexión
sostiene que la escritura de Storni configura una respuesta particular,
expresada desde una sujeto crítica en términos sexo-genéricos, frente a una
cultura que transitaba conflictivamente hacia la modernidad, como era la
argentina del momento de entreguerras. La experiencia femenina de la modernidad
latinoamericana, según se evidencia en los textos de muchas escritoras, suele ser
compleja y contradictoria pues, si bien ciertos discursos estimulan en las
mujeres la emergencia de deseos emancipatorios, por otro lado, ellas
experimentan una y otra vez los límites que el androcentrismo impone a sus
posibilidades de desarrollo en tanto sujetos autónomos. La poesía de Storni
expresa de modo claro ese conflicto, el que se textualiza mediante la puesta en
escena de configuraciones analógicas e irónicas; las que ponen de manifiesto dos
epistemes contradictorias aunque complementarias, que Octavio Paz identifica en
Los hijos del limo (1974) como dimensiones
copresentes en la trayectoria de la poesía moderna. La analogía se caracteriza
por desplegar una visión idealizada del mundo, que opera bajo el
supuesto de la relación necesaria entre macrocosmos y microcosmos humano, y de
este modo acoge la presencia de la imagen poética y la metáfora. La ironía, en
cambio, mediante el ejercicio racional, introduce en la escritura una mirada crítica,
lo que socava todas las creencias y termina por cuestionar cualquier enfoque de
tipo idealizado.
Resignificando las ideas de Paz desde una orientación teórico-crítica
feminista, sostengo que la visión analógica se manifiesta en la poesía de
Storni como la aspiración de la hablante en pos de un mundo armónico, en el que sería posible conciliar las
diferencias genérico-sexuales, así como las divisiones sociales, culturales o
políticas que separan y enfrentan a los seres humanos. Hay que considerar, sin
embargo, que en esta escritura los sentidos de la analogía no son unívocos: por
un lado, las configuraciones analógicas
aparecen cuando la hablante recupera un discurso tradicional, que idealiza el
lugar de lo femenino en el contexto ideológico patriarcal; por otro lado, sin
embargo, la analogía puede operar en un sentido muy distinto, dando forma a la
aspiración utópica de un mundo transformado, en el que las personas, superando
un pasado de opresiones y dominaciones múltiples, se mostrarían capaces de
liberar todo su potencial humanizante y creativo.
La presencia
de un discurso tradicional sobre lo femenino se hace particularmente visible
en los primeros poemarios de Storni, donde el yo lírico suele estar constreñido
dentro del espacio doméstico; sea en los límites de la casa, en el encierro
nocturno de un cuarto o en un jardín cercado: un hortus
conclusus cuyas rejas establecen una frontera con un mundo exterior que
sólo puede observarse desde dentro.
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En este marco, la hablante se construye en la expectativa
del amor del Otro, en una espera que está determinada tanto por el anhelo
de su presencia como de su mirada o su palabra, a través de cuyos reflejos
ella accede a una imagen de sí misma en tanto objeto de deseo del varón. Las
primeras secciones del segundo libro de Storni, El
dulce daño (1918): “Ligeras” y “Los dulces motivos”, contienen muchos
poemas en los que el discurso analógico sobre lo femenino aparece diáfanamente
representado. En “Sábado”, por ejemplo, la hablante proyecta ese ensueño femenino
que tiene por centro el deseo del amor romántico en un contexto familiar idealizado,
dentro del cual emerge la figura de una joven que, en espera de su amado,
se desplaza entre el interior de la casa y la verja del jardín. En el texto,
la figura femenina es presentada en estrecha vinculación con el mundo natural:
el agua, la tierra, las plantas y las aves, estableciendo esa transitividad
o correspondencia entre los signos mujer y naturaleza que es prototípica en
el paradigma androcéntrico; por su parte, la figura viril, aunque ausente,
es presentada como la portadora de todos los sentidos: “Fijos en la verja
siguieron mis ojos / Fijos. Te esperaba”.
Levanté temprano y anduve descalza
Por los corredores; bajé a los jardines
Y besé las plantas;
Absorbí los vahos limpios de la tierra,
Tirada en la grama;
Me bañé en la fuente que verdes achiras
Circundaban. Más tarde, mojados de agua,
Peiné mis cabellos. Perfumé las manos
Con zumo oloroso de diamelas. Garzas
Quisquillosas, finas,
De mi falda hurtaron doradas migajas.
Luego puse traje de clarín más leve
Que la misma gasa.
De un salto ligero llevé hasta el vestíbulo
Mi sillón de paja.
Fijos en la verja mis ojos quedaron,
Fijos en la verja.
El reloj me dijo: diez de la mañana.
Adentro, un sonido de loza y cristales:
Comedor en sombra; manos que aprestaban
Manteles.
Afuera el sol como no he visto
Sobre el mármol blanco de la escalinata.
Fijos en la verja siguieron mis ojos
Fijos. Te esperaba. (Storni, Obras. Poesía, p. 110)
Si en la escritura de Storni la
analogía muchas veces está al servicio de la inscripción de visiones más bien
tradicionales, especialmente en sus dos últimos poemarios: Mundo de siete pozos (1934) y Mascarilla
y trébol (1938), puede ser el vehículo elegido por la hablante para expresar
construcciones utópicas que, situadas en ese espacio del deseo que para modernos
y modernas está ubicado siempre en el futuro, abren nuevas alternativas vitales
y creativas en un mundo que se quiere distinto. Así, a partir de ellas, la
hablante diseña ciertos cronotopos que operan como referentes alternativos
frente a una realidad que de modo creciente se rechaza. Estos mundos posibles,
creados en el espacio del poema, suelen estar arraigados en territorio americano,
tanto en el continente como un todo o en su sinécdoque, Buenos Aires, una
ciudad que en este marco pierde la connotación negativa que presenta en otros
poemas. En “Sol de América”, un antisoneto de Mascarilla y trébol, la hablante dice:
Cerrada está mi alcoba y yo viajando
por las playas del sueño donde pesco
antiguos mitos y alza una madrépora
su alma futura que escribirá libros.
(El hombre, la cabeza desmedida,
salta en los pararrayos pero añora
su limo blando donde el alma holgada
dejaba hacer al animal primero).
Por su canal estrecho la mirilla
dejó filtrar minúscula una mano
del sol ardiente que sacude el sueño.
Crecido está de luces por su llama
mi cuarto oscuro y golpeando afuera
en su cristal de fuego el Nuevo Mundo. (Storni, 1999, p. 401)
En este texto, la hablante nos
anuncia que ha partido en busca de nuevos horizontes, separándose de ese mundo
construido bajo el imperio de una modernidad que observa con una sospecha que
roza la desesperanza. Su palabra, por otra parte, no se sitúa desde una
racionalidad que ya no la representa: ese personaje masculinizado de “cabeza
desmedida” del que ella se distancia, sino que se posiciona en un terreno
onírico en el que puede desplegar los poderes creadores de la imaginación. A
través de ellos, abandona un encierro de años e inicia un viaje en busca de
otros territorios (“cerrada está mi alcoba y yo viajando”), en cuyo trayecto se
topa con viejas tradiciones y retrocede en el tiempo hasta hallar el “limo
blando”: ese instante primero y armonioso en el que el alma moderna encuentra un
remanso para sus dudas y angustias. Y es precisamente en ese sitio, en esa
“playa del sueño”, donde idea una nueva manera de estar en el mundo, un “alma
futura” que producirá libros en el fluir de una escritura que sólo entonces se
hará posible. El sol que penetra por la mirilla de su puerta, casi duplicando la
pupila de la hablante, y que parece llegar para concluir ese instante de la
fantasía, no lo interrumpe sino que por el contrario lo potencia. Pues ese sol
penetra en su cuarto (o cuerpo) para entregarle, como en una epifanía, esa
visión que ella había perseguido a lo largo de su viaje. Así, un mundo nuevo y
además americano, fecundado en limos propios, emerge como un referente
luminoso, como una posibilidad otra, frente a una idea de humanidad que,
proyectada como un pararrayos en dirección al cielo, ha perdido todo nexo con
la tierra y, por ende, con los sujetos reales que la habitan.
Una vivencia cercana a la anterior
se escenifica en “Autorretrato barroco”, un texto donde la hablante contrapone
una cultura degradada por un racionalismo vacío, y otra que vitalizada en
una naturaleza y un sentir propiamente americanos, se delinea como un potencial
alternativo frente a una tradición que arrastra un cansancio de siglos:
Una máscara griega, enmohecida
en las romanas catacumbas, vino
cortando espacio a mi calzante cara.
El cráneo un viejo mármol carcajeante.
El Nuevo Continente sopló rachas
de trópico y de sud y abrió sus soles
sobre la testa que cambió su acanto
en acerados bucles combativos.
En un cuerpo de luna, tan ligero
que acunaban las rosas tropicales,
un órgano, tremendo de ternura,
me dobló el pecho. Mas, ¿por qué sus sones
contra el cráneo se helaban y expandían
por la burlesca boca acartonada? (Storni,
Obras. Poesía, p.
395)
En
este poema, que se define a sí mismo como un “autorretrato” portador del barroquismo
propio de nuestra cultura de mezclas, las dos matrices que marcan nuestra
experiencia cultural y poética: la europea y la americana, aparecen
[in]corporadas; es decir, disputando cuerpo
a cuerpo, el espacio textual/vital que construye el discurso de la
hablante. De un lado, la herencia europea que, pese a ser un remanente del
pasado, aún domina en su cerebro con una carga racional, impulsando desde allí
un fraseo duro, irónico y sin vida. En el otro, en cambio, nuevamente se
vislumbra un territorio del deseo, ligado a un existir y un decir americanos;
el que si bien no parece definitivamente apropiado por la hablante, se deja entrever
como la condición de posibilidad para articular una subjetividad distinta. Ese
lugar anhelado, mas no habitado por la hablante, se intuye entonces como un escenario
en el que podría abrirse paso una voz rebelde: una escritura sustentada, ya no
en estéticas ajenas y enmohecidas, sino en una enunciación cercana al cuerpo;
la que, acunada en ritmos propios, haría posible una palabra que la hablante
desea enraizada en la sensibilidad y en la ternura.
En,
“Vaticinio”, un poema que abre la sección “Motivos de ciudad”, de Mundo de siete pozos, el deseo transformador
que anima el discurso de la hablante se hace particularmente perceptible:
Un día,
la ciudad que desde arriba
veo,
se levantará sobre sus flancos
y caminará.
Sus grandes remos
de hierro,
moviéndose a un compás
solemne,
avanzarán río adentro
y el agua
los sostendrá.
Con su ancha proa roma,
hecha para calar
en el horizonte
túneles gigantes,
sus selvas de chimeneas,
lanzas negras;
sus nieblas y sus penachos
y su ejército de casas,
ordenado por una
voluntad prevista,
dejará sus húmedos
sótanos coloniales,
y, atravesando el mar,
entrará en la Tierra
gastada y luminosa
de los Hombres (Storni, Obras.
Poesía, pp.
370-371)
En
este poema, diferenciándose de la visión oscura y pesimista sobre la ciudad, que
domina en otros textos, la voz de la hablante asume una tonalidad decididamente
utópica que, articulada bajo una discursividad analógica, se mantendrá sin
fracturas y en un crescendo hasta
concluir en el final del poema. Esta perspectiva está anunciada de manera
explícita en el título del texto: “Vaticinio”, una palabra que proviene del
vocablo latino canere (canto) y que
da origen a vaticinium: una profecía
que es enunciada por el vates o poeta,
quien como intérprete de los agüeros que descifran el futuro es inspirado por
la divinidad.[4] La hablante,
adoptando el papel de profetiza, y situándose a distancia de esa ciudad a la
que observa desde lo alto, augura su transmutación desde el estado en que se
encuentra, hacia otro estadio definitivamente superior. Imagina así un
cronotopos en el que una existencia nueva (ésa que se significa en el texto con
las mayúsculas de “Tierra” y de “Hombres”, y que, sin embargo, no es distinta
de la que habitamos cotidianamente, nuestra tierra a la vez “gastada” y
“luminosa”), encontrará finalmente una oportunidad de ser vivida. La hablante
expresa este deseo en una enunciación larga, que enlaza de manera circular el
inicio y el final del texto, como si llevara en sí el intento de que el poema
fuera dicho de una vez, salido de un solo aliento, a la manera de una palabra
oracular (“Un día, / la ciudad que desde arriba / veo / […] entrará en la
Tierra / gastada y luminosa / de los Hombres”). Esta alternativa de
transformación, una vez más proyectada en el futuro, pasa por la presencia de
un deseo (“una / voluntad prevista…”) que, arraigando en el cuerpo humanizado
de la urbe, hará que ésta se levante desde sus costados. Así, moviéndose en
dirección al este, ese lugar desde donde llega el sol y que, por eso mismo, simboliza
el amanecer y el nacimiento de lo nuevo (una dirección que, al mismo tiempo, la
conduce hacia el agua purificadora y bautismal del Río de la Plata), la ciudad
dejará atrás un pasado del que debe desprenderse: una época signada por las
servidumbres de un pasado inicuo (“dejará sus húmedos / sótanos coloniales”),
para andar una nueva historia, en un mundo en el que será posible redefinir, en
el mejor de los sentidos, el significado de lo humano.
Si el recorrido de la hablante en la poesía de
Alfonsina Storni evidencia una evolución que la lleva desde la dominancia de
una discursividad analógica primera, que alaba un feminilismo tradicional,
hacia el predominio de una analogía tardía, que se toca con el deseo utópico de
crear nuevas simbólicas y nuevas realidades a través de la palabra, el puente
que hace factible el tránsito entre una y otra posibilidad está dado, sin duda,
por la presencia de un pensamiento crítico que se articula discursivamente por
medio de la ironía. Esta instalación, que se insinúa desde un inicio en la
poesía de Storni, que se hace hegemónica en su libro de 1925: Ocre, y que nunca termina de retirarse
del todo de su escritura, le permite a la autora tomar la necesaria distancia
reflexiva frente al orden sociocultural, y producir finalmente esas
subjetividades femeninas alternativas, traducidas en renovadas formalizaciones
escriturales, que se detectan en su poesía tardía. La ironía, no obstante, no
sólo brinda a la hablante una vía para cuestionar y desconstruir racionalmente
aquellas ilusiones primeras, como se observa, por ejemplo, en el poema “Van
pasando mujeres”, de Languidez (1920).
Nací yo sin blancura; pequeña todavía
El pequeño cerebro se puso a combinar;
Cuenta mi pobre madre que, como comprendía,
Yo aprendí muy temprano la ciencia de llorar. (Storni, Obras. Poesía, pp. 242-243)
O en el poema “A Eros”, de Mascarilla y trébol:
Como a un muñeco destripé tu
vientre
y examiné sus ruedas engañosas
y muy envuelta en sus poleas de
oro
hallé una trampa que decía: sexo. (Storni,
Obras. Poesía, p. 395)
La ironía también puede llevar a la hablante
a la exacerbación de su posicionamiento crítico, haciéndola dudar y aún cancelar
el impulso transformador y liberacionista que la alentaba en otros momentos.
Así, en “Agrio está el mundo”, de Mundo
de siete pozos, ella dice:
Agrio está el mundo,
inmaduro,
detenido;
sus bosques florecen puntas de acero;
suben las viejas tumbas
a la superficie;
el agua de los mares
acuna casas de espanto.
Agrio está el sol
sobre el mundo,
ahogados en los vahos
que de él ascienden,
inmaduro,
detenido.
Agria está la luna
sobre el mundo;
verde,
desteñida;
caza fantasmas
con sus patines húmedos.
Agrio está el viento
sobre el mundo;
alza nubes de insectos muertos,
se ata, roto,
a las torres,
se anuda crespones
de llanto;
pesa sobre los techos.
Agrio está el hombre
sobre el mundo,
balanceándose
sobre sus piernas:
A sus espaldas,
todo,
desierto de piedras;
a su frente,
todo,
desierto de soles,
ciego… (Storni,
Obras. Poesía, pp.
341)
En
definitiva, puede afirmarse que esa vinculación íntima, indisoluble y mutuamente
determinante entre analogía e ironía, que Octavio Paz descubre en muchos poetas
de la modernidad, también se hace presente en la poesía de Alfonsina Storni,
configurando una tensión que disputa palmo a palmo el espacio textual que
se construye en su escritura. Su último poema, “Voy a dormir” (1938), como
en una suerte de recado póstumo, nos recuerda precisamente eso. En el momento
de imaginar el deseo más anhelado y tranquilizador para cualquier sujeto:
el retorno a la tierra o al agua primordial, a ese cálido seno materno donde
cesan los sufrimientos del cuerpo y del alma; un descanso que ella imagina
acunado por la armonía celeste de las constelaciones y por los ritmos naturales
que hablan de la constante renovación de la vida, como si se tratara de una
promesa de renacimiento futuro. Ni siquiera entonces la ironía abandona del
todo a la hablante, trayéndole de regreso la presencia del mundo y de sus
contradicciones, así como la irreductible ansiedad que nos atraviesa y que
caracteriza nuestra humana existencia.
Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos encardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación, la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes…
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
Para que olvides… Gracias. Ah, un encargo
si él lama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido… (Storni, Obras. Poesía, p. 600)
Bibliografía citada
Corominas, Joan, 2000, Breve diccionario etimológico de la lengua
castellana, Madrid, Gredos, 3ra edición.
Paz, Octavio, 1998, Los hijos
del limo. Del romanticismo a la vanguardia, Barcelona, Seix Barral, 5ª
edición.
Salomone, Alicia, 2005, Subjetividad femenina y experiencia moderna en la escritura de
Alfonsina Storni, Tesis para optar al grado de doctora en literatura,
Universidad de Chile, Santiago de Chile, inédita.
Storni, Alfonsina, 1999, Obras. Poesía. Tomo 1, Delfina Muschietti (editora), Buenos Aires,
Losada.
[1] Doctora en Literatura Chilena e Hispanoamericana.
Profesora del Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos de la Facultad de
Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. El presente trabajo se
desarrolló en el marco de los Proyectos de Investigación Fondecyt 1040702 y
1040732, así como del Proyecto DI-Universidad de Chile: “Escenas de modernidad:
América Latina, 1910-1950”.
[2] Me refiero en particular a los diversos estudios de Janice
Geasler Titiev, Gwen Kirkpatrick, Francine Masiello, Tamara Kamenzsain, entre
otras autoras. También rescato el trabajo de Beatriz Sarlo, en su libro de
1988: Una modernidad periférica: Buenos
Aires, 1920-1930, sobre el modo de inserción de Alfonsina Storni en el
campo intelectual de su época, aunque disiento con el enfoque analítico y con
la consiguiente valoración que B. Sarlo propone sobre la escritura de Storni.
Para un desarrollo mayor de este argumento, cfr.: Alicia Salomone, Subjetividad femenina y experiencia moderna
en la escritura de Alfonsina Storni, Tesis para optar al grado de doctora
en literatura, Universidad de Chile, Santiago de Chile, 2005, inédita.
[3] Dentro del simbolismo cristiano, la imagen del jardín
cercado (hortus conclusus) está
ligada a la virginidad de María y a la Inmaculada Concepción. Esa imagen, sin
embargo, ya está presente en el “Cantar de los cantares” (“Un jardín cercado es
mi hermana, mi novia, / huerto cerrado y manantial bien guardado”), lo que
indica un origen muy anterior para esta configuración ideológica patriarcal
acerca de lo femenino. Cfr. “El Cantar de los Cantares”, La Biblia, traducida y comentada para las comunidades cristianas de
Latinoamérica y para los que buscan a Dios, Barcelona, Ediciones Paulinas,
Editorial Verbo Divino y Editorial Alfredo Ortells, 1972, p. 809.
[4] Joan Corominas, Breve
diccionario etimológico de la lengua castellana, Madrid, Gredos, 3ra
edición, 2000, pp. 33 y 598.