Lo
familiar y la mirada exótica en las novelas de los escritores de Babel
(1990-2000) Sager,
Valeria |
¿Qué hay del otro lado de la larga serie de finales (de la
modernidad y las utopías, de los
relatos, de las polémicas, de la industria editorial) que surge cuando se
piensa en el estado de nuestra cultura
en los últimos años del siglo
XX?
El dispositivo que
aquí me permite generar la mirada sobre la década que comienza en 1990 está
construido sobre la concepción de un principio en tres sentidos
simultáneamente: la aparición de una
temporalidad previamente inexistente, la lectura de un corpus emergente y la novedad de un conjunto particular de
rasgos culturales.
I
Esterilidad
El nombre “Literatura de los ‘90” se ha convertido en lugar común de los temarios de congresos y de
las publicaciones académicas. De alguna manera, la denominación se ha cristalizado
para volverse por ese motivo más opaca que nunca. La mayoría de los artículos
que utilizan este título, forman su objeto partir de criterios que superponen
temporalidades diferentes. Asimismo, aunque no incluyen indistintamente todo lo
que se publica durante el período, tampoco organizan fundamentaciones
explícitas para dar cuenta de las
exclusiones.
Otorgándole autonomía a la
periodización, liberando los cortes temporales de aquellos rasgos que nacen
junto con el tiempo en cuestión y lo convierten en época, muchos trabajos
críticos suspenden la importancia que el momento de emergencia tiene para las
poéticas y diseñan sus corpus fijando como punto de confluencia entre la obra
de distintos autores el año de publicación de alguno de sus libros. Cualquier año parece entonces
tener algo para decir sobre cualquier obra, los mismos nombres se convierten
sucesivamente en escritores de los ’60, los ´70, los ´80, etc.
Una de
las publicaciones sobre el tema nos acerca a los problemas con los que nos
enfrentamos: Umbrales y catástrofes, literatura argentina de los 90 ,
publicado en el 2003 bajo la dirección de Susana Romano Sued,[1]
incluye dos textos que tomaremos como punto de partida: el primer texto (de Cecilia Pacella) “Esquirlas de la
explosión neobarroca en la poesía de los ´90. La duración y el instante en La
banda oscura de Alejandro de Arturo Carrera” postula una escisión en el
interior de la obra de Carrera, que, según su autora, puede vislumbrarse ya en Mi padre de 1983. El corte se
produce en relación con la aparición de una realia, un conjunto de
procedimientos con los que el neobarroco que caracteriza a los libros
anteriores “que habría podido juzgarse como un neoformalismo, se desplaza hacia
una poesía de la experiencia.”[2]
También leemos en este texto una idea
más general de que la poesía de los ´90 trabaja sobre las esquirlas del
neobarroco para volver a “tomar las riendas de aquello que podríamos llamar
‘las leyes racionalistas del uso de los signos’”[3].
El período funciona, entonces, como aglutinante de los recursos o marcas
distintivas de un modo de entender la poesía; sin embargo, si prestamos
atención al lugar que ocupa la fecha en el título, presentada como dato puro
(como si dijera: a partir de 1990 ocurrió esto, y aquí el pronombre debería ser remplazado
por un acontecimiento, un hecho objetivo, efectivamente ocurrido) nos
encontramos con que los nuevos procedimientos que pueden leerse en la obra de
Carrera comienzan, tal como Pacella
señala, en un libro del ´83. Tenemos aquí un primer problema. Más allá
de su uso para designar un conjunto de procedimientos característicos de un
período, el sentido de la inscripción en una grilla temporal como la de la
década del ´90 parece ser la utilidad de la periodización para describir los cambios que se producen
en el interior de una poética; en este caso refiriéndose a una obra que nace en
los años setenta pero comienza a variar a mediados de los ochenta, y que al llegar
a los ´90 ( puesto que el libro que da título al trabajo es del ´94) deja ver
esas variaciones de modo más
contundente. [4]
El segundo problema, que aparece en los dos trabajos que
aquí analizo, se presenta cuando es la fecha de publicación de un libro y no la
emergencia de una sensibilidad poética determinada lo que opera para que
una obra represente una época. A partir de este forzamiento se arma un discurso
crítico en el que las filiaciones y cambios generacionales se obturan en
detrimento de un campo literario que se ha vuelto estéril ( imposibilitado
para generar descendencia) y se ha
ido construyendo sobre una línea de
contemporaneidad absoluta. El encuentro entre la poesía de Arturo
Carrera y la de Daniel Gercía Helder, por poner un ejemplo de un poeta cuyos comienzos se dan en los años que
nos ocupan[5],
debería presentarse como el de dos
líneas temporales perpendiculares y
abrir por eso una catarata de problemas distintos (el de las influencias,
tradiciones, rupturas, reescrituras y novedades verdaderas) a los que un corte sincrónico nos permite
leer
El otro trabajo de Umbrales y catástrofes... que
quiero retomar es de Candelaria Olmos y se denomina “Viajeros del siglo XIX en
la literatura argentina de 1990- Refundaciones monstruosas, delirantes.”[6]
Lo que Olmos intenta demostrar es que en Las nubes (1997) de
Juan José Saer , Un Episodio en la vida del pintor viajero
(escrita en 1995 y publicada en 2000) de César Aira y El sueño del señor
juez (2000) de Carlos Gamerro, vuelve a aparecer como preocupación la
fundación de la nación, estableciendo una refundación después del fin del arte
y del fin de la geografía que para los hombres de la primera fundación era
condición de posibilidad de la construcción nacional y posición enunciativa de
sus textos literarios. Teniendo en cuenta que dos de las novelas del corpus
señalado se publican en el 2000,
quizás “los 90” deben ser entendidos como sinónimo de fin
de siglo y seguramente definidos en
relación con esa larga serie (de
la que hablábamos al principio) de cosas que terminan junto con el siglo XX: el
arte, la geografía, los grandes relatos, las utopías o la seriedad[7]. Pero es más allá de esta versión que la
periodización se vuelve poco consistente: si en el primer texto que citamos se
explicitan las características de la poesía de los ´90 a partir de un conjunto
de problemas que ya aparecían en un libro del ´83, escrito, por otra parte, en
el marco de una poética que se inicia en los ´70, en este segundo ejemplo dos
de los autores que se seleccionan (Saer
y Aira) habían sido caracterizados por la crítica como escritores de los ´80.
¿Dónde ubicar el principio de una serie de cosas que sólo
más tarde pueden ser consideradas como rasgos de época ?[8]
Aunque las décadas parecen recortarse naturalmente de la línea del
tiempo, pueden citarse en general un conjunto de líneas culturales novedosas
que se vuelven más visibles en ese intervalo y terminan por identificarlo.
Colores, formas, prácticas o usos de moda,
expresiones acuñadas recientemente o puestas a circular con más énfasis,
temas o procedimientos poéticos se ciñen a las características políticas,
económicas y sociales de un período produciendo su identidad como los rasgos de
un rostro. Si es acertado hablar de los escritores de los ´80 o de los ´90
puede serlo únicamente a partir del registro retrospectivo de que un grupo de
rasgos nuevos se articula de un modo particular en su literatura.
En 1988
una formación sostenida por la idea de novedad radical inscribía sus comienzos
de manera amplificada en Babel. Revista de libros, cuyo subtítulo
decía “Todo sobre los libros que nadie puede comprar” en alusión directa al
proceso hiperinflacionario que vivía el país por esos años. Los escritores que pertenecieron a Babel,
también llamados “experimentalistas” (Martín Caparrós, Jorge Dorio, Alan Pauls,
Daniel Guebel, Luis Chitarroni, Sergio
Chejfec Guillermo Saavedra, Charlie
Feiling, Sergio Bizzio y Matilde Sánchez)
se concibieron, por sus propias riñas y por insistencia de la crítica,
enfrentados a los “narrativistas” o
“planetarios”, editados por la “Biblioteca del Sur” de Planeta dirigida por Juan Forn, cuyas instancias de legitimación y
motivo de las críticas más duras para sus adversarios son la industria
editorial, el periodismo y el mercado.
Si bien
la sensibilidad poética de sus primeros libros se gesta en correspondencia con
el programa[9], las
afinidades electivas y la forma de la revista; la narrativa de los babélicos
(también la de los narrativistas) puede verse como un conjunto verdadero a partir de 1990.[10]
En este mismo año se editan: La perla del emperador de Daniel Guebel
(Buenos Aires, Emecé) , Lenta biografía y Moral de Sergio
Chejfec (las dos en editorial
Puntosur), El coloquio de Alan Pauls (Emecé), La ingratitud de Matilde Sánchez ( Ed. Ada Korn), El divino convertible de Sergio
Bizzio (Catálogos), El tercer cuerpo (Puntosur) y La noche anterior
(Sudamericana) de Martín Caparrós.
Sobre estos grupos y sobre Babel
más específicamente se han publicado varios trabajos. En ellos me ha llamado la
atención observar la estrechísima cercanía
entre los modos de describir las poéticas de estos escritores y las
descripciones que se utilizaban ya a principios de los ´80 para hablar de la
literatura de entonces, aquella que los babélicos catalogarían como la de sus
“hermanos mayores”.
Una
muestra de los procedimientos constantes en la mayoría de los textos de los
escritores que publicaron su primer libro en los últimos años de la década del
sesenta y primeros del setenta se lee en el tan citado artículo de Beatriz
Sarlo de 1983, “Literatura y política” [11].
Allí decía Sarlo:
Rastros del trabajo con las teorías literarias, citas
evidentes y ocultas, señalan el camino que ha seguido la escritura: escribir
lecturas, parodias, ficciones que tienen a otras ficciones en su origen (...)
Se escribe también bajo la sugerencia de otros códigos que no son literarios,
o desde la poética de los géneros menores.
Ante la represión o la muerte, ante el
fracaso y las ilusiones perdidas, los discursos
narrativos pusieron en escena la perplejidad, según dos estrategias
principales: la
refutación de la mímesis como forma única de representación, por un
lado; la
fragmentación discursiva tanto de la subjetividad como de los hechos
sociales, por
otro.
En un trabajo de Silvia Saítta, uno de los más sólidos que se han realizado
sobre la narrativa de los últimos veinte años[12],
puede verse claramente que la descripción que realiza de los procedimintos que
aparecen en las novelas del grupo de Babel coincide con la de
Sarlo:
Bajo la sombra tutelar y ya indiscutible de Borges, la
narrativa de este grupo [los experimentalistas] se caracteriza por la ruptura
con el pacto de mímesis del realismo; la negación de la linealidad temporal a
favor de desvíos y digresiones; la recurrencia a la incorporación del discurso
ajeno, la intertextualidad, la cita,
el pastiche; el predominio de la autorreferencia y de la referencia intraliteraria; la fascinación por lo metaficcional, en una reflexión constante sobre el acto
narrativo en sí mismo; la preferencia por la parodia, la ironía y el distanciamiento crítico; el uso del
lenguaje de la teoría y de la crítica literarias; el trabajo con el fragmento,
Saítta organiza una periodización diferente a
la que construye mi perspectiva: en su
análisis (dado que Babel forma parte de fines de la década del ochenta)
los años noventa son enfocados a partir de la revista V de Vian,
conformada sobre una estética cercana al grupo de los narrativistas y en contra de Babel. Podríamos tener
en cuenta que para ella tanto el grupo de los “planetarios” como el de los “experimentalistas” pertenecen a la década del ochenta que ella
separa en dos períodos: la aparición de Babel, marcaría el comienzo del
segundo. Sin embargo, sin la pretensión de hacer de la discusión un mero
problema de fechas y acomodaciones caprichosas, junto a la cuestión que ya
señalamos de que las novelas de los “experimentalistas” pueden verse como
conjunto hacia los años 90, me parece
importante tener en cuenta la
diferencia de edad con los
escritores que se nombran en
“Literatura y política”. Al peso que tiene esta diferencia en la configuración
de las preocupaciones que se hacen comunes en una época, también le otorga importancia Sarlo en otro
lugar:
Los
escritores escriben en principio sobre lo que los convoca más profundamente, en
ese sentido me sorprendería mucho que un escritor de 35 o 40 años, como Sergio
Chejfec, o Matilde Sánchez o Alan Pauls, empezaran a preguntarse como
funcionaban las organizaciones montoneras en 1971, no porque no se pueda
escribir sobre aquello que uno no conoce, sino porque efectivamente no sé por
qué tendrían que hacerse hoy esa pregunta(...) No me parece que estos
escritores digan “ya que no se puede narrar, nerremos cualquier cosa”, de
ningún modo, sino que están configurando la narración a partir de un conjunto
de discursos que son los discursos en los que ellos mismos se han configurado
como escritores, en parte son los de la literatura, sin duda también los de la
política, pero también los de una experiencia cultural que no es la de los años
70.[13]
Volviendo
a las semejanzas entre los modos de describir las poéticas de dos épocas distintas, hay un artículo de
Edgardo Berg “La joven narrativa
de los ’90: ¿nueva o novedad” que dice:
Sergio
Chefjec y el grupo de los llamados experimentalistas (...) se apartan de los
moldes
clásicos
de la narración y hacen del trabajo con la lengua, la problematización de la
narración y de lo real (...) Además, en muchos casos, se advierte una clara
intención de cruzar las formas provenientes de la cultura popular o de masas
con problemáticas propias de la alta cultura o de la vanguardia histórica.
Juegos y descentramientos en el nivel de la enunciación, desacralizando el
narrador de la novela decimonónica, montaje de citas e incorporación del
discurso ajeno, autorreflexividad e infiltración teórica, saltos
espacio-temporales, ruptura con el pacto de mimesis del realismo y con el
régimen del relato clásico, con el orden y la lógica causal de la novela
decimonónica. [14]
Aquí, las coinicidencias con la
descripción que aparecía en el ´83, se
vuelve más llamativa si tenemos en cuenta que el nombre del texto de Berg se
asienta sobre lo novedoso. De este modo, las miradas que insisten en definir un
conjunto de procedimientos en el que parece no haber nada nuevo bajo el sol
y los trabajos en los que la
temporalidadades de las poéticas se superponen
nos presentan un panorama general en el que hablar de “literatura de los 90” parece no tener
sentido y la creencia en que para
postular la existencia de una época debemos ver en ella la configuración de un
principio; parece por lo menos
caprichosa.
En 1989,
Martín Caparrós publica en
Babel: “Nuevos avances y retrocesos de la nueva novela argentina en lo que va
del mes de abril” ( Babel, N°!0)
allí enunciaba el origen de la revista diciendo:
“Lo que conforma la primera posibilidad del nosotros es la
filiación y el parricidio; huérfanos de ambos, tenemos que inventarnos
hermandades electivas en base a nuestras propias palabras (...)”
Es
claro que el grupo toma posición en el campo literario diseñando estructuras de
parentesco. Pero además —y esto es lo que se constituirá como un rasgo
fundamental de lo que llamo “literatura de los 90”— sus novelas, trabajan
obsesivamente sobre la constitución de la familia: Wasabi, de Alan
Pauls, Boca de Lobo de Chejfec e Infierno Albino de Sergio Bizzio
son relatos en las que los personajes principales (en el caso de los dos
primeros libros son también los narradores) van a ser padres; en Mas allá
del bien y lentamente (también de Bizzio) y El dock de Matilde Sánchez, la formación de la familia
desencadena la trama. La perla del
emperador de Guebel comienza cuando
la perla de Labuán rechaza el amor del rajah de Sarawak
(aunque reconoce que hubiera hecho la felicidad de cualquier mujer ) porque se
sentía destinada a empresas más vastas. La llegada de Li chi, el más astuto
entre los comerciantes de raza amarilla, quien le propone conseguirle la perla
del emperador, desencadena el relato sobre Tepe Sarab, el pescador que se
encontró con ese tesoro y que al ser apresado por los hombres del Shah escucha,
en espera de su condena, la historia que le cuenta su carcelero. Este, el del
carcelero, es el relato más largo de la
novela y trata sobre Housai, el gobernante de una ciudadela que había llegado
al límite de edad estipulado y aún permanecía soltero en busca de una mujer
ideal. Ese empecinamiento (que disgusta al pueblo ansioso por que Husai cumpla
con su obligación de casarse y de engendrar herederos) lo lleva a Housai de
viaje por el desierto.
La curiosidad
por el exotismo que se configura en el manifiesto de Babel y en algunas
de sus secciones como “Bárbaros” en la
que se publican cosas como la historia de Gilgamesh, de Lawrence de
Arabia, poesía lituana o cuentos
chinos; se abandona como horizonte
poético para la escritura de sus
novelas, después de La perla del Emperador , sin embargo todos
los otros relatos nombrados antes que el de Guebel también están atravesados por un viaje o la intención de un
viaje. Esta presencia es la que permite el desplazamiento desde el mundo
cotidiano de lo familiar , hacia su desacomodación. El exotismo se desplaza
aquí hacia el modo de mirar.
Distintos trabajos han vuelto a considerar en los últimos años la
cuestión de lo familiar[15] que en la etapa fundacional del estado argentino moderno (1880),
ocupaba el centro de los debates y de las preocupaciones sociales y políticas.
En aquellos años las familias que
obsesionaban a una literatura argentina,
deslumbrada por los principios del naturalismo, estaban signadas por el fantasma de lo patológico.
En estos años el realismo entendido como representación de la realidad
contemporánea cotidiana y corriente se construye como si la patología hubiera dejado de asentarse en el objeto observado, (las familias de
inmigrantes por ejemplo) y se hubiera trasladado hacia el
cuerpo, la lengua y la mirada del narrador, de este modo la
estructura de la novela naturalista se invierte.
Si al principio aparece la forma de un campo literario
detenido y estéril es justamente junto con la aparición de una temporalidad
inaugural, y en un corpus emergente,
que en la formación de la familia como tema, se constituye la
novedad.
[1] Susana Romano Sued (dir.) Umbrales y catástrofes: La
literatura argentina de los ’90, Córdoba, epoKé, 2003.
[2] Cecilia Pacella “Esquirlas de la explosión neobarroca en la poesía de los ´90. La duración y el instante en La banda oscura de Alejandro de Arturo Carrera” en Idem.,p.239
[3] Idem.,p.221
[4] Para otra lectura que refuerza lo que Pacella dice sobre la obra de Carrera pero leyéndola en el contexto de los años 80, ver Daniel Link: “La noche posmoderna” en Cómo se lee y otras intervenciones críticas, Buenos Aires, Norma, 2003.pp293-302.
[5] Una visión panorámica de la poesía de los ’90 puede leerse en Anahí Diana Mallol, “Muchachos futboleros, chicas pop y chicas que se hacen las malitas: la ‘ poesía joven de los 90´ en la Argentina” en María Celia Vazquez y Sergio Pastormerlo (comp.) Literatura argentina. Perspectivas de fin de siglo. Actas del X Congreso Nacional de Literatura Argentina, 3-5 de noviembre de 1999, Buenos Aires, Eudeba, 2001 y en Daniel García Helder y Martín Prieto, “Boceton°2 para un...de la poesía argentina actual”. Buenos Aires, Punto de vista, n°60, pp13-18.
[6] Candelaria Olmos, en Susana Romano Sued (dir.) Op.cit., pp169-192
[7] Dice Olmos que : “las novelas de Aira, Saer y Gamerro son comedias felices y, en algunos casos, también divertidas.” , Idem., p.189
[8] Estas preguntas y el modo de sugerir posibles respuestas para ellas han sido inspiradas por el punto de partida (“Los sesenta/ setenta considerados como época”) del trabajo de Claudia Gilman: Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor reviolucionario en América Latina (Buenos Aires, Siglo XXI, 2003)
[10] Sólo cuatro novelas del grupo se publican antes de esta fecha: Ansay o los infortunios de la gloria (Ada Korn, 1984) y No velas a tus muertos (De la Flor, 1986) de Caparrós, El pudor del pornógrafo de Pauls (Sudamericana 1984) y Arnulfo o los infortunios de la gloria de Guebel (De la Flor 1987)-
[11] Beatriz Sarlo, (1983)
“Literatura y política” en Punto
de Vista, n° 19.
[12]
Sylvia Saítta, “La
narrativa argentina, entre la innovación y el
mercado (1983-2003)” en Marcos Novaro y Vicente Palermo (compiladores), La
república y su sombra, Buenos Aires, Edhasa, 2004.
[13] Nestor Aguilera y Clara Klimovsky, “La historia, un relato ininterrumpido. Entrevista con Beatriz Sarlo” en Tramas. Para leer la literatura argentina N° 6, Córdoba, 1997
[14]Berg, Edgardo “La joven narrativa de los ’90: ¿nueva o novedad” en Revista Interamericana de Bibliografía, vol. XLVIII, n° 2, ONU, Estados Unidos, 1998.
[15] Vease principalmente: Nouzeilles, Gabriela. Ficciones
somáticas, Naturalismo, nacionalismo y políticas médicas del cuerpo
(Argentina 1880-1910), Rosario, Beatriz Viterbo, 2000, Amado, Ana y Domínguez,
Nora (comp.) Lazos de familia. Herencias, cuerpos, ficciones, Buenos Aires, Paidos. 2004 y Ludmer Josefina,
“Temporalidades del presente” en Boletín N°10 del Centro de Estudios de
Teoría y Crítica literaria, Rosario, diciembre de 2003.