Eva
Perón es un travesti. Sobre Copi, entre el mito y la blasfemia Rosano,
Susana |
Si
Madonna pudo en los años 90 convertirse en Evita, ser Evita, a partir de la puesta en escena de una nueva imagen de
mujer en su ya muy variado repertorio de identidades portátiles, ¿qué sucedió
entonces veinte años antes, en 1970, cuando un argentino en París decide montar
una escena teatral donde el personaje de Eva Perón es actuado por un travesti y
su texto escrito en francés? Como
lo apunta con agudeza Marcos Rosenzvaig, Copi[1]
narra el último día de Evita desde su imaginario, y a diferencias de la
película de Alan Parker, no muestra ningún interés en producir la emoción del
espectador: “se sirve de Evita actuada por un travesti, para tomar a la mujer
argentina y preguntarse qué es una mujer” (143). En este caso, Evita,
representada por un travesti, nos permite tomar distancia del personaje
histórico, desacralizarlo, y pensar sobre su condición genérica. Ser mujer
parece decir Copi es justamente eso: vestirse de mujer. Como, por ejemplo,
cuando en la obra de Copi Eva se sostiene en la enfermera, que se ha transformado en Eva, que es Eva, por el simple hecho de haberse
puesto sus vestidos, sus joyas y su peluca: “Con este vestido es como si me
apoyara sobre mí misma”, reconoce Evita (78), en una especie de declaración de
principios de la obra.
Mucho tiempo antes de que Andrew Lloyd Weber y Tim
Rice escribieran su comedia musical (Copi aseguraba que ambos habían visto su Eva Perón en París y de allí se habían
inspirado para la ópera rock), mucho antes incluso de que Alan Parker y Madonna
concretaran la versión hollywodense, Copi realizó el gesto iconoclasta de
construir para Eva un performance que
arrasaba con el mito y planteaba claramente otra
cosa. ¿Pero de qué otra cosa se trata? En su edición del 24
de febrero de 1970, Le Figaro publicó
la noticia del estreno de la obra en el teatro L’Epée de Bois, bajo la
dirección de Alfredo Arias y con Facundo Bo en el papel de Evita. El artículo
de Le Figaro incluía una entrevista
imaginaria de Copi a Eva Perón:
COPI: ¿Cómo
debería contarse la historia de Eva Perón?
EVA: Quiero que
cuente todo: mis comienzos difíciles, mi carrera de star en las pantallas latinoamericanas, mi llegada triunfal a
Hollywood. En el segundo acto, mi regreso a mi patria para ponerme al frente
del movimiento de los pobres. En el tercer acto, en plena gloria, me enfermo,
pero antes de morir logro salvar a América latina del imperialismo americano y
del totalitarismo ruso. En cuanto al estilo, me gusta el melodrama, pero
desearía algunos números musicales para poder mostrar mi experiencia en el tip tap. Desearía un melodrama sin
exageraciones, para no ofender a la crítica vanguardista.
COPI: ¿Ha sido
usted feliz?
EVA: Cuando se
llega al poder con una metralleta en las manos, no hay tiempo para pensar en la
felicidad, y cuando se muere a los 33 años, con un imperio que se escapa de las
manos, tampoco se tiene tiempo de pensar en la felicidad.
COPI: ¿Qué tono
desearía usted que le de a la pieza?
EVA: El más
atroz[2].
De esta manera, el reportaje imaginario contiene en
sí las claves para leer el texto de Copi: la vida de Eva será narrada en estilo
melodramático, pero en un tono
“atroz”: riéndose a carcajadas de las máscaras de lo sagrado que han
cubierto su rostro y haciendo de su historia, de la historia en general, una
farsa. Copi se detendrá así en las distintas estaciones por las que pasa una
mujer en el proceso de convertirse en star,
pero con gesto iconoclasta quebrará la verosimilitud histórica y hará estallar
la articulación de verdad del mito de Eva. Paradójicamente esta obra fue la
primera que Copi produjo en el exilio, y la segunda que escribió en francés
aunque “pareciera pensada en lunfardo rioplatense” (Rosenzvaig 139).
“Thriller sorprendente”, como lo llama Gustavo
Tambascio (109), la acción transcurre en la habitación de Evita durante las
últimas horas de su agonía, acechada
por la presencia de curiosos, fanáticos y fotógrafos del mundo entero que
esperan la noticia de su muerte. Cuatro personajes la acompañan por pedido suyo
en el encierro de estos últimos momentos: su madre, una enfermera, Perón, y el
único personaje ficticio: Ibiza[3].
Pero la gran sorpresa de la obra va de la mano de la propia Eva y de su última
gran bufonada macabra: su enfermedad, el cáncer, no son ciertos, sino una
representación, un simulacro que la propia Eva dirige. De esta manera, logra
escapar de la manipulación de Perón[4]
y de su madre, y del lugar que la ortodoxia
populista le había destinado en el panteón de los héroes como heroína de
la esperanza y madre de los desposeídos. Al fraguar su muerte, Eva parece
querer desbaratar el deseo de monumentalización de su cadáver como garantía y legalidad de la continuidad simbólica
del movimiento peronista. En este sentido, la inversión cronológica que se
efectúa en el texto es significativa, ya que allí las elecciones para la
segunda presidencia de Perón aparecen como posteriores a la muerte de Eva,
cuando en realidad se habían llevado a
cabo dos meses antes.
La argucia postrera de Evita para escapar al destino
de cadáver que la persigue es un embuste. Casi sobre el final de la obra,
decide sorpresivamente [5],
con el efecto de velocidad característico del estilo de Copi[6],
convencer a la enfermera de que se vista con su propia ropa. Con la ayuda de
Ibiza, la asesina, y de esta manera Evita puede huir, ella misma disfrazada de
enfermera, con su capa y su sombrero. Ya liberada, podrá vivir en paz, alejada
de la adoración de las masas, a quienes en realidad se les entrega un cuerpo falso: el de la enfermera.
Desde aquí, la Eva Perón de Copi
tiene su génesis en el cuento “El simulacro”, de Jorge Luis Borges: el funeral
como farsa y como estrategia para desactivar la fábula de la inmortalidad que
ya desde su muerte se está tramando (Cortés Rocca y Kohan 74). Allí, a modo de
ritual simbólico, un hombre humilde y de aspecto aindiado llega a un pueblito
del Chaco y elige un rancho para montar sobre un caballete con dos maderas y
cuatro velas el velatorio de una muñeca de pelo rubio. En el texto, Eva no es
Eva sino una muñeca; Perón tampoco es Perón: “El enlutado no era Perón y la
muñeca rubia no era la mujer Eva Duarte, pero tampoco Perón era Perón ni Eva
era Eva” (21). Como dicen Paola Cortés Rocca y Kohan:
Borges retoma y acentúa al máximo esta cuestión que, de alguna forma,
atentaba contra el proyecto de Ara [el embalsamador] y su contribución a la operación de inmortalizar a
Evita mediante la eternización de su cuerpo: la cuestión de que ese cuerpo se
parezca —¿o sea?— una
muñeca, y no Evita. La postulación de “El simulacro” desplaza la posibilidad de
pensar en términos de falsificación o de fraude: Eva tampoco es Eva, una muñeca
no es menos Eva que Eva. Profundizando así una de las grietas que aparecían
socavando el proyecto de inmortalización, Borges revierte —en la escena del
sepelio— todo posible pase a la inmortalidad de Eva Peron —a la que en el texto
se llama Eva Duarte— quitándole su entidad real incluso en la transitoriedad de
la vida. (74)
Copi parece tensar hasta el absurdo el argumento
borgiano, y en su obra teatral el simulacro ya no es simbólico sino literal:
Eva concibe y actúa la representación de su propia muerte frente a la sociedad,
la prepara como una escena más. De allí, por ejemplo, la importancia que le da
a cada detalle en la organización de su propio velorio, incluido el
embalsamamiento. En diálogo con Ibiza, Eva se lamenta de no poder estar en la
calle, donde miles de personas aguardan por el desenlace:
EVITA
¡Pero qué cagada, carajo! ¡Qué lastima que no estoy ahí! Si estuviera
ahí haría un discurso desde el balcón. ¡Qué lástima! Sería grandioso: mi mejor
discurso. ¡Mierda, qué fiesta me perdí! Hubieran salido todos a la calle,
estarían en la plaza, millares aclamando, gritando como locos. Les hubiera dado
la jubilación a los cincuenta años y el aborto gratis. ¡Les hubiera dado todo,
todo, todo! ¡Pero qué lástima, carajo! Yo creía que iba a estar muerta hace una
semana. (50)
De esta manera, Eva imagina su muerte como una
puesta en escena donde los elementos de utilería son fundamentales. Por eso le
pregunta a Ibiza: “¿Y los faroles? ¿Qué hay de mi idea de ponerles tul negro a
las lámparas?” (51). Además, quiere
también que su falso cadáver —una falsedad que el espectador descubre sólo al
final de la obra, de la cual no es consciente en el momento en que escucha
estas palabras— sea exhibido en el anfiteatro de la Confederación General de
los Trabajadores (CGT) junto a todos sus vestidos y sus joyas: “Y todo lo que
hay en las valijas lo quiero puesto en vitrinas, rodeándome también. ¡Y todas
mis joyas!” (52–53). Con su prosa seca, informativa,
minimalista, utilizando el idioma estereotipado del folletín, Copi construye
una estética de “mundos incluidos unos en otros como teatros sucesivos que
terminan, en uno de sus extremos, en la miniatura subatómica de la
indeterminación y el compacto” (Aira Copi
95). Todo en Copi opera como representación, está disfrazado, desde lo que
aparentan ser los personajes que se revelan a partir del disfraz, siempre
diferente al que llevan puesto, hasta el encajonamiento de los espacios dentro
de otros espacios, a la manera de las muñecas rusas (Rosenzvaig 19). En este
sentido, Aira lo reconoce como un escritor barroco, a partir de una constante:
“La regla es: todo mundo debe ser receptáculo de otro, no puede haber mundos
desprovistos de mundos adentro” (Copi
29).
Jorge Monteleone —traductor del texto al español en
el 2000, significativamente más de treinta años después de su aparición en
francés— resalta que gran parte de la
eficacia de la obra radica en el hecho de que Copi se adentra en la hagiografía
de Evita para refutarla pero dejando siempre “un fondo móvil” con débiles
rasgos históricos que contribuyen a la construcción de su imagen. Para ello,
Copi se vale de “una ambigua confluencia” tanto de elementos de la
mitologización peronista como de la antiperonista. Una articulación de doble
cara, que por un lado parece recoger de la mitología antiperonista argumentos
como el de la extraordinaria ambición y el
resentimiento de Eva (uno de los tópicos de la obra es el reclamo de la
madre de Eva para que le de el número de su caja fuerte en Suiza), su oscura
vida anterior al encuentro con Perón (la madre se muestra preocupada por el
pasado de su hija: 61, 66), y también el de la imagen de un Perón débil
(siempre está aquejado de migrañas, una dolencia típicamente femenina. Eva lo
llama “cobarde”,”cagón”,”impotente”). Pero Monteleone afirma también que la
obra puede ser conectada con la estructura de sentimiento de la época en que
fue concebida, los años 70:
Por ello, no es la Evita santificada y pasiva del cincuenta y dos la
que se halla presente en la representación de Copi sino el cadáver maquillado
que en su ausencia afirma la muerte como signo activo de una acción vital.
Debería pensarse en ese núcleo histórico e imaginario de 1969–70 para
comprender el gesto de la pieza teatral de Copi, que explora el mito de Eva y
expone una violencia metafórica que no elude su virulencia política. Es en el
aura de la muerte como maquillaje, del mito leído como simulacro, del crimen
como fundación de una razón de Estado que Eva Perón se convierte en hecho
estético. (1)
En La pasión y
la excepción, Beatriz Sarlo refuta este argumento de Monteleone de
relacionar la obra de Copi con los discursos de la radicalización peronista
e insiste en que la lectura que hace de
Evita[7]está
exclusivamente anclada en sus relatos de infancia. El padre de Copi, Raúl
Damonte Taborda, fue autor de uno de los tantos libros furiosamente antiperonistas
que circularon en la década del 50, ¿A
dónde va Perón?. La locura del exceso de poder, la imagen fálica de una
mujer autoritaria que no teme a nadie, que compra con dádivas el afecto y que
puede transformarse en un monstruo ante la menor sospecha de enemistad, esa Eva
que Copi dramatizó es muy similar a la que su padre había representado en su
ensayo (Rosenzvaig 145)[8].
Desde aquí se trama el argumento de Sarlo[9],
quien en todo caso admite el giro paródico que da Copi al personaje de Eva.
Pero este giro no implicaría para ella un guiño a la revolución de los setenta,
sino “hacia el lado de un populismo negro que dice: pues bien en la Rosada hay
una puta vestida por Dior ¿y qué?” (236).
De cualquier manera, leer la obra de Copi desde sus
deudas con el relato antiperonista se puede pensar como una manera de
simplificar demasiado un texto que evidentemente presenta aristas de lectura
absolutamente novedosas para el tratamiento que hasta ese momento se había
hecho del ícono Eva Perón. Se planteó
en el inicio de este apartado que, desde un principio, enfrentarse con un texto
donde el personaje de Evita es actuado por un travesti permite desacralizar la
mitologización histórica que se realizó sobre ella. ”Atribuir a Copi una
virulencia política en línea con las ideologías setentistas es colocarlo en un
lugar donde él no se coloca. Su virulencia es de otra índole”, dice Sarlo
(236). Y entonces, vuelve la pregunta: ¿Cuál es la torsión que Copi produce en
el imaginario sobre Evita? ¿Qué significa que Facundo Bo, un travesti, haya
sido colocado en el lugar de Eva, haya representado su papel, haya sido Eva? Queda en un principio en claro
la insistencia de Copi por hacer estallar el pensamiento binario hombre-mujer,
y desde allí las bases de ambos mitos: el peronista (la santa de los humildes,
la abanderada de los trabajadores) y el antiperonista (Eva es una puta, ya que
no cumple con el papel asignado a las mujeres en la sociedad). Su travestismo
lo conecta con la estética camp, y
otra vez se puede reenviar la pregunta inicial: ¿qué es ser mujer? El mismo
Copi, que en más de una oportunidad actuó vestido de travesti, ensaya una
definición:
El otro día estuve, por casualidad, al lado de cuatro mujeres
argentinas de clase media que decían: ¿qué le vamos a comprar a Chela? ¿Qué le
vamos a comprar para el casamiento? Y estaban vestidas de blue jean. Parecían
marcianas. Antes, las mujeres se vestían de negro, medias de seda, tenían una
coquetería, y ahora visten así. ¿A quién
se le ocurre vestirse de mujer ahora? A los travestis, pero para hacer
plata: yo no me visto así en la vida. Me visto como se viste un italiano,
cómodo. No uso más corbata, me visto como se vestía mi padre, que se vestía
como un italiano, porque era hijo de italianos. Pero vestirse de mujer…es…porque ser mujer es solamente eso: vestirse
de mujer. (Tcherkaski 50, énfasis nuestro)
Como sostiene Aira, aunque no hay nada en la
obra que lo diga explícitamente, como no sea el hecho de que en su primera
representación el papel fue interpretado por un hombre, Evita es un travesti.
“Su trasvestismo se sostiene en el sistema mismo: si no es la Santa de los
Humildes, la Abanderada de los Trabajadores (y esta Evita harto demuestra no
serlo) tampoco necesita ser una mujer” (Aira Copi 107). La obra parece postular entonces que la representación
de la mujer es una mentira. Eva tampoco necesita aquí morir como era necesario
para el mito peronista de la santa, y de esta manera se convierte en imagen, en
puro simulacro. En la estética de Copi, la idea de umbral es muy importante
(Aira 14)). Existen en ella cambios permanentes: de un medio al otro (del comic
al teatro, del teatro a la novela), de un género al otro (del kitsch al camp,
del camp al grotesco; de hombre a animal); los vivos están muertos y los muertos
resucitan con suma naturalidad; los niños se
hacen adultos y los adultos pueden sin problema volver a ser niños. Y en
esta idea de umbral, en la posibilidad permanente de que las cosas no sean lo
que parecen, o parezcan otra cosa diferente a lo que son, lo femenino se
encuentra sobreactuado por el travestismo. “El travesti actúa una exageración
de mujer como bien lo puede hacer bromeando un homosexual, pero el trasvestismo
eficaz produce la vibración de lo real” (Rosenzvaig 37). De esta manera la
ridiculización del mito de Eva que realiza Copi, su desestabilización, además
de implicar una lucha contra el realismo reenvía a su condición de mujer, y la
pone en duda, como pone en duda cualquier afirmación sobre la identidad. ¿Quién
fue realmente Eva Perón? ¿Fue una mujer? ¿Qué es ser mujer? ¿Qué pasa cuando un
travesti hace de mujer? El trasvestismo no se relaciona con un proceso de
apropiación del ser “mujer” sino más bien con la reinscripción de lo femenino
sobreactuado, a partir del convencimiento de que “la identidad” está perdida.
“Si la sexualidad no está clara en el poder, entonces qué queda para las masas.
Un pueblo que se devora a sí mismo, un pueblo que busca su identidad en el
sentido más amplio del término. El drama de Eva es el drama de la identidad
nacional” (Rosenzvaig 149).
Michael
Foucault reconoce que la sexualidad, que a primera vista se nos aparece como
natural, privada, en realidad está
construida culturalmente de acuerdo a las metas hegemónicas de las
clases dominantes (Histoy of Sexuality,
I, 127). El género de esta manera no se constituye como una propiedad de
los cuerpos o algo originalmente existente en los seres humanos sino como el
conjunto de los efectos producidos en estos, en los comportamientos y
relaciones sociales, a partir del
despliegue de una compleja tecnología política disciplinadora o biopolítica, de
acuerdo al término acuñado por Foucault. La noción de género, por tanto, no
coincide con lo biológico, sino que es una representación que no corresponde a
un atributo del orden de la naturaleza,
de allí la necesidad de gran parte de las teóricas feministas de
desnaturalizar, desmontar, la creencia en una “esencia” femenina universal. A
esto se refiere Nelly Richard cuando insiste en el aspecto semiótico-discursivo
de la realidad, y subraya el carácter
construido (representacional) de las marcas de identidad “masculino” y
“femenino”:
La demostración de
cómo la identidad y el género sexuales son “efectos de significación” del
discurso cultural que la ideología patriarcal ha ido naturalizando a través de
su metafísica de las sustancias es útil para romper con el determinismo de la
relación sexo (“mujer”)-género (“femenino”) vivida como relación plena, unívoca
y transparente. Al movilizar la noción de género a través de toda una serie de
desmontajes teóricos que muestran cómo dicha noción ha sido modelizada por
convenciones ideológico-culturales, la crítica feminista nos permite alterar
dichas convenciones reelaborando nuevas marcas de identificación sexual según
combinaciones más abiertas que las antes seriadas por las normas de
socialización dominante. (734–5)
En sintonía con la problemática de la
identidad, la diferenciación genérica y sexual es pensada hoy también como una construcción híbrida y transitoria.
Judith Butler habla así en contra del supuesto heterosexual dominante en la
teoría literaria feminista. Dice entonces que el género es una construcción
fantasmática armada sobre la repetición de una serie de rituales culturales, y
el transformismo no hace sino mostrar la accidentalidad de esa construcción, la
falta de sustancialidad de esos rótulos que utilizamos diariamente: “hombre”,
“mujer”. Detrás de esos rótulos, sólo
hay construcciones culturales, una red de discursos, dispositivos de poder. Una
mujer es mujer en la medida en que funciona como mujer en la estructura
heterosexual dominante. El terror, la angustia que sienten ciertas personas al
“volverse gays”, el miedo a perder el lugar que se tiene en el género, llevó a
Butler en este sentido a constatar que la jerarquía sexual produce y consolida
el género. Los límites de la no sustancia parecen detenerse entonces en el
cuerpo como único soporte material. La verdad
del sexo –como la llama con ironía Foucault– se produce justamente a partir
de “prácticas reguladoras que generan identidades coherentes a través de la
matriz de normas coherentes del género” (Butler 50). Apelar entonces a la
categoría de performatividad permite
dar cuenta justamente de que la sexualidad no es un acto único sino una
repetición y un ritual, que logran ser efectivos mediante su naturalización en
un cuerpo. Se podría plantear entonces
que, desde la lectura que se realiza desde el género, lo moderno implica la
predominancia de la norma de lo masculino, en un sistema aparentemente
horizontal de ciudadanía regida por “la ley del hermano” (Rita Felski). Frente a esto, el debate posmoderno
desmantela la noción de identidades fijas y da paso a una pluralidad de
diferencias, donde el concepto operacional de “mujer” desaparece. Y en esto la
figura del travesti actuando el personaje de Eva Perón en la obra de Copi es
absolutamente significativa:
Nadie es lo que
parece ser, el pueblo vela a una enfermera vestida de Evita, falsa como toda
imagen, pero que los representa. La imagen es Evita travesti, el cuerpo es el
de una enfermera. Copi transgrede la noción de la heterosexualidad de las
figuras históricas. La necesidad del mito y de la identidad nacional confluyen
en la búsqueda de una identidad sexual producto de una reinvención individual y
colectiva. El drama de Evita es el drama de la identidad nacional. (Rosenzvaig
158)
La
presencia del travesti interpretando el papel de Eva, la exageración de los
elementos puestos en juego, la mirada paródica desdramatizante y la excesiva
teatralidad son los indicios más importantes a partir de los cuales José
Amícola interpreta la obra de Copi como “la lectura camp del mito de Eva Perón”
(Camp…79). Con su pasión por lo
gestual, por los silencios y por la exageración mimética, el camp se presenta
como una alternativa a la representación realista, a partir de su extremado
amor por lo no-natural, por el artificio y la exageración. Susan Sontag lo define como una sensibilidad
que entre otras cosas convierte “the serious into the frivolous”, pero reconoce
que también es una estética, no tanto generada por el motor de lo bello sino
por el grado de artificio, de estilización: “Camp is the consistently aesthetic
experience of the world. It
encarnates a victory of style over content, aesthetics over morality, of irony
over tragedy” (Sontag Notes on Camp
7). Lo andrógino es una de las imágenes más importantes de la
sensibilidad camp[10],
que coincide con el fenómeno del pop
en los Estados Unidos, en la década de los 60. Como sostiene Graciela Speranza —que analiza la renovación de la
literatura argentina realizada por Manuel Puig— el objeto pop o camp implicaría:
Una celebración implícita en el proceso por
el cual se encuentra un valor excepcional en el objeto degradado. A diferencia
del consumidor kitsch, engañando en
su pretención cultural, el consumidor del pop o del camp es un connaiseur que aplica su atención
idiosincrásica al paisaje de la cultura de masas. Camp y pop coinciden no sólo
en la reversión de las definiciones legitimadas del gusto sino también en la
sexualidad. Si volvemos a la sistemática atribución moderna del género femenino
a la cultura de masas, se entiende que la sensibilidad camp se vincule a la
androginia y al gusto homosexual, y que el surgimiento del pop –a pesar de la ausencia notable de artistas mujeres–
coincida con la emergencia de los movimientos feministas y de liberación gay.
Hay todavía otro aspecto en que el pop y camp se acercan aunque,
paradójicamente, radique allí la diferencia más significativa: un desdén por la
originalidad, un gusto por la copia (que en el camp podría asimilarse al gusto
gay por la imitación) que sin embargo se traduce en una forma de distancia casi
teatral. (49)
Apelando
al último grito del camp: “Es bueno porque es horrible” (Sontag 10), la Eva Perón de Copi no escatima ninguna clase de excesos. Como
dice Amícola, lo que llama la atención es la manera en que el texto logra
convertir a un personaje histórico conflictivo, aunque socialmente interesante,
en un clásico del cine de Hollywood como el que podría haber interpretado
Marlene Dietrich, en su papel de
ladrona de joyas internacionales[11].
El final de la obra, sorpresivo, es “el golpe de teatro camp” al que el texto
se va dirigiendo desde el principio:
“Evita” huye de su
lecho de muerte con su amante, dejando que Perón lance la noticia de su
fallecimiento, pero utilizando como cadáver de la exhibición que se prepara el
cuerpo de la enfermera personal de Eva Perón, a quien el personaje de “el
Amante” ha apuñalado en la escena anterior […] “Evita” deja la escena aquí como la había dejado la cabaretera
personificada por Marlene Dietrich, para seguir a su amante, caminando descalza
a través del desierto en la película Marruecos.
(Amícola Camp y… 71)
[1] El seudónimo Copi corresponde al argentino Raúl Damonte Botana, perteneciente a una familia de la elite intelectual argentina, opositora al peronismo, dueña del diario Crítica, un legendario medio de comunicación porteño. Joven brillante y bohemio, Copi partió a Francia en 1962, y pronto se hizo muy reconocido en ese país como autor de historietas, que publicó durante años en Le Nouvel Observateur. Además de historietista, Copi escribió cinco novelas y once obras de teatro, todas ellas de una crueldad sórdida y desopilante, y un estilo deudor de las vanguardias sexuales y artísticas de los sesenta.
[2] La transcripción de la entrevista imaginaria publicada en Le Figaro está extraída del artículo firmado por Ivana Costa en el diario Clarín. Bajo el título “El primero que se atrevió con el mito de Evita”, la nota se publica a raíz de la traducción de la obra de Copi al español, el 28 de mayo del 2000, es decir más de treinta años después de que se publicara su original en francés. En ella, Costa recuerda que al día siguiente de su publicación en Le Figaro, el texto de la entrevista imaginaria apareció prácticamente íntegro en el diario Crónica, en Argentina, bajo un título catástrofe: “Inaudito: un actor hará de Eva Perón”, y una volanta aún más alarmista: “Autor Irrespetuoso en un Teatro de París”. Además, el editor del vespertino consideró prudente agregar, donde terminaba la información del cable de la agencia noticiosa EFE, la siguiente nota de redacción: “Independientemente de las posiciones políticas que se pueden adoptar en relación con la señora Eva Duarte de Perón, nos parece realmente censurable que el papel protagónico de la obra, el de Eva Perón, sea interpretado por un hombre, puesto que se trata de una figura histórica”.
[3] En algún momento de la obra, se pueden leer algunas claves para pensar en una homología entre el personaje de Ibiza y Juan Duarte, el hermano de Eva que actuara como secretario privado de Perón hasta el momento de su controvertido suicidio. Por ejemplo, cuando Eva, dirigiéndose a Ibiza, recuerda la infancia a partir de un nosotros que permite leer la hermandad de ambos personajes: “EVA: ¿No entendés? Es como cuando éramos chicos e íbamos a comprarle Cinzano para mamá a ese almacenero que estaba tuerto ¿te acordás?’¿Te acordás de que me hacía pasar al fondo y me tocaba y después nos repartíamos la plata para el Cinzano?”(84).
[4] En la obra, Eva explicita su certeza sobre la manipulación que Perón hará de su cuerpo muerto: “!Quisieron operarme por mi cáncer de matriz, por mi cáncer de garganta, por mi cáncer de pelo, por mi cáncer de cerebro, por mi cáncer de culo! ¡Porque yo me cago en su gobierno de pelotudos! ¡Cuando me muera me va a pasear en los desfiles! ¡Cobarde, va a gobernar sobre mi cadáver! ¡Cobarde! ¡Van a joder sobre mi cadáver! ¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Déjenme! ¡Cobarde!” (63-63).
[5] Marcos Rosenzvaig, que estudia la totalidad de la obra de Copi, resalta la intensidad de los finales en sus textos. “los finales en el teatro de Copi son un aspecto particular de su lenguaje teatral. Lo que no sucede en cuarenta páginas sucede en dos. Todo se desata rápidamente en la antesala del final” (21).
[6] Tanto César Aira como Marcos Rosenzvaig se refieren a la relación que tiene el estilo vertiginoso de los textos de Copi con el hecho de que además de escritor éste fuera historietista. Rosenzvaig denomina a esto “estética del teatro cómic” (11). Aira dice, invirtiendo los parámetros, que sus cómics postulan “una idea teatral, a contracorriente del cómic que ha prevalecido, de tipo cinematográfico, con montaje temporal y espacial. Copi adhiere al tiempo real y al punto de vista fijo” (Aira Copi 13-14).
[7] Copi, que nació en 1939, era hijo de Raúl Damonte Taborda, periodista, pintor y político (fue hombre de confianza de Perón para después enemistarse a muerte), y de China Botana, hija de Natalio Botana, director del diario Crítica. Desde la muerte de su abuelo en 1941, la familia de Copi se entregó a una ruidosa disputa por la sucesión del periódico. Luego, la llegada al poder de Perón los llevó al exilio, primero en Uruguay y después en París, donde Copi se escolarizó y aprendió el francés. César Aira reconoce en Copi que de la historia de los Botana, “extravagante, trágica y central en la historia reciente argentina” (11), hay un buen relato aunque parcial en Tras los dientes del perro, las memorias del tío de Copi, Helvio Botana, Ver 74-77.
[8] Marcos Rosenzvaig asegura, después de comparar la obra de Copi con el libro de su padre, que la imagen y los diálogos de Evita tienen un gran parecido en ambos textos. “Es indudable que éste leyó la obra de su padre, al punto que Damonte Taborda pone en un libro de ensayo histórico diálogos de Evita tratando a Perón de ‘marica’ antes del pronunciamiento popular del 17 de octubre: ‘Levantate, marica, que no te va a pasar nada’. En la obra de Copi, la madre de Evita dice: ‘No despertés al pobre Perón que tiene migraña’. Y Evita responde: ‘¿Y qué? Yo tengo cáncer’”(145).
[9] Sarlo sostiene en este sentido que Copi utiliza todos los argumentos de la leyenda negra antiperonista, pero “invirtiendo su discurso moral: la crueldad, el ensañamiento, la falta de piedad atribuidos por los antiperonistas anteriores a 1955 caracterizan al personaje de Copi, pero la obra no los juzga como perversiones sino que los representa como las cualidades inevitables de una especie de reina que es a la vez víctima y victimaria de su propio séquito” (La pasión…17-18).
[10] Como ejemplos del gusto camp por lo andrógino, Susan Sontag apunta las sinuosas figuras de las pinturas y poesías prerrafaelistas, los delgados y asexuados cuerpos que ofrecen las impresos y posters Art Nouveau, que se pueden ver también en relieves de lámparas y ceniceros; el aire de encantadora androginia que se cobija bajo la belleza perfecta de Greta Garbo. “Here, Camp taste draws on a mostly unacknoledged truth of taste: the most refined form of sexual attractiveness (as well as the most refined form of sexual pleasure) consists in going against the grain of one’s sex. What is most beautiful in virile men is something feminine, what is most beautiful in feminine women is something masculine” (3) Aliado a este gusto camp por lo andr[ogino hay algo que parece muy diferente pero no lo es: el entusiasmo por la exageración de las características sexuales y los manierismos personales. Por obvias razones, los mejores ejemplos que se pueden dar son los de las estrellas de cine.
[11] El austríaco Joseph von Stenberg –que dirigió la tetralogía más famosa de Marlene Dietrich– ha sido ubicado como uno de los representantes más conspicuos de la estética camp en el cine de Hollywood. Graciela Speranza define así su estética: “Más que registrar el mundo real mediante el uso indiscriminadamente inclusivo de la cámara, el cine debe construir un universo totalmente artificial; más que atender a la ideología, el cine debe abrirse a la fantasía, al deseo y al pensamiento mágico. Contra el fetichismo de la ‘autenticidad’, promueve así la creación de un heterocosmos autónomo en un tiempo y en un espacio imaginarios…” (196). En este sentido, en su libro, Speranza analiza el lugar de preeminencia de Stenberg en la enciclopedia cinematográfica de Manuel Puig. Ver especialmente “Josef von Stenberg: el exceso camp” en su libro Manuel Puig. Después del fin de la literatura (181-212).