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El demonio de la homogeneidad en Sierva María / María Mandinga

Rocha Medina, María de Fátima
Centro Universitário Luterano de Palmas-Tocantins (Brasil)


        

“A veces atribuimos al demonio ciertas cosas que no entendemos,

sin pensar que pueden ser cosas que no entendemos de Dios” (GGM, p. 109).

 

Introducción

En la obra Del amor y otros demonios, del colombiano Gabriel García Márquez, la protagonista de la historia, Sierva María, es un sujeto extremadamente complejo. Tras el nacimiento prematuro, la niña mestiza fue abandonada por los padres, el marqués de Casalduero y la plebeya, Bernarda. Su madre era “hija de indio ladino y blanca de Castilla” (p. 58) y su padre era “un marqués criollo de tan escasas luces” (p. 50). Ella fue creada por la negra-esclava, Dominga de Adviento, que “la bautizó en Cristo y la consagró a Olokun con el nombre yoruba, María Mandinga”. En el patio de los esclavos, lejos de la casa grande, la nieta de indio “bailaba con más gracia y más brío que los africanos de nación, cantaba con voces distintas de la suya en las diversas lenguas de África, o con voces de pájaros y animales, que los desconcertaban a ellos mismos” (p. 19). En ese lugar, María Mandinga vivía junto a criadas mestizas, indias y muchos negros que servían en la casa de su padre, el marqués.

Alejados e indiferentes a las transformaciones físicas (y culturales) de la hija, y muchas veces incomodados o asustados frente a las actitudes de ella, consideradas extrañas, como el aparecimiento repentino sin hacer ruido, el dominio de lenguas africanas, entre otras, los padres ocultan lo que, por desconocimiento, ellos entendían como problema. Hasta que un perro rabioso mordisca el tobillo de la niña adoleciente y, aquella que aparentemente no existía, se transforma en el centro de las atenciones, primero del padre, después de los médicos y, por fin, de la Iglesia. Ello insinúa que el mordisco del perro, o sea, la herida externa, desvía la atención de la herida interna – la identidad de la protagonista – que, por compleja, es ocultada; por temida, es ignorada. Sin embargo, al mismo tiempo la hace sangrar y la pone expuesta y provocadora frente a los discursos incapaces de comprender lo que es distinto.

Diversos discursos, desde los autorizados, como de la Iglesia y de la Medicina, hasta los marginales, presentes en las mujeres consideradas locas y en las creencias de las culturas negra y india, como también la poesía amorosa de Garcilaso de la Vega se entrecruzan, conflictivamente, en la zona fronteriza que es la identidad heterogénea de Sierva María/María Mandinga. Esa niña, paradójicamente frágil y herida y, al mismo tiempo, poseedora de poderes considerados sobrenaturales, insinúa ser un espacio simbólico de la propia colonia que, ignorada, mutilada y exorcizada por los discursos oficiales, es subyugada por el régimen colonial. Sin embargo, María Mandinga, y lo que ella representa, renace en la escritura de García Márquez por intermedio de la tradición oral, de acuerdo con el autor que, al comentar sobre la niña de los quilométricos cabellos, en el prefacio de la obra confiesa “mi abuela me contaba de niño la leyenda de una marquesita de doce años cuya cabellera le arrastraba como una cola de novia, que había muerto del mal de rabia por el mordisco de un perro, y era venerada en los pueblos del Caribe por sus muchos milagros” (GGM, p. 11). Es como si, simultáneamente, por medio de los cabellos[1] incorruptibles y en crecimiento, y por medio de la novela plurilingüe, la niña-hispanoamérica sigue  provocando y prolongando los discursos en naciones tan estratificadas!

La imagen a la vez simple y enigmática de Sierva María/María Mandinga, sujeto (corpus) en que entrecruzan los diversos discursos, es planteada en este trabajo desde la heterogeneidad de Cornejo Polar (2003), aunque tal concepto sea más largo y esté vinculado a los procesos de producción de literaturas andinas: “en las que intersecan conflictivamente dos o más universos socio-culturales...” (p. 10). Y quizás para ampliar el concepto de heterogeneidad, Del amor y otros demonios es discutido también desde el punto de vista del concepto de plurilingüismo en la novela, de Mikhail Bakhtin (2000), para quien la novela es el género plurilingüe por excelencia.

Así, el entrelazamiento de las distintas voces que construyen el enredo (Eco, 1994) sugiere por lo menos dos puntos de vista, o sea, el de una sociedad extremadamente cerrada bajo el peso de la formación ibérica tridentina e inquisitorial que oculta el ser abigarrado[2] y apuesta en un discurso acabado, y otro que lucha para revelar la riqueza multicultural de Sierva María/María Mandinga, símbolo de la colonia, aunque eso sea sellado con la locura y la muerte. De ahí ella resurge en el ámbito artístico por medio de la novela plurilingüe que acoge diversos discursos en una relación sin jerarquía, que puede ser la utopía de una América capaz de lidiar con los demonios de la intolerancia, rumbo a una visión cultural heterogénea de sí misma.

 

I.                   Identidad heterogénea y trasgresión

Perteneciente al canon de la literatura hispanoamericana, la obra Del amor y otros demonios discute la marginalidad a que fue sometido el “nuevo mundo”, con sus formas multiculturales de ser, en la época colonial. De un lado está la Iglesia Católica que apoya en la Inquisición, un de los más rígidos e injustos instrumentos de control de toda la historia, cuya persecución era direccionada, sobre todo, aquellos que tenían algún liderazgo originario del saber o del coraje de hacer algo distinto de lo que era permitido. La práctica de ver el mundo solamente desde el punto de vista inquisitorial surge en la península ibérica y es trasladada a las tierras americanas. La Inquisición atraviesa la obra como leitmotiv.  “Abrenuncio siguió visitando la casa. No le era fácil entenderse con el marqués, pero le interesaba su inconsciencia en un suburbio del mundo intimidado por el Santo Oficio” (GGM, p. 66)

 

Para la teología de la Cruzada y de la Inquisición no existía lo diferente, sino solamente la identidad de lo uno y lo mismo: el verdadero o la muerte. Nunca existió un espacio de posibles negociaciones simbólicas, ni esferas autónomas de reconocimiento: sólo la constitución a la vez sacramental y militar de la masa sometida, esclavizada, cristianizada. (Subirats, 2004, p. 88)

 

Las actitudes desmesuradas y autoritarias del obispo, del fraile Cayetano, en principio, y de las monjas del Convento Santa Clara revelan una formación distorsionada y mala de los miembros de la Iglesia. Así que, al contagiar y someter  la colonia bajo un único modo de ver a la realidad, la Iglesia y sus seguidores someten, ocultan y/o ejecutan todos los que son o piensan diferente. Sierva María es un ser distinto de los moldes cerrados de la Iglesia Católica y sus aliados, como el virrey. Quizás por ser ella el resultado de la mezcla de todas las razas, sea en el carácter sanguíneo (su abuelo materno era indio y su padre criollo) o sea en su carácter exterior por haber convivido desde la niñez con indios y africanos de distintas naciones. Así, la niña es a la vez Sierva María y María Mandinga, un ser heterogéneo, abigarrado, múltiple, dialógico. Con la misma destreza que toca la tiorba, instrumento traído de Europa y enseñado por su padre, ella “ayudó degollar un chivo que se resistía a morir” (GGM, p. 88). Merece señalar que el marqués, sin resultados, “trató de enseñarla a ser blanca de ley, de restaurar para ella sus sueños fallidos de noble criollo...” (GGM, p. 66), lo que supone que, para ser inserida en el grupo autorizado, la chica debería ser blanca y sacar provecho de su origen criolla[3], contra su carácter multicultural. Esa intención de legitimar la imagen homogénea de Sierva María coincide con lo dicho por Cornejo Polar (2003, p.13) que “la condición colonial consiste precisamente en negarle al colonizado su identidad como sujeto, en trozar todos los vínculos que le conferían esa identidad y en imponerle otros que lo disturban y desarticulan (...)”.

Sin embargo, a pesar de rechazada por la visión peninsular y única de la Iglesia, Sierva María emerge como un nuevo sujeto construido en relación con otros (negros, indios y blancos) y, por eso, un ser híbrido (Canclini, 1997), heterogéneo (Cornejo, 2003), “(aprendió)... a deslizarse por entre los cristianos sin ser vista ni sentida, como un ser inmaterial” (p. 60). “Asustada con tan extraña condición, la madre le colgaba un cencerro en el puño para no perder su rumbo en la penumbra de la casa” (GGM, p. 20). Así es la chica: María – a la vez Sierva y Mandinga, blanca y negra, cristiana y yoruba, de cuya boca salen las más dulces canciones y las más fuertes blasfemias, abandonada por sus padres y acogida por los esclavos de la casa grande. “En aquel mundo opresivo en el que nadie era libre, Sierva María lo era: sólo ella y sólo allí” (GGM, p. 19).

 El mordisco del perro fue el punto clave para exteriorizar una herida interna que se corroía a lo largo de los tiempos. Ocultada, le llega el momento de mostrarse como una zona fronteriza, espacio de contaminaciones y de cruces, donde el discurso autoritario pierde su hegemonía y su legitimación como única posibilidad. Alrededor del ‘problema’ de la niña circulan varios puntos de vista y de ideologías, como el discurso de la medicina, el grotesco-carnavalesco de sus padres fallidos, la estilización paródica de la propia niña y la poesía lírico-amorosa de Garcilaso de la Vega, además del mundo popular y natural de los negros y indios que se confronta con la visión moralizadora de la Iglesia católica y del virrey, rompiendo las fronteras de géneros que se entrecruzan en el terreno de la novela.

En ese escenario de las más distintas posturas, el obispo, “alarmado con el escándalo público de los trastornos y desvaríos de Sierva María, le mandó al marqués un recado sin precisiones de causa, de fecha o de hora, lo cual fue interpretado como un indicio de suma urgencia” (GGM, p. 72). Así es que la voz autorizada de la colonia se pone como contrapalabra frente as las otras para decidir lo que ha de hacer con la niña que molesta a todos y, lo que antes era una mera sospecha de rabia contraída de un perro, tras transformarse en llaga abierta y en fuego, progresa a ‘cosa demoníaca’. “El marqués no entendió. El obispo le hizo una explicación tan dramática que pareció el preludio de una condena al fuego eterno” (GGM, p. 79). Después de la charla con el marqués, la autoridad eclesiástica decide, entonces, enviar la chica al convento de Santa Clara. “Fue en la última celda de ese rincón de olvido donde encerraron a Sierva María, a los noventa y tres días de ser mordida por el perro y sin ningún síntoma de rabia” (GGM, p. 87) para salvarle el alma, conforme creía el obispo.

Entre portones y muros cerrados y ya coja por el tobillo hinchado, en el  convento, la niña pasa como por un ritual para legitimar su mutilación de forma oficial en un ambiente institucionalizado: primero le sacan el contacto con los negros en las barracas, después su anillo, sus collares, su cabellera y, por último, su vida. Todo lo que ocurre de raro en el convento es atribuido a la ‘demoníaca’ Sierva María que se ve en un callejón sin salida.

 

II.                Resignificación, resistencia, muerte y nuevos hilos

El fraile Cayetano, antes de conocer a la niña, estaba convencido, por el discurso del obispo y por el contacto con los libros de la oscura biblioteca del palacio episcopal, de que ella tenía demonios y necesitaba de exorcismos. Sin embargo, esa visión toma nuevo rumbo cuando él se ve delante de Sierva María/María Mandinga, aquel ser frágil y indefenso, en un ambiente subhumano. Su primera visión fue de temblor y horror “la niña yacía boca arriba en la cama de piedra sin colchón, atada de pies y manos con correas de cuero” (p. 110).

Desde ese primero contacto hasta los últimos encuentros con la chica, Delaura pone en escena la poesía de Garcilaso de la Vega que resignifica el discurso exorcista-demoníaco de la Iglesia. Delante del poder silencioso y a veces agresivo de Sierva María, él pone en el escenario discursivo la belleza de la poesía, en vez de las determinaciones inquisitoriales y de los evangelios. “Soy más mala que la peste, dijo. Delaura no le contestó con los Evangelios sino con Garcilaso: ‘Bien puedes hacer esto con quien pueda sufrirlo” (GGM, p. 118). La poesía se mezcla con sus sentimientos y con sus propias vidas; ellos construyen sentidos y tejen el discurso amoroso con los versos del poeta español.

El amor genuino vivido por los dos, progresivamente transforma el rígido bibliotecario episcopal en un convicto enamorado, capaz de escalar muros y penetrar por túneles ocultados para encontrarse con la niña ‘endemoniada de amor’. Esas dificultades para llegar a su amada, como los espinos en la historia de la bella durmiente, surgen tras el fraile trasgresor ser expulsado de los oficios de la Iglesia y, como consecuencia, las monjas le prohíben de entrar al convento, como lo hacía antes, como exorcista. Así, ambos sufren la misma prohibición de amar. Él, por ser fraile; ella, por ultrapasar la comprensión de quienes dictaban las reglas a ser obedecidas en aquella sociedad.

Así que María, siempre perseguida por los representantes de la austera y autoritaria institución religiosa, ve en Cayetano, con su discurso resignificado, la única persona capaz de comprender que sus silencios y sus mentiras, sus supuestos poderes sobrenaturales y sus repentinos ataques de violencia son estrategias solitarias de resistencia. Quizás esa convicción al respecto del fraile la estimula y la torna más fuerte delante del discurso autorizado, que ella es capaz de parodiar. En tal personaje es posible notar el novelista que destrona el discurso oficial por medio de la estilización paródica. Eso ocurre de manera explícita después que Martina, una prisionera del convento, huye por la última vez y Sierva María/María Mandinga es acusada cómplice de tal hecho. Curiosamente, delante de la abadesa, la vicaria “y otras reverendas de infantería, y con una patrulla de guardias armados de mosquetes” (GGM, p. 192), por lo tanto, delante de un ejército, la frágil niña utiliza el discurso estilizado para burlar el discurso autorizado. Contestando a la amenaza de castigo, “la niña levantó la mano libre con una determinación que paralizó a la abadesa en su sitio”.

 

“Los vi salir”, dijo.

La abadesa quedó atónita.

¿”No estaba sola?”

“Eran seis”, dijo Sierva María.

No parecía posible, y menos aún que salieran por la terraza, cuya única vía de escape era  el patio fortificado. “Tenían alas de murciélago”, dijo Sierva María aleteando con los brazos. “Las abrieron en la terraza, y se la llevaron volando, volando, hasta el otro lado del mar”. El capitán de la patrulla se santiguó espantado y cayó de rodillas.

“Ave María Purísima”, dijo.

“Sin pecado original concebida”, dijeron a coro. (GGM, p. 192)

 

Con tal recurso discursivo, la chica paraliza a la abadesa, hace el capitán caerse de rodillas y obliga a todos ellos a ponerse en oración. Esa es, de hecho, una poderosa herramienta para desplomar los discursos autoritarios ni que sea por breves momentos. Y es tal espíritu libre que, tras quedarse inaccesible a Cayetano, torna Sierva María/María Mandinga capaz de resistir ante los horrores de las sesiones de exorcismos reasumidas por el obispo. “Sierva María, esta vez con el cráneo rapado a navaja y la camisa de fuerza, lo enfrentó con una ferocidad satánica, hablando en lenguas o con aullidos de pájaros infernales” (GGM, p. 197).

Su cuerpo no resiste a la sexta sesión y la chica es encontrada “muerta de amor en la cama con los ojos radiantes y la piel de recién nacida” (GGM, p.198). Lamentablemente, ese no es un cuento de hadas con el tradicional “y fueron felices para siempre”. Al contrario de los cuentos tradicionales, esa historia tiene lugar y fecha específicos, la América Latina en la época colonial. Sierva María/María Mandinga, la heterogénea colonia americana es incomprendida, rechazada, mutilada y asesinada por el discurso de la Iglesia que ve el desconocido como cosa del diablo. Por eso, amenazada por otros discursos, la Institución religiosa torna más cerrado y demoníaco su modo de ver a las personas en el mundo colonial, lo que no extraña la locura y la muerte para aquellas que tienen osadía de transgredir lo previsto y permitido. Cayetano se vuelve loco y Sierva María/María Mandinga muere. Sin embargo, la resistencia y la capacidad de ser/ver distinto, que ellos representan, en un mundo de iguales, resurgen en la novela plurilingüe que permite, por lo menos en el ámbito artístico-literario, como los cabellos de la chica, nacer y tranzar nuevos hilos discursivos y intercambios simbólicos, sin permitir la hegemonía de una voz y de una cultura sobre otra.

 

Referencias Bibliográficas

 

BAKHTIN, Mikhail. Estética da criação verbal. Trad. Maria Ermantina Galvão. 2.ed. São Paulo: Martins Fontes, 2000.

CANCLINI, Nestor. Culturas híbridas. São Paulo: Edusp, 1997.

ECO, Humberto. Seis passeios pelos bosques da ficção. Trad. de Hildegard Feist. São Paulo: Cia. das Letras, 1994.

MÁRQUEZ, Gabriel Garcia. Del amor y otros demonios. Bogotá: Editorial Norma, 2004

POLAR, Antonio Cornejo. Escribir en el aire. Ensayo sobre la heterogeneidad socio-cultural en las literaturas andinas. 2. ed. Lima: Centro de Estudios Literarios “Antonio Cornejo Polar”, 2003.

SUBIRATS, Eduardo. Una última visión del paraíso. México: FCE, 2004.

 



[1] Conforme Chevalier y Gheerbrant (2003, p.153) “acredita-se que os cabelos, assim como as unhas e os membros de um ser humano, possuam o dom de conservar relações íntimas com esse ser, mesmo depois de separados do corpo, simbolizam suas propriedades ao concentrar espiritualmente suas virtudes (...).”

[2] Termo utilizado por Zavaleta, apud Cornejo Polar, pág. 7.

[3] Kothe (2002) recuerda que en Brasil, la mayoría de la gente que resultaba del mestizaje entre blancos y nativos o negros, privilegiaba su lado blanco para sacarle provecho.

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