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Desbordes de la minificción hispanoamericana

Pollastri, Laura
Universidad Nacional del Comahue


Sólo podemos hablar de la minificción  --y ser escuchados-- en este momento en el que las fronteras del canon académico se han vuelto lábiles, en el que la inclusión de lo subalterno tuvo cabida en la agenda universitaria por los estudios culturales, en la percepción de lo fragmentario como práctica corriente estimulada por la industria cultural, lo que permite ingresar a nuevos modos de percepción y validación de nuestros objetos de estudio.

La redistribución de los campos de conocimiento nos autoriza para hablar de lo menor, sin sentir por ello que nosotros mismos –los que no habitamos los lugares centrales de circulación académica-- somos menores, y quedamos fuera de las discusiones que quienes habitan los lugares centrales en el reparto del conocimiento, literal y metafóricamente, consideran que sí importan. Este reparto desparejo en el que lo subalterno se vuelve objeto de estudio desde una alteridad que siempre se encuentra por encima, implica un principio categorial que traza vectores definiendo un arriba y un abajo, lo supra, y lo sub. Lo menor descansa recostado contra algo, que es mayor o se lo designa como tal, aunque no es sólo un objeto de estudio, sino también un lugar de enunciación en el que rara vez coinciden el sujeto y el objeto.

Por ello, no resulta paradójico que para hablar de una escritura menor, como es el relato breve hispanoamericano, deba poner en mi horizonte una escritura mayor, seguramente patrocinada por la gran novela hispanoamericana que delinea un espacio literario-cultural internacional en el que la literatura mantenía el privilegio de ser discurso formador de identidad latinoamericana.[1] Otras escrituras venían disputando el derecho de acceso y apropiación al capital simbólico y a un uso heteróclito de las ricas piezas guardadas en los museos. Esta dialéctica mayor-menor; centro-periferia opera en la actividad académica –prueba de ello es el sistema de categorizaciones impuesto en la Argentina, que ha creado en la universidad un escalafón intelectual donde se organizan los estamentos de la intelligentsia del país--  aunque no produce únicamente consecuencias endémicas, sino que afecta a la producción literaria misma. En una compleja red de relaciones con el mercado, la academia y los escritores, genera no sólo marcos de referencia, sino que estimula determinadas producciones, cambia los horizontes de legibilidad y redistribuye la producción literaria.

Desde el cuento moderno, practicado por Horacio Quiroga, hasta lo que la crítica actualmente denomina minificción, se han confabulado prácticas de escritura, de lectura, de estudio y teorización para delinear y volver legible una región de las letras que ha permanecido allí, ignorada durante casi un siglo. Con esto no estoy diciendo que no existieran lectores para ellas, sino que permanecieron relegadas, confinadas a un reducido grupo de escritores, lectores y críticos. Sin embargo, esta escritura se filtraba en la urdimbre de la gran narrativa, deshilachando la trama de voces audibles con su sordo ruido impertinente.

Me propongo tratar aquí estos procesos culturales que en la geopolítica literaria organizaron un territorio propio para lo que, surgido en el ámbito del cuento moderno, actualmente denominamos minificción.

 

De la táctica a la estrategia

El microrrelato[2] hispanoamericano emerge en el siglo XX enquistado entre otras estructuras narrativas en virtud de las cuales adquiere sentido. Mantiene su integridad en función de un equilibrio precario y permanente, entre lo que denominaría una cohesión interna –que se registra fácilmente a nivel de los enunciados, de los usos del lenguaje, por ejemplo–; y una cohesión externa que, entre otras cosas, se relaciona con el acto de enunciación.[3]

De la mano de los pater familiae de la crítica latinoamericana, Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, se incorpora como una crítica de la lectura, y como una lección de escritura como la que sólo ellos podrían pergeñar. Es así que avizoran en Julio Torri, una marca con carácter de emblema. Con él, Reyes compone una prosapia joven, cuya prosa cuidada lee desde el paradigma del cuento. En 1913 ya lo designa: “Cuentos: Torri, el más original escritor joven”, sin embargo hay que sondear Ensayos y poemas (1917) para poder adscribir a los moldes del cuento moderno, las piezas que lo componen. Es que Reyes, a conciencia de desplazar su lectura del cuento fuera de las prescripciones que lo definen, está trazando un mapa de lo legible en las letras mexicanas. Digo a conciencia, porque en oportunidad de armar El plano oblicuo (1920), Pedro Henríquez Ureña lo aconseja:

 

Creo que debes publicar todo lo que tengas. No temas. En América el público no existe. ¿Por qué no un volumen de cuentos y fantasías? Pon al principio dos o tres cosas hechas con buen plan, cuya lógica sea aparente; escríbelas si no las tienes hechas; y después van el Jacintito, y “La cena” y “La entrevista”, y cuanto haya. Eso será lo que guste más, porque las cosas lógicas previas habrán dado la seguridad de que no estás loco, y entonces los lectores se entregarán al placer de saborear las locuras de un cuerdo (La Habana, 1914) (Martínez, 1986: 379).

 

No existe el público, pero sí los lectores. En América hay que armar un público, para ello hace falta la lógica (del género) que vuelva legible las “locuras de un cuerdo”. En este cruce entre escritura, crítica y lectura, y en el marco de una tarea docente –en épocas en que los críticos todavía podían enseñar algo—se hace clara la necesidad de entramar la diferencia desde el lugar de lo igual.

Desde aquí, lo que primero surge de manera esporádica, más adelante se volverá ejercicio sistemático. Las voces aisladas de Torri, Macedonio Fernández, Huidobro –que junto con sus acrobacias poéticas montadas en parasubidas, intenta también desvariar la narrativa-- resitúan la prosa desde el campo de la ironía, el humor y la frecuentación de lo menor de la mano de un ejercicio dilapidador de categorías, normas y estructuras. Luego vendrán los nombres de Juan José Arreola, Jorge Luis Borges, Marco Denevi; Augusto Monterroso, con los que se consolidan las diversas prácticas de la ficción brevísima.

Los productores de microrrelatos, a lo largo del siglo XX, los incorporaron en volúmenes de cuentos, de poesía, de ensayo y hasta de novelas, donde los marcos genéricos propuestos por los macrotextos operaban como estrategias de lectura. En territorios en los que se mantenían en función de su propia ilegalidad, producían prácticas de lectura y escritura disruptoras. Agazapados en los rincones oscuros de la casa-libro que los contenía, podían ejercer su perfidia con el orden establecido. Invitados impertinentes, se adueñaban de la casa, volviéndola domicilio propio. De este modo, el locus de enunciación les brindaba la abrigada localía. Estos textos despliegan su táctica rupturista en el seno del territorio enemigo, en el ámbito de la norma y de lo regulado.[4] De este modo, los microrrelatos, de la mano de sus autores, ejercían una acción cultural militante de irrupción imprevista, operaban su táctica desestabilizadora, su calidad de cuerpos extraños en el organismo que los contenía.

El surgimiento de los concursos de minicuento determina un campo propicio para un cambio en la lectura de estos textos. Resitúa la lectura desde un orden diferente. Mejor dicho: dota de un orden a lo que fuera planteado como desorden. Legitima y legaliza una actividad eminentemente subversiva.  Esto surge con las revistas literarias encargadas de difundirlos; en este sentido, es fundamental la tarea de El cuento (México, 1939; 1964-1994),  de la mano de Edmundo Valadés que a partir de abril de  1969 lanza el Concurso de cuento brevísimo; más adelante surge Puro Cuento (Argentina, 1986-1992) donde también se incentiva la producción de cuentos breves. Ekuóreo (Colombia, 1980-1992), una revista universitaria colombiana, hará lo propio en el campo no sólo de lo hispanoamericano, sino también internacional.  Indudablemente, al hablar de cuento brevísimo, o breve, se está marcando una diferencia a la vez que se traza un territorio distinto. La gestión editorial define un espacio propio, arma una región en el territorio cuentístico ordenando lo que era el desorden precedente, organiza un sistema de exclusiones e inclusiones. Lo que era una táctica revulsiva se vuelve estrategia de producción y circulación.

Los 80 incorporan un nuevo giro: los primeros estudios sobre el tema se inician a mediados de la década, cuando Dolores Koch pasa a hablar de micro-relatos (Koch, 1981), y ya en los 90 son varios los que se suman en la investigación del fenómeno. La organización, por parte de Lauro Zavala en México, en 1998, del I Congreso Internacional de Minificción, sucedido por el encuentro en 2002 en Salamanca, estimulado por Francisca Noguerol, y el de Chile de 2004, por Juan Armando Epple, señalan su legitimación en el campo de los estudios literarios.

Lo que va de la designación de cuento a la de minificción delata el proceso literario de la emergencia a la canonización. En realidad, falta un componente en el proceso: es el del surgimiento de las antologías que rematan la organización de la tensa red de relaciones entre los modos de producción, recepción, circulación y convalidación de esta práctica literaria.

Los soportes materiales en los que podemos leer minificciones en la actualidad son numerosos, y cada uno de ellos supone un pacto de lectura determinado: hay volúmenes de cuentos (Obras completas y otros cuentos);  volúmenes que se plantean ya como de minificciones, como los de Ana María Shua o Raúl Brasca –esto se registra como producción sistemática en los 90--; volúmenes de teoría y crítica; antologías. Por otro lado, hay minificciones dispersas en soportes no convencionales desde lo que se ha considerado vehículo de cultura hegemónica: el libro. En el flujo de mensajes que circulan actualmente, la minificción aparece también  como una ocurrencia vinculada con otros productos y procesos culturales: pienso en los Zigarrettenromane alemanes que aparecen inscriptos en cubiertas para  etiquetas de cigarrillos; o en los microrrelatos que se pueden leer en la  red; por ejemplo en el sector Marina de la publicación Ficticia. Indudablemente, hay que subrayar el nomadismo textual que esta proliferación de soportes determina. De un libro de cuentos a una antología, del puño del escritor a la red: los traspasos, préstamos, latrocinios redibujan hasta la categoría de propiedad intelectual.

A la práctica de lectura desestabilizadora que proponen los mismos textos, se le superponen los ritos bibliográficos pautados desde la academia y favorecidos por las leyes de mercado.

 

Los desafueros de Hermes

Uno de los lugares donde se detectan con mayor eficacia las operaciones de lectura producidas desde el marco de la minificción es en el armado de antologías. Allí se hace patente que la minificción no es sólo una táctica escrituraria sino también una estrategia de lectura revulsiva que des-localiza los modos de lectura y escritura. No es lo mismo la lectura de los fragmentos de La feria (1963), leídos en el flujo sincopado de la novela, que su extrapolación a un volumen de minificciones. Aun con las dificultades lecturarias que comportaba leer La feria como novela, ésta representaba el domicilio reconocido para el fragmento extirpado; la extrapolación de sus partes a una antología de minificciones implica el tratamiento del texto como un homeless , fuera de un orden y de un sistema sacralizado. Sin embargo se lo incluye en otro orden diverso, en el que el texto pierde por una parte su carácter subversivo con referencia a la norma, a la vez que se lo incluye en un nuevo orden y se organiza una nueva norma que lo contenga. 

Uno de los más tenaces y activos antólogos de minificciones es Lauro Zavala[5]. Las sucesivas antologías que ha ido realizando organizan recorridos inusitados en los que cada pieza individual ha sido sometida a reestructuraciones en nuevos recorridos de lectura que organizan series, tramas, juegos que inicialmente no componían el universo de los textos incluidos. Esta actitud lúdica compone un continuum textual o lo descompone. Por ejemplo, en El dinosaurio anotado, edición crítica de “El dinosaurio” de Augusto Monterroso, se organiza un volumen completo, en el que Zavala incluye series: “Cuentos sobre dinosaurios”, “Variaciones sobre el dinosaurio”; “Otros cuentos sobre dinosaurios”; algunas de estas ficciones han sido recogidas de publicaciones previas, mientras otras fueron creadas ad hoc por solicitud del editor. Por otra parte, se traza una edición crítica de 136 páginas para un texto que, incluyendo el título, cuenta nueve palabras. “El dinosaurio”, de dos páginas huérfanas en Obras completas (y otros cuentos) --un libro donde se multiplicaban más los blancos legibles que la letra impresa-- ha llegado a la categoría de libro.

Se ha hecho lo propio con “Borges y yo”. El volumen Borges múltiple, compilado por Pablo Brescia y Lauro Zavala incluye ocho “Ficciones para Borges y yo”. Esta composición de series y ciclos crea nuevos sistemas en la lectura en los que los textos rotan en un caleidoscopio que interpela desde la clausura del libro su búsqueda de libertad. Sin embargo, como un rey Midas voraz que vuelve oro lo que toca, los críticos continúan rindiendo culto a los mismos objetos y a las mismas operaciones; en  otras palabras, eternos nostálgicos del papel, vuelven libro todo lo que se cruza. Los microrrelatos, surgidos de la forma cuento, como rémoras enquistadas en la narratividad que pregonan sin cumplir, se han vuelto piezas de antología en los volúmenes de minificciones que traman desde sus páginas ciclos, series, figuras en el eterno flujo del libro.

A la figura del autor se le contrapone la del antólogo, antihéroe coleccionista de reproducciones que ocultan en el libro su condición de propiedad de segunda mano en el comercio intelectual. Entonces el antólogo inicia la peregrinatio en busca de la sacralización de sus objetos de culto, y al nombrarlos con el ropaje que los traviste, reinventa  una  senda penitencial. Tal es el caso del volumen Minificción mexicana con selección, prólogo y notas de Lauro Zavala, editado por el Programa Editorial de la Coordinación de Humanidades de la UNAM, 2003, en la colección Antologías literarias del siglo XX, Nº 4. Allí, el prologuista inicia su estudio señalando:

 

Precisamente debido a [la] naturaleza proteica [de la minificción] (es decir, a su hibridez genérica) es muy frecuente que un mismo texto de minificción sea incorporado, simultáneamente, a las antologías de poema en prosa, ensayo y cuento. Este hecho, además de la existencia de una tradición genérica propia, amerita la creación de antologías en las que se reconozca la especificidad literaria de la minificción. Ésta es la primera antología de la minificción exclusivamente mexicana . (Zavala, 2003: 7).

 

Es notable el esfuerzo del antólogo por marcar los hitos de su territorio: ‘primera’, ‘minificción’, ‘mexicana’. Sobre todo llama la atención porque Zavala mismo presentó y seleccionó el volumen La minificción en México, impreso en Colombia en el marco del acuerdo firmado entre la Universidad Pedagógica Nacional y la Universidad Autónoma Metropolitana de México en 2002. La voluntad por ejercer la primogenitura –del genus, del género, de la generación—planta banderas y marca el territorio conquistado. Luego pone nombres a las cosas que toca. Su furor taxonómico es un ejercicio de legitimación de su propia práctica, sin señalar que es la vestidura que les cuelga lo que viste de minificción estos textos. Es la mirada con que los lee. Son los desafueros de la lectura y el transporte de un corpus a otro. Atraviesa el texto con una estrategia de comunicabilidad: los entrego, por primera vez, para su lectura como minificciones. Esfuerzo por armar el árbol genealógico y bautizarlos en la nueva religión.

Si bien los escritores hispanoamericanos frecuentaron su práctica desde muy temprano en el siglo XX, su inclusión y legitimación dentro de los estudios académicos es de muy reciente cuño[6]  y viene de la mano de una nueva designación: la de minificción. Este término forma parte de la ascesis académica, de las necesidades del archivo y del canon. De este modo, la selva dispersa de varia invención que comportan las minificciones producidas durante el siglo XX es acotada  y comprimida en las fronteras de volúmenes antológicos, y la mención titulante, junto con prólogos o estudios liminares, trazan el mapa en las fronteras del territorio armado, operan como pactos genéricos que legalizan lo que inicialmente es una acción nada inocente de los creadores. Sin embargo, tampoco es inocente la actividad del antólogo: se vuelve un lector que legitima su propio acto de lectura como modelizante y que arma su autoridad tramándola  desde diversos poderes. Con esto, lo que quiero señalar es que no es lo mismo escribir minificciones que leerlas. Antólogos y críticos se han vuelto lectores- productores de minificciones ellos mismos, en el sentido de que recortan, ordenan y organizan cuerpos textuales con piezas que originalmente no eran producidas como minificción.

Esto mismo hace el antólogo que toma La feria, Terra Nostra o Cartucho,  recorta fragmentos y los lee como minificción. Al armar un corpus de esta naturaleza, eminentemente híbrida, los rasgos abstraídos para caracterizar la minificción son consecuencia exclusiva de la práctica del antólogo y no elementos inherentes al texto en sí. No estoy invalidando la tarea de los antólogos, sino que estoy señalando la existencia de diversos tipos de minificciones vistas desde los volúmenes que las contienen, una de las cuales es la que producen con su lectura los mismos antólogos.

Es llamativo el hecho de que hasta en los volúmenes de crítica y teoría sobre el tema se incluyen antologías: revistas institucionales de crítica (Revista Interamericana de Bibliografía); Actas de Congresos (Escritos disconformes); volúmenes destinados a la docencia en el nivel medio (Comprensión lectora y producción textual). A estos se le suman las actividades en los congresos de minificción que se vuelven un festival antológico en el que la lectura en voz alta de cada ponencia entra en feliz matrimonio con la miniantología que cada investigador traza para ejemplificar sus posturas.

La mediación del antólogo genera diásporas, exilios y repatriaciones en un ejercicio geopolítico donde se leen no sólo las cartografías múltiples del fluir textual, sino también un locus de enunciación prestigioso en la trama institucional. De este modo, la escritura académica expide cartas de ciudadanía y apuradas partidas de nacimiento a los que han ejercido su alegre bastardía dentro de la Familia Real de la escritura.

De ser textos engarzados en volúmenes de géneros reconocidos, de domicilios legales aun cuando fueran ellos mismos residentes ilegales –en los que funcionaban como incrustaciones que ejercían una simbiosis con el organismo que los contenía—pasan al nomadismo del homeless. Esta circunstancia los dota de motricidad, no sólo por el desplazamiento en los soportes materiales que los contienen, sino por el nuevo sintagma en el que se inscriben. Del carácter originario de incrustación, pasan al de pieza de un rompecabezas que varía posicionalmente su sentido, ya que una de las formas que emplean para adquirir sentido es a través de los cuerpos que los contienen y que hacen de los marcos genéricos estrategias narrativas. Parte de su mecanismo de significación descansa en su residencia; como los buenos vinos, traman su cualidad en su denominación de origen.

De este modo, han ejercido su argucia moviéndose en el campo de los bienes culturales en los que producían un desequilibrio en los órdenes establecidos. La emergencia de un nuevo orden y de un nuevo sistema, traza una cronología: de la producción esporádica (carácter subversivo), legitimación: concursos, antologías, estudios críticos; producción sistemática: (re) producción de un nuevo orden.

Las diversas designaciones van marcando hitos en la evolución de los procesos de legibilidad de estas formas: cuento, minicuento, microrrelato, minificción. Emergen una a una, para, en la actualidad, convivir en una extraña mezcla de registros. Es que junto con un proceso de creación, la de la minificción es una estrategia y una táctica de lectura: por un lado, como táctica, porque ella misma lee los monumentos de la cultura, mima sus gestos, redibuja sus héroes, despedaza sus epopeyas; por otro, como estrategia, porque se ha vuelto una práctica de antólogos y críticos que leen como minificción poemas, ensayos, cuentos, fragmentos de novelas. Sólo que mientras esta actividad es una forma más de establecer posicionamientos en las negociaciones por el control del sentido; aquélla continúa su ejercicio delincuente en el borde de leyes, normas y géneros, transportada en el fluir imperceptible del murmullo de la palabra.

 


BIBLIOGRAFÍA

 

<http://www.ficticia.com>

BEVERLEY, John. “¿Postliteratura? Sujeto subalterno e impasse de las humanidades” en Beatriz Gonzalez Stephan (comp.) Cultura y tercer mundo. 1. Cambios en el saber académico. Caracas: Graficar. 1996.136-166.

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Ekuóreo (Colombia, 1980-1993)

El cuento (México, 1939; 1964-1994)

KOCH, Dolores. “El micro-relato en México: Torri, Arreola, Monterroso y Avilés Fabila”, Hispamérica (Año X , N° 30, 1981).

Lagmanovich, David. Microrrelatos. Buenos Aires-Tucumán: Cuadernos de Norte y Sur, 1999.  [1ª reimpresión: 2003.]

MARTÍN-BARBERO, Jesús. Al sur de la modernidad. Comunicación, globalización y multiculturalidad. Pittsburgh: IILI Serie Nuevo Siglo, 2001.

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POLLASTRI, Laura. “Una escritura de lo intersticial: las formas breves en la narrativa Hispanoamericana contemporánea”. En Azar, Inés. (ed.). El puente de las palabras. Homenaje a David Lagmanovich. Washington: Interamer, 1994. 341-352.

POLLASTRI, Laura. 1989. “Una casi inexistente latitud: ‘El dinosaurio’ de Augusto Monterroso”, Revista de Lengua y Literatura Nro. 6 (noviembre 1989), Neuquén, Departamento de Letras, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional del Comahue. 65-69.

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ZAVALA, Lauro (Pres. y sel.). La minificción en México. 50 textos breves. Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, Serie La Avellana, 2002.

ZAVALA, Lauro (Sel. y pról.). La minificción Mexicana. México: Universidad Nacional Autónoma de México. Serie Antologías Literarias del Siglo XX, 4, 2003.

ZAVALA, Lauro. El dinosaurio anotado. Edición crítica de “El dinosaurio” de Augusto Monterroso. México: Alfaguara, UAM, 2001.



[1] Cfr. John Beverley, “Discurso subalterno e impasse de las humanidades” (Beverley, 1996: 136-166).

[2] David Lagmanovich, uno de los más tempranos y agudos estudiosos del tema, ha publicado un importante volumen Microrrelatos. (Buenos Aires-Tucumán: Cuadernos de Norte y Sur, 1999; 1ª reimpresión: 2003). Allí realiza un deslinde terminológico proponiendo la cateogoría de “microtextos” en los que incluye desde los haiku, hasta los “casos” de tradición oral, las sentencias, las “greguerías” de Ramón Gómez de la Serna, entre otros. Dentro de esta categoría incluye los microrrelatos, designación reservada para los que “cumplen los principios básicos de narratividad”. En el III Congreso Internacional de Minificción, Santiago de Chile 2004, avanzó sobre esta idea, proponiendo una categoría intermedia, la de “minificción” , que se ubicaría entre el minitexto y el microrrelato; dentro del campo amplio de la minficcción hay textos narrativos y textos que no lo son. El microrrelato sería la minificción narrativa. Sobre este mismo campo de designaciones, en su trabajo Comprensión lectora y producción textual. Minificción hispanoamericana. Una propuesta para el Tercer Ciclo de E.G.B., Stella Maris Colombo y Graciela Tomassini  señalan que la categoría de minificción comporta un área más vasta ya que “colocan el énfasis en la brevedad y en el estatuto ficcional de las entidades que designan sin hacer alusión a una clase de superestructura discursiva determinada” concluyendo que la de “minificción” comporta un área más vasta en tanto se desprende de las restricciones genéricas. (Colombo, Tomassini, 1998: 26-27).

[3] Cf. Con mi “Una casi inexistente latitud....”.

[4] Estoy empleando estos términos en el mismo sentido que le da Michel de Certeau en La invención de lo cotidiano (pp.XLVIII y ss.), reaplicados por Jesús Martín Barbero: “Estrategia sería el modo de lucha del que tiene un lugar propio al que se puede retirar para planear el ataque, y táctica sería el modo de lucha de aquellos que, no teniendo un lugar propio al que retirarse, luchan siempre desde el terreno del adversario” (Martín –Barbero, 2001: 12-13, su subrayado).

[5] Se pueden consultar: Brescia, Pablo y Lauro Zavala (eds.). 1999. Borges múltiple. Cuentos y ensayos de cuentistas. México: Dirección de Literatura, Universidad Nacional Autónoma de México; Lauro Zavala (sel. y prol.). 2000. Relatos vertiginosos. Antología de cuentos mínimos. México: Alfaguara; Lauro Zavala (sel. y prol.) Relatos mexicanos posmodernos. Antología de prosa ultracorta, híbrida y lúdica. 2001México:  Alfaguara, Serie Juvenil; Lauro Zavala (sel. y prol.). 2000. El dinosaurio anotado. Edición crítica de “El dinosaurio” de Augusto Monterroso. México: Alfaguara-UAM Xochimilco; Lauro Zavala (Sel. y pres.). 2002.  La minificción en México: 50 textos breves. Bogotá:  Serie La Avellana, Universidad Pedagógica Nacional de Colombia; Lauro Zavala (sel. y prol.). 2003. Minificción mexicana.  México: UNAM.

[6] Sobre este punto, en el que vengo reflexionando hace algún tiempo, he producido la ponencia: “ Del papel a la red: lugares de legitimación de la minificción” publicada en Actas  de 7º Jornadas Nacionales de Investigadores en Comunicación. “Actuales desafíos de la investigación en comunicación. claves para un debate y reflexión transdisciplinaria”. Red Nacional de Investigadores en Comunicación. General Roca, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Comahue, 2003. ISSN: 1515-6362. También he presentado la ponencia “El canon hereje: la minificción hispanoamericana” en el  II Congreso Internacional CELEHIS de Literatura, Mar del Plata, noviembre de 2004, Universidad Nacional de Mar del Plata, Facultad de Humanidades.

 

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