La intrincada
red de una representación tan violentamente amarga. Pilipovsky
de Levy, Clara Inés |
La ponencia considera algunas
transformaciones producidas en
representaciones[1]
culturales en ficciones argentinas de
las últimas décadas.
Se proponer reflexionar y proponer un gesto de
apertura alrededor de lo que entendemos, son líneas medulares en las
problemáticas literarias. Ellas pueden configurar una serie de interrogantes que,
no obstante, su amplitud, permiten visualizarlas como agendas que construyen
espacios en red. Pretendo articular un recorrido que funciona como líneas de
fuerza pero a la vez de fuga. Sin
establecer o esbozar una sistematización estructurada, el objetivo es hablar de nuevos lenguajes. Hay modos de
representación acordes con el quiebre de las certidumbres de las que venimos
ocupándonos desde hace ya varias décadas. En este trayecto quiero plantear
algunos interrogantes ¿Es posible visualizar la manera en que los discursos literarios inscriben-
registran ciertas crisis estructurales en nuestras sociedades latinoamericanas?
¿La representación hoy, qué busca decir?
La tensión, entre el intelectual y el estado ¿sigue
siendo una marca relevante? El estado construye y ficcionaliza sus propias
historias; la literatura en contraposición, desenmascara y construye relatos
alternativos. Hay por un lado una idea de límite. La literatura es un lugar de
límite, de frontera. Pero a la vez una idea de desplazamiento, de distancia. El
desplazamiento permite enlazar ciertas recurrencias, ciertas
reescrituras, a la vez que transformarlas en una textualidad de nuevo cuño.
Del análisis de las prácticas discursivas puede emerger un campo
móvil de confrontación en el que se representan lenguajes, sujetos
sociales e instituciones vinculadas con una modalidad recurrente y desplazada
en nuestra historia cultural: una de ellas, además de otras, es la
escritura de la violencia estatal. Ella
permite revisar una tradición que se reitera y rescribe. Imágenes, restos, lecturas a contrapelo construyen fábulas del “estado delincuente”. El pensamiento crítico viene estudiando
estas escrituras de exclusión que configuran en sus farsas de verdad, el poder del estado autoritario.
Las ficciones correspondientes a esta línea, recuperan una mirada
clandestina, que, erigida en contra-relatos o en versiones de resistencia,
migran hacia una escritura literaria, cuyo debate, en los tiempos que
corren, preocupados especialmente en la
construcción del canon, es una polémica
insoslayable.
Los textos seleccionados en esta oportunidad, recuperan
la idea de mezcla, tan ostensible en nuestra
cultura, en cuanto a las formas de la narración, así como en su diversidad en el componente ideológico, o en
la crítica a la cultura; al mismo
tiempo que son objeto de una interrogación que no sigue lineamientos
epistemológicos o posiciones estéticas rígidas. Los textos propuestos en este
dialogo, no son tendencias dominantes en la academia, salvo tal vez, Dos
veces junio[2] de Martín
Kohan. Son el resultado de una búsqueda un tanto empírica que tiene en cuenta
“el anaquel elige por mi”[3]
en las librerías, premios, suplementos culturales, o la incidencia de las
polémicas aparecidas en la Revista de cultura N. En cualquiera de los casos, la observación minuciosa
pero también la hegemonía que produce el
mercado, son algunas de las variables en el proceso de selección.
Por eso, otro de los cuestionamientos que podría atravesar estas problemáticas, seria
el lugar que ocupa el objeto estético. La literatura cruzada por la mirada de
la Sociología de la cultura, busca, muy especialmente, su lugar en el espacio
de consumo como una mercancía más.
Un recorrido por algunas ficciones de escritores
argentinos indagará sobre los
interrogantes esbozados: Tierra de exilio (2000) de Andrés Rivera[4],
El perseguido (2001) de Daniel Guebel[5], Dos veces junio (2002) de Martín Kohan.
Las condiciones de producción y o publicación de
estas obras se ubica en los finales de la década menemista caracterizada por
las transformaciones socio económicas que produjeron la privatización y la
pseudo modernización del estado, la instalación de las políticas neo liberales
de mercado, que determinaron la pauperización de la clase media, la expulsión
de sectores populares del mundo del trabajo, de la educación, de la salud, el
mercado editorial globalizado que absorbió la industria nacional, la
exacerbación de los multimedios. Es en esta escena social donde la figura del
intelectual- escritor desarrolla su labor, distanciado del rol ejercido en
décadas anteriores.
Desterritorializaciones. Tierra de exilio. El texto de Rivera configura
nuevos y viejos exilios. La escritura fragmentaria, las preguntas retóricas,
las modalidades de la incertidumbre, la falta de repuestas, o el salto al vacío
desde los lugares de enunciación del narrador, reitera su consagrado estilo a partir de los ‘80. Las interrogaciones
de su escritura política en el contexto de producción de finales del siglo XX,
reactualiza la problemática del neoliberalismo, volviendo difusas las fronteras
geográficas.
La presencia del pasado que vuelve en el presente, forman
parte de los recuerdos del “hombre de setenta anos”, (11y subsiguientes)
enunciado, por otra parte, reiterativo. Esa regresión habla de las persecuciones políticas el padre del
narrador, secretario gremial, de la remisión
al “fascismo” como “el enemigo de la
revolución y los trabajadores”, (36) cruzada con un presente que “piensa que la teve es el consuelo mas
perfecto que se haya concebido para las derrotas humanas”. (37)
El texto es lo suficientemente elocuente ya que habla
por si mismo. El exilio argentino de
Rivera es la marginalidad de nuestro presente: es la pobreza, la violencia, el resentimiento. Las voces preguntan: “Me da algo?” (11); “La revolución
también es vieja?” (31); “Se dijo el hombre de setenta anos, tan porteño como
se lo permitía la ciudad en la que nació, que no hay nombre para el exilio
argentino” (14)
El narrador, que asume su vejez como un lugar de
confrontación con el pasado sabe que ya no se habla en discurso marxista
de “lucha de clases”, ni de
“proletarios que no tienen nada que perder” (49). Su propio exilio es también
el margen discursivo en el que dramatiza
sus silencios y su distancia
con las múltiples voces que circulan en
este país.
De la desintegración de la realidad y otros excesos. El perseguido. Una lectura critica permite
leerlo en un cruce dialogico con el crimen de la realidad de la que habla Baudrillard.[6]
Según los argumentos del sociólogo, la realidad ha sido expulsada de ella
misma y solo la tecnología puede unir
los fragmentos dispersos. La técnica transforma el mundo matándolo, volviéndolo una imagen, una ilusión,
una apariencia. La racionalidad, punto culminante de la realidad virtual, seria
la ultima casilla de la “sinrazón”. La simulación es la estrategia mayúscula
que disemina imágenes que hacen
desaparecer la misma realidad, al mismo tiempo que enmascaran esa
desaparición. Sostiene Baudrillard: es lo que hace el arte y es lo que hacen
los ‘media’. Estas ideas no demasiado novedosas,
vienen sosteniendo las posiciones posestructuralistas y posmodernas, que tanta
letra polémica de adhesiones y rechazos produjeron al mismo tiempo.
La estrategia del vampirismo cultural unida al
concepto de apropiación preside la configuración textual en toda una serie de tópicos
que se expanden en la narración: la
clonación, el travestismo, el transformismo, la manipulación genética, la
ciencia, la economía de mercado, el erotismo, la política, la traición, el
poder, la persecución, el estado, la simulación, el viaje, los viajes por los
lugares mas inverosímiles, la cultura mediática, el culto a la imagen, la
publicidad, la filmacion cinematográfica.
Dicha tópica
migra de un espacio textual a otro; se escenifican los principales problemas que discuten nuestras sociedades en los
tiempos que corren, y al converger en este relato del “perseguido”, se
dramatiza especialmente, la disolución de la identidad. El personaje,
caracterizado como un revolucionario, simula tener diferentes identidades en una progresión temporal y a la vez es solo mascara, actuación, apariencia.
Nada es lo que parece.
Desde la perspectiva de la construcción discursiva el
texto recupera la capacidad de narración como
relato de acontecimientos de la década del ’90, alejándose de la
fragmentación como crisis del sentido[7]
de los ’80 y más aun de las propuestas de las vanguardias narrativas
experimentales de los ’60 y ‘70. El perseguido es un relato
ininterrumpido de acontecimientos en un
proceso de avance causal en los que prevalecen las complicaciones que hacen a
los avatares de un revolucionario acosado por los Aparatos de Inteligencia del
Estado y sus instrumentos de Terror. El
libro conforma una totalidad por asociaciones enunciativas de secuencias
progresivas sin cortes o hiatos discursivos. Sin embargo no hay una lógica
racional, mas bien hay una sucesión parodica del devenir. El pastiche y la ironía como estrategias
discursivas provocan una estética del distanciamiento.
Pueden amarse una falsa mujer y un clon idiota
cuando la persecución y el espionaje trazan entre los dos una línea de sombra?
La relación prospero. (56)
La representación configura un gran mercado temático
donde no hay zona alguna de sagrado o trascendencia; toda cuestión es objeto de
un tratamiento banal.
Estamos en tiempos de capitalismo salvaje y hay mucho guacho suelto…Imaginate que para
bajar los costos laborales un gobierno mande manipular la información genética
de parte de sus gobernados para convertirlos en brutos bestias del periodo
cromagnon. (…) El control del saber es la llave del poder en la era
tecnobiotronica, así que… (49-50)
En la pluralidad ficcional de los mundos posibles
del texto, vida, transformación, asesinato y muerte de clones y personajes
configuran las borrosas fronteras entre original y múltiples copias. La
transmutación de la materia es un estadio, la idea de fin supone desintegración
pero a la vez transformación. O, como en el imaginario de la fantástica una “Perla”
en medio del océano, puede concentrar
todo el poder: armar ejércitos, comprar canales de televisión, contener una
revolución triunfante.
La transformación de la materia es a la vez
discursiva, ya que la parodia como recurso crítico, y como puesta en escena de
la circulación de los discursos sociales,[8]
recupera textos de la tradición y el gran tema de la persecución política se
vuelve un collage-pastiche de citas humorísticas en las que se reúnen: los
discursos del Martín Fierro, las reescrituras borgianas de la “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz” en lengua gauchesca, así como también una suerte de enumeración
en la que resuenan los ecos de las consignas políticas de los ’70 junto con los
argumentos de la disolución de las fronteras geográficas en la era de la
globalización cultural, y hasta la parodia de la interpretación de la narración
argentina como la escritura de un complot que hace Piglia. Algunos ejemplos.
¡‘Arrimense
nomás maula, que aquí hay un hombre!’; ¡‘Entregate chauchon que te respetamos
vida y hacienda!’; ¡’Libres o muertos, jamás esclavos’! De rodillas también se
vive. ‘Ya no hay patria ni nación, malandras, solo me queda el lenguaje’. (110)
“Escribo
desde la clandestinidad. Siempre hay gentes infiltradas, estómagos resfriados.
El mundo conspira. No será un buchon usted? (109)
Mediante el grotesco, el humor irónico, la
vulgaridad, la parodia ad infinitud de los diversos discursos de la cultura, el
vampirismo cultural acecha en la representación de esta sociedad de consumo
donde toda simulación de realidad es artificio puro, como en el estudio de filmacion preparado no solo para el
maquillaje de las mascaras humanas de los actores, sino también para la
producción de una naturaleza artificial.
Una escritura que trabaja con los deshechos de la
cultura y de las ideologías, con la transformación, la desintegración, el
desplazamiento, la perversión y la inversión
paródica bien puede dar cuenta de una narración como una maquina de narrar el
complot, el mecanismo oculto, a minorías tramando el destino de los demás como sostiene Piglia, a las que se suman, la representación de una ‘imago mundi’
como un juego de apariencias en la que las evidencias se alejan cada vez mas de
su sentido y de su origen.
De barbaries y algo más.
Dos veces junio.
De los dos relatos alternados y superpuestos, uno habla de la euforia
delirante del Mundial del ’78 en Junio
de ese año trabajado como el gran mito nacional. El otro relato, en una factura discontinua y fragmentada, pone en
escena el agujero negro de la historia nacional: los campos de detención y tortura, la apropiación de bebés nacidos
en cautiverio durante la última dictadura.
La temática
no es nueva; fue abordada por
múltiples ficciones y por el discurso de la crítica desde los ’80. Sin embargo,
me interesa revisar no tan sólo el cruce de las series históricas y
ficcionales, sino la manera en que la
literatura sigue profundizando en nuestro siglo, en las heridas no cerradas, modos
de representación en un hacer cultural, en los que construye su barbarie, su
propio siniestro.
Euforia y pesadilla pueden ser dos entradas al
texto o dos modos de representación para designar los tonos de un discurso
cultural en una modalidad que puede caracterizar nuestras identidades. Me refiero al tono eufórico
y al disfórico con el que se pueden
leer las dos grandes líneas que atraviesan el discurso ideológico de Latinoamérica. En Dos veces junio esos tonos, adquieren distancia y transformación.
Una lectura política del texto percibe una poética
que yuxtapone segmentos, territorios del discurso de la violencia en sus
distintas formas. La instalación de sus marcas en los cuerpos, en los espacios,
en la atmósfera asfixiante, en la fuerza de las armas.
La escritura escindida en una serie de fragmentos discontinuos trabaja tópicos
representativos de situaciones límites. Se escenifican los sistemas de control
ejercidos por un poder político
totalizador. La ficción se construye como un espacio alternativo en tanto
articula lo que Hannah Arendt,[9]
en la necesidad de introducir un concepto nuevo, y tal vez polémico, denomina
la banalidad o la trivialidad del mal. Esta trivialidad en Dos veces junio recurre a un cruce perverso entre las
esferas privadas y públicas, a la deshumanización de las víctimas y al goce del
poder. (Argumentaciones que desarrolle en investigaciones anteriores)
Al respecto, es posible asociar lo acontecido en
Argentina, la manera en que la ficción discute estos problemas, en nuestro caso
el texto de Kohan, y el análisis
realizado por Todorov en Frente al límite,[10]
acerca de las conductas humanas en los campos de exterminio en la segunda
guerra mundial. Todorov considera que tendemos a vincular dichas prácticas de
aniquilación con “la irrupción del mal”, no sólo en un punto extremo sino además, en el hecho de que esa manifestación
del mal es resistente a las
explicaciones, o en todo caso a las
explicaciones racionales. Es esa misma resistencia, la que descarta, por ser
una proporción mínima, la condición de
anormal, de sádico o de monstruo
del torturador o del guardián del campo
de detención y exterminio.
Las voces que articulan la trama del poder político
que construyó una versión de la realidad, una ficción en la que los militares
eran el mito mesiánico que venía a extirpar ese cuerpo extraño que había
entrado en el tejido social y que se materializaba en lo que se hacía en los cuerpos de las víctimas [11]
son las de un conscripto- chofer; las de
médicos que controlan la resistencia de los presos en la sala de torturas; la de una parturienta que da a luz
a su hijo en un centro de detención; las de un
sargento que cumple órdenes; las
de un cabo que consigna en un cuaderno con errores ortográficos: “¿A partir de qué edad se puede empezar a torturar
a un niño?” (11)
Son enunciados que van configurando el
funcionamiento de un discurso social en lo que Ludmer[12]
llama “el estado delincuente”. Esos discursos articulan ficciones de exclusión
y de eliminación; una de las textualidades
centrales de nuestra cultura en el siglo que pasó y en el que está
transcurriendo.
De los textos seleccionados en esta oportunidad
hay, en dos de ellos, escritores de edades muy distanciadas, una
lectura política de la realidad argentina por la cual los puntos de
convergencia son posibles. El de
Guebel escenifica especialmente la disolución de la identidad, la
inversión parodica que lleva a una desintegración de la realidad, enfatizando
el culto del parecer, de la imagen.
Dichos textos
dan cuenta de una diversidad de modalidades representativas en cuanto a
formas genéricas, discursivas y de estilos. Estas son algunas de las múltiples
voces que se escuchan en el gran mercado cultural. En un mundo donde prevalece,
el fragmento, la versión, la disolución, la idea de pensar en un centro hegemónico
o canónico como en décadas pasadas
resulta imposible. El espacio central que ocupaba Borges se va alejando cada
vez más. El lugar de Saer, imborrable,
en lo que a mi respecta, seguirá siendo el de los últimos vanguardistas resignando
su silencio y enfrentándose a la
cultura mediática.
[1] El concepto de
representacion parte de las siguientes consideraciones teoricas: Jean Bessiere
(1993): “Literatura y representacion” en Marc Angenot et al.: Teoria
Literaria, Mexico, Siglo XXI, pp. 356-375; Allen Thiher: (1984) Words in
reflection. Modern Language Theory and Posmodern Fiction, Chicago, The
University of Chicago Press y Carlos Altamirano, Director (2002) en Terminos
criticos de Sociologia de la Cultura, pp. 206-209.
[2] Martín Kohan (2002): Dos veces junio, Buenos Aires, Sudamericana.
[3] Me refiero al clásico, Noe Jitrik (1984) La lectura como actividad, México, Premia ed.
[4] Andrés Rivera (2000): Tierra de exilio, Buenos Aires, Alfaguara. Las páginas citadas corresponden a esta edición.
[5] Daniel Guebel (2001): El perseguido, Buenos Aires, Editorial Norma. Las páginas citadas corresponden a esta edición.
[6] Jean Baudrillard (1996) El crimen perfecto, Barcelona, Editorial Anagrama.
[7] Tengo especialmente en cuenta a José Pablo Feinmann (1994): “Crisis de la totalidad y el sentido” en Ignotos y famosos. Política, posmodernidad y farándula en la nueva Argentina, Buenos Aires, Planeta.
[8] Cfr. Carlos Altamirano, op.cit, pp. 68-72
y Marc Angenot (1984): Texte. Revue de critique et de theorie litteraire No.
2.
[9] Cfr. Hanna Arendt: Eichmann en Jerusalem, Barcelona Lumen, 1967.
[10] Tzvetan Todorov: Frente al límite, México, Siglo XXI, 1993. (Primera edición en francés. París, editions du Seuil, 1991)
[11] Cfr. al respecto las ideas sustentadas por Jorgelina Corbatta: Narrativas de la guerra sucia en Argentina. Buenos Aires, Corregidor, 1999.
[12]
Josefina Ludmer: El cuerpo
del delito. Un manual. Op.cit. Ya en la cita anterior de Ludmer se trabajó
su idea de considerar ‘el delito’ como un instrumento crítico, como ‘un
útil’ que le permite segmentar la cultura, la literatura argentina, proponiendo
la figura del estado delincuente. Agregamos:
Este estado construye “una farsa de verdad”, sostenida en creencias
que le permiten en una cultura xenófoba ‘legalizar el delito’. Las ficciones
literarias registran estos imaginarios
sociales y construyen lo que Ludmer llama “ficciones de exclusión”. (La
paráfrasis y el entrecomillado me pertenecen).