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Años de aprendizaje: subjetividad adolescente y narración
en la literatura latinoamericana de la década de 1960

Piacenza, Paola
UNR – CONICET

 

En 1962 Mario Vargas Llosa escribe La ciudad y los perros; en 1967 conocemos Paradiso de José Lezama Lima y un año más tarde, en 1968, en la Argentina, Germán García hace lo suyo con Nanina. En principio, los tres textos no parecen tener nada en común desde el punto de vista “formal” y tampoco desde la perspectiva de lo que representan en un hipotético canon de la literatura latinoamericana y o de las literaturas nacionales de pertenencia excepto un cierto carácter escandaloso compartido que hace que las tres hayan sido prohibidas (y quemadas) en algún momento; una condición por otra parte poco singular tratándose de obras nacidas en América y en los años sesenta.

Sin embargo, en un segundo momento, puede descubrirse una presencia común en los tres textos: la del personaje adolescente. Nuevamente, podría tratarse de una coincidencia azarosa. No obstante esos adolescentes aparecen en el seno de dos características también comunes que vuelven significativa esta revelación: las tres novelas – con diferencias que en ningún momento pretenderemos equiparar – suponen renovaciones formales que afectan seriamente a la definición del género y, además, el personaje adolescente emerge como parte de un tipo de narrativa que quisiéramos llamar “relato de formación” como reescritura y apropiación del siglo XX latinoamericano de la “novela de formación” o Bildungsroman.

El interés de este trabajo será entonces leer la condición adolescente de los personajes de las novelas de Vargas Llosa, Lezama Lima y García en este marco más general (el del género novela y el del relato de formación).

El Bildungsroman surge como subgénero de la novela en Alemania a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX como parte de una contexto muy particular – y peculiarmente “alemán” – que es el del Iluminismo y del debate acerca de la educación que tiene lugar por ese momento en ese país. En 1796, Goethe escribe Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister que se convertirá, más tarde, en 1813, en ejemplo de este subgénero en unas famosas conferencias del profesor Karl Morgenstern. En general, hay acuerdo acerca de que el género tiene una vida - que podríamos pensar efímera (si consideramos otros subgéneros, por ejemplo, el de la novela policial o el de la novela autobiográfica) – que llega hasta el 1900. Las explicaciones acerca del fin del Bildungsroman son en realidad menos retóricas que histórico - ideológicas (como era previsible, si consideramos las condiciones que le dan origen). No se trata de que meramente se deje de escribir este tipo de historias sino que el agotamiento está en relación con otros cambios más profundos entre los que se destacan el quiebre de la confianza en el “carácter” como expresión de la integridad del individuo y, como correlato, el descreimiento acerca del papel de la educación como responsable de esta formación. En el mismo sentido, a principios del siglo XX “cae” una cierta representación progresiva del tiempo vital surgida a su vez de los designios de la autoconciencia. De más está decir que el psicoanálisis y la proximidad de la primera gran guerra son dos de las principales “heridas” que darán en el corazón del Bildungsroman. No obstante, ciertos aspectos narrativos – y éticos – de este subgénero han sobrevivido metamorfoseados y como modo del relato en obras posteriores. Probablemente, una buena razón (entre  otras) de esta vigencia larvada sea su afinidad con la novela de los orígenes, para parafrasear el conocido título de la obra de Marthe Robert. Aunque con variaciones francamente inconciliables todavía hoy todos se preguntan – nos preguntamos – quiénes somos y la respuesta escribe, en buena medida, una novela de formación.

Llamaremos entonces “relato de formación” a esta forma de pervivencia del Bildungsroman como tipo de organización narrativa cuya matriz es una cierta definición de aprendizaje que implica – generalmente – la referencia a la experiencia de un adolescente que – de algún modo – asumirá, en el curso de la historia, una nueva forma que se presupone estable, acabada, adulto o, por lo menos, otra.

La vinculación entre la “novela de formación o aprendizaje” (tal es el nombre que recibe después de su “traducción” al francés) y la adolescencia no es de todos modos una relación “natural” que es lo que podría presuponerse tratándose de un orden de discurso establecido sobre el eje de la temporalidad de una vida. Antes bien, esta filiación es también histórica. En primer lugar, es necesario señalar que en la novela del siglo XVIII los años de adolescencia, paradójicamente, son marginales o están ausentes (Spacks, 1981, Neubauer, 1999) y la razón es que los presupuestos filosóficos y didácticos del Bildungsroman glorifican la madurez y habrá que esperar un siglo para que esta valorización se invierta. Además, en Europa, la subjetividad adolescente es una invención del siglo XIX vinculada al desarrollo de la burguesía y al nacimiento de la más importante institución asociada con la adolescencia: la escuela secundaria. Desde un punto de vista léxico, la palabra no apareció en el francés sino hasta el siglo XVIII y en el diccionario de alemán, sino hasta después del que escribieran los hermanos Grimm también en el siglo XIX. Por lo tanto, el Bildungsroman tiene personajes adolescentes que, sin embargo, no viven una experiencia adolescente en tanto el modo en que se los presenta “neutraliza” los llamados “peligros de la edad”.  Antes bien, se trata de jóvenes de las clases prominentes que atraviesan el tránsito a la adultez bajo la turbación de un amor no correspondido o una vocación artística que entra en conflicto con sus deberes de clase. No obstante, después de la primera mitad del siglo XIX, la formación se convertirá en la modalidad literaria (cfr. Amícola, 2003; Guillén, 1985:165) privilegiada para representar la experiencia adolescente.

En este sentido, Franco Moretti en su libro The way of the world. The Bildungsroman in European culture (1987) particulariza una última forma del Bildungsroman en su versión europea que, a falta de un término mejor, llama “Bildungsroman tardío” que justamente recoge esta edad de la vida como temporalidad paradigmática. Moretti repara en el hecho de que, a lo largo del siglo XIX la edad de los personajes ha ido en disminución y ve, en esa vuelta a la infancia y a la adolescencia, una retracción a una etapa en la que el individuo puede reconocerse en su singularidad antes de pasar a formar parte de la uniformidad propia de la cultura de masas. Este “Bildungsroman tardío” se escribiría entonces sobre el final del siglo XIX y alrededor de la primera década del siglo XX y entre otras obras cita Las tribulaciones del estudiante Törless, de Musil (1906), Retrato del artista adolescente de Joyce escrito entre 1904 y 1914, América, de Kafka escrito entre 1911 y 1914 y Tonio Kröger de Thomas Mann, de 1903. Mientras que, durante el siglo XIX, el Bildungsroman había ofrecido una imagen del mundo de los adultos y de la madurez como un estado deseable y detentable así como puesto el énfasis en la formación del individuo – el desarrollo de sus capacidades y virtudes – en el origen de las posibilidades de acceso a ese universo de los mayores; el Bildungsroman adolescente presentará a los adultos como seres falaces e incapaces de ofrecer respuestas genuinas a las generaciones más jóvenes. A la idea de formación, como instancia reversible de perfecta comunicación entre las aspiraciones personales y las expectativas sociales, opondrá la idea de educación y, más precisamente, de escolaridad. La única formación posible se dará a pesar de las expectativas sociales o bien en contra de las representaciones acerca de los propios deseos y de su inscripción en el mundo exterior. Las novelas de formación que nos ocupan serán herederas de esta última versión del Bildungsroman europeo y, en el caso de Nanina, de Germán García, a través de la intermediación de la reescritura de Ferdydurke de Gombrowicz, el texto se sumará a una tradición paródica del género.

Finalmente, John Neubauer ha demostrado el desarrollo de una novela adolescente en el fin de siglo XIX europeo caracterizada no únicamente por el personaje adolescente sino por otros rasgos como la elección de la escuela y de la ciudad como ámbitos privilegiados de la acción y  la elección de un tipo particular de punto de vista narrativo que llama peer-group narrator. Esto es: la definición del personaje en el ámbito inmediato de su grupo de pares, camaradas o condiscípulos y la focalización desde la mirada y las voces de los mismos. Muchos de los casos que Moretti elige para ilustrar las características del Bildungsroman tardío son los que constituyen el corpus de las novelas adolescentes de Neubauer. También en este sentido estamos en condiciones de proponer que los adolescentes que protagonizan los relatos de formación tal como se presentan en distintas narrativas nacionales en América Latina durante los sesenta se imaginan sobre el horizonte de los personajes europeos: Tonio, Törless, Stephen Dedalus antes que sobre lo que podríamos llamar ingenuamente “la realidad”. Recordemos mínimamente los nombres de algunos personajes: César Augusto Salgado advierte cómo el nombre de José Cemí (protagonista de Paradiso) está inventado sobre la base del de Stephen Dedalus (por la mezcla de mitologías que ambos representan) y otra prueba elemental de esta recreación puede ser Felipe Trejo, el personaje adolescente de Los premios de Cortázar (1960) que se llama Felipe como Philipe, el protagonista de El trigo verde de Colette (1924); una clave interpretativa que la propia novela se ocupa de ofrecer. Si Paradiso es una compleja reescritura de Retrato de un artista adolescente, de James Joyce; Nanina, de Ferdydurke de Gombrowicz; John Neubauer ha leído a La ciudad y los perros en relación a El gato y el ratón de Günter Grass (1961) y el colegio militar Leoncio Prado y sus prácticas guarda estrechas relaciones con el escenario escolar de las Tribulaciones del estudiante Törless de Musil.

En resumen, nuestro punto de partida para la lectura de las novelas de Vargas Llosa, Lezama Lima y García será preguntarnos acerca de las modalidades que asume esta apropiación de la novela de adolescencia de fin de siglo XIX y principios del XX europeo y en el marco de una lógica – la de la formación – cuyas consecuencias no parecen ser únicamente semánticas – esto es, del orden de la representación – sino digamos que “sintácticas”, es decir, afectan a los propios procedimientos escriturarios.

En los tres textos, la adolescencia de los personajes es, fundamentalmente, figura. Con variaciones, tiene un fuerte carácter alegórico que se vuelve evidente en Paradiso – por el carácter profusamente lírico de la obra -; eminentemente político en La ciudad y los perros y forma parte de una estrategia deceptiva en Nanina. Entonces, más allá de los sentidos connotados particulares en cada caso, hay ciertos rasgos semánticos que hacen a la palabra y al concepto de adolescencia como edad de la vida que favorecen esta inscripción figural. Más precisamente, estamos frente a una palabra y a un concepto que refiere a una realidad que podríamos caracterizar como “intersticial”. La adolescencia es una edad definida como pasaje y, en este sentido, está asociada éticamente a la ambigüedad; temporalmente a la duración o tensión sin resolución y también al  régimen del llamado “tiempo libre”, en consecuencia, moralmente está asociada a la perversión (en tanto se sustrae a la consecución de un resultado o producido) y literariamente a dos géneros que, aunque aparentemente contradictorios, Paradiso se encargará de revelar, como veremos a continuación, como solidarios: la poesía y la novela. La adolescencia está asociada a la poesía por su carácter intransitivo y figural. Tiene una fuerte condición metafórica en tanto es – necesariamente – sustitución de una forma primera (infantil) por una segunda (adulta) que, aunque vinculada con la primera por algún rasgo – es producto de la distancia con la primera; por definición, un relevo imaginario.  De aquí que, en general, la representación de la adolescencia en la literatura haya estado siempre ligada a una “segunda entrada” (segundo nacimiento diría Rousseau en su Emilio) en el lenguaje; lo que, además, la vuelve una edad literaria por definición. En cuanto a la novela, Julia Kristeva ha señalado que la novela es un género adolescente porque ambos – adolescencia y escritura novelesca - se definen en relación con una inestabilidad de la forma.

Salgado en su trabajo comparativo acerca de la poesía, la adolescencia y la teoría estética en Paradiso y Retrato del artista adolescente (Salgado, 2001) dice que la “adolescencia” funciona en Paradiso como una palabra “paragua” (umbrella term) bajo la cual Lezama cobija enteramente su proyecto estético en la novela que podríamos resumir (muy ligeramente) en la intención de demostrar la resistencia del lenguaje poético al avatar del suceso narrativo y la poesía encarnada en el poeta como eros cognoscente. La adolescencia, como alegoría, funciona como imagen del “segundo nacimiento” del poeta a la poesía, esto es, a un mundo más “real” por auténtico que, paradójicamente (alguien podría objetar) es el de la imagen. En este “pasaje” encontramos el título del libro de Joyce porque de aquí resulta el artista adolescente o, para traducir con mayor precisión la cláusula comparativa del inglés (A Portrait of the artist as a young man), del artista como adolescente aunque la palabra “adolescente” no esté en la obra del irlandés sino en la traducción que realiza Dámaso Alonso al español en 1926. En lo que respecta a La ciudad y los perros, la alegoría cumple un papel más político que estético en sentido estricto; como era el caso que recién discutíamos. Si Lezama se detiene a “definir” – para decirlo de algún modo – la adolescencia y la piensa como un “paréntesis de horas privilegiadas”; como una edad caracterizada por una “gravedad visible y una embriaguez secreta”; en La ciudad y los perros la palabra “adolescente” aparece mencionada una única vez y en boca del capitán cuando comenta acerca de los cadetes: “Se han hecho hombres, Gamboa, (...) Entraron aquí, adolescentes, afeminados. Y ahora, mírelos” (Vargas Llosa: 229). No habrá poesía en el segundo nacimiento de los adolescentes de Vargas Llosa sino la burda sensatez del lugar común y la consigna. El volverse “hombres” de los cadetes (adolescentes afeminados y “perros”; tal es el mote de los ingresantes) será una forma de capitulación o, si se quiere, tomará la forma de una capitulación. Entre ellos estará “Alberto Fernández”, “el poeta”, cuyo epíteto es irónico porque su arte consiste en escribir historias obscenas para entretener y excitar a sus camaradas. La novela de Vargas Llosa es el mejor ejemplo del Bildungsroman tardío que definía Franco Moretti porque muestra con todo el pesimismo y la crueldad posibles la grieta que se ha hendido entre la apertura adolescente y el universo adulto. Resulta significativo que en la historia, el ingreso al colegio que es – alegóricamente el “mundo adulto” – no está pautado por un rito “de pasaje o de iniciación” en el sentido de una bienvenida o ceremonia sino por un “bautismo” de carácter transgresivo, violento y humillante que realizan los cadetes de segundo o tercero a los de primero; una versión del titeo que David Viñas describiera tan claramente en relación con el teatro de Laferrere (Viñas, 1965). Aquí conviene recordar que mientras que las ideas de “iniciación” y de “pasaje” tienen un carácter marcadamente incoativo (están al comienzo de “algo”), la idea de “bautismo” es la de una subordinación. “Bautismo” significa en griego “inmersión” o, por lo menos, “rociamiento” en donde el “bautizado” se somete al bautismo.

Más allá de estas diferencias recién reseñadas, tanto en Lezama como en Vargas Llosa, todavía está en juego un aprendizaje definido como la consecución de una forma; más o menos auténtica o legítima. Sin embargo, en Nanina hay un rechazo de la forma y una valorización de la “inmadurez”. En buena medida, podríamos pensar a Nanina en la conjunción de las dos novelas que comentábamos anteriormente porque en la obra del argentino Germán García confluyen un proyecto estético (la novela pretende ser un Künstlerroman – la novela de formación de un artista; como Paradiso – aunque sin relato de formación; esto es, sin que asistamos a ningún tipo de revelación o transformación) y, además, un proyecto político en tanto la “forma” que se rechaza es la de la institución, la de la Literatura (con mayúscula), la de la ley. Aquí conviene recordar que, entre los muchos nombres que ha recibido el originario Bildungsroman están los de “novela de socialización”, “novela de vocación” y la perífrasis inglesa “coming of age” lo que literalmente significa “alcanzar una edad”, es decir, se presupone una edad suficiente.

Lezama encuentra en la adolescencia – como mediación entre la infancia y la madurez - a la poesía en la novela (Cfr. Salgado, 2001); Vargas Llosa, a través de la narración de la historia desde el punto de vista del grupo de pares – ámbito propio de esta etapa de la vida – la polifonía que romperá con el discurso monológico del poder; Germán García se apropiará de la ambigüedad propia de la adolescencia para romper con las convenciones temporales del tiempo biográfico que hacen de la continuidad un valor.

El hecho de que estas novelas se escriban en los sesenta no parece un dato menor o soslayable. No son por otra parte, las únicas novelas con personajes adolescentes: ya mencionamos Los Premios de Julio Cortázar en 1960 pero también podemos citar Alrededor de la jaula de Haroldo Conti (1967), Cancha Rayada, también de Germán García y la nouvelle Los cachorros (1967) de Mario Vargas Llosa. No son, tampoco, las únicas expresiones de un relato de formación: en 1958 – en las puertas de la década del sesenta - Arguedas escribe Los ríos profundos y diez años más tarde, en 1968, Manuel Puig publica La traición de Rita Hayworth.

La emergencia de este tipo de novelas – escritas en la encrucijada de la subjetividad adolescente y los años de aprendizaje – está diciendo algo sobre estos tiempos en Latinoamérica y, dicho de otro modo, también los sesenta están buscando en la literatura una forma distintiva que los contenga. En la historiografía literaria son tiempos del boom; en la historia política los de la juventud, la revolución y el desarrollo; en las ciencias sociales (la psicología, la pedagogía, la sociología), justamente, los de la adolescencia; en la música, los del rock; en la ciencia, los de la luna; los tiempos del happening; en las artes plásticas. En cualquier lugar donde se mire lo que se pone en escena es alguna forma de cambio y de movimiento. La adolescencia y el relato de formación, por lo tanto, parecen dar cuenta de este estado de la cuestión como matrices narrativas que hacen del cambio y del movimiento una poética y una ética del relato.

 

Bibliografía

 

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