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Un relato parricida:
  reescritura de la ficción fundacional en La tierra del fuego de  Sylvia Iparraguirre

Perkowska, Magdalena
CUNY

 

La tierra del fuego, escrita por una mujer, es una novela histórica de los hombres[1]. Sus dos protagonistas son John William Guevara, un gaucho-marinero ficticio de ascendencia anglo-argentina, y Jemmy Button, un indio yámana de la Tierra del Fuego, personaje histórico. Junto a ellos, circulan en las páginas de la novela un ex-militar inglés, un capitán de la Armada Británica (Robert FitzRoy), un joven científico naturalista (Charles Darwin), un juez y un pastor de una misión evangelista. La narración está a cargo de un hombre, porque es Guevara quien recuerda y cuenta la historia de Jemmy Button fusionada con la suya. Los ámbitos en los que se desenvuelven los personajes también son típicamente masculinos: puertos, barcos, tavernas, calles atestadas de mendigos en los suburbios de una metrópoli, ministerios del imperio y parajes inaccesibles de la geografia argentina. En este mundo, la mujer es un ser inexistente o invisible, su presencia es furtiva: la figura de la madre de Guevara que ilumina uno de sus recuerdos, la joven mujer de Jemmy Button sentada en la canoa, dos prostitutas, la esposa del pastor en el juzgado y Graciana, la joven criolla  analfabeta que sirve y vive en la casa de Guevara, pero "no cuenta" (26-27), según él.  Hasta la última página de la novela, su presencia muda es un enigma para el lector.

El cuadro es verosímil porque estamos en el siglo XIX, en un mundo de viajeros y científicos, designios imperialistas y proyectos nacionales que, en aquel entonces, era un universo exclusivamente masculino. Desde esta base, sin embargo, Sylvia Iparraguirre realiza en la novela una profunda reescritura de las principales narrativas que en la aquella época representan  la Ley del Padre (autoridad): la Historia y la ficción orientadora (Shumway 17) o fundacional (Sommer) que en el siglo XIX, el momento fundador, legitima la construcción de la Argentina como una entidad política – el Estado Nacional – y como una entidad cultural – la nación argentina. Por su propuesta contestataria, La tierra del fuego se inscribe en un amplio corpus textual argentino que Florencia Garramuño denomina "reescrituras" o "contranarrativas" (37): textos que retornan al pasado, a "un momento de la tradición nacional que funciona como espacio de legitimación cultural" (15), para criticar y reformular la construcción de la identidad elaborada en ese pasado y en esa tradición. En estas "contranarrativas", los discursos fundacionales se convierten en pre-textos sobre los que se despliegan las estrategias contestarias de la reescritura.

Uno de los pre-textos argentinos más visitados por los autores contemporáneos – aunque no se halla entre las reescrituras estudiadas por Garramuño – es la figura y la obra de Sarmiento, el "autor de una nación"[2]. Según Marta Morello-Frosch, quién estudia la relectura crítica de Sarmiento en Respiración artificial (Ricardo Piglia) y En esta dulce tierra (Andrés Rivera), los textos de Sarmiento condensan los tres principales puntos de refutación que exploran los escritores contemporáneos: repensar la historia argentina, reconsiderar la semántica de ciertos eventos que caracterizan esta historia y reconstituir la cultural nacional (348). La relectura de estos ejes desde una posición cultural situada en la actualidad submite el modelo sarmentino a "un extraño proceso exegético que desplaza los significantes, hace estallar los usuales centros de significado e interrumpe la lógica discursiva que organizaba los textos de Sarmiento" (348). La tierra del fuego que, como ya he señalado, es una extensa y profunda reescritura de la Historia, es también una relectura puntual de la ficción fundacional asociada con el pre-texto sarmentino.

¿Por qué darle tanta importancia  a Sarmiento si sólo aparece en el espacio paratextual de la novela, uno de los dos epígrafes que abren la rememoración de Guevara? Su ausencia de la diégesis responde a la redefinición de la Historia postulada en la novela en la que los acontecimientos más trascendentes de la historia argentina del siglo XIX apenas se mencionan, desplazados o expulsados por una memoria personal – "mi historia" – de una existencia marginal y silenciada. Frente a esta ausencia muy visible, la presencia en la zona paratextual de un fragmento del capítulo II del Facundo, acompañado de una cita de Moby Dick de Melville, genera una interesante ambigüedad. Para Genette, el paratexto es una suerte de umbral o vestíbulo que constituye un espacio privilegiado de transacción entre el autor y el lector (Seuils 8-9). Por un lado, al incluir una cita del Facundo en esta zona de transición, Iparraguirre le señala al lector la presencia del texto e ideas sarmentinas en su novela. Por el otro, al excluir a Sarmiento del espacio narrativo en el que el ideario sarmentino es, sin nombrarlo directamente, ominipresente, y que exhibe muchas analogías implícitas con el Facundo – el hecho de que Guavara, como Sarmiento, escribe desde una zona fronteriza, la imbricación entre el discurso "autobiográfico" y un relato sobre el otro, la confluencia de los marcadores de la barbarie (el lenguaje roto de Jemmy y la tradición oral de las enseñanzas) y de la civilización (las citas de la literatura inglesa) –, la autora sugiere un desplazamiento crítico del lugar habitual que éste ocupaba en el discurso nacional y cultural, así como una posible confrontación con su pensamiento. Si, para recordar a Marconi en Respiración artificial, "[e]n literatura … lo más importante nunca debe ser nombrado" (144), la dialéctica de presencia y ausencia del "autor de una nación" es un elemento fundamental que apunta a un proceso de des-autorización del ideologema civilización/ barbarie realizada en la reescritura de Iparraguirre.

Ahora bien, en la novela, la narración está a cargo del personaje de Guevara y con respecto a él los epígrafes suscitan otro interrogante. La yuxtaposición del Facundo y Moby Dick en el espacio paratextual recalca la hibridez cultural del narrador que pertenece a dos ámbitos lingüísticos – español e inglés – y a dos espacios geográficos – la pampa y el mar. El narrador es, además, un "gaucho letrado", conocedor de libros, para quien Moby Dick es uno de los libros preferidos desde que lo leyó en una fonda del puerto de Nueva York en el invierno de 1853 (34). ¿Podría asumirse, entonces, que al colocar el texto de Sarmiento al lado de una lectura confesada y aprobada por el narrador, Sylvia Iparraguire sugiere una lectura no confesada, un texto que Guevara conoce, pero no aprueba y por eso no nombra nunca? Ningún detalle concreto del relato confirma esta hipótesis, pero una amplia red de alusiones al binomio sarmentino permite especular que el narrador lo haya leído y que escribe su relato no sólo en contra de una versión oficial de los hechos que él había presenciado, sino también en contra del pensamiento polarizador de Sarmiento, cuyas "irreductibles dualidades" (Shumway 186) construyen una Argentina en la que muchos no tienen cabida.

Norman Cheadle afirma en su análisis de La tierra del fuego que Guevara "es casi un reflejo anti-Sarmentino" (87): a diferencia de Sarmiento, quien en 1865 ya tenía una carrera pública exitosa, estaba dentro de la historia y formulaba sus proyectos desde el centro mismo de la nación, Guevara "no [es] un hombre público" (33) y escribe desde una múltiple periferia que incluye su hibridez identitaria y su condición de bastardo, así como una marginalización geográfica (Lobos, un punto en la llanura donde no se aventura nadie "salvo los bárbaros y algunos gauchos", 25), histórica (en Lobos Guevara vive en un tiempo detenido y fuera de los acontecimientos históricos) y social (su condición marinero, un ser de vida andariega, como los gauchos). La relevancia de la marginalidad como locus productor de la visión y de la escritura en La tierra del fuego emparienta la novela con otras relecturas del pre-texto sarmentino, como Respiración artificial o En esta dulce tierra, cuyos narradores también son "figuras degradadas de la escena nacional que cuentan una historia personal desde los bordes del paisaje argentino y desde los márgnes del corpus social"(Morello-Frosch 351), ofreciendo modificaciones o alternativas a las propuestas dominantes, como la dicotomía "civilización/barbarie" que expulsa a los Jack's y los Jemmy's del "nosotros" nacional.

El narrador Guevara utiliza a menudo los términos de "civilización" y "barbarie" o sus equivalentes, pero su discurso redistribuye las valoraciones invirtiendo o desvirtuando la jerarquía de la alternativa sarmentina. Si para su padre inglés, quien podía ser "borracho pero civilizado", los habitantes de Lobos son unos "incivilizados" (64), los cuatro indígenas desembarcados en Inglaterra perciben la chusma londoniense como "un enemigo desconocido y salvaje" (112). La miseria de Londres iguala a la del "país de llanuras" (121), pero en los barrios de la ciudad "la enfermedad y la miseria se habían estancado sobre los adoquines", mientras que en Argentina "las tormentas …limpiaban la pampa y se llevaban lejos pobreza y pestes" (121). El cuestionamiento de la rigidez de las categorías de Sarmiento se origina en el entre-lugar cultural de Guevara; su experiencia "de contacto" sensibiliza la mirada a matizaciones, gradaciones y ambigüedades que rehuyen fórmulas generalizantes y admiten contradicciones. Es así que Guevara llega a reformular el binomio sarmentino en términos que evocan el famoso dictum de Walter Benjamin. "Jamás se ha dado un documento de cultura sin que lo sea a la vez de la barbarie" (182), dice el filósofo; "Civilización y salvajismo suelen ir juntos" (36), sostiene el gaucho-marinero de Sylvia Iparraguirre.

"Traer Europa al Cono Sur", observa Nicolas Shumway, era el deseado objetivo final de la ficción fundacional de los miembros de la Generación del 37 (185) que se manifestaba en una admiración muchas veces acrítica e imitadora por las ideas europeas y los modelos norteamericanos (151). Al lado del cuestionamiento (un poco demasiado explícito, en contra del postulado de Marconi) del consabido binomio de civilización y barbarie, el blanco señalado de la reescritura de la ficción fundacional en La tierra del fuego es la idea de Europa como molde de la civilización, porque el encuentro entre este espacio de legitimación ideológica y cultural y los personajes de la novela – una suerte del descubrimiento al revés – revela numerosas e insolubles paradojas y debilidades en el seno del modelo mismo. Para mostrarlas, Iparraguirre pasa por un tamiz deconstructivo de la parodia algunos motivos clave del discurso fundacional, como el viaje y la ciudad, ambos muy significativos para la desarticulación del pre-texto sarmentino.

En La tierra del fuego, la representación del viaje de Button y Guevara a Londres es una doble parodia de los viajes científicos e iniciáticos que informan las ficciones orientadoras. El viaje de Jemmy es una inversión paródica de las expediciones decimonónicas de los viajeros europeos a América Latina, cuya mirada filosófica y científica, legitimadora de un nuevo discurso de la verdad, gravitó pesadamente sobre las narrativas nacionales[3]. Personificados en La tierra del fuego en las figuras del Capitán FitzRoy y de Charles Darwin, el doctorcito, estos viajeros encarnan, según sostiene Mary Louise Pratt, los intereses capitalistas del expansionismo europeo y producen, en su mayoría, narrativas que enfatizan la inmadurez y la degradación del ser americano, con el consiguiente atraso y abandono de América, legitimando de esta manera la intervención y explotación por parte del capital extranjero como una necesidad moral e histórica (151-153). Button desembarca en Londres como un rehén, no un representante, de la metrópoli. Frente a la mirada informada del viajero europeo que sabe y entiende de antemano lo que va a encontrar en una otredad por indagar, la suya encarna ingenuidad y espontaneidad de un observador inocente, el que no entiende: "Button ni siquiera tenía la posibilidad de empezar a entender qué significaba todo aquello" (125), comenta Guevara[4]. Esta perspectiva de incomprensión debida a una otredad radical puede comprararse con la de las figuras como el pícaro, el loco o el bufón, estudiados por Bajtín como denunciadores de  convenciones (158-164). "Con sus preguntas desconcertantes" dice Guevara, "[Button] ponía en evidencia las confusas relaciones que para los blancos constituían la normalidad" (117-118). Su percepción desfamiliarizadora expone la futilidad de discursos vacíos de contenido y objetivo, la hipocresía de la doble intencionalidad, el inconmesurable poder de la riqueza, el incomprensible valor abstracto del dinero y la falta de principios profundos en la sociedad occidental. Bajtín comenta que el punto de vista de un ser que ni entiende ni participa en las convenciones que observa consituye una estrategia de exposición de la irracionalidad encubierta de toda sociedad insitucionalizada y convencionalizada (164). Jemmy Button, un sujeto marginal y subalterno, un otro radical e irracional para un viajero metropolitano confiado en su conocimiento, juicio y lógica, pone al descubierto la irracional otredad del mundo europeo, desapercibida u obliterada por los autores de las ficciones fundacionales.

El viaje de Guevara a Londres, en cambio, es una repetición diferenciada de los viajes iniciáticos y estéticos hacia la fuente europea de civilización, que solían realizar los argentinos de élite en busca de instrucción y modelos, y una reescritura irónica de la construcción literaria de la metrópoli por la mirada admiradora de un sujeto poscolonial.  Sarmiento es un posible punto de referencia de este gesto paródico. Cuando escribe el Facundo, su conocimiento de Europa es puramente textual, mediado por la lectura, como lo es en gran parte su conocimiento de la pampa. El objeto-Europa, que en el discurso sarmentino se reduce, por un lado, a la ciudad europea, y por el otro, a Francia, es una construcción discursiva e imaginada. Sin embargo, la imagen de Europa como espacio modelo – pulcro, ordenado, cómodo, racional, trabajador y moderno ­– surge en el Facundo dotada de una fuerza suasiva propia de una experiencia directa: Sarmiento escribe como si hubiera estado allí. Un año después de la publicación del Facundo, Sarmiento ya había visitado Francia, Italia y España y descubierto allí una "Triste mezcla de grandeza y de abyección, de saber y de embrutecimiento, a la vez sublime y sucio receptáculo de todo lo que al hombre eleva o lo tiene degradado, reyes y lacayos, monumentos y lazaretos, opulencia y vida salvaje" (Viajes, I, 146), además de la miseria y atraso del pueblo o la corrupción y la ineficiencia de los burócratas. Esta decepción no le hace desistir, sin embargo, de su admiración por lo europeo, pero lo obliga a buscar su modelo de referencia para la Argentina en otra parte, que serán los países de origen germánico, Alemania y Suiza  (Shumway 177).

Guevara viaja a un país y una ciudad europeos que Sarmiento no ha visitado: Inglaterra y Londres. Esta trayectoria corresponde con el contrato de verosimilitud impuesto por la diégesis – Londres es un destino evidente para un marinero anglo-argentino –, pero permite también echar una ojeada a una ciudad y una sociedad que viven las consecuencias de la revolución industrial, representadas en la literatura inglesa por los autores como Charles Dickens o Henry Fielding. Londres no es la Mecca cultural como París, pero es el corazón del imperio político y económico, donde la alianza foucaultiana entre el poder y el conocimiento trama sus designios sobre el mundo. Las imágenes que Guevara recrea de las calles, barrios y habitantes de Londres contrastan con la idea sarmentina de la ciudad europea mientras que se asemejan peligrosamente a las estampas de la vida en el campo argentino ("la villa que se forma en el interior", 28) que presenta el Facundo. En ambos ámbitos aparecen niños sucios y harapientos, hombres desocupados, casas miserables, pobreza e ignorancia[5] cuya presencia cuestiona el deslinde geográfico y social entre civilización y barbarie, mostrando que la última puede derramarse en cualquier lugar, incluso en el corazón del imperio. Las observaciones de Guavara parecen desvirtuar también la asociación sarmentina entre la barbarie y la extensión de las tierras o el poder incontrolable de la naturaleza argentina. Al "poder terrible de la inmensidad" de la llanura evocado oblicuamente en el epígrafe (Facundo 40), Guevara le opone el hacinamiento destructor de los barrios fabriles donde la gente vive como en madrigueras; si para Sarmiento una tormenta en las pampas es una experiencia aterradora (41), para el narrador de Iparraguirre la misma tormenta "[limpia] la pampa y se [lleva] lejos pobreza y pestes" (121) que se estancan en los espacios cerrados de la ciudad.

La descripción de Londres que ofrece Guevara se asemeja más a las descripciones de las realidads francesas, italianas o españolas que Sarmiento presenta en sus Viajes que al modelo ideal propuesto en el Facundo. Se entreteje aquí una meditación acerca de la distorsión a la que lleva un conocimiento mediado, textual o de segunda mano, aunque el relato de Jack sugiere que aquella ciudad-modelo de la civilización imaginada por Sarmiento existe también en el espacio londoniense. Es la ciudad diurna de anchas avenidas, parques, palacios, residencias opulentas y arquitectura magnífica de mármoles y hierros forjados, que frecuentan "caballeros de piel rosada y afeitada y trajes limpios y decentes" y  "damas orgullosas" (137), para quienes la otra ciudad, la de suburbios, barrios fabriles y el puerto, sería "una mancha infamante" (123). Esta ciudad moderna, ordenada y pulcra es la cara oficial de la civilización europea, su fachada sumptuosa que el viajero o un lector de la periferia admira y quiere imitar sin notar el oprobio que se esconde detrás. El viaje de Guevara repite la trayectoria del viaje o de la "mirada estética", pero tergiversa su función consagrada, la búsqueda de modelos. "Lo que ha terminado por interesarme es … lo que hubo detrás de los hechos" (60), dice Guevara, y esa frase se refiere no sólo a su experiencia de la historia, sino también a su experiencia de la civilización que le hace descubrir contradicciones que pululan detrás de la pared homogénea de una ficción cultural e ideológica.

Del mismo modo que el viaje de Guevara es una réplica desarticuladora al viaje estético hacia Europa, la novela de Sylvia Iparraguirre es un viaje transgresor hacia un pre-texto fundacional para resemantizar y rearticular su lógica. En este movimiento se expresa una rebeldía para con la autor-idad: Iparraguirre escribe en contra (parodia-un contracanto) de una narrativa cultural dominante y expulsa a su autor a los márgenes del relato, al igual que Guevara escribe para refutar al funcionario del Almirantazgo cuyo poder des-autoriza "des-nombrándolo" en la imprecisión de "MacDowell o MacDowness". La des-autorización de la ficción fundacional personificada en Sarmiento es, sin embargo, sólo un aspecto de un impulso parricida que invade e informa todos los niveles de la reescritura porque la novela es una respuesta trasgresora a distintas encarnaciones de lo que Lacan llamaría la Ley del Padre: la versión oficial y hegemónica de la historia, las ficciones fundacionales basadas en mitos de homogeneidad, la pureza que excluye la hibridez y la otredad, el centro como el único locus productor del discurso sobre la nación, el nombre del poder que legitima y autoriza, y el lugar central del hombre en la historia. Sí, también el lugar central del hombre en la historia, porque al final de la novela este relato de los hombres termina en las manos de una mujer. Graciana,  invisible, muda y analfabeta hasta el último párrafo de la novela, se convierte a través de un poderoso tour de force narrativo en la destinataria y narrataria de los recuerdos de Guevara[6]. Graciana, la que "no contaba", empieza a contar como primera lectora de  la contranarrativa que la incluye. Con este final, Sylvia Iparraguirre sugiere que la reescritura de la historia y de la nación pasa también por el reconocimiento de nuevos lectores/lectoras y sus lecturas como voces imprescindibles en todo debate cultural. Reescritura y relectura son dos caras del mismo proceso: modifican una representación del pasado o de la tradición para "[encender] en lo pasado una chispa de la esperanza" (Benjamin 181).

Bibliografía:

Bakhtin (Bajtín), Mikhail M. The Dialogic Imagination: Four Essays. Ed. Michael Holquist. Austin: University of Texas Press, 1981.

Benjamin, Walter. "Tesis de filosofía de la historia." Iluminaciones I. Ed. Jesús Aguirre. Madrid: Taurus, 1971. 175-194.

Cheadle, Norman. "Rememorando la historia decimonónica desde La tierra del fuego (1998) de Sylvia Iparraguirre." Celebración de la creación literaria de escritoras hispanas en las Américas. Eds. Lady Rojas-Trempe y Catharina Vallejo. Ottawa:Girol Books / Montreal: Enana Blanca, 2000. 81-91.

Garramuño, Florencia. Genealogías culturales. Argentina, Brasil y Uruguay en la novela contemporánea (1981-1991). Rosario, Argentina: Beatriz Viterbo, 1997.

García Márquez, Gabriel. Cien años de soledad. Madrid: Cátedra, 2001.

Genette, Gérard. Seuils. Paris: Éditions du Seuil, 1987.

González Echeverría, Roberto. "A Lost World Rediscovered: Sarmiento's Facundo". Sarmiento: Author of a Nation. Eds. Tulio Halperín Donghi, Iván Jaksić, Gwen Kirkpatrick y Francine Masiello. Berkeley: University of California Press, 1994. 220-256.

Halperín Donghi, Tulio, Iván Jaksić, Gwen Kirkpatrick y Francine Masiello (ed).  Sarmiento: Author of a Nation. Eds., Berkeley: University of California Press, 1994.

Iparraguirre, Sylvia. La tierra del fuego. Madrid: Punto de Lectura, 2001.

Morello-Frosch, Marta. "The Opulent Facundo: Sarmiento and Modern Argentine Fiction". Facundo". Sarmiento: Author of a Nation. Eds. Tulio Halperín Donghi, Iván Jaksić, Gwen Kirkpatrick y Francine Masiello. Berkeley: University of California Press, 1994. 347-357.

Piglia, Ricardo. Respiración artificial. Barcelona: Anagrama, 2001.

Pratt, Mary Louise. Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation. London y New York: Routledge, 1992.

Rivera, Andrés. En esta dulce tierra. Buenos Aires: Folio Editores, 1984.

Sarmiento, Domingo Faustino. Facundo. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1985.

Shumway, Nicolás. La invención de la Argentina. Historia de una idea. Buenos Aires: Emecé, 1993.

Sommer, Doris. Foundational Fictions. The National Romances of Latin America. Berkeley: University of California Press, 1991.

 

 

 

 

 

 



[1] Todas las citas de La tierra del fuego (Madrid: Punto de lectura, 2001) corresponden a esta edición y se señalarán  de aquí en adelante con el número de la página entre paréntesis. 

[2] La frase hace referencia al título de la colección de ensayos, Sarmiento: Author of a Nation.

[3] Sobre la relación entre relatos de los viajeros, el discurso científico y la narrativa latinoamericana, véase Roberto González Echevarría (226-235): "Modern imperial powers, through insitutions charged with acquiring and organizing knowledge (scientific institutes, jardins des plantes, museums of natural history, Tiergarten), commission individuals possessing the scientific competence to travel to their colonies or potential colonies to gather information. … Backed as they were by the might of their empires and armed with the systemic cogency of European science, these travelers and their writings became the purveyors of a discourse about Latin American reality that rang true and was enourmously influential. … This scientific discourse became the object of imitation by Latin American narratives, both fictional and nonfictional" (228-229). González Echeverría añade que Sarmiento era uno de los grandes admiradores de los viajeros europeos, a quienes cita con frecuencia y en cuyas descripciones (por ejemplo, las de Francis Bond Head en Rough NotesTaken during Some Rapid Journeys across the Pampas and among the Andes) se basa para su propia visión de la llanura argentina (235-237).

[4] Es Sarmiento que proporciona una excelente imagen de ese viajero en el Facundo: "A la América del Sur en general, y a la República Argentina sobre todo, le ha hecho falta un Tocqueville, que, premunido del conocimiento de las teorías sociales, como el viajero científico de barómetros, octantes y brújulas, viniera a penetrar en el interior de nuestra vida política, como en un campo vastísimo y aún no explorado ni descrito por la ciencia, y revelase a Europa … este nuevo modo de ser … (9-10). Sylvia Iparraguirre recrea esta imagen en las personas del doctorcito y el Capitán. El primero se embarca en el Beagle munido de "una cantidad infinita de objetos: instrumentos de medición, compases, una pequeña balanza, lupas, pinza, un catálogo botánico, otro geológico y una caja repleta de pequeños frascos etiquetados con nombres en latín" (165). El segundo va armado de la teoría fisonómica de Johann Kaspar Lavater (1741-1801).

[5] Compárese, por ejemplo, Facundo, p. 28 y La tierra del fuego, p. 121 y 123.  

[6] Se impone aquí una interesante comparación con Cien años de soledad donde la identidad del narrador, Melquíades, también se revela en la última página de la novela en un podersoso tour de force narrativo. Como Graciana, Melquíades es una presencia constante, pero todos los indicios que podrían apuntar a él como narrador están cuidadosamente disimulados. Ambos autores crean personajes casi invisibles cuyas historias los descalifican, en principio, de desmpeñar funciones narrativas atribuidas al final: Melquíades, el narrador, muere en transcurso de la diégesis, mientras que Graciana, la narrataria, es analfabeta.

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