Voces exiliadas: Silvina Ocampo y Silvia Molloy Pérez,
Águeda |
Este
trabajo tiene como objetivo poner en relación la literatura de dos autoras
argentinas: Silvina Ocampo y Sylvia Molloy. El análisis se propone observar el
diálogo1 que entablan dos
cuentos de Ocampo (“La calle Sarandí” y “Cornelia frente al espejo”2)
con la primera novela de Molloy (En breve
cárcel3) a la luz de los diferentes conceptos de lo “abyecto”
que han concebido las teóricas Julia Kristeva y Judith Butler.
En breve cárcel
relata el proceso de escritura de una autobiografía por parte de una mujer que,
con ese fin, se encierra en el cuarto de un departamento alquilado, en un país
que no es el suyo. Mientras escribe, descubre que ya ha estado en ese lugar,
aunque había mantenido censurados todos los recuerdos: “un lugar que conocía,
donde había vivido horas que creía borradas” (Pág. 17). Además, en su texto
reaparecen episodios de la infancia vinculados con lo incestuoso, la homosexualidad
y el deseo del cuerpo materno. Por ejemplo, surge Clara, su hermana, “con quien
– ahora lo sabe – siempre quiso dormir” (Pág. 139); o el recuerdo de un tío
muerto, del que la protagonista no sabe demasiado “salvo que cuando se moría
pedía que lo acompañara sin cesar su madre”(Pág. 27), que está prohibido hablar
de él, y “supone que murió loco” (pág.
26). Por otra parte, la escritura se asocia al “vértigo”, al “miedo”, al “temor”. Si leemos estas citas
según la teoría freudiana, diremos que el cuarto y las imágenes surgidas allí
tienen las características de lo reprimido que, al pasar a la conciencia, causa
la angustia de lo siniestro. Freud explica que “lo siniestro [...] puede ser
reducido en cada caso a cosas antes familiares y ahora reprimidas. [...] Lo
siniestro en las vivencias se da cuando complejos infantiles reprimidos son
reanimados por una impresión exterior, o cuando convicciones primitivas
superadas parecen hallar una nueva confirmación” (Freud: 2503). Así, el cuarto donde la protagonista vive será el
lugar que aloja las pulsiones, “el no - lugar del inconsciente”. (Calabrese:
43).
Pero
al considerar la reelaboración de la teoría psicoanalítica realizada por Julia
Kristeva, es posible observar desde otra perspectiva este intento de narrar una
autobiografía. La tarea da como resultado un texto en el que la falta de
continuidad temporal y de relaciones lógicas entre los episodios conforman “un
relato sin anécdota” (Pág. 134). Además, quien escribe se esfuerza por unir un
discurso que se quiebra constantemente: “Unir esos pedazos, tejerlos aunque sea
por un momento; la alternativa [...] es la locura.” (Pág. 28). ¿Por qué la falta de cohesión del texto
despierta el miedo a la locura? Quizás porque lo reprimido que surge y provoca
las grietas textuales se identifica con lo “abyecto”, estado previo a la
constitución del “yo” – e incluso al inconsciente -. Según Kristeva, lo “abyecto” difiere de lo inconsciente pues este
“se construye cuando representaciones y afectos[...] construyen una lógica.” En
lo abyecto “la conciencia no se hizo cargo de sus derechos para transformar en
significantes las demarcaciones fluidas de los territorios aún inestables donde
un ‘yo’ en formación no cesa de extraviarse” (Kristeva: 19). El surgimiento de
este contenido marginal “coloca a aquel
que está habitado por él literalmente fuera de sí. [...] Me atrae hacia allí
donde el sentido se desploma” (Kristeva: 8).
Por otra parte, en la escritura aparecen visiones que asocian la locura
con la muerte: “Hay noches en que se acuesta y prevé el paso de esas imágenes
que intenta prohibirse en la vigilia: imágenes de muerte de las que no hay que
hablar [...], de las que no debe hablarse a sí misma (aunque lo esté haciendo)
porque de tanto contarse lo que ya no
existe teme enloquecer. (Pág. 35).” Lo abyecto, además, se hace presente “en el
no-yo (moi), en la pulsión, en la muerte” (Kristeva: 24):
El
encierro, el exilio y los recuerdos reprimidos desde la infancia forman también
el mundo de la narradora – protagonista de “La calle Sarandí”. Aquí, la
reclusión y las actividades realizadas no son una decisión voluntaria del
personaje sino la aceptación de un único destino posible: “A fuerza de lavar el
piso y la ropa, a fuerza de remendar las medias, el destino se apoderó de mi
casa sin que yo me diera cuenta[...]”(Pág. 56). Parte de esta carga de tareas
es resultado del abandono familiar:
“Mis hermanas se fueron yendo o desapareciendo junto con mi madre” (Pág.
56). Así, el personaje hereda todas las labores que tradicionalmente se han
asignado a la mujer porque otras mujeres las han abandonado.
¿Por
qué la protagonista no se ha ido con el resto de la familia? La situación inicial del cuento es parte de
la respuesta: “No tengo el recuerdo de otras tardes más que de esas tardes de otoño que han quedado presas tapándome
las otras” (Pág. 55). Estas tardes otoñales remiten al recuerdo horroroso de
una sola tarde cuando, siendo una niña, fue violada camino al almacén. Desde
entonces, la casa familiar será para la protagonista un refugio que la protege
del mundo exterior, que siempre había percibido como una amenaza: “El miedo de
perder algo me cerraba las manos herméticamente sobre las hojas arrancadas de
los cercos; al cabo de un rato creía llevar un mensaje misterioso, una fortuna
en esa hoja arrugada y con olor a pasto
dentro del calor de mi mano” (Pág. 55). Es decir, la violación será la
confirmación de un presentimiento que se concreta como una pérdida múltiple: la pérdida violenta de la virginidad es la
pérdida de la ingenuidad, ya que implica conocer el rol asignado a la mujer en
el acto sexual. Como señala Simone de Beauvoir, “el hombre es quien desempeña
el papel agresivo [...], mientras que la mujer sufre su abrazo. Normalmente,
ella siempre puede ser tomada por el hombre [...]” (Beauvoir: 314). Entonces,
la niña también perderá toda posibilidad de autonomía, al asumir el papel que el falocentrismo da a
lo femenino: como ha explicado Lacan,
las mujeres son el “sitio de una autoelaboración masculina”; ellas encarnan el Falo,
significan su poder al proporcionar el sitio en que este penetra” (Butler,
2001: 78).
En
su hogar, la actividad que más gratifica a la protagonista es el cumplimiento
del rol materno, que también heredó de su familia, ya que las mujeres se
llevaron todo “menos el hijo de mi hermana mayor” que “era tierno y lo creí
para siempre un recién nacido cuando me lo dieron[...]” (Pág. 56).
Aparentemente, la protagonista confirma que la casa es un lugar seguro; sin
embargo, el tiempo la hará consciente de que no ha escapado de la amenaza
exterior: “...el chico de mi hermana
gateaba, aprendía a caminar e iba a la escuela. No me di cuenta de que su voz
se había desbarrancado de una manera vertiginosa a los dieciséis años [...]. No
quiero ver más nada. Este hijo que fue casi mío, tiene la voz desconocida que
brota de una radio.” (Pág. 56/7). Al oír a su sobrino adolescente, la
protagonista lo reconoce como hombre y revive el horror de su infancia, esta
vez dentro de la casa. Del mismo modo, al ver un retrato familiar solo puede reconocer al padre: “...una
fotografía de mi padre, rodeado de una familia enana y desconocida” (Pág. 56).
Evidentemente, la protagonista descubre por qué la madre y las hermanas han
abandonado esa casa: allí, y no afuera,
han estado sometidas al poder de un padre que imponiendo la Ley fálica
anuló la identidad de los sujetos
femeninos.
Al
reconocimiento de la amenaza en el interior del hogar sigue una creciente desarticulación del discurso de la
narradora, quien superpone el tiempo y espacio de su infancia al tiempo y
espacio del presente. Vale detenerse en la descripción del violador y el relato
de la violación: “... un hombre se asomaba, siempre en mangas de camisa y decía palabras pegajosas, persiguiendo mis
piernas desnudas con una ramita de sauce, de espantar mosquitos. [...]Había una
cama de fierro en medio del cuarto y un despertador que marcaba las cinco y
media. [...]. No quise ver más nada y me encerré en el cuartito obscuro de mis
dos manos[...]. Por la ventana de mis dedos vi
la quietud del cuarto y los anchos zapatos desabrochados sobre el borde
de la cama.” (Pág. 56). Y también recordar el reconocimiento de su sobrino como
hombre: “Estoy encerrada en el cuartito
obscuro de mis manos y por la ventana de mis dedos veo los zapatos de un hombre
en el borde de la cama. Ese hijo fue casi mío, esa voz recitando un discurso
político debe ser, en la radio vecina, el hombre con la rama de sauce de
espantar mosquitos. Y esa cuna vacía, tejida de fierro...” (Pág. 57).
Este
discurso, que bordea lo caótico por la imposibilidad de delimitar tiempos y
espacios, deja ver que el lenguaje es permeable a lo abyecto, pues el sujeto invadido por lo abyecto es “un constructor de territorios [que] no
cesa de delimitar su universo, cuyos confines fluidos[...] cuestionan
constantemente su solidez[...]” (Kristeva: 16). Además, “este abyecto [...] es para él una tierra de olvido
constantemente rememorada.” (Kristeva: 16). Finalmente, surgen imágenes alucinatorias unidas a la
pulsión de muerte: “Cierro las ventanas, aprieto mis ojos y veo azul, verde,
rojo, amarillo, violeta, blanco, blanco.[...]. Así será la muerte cuando me
arranque del cuartito de mis manos”
(Pág. 57). Este “cuartito” construido
con las propias manos, que oculta el afuera,
no ha protegido a la protagonista sino que ha albergado el sufrimiento
por las pérdidas. El deseo de la muerte es la última expresión de ese
sufrimiento: como observa Kristeva en la obra de Céline, “es el tema – grito
del dolor – del horror. [...] Si quisiéramos ir más lejos aun en el acceso a la
abyección, no encontraríamos ni relato ni tema, sino una reorganización de la
sintaxis y del léxico – violencia de la poesía, y silencio”. (Kristeva: 186)
En el mismo sentido, el ámbito de las
pulsiones que se exhibe en la novela de
Molloy pone en evidencia el sufrimiento
de quien no puede cumplir el mandato falocéntrico de reiterar una identidad
fija. Como se ha visto, En breve cárcel es una narración en
tercera persona. Sin embargo, el pronombre
“ella” con que se designa a la protagonista es la sustitución de un
“yo”: “Poco queda para mí, se dice, ante el abarrotamiento de este camino
trazado[...]. Sólo sabe que por el momento – poco queda para mí – habrá de
anotar esas tres líneas [...]” (Pág. .24). No decir “yo” significa rechazar el
Orden Simbólico y las normas que sostienen la cultura falocéntrica pues “que el
niño aprenda a decir ‘yo soy’ [...] implica que ha asumido el sitio que le ha
asignado el Orden Simbólico, y que ha renunciado a su deseo de identidad
imaginaria con la madre [....]. Entrar en el Orden Simbólico significa aceptar
el falo como representación de la Ley del Padre” (Toril Moi: 109). Por otra
parte, el exilio de la forma pronominal de primera persona convierte la
escritura en un acto de observación especular .“Cornelia frente al espejo”
también expone la duplicación de un
“yo”. En este caso, la protagonista y narradora del cuento de
Ocampo se enfrenta a un espejo momentos antes de suicidarse y entabla un
diálogo con su reflejo que deja al descubierto algunos aspectos de su
subjetividad. En primer lugar, surge la creencia en roles fijos, que naturalmente caracterizan a cada género: “La
mujer nació para quedarse en su casa tranquilamente; el hombre, para las
grandes aventuras[...]” (Pág. 234). No obstante, la propia identidad se percibe como una construcción o
representación: “Siempre jugué a ser lo que no soy”; “Tengo las uñas muy
cortas, por eso tus manos parecen de estatua de piedra y no de prostituta o de
señora. Ahora todo ha concluido: todas las representaciones, los escenarios
[...]” (Pág. 230). Sus palabras
expresan que – como sostiene Butler – “el género es la estilización repetida
del cuerpo, una serie de actos repetidos – dentro de un marco regulador muy
rígido - que se congela con el tiempo
para producir la apariencia de una sustancia, de una especie natural de ser”
(Butler, 2001: 67). Aunque es posible realizar prácticas que subviertan el modo
de definir las identidades, Cornelia sabe que esto tiene una sola consecuencia posible: “Por suerte, ya sé todo lo que no soy yo.
[...] Voy a morir ahora mismo” (p. 254). Es decir, la joven es consciente de
que le espera el exilio, la muerte, pues no desempeñar ninguno de los roles
“naturales” para su género la anula como sujeto. Judith Butler - alejándose del
psicologismo de Kristeva, que ubica lo abyecto fuera de la sociedad y la
cultura - define lo abyecto como el sitio de la “constitución de sujetos
viables y de la correspondiente constitución de (in)sujetos inviables [...]
quienes no son nombrados ni producidos dentro de la ley, [...] un dominio de lo
impensable y de lo innombrable” (Butler: 2000); un dominio de cuerpos que no
importan, que son ininteligibles y solo existen como excluidos para la cultura
falocéntrica hegemónica (Butler: 1993). En ese espacio abyecto es exiliada
Cornelia si no representa su personaje
de acuerdo con la Ley.
A la desnaturalización y el rechazo de los
papeles asignados a varones y mujeres en función de sus cuerpos, sigue el
recorrido de la protagonista por su corporalidad: “Me desvestiré, y quedaré
desnuda. Totalmente desnuda. Si alguien se acerca, que se vaya y me deje sola
bajo la mirada mía que pronto se terminará.” (Pág. 254). La joven ve la verdad de su cuerpo y comprueba con temor en el espejo que la
cultura reprime la heterogeneidad, la fragmentación y la movilidad, única
verdad de las identidades: “¿Por qué te tengo tanto miedo, espejo, si antes no
te temía? [...] Moriré bajo tus cristales. [...] Qué porquería eres. Me buscaré
a mí misma en todos tus pedazos: un ojo, una mano, un mechón de pelo, mis pies,
mi ombligo, mis rodillas, mi espalda, mi nuca tan querida, nunca podré
juntarlos.” (Pág. 255)
La protagonista de En breve cárcel también vive el encuentro con su imagen en un
espejo como la posibilidad de cambiar la mirada sobre el cuerpo: “Ella también
se buscaba en esos espejos, de manera distinta, fingiendo desgano y como para
corregir, para imponer un orden, no sabe cuál” (P. 21). La experiencia demanda
un gran esfuerzo y en la escritura quedan
las huellas de una corporalidad fragmentaria: “No une sus partes
encontradas como no une la mirada con la ceguera, apenas reconoce la diferencia
entre una y otra” (Pág. 30)
Asimismo,
la asignación de funciones determinadas por la posesión de un cuerpo atraviesa
la novela de Molloy. Por ejemplo, la protagonista recuerda el nacimiento de su
hermana, cuando ella “se fijó en los pechos de su madre que la amamantaba”
(Pág. 76) y reconoce que ha recibido el mandato de la maternidad: “Es necesario
dejar todo- le dice la voz débil de su padre – y viajar para ver a Artemisa.”
(p. 75) Esta sentencia provoca su rechazo: “Siente que al caer en estas
monotonías biológicas inicia un camino en falso.” (Pág. 77). Entonces, se
identificará con otra imagen de Diana: no la “de los pechos múltiples y
abundantes”, que está “fija”, sino la “que no es fecunda”, “la cazadora suelta,
no inmovilizada” (pág. 76). Como
Cornelia, la protagonista de la novela descubre las imposiciones de las
categorías de identidad y asimismo la posibilidad de quebrantarlas, aunque el
precio sea para ella también la
marginación final en la abyección: “Está sola: tiene mucho miedo” (Pág: 156).
Los tres textos trabajados desocultan los actos,
las leyes y las represiones con que el
poder patriarcal determina las identidades y destinos de los sujetos. Pero
también revelan caminos de subversión. Tal vez por ello Sylvia Molloy aludió en
su novela a “Magush”, cuento de Silvina Ocampo: “ Recuerda un cuento que lee
con frecuencia en el que un adivino de catorce años ve el destino en las
ventanas [...]. Siente simplemente la necesidad de regalar su destino. Lo que
ve en las ventanas no es suyo, la niega.” (Pág. 23)
Silvina
Ocampo construyó su identidad, su destino y su voz desde el margen y la diferencia.
Sylvia Molloy supo escuchar la voz de
esa literatura y encontrar allí una conciencia de género con la
que nutre hoy su discurso desestabilizador y contrahegemónico, siempre
dispuesto a sacudir las concepciones patriarcales.
Notas
1 Tomamos
la noción de “diálogo” de Bajtín, quien en su famoso artículo “El problema de
los géneros discursivos” sostiene que “Una obra es eslabón en la cadena de la
comunicación discursiva; como la réplica de un diálogo, la obra se relaciona
con otras obras – enunciados[...]” (Pág. 265).
2 “La
calle Sarandí” apareció por primera vez en 1937, en el volumen de cuentos Viaje olvidado, primera publicación de
Silvina Ocampo. “Cornelia frente al espejo” se publicó en 1988, en el último
libro de cuentos de la autora. Las versiones
que se citan en este trabajo son las que se encuentran en Cuentos completos I – II. Buenos Aires: EMECÉ, 1999.
3 En breve cárcel se
publicó originalmente en 1981. Aquí trabajamos con la versión de 1998 de la
editorial Simurg de Buenos Aires.
Bibliografía
·
Bajtín, Mijail. “El problema de los géneros discursivos”. Estética de la creación verbal. México:
Siglo XXI, 1999.
·
Beauvoir, Simone de. El segundo
sexo. Buenos Aires: Sudamericana, 1999.
·
Butler, Judith. El género en
disputa. México: Paidós, 2001.
·
---------------- “Imitación e
insubordinación de género”. Grafías de Eros. Buenos Aires: Edelp, 2000.
·
---------------- Bodies that matter. Nueva
York: Routledge, 1993.
·
Calabrese, Elisa. “Género y teoría literaria: un matrimonio
conflictivo”. Arrabal, 1(1998): 39- 45.
·
Femenías, María Luisa. “Feminismo, postfeminismo y giro lingüístico”. Sobre sujeto y género. Lecturas feministas desde Beauvoir a Butler. Buenos Aires:
Catálogos, 2000.
·
Freud, Sigmund. “Lo siniestro”. Obras
completas, tomo 18. Buenos Aires: Losada, 1997.
·
Kristeva, Julia. Poderes de la
perversión. México: Siglo XXI, 2004.
·
Moi, Toril. Teoría literaria
feminista. Madrid: Cátedra, 1995.