La vida del Chacho de
José Hernández, el proceso de un ensayo distinto sobre la identidad
nacional Ortale,
María Celina |
Introducción
El objeto de este
trabajo es realizar un análisis del texto de José Hernández Vida
del Chacho sobre la base del concepto de “paradigma indicial” desarrollado
por Carlo Ginzburg[1]. También
consideramos el aporte teórico que plantea G. Genette en Palimpsestes donde coincide en la utilización del modelo indicial. Desde este punto de vista estudiaremos las relaciones intertextuales
que podemos rastrear en el texto de Hernández donde encontramos una clara
influencia sarmientina y alberdiana[2]
como parte de un proceso de incorporación al debate sobre la conformación de la
identidad nacional. Entendemos que en Vida
del Chacho Hernández se sirve de la imitación polémica del Facundo y se adscribe ideológicamente en
una revalorización de los presupuestos alberdianos de las Cartas Quillotanas con un nuevo y controvertido ensayo sobre la
patria.
Pretendemos destacar
que Vida del Chacho se inserta en un
profuso contexto de discusión sobre lo nacional, entrometiéndose como otra voz
polémica en un diálogo sobre la identidad argentina que había sido retomado
luego de Caseros. Abordaremos el texto de Hernández en este sentido y, luego de
la reunión de lo que consideramos los indicios de la polémica entre Alberdi y
Sarmiento,[3] nos concentraremos
en las abundantes huellas que creemos se pueden rastrear en este ensayo con
suficiente claridad. Demostraremos que la vida de
Peñaloza no sólo tiene el famoso debate detrás en plena acción intertextual,
sino que además Hernández imita y reescribe los textos de Sarmiento para
retomar su posición de autor consagrado y cuestionarla. Al tomar su lugar,
Hernández lo refuta con su propios términos, articulando fuertes críticas a la
visión del caudillo presentada en el Facundo
y a la dicotomía “civilización y barbarie” como falsa rectora de la
interpretación sobre la idiosincrasia argentina.
Vida del Chacho
La
biografía sobre Peñaloza se publica en 1863, inmediatamente después de que
Hernández se entera del asesinato del Chacho. Saca en su diario de Paraná
sucesivas notas que dan cuenta de su muerte adjudicándole la responsabilidad a
Sarmiento. A estos textos de carácter informativo le siguen dos artículos más
extensos, en donde Hernández da rienda suelta a su indignación contra el
partido unitario, titulados: “La política del puñal” y “La revelación de un
crimen”. Luego vendrá el cuerpo concreto sobre la vida del Chacho, que sale
como “Rasgos biográficos del General D. Ángel V. Peñaloza” en donde hace el
recorrido vital del caudillo. Todo este material es luego compilado en un
panfleto que publica el 1º de diciembre del mismo año.[4]
Es de
destacar que para estos años Hernández es un joven periodista casi desconocido,
sin otra particularidad que la de ser un exiliado porteño en Entre Ríos, en
donde intenta defender a la Confederación de los avances porteños. Desde esta
perspectiva, creemos que con la publicación de la Vida del Chacho, Hernández ha pretendido adscribirse a la discusión
sobre el futuro nacional tomando a la figura del caudillo como elemento
fundamental. Hernández siente la amenaza de que el país, en su última etapa
organizativa, se rija con las ideas del sanjuanino que están siendo implementadas
por el gobierno de Mitre, mientras paralelamente se elabora su futura campaña
presidencial.
De esta manera Hernández se incorpora al
dilema que había dividido a los intelectuales de la Generación del 37 (entre
los que denuestan y apoyan a Urquiza) y desde su autoexilio retoma los usos del
panfleto decidido a participar en el debate político en la defensa del partido
federal. Para ello debe hacer un primer ataque a la figura y posición de
Sarmiento, cuestionando su crédito público. Elige entonces biografiar la vida
del caudillo riojano Peñaloza cuyo crimen se le adjudica.[5]
Por otro lado, buscará tomar la posición
consagrada de Sarmiento “escritor” encarando el género ya conquistado por éste.
Escribirá la biografía de un caudillo, que sospechosamente es sucesor de
Facundo Quiroga, oriundo de su misma provincia y quien estuvo incluso bajo sus
órdenes. A través de esta biografía intentará destronar al consagrado
Sarmiento. Lo atacará como escritor y político, incluyéndolo de manera
explícita en la obra en un juego dialógico constante en el que ahora será el
violento y el “bárbaro”. Con la pretensión de darle a su obra un carácter
justiciero va a seguir la línea alberdiana de la llamada “política práctica”
que incluía la decisión de reinsertar al caudillo-gaucho en el nuevo tramado
social de la patria. Podríamos sostener que en este sentido la obra se plantea
como un texto bisagra que articula las dos posiciones capitales en la
literatura del S. XIX: el pasado Facundo
y el futuro Martín Fierro.
Alberdi y Sarmiento se habían distanciado
profundamente con motivo de sus opiniones respecto de la reubicación de los
intelectuales luego de la dictadura rosista. Con este móvil Sarmiento dio a la
luz la Campaña del Ejército Grande[6]
e impulsado por la irónica dedicatoria a su persona que incorporaba en su nuevo
texto, y en el cual Alberdi consideraba que el sanjuanino se había excedido en
las críticas al vencedor de Caseros, sacó el tucumano las famosas Cartas Quillotanas y comenzó con este
paso la ingente tarea de desprestigiar la obra de Sarmiento, puntualmente el
famoso par “civilización y barbarie”.[7]
Alberdi
definía en estas Cartas a los
escritos del sanjuanino como fruto de la “prensa bárbara”, de la “prensa de
vandalaje y de desquicio” y lo nombraba el “caudillo de la prensa”.[8] La
adscripción de Hernández a la posición alberdiana se verifica claramente en Vida del Chacho. En primer lugar por la
importante defensa de la figura de los caudillos, y luego por el uso invertido
de la dicotomía sarmientina, que Alberdi inauguraba en este debate epistolar de
1853.
Diez años más tarde Hernández publicará su Vida del Chacho.[9]
Creemos, sin embargo, que en este texto hay huellas que se inscriben en
este contexto polémico en donde nuestro
autor ha tomado claramente el lado del tucumano, con cuyas ideas ya
simpatizaba.[10] Por un lado
va a cuestionar la publicación del Facundo
de la misma manera que lo hacía Alberdi,[11]
y por otro, utilizará el término “bárbaro” ahora aplicado a Sarmiento, pero no
en su calidad de periodista, como sugiere el tucumano, sino dando un paso más y
describiendo a Sarmiento como un caudillo hecho y derecho, un salvaje asesino y
un “bárbaro”.[12] De esta
manera tomará del tucumano la idea de señalar la violencia en la personalidad
de Sarmiento,[13] y de
invertir la dicotomía, aplicando los términos de manera opuesta en una
contundente defensa del caudillo del interior.[14]
Embarcado en el espíritu romántico propio de
la estilística sarmientina se encargará de exaltar, idealizar y mitificar por
oposición a los caudillos tan criticados. El Chacho y Facundo Quiroga serán
casi unos santos, respetarán las leyes, llevarán un ejército disciplinado,
acatarán órdenes, actuarán con la mayor inocencia. El sistema interpretativo
del Facundo debe invertirse en este
nuevo intento de refutación de la famosa dicotomía, aplicada ahora por
inversión a su propio creador. De la misma manera que los caudillos fueron el
símbolo de la maldad, brutalidad, salvajismo y “barbarie”, en la Vida del Chacho estos términos han
sufrido un proceso de inversión referencial: “Lea el general Urquiza la
historia sangrienta de nuestros últimos días: recuerde a sus amigos Benavides,
Virasoro, Peñaloza, sacrificados bárbaramente por el puñal unitario; recuerde
los asesinos del Progreso,[15]
que desde 1852 lo vienen acechando, y medite sobre el reguero de sangre que
vamos surcando hace dos años, y sobre el luto y orfandad que forma la negra
noche en que está sumida la República”.[16]
Revisión de Hernández al formulismo
sarmientino
Podemos mencionar cuatro aspectos esenciales
en la composición del texto de Hernández como huellas evidentes de su intención
polémica. En primer lugar la elección genérica.
Sarmiento manejó el género biográfico a la
perfección, y haciendo uso y abuso escribió sobre los caudillos y sobre sí
mismo encarnando cada uno los ejes de la “barbarie” y la “civilización”.[17]
En este marco hizo del caudillo el mito de la “barbarie”[18]
y en varias oportunidades hizo los elogios de este género que tanto le sirvió
para reflejar al país como para atraer al público lector a sus opiniones
maniqueas. Hernández no es ajeno a esta idea, y en Vida del Chacho hace una mención explícita al Facundo y vuelve a formular el binomio en una reescritura que
resemantiza la oposición.[19]
Compartiendo los criterios del sanjuanino respecto de las ventajas que
ofrecen los relatos de vida, Hernández se decidirá a incursionar el mismo
género que le sirve, sobre todo, para reseñar los avatares de la patria. Igual
que Sarmiento, los periplos del “héroe” se utilizarán para explicar los hechos
del país y por esta causa se lo elige, por el sentido ejemplificador que se le
encuentra:[20] “No es posible trazar el
más ligero rasgo respecto a la vida de Peñaloza, sin encontrarse envuelto en las
inmensas complicaciones de la guerra que desde hace cuatro décadas tiene lugar
en nuestro país, y en todas las cuales ha tenido una parte a veces secundaria,
a veces principal, pero siempre distinguida y honorable para él”.[21] Luego dice: ”Bosquejar,
pues la vida de Peñaloza es hacer una triste relación de nuestra luctuosa
historia”;[22] y “Peñaloza, puede decirse muy bien, que ha
sido durante su azarosa vida: una propiedad de la Patria y de sus amigos”.[23] Finalmente explica:
“Aunque nuestro ánimo no es escribir la historia de nuestras luchas políticas
sino en la parte que tengan relación con la vida del General Peñaloza, no
podemos hacer esto, sin dar una idea, aunque ligera, de aquellos sucesos”.[24]
En
segundo lugar querríamos retomar el mecanismo de desviación referencial de la
dicotomía, que, como ya dijimos, habría sido rescatado de las Cartas
Quillotanas de Alberdi. Según este recurso, todo lo que dijo Sarmiento de
los caudillos le será aplicado ahora al propio creador de la fórmula y, por
extensión, al partido unitario. Esta inversión de claro propósito cuestionador,
le reserva al caudillo las mejores cualidades humanas y casi sobrehumanas. El
Chacho es aquí un caudillo “valiente, generoso y caballeresco”, “una de
aquellas almas inspiradas sólo en el bien de los demás, uno de aquellos
corazones que no conocen jamás el odio, el rencor, la venganza ni el miedo”,[25]
“un héroe sencillo y modesto”, luego “prestigioso” y que hace “prodigios de
actividad y de arrojo”,[26]
“noble y desinteresado”, que se preocupa solo por la “santidad de su objeto”,[27]
de “temple generoso”, que hace rezar a unos asesinos en la tumba de su víctima
en lugar de degollarlos en venganza.[28]
Con Benavides “profesan una amistad franca y leal” y en la anécdota final
cuenta que mantiene con vida a sus prisioneros de guerra en contraposición con
la conducta de los generales mitristas que pasan por las armas a todos los
prisioneros de guerra.[29]
En
estas líneas épicas está delineado coincidentemente Facundo Quiroga mostrando
una imagen contrapuesta al caudillo de los llanos descripto por Sarmiento. Aquí
se lo verá “haciendo las veces de padre”[30]
con el Chacho; como un “célebre y prestigioso caudillo”;[31]
que aprecia “dignamente” [32]
al Chacho y que goza de “crédito y prestigio”, [33]
siempre en ejército regular y cumpliendo órdenes de sus superiores.[34]
En consonancia con este esquema binario, los
enemigos de los caudillos simbolizan la “barbarie” y Hernández explícitamente
empleará este término tan cargado de significación y en nueve oportunidades
usará alguno de sus derivados: “bárbaro”, “bárbaramente”, “bárbara” y
“bárbaros” .
La primer referencia está dirigida a
Sarmiento, su creador: “El general Peñaloza ha sido degollado. El hombre
ennoblecido por su inagotable patriotismo, fuerte por la santidad de su causa, el
Viriato Argentino, ante cuyo prestigio se estrellaban las huestes
conquistadoras, acaba de ser cosido a puñaladas en su propio lecho, degollado,
y su cabeza ha sido conducida como prueba del buen desempeño del asesino, al
bárbaro Sarmiento”.[35]
Luego extenderá la aplicación al partido
unitario en general: “Lea el general Urquiza la historia sangrienta de nuestros
últimos días: recuerde a sus amigos Benavides, Virasoro, Peñaloza, sacrificados
bárbaramente por el puñal unitario;
recuerde los asesinos del Progreso, que desde 1852 lo vienen acechando, y
medite sobre el reguero de sangre que vamos surcando hace dos años, y sobre el
luto y orfandad que forma la negra noche en que está sumida la República”[36]
y “Debemos hacer notar que ésta es la única herida que el general Peñaloza ha
recibido en su vida de combates; la segunda es la que le han abierto sus bárbaros asesinos”.[37]
Después apuntará contra el método: el
degüello. Aquí vuelve al sentido original del término pues Sarmiento en Facundo lo consideró un signo de
barbarie. Hernández presenta tres paradigmas de ello, el caso del Chacho, el de
Dorrego y finalmente el de Quiroga. Cito: “El primero es adormecer al general
Urquiza, adularlo, cortejarlo, complacerlo en cuanto desee, mostrarse con él
solícitos, afables y cariñosos, a fin de que la bárbara degollación del general Peñaloza no lo haga abandonar un
solo instante esa política de contemplaciones y de dulzuras que hace dos años
tiene para con los salvajes unitarios”,[38]
“La revolución encabezada por el general Lavalle, en Buenos Aires, el 1º de
diciembre de 1828, y que dio por resultado la caída del gobernador Dorrego y su
bárbaro fusilamiento en los campos de
Navarro por orden de Lavalle, alarmó justamente a los gobernadores de las
provincias, a quienes La valle había desdeñado dirigirse para invitarlos a
tomar parte en su movimiento“,[39]
y “Quiroga, que a la sazón se hallaba en Buenos Aires, marchó en esa comisión
con el carácter de mediador, en diciembre de aquel año, y a su regreso tuvo
lugar en Barranca Yaco, el 16 de febrero de 1835, el bárbaro asesinato de este terrible y poderoso caudillo, muriendo
también con él su secretario, el coronel Mayor José Santos Ortiz, los nueve
individuos de su comitiva y el correísta Luegues, que dirigía la galera”.[40]
Después viene la advertencia a Urquiza, para
que se cuide de Mitre y Sarmiento, y su premonición no tan errada del futuro
asesinato del entrerriano: “No se haga ilusiones el general Urquiza con las
amorosas palabras del general Mitre: Represéntese el cadáver del general
Peñaloza degollado, revolcado en su propia sangre, en medio de su familia,
después de haber encanecido en servicio de la patria, después de haber
perdonado la vida a sus enemigos más encarnizados, después de haber librado de
la muerte hasta al bárbaro instrumento
que los unitarios han empleado para hundirlo en el cuello del caudillo más
valiente y más humano que ha tenido el interior del país”, y “Estas hordas que
con el bárbaro Flores abrazan la
República Oriental, formadas y pagadas con el oro de la Nación Argentina,
mandadas en los buques de guerra argentinos, son la vanguardia de los iroqueses
que en Buenos Aires aguardan el momentos de concurrir al festín del degüello
que se divisa en San José”.[41]
Y finalmente no se le escapará la demoledora
crítica a la campaña mitrista: “Esta fue la situación de las provincias en
aquel momento, aprestándose a una guerra sangrienta y, lo decimos con dolor,
horrible y hasta bárbara”.[42]
Para acompañar la interpretación del
formulismo sarmientino, Hernández trabajará también con las marcas de estilo
imitando el ritmo ternario tan utilizado, sobre todo, en la Introducción de Facundo. Al referirse al Chacho dirá que
era el caudillo más “prestigioso, generoso y valiente”.[43]
Copiará además la adjetivación lírica tan propia del tono sanjuanino
componiendo un ambiente de cadáveres, lid sangrienta y fieras sanguinarias.[44]
La figura del tigre como metáfora de salvajismo aplicada al “bárbaro” (en Facundo aplicada a Rosas y obviamente a
Quiroga) se recupera en la Vida del
Chacho refiriéndose a Sarmiento y los unitarios, animalizados en los rasgos
y actitudes del tigre del desierto. De esta manera, por oposición a las
víctimas inocentes se presenta la agresividad de la bestia salvaje en los
responsables de la muerte de Pañaloza que son “asesinos” cuyas “manos van
siempre a cebarse a las entrañas de sus enemigos”,[45]
que engañan con “zalamerías de tigres”[46]
y actúan con alevosidad dejando “la cola afuera”.[47]
Respecto del ambiente sangriento Hernández
retoma la metáfora de la República como un “teatro de sangrientos horrores”,[48]
donde se representan escenas sanguinarias, hay víctimas, crímenes, asesinatos.
Aparece en este mismo ámbito la lista de los caudillos que fueron asesinados
por “un partido de asesinos” que se “han espantado de la deformidad de su
propio crimen”.[49] En este
mismo sentido antitético se describe el empleo del puñal[50]
y del degüello[51] por el
partido que supuestamente simbolizaba la civilización.
Hay otra recuperación de huellas
sarmientinas en el empleo de más recursos retóricos que le dan fuerza a la
prosa hernandiana.[52]
Insultos, interrogaciones, exclamaciones y sarcasmos se suceden durante toda la
obra para dar cuenta de una escritura furiosa, propia también del género
panfletario.[53] Polemizará
también con la recuperación del tópico rosista “salvajes unitarios”.[54]
Este epíteto fue muy criticado por Sarmiento en la Campaña donde apreciaba que Urquiza lo volvía a poner en vigencia y
se quejaba[55] dedicándole
todo un capítulo a la explicación de este calificativo. Hernández se analoga a esta
posición de Urquiza e inaugura su folleto con una referencia rotunda: “Los
salvajes unitarios están de fiesta”.[56]
Es importante destacar que este empleo se reitera siete veces en las dos
primeras partes del folleto, en “La política del puñal” y “La revelación de un
crimen”, en cambio en los capítulos sobre la vida del Chacho las referencias se
atenúan, sustituyendo el epíteto por “partido de asesinos” en la mayoría de los
casos. Luego de la frase de inauguración citada dirá: “Quedan dos únicos
caminos que pueden salvarlos, y los salvajes unitarios infames como siempre,
como siempre traidores, los siguen sin vacilar”;[57]
más adelante: “No hay magia para hacer tantas cosas en unas cuantas horas, sino
la de los salvajes unitarios.”[58]
y en el final incluirá la referencia que los asocia a una bestia feroz: “Los
salvajes unitarios han dejado también la cola afuera”.[59]
En conclusión podemos decir que Hernández
ha dado vuelta los mitos de “barbarie” y “civilización”. Ha desmitificado a
Sarmiento como símbolo de la civilización y al caudillo como símbolo de
barbarie y lo ha refutado en el mismo marco de la dicotomía. Continuando la
polémica alberdiana, Hernandez denuncia a la barbarie ilustrada, como la
responsable del atraso organizativo de la patria, embarcada en un proyecto
fratricida. La voz de Hernández está con el caudillo desprotegido, amenazado y
perseguido por el sistema y por una sociedad regida según la falsa dicotomía
del Facundo. Su folleto es, en este
orden, una denuncia y un alegato del caudillo popular como fuerza integrante de
la Argentina.
[1] Ginzburg, C. Mitos, emblemas, indicios, Barcelona,
Editorial Gedisa, 1999, p. 138. Este “paradigma
indicial”, según se describe en Mitos,
emblemas, indicios, fue el método utilizado para distinguir la autoría de
ciertas pinturas que había sido atribuida erróneamente en algunos museos
europeos en el siglo XIX. Se fundamentaba en el señalamiento de “marcas” o
“indicios” en general secundarios, uñas de las manos, cabello, etc. ... que
permitían identificar al verdadero autor de los cuadros. Desde este punto de
vista, el acercamiento a la obra artística, en un principio a la pintura, pero
luego también a la literatura y a todas las artes, se compara con el
procedimiento de investigación que usa Sherlock Holmes en los policiales de
Conan Doyle. Ginzburg subraya la influencia de este género literario en la
consagración del “paradigma indicial” como modelo epistemológico de las
ciencias sociales.
Así, se veía retratado al estudioso de arte en la figura del detective que sigue los rastros, las pistas, para dilucidar una realidad más profunda y verdadera, puede trazarse el perfil general del investigador de las ciencias sociales. Esta investigación se sustenta en criterios de “verdad” y de “valor” únicos e incuestionables. Ginzburg recupera la actitud del “cazador” de la prehistoria que seguía las huellas de su presa a partir de las cuales infería la especie, características y dirección del animal. Este método que se extendió como el método “morelliano”, por ser Giovanni Morelli quien lo aplicó y describió por primera vez, fue empleado luego por varias disciplinas en mayor o menor grado, logrando la adquisición de un conocimiento que Ginzburg llama “indicial”, “indirecto”, “conjetural” “adivinatorio” o “sintomático” según los casos.
[2] Ver Bloom, H. La angustia de las influencias, Venezuela, Monte Avila Editores,
1976.
[3] La polémica literaria se sostuvo
mediante la publicación respectiva de Las
cartas quillotanas, Alberdi J.B. Buenos Aires, Ediciones Estrada, 1957, seguidas por la respuesta de Las
ciento y una. Sarmiento, D.F. Obras
Completas, Tomo XV, Buenos Aires, Luz del Día, 1950. Más adelante
retomaremos el tema.
[4] Es importante
mencionar que esta estructuración se verá modificada por Hernández en su
reedición de 1875. Allí suprime los dos candentes textos que hacen las veces de
prólogo, por considerarlos inadecuados a la nueva realidad socio-política, a la
vez que realiza ciertas modificaciones en la adjetivación de los caudillos
retratados. No obstante las variantes, el texto sirve finalmente para
establecer nuevamente la polémica con Sarmiento, en el marco de las nuevas
acusaciones que el senador Rawson le dirige al senador sanjuanino en el
Congreso ese mismo año, respecto de la muerte del Chacho. Y además, con la polémica
que le entablan los hermanos Varela desde su diario La Tribuna. Para
ampliar el tema ver Palcos, A. op.cit.,
cap. XIV, p.208; y Campobassi, J. Sarmiento y su época, Buenos Aires,
Editorial Losada, 1975, cap.13.
[5] Sarmiento fue nombrado Director de Guerra,
cargo al que renunció dejándolo en manos de Paunero. La imaginación popular le
adjudicó igualmente el asesinato del Chacho aunque para esos meses no tuviera
ninguna relación oficial en la lucha contra la montonera.
Aunque este texto es un
trabajo mucho más breve que el Facundo,
Hernández se las arreglará para incluir con disimulo una nueva descripción de
Quiroga, absolutamente antagónica con la de Sarmiento. No podemos dejar de
notar la intención problematizadora de esta dialéctica, que en este sentido
plantea con claridad una fuerte polemización con el texto del 45
La primer similitud con el Facundo podría establecerse entonces
respecto de su modalidad de producción. Inicialmente son artículos
periodísticos que luego se condensan para la publicación de la obra en forma
independiente y con el mismo propósito, el de oponerse a la “barbarie de un
tirano” que ostenta el poder.
[6] En este texto describe la vida del general Urquiza con la clara
intención de mostrarlo como un caudillo tan “bárbaro” como todos, heredero de
Rosas y aún peor que él. Las razones de la enemistad entre Urquiza y Sarmiento
son dignas de analizarse en otro detallado trabajo, lo cierto es que el
sanjuanino actuó como boletinero oficial de la Campaña, y a un costado de
Urquiza observó las dificultades y errores de la política del general. En
consecuencia, publica su diario, que resulta un evidente enfrentamiento
personal con el entrerriano. El binomio “civilización y barbarie” vuelve a
aparecer en este texto y en consecuencia esta suerte de creación sarmientina
tan extendida y aceptada pasará a ser cuestionada ahora por su principal
detractor, Juan Bautista Alberdi.
[7] En estas Cartas apuntará certeramente a la
actitud de Sarmiento como escritor y a refutar su dicotomía, su Campaña, y también algunos aspectos del Facundo
Alberdi J.B. Tercera de Las
cartas quillotana ya citado, p.104.
Referido al Facundo dice: “Es
la vida de un caudillo con pretensiones de ser explicación teórica del
caudillaje argentino, -teoría incompleta, pues deja en blanco los caudillos de
la prensa y de la tribuna que tan bien calificó el padre Castañeda con el
nombre de gauchi-políticos”
[8] En la 2da. dice que tiene “actitud de agitador” que “perjudica la
tranquilidad pública” y de esta manera Alberdi señalará el nuevo lugar que debe
ocupar el escritor, quien debe concentrarse en la organización institucional de
la patria. Alberdi subraya la ignorancia de Sarmiento como un obstáculo para
que éste produzca otro tipo de obra, lo considera un conspirador de la paz, y un
ególatra que sólo piensa en su puesto político perdido, en su lugar dentro de
la esfera política que cree ganado con sus publicaciones. Pregunta irónico “¿la
gloria literaria es antecedente de gobierno en ninguna parte?”Alberdi J.B.
Tercera de Las cartas quillotanas ya citado, p.76
Después de las cuatro Cartas
Quillotanas, publicará un segundo trabajo sobre el mismo tema: Complicidad de la prensa en las guerras
civiles de la República Argentina. Alberdi intenta con estas críticas a la
prensa exaltada y belicosa, extender lo que llama la “política práctica” que
consiste en la aceptación de la realidad política de la nación tal cual se la
había encontrado luego de Caseros. Propone como medida urgente el dictado de
una constitución en estos términos de política moderada, tolerando la
convivencia con el caudillo del interior, como figura propia e innegable del
país.
[9] En la biografía de Palcos se considera a
Alberdi como el claro vencedor en la polémica. Ver Palcos, A. Sarmiento, el genio, Buenos Aires, El Ateneo,
1983. p.108.
[10] Chávez, F. Civilización y Barbarie en la historia de la cultura argentina,
Buenos Aires, Ediciones Los Coihues, 1988, p.50.
[11] Hernández menciona la
intención lucrativa y propagandística de la publicación de Facundo del mismo
modo en que lo había denunciado Alberdi en la tercera de las Cartas. Escribía Alberdi: “No negaré su patriotismo, pero no me negará Ud.
tampoco que siempre ha escrito periódicos por su sueldo, como medio honesto de
ganarse el sustento de sus vida. Ellos expresan pues, a la vez que patriotismo,
necesidades satisfechas”, y en la página anterior: “...sus escritos no lo hacen
a Ud. Presidente de la República”, y respecto de Recuerdos de provincia: “es el medio muy usado y muy conocido en
política de formar la candidatura de su nombre”. Alberdi, J.B. Tercera de Las cartas quillotanas, p.77.
Estas dos
actitudes también las señalará Hernández como grandes defectos, en una sola
frase contundente: “Con objeto menos loable, se han tomado otras tareas más
arduas. Sarmiento escribió su Facundo
sin más objeto que deprimir un partido que no podían vencer y haciéndose
remunerar con largueza por los suyos
ese trabajo.” Rasgos biográficos, op.cit., p.140.
[12] Hernández, J. Rasgos Biográficos del General D. A.V. Peñaloza , en Proceso al Chacho de León Pomer, Buenos
Aires, Ediciones Caldén,1968, p.131.
[13] Alberdi J.B. en Complicidad de la prensa en las guerras civiles de la República
Argentina se expresa con mayor contundencia respecto de Sarmiento: “No
pueden ser amigos de la libertad, los que ejercen el libertinaje de la prensa.
...¿Podría respetar la vida como gobernante , el que descuartiza el honor como
aspirante al gobierno?/¿Podrían servir a la causa y a los intereses del
comercio y de la industria, los que fomentan revoluciones, campañas, guerras de
desolación y de empobrecimiento?/¿Podrá sufrir la oposición como ministro, el
que no puede soportarla como ciudadano?/¿El que insulta la justicia ajena
estando desarmado, la respetaría teniendo bayonetas? p.149
[14] Sobre todo la primera de las Cartas Quillotanas es un claro escrito de defensa del caudillo y de denuesto a la prensa que dirige la opinión del país: “El día que creáis lícito destruir, suprimir al gaucho porque no piensa como vos, escribís vuestra propia sentencia de exterminio y renováis el sistema de Rosas”, y más adelante: ”Dad garantías al caudillo, respetad al gaucho, si queréis garantías para todos.” Primera de Las cartas quillotanas, op.cit., P.18 y 19.
[15] Clara referencia a los conceptos
alberdianos de la tercera de Las cartas
quillotanas referidos al
“despotismo del progreso” p.91
[16] Rasgos
biográficos, op.cit., p.132. Esta cita se entronca con la ruptura de
relaciones entre Urquiza y Sarmiento descriptas en la Campaña del Ejército Grande. De la misma manera que en este texto
sugiere el sanjuanino que Urquiza elabora el plan de asesinarlo, en los Rasgos de Hernández, se le advierte al
general entrerriano que se cuide del proyecto político de Sarmiento y Mitre:
“El puñal está levantado, el plan de asesinaros preconcebido“; p.133.
[17] A. Prieto La literatura autobiográfica argentina, Buenos Aires, Centro Editor
América Latina, 1982, p.21, referido al
sentido de la publicación de las autobiografías tan numerosas en en s.XIX. El
las considera como consecuencia de la intención de justificarse ante la opinión
pública o política, entendiendo que aún la literatura argentina no se ha
independizado de la política.
[18] Es de vital importancia, aunque no sea
posible tratar la cuestión en este trabajo, el hecho de que Sarmiento también
publica la vida de Peñaloza, en 1865, desde los Estados Unidos, donde preparaba
su plan de campaña presidencial. Creemos que con esto se multiplican las
posibilidades de análisis respecto de lo que este personaje significó en la
composición ideológica de lo argentino “bárbaro” o “civilizado”, en el momento
de la reorganización nacional.
[19] Sólo ocho años después de la acción de la Asociación de Mayo, el
sanjuanino publicaba su Facundo desde
Chile. Adquiría a través de esta obra una notoriedad inmensa. El Facundo era leído y comentado, y la
dicotomía “civilización y barbarie” se imponía como la primera
conceptualización sociológica de la nación, hasta de la América entera. Primer
gran interpretación de la realidad nacional que es lograda por un joven
escritor de provincias, y es aceptada por los porteños, y también fuera del
país. Su repercusión se extendía por España, Francia y Norteamérica, donde se
lo leí y elogiaba.
Sarmiento
se consagra como escritor y ha descubierto en la biografía un género muy
apropiado a sus fines didácticos. Preferido por él, será muy bien recibido por
el público argentino y la figura del caudillo quedará estampada a la
perfección. Animado por este éxito escribirá muchas otras biografías de
caudillos: la de Aldao que fue una suerte de antecedente, la de Urquiza,
incluida en la Campaña en el Ejército
Grande, años más tarde la del Chacho Peñaloza. Expresará sobre el
género: “La biografía es, pues, el
compendio de los hechos históricos más al alcance de un pueblo y de una
instrucción más directa y clara. Mucho trabajo cuesta comprender el enlace de
la multitud de acontecimientos que se desenvuelven a un mismo tiempo; pero nada
es más fácil, ni hay cosa que excite mayor interés y mueva simpatías más
ardientes, que la historia particular de un hombre a cuyo nacimiento asistimos,
siguiéndole en seguida a sus juegos infantiles...” Sarmiento, D.F. Obras
completas, Tomo I, p.183.
[20] Se habla de “ejemplaridad histórica” de
ciertos individuos representativos como el principio hermenéutico del historicismo
romántico empleado con “mayor eficacia” en el Facundo , en Altamirano, C. y B. Sarlos, op.cit., p.113.
La
vida del caudillo se entrelaza con la vida de la Nación. El retrato del
personaje es casi una excusa para hablar del país, de los acontecimientos con
los que está relacionado. Así expresará Sarmiento su elección en uno de los
párrafos más notorios: “He
creído explicar la Revolución argentina con la biografía de Juan Facundo
Quiroga, porque creo que él explica suficientemente una de las tendencias, una
de las dos fases diversas que luchan en el seno de aquella sociedad
singular". Y más adelante “...porque en Facundo Quiroga no veo un caudillo
simplemente, sino una manifestación de la vida argentina tal como la han hecho
la colonización y las peculiaridades del terreno. ” Sarmiento, D. F. Facundo, Buenos Aires, Editorial Losada,
1963, p.20.
[21] Rasgos
biográficos, op.cit., p.140.
[22] Ibidem, p.141.
[23] Ibidem, p.140.
[24] Rasgos
biográficos, op.cit., p.141.
[25] Rasgos
biográficos, op.cit., p.140.
[26] Iibidem, p.151.
[27] Rasgos
biográficos, op.cit., p.152.
[28] Ibidem, p.154.
[29] En la defensa del caudillo se encuentran en el texto varias anécdotas
en las que el Chacho es emblema de la civilización mostrando el castigo
ejemplar y civilizado que impone a una partida de asesinos que ataca al coronel
Yanzón, amigo suyo: “Véanlo los que lo han retratado animado de sentimientos
sanguinarios. Su único castigo fue hacerlos marchar a pie, conduciendo en
hombros el cadáver de su desgraciado compañero, hasta llegar a la Capilla de Gualfín,
en el departamento de Belén, 12 leguas distante del teatro de suceso, y donde
les hizo abrir la sepultura en que dejó enterrado a su antiguo amigo”.
Al
final del folleto agrega la anécdota donde se confronta la humanidad del Chacho
con la violencia de los jefes de Mitre: “El general Peñaloza devolvía todos los
prisioneros que había tomado, no faltaba uno solo, y no había uno solo entre
ellos que pudiera alzar su voz para quejarse de violencias o malos
tratamientos. / Y ¿Dónde estaban los prisioneros que se habían tomado a él? /
Habían sido fusilados sin piedad, como se persiguen y matan las fieras de los
bosques”. La generosidad del Chacho que le vale el “¡Viva!” de sus prisioneros
de guerra es el ejemplo moral necesario para la educación del pueblo. Ibidem, p.154, 157 y 158,.
[30] Rasgos
biográficos, op.cit., p.141.
[31] Ibidem, p.144.
[32] Ibidem, p.146.
[33] Ibidem, p.147.
[34] También se puede pensar el retrato del Chacho en relación con el de Quiroga. En ambas obras se parte de la niñez, de anécdotas recuperadas del registro oral que actúan en calidad determinante del hombre futuro. El Chacho secría a cargo de un sacerdote, en un ambiente de cariño y afecto, y así pasa luego bajo la protección paternal de Quiroga. En cambio, en la obra de Sarmiento, Facundo vive una infancia violenta y viciosa que lo determina como gaucho malo. Este es otro juego de oposiciones que plantea la biografía del Chacho quien es santo y honesto, por oposición al caudillo sarmientino dominado por la pasión y los vicios, pero ambos signados por el determinismo de su infancia.La inclusión del apodo como dato relevante en la vida de los caudillos es otro rasgo sarmientino. Cuenta Hernández que Peñaloza perteneció a un familia notable, respetable y antigua de La Rioja y quedó con un anciano sacerdote que lo apodó “Chacho”. Luego Quiroga lo llevó a su lado y lo llamaba “Chachito”. El apodo actúa como un símbolo más del caudillo, “Chacho” surge según cuenta Hernández de los balbuceos de un “respetable anciano” sacerdote que lo cuida y “balbuciente ya por su avanzada edad” no puede decir la palabra “muchacho” de manera clara. Con el uso se impuso la aféresis “Chacho” con la cual todos lo conocieron posteriormente.[34] Esta tierna etimología actúa de antítesis a la anécdota de Facundo “el tigre de los llanos”, llamado así, según la anécdota que cuenta la obra, por su enfrentamiento con un tigre cebado en los llanos de La Rioja.
[35] Ibidem, p.131.
[36] Rasgos
biográficos, op.cit., p.132.
[37] Ibidem, p.142.
[38] Ibidem, p.133.
[39] Ibidem, p.143.
[40] Rasgos
biográficos, op.cit., p.147.
[41] Ibidem, p.133.
[42] Ibidem, p.143.
[43] Irónicamente se
refiere al partido unitario como el que invoca “la ilustración, la decencia, el
progreso”. Más adelante dice “una sed de sangre lo mortifica, lo sofoca, lo
embrutece”, y ”como lo exige la moral, la justicia y la humanidad”. [43]
Refiriéndose a la actitud con Urquiza dice que se preponen “adularlo,
cortejarlo, complacerlo en cuanto desee, mostrarse con él solícitos, afables y
cariñosos”.[43] En el capítulo
I vuelve a referirse al Chacho como un caudillo “valiente, generoso y
caballeresco” [43] y por último
hablará de “el descontento, el malestar y la agitación”.[43] Ibidem, p.131,
133, 140, 148.
[44] Ibidem, p.14, 19 y 20,
“silencio sepulcral de tus víctimas”, “millares de víctimas sacrificadas por el
puñal”, “sepulcro”, “cenizas” y “víctimas”
[45] Rasgos
biográficos, op.cit., p.132.
[46] Ibidem, p.134.
[47] Ibidem, p.139.
[48] Rasgos biográficos, op.cit.,
p.131.
En
el Facundo Sarmiento también habla
del “teatro sobre que va a representarse la escena”, y de “un teatro donde
todavía no se ha terminado el drama sangriento”. Facundo, op.cit., p.22, 202
[49] Rasgos
biográficos, op.cit., p.133.
[50] Iibidem, p.131, 132, 133 “clavar
el puñal”, “puñal de los asesinos”, “caer bajo el puñal”, “puñal unitario”, “El
puñal está levantado” .
[51] Rasgos
biográficos, op.cit., p.131, 133, 134 “El general
Peñaloza ha sido degollado” , “para castigar a los degolladores” , “al festín
del degüello” , “fue enseguida degollado”. El degüello de Peñaloza fue
aplaudido en el 63 por el contradictorio Sarmiento en una famosa carta, que le
valió eternos repudios. Hernández refuerza su crítica en este sentido. Debe
prestarse también atención a la reiteración que hace Hernández de la frase
“cosido a puñaladas” que el mismo autor transcribe varias veces en cursiva.
[52] Ensayos
argentinos, op.cit., p.108.
[53] Estos recursos que avivan la narración se relacionan también con la teoría romántica de la improvisación empleada en todos estos textos literario-políticos, escritos más bien al calor de los hechos, como rápidos bosquejos de la situación, llenos de exabruptos no corregidos y consecuentes de la emoción del autor. El texto reproduce fielmente la impresión del momento y se carga así de autenticidad histórica.
[54] Pedro De Angelis dice
al respecto en el año 1843 “Extrañarán
algunos de los que lleguen a nuestras playas el título de salvajes que
acostumbramos dar a los Unitarios, y que ya se ha identificado con su nombre.
Al verlos tan compuestos y estirados. Estos no son salvajes, dirán sin duda; y
mayor debe ser su sorpresa cuando les oyen hablar de una nueva obra de Jorge
Sand, o del último poema de Lamartine....Se ha dicho con verdad “que no hay
quien más se parezca a un hombre de bien como un tunante”, y esto ecplica el
enigma que presentan los Unitarios a los que sólo se fijan en las
exterioridades”.
[55] Campaña
en el Ejército Grande, op.cit.,
p.183.
[56] Rasgos
biográficos, op.cit., p.131.
[57] Rasgos
biográficos, op.cit., p.133.
[58] Ibidem, p.138.