La
alteridad de lo real en la narrativa de Mario Levrero Olivera,
Jorge |
La obra de Mario Levrero (Montevideo,
1940-2004) ha sido central en la literatura del Río de la Plata en los últimos
treinta años. Sus primeras novelas, aparecidas a fines de los sesenta,
confirman un cambio en la modalidad de entender y practicar la literatura con
respecto a la generación precedente, así como una continuación de la línea de
escritura propuesta en su momento por Felisberto Hernández y Armonía Somers. Su
modalidad narrativa es diferente, claramente distanciada del
realismo-crítico dominante dentro del panorama de la literatura uruguaya del
siglo XX.
La importancia de la obra de Levrero ha
quedado relegada del canon dominante. Llevaron a esta situación, tanto la
actitud del autor, reticente a todo ejercicio de promoción de su obra como el
escaso y restringido círculo de lectores que lo siguieron[1].
La calidad de la obra, el paso del tiempo y la tenacidad de los lectores ubicaron
finalmente a Levrero como uno de los narradores uruguayos más importantes
dentro de la línea de raros o literatura imaginativa (Rama, 1966). En
los últimos años se transformó en un referente del género para los jóvenes
narradores, esta labor fue realzada a través del magisterio realizado en los
talleres de escritura en que participó. Desaparecido el escritor, la magnitud
de su figura se acrecienta como la de un escritor único y diferente, esencial
en su postulación del arte narrativo.
Desde un punto de vista cronológico,
Mario Levrero pertenece a la generación de escritores uruguayos del sesenta.
Comenzó a publicar a fines de esa década, aunque sus primeras obras fueron
escritas en 1966 se publicaron con posterioridad a 1968. En este caso se encuentra
Gelatina[2], seguida de La
Ciudad[3], La máquina de pensar en Gladys<[4], El Lugar[5] y París[6].
Durante las siguientes décadas Levrero escribió y publicó una serie de
obras que lo situaron y distinguieron dentro del panorama cultural uruguayo[7].
Practicó además diversas formas de la creación: cuento, novela, folletín,
historieta, periodismo y ejerció como editor de una revista de palabras
cruzadas en Buenos Aires.
Algunos aspectos de la narrativa
levreriana permiten situarla como perteneciente a la línea de literatura
imaginativa[8]
como tempranamente la designó Ángel Rama. Para el propio Levrero la literatura
fue una forma de acercamiento a lo real: una mirada desde la alteridad.
Esta mirada aparece
condicionada en sus obras por procedimientos de construcción de la
ficción que pueden identificarse con lo fantástico (Alazraki, 1983; Campra,
2000)[9].
En Levrero lo real es el territorio de la alteridad.
Su obra se nutre
de diversas y abundantes vertientes, las principales pasan por una lectura de
“Lewis Carrol, Franz Kafka, el surrealismo y la corriente de los raros[10]”
y una mirada entre lúdica y ambigua de las acciones humanas; todo ello,
ligado a un extrañamiento y opresión que permanece como marco de los hechos
narrados (Fuentes, 1986). Sin embargo, en sus textos son significativas otras
fuentes que permiten individualizarla en relación con el grupo de escritores
del sesenta, entre ellas la más destacable es la vertiente imaginativa.
En ella, se observa el cruce de líneas que pueden denominarse marginales
si se comparan las mismas con el canon realista imperante. Entre dichos ejes,
debe citarse la ciencia ficción, la novela policial, la historieta y el
folletín de aventuras, todo ello en conjunción con “zonas degradadas de la práctica social: lo pornográfico, el espiritismo
y ciertos mitos populares”[11].
Entiendo que la narrativa de Levrero presenta una serie de
rasgos que ponen en cuestión los paradigmas de conformación de la literatura
uruguaya, de lo fantástico y de la relación del escritor con la literatura que
emana de las vanguardias históricas. Su obra, sobre todo la de los primeros
libros[12],
está signada por la relación explícita con el legado de Kafka[13]
y con procedimientos de construcción de la ficción que pueden ser identificados
con el modo fantástico.
El interés de este trabajo es mostrar algunos
efectos de extrañamiento que aparecen en alguna de sus obras y que
recrean formas de la alteridad que ponen en cuestión la identidad del
sujeto configurando lo que podría denominarse un efecto fantástico ambiguo (Castro, 2002). Este efecto
no se sostiene durante todo el relato y tampoco es un proceso en sí mismo, sólo
es un procedimiento para dejar al descubierto zonas inéditas de lo real.
Narración y
alteridad.
Uno
de los rasgos de identidad de la literatura de Mario Levrero está relacionado
con el uso del lenguaje y la forma de construir el relato, lo que he convenido
en denominar sintaxis narrativa; este
efecto aparece en ocasiones bajo la forma del montaje. En las primeras novelas se manifiesta como
un proceso de escritura que muestra la dualidad psicológica de los personajes y
la ruptura con la realidad que deviene en efecto fantástico. Hacia fines de los
ochenta en la novela Desplazamientos[14]
es ya una estrategia de escritura consciente, fragmentada y sutil, con capítulos
recurrentes que sólo presentan leves variantes entre sí hasta lograr un efecto
de acumulación, cuya finalidad es mostrar la percepción del personaje
sobre la realidad sin llegar a una ruptura con la misma. El proceso conduce en
las primeras novelas hacia un efecto inverso que profundiza la división entre
la mirada y la realidad, dando como resultado el modo fantástico; en tanto que
en las últimas novelas es un procedimiento de escritura elegido por el autor
para trasmitir su percepción de la realidad[15].
Esta
forma de narrar contribuye a situar los relatos de Levrero en una perspectiva
que Rama había denominado rara, que
se opone al realismo predominante y que puede asimilarse a algunos aspectos de
lo fantástico. La naturaleza de su narrativa se percibe con claridad en la
denominada trilogía involuntaria[16]:
un acto de escritura que muestra la presencia de un yo escindido y fragmentado
frente al mundo. El modo de la ficción elegido descubre la fragmentación-escisión del yo con el mundo. La construcción ficcional
levreriana se perfila, en su acto de escritura, como una reconstitución del sujeto, una forma de restituir la categoría del
mismo en el protagonista-narrador de los hechos. Este rasgo definitorio de la trilogía revelará la fractura entre el
yo y el mundo, así como el efecto fantástico consiguiente, entendido en este
caso como efecto de ficción.
El
modo de desempeño del acto de enunciación permite visualizar zonas ocultas de
lo real (Bravo, 1985)[17],
efectos de extrañamiento que aparecen
en la obra y que recrean formas de la alteridad
(Bravo, 1985; Morillas Ventura, 1999)[18]
que ponen en cuestión la identidad del sujeto y que configuran lo que podría
denominarse un efecto fantástico ambiguo,
efecto no sostenido durante todo el relato y que tampoco es un proceso en sí
mismo, sino un paso para dejar al descubierto otras zonas de lo real. Cuando el autor habla de realismo[19]
para referirse a su literatura se refiere a este realismo que muestra los intrusismos de lo real: lo otro oculto que surge en el texto. La alteridad de lo real que se transparenta
en el espesor del texto. El interés de Levrero por zonas inexploradas que
irrumpen en el relato como intrusos se manifiesta a través de la concepción del
lenguaje como representación. El lenguaje y la ficción presentes en el acto de
escritura se configuran como una entidad autónoma, destinadas a constituir la alteridad de lo real.
La
escritura deja al descubierto esta escisión-fragmentación
del yo entre realidad y mundo interior. Dicotomía de mundos desde la que surge
el efecto ambiguo de lo fantástico: una fisura en la percepción del personaje
sobre los hechos vividos. Por ello el lenguaje es el espejo en el cual se
identifica el protagonista-narrador mediante el acto voluntario de escritura
que permite visualizar lo real: el
lugar donde surge la alteridad. La
obra del escritor uruguayo permite tener una visión de lo real que muestra esa
fisura entre la mirada, la realidad y la fractura producida por el efecto
fantástico: fisura evidenciada en el acto de escritura que ha sido remarcada
como propio del modo fantástico (Campra 2000, 2001; Alazraki 1983, 2001;
Jackson 1986, 2001). De esta manera, la fragmentación
y disolución del yo se perfila en el
texto mediante el montaje, el desdoblamiento del personaje o el cambio en las
coordenadas de tiempo y espacio, procedimientos narrativos todos ellos que
insertan a Levrero en una tradición de lo fantástico en Hispanoamérica que ya
aparecía con otros matices en Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges o
Felisberto Hernández.
París:
la alteridad de lo real.
Un posible ejemplo de todo esto se
manifiesta en la novela París. En
ella la alteridad se hace carne en el
cuerpo y en la mente del protagonista. La transformación de su cuerpo lo
descubren ante sí como otro, pasible
de ser agredido por la sociedad, y el descubrimiento de su poder de
desdoblamiento le permite observarse desde fuera, para luego constituirse como
sujeto a través del discurso.
La novela narra la llegada de un hombre
a la estación de tren de París después de un viaje de “trescientos siglos”. Inmediatamente al arribo el personaje desconoce
la ciudad. Comienza allí un largo camino que lo conducirá a recuperar la
memoria perdida. En ese viaje el protagonista
debe alojarse en un “asilo para
menesterosos”. El mencionado asilo es “atendido”
por un “portero” o “cura” que le
manifiesta la posibilidad de “elegir”
una mujer que lo acompañe a su habitación para ofrecerle favores sexuales. Luego
el cura le comunica que no podrá salir de allí porque la puerta está vigilada.
El único escape que el personaje-narrador encontrará será: el sueño o el vuelo.
Ya en su habitación se produce una
escena de desdoblamiento del yo en vigilia que lo lleva a una playa donde
persigue una mujer y se encuentra con unos árabes. Por momentos el sueño se “materializa”, adquiere consistencia: el
personaje siente las piedras de la arena bajo sus pies. Este pasaje es
interrumpido por otro personaje (Juan Abal) que dice ser perseguido por una
especie de policía secreta. Poco tiempo después el protagonista comprende que
este hombre conoce a la mujer que le fue “asignada” y que pocos instantes después se irá con ella (“te la dejaste robar” dirá el cura cuando el protagonista reclama).
El personaje-narrador procede inmediatamente a su búsqueda motivado por un
fuerte deseo sexual que lo conduce a la azotea. Allí se encuentra con un grupo
de perros-lobo que lamen a Angeline, la mujer perdida, desnuda, tirada en el
suelo, en la noche. Uno de los perros-lobo lo ataca y el personaje cae al
vacío, en ese momento descubre que tiene alas y que puede volar.
En tramos posteriores de la novela la
condición alada del personaje le servirá para sentirse parte del grupo de seres
(idénticos a él) que cruzan volando el cielo nocturno y a los que no puede
seguir, debido al deseo que siente por Angeline. A través de estos episodios,
la novela propone el deambular del protagonista por las calles de París: busca
recuperar la memoria ausente. En esta búsqueda se confunden tiempos, lugares,
personajes. Así en determinado momento, ve por televisión que los nazis invaden
Francia y pronto llegarán a París, conoce a una nueva mujer que lo contacta con
la Resistencia y en uno de los episodios más memorables de la novela oye cantar a Gardel en el Odeón de
París. La novela culmina cuando el personaje se acepta finalmente como ser
humano: pronto para partir volando desde el techo del asilo, comprende que no
puede hacerlo y cae de rodillas, llorando sobre el suelo de la azotea.
De esta forma la ciudad representa la
ausencia de los recuerdos. El vagabundeo por sus calles le devolverá la memoria
perdida; pero este proceso se producirá cuando el reconocimiento sea profundo;
luego de descubrirse como diferente.
Cierto es que el personaje levreriano de esta novela se esfuerza por lograr lo
idéntico: ser como los demás. Este proceso será logrado luego de un pasaje por
esta visión de lo oculto: su propia alteridad
tan real como la realidad con la que pretende identificarse (representada en la
novela por la relación con la Resistencia contra los nazis).
Tres
episodios.
El comienzo de la novela París es sintómatico de esa escisión
entre yo narrador y mundo exterior, de ese desamparo vital por el que el
personaje transita:
“La gran
estación está casi vacía. Me bajo del tren, desorientado, la valija en la mano
derecha, el impermeable doblado sobre el lado izquierdo contraído; resuelvo
sentarme en un banco. Cierro los ojos y me invaden un cansancio extremo, una
desilusión extrema y algo muy parecido a la desesperación. Un viaje de
trescientos siglos en ferrocarril para llegar a París –un viaje durante el cual
fui perdiendo casi todo, aún el impulso inicial que me llevara a emprenderlo;
un viaje que al ir llegando a término me había devuelto fragmentos de ese
impulso, abriendo camino a una esperanza remendada que ahora no tiene
recompensa-, y encontrarme en esa misma estación desde donde había partido,
trescientos siglos antes, y encontrarla exactamente igual a sí misma como
demostración de la inutilidad del viaje; y encontrarme allí, en ese mismo banco
–ahora lo recuerdo, es este banco- sin que nada haya cambiado en mi interior,
salvo la cuota de cansancio, la cuota de olvido, y la opaca idea de una
desesperación que se va abriendo paso. El viaje había sido insensato. Ahora lo
sabía” (París, p.9)
La llegada a París representa desde el
punto de vista metafórico el encuentro de un lugar interno, y sobre todo la
contención del yo en ese espacio. El personaje cierra de esta forma la
disociación entre el yo y el mundo que estaba presente en la trilogía involuntaria. La ciudad de
París funciona en la narrativa de Levrero como una metáfora de la identidad. La
insensatez del viaje queda latente desde el comienzo de la novela en esa
frontera que la propia ciudad representa, no siendo ni real ni ficticia del
todo, ubicándose en un umbral en el que, el personaje intentará encontrar su
memoria. Ésta, sólo puede ser recuperada en la medida en que se descubra la
identidad del sujeto. La tarea de búsqueda pasa por diferentes etapas, entre
ellas el sueño en vigilia que desarrolla en su habitación del asilo:
“-Si pudiera dormir…
No; no puedo dormir. Pero en cambio
puedo soñar; soñar voluntariamente, despierto. Creo recordar haber utilizado
este truco, más de una vez, durante el viaje; de cualquier manera, sé que en
ese momento me es posible hacerlo sin dificultad” (París,
p. 25).
La distinción entre el sueño
involuntario y el soñar voluntario establece la necesidad de no perder la
conciencia y poder mantener el control sobre la realidad. El acto de soñar
despierto por parte del protagonista le permite explorar y conocer zonas
ocultas de su realidad. Este proceso lo lleva a una nueva dimensión del
relato: la de un sueño que por momentos adquiere visos de realidad. El sueño “contamina”
la realidad y se transforma en un intrusismo de lo real:
“Poco a poco fui abandonando los
pensamientos y al fin advertí que había comenzado la función; pero comprobarlo
me arrancó por un instante de ese estado. De inmediato controlé las cosas y
continué soñando. En principio aparecían imágenes deshilvanadas; al cabo de un
rato comencé seguir la pista del argumento y a comprender la coherencia interna
de aquel mundo que ahora transitaba. Camino por una playa desierta. El sueño es
en colores. El tacto de la planta de los pies me hace notar los granos de
arena, y las particularidades de cada
uno” (París,
p.25).
La escena del sueño marca una de las
etapas de esa búsqueda de reconocimiento, tarea que incluye un proceso de
evasión de la realidad que progresivamente va cercando los acontecimientos de
la novela. A causa de ello el personaje terminará siendo reclutado por la
Resistencia, hecho que se produce ante el avance de los nazis. El otro espacio
de reconocimiento de la identidad pasa por descubrirse como un ser con alas,
reconocerse como otro diferente al
resto de los personajes; sin embargo esa tarea sólo será posible en un momento
límite:
“-Es el fin
–pienso, y me invade una calma total. En una fracción de segundo experimenté un
reencuentro conmigo mismo que quizá no hubiese hallado por otros medios durante
años de búsqueda. Y pronto supe algo nuevo.
Ruido de
género rasgado, y un par de alas se abren paso, automáticamente, a través del
saco que acaban de romper. Mi caída es frenada como por un paracaídas enorme y
compruebo con asombro que estoy volando, que incluso gano altura” (París,
p48).
Este descubrimiento que le
salva la vida, muestra al protagonista en pleno proceso de transformación,
metamorfosis que lo asimila a un estado superior, lo eleva sobre el común de
los personajes. Esta inversión de situación no solamente será física sino
psíquica, porque en ese vuelo el personaje encuentra un paraíso perdido, pero
será un paraíso efímero en esa búsqueda de lo idéntico y real. El
episodio permite al personaje encontrarse con su cuerpo: reconocerse. Lo
sorprendente es cómo se realiza esta operación en el marco de la construcción
de la ficción, se da a través de lo fantástico, “se trata de tematizar la imposibilidad de dar forma a la alteridad. Lo
‘otro posible’ ya no es la sugestión, sino la imposible figuración de lo ‘otro
que sin embargo está ahí’” (Bozzetto, 2001)[20].
Esta transformación que se
produce en el personaje pone de manifiesto un cambio significativo en la
construcción narrativa de la novela, una fisura de lo real, un intrusismo de un otro real que el personaje percibe en su propio cuerpo. Por ello,
el mundo representado no está dado como un testimonio del hecho, sino que el
hecho se produce en el protagonista, “no
está en el nivel de la narración sino que forma parte del mundo representado”,
eso demuestra que “la transgresión se ha
producido. La verdad del acontecimiento fantástico es, en este caso, un efecto
de lo narrado”(Campra. 2001)[21].
En este sentido es importante la forma en que el hecho producido se asimila a
un espacio de realidad; el protagonista no se sorprende del mismo, lo toma como
algo natural. Esto responde a lo que sostiene Rosalba Campra: “No es la transgresión la que se tiene que
esforzar por ser creíble sino todo el resto, que tendrá que responder al
criterio de la realidad según el orden natural: lo fantástico se configura como
una de las posibilidades de lo real”[22].
Desde el punto de vista de
construcción del espacio ficticio lo increíble es que el personaje no sepa que
tiene alas hasta el momento en que las descubre en su espalda. También es una
forma de hacer visible lo invisible, mostrar lo otro, la cara oculta de lo real,
lo que he denominado intrusismos de lo
real. Es decir, la alteridad como una forma de lo real trasparentado en el
acto de escritura.
Lo otro
se muestra en la alteridad del propio cuerpo del personaje. Entre el
reconocimiento y el desconocimiento se produce la ausencia de memoria, de donde
la novela se transforma en la búsqueda de la memoria que trasunta la identidad
perdida. El cuerpo del raro en este caso es el cuerpo del ángel, un
ángel desamparado que nunca alcanza el cielo. El cuerpo aparece representado en
la novela a través del universo de la ficción. La escritura se transforma en la
modalidad recuperadora de la memoria, en el cuerpo
mismo del sujeto. La representación ficcional llevará a la recuperación de
la memoria, el pasaje del ser otro al ser idéntico[23]. Por
tanto, la alteridad se percibe solamente
como una disolución del sujeto, experimentado a través del sueño o a través de
la escritura, son las dos formas de confrontación del yo con el mundo
circundante. Concluido uno u otro de los procesos, la percepción de la
alteridad se diluye y desaparece, restando sólo el texto como entidad
ficcional.
[1] Uno de los aspectos
relevantes de la obra de Levrero es la forma en la cual se difundió durante los
años setenta y ochenta. La mayor parte de ella fue publicada en revistas
dedicadas a la ciencia ficción y a la literatura fantástica que se editaban,
por esos años, en Montevideo y Buenos Aires; o en su defecto, en publicaciones
periódicas con una influencia muy marcada por corrientes de vanguardia como el
surrealismo, tal es el caso de Maldoror.
[2] En una breve reseña del año
1969 aparecida en El lagrimal trifurca, Elvio Gandolfo se expresa en los siguientes
términos sobre el escritor: "La
lectura de distintos trabajos de Mario Levrero lo confirma como escritor de
sólidos medios y poseedor de un estilo obsesivo, equilibrado entre lo cotidiano
y lo absurdo", Gandolfo, Elvio,
"Gelatina de Mario Levrero", en El Lagrimal Trifurca,
Rosario, Nº. 3/4, oct. 68/marzo 69.
[3] Levrero, Mario, La
ciudad, Montevideo, Tierra Nueva, 1970.
[4]
Levrero, Mario, La máquina de pensar en
Gladys, Montevideo, Tierra Nueva, 1970.
[5] Levrero, Mario, El
Lugar, Revista El Péndulo, Nº 6, Buenos Aires, 1982.
[6] Levrero, Mario, París,
Buenos Aires, El Cid Editor, 1979.
[7] Ver bibliografía.
[8] Rama, Angel (compilador y
prologuista), Aquí. Cien años de raros, Montevideo, Arca, 1966. “Dentro
del nuevo elenco cultural que aparece en la década del 60, una línea de
confluencia agrupa lo que podemos llamar ‘narrativa
de imaginación’. Ella congrega disímiles propuestas estilísticas, aunadas
sin embrago bajo un común denominador: el rol central que se le asigna a la fabulación”.
Ver además: Rama, Ángel, “El estremecimiento nuevo en la narrativa uruguaya”,
en La generación crítica, Montevideo,
Arca, 1972 y Porzecanski, Teresa, “Ficción y fricción de la narrativa de
imaginación escrita dentro de fronteras”, Op. Cit.
p. 223. Dentro de esta misma línea ver Teresa Porzecanski,
“Fiction and Friction in the Imaginative Narrative Written inside Uruguay”, en
Saúl Sosnowski and Louise B. Popkin (editors), Repression, Exile, and
Democracy uruguayan culture, Duke University Press Durham and London 1993,
pp. 213-221. (Translated
from the Spanish by Louise B. Popkin).
Hay traducción española: Porzecanski, Teresa, “Ficción y fricción de la
narrativa de imaginación escrita dentro de fronteras”, en Sosnowski, Saúl
(compilador), Represión, exilio y
democracia. La cultura uruguaya, Montevideo, Universidad de Maryland –
Ediciones de Banda Oriental, 1987, pp. 221-230.
[9] Alazraki, J., En busca del unicornio los cuentos de Julio
Cortázar: elementos para una poética de lo neofantástico, Madrid, Gredos,
1983; Campra, Rosalba, Territori della
finzione.Il fantastico in letteratura,
Roma, Carocci Editore, 2000; Campra, Rosalba, “Lo fantástico: una
isotopía de la transgresión”, en Roas, David (comp.), Teorías de lo fantástico, Madrid, Arco Libros, 2001. Ver además:
Jackson, Rosemary, Literatura y subversión, Buenos Aires, Catálogos
Editora, (1981 1ª ed.), 1986 (2ª ed) y Jackson, Rosie, “Lo oculto de la cultura”, en Roas, David, Teorías de lo fantástico, p. 141-152.
Ver bibliografía.
[10]
Fuentes, Pablo, "Levrero, el
relato asimétrico", en Revista
Sinergia, Nº11, , Buenos Aires, otoño de 1986, pp. 49-55. Cito por la
edición presente en Levrero, Mario, Espacios
Libres, Buenos Aires, Punto Sur, 1987, fichero, pp.305-318.
[11] Ibíd. Op. Cit. p.308.
[12] Incluyo en esta serie las
novelas La Ciudad, El Lugar y París; el relato Gelatina y el libro de cuentos
La máquina de pensar en Gladys.
[13] En distintas oportunidades
Mario Levrero sostuvo su deuda de esos primeros años de formación con la obra
de Kafka: “La lectura de Kafka, en un
momento y en un entorno muy especiales, fue lo que desencadenó mis impulsos
literarios”, en Courtoisie, Rafael;
“El texto preexistente”, entrevista, en Semanario Opinar, Montevideo, 2
de abril de 1982, p. 23.
[14] Levrero, Mario, Fauna / Desplazamientos,
Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1987.
[15] Es el caso de la novela El discurso vacío donde la escritura de
un diario, con sus reiteraciones y descripciones minuciosas termina
transformándose en una forma de mirar, de observar la realidad, radicando allí
el tópico de la novela; las acciones transforman la percepción del
personaje-narrador-autor que termina diluyendo los límites entre uno y otro y
modifican su visión sobre lo real.
[16] El término fue dado por el
propio Levrero en la entrevista que acompaña la edición de El Lugar: Gandolfo, Elvio E., "El Lugar eje de una trilogía
involuntaria" (entrevista a Mario Levrero), en El Péndulo, nº6, segunda época, Buenos Aires, enero de 1982,
p.17-18.
[17] Parto de la noción de lo
real definido como: “El conjunto de
lógicas, acontecimientos y contextos previsibles en los cuales el sujeto actúa”,
en Bravo, Víctor, Los poderes de la ficción, Caracas, Monte Avila, 1985, p. 27.
De esta forma, la relación entre el texto y la realidad en lo fantástico se
carga de “productividad” y se ponen
en juego “los elementos de la enunciación
narrativa (produciendo la derivación filosófica del cuestionamiento del sujeto”
y “frente a la realidad del mundo,
establece el estatuto de “realidad” de la ficción” (p. 26).
[18] “La producción de lo literario supone la puesta en escena de la
alteridad: a través del intento de anulación o de profundización de esa
complejidad que lo constituye (la alteridad), lo literario se subordina o se
aparta de lo real para reflejarlo o interrogarlo: para ser su reproducción o
para trocarlo en límite de sus propios territorios, de su propia realidad”, en
Bravo, Víctor, Los poderes de la
ficción, p.16. El mismo
concepto ha sido destacado por Morillas Ventura: “De manera general, frente al conjunto de la narrativa y
frente a la historia como construcción discursiva, la fantástica privilegia,
destaca y desarrolla una literatura de la alteridad con un énfasis sostenido y
una voluntad estética incomparable. Actúa, proponiéndoselo deliberadamente,
frente a cualquier noción compacta de la identidad para revelar sus fisuras y
abrir el texto ficcional a nuevas interpretaciones. Con ello quiere advertirnos
de la provisionalidad cuando no de la falsedad de sus asertos para afirmar, en
cambio, la existencia de los marginales de la sociedad y de la realidad,
quienes padecen con mayor intensidad el peso de la cultura. El relato
fantástico ha demostrado poseer la aptitud necesaria para revisar esos
aspectos, como también otros de orden marcadamente estético, pues las convenciones
genéricas y hasta la capacidad del lenguaje para dar cuenta del significado
están en la mira de su irreductible extrañamiento”,
Morillas Ventura, Enriqueta, “Identidad y literatura fantástica”, en Anales de Literatura Hispanoamericana, 28-I,
coordinación de Marina Gálvez Acero, Madrid, Universidad Complutense, 1999, p.
318.
[19] El autor anota sobre este punto llo siguiente: “Creo en el realismo de mis relatos, aún cuando los críticos me ubican
en un terreno totalmente fantástico”, en Domínguez, Carlos María, “Levrero
para armar”, Semanario Brecha, Montevideo,
12 de mayo de 1989, p. 22.
[20] Bozzetto,
Roger, “¿Un discurso de lo fantástico?”, en Teorías
de lo fantástico, Op. Cit. p. 227.
[21] Campra, Rosalba, “Lo
fantástico: una isotopía de la transgresión”, en Teorías de lo fantástico, Op. Cit. p. 172.
[22] Ibíd. Op. Cit. p. 175.
[23] “El drama de toda cultura
es el intento de reducir lo irreductible, la alteridad, hacia la tranquilidad
ideológica de lo Mismo, de la Identidad. La alteridad parece ser lo insoportable”,
Bravo, Víctor, Los poderes de la ficción,
Op. Cit. p. 16
Bibliografia
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Campra, Rosalba, Territori della finzione.Il
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Campra, Rosalba: “Il fantastico: una isotopia della
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