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¿Una nueva historia de la literatura argentina?

Croci, Paula
González, María Inés
Marsimiam, Silvia
Nogueira, Sylvia

UBA

 

Cuando Salvador Samaritano era director del Cine Club Núcleo en Buenos Aires se ocupaba, entre otras cosas, de dar información telefónica sobre las exhibiciones diarias de la sala: ciclos de pre estrenos, retrospectivas y homenajes eran parte de la programación habitual del lugar, del mismo modo que cinéfilos, estudiantes de cine y críticos eran el público frecuente. Pero cuenta el director que nunca faltaba ese espectador desprevenido que llamaba para preguntar cuál era la película programada para ese día y se suscitaban diálogos como el siguiente:

-¿Qué película pasan hoy?

-Ladrones de bicicletas de Vittorio De Sicca- respondía Samaritano.

-¿Es un estreno?- preguntaba con candidez el interesado ya que no le resultaba familiar el título, mucho menos el realizador.

Ante pregunta tan inesperada, el director no podía evitar responder con otra pregunta:

-¿Usted ya la vio?-

-No, todavía no.

-Entonces, para usted es un estreno.

Samaritano no sabía con certeza si el desprevenido espectador entendía el significado de sus palabras o si efectivamente conseguía interesarlo en una película “clásica” pero que muchos no conocían y que no irían a conocer nunca, pero su anécdota nos pone en alerta sobre la relación distante que establecen las personas con los objetos culturales canonizados por las instituciones: o bien los desconocen por completo o bien los rechazan como si tuvieran fecha de vencimiento. Algo similar o aún más marcado sucede con los textos literarios: cada vez encuentran menos lectores que los hagan salir de los estantes a los que parecen confinados como signos monumentales de “cultura” no por lo que dicen sino por el espacio que ocupan.

Frente a esta realidad innegable cabe preguntarse tanto por razones como por responsabilidades; sin embargo, resulta más productivo encontrar alguna manera de trazar el camino por el que los lectores, otrora numerosísimos, vuelvan a la literatura para que la biblioteca empiece a ser como una red virtual pero en la memoria de cada lector y conectada a otras series culturales como el arte, la historia, el cine, el teatro.

Un puente que una el pasado de la escritura con el presente de las lecturas, a los autores y las obras con los lectores, puede encontrarse en una nueva historia de la literatura, escrita desde los límites actuales de circulación de los textos y con los ojos atentos a las historias ya producidas: la Historia de Rojas, de Arrieta, del CEAL y la Historia Crítica de Jitrik. Una historia que vuelva novedosos los textos antiguos porque en ella se reponen las condiciones de producción de las obras literarias, se iluminan las conexiones con textos recientemente escritos por autores inspirados en relatos de otras épocas y se contempla la historia de la lengua nacional, de los lectores, de las lecturas. 

Esa nueva historia puede llamarse Historia de la Literatura Argentina desde la época colonial hasta la actualidad” porque elegimos segmentar la masa del pasado con ejes histórico-políticos sobre todo en la primera entrega, que va desde la colonia hasta el Romanticismo, en la medida en que escuelas y géneros europeos se transplantan a la Argentina aunque manifiestan los primeros síntomas de una literatura vernácula; y llegamos hasta el presente en tanto lo asumimos como el punto de la perspectiva desde la que organizamos e interpretamos esa masa en sí misma incognoscible sino a través de sus huellas, es decir los documentos literarios a disposición.

¿Qué objetivos nos hemos propuesto? En primer lugar, reconstruir en línea cronológica el sistema de autores, géneros, obras literarias y estilos argentinos por el interés estético que suscitan y la cohesión social que pueden ejercer en el campo cultural; en segundo lugar, ofrecer una imagen de la literatura argentina en un conjunto general y no de manera fragmentada como es hoy habitual, como parte de la tradición de nuestro país y su posible función identitaria; en tercer lugar, promover el gusto por el conocimiento de los escritores nacionales, en el intento de recuperar lectores que, en contacto con la historia de autores y sus obras, se sientan nuevamente atraídos por una práctica que no es para unos pocos y entendidos. Por otra parte, un nuevo objetivo a ser considerado es proponer la revisión del canon de lecturas literarias a comienzos del nuevo siglo y en vísperas del segundo centenario, además de destacar las convergencias y diferencias entre la lengua nacional (la escolarizada) y la literaria argentinas.

La redacción contempla la distribución de la información en dos cuerpos. En el cuerpo central se desarrolla la Historia de la Literatura Argentina, siguiendo la línea cronológica y en asociación a la construcción de un concepto de literatura y de las lenguas nacional y literaria. Además, como criterio organizador se tiene en cuenta la noción de género discursivo y literario en su devenir histórico. El índice general refleja la segmentación adoptada: en primer lugar, como ya señalamos, actúan ejes históricos-políticos; en segundo lugar, la organización responde a un criterio estético alrededor de las generaciones romántica, realista, naturalista y modernista del siglo XIX y principios del XX, en la medida en que estas adoptan formas americanas distintivas. Las vanguardias mundiales orientan la construcción de segmentos en que conviven líneas estéticas emergentes de distinto signo y a raíz de lo cual la cronología es útil. Cada periodo responde al siguiente esquema: 1) presentación de la época histórica/ época literaria: generalidades/ autores y obras representativos; 2) abordaje de distintos géneros: narrativa, teatro, lírica, ensayo, etc.; el teatro abre un campo particularizado en tanto se contempla el texto literario pero también su construcción espectacular; 3) explicación histórica, teórica y crítica de autores y/u obras destacadas por la tradición del período más otras que desde la lectura contemporánea son revaluadas. Se incluyen, además, las relaciones entre la serie literaria y las correspondientes a otros discursos sociales como el periodismo, la historia, la política, con la filosofía, la ciencia, y las artes en general. Paralela a la historia de la literatura argentina, se expone información en columnas transversales de multiplicidad temática: La Argentina Imaginaria (El imaginario nacional y extranjero sobre el país); El Idioma de los Argentinos (Constitución y evolución de la lengua nacional) ; Escrituras de vida (autobiografías,  epistolarios, diarios íntimos, diarios de viaje); Historia del Arte (preceptivas, escuelas, movimientos artísticos); Tópicos y motivos (de la literatura argentina); Lecturas y Lectores (prácticas lectoras en la Argentina); Literatura y escuela (apropiación y canonización de la literatura por parte de la escuela); Contrapunto (construcción literaria de temas, objetos o procesos y su abordaje en otros discursos sociales); Perfiles (hombres y mujeres de la cultura argentina); Personajes, tipos y estereotipos (de la literatura argentina); Prácticas culturales (apropiación del arte y la cultura en la Argentina de todos los tiempos); Entre-textos. La travesía de la escritura (relaciones entre textos literarios y no literarios nacionales o extranjeros, pasados y presentes). Se suma la información proveniente de nieemacindientes a e a este eno y a raIX:Entrevistas a escritores y críticos, que posibilitan el acercamiento a los temas y obras a partir de un diálogo abierto y contemporáneo sobre los textos, y una Antología de fragmentos de obras literarias argentinas que conforman una muestra de un renovado canon. Acompaña al material  Bibliografía específica de consulta, actualizada hasta la fecha.

La obra está organizada en 60 fascículos, publicables por un medio gráfico pero elaborados por profesores. Cada uno de ellos está concebido como una unidad: una introducción sintetiza los temas tratados, se despliega a continuación su exposición y análisis, se observa la evolución de los temas hasta la actualidad, se confrontan con informaciones provenientes de otros discursos, se establecen relaciones entre textos del período tratado y textos contemporáneos, se hace una propuesta de antología y se cierra con la bibliografía especializada. El último fascículo contiene un índice de autores, obras y temas que facilita la búsqueda específica del lector.

El diseño de este modelo de Historia de la literatura está sostenido y, a la vez, acotado por las condiciones particulares en que se produce. Tiene dos directrices: el destinatario esperado y el espacio de construcción y de circulación del texto. Ambos vectores, solidarios, han orientado y orientan nuestra práctica. Concebida desde un medio masivo, la obra apunta a un lector no especializado en la disciplina, cuya expectativa de lectura, suponemos, está puesta en la amenidad pero también en la sistematicidad y en la completud. Una historia de la literatura, proyecto presumiblemente utópico en la actualidad, se vincula con otros géneros utópicos como la enciclopedia, que nace con la pretensión de contener todo el conocimiento. Tienen también un objetivo común: la divulgación del saber. Y quizás cierto rasgo de estilo: en la escritura de ambas están contenidas las escrituras más diversas. Debido a la existencia de esas similitudes, nuestra historia de la literatura apunta a que ese lector que imaginamos distinga claramente -casi de una ojeada- que esta historia, a pesar de estas semejanzas, no se trata de una enciclopedia de consulta sino que está estructurada sobre otra lógica, quizás menos ambiciosa pero también menos ingenua. Es sabido que al escribir una historia de la literatura se reconstruye necesariamente un canon o se diseña uno nuevo con las clásicas operaciones de selección, jerarquización y redistribución. Nuestro quimérico público lector nuevamente nos dio la respuesta sobre cómo comportarnos frente al canon: lo respetamos y, a la vez, lo leímos desviadamente. Lo ampliamos con otras series discursivas no canonizadas (no solo géneros “menores” sino también series no literarias), establecimos redes ordenadas con múltiples criterios, desde las problemáticas que se reiteran o desde ciertas coagulaciones de sentido que se nos manifestaron recurrentes, incluso obsesivas; hicimos una lectura crítica de los textos, de los autores, enlazamos ciertos momentos históricos. Sin embargo, sostuvimos el canon oficial pensando en un destinatario para quien esta historia pudiese servir como una biblioteca virtual, una topografía a través del tiempo y del espacio. Uno de nuestros objetivos es, ya lo confesamos, que la obra sea una puerta de entrada a la lectura de literatura argentina, y partimos de la premisa de que para acercarse a un texto lo primero que se debe conocer es su existencia. Volver a dar a luz esos textos olvidados por la sociedad o desconocidos para los lectores en un sistema que les otorgue un nuevo sentido nos llevó a respetar un cierto esqueleto que repusiera el universo de lecturas, la composición de lugar que el lector quizás no posee. Partimos de la idea de que la ruptura brutal de la secuencia histórica o la reformulación subversiva del canon solo son productivas si el lector puede notar el desvío, para lo cual debe conocer primero el ordenamiento histórico tradicional y el canon oficial.

La redacción de la obra nos halla ubicadas en la intersección de tres fuerzas que tironean de nuestra escritura: de un lado, el ámbito académico del que provenimos; de otro, la representación de una institución como el Colegio Nacional de Buenos Aires, a caballo entre la tradición y la pertenencia universitarias y la formación de adolescentes contemporáneos, en el nivel secundario; finalmente, el espacio de contratación y de circulación en un medio masivo. En relación con la primera zona, el desafío consiste en urdir un discurso que, realizado por especialistas, presente perspectivas de legibilidad más amplia pero que, a la vez, incorpore la crítica e incluso la teoría y diste de ser una mera secuencia positivista de hechos fácticos o síntesis argumentales. La actividad profesional en un colegio fuertemente articulado con el modelo universitario suele combinar esa formación académica con la función docente de divulgador lo cual, en última instancia, nos reenvía a los objetivos del proyecto. Finalmente, la pretensión de hacer caber lo académico en los cauces de la masividad. Lo académico, que se piensa como especializado y duradero, choca con otra fuerza: la del espacio del periódico, definido por el tráfico y la circulación de lo efímero. Y el reto consiste en diseñar desde la fugacidad del diario y la velocidad del trabajo periodístico, un género que, por definición, pretende ser el lugar donde se concentran la historia y la tradición.

El aprendizaje del método periodístico sigue siendo arduo. De algún modo, estamos escribiendo dos historias en paralelo: una tiene una arquitectura más suntuosa, como si tuviera el mundo a disposición para extender sus pliegos; se regodea en el detalle, en la minucia de la corrección, en el placer de los hallazgos sorpresivos que pretendemos incorporar. La otra impone un criterio de realidad avasallador: cantidad de líneas, espacios, equilibrio –o desequilibrio- entre texto, imagen y blancos de la página; tiempos breves de redacción, corrección y armado. La escritura académica se extiende en un ámbito acotado, dignificado y jerarquizado, donde se trama el debate intelectual; la periodística, en la inmensidad de tiradas de centenares de miles de ejemplares por edición, donde se trama la opinión pública. El periódico da, sin embargo, una oportunidad a la literatura: la de ser re-conocida y re-leída masivamente. Incluso saca a la crítica de su sitial, disimulada en la trama de esta obra. Una historia de la literatura subordinada al periódico se diferencia de otras publicaciones también subordinadas al periódico: por ejemplo, de los suplementos culturales, cuyo fragmentarismo supone la posesión previa de una biblioteca a la que dicho suplemento presenta nuevas piezas para que el lector elija, encastre e incorpore. En esta historia de la literatura, los textos debaten fuera de los mecanismos de mercado de los libros nuevos, fuera de la función publicitaria de la reseña: lo económico queda, al menos imaginariamente, al margen de la lectura. La historia de la literatura, a pesar del periódico, hace posible la inclusión de lo viejo y de lo nuevo en la misma página sin que operen directamente como mercancía, permite la transcripción de poemas completos o de fragmentos de obras, y, en ese sentido,  paradójicamente, devuelve cierto aura a la literatura dentro de un ámbito, identificado históricamente como uno de los factores de construcción de esa pérdida.

¿Qué finalidades pueden orientar entonces en este marco la escritura de una nueva historia de la literatura argentina? En primer lugar, la de extender una empresa común a dos instituciones que suelen ser enfrentadas en el campo cultural: la escuela y los medios masivos de comunicación. Estas dos instituciones, cada una con sus poderes e historias distintivas, pueden potenciarse recíprocamente en una empresa de divulgación académica que contrarreste realidades actuales denostadas con frecuencia pero infructuosamente combatidas: el desplazamiento del discurso literario en los currículos educativos, la pauperización de la lengua y la cultura que manifiestan los medios, los monopolios ideológicos que construye cierto mercado de la comunicación y alienta hasta los topes de las listas de los más vendidos la literatura de la autoayuda o de las anécdotas escabrosas, literaturas pornográficas más que por lo que reproducen de la realidad (sexo, miseria, corrupción presente o pasada) por la impotencia ciudadana que alimentan.

Escuela y medios masivos de comunicación pueden asociarse en la elaboración de un exitoso enunciador de un discurso de divulgación que alimente a otro tipo de lector, un lector cuyas estrategias de lectura estén orientadas por representaciones sociales de la literatura distintas de las más difundidas. En primer lugar, la argumentación de ese enunciador bien podría fundarse en el precepto clásico de la convicción, el del enseñar agradando, al que aportarían sus especialidades el discurso pedagógico y el periodístico. En segundo lugar, la renarración de la historia canónica de la literatura nacional posibilitaría a ese enunciador hacer re-conocer la tradición literaria como una construcción de posibilidades de lo que se puede decir e interpretar o pensar hoy en diferentes ámbitos. Esa renarración apuntaría a hacerle reconocer o reconstruir ideas y principios, prejuicios o zonceras, en fuentes literarias que nunca leyó o cuya existencia tal vez incluso ignoraba. Podría divulgarse así una representación de la literatura como discurso que, dialécticamente, tiene efectos en otras prácticas históricas más que ser un reproductor mimético de ellas. Esta representación de la literatura podría resistir la que la postula como un discurso gratuito o preciosista del que la sociedad en general puede prescindir. Pondría en evidencia que los efectos de los textos son activados por los lectores, pero con estrategias que no les pertenecen como individuos psicológicos, autónomos y dueños de sí mismos sino al sujeto social que los trasciende y que se va construyendo a través del tiempo. Una nueva narración de la historia de la literatura nacional puede democratizar conceptos como estos, o como señala Barthes en un prólogo a una enciclopedia literaria[1], género de divulgación por antonomasia, puede difundir y argumentar la representación de que la literatura no es monolítica y homogénea en nada, que no es una institución noble de las sociedades con escritura, ni una contestataria o una sirvienta irreductible del poder hegemónico de turno. Estos conceptos, provenientes del análisis del discurso, la crítica literaria o la filosofía del lenguaje, son inaccesibles para los no iniciados en los restringidos círculos de los profesionales de la literatura. En el marco de una renarración de la historia nacional de la literatura a cargo de un enunciador fronterizo entre los discursos académico universitario y su trasposición didáctica en el ámbito escolar y en el medio periodístico, no se pretendería discutir esos conceptos con aquellos profesionales, sino argumentarlos inductivamente para un auditorio más extenso. La presentación de casos, que la historia provee, de exempla cuyas premisas calladas fueran esos conceptos, los haría didácticamente accesibles pero propondríamos alejarnos de representaciones de objetividad atribuida a ciertos discursos escolares y periodísticos, es decir no disimularíamos nuestras “discutibles” operaciones de selección y evaluación, desnudo discursivo con el que intentamos provocar el deseo de otras lecturas en otros lectores.

 

Bibliografía

Abric, J.C. (1994) Pratiques sociales et Représentations. Paris: PUF.

Barcia, Pedro Luis (1999) Historia de la historiografía literaria argentina. Buenos Aires: Pasco.

Barthes, Roland (1992) [1963] Sobre Racine, M éxico: SXXI.

Bourdieu, Pierre (1995) [1992] Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario. Barcelona: Anagrama.

De Certeau, M.,

Eco, Umberto (1987) [1979] Lector in fabula. Barcelona: Lumen.

Jauss, Hans Robert (2000) [1970] La historia de la literatura como provocación, Barcelona: Península.

Koselleck, R., (1993) [1979] El Futuro Pasado, Barcelona : Paidós.

Mortureux, M.F. (1982) La vulgarisation. Langue française 53

Piglia, Ricardo y Juan José Saer (1990) Diálogo. Santa Fe: U. N. L.

 

Rosa, Nicolás (ed.) (1999) Políticas de la crítica. Historia de la crítica literaria en la Argentina. Buenos Aires: Biblos.

Voloshinov, V (1973) [1929] Marxism and the Philosophy of language. Harvard: Harvard University Press.

 

 

 



[1] Argos. Enciclopedia Temática: Literatura Universal I. Barcelona: Argos. 1970

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