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El viaje fundacional:
Utopía y distopía en la narrativa de Demitrópulos

Nallim, María Alejandra
UNJu

 

   La novela argentina contemporánea ha moldeado a partir de los ’80 una cartografía estética, en la que se han mapeado las búsquedas identitarias, como viajes territoriales y escriturales, en donde la literatura tensiona y dialoga con las voces del pasado. Remover la memoria desde los mitos de origen, permite recuperar aquellos textos fundacionales en una suerte de refundaciones explosivas y  de  reconfiguraciones históricas.

  Estas novelas de la reescritura, textualizan la memoria desde ciertas hipótesis contradictorias: desde la genealogía cultural[i] que no repone un pasado, una verdad ausente, no completa vacíos, ni crea nuevos mitos, ni se ofrece como historia alternativa; sino que en el retorno al origen, buscan exponer las diferentes inscripciones de esos mitos y su recontextualización contemporánea.[ii] El retorno a los textos fundacionales del pasado nacional tiene que ver con esa recomposición de la cultura.     

  Pero a esta hipótesis se le suman otras, como la apuesta a refundaciones literarias, consideradas como recreaciones ficticias del pasado, o la necesidad de crear nuevos mitos nacionales ante el vacío cultural que los cambios de Estado habrían dejado históricamente en el país. 

 ¿Nos preguntamos, al respecto, cómo se logra este proceso representacional de los relatos fundacionales, por qué volver a los orígenes, por qué este retorno a la protohistoria?

  Candelaria de Olmos[iii] expone que esta visita fundacional no repone el pasado, sí visitan, en cambio, los textos de cierto pasado, de cierta tradición literaria, ya que los textos fundacionales jamás fundan nada, lo que un texto tenga de fundador está fuera del texto mismo. La mediación es ideológica, entre el proceso de producción y el de reconocimiento[iv]. En este sentido, un proceso de fundaciones tiene la forma de un tejido extremadamente complejo de conjuntos de discursos múltiples, la forma de una red intertextual que se despliega sobre un tiempo real dado. Cada fundación presenta la certeza de ser el primero, pero ha habido o habrán varias fundaciones, siempre es el texto de nuevos comienzos[v].

  Asimismo, lo fundacional puede anclarse en las novelas históricas contemporáneas que focalizan el pasado como clave para leer el presente, como “alegorías políticas de la derrota”[vi]. Allí, la Historia es cuestionada porque siempre es parcial, monológica e incompleta. La construcción discursiva de la otredad, hace un viraje en la escritura, sufre un corrimiento como emblema de poder, ya no legitima honores, ciudades, Héroes y Dioses sino que ampara la palabra como un encuentro dialógico[vii] de conciencias heterogéneas, todas escriturables. Pero ese retorno nos conduce también hacia la atemporalidad del mito,  como un modo de incrustarnos siempre en los orígenes, un eterno recomenzar a partir del vacío. Volver a los inicios supone construir un modelo tautológico, que niega los procesos dinámicos de la cultura, como una de las metáforas del fracaso identitario nacional.

  También lo fundacional imprime uno de los tópicos de la literatura de viajes desde los discursos coloniales hasta los decimonónicos, cuyos patrones y procedimientos fueron mudándose estética e ideológicamente, pero siempre como discurso aliado al aparato del Estado. Esta impronta hegemónica es la que va a problematizarse desde las narraciones viajeras de fines del XX a través de una confrontación discursiva que complejiza las identidades. En este sentido, importa más el viaje textual que el geográfico y el histórico, el territorio se ofrece como una categoría intelectual, una construcción discursiva donde se materializa la deconstrucción fundacional entendida como espacios de desestabilización, de contrastes polifónicos y confluencia de diversas perspectivas.[viii]

  Asimismo, tiempo y espacio, oralidad y escritura, territorio y cultura nos conducirán a las fronteras lábiles entre utopía y distopía en si encuadramos esta narrativa en el NOA. Las novelas complejizan la mirada maniqueísta de lo regional visto como ámbito cerrado, homogéneo y sellado por un fatum trágico, que determina una zona de pasajes periféricos que sólo pueden llevarnos a la miseria, al aislamiento, al olvido [ix]. 

  Esta realidad múltiple se textualiza, cobra espacio literario. El relato absorbe las creencias, las escuchas y las voces del Mito, de la Historia y de la Memoria, esta última registrada por la novela histórica, la autobiografía o el testimonio[x]. Esta literatura será un recorrido por la voz de la memoria, la de historias privadas como colectivas, y en ese intersticio podrá repensarse las deudas del desarraigo y del olvido

  Estas nuevas cartografías se hacen propias en la narrativa de Libertad Demitrópulos,  quien ficcionaliza la historia fundacional de aquellas regiones periféricas del país. Testimonia estos márgenes como fronteras ideológicas y las construye mediante la hibridez genérica, la polifonía de sujetos culturales que son hablados por el discurso de la otredad, y por una variedad de registros que da cuenta de la heteroglosia,  estrategias que aspiran a deconstruir la univocidad del discurso hegemónico, en pos de la reconstrucción de una diversidad cultural.

  Viajar por las novelas de Libertad significa transitar por sus diversos territorios: los geográficos, los fundacionales, los escriturales, cuerpos fronterizos en donde  buscar, a través de sus intersticios, las marcas de la cultura argentina y los modos de representación ficcional, desde la literatura argentina del NOA.

  El corpus de novelas elegidas para el trabajo responde a Los comensales (1967), La flor de hierro (1978) y  Río de las congojas (1981) las mismas nos permitirán leer los procesos de una estética anclada en la reescritura de las fundaciones de ciudades marginales de nuestro país, como los son el Ingenio Balderrama, hoy Ledesma, en Jujuy; la fundación de Santiago del Estero y la fundación de Cayastá, la primitiva Santa Fe.  

  Todas ellas nos remiten a una vuelta al origen, a revisar el pasado; pero sobre todo a develar las huellas de una genealogía cultural que se inscribe en estas novelas irreverentes. Textos paródicos que transgreden los estatutos identitarios en la construcción del país como nación, metaforizados como cuerpos estériles y vacíos, metonimias del infierno o símbolos del  fracaso.

  La primera novela: Los comensales[xi] remite a la literatura fundacional, cuando Miguel de Ledesma y Balderrama con sus ayudantes fundan el Fuerte llamado Balderrama y luego Ledesma, concebido como un lugar de fuga, como un viaje hacia el extrañamiento y la otredad. El archivo capitular de Jujuy actúa como genotexto, en él se caracterizan los peligros de la tierra y de sus habitantes aborígenes, y si bien se precisa como tierra fértil para el sembradío de la caña de azúcar, ésta contrasta a lo largo de la novela por constituirse en espacio monopólico del Ingenio Azucarero. 

  Asimismo, la novela ofrece una visión delictiva, apelando a Ludmer, quien destaca el delito como una de las claves para leer la cultura argentina, aquí estaría asentada en la traición de las mujeres de esta tierra que se acostaron con extraños, de ahí en más la repitencia de los ideologemas de la conquista: la orfandad, la otredad, el fracaso, la muerte. Esta última  se presenta como espectáculo, como farsa ritualesca como una manera de exorcizar lo monstruoso de los orígenes[xii].   

Toda la novela es fronteriza, su actividad exteroceptiva viaja por la tierra paradisíaca y la tierra como infierno, el aquí y el allá que cuestionan la identidad y generan el desarraigo y entre un pasado vivo y un presente.

“...Lo demás es la vieja historia que se viene repitiendo desde hace cuatro siglos. América es como un tizón que todos quieren atizar y a cuyo resplandor mortífero y subyugante van a parar los compañeros de la noche. En la oscuridad se engendran hijos desconocidos” p. 55.

  De este modo se presenta América como metáfora de una mujer, paridora de hijos ilegales, entenados, productos de madres “yuguiadas, cuerpos perdidos por el poder político como es el sexual y el económico, condenados a repetir el mito de la orfandad latinoamericana. La circularidad trágica da muestra de ese pensamiento utópico instalado aún- a pesar de haber superado el V Centenario de la Conquista- en el plano intelectual, un mero proyecto a la espera de realizarse. La gran metáfora del texto responde que el presente de los lugares fundacionales por los conquistadores son ámbitos de muerte, lugares tanáticos que sólo ofrecen la supervivencia o la esperanza de la partida, otra elección desarraigada: “La felicidad está bien lejos de Balderrama, hay un tren...pero nadie se va, no pueden irse y el que pudo salir e irse lejos de aquí, vuelve deshecho” p, 22.  La tierra se presenta como una sentencia, como maldición, por eso el discurso es anacrónico, repite este fatum en todos los sucesos de la historia.

  Lo innovador en Demitrópulos es que, a pesar de esta herencia fatalista, de revoluciones sociales y proyectos políticos populares fracasados, de los monopolios económicos   explotadores de la propia tierra y de sus sujetos, marcados por el estigma de la derrota; destina a los sujetos marginales la posibilidad subversiva, en ellos está la alteridad capaz de invertir el orden[xiii]. Es decir, registra la pluralidad étnica como un futuro utópico considerado como la integración y reconocimiento de todos los grupos sociales. También son las mujeres, las transgresoras,[xiv] tensionadas entre ese presente histórico como fracaso y atropello, “abandonadas por sus seductores y libradas al desprecio y la humillación” y el futuro como tempo de realización. 

   Escribir sobre el ritual del carnaval desde una escritura carnavalesca, como tema y lenguaje, es la mejor opción discursiva para poder leer al otro. Aquí se actualiza paródicamente lo fundacional, la literatura lo lee como doble, estos dos textos se alcanzan, se relativizan, se contradicen en su enunciado[xv]. Es un diálogo multiplicado y multiplicador de voces de los mestizos, los coyas, los matacos, los chaguancos, los sirio-libaneses, los huelguistas y los patrones, los hombres y las mujeres que nos permite leer semióticamente cómo dialogan los constituyentes de una cultura. 

  Así Balderrama como tierra fundada se metamorfosea en Balderrama de un presente donde el carnaval le sirve para desmontar los ritos, para refractar  la voz del otro, se ofrece como contra-memoria, ciudad contra-fundacional, así como la novela como anti-género, donde la dinámica de la cultura se repiensa y reconstruye socialmente[xvi]. Interesante inversión de la diada escenario/vida, identidad/otredad, nacimiento/agonía, adentro/afuera, espacio público/privado. Los excesos del carnaval patentizan el desdoblamiento del yo como actor y espectador, como sujeto del espectáculo y objeto del juego, como yo y como otro, como hombre y como máscara[xvii].

  La Flor de hierro[xviii] exhibe como recurrencia discursiva las antinomias espaciales y temporales como fronteras cronotópicas que van perdiendo las marcas divisorias a medida que inicia el relato, desdibujándose las huellas diferenciadoras y jugando con las simultaneidades. La escritura presenta la frontera territorial entre Medinas y el pueblo vecino, como frontera simbólica equiparadas en muerte/vida, tierra/agua, lo carente/lo buscado; un lugar fronterizo entre un pasado fundacional como fracaso, una tierra sin oro ni plata, una ciudad de barro, y un presente también distópico, cuya tierra sólo sirve como depósito de los cuerpos muertos.

  Paradójicamente el dinamismo está dotado por la ceremonia de la muerte. Medinas es un lugar de expulsión de los vivos y un receptáculo de difuntos, un gran cementerio. Se construye a través del oxímoron: “Es un lujo triste”, ”un rescoldo ceniciento”, “un orgullo entumecido” para poetizar la involución política, social y económica del NOA.

  El presente encuadra al pasado, la circularidad se ofrece como otra lógica de organizar los hechos frente a la linealidad y el monologismo de la Historia. Testimoniar el pasado también supone registrarlo desde su fragmentariedad, desde sus polifonías y heteroglosias tejidas con retazos de oralidad, cartas amorosas, discurso religioso, político, historiográfico, jurídico.

  Dos son los temas de su narrativa: “la búsqueda de la libertad y del Dorado. Y nunca se los encuentra...por eso en nuestra historia se repiten periódicamente las luchas por la libertad de un país que nació colonizado y, en los remansos, la ilusión de encontrar el Dorado, la ilusión de cambio, de aproximación a una felicidad que nunca se concreta”[xix].

  América se presenta como real e imaginaria. Esto se vislumbra en los textos fundacionales, en ellos América no fue descubierta sino inventada,[xx] todas las ideas renacentistas europeas están representadas en América: el poder del discurso maquiavélico; el humanismo del discurso de Erasmo y la utopía del discurso de Moro. Todo deseo tiene un objeto, no sólo poseerlo sino transformarlo, destruir para construir. Este afán precipitado de la conquista, de su épica, destruyó la utopía y ésta quedó siempre como ideal[xxi].  Francisco Aguirre, como Gaspar de Medina y Diego de Medina se construyen como los fundadores fracasados, antihéroes que sueñan con transplantar la modernidad renacentista; pero sólo edifican un “feudo muerto”, a pesar de su pasado glorioso[xxii] quebrado paradójicamente por la utopía industrial.

 “Aguirre, trastornado por hallar la ciudad de los Césares, edificaba ciudades de barro. Y se marchaba. Adentro, nosotros, dolientes, desamparados” p,49.

  La figura del dictador se proyecta dolorosamente en sus subordinados, obligados a triunfar a costa de “prendar las vidas”, un trueque entre la realidad y la ilusión de otra, una promesa incumplida.

  Estos conquistadores sólo fundan sueños, el deseo de un "querer hacer" (fundar) se convierte en un "querer tener” (apropiación) para llegar a concretar la utopía:  “el deber ser”. Sólo el recuerdo va colmando las ausencias, la nostalgia es materia escrituraria en la novela, los monólogos cargados de preguntas retóricas poetizan el discurso descriptivo del viajero, registro y pensamiento, testimonio ocular de la aventura y voz de la conciencia de la soledad. Sólo la escritura aspira reducir las distancias y exorcizar los deseos y los miedos. 

   La parodización simbólica de la fundación de Medinas como esa ”hermosa niña violada por un idiota” conmuta el tópico de la mujer como cuerpo penetrable, es decir Dianita como la víctima femenina o como metáfora de la apropiación de la tierra, ya que el hijo engendrado supuestamente de esa violación, es fruto del turco del pueblo vecino, al que el mosqueteador siempre veía cruzar sus fronteras. Estamos ante la inversión de modelo y de este modo se viola al pasado, la escritura cruza la frontera y subvierte el delito sexual por el delito ideológico. La mirada certifica las traiciones de una genealogía cultural, ofrece un espectáculo paródico de las herencias degeneradas de los fundadores en el opa Mafaldo, aquel fruto híbrido que imprime la irracionalidad de sus progenitores.[xxiii] 

   Inaugurando la década de los 80, Libertad Demitrópulos publicaba su consagrada novela Río de las congojas[xxiv]  narrada por un mestizo[xxv] , sujeto marginal e híbrido que se hace cargo de contar la historia fundacional de Santa Fe, otorga así protagonismo a los “otros”, a “este infame engendro de la desesperación” y a las mujeres, sujetos anulados a quienes se las reivindica como gestoras de la Historia.

   Aínsa afirma que “El problema de la identidad sólo aparece donde existe la diferencia”, ésta es una dialéctica viviente entre lo uno y lo otro, la novela  escribe desde ese lugar de desgarro: “Pero para los verdaderos agentes del rey tan poderoso matar era distinto. No se les iba el pensamiento en extravíos desnaturalizados..No tenían su madre india... Para los agentes del rey quitar la tierra era distinto”. El drama del mestizo se asienta justamente en la no representabilidad del otro,[xxvi] sujeto colonial condenado a ser doblemente extraño, condenado a proyectarse en la forma de lo semejante y desemejante.  “Todo se va trabajando al revés de los otros. ¿De cuáles otros? Ahí está la cuestión. Todos son los otros”. La alteridad al interiorizarse es indisociable, es sujeto de la enunciación y del enunciado, colonizador y colonizado y a la vez profundamente difractado, buscándose a sí mismo en el Otro, el yo es la máscara de todos los otros. Un sujeto despojado de sus derechos, exiliado para siempre de su patria. 

“Garay preparó otra salida al Sur, buscando ese puerto donde hubo una ciudad quemada...se fue un día  por el río tragahombres, más negro que nunca, río de las congojas, enemigo del amor. Nadie sabe si volverá. Si no lo matan los indios, se quedará en la nueva ciudad para hacerla su verdadera amante. Así es él. Eso es lo que ella no imagina.  Así es el fundador” p. 34   

  Verón considera la teoría de las fundaciones como proceso sin fundador, éste es una idea o una ilusión necesaria. El verdadero rostro del fundador no existe, es la versión de una ideología del sujeto, pero no tiene nada que ver con el sujeto creador. El sujeto está roto. Si una fundación es un sistema de relaciones entre relaciones de generaciones por un lado y de reconocimiento por otro, entonces una fundación no tiene fundador. El o los sujetos concretos son atravesados por un tejido intertextual que atraviesa los sujetos de la historia. El fundador se desdibuja, es un sujeto descentrado en esa red de reconocimiento y negaciones: “Él era el receptor de servicios y el otorgador de desgracias”, indias, españolas, criollas “Todas lo amaban”, “ El quiso que fuéramos camino; no puerto...Nos retaceó el destino de ambición.  Nos dejó el camino. ¿Y el río?...eso es lo que nos quitaron. El río fue para los otros. Para nosotros las congojas y desabrimientos”. La fundación de la ciudad como dice Kohan[xxvii] sirve, paradójicamente, para vaciar un espacio antes que poblarlo, tras esa fundación, Garay parte con su gente hacia otra fundación. El espacio queda suspendido en la figura del mestizo.[xxviii]

  La Historia cede espacio al Mito, la primera fracasa y las fundaciones se transforman en un eterno recomenzar,  que juega con los “despueses” como un modo de focalizar el proceso las continuidades sin considerar las rupturas.[xxix] Por eso, lo autobiográfico es la recuperación del tiempo personal y es una estrategia para dar cuenta de una biografía colectiva, como reconstrucción crítica de las identidades propias y ajenas y de ese territorio marcado por las dos orillas, no-orillas, el río que delimita el paso del tiempo. El fluir del río deviene el fluir de la memoria, como flujo de  la escritura que desordena los pedazos del pasado, visión desformada de las épicas fundacionales. La cronología, la naturaleza exótica, la hiperbolización de las hazañas de sus héroes son refracciones desencantadas en las discontinuidades de la escritura de la novela, en donde el lirismo mítico pretende capturar lo histórico para desovillarlo a través del registro de las conciencias. Este sujeto que escribe, organiza los recuerdos y la memoria tiene dos sentidos siguiendo a Onley: el discurrir del pasado convirtiéndose en presente y también como la unión de ese pasado que se ve retrospectivamente. En consecuencia, reorganizar la memoria personal, territorial e histórica concebida como una onto-grafía permitirá reflexionar sobre las trampas de la memoria, que simulan un arraigo ilusorio ante un presente de desarraigo y olvido.

  Libertad Demitrópulos funda desde la marginalidad una escritura como gesto de rebeldía, un discurso en disidencia[xxx] sobre las fundaciones. Su narrativa pretende transgredir la Historia y los Mitos de Origen a través del lenguaje de los bordes –de la conciencia, del erotismo, de las fracturas narrativas y los desajustes políticos- que los cuestiona, los deconstruye, los subvierte. En este viajar por las a-topías fundacionales, sus novelas mestizan la Historia y las historias privadas para vulnerar la hegemonía y relativizar la verdad, en este cruce ilegítimo de la ficción se sostiene su palabra como cultura de la resistencia y como discurso de la esperanza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[i] Garramuño, Florencia: Genealogías culturales, B. Viterbo, Rosario, 1997, p. 13-15

[ii] Usan la historia para rescribir la cultura nacional, marchan hacia un origen para construir allí una nueva ficción. Operan con dispositivos de desplazamientos para ver en estas novelas, las herencias culturales, qué modelo de país o nación puede derivarse o construirse según ese pasado.

[iii] Candelaria Olmos en “Viajeros del siglo XIX en la literatura argentina de 1990- Refundaciones monstruosas, delirantes- en Umbrales y catástrofes: literatura argentina de los ’90, Córdoba, Epoké,, 2003

[iv] Verón, Eliseo: La semiosis social, Barcelona, Gedisa, 1993.

[v] Ibidem. Op. Cit.

[vi] Avelar, Idelber: Alegorías de la Derrota, Santiago de Chile, Lom, 2000.

[vii] En el sentido bajtiniano en que todo texto provoca la interdiscursividad, un cruce de superficies textuales, un diálogo de varias escritoras (del escritor, del lector y del contexto)

[viii] Como tipos discursivos encontramos documentos, cartas, actas, monólogo interior, refranes, canciones, discursos políticos, religiosos, jurídicos, etc

[ix] El tiempo, factor principal de estos discursos narrativos, juega con un abanico de posibilidades, pero especialmente el tiempo se espacializa, se materializa en un locus que sin bien no puede “correrse” sufre mutaciones, se enrolla en las historias privadas y deja sin tiempo a las colectivas. Tomado de Rosa, Nicolás.

[x]  Ainsa, Fernando (1996) “Nueva Novela Histórica y relativización del saber historiográfico”, en Casa de las Américas, XXXVI, 202, La Habana, enero/marzo, 9- 18

“El secreto de la historia y el regreso de la novela histórica”, p. 97-116; Jitrik, Noé (dirección) Historia crítica de la Literatura Argentina, Vol. 11 “La narración gana la partida

[xi] 1967, Ed. Testimonio, Bs. As.

[xii] El suicidio, la muerte del angelito, la locura, la degradación, la infancia como paraíso perdido, la pobreza, el parricidio, la traición, la huída son las variantes de la muerte anclada en los cuerpos físicos y simbólico de una tierra.[xii]

El espacio textual es un espacio geodésico, el objetivo es mirar la tierra como un verdadero mapa atravesado por las figuras del mundo y las figuras del sujeto[xii], pero también es una cartografía textual[xii], a través de la representación pictórica y de la voz que simboliza su abstracción, se soporta, se fundamenta y se justifica en sí mismo, en un “saber” construido desde la negación de las posibilidades de otro “saber”, de la otredad.

[xiii] “Aquí tenemos problemas tanto o más pavorosos que el hambre: el de la integración de núcleos que viven al margen de nosotros...el coya que “es el depositario fiel de una cultura que se mantiene intacta hace cuatro siglos...otro grupo es el mataco, toba o chaguanco, con los que hay que comenzar desde abajo, el mestizo, “este ser híbrido no carece de ansiedades, pero se debate todavía a ciegas, hasta el día que encuentre alguien en quien crea y se vea representado: entonces despertará”31-2

[xiv] “La mujer cuando queda sola, espera. Sabe que nada puede arrebatarle su destino; que debe cumplir la consecución de la vida”, 33

[xv] Se levanta contra el silencio e inaugura la existencia polifónica de la existencia, siguiendo a Bajtín

[xvi] Muchachitas Achinadas y prostituidas, niñas de dos apellidos, viejos españoles avaros, jóvenes sirio-libaneses, los indios tembeta” y lo ilegítimo, lo de Cross que el Carnaval reproduce en el reguero de hijos naturales, concebidos entre las matas, en las afueras del pueblo, como expresiones del pobrerío,33. Luego del verano, los de Balderrama parecen desintegrarse. Fuera de órbita caen el desequilibrio, toman aire de turistas

[xvii] Para el Mayuato el carnaval sirve para divertirse, para olvidar las penas, son tres días de liberación, 27. Los: las niñas son guardadas por sus padres de familias decentes bajo siete llaves; mientras que en los lotes, habitadas por indios peladores de caña, el carnaval seguía un rito infernal, una danza de hombres desnudos bailaban los chaguancos el trágico pin-pin, el baile de ritmo delirante, lanzaban espeluznantes alaridos y las mujeres los arrastraban a los costados oscurso del círculo danzante y allí se prestaban a una interminable cópula, como pasivas sostenedoras del rito., 28-9

[xviii] Buenos Aires, Edic. Castañeda, 1978.

[xix] Demitrópulos. Entrevista en Rev. La Marea, Op. Cit.

[xx] Edmundo O’Gorman citado por Carlos Fuentes en Valiente mundo nuevo, México, Fondo de Cultura Económica, 1994.

[xxi] Suplimos su ausencia con el derecho de nombrar, de dar voz, de desear para evitar el olvido.

[xxii] La distopía también es temporal “¿Cómo se concibe que el benemérito pueblo de Medinas, cuna de tucumanidad, espejo que fu de grandeza colonia y pujanza de principios de siglo, hoy esté agonizando de sed?, 24. Otra vez los monopolios azucareros “como pulpos, caerían sobre ella, levantando otro Ingenio y sembrando caña... ,25

[xxiii] “Yo toy un Medina, pa que sepás. Qué te has creído, viejo choto. Apendé a yespetá a la gente, a lo Medina”. ..”Hay que tener, como nosotros en Medinas, su opa legalizado. Así es Medinas una debilidad enardecida. Una herencia pleiteada. Un rostro irreconocible...Una vida que viene de la muerte.

[xxiv] [1981. Ed. Sudamericana], 1996, Bs. As., Ed. Del Dock

[xxv] El mestizaje, dice el narrador, no es únicamente un alboroto de sangre: también una distancia dentro del hombre, que lo obliga a avanzar, no sobre caminos, sobre temporalidades”, 31 Fruto del invasor-fundador, ya planteado en la su anterior novela La flor de hierro, estos viajeros fundan a partir de la violación, y el viaje no es otro camino que  a la muerte y a la angustia permanente, traición consecuente con el fracaso.

[xxvi]   Adhiero la noción de sujeto cultural acuñado por Cross, Edmond: El sujeto cultural, Corregidor, Bs. As., 1998

[xxvii] En “Historia y Literatura:” La verdad de la narración”, p. 253-254 en La narración gana la partida, Historia crítica de la Literatura Argentina, Vol. 11, Bs. As., Emecé, 2000.

[xxviii] ¿Para qué lidiaron por la tierra? Ahora la abandonan a las ratas y a las aguas, 16. Cuando llegamos con Garay a esta costa de durezas y cardales nadie pensó que cien años después, hundidos los sueños, se estaría de nuevo al empezar.

[xxix] “En cien años he visto putear a Garay...hacia el puerto de la ciudad del Buen Aire. Tardaron en comprender, y, cuando lo supieron marcharon hacia el sur...Aquí, pues, me quedo, para seguir viendo a la ciudad abandonada, mientras los despueses no la sepulten, como borraron el recuerdo de tantos muchachos que un día salimos de La Asunción y vinimos a fundar esta ciudad de Santa Fe” p.16-19

[xxx] Domínguez, Nora: “Un escritora en perpetua disidencia”, Revista La marea, p. 55 ,Año IV. N° 8, 1997

 

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