LITERATURA
Y SOCIEDAD EN LAS ANTILLAS MAYORES Morales Sales, Edgar Samuel |
Presentación.
El contenido de este trabajo es
parte de una investigación de mayores dimensiones que desarrollo en la
universidad de mi adscripción con el apoyo y coautoría de la candidata a
Doctora en Letras Guadalupe Isabel Carrillo Torea, que intitulamos “Análisis
del cambio social en el Caribe (Antillas Mayores) a través de la producción
literaria”.
Nuestro objetivo fundamental es contribuir al desarrollo de los
estudios sobre esta región de América Latina, hacia la que –salvo excepciones
destacadas- los mexicanos del centro del país solemos conceder una importancia
secundaria. Como profesores de los
programas de Maestría y Doctorado en Humanidades, de la Facultad de Humanidades
de la Universidad Autónoma del Estado de México, con especialidades en Estudios
Literarios y Estudios Latinoamericanos, hemos constatado la poca atención que
se brinda a la región caribeña en nuestra universidad y consideramos que
nuestra empresa puede, eventualmente, coadyuvar a fomentar el interés por ella.
Luego de una presentación general sobre la temática a estudiar,
aunque sin entrar en detalles, trato de proporcionar al lector la suficiente
información que le permita comprender mejor nuestros propósitos. Por otro lado, particularmente por
cuestiones de espacio, en este texto aludiré fundamentalmente a dos conceptos
básicos de nuestra investigación: el de enfrentarnos a un sujeto de estudio
caracterizado por la multiplicidad, pero al mismo tiempo por una cierta
homogeneidad, lo que plantea un problema metodológico interesante, y el que
corresponde a las discusiones que propician los conceptos teóricos y
metodológicos del cambio social.
En nuestro planteamiento inicial partimos del hecho histórico de
que el Caribe fue la puerta de entrada del colonialismo ibérico en América y,
por ende, del occidentalismo; esto es, de la forma de vida de los
pueblos europeos, caracterizada por su adscripción a las transformaciones
constantes, por su tendencia y proclividad hacia los cambios frecuentes, bien
que no podamos obviar el hecho de que las formas de vida ibéricas eran las variantes de la cultura europea menos
desarrollada, pues eran las más conservadoras y las más tradicionalistas y que,
desde luego, el occidentalismo latinoamericano no reprodujo mecánicamente el
occidentalismo europeo.[2] Por el contrario, adquirió manifestaciones
muy diversificadas.
Pese a esas dos condiciones, es claro que se produjo, en esta
región del mundo, todo un universo de cambios sociales, económicos, de formas
culturales y de pensamiento; de valores, de formas de establecer, de mantener y
de transmitir las relaciones entre los grupos sociales, y desde luego de
composición étnica. Muchos de esos
cambios han sido profundos y discontinuos.
Particularmente, si tomamos en cuenta que el colonialismo europeo, al
traer consigo la esclavitud africana y su diversidad cultural, agregó,
igualmente, para la mayoría de los latinoamericanos contemporáneos, un nuevo
componente biológico: la llamada tercera raíz, que subsiste entre
nosotros vigorosamente, al lado de nuestras herencias indígenas y
europeas. Además, debe verse que en
varias de las actuales naciones caribeñas es la marca étnica y cultural más
evidente.
Desde los primeros tiempos históricos del Caribe se sucedieron
acontecimientos complejos que convulsionaron a la región y comenzaron a
moldearla hasta dejar más o menos definido, hacia finales del siglo XIX, su
rostro contemporáneo. Comenzando por el
aniquilamiento de los pueblos que por comodidad de la explicación llamamos originarios[3]
de la zona, que habría de motivar, precisamente, la importación de la mano de
obra esclava africana, para suplir los brazos cruelmente exterminados, pero al
propio tiempo, a los vientres femeninos aborígenes, trocándolos por las mujeres
de origen africano, lo que explica el elevado número de mulatos en toda el área
caribeña.
Con la consolidación del colonialismo español en la región, las
islas del Caribe fueron usadas como verdaderos campos experimentales que
prepararon el terreno para las conquistas desarrolladas poco tiempo después en
las tierras continentales. Con muchas
décadas de retraso con respecto a España y Portugal, Francia, Holanda e
Inglaterra habrían de intervenir también en la región, aunque no lograron
apoderarse de grandes extensiones de tierra de manera inmediata. La confluencia en el área antillana de
grupos aborígenes de muy diversas etnias y culturas, aunada a la invasión europea
y africana, de procedencia muy diversa, motivó además la emergencia de nuevos
grupos sociales, étnica, social y culturalmente diferentes a sus ancestros
inmediatos.
Más de trescientos años de colonialismo europeo en la región
caribeña; de importación e imposición de instituciones sociales, políticas,
económicas, religiosas, culturales, fuertemente coloreadas por la presencia
negra, no podían sino aportar discontinuidades relevantes en todas esas
materias, no sólo porque introdujeron cambios hasta entonces desconocidos tanto
en las sociedades vernáculas, como en las sociedades que se iban conformando,
sino porque algunas instituciones adquirieron matices particulares,
adaptaciones a las condiciones realmente existentes, y no conforme a lo
planeado, como en el caso del sincretismo religioso; otras, como ocurre en las
formas tradicionales indígenas de la división del trabajo, resultaron mezcladas
con otras instituciones y valores de los pueblos conquistadores y
colonizadores.
Todo lo anterior nos muestra un sujeto de estudio considerablemente
complejo y variado, que nos exige proceder atendiendo a diversos planteamientos
de orden tanto teórico como metodológico, que precisaré un poco más adelante,
aunque no dejan de existir ciertos rasgos étnicos y culturales compartidos por
los pueblos caribeños, sin que debamos pensar que en la región todo es
homogeneidad.
Las dimensiones del Caribe.
El Caribe es frecuentemente
percibido como una área geográfica reducida, como un conjunto más o menos
numeroso de islas tropicales pequeñas y aisladas del continente americano, con
la excepción de las islas llamadas Antillas Mayores; no obstante, esta idea
desaparece cuando se advierte que en realidad el Caribe involucra también a las
tierras continentales limítrofes con el mar del mismo nombre, que se expande en
un zona geográfica considerablemente amplia.
Multitud de pueblos de México, de Centroamérica, del norte de Colombia,
de Venezuela y desde luego las Guayanas y el Norte de Brasil resultan
concernidos con la región. Si bien esto
deriva fundamentalmente de hechos de naturaleza geográfica, también tenemos que
pensar en el ingrediente político. Las
ciudades-puertos de Cartagena de Indias, Maracaibo, Campeche, o Mérida, en
Yucatán, por citar sólo unos cuantos ejemplos, no sólo se emplazan en el Mar Caribe,
sino que durante muchos siglos fueron puertos alejados de las capitales
coloniales, tanto física como social y políticamente hablando. La ausencia de una infraestructura
comunicacional eficiente y rápida hizo que durante siglos esos puertos se vieran
más vinculados al mar que al resto de los territorios dominados. No es casual que entre esas ciudades-puertos
hubiera más comunicación, más comercio, más influencias culturales, y más
parecidos en sus formas de desarrollar sus vidas, que con las zonas geográficas
continentales contiguas.
Así se puede constatar en la obra del mexicano Bruno Estañol El
féretro de cristal, en que narra las andanzas y desventuras de un faquir
puertorriqueño de 24 años en Tabasco, México, a mediados del siglo pasado. Inicialmente prestidigitador en un circo,
terminó sus días trabajando por su cuenta ofreciendo espectáculos públicos en
varios puntos del Caribe, en los que se hacía sepultar en estado de trance para
después de algunas horas reaparecer y “demostrar” que podía controlar su
respiración, los latidos de su corazón y su presión sanguínea. Las descripciones del autor del ambiente en
que actúa su personaje -históricamente real-, el Tabasco de principios del
siglo pasado, nos muestran una región mas inclinada hacia mar y hacia las
Antillas, que al resto de México, cuando anota:
“...Atracaron en
un muelle ruinoso de madera que tenía como telón de fondo un barranco
rojizo. Alrededor del Sánchez Mármol [nombre de un barco] había un enjambre de cayucos y
vaporcitos; los zopilotes merodeaban en el playón o movían perezosamente las
alas aupados en las cornisas de los edificios; una multitud se arremolinaba en
el puerto: los ganaderos vestidos de dril color caqui, con botas y fuetes; los
españoles de lino blanco, con un puro en la boca; los indios chontales de manta
blanca, descalzos, con sombreros de paja de ala ancha; los indios coletos de
rayas multicolores que vendían cajetes, anisillos y juguetes de madera; los
indios caribes de pelo negro y luengo, con caftantes de algodón, que vendían
arcos, flechas y pieles de jaguar y de lagarto...Le llamó la atención que no
había negros, como en Puerto Rico y en Cuba y sí indios variados que hablaban
en voz baja en dialectos inextrincables.
Atrás habían quedado su natal Ponce, La Habana con sus fachadas de
mármoles con lama verde, la limpia ciudad de Mérida...”[4]
Otras áreas del continente también han estado ligadas al Caribe
desde siglos atrás: los puertos mexicanos de Veracruz y de Tampico, que desde
siempre practicaron la forma de vida caribeña.
Desde Tampico, por cierto, a mitad del siglo pasado, partió el yate Granma
con Fidel Castro y su guerrilla. Pero
pensemos también en Florida, en los Estados Unidos, y sus puertos. No es casual que Miami sea actualmente el
destino preferido del exilio cubano, como Nueva York lo ha sido también para el
exilio puertorriqueño. En el caso de
Miami, si bien se le percibe por algunos cubanos como la tierra prometida, en
donde se alcanza el sueño americano, para otros es el lugar donde se pierde
y se recupera al mismo tiempo la identidad cubana. Juan Abreu ha escrito una interesante obra[5]
en la que narra su exilio en los Estados Unidos, luego de abandonar Cuba
durante el llamado Marielazo. De
inclinación anticastrista, el autor percibe a Miami como una metáfora, una
ilusión construida por los medios de comunicación y la publicidad. Desde su punto de vista, la última década
del siglo pasado cambió a la ciudad haciéndola más tolerante, en tanto que no
sólo alberga actualmente a refugiados políticos, sino también a refugiados
económicos, aunque públicamente estos últimos señalen lo contrario, en tanto
que:
“...El proceso
es inexorable. Los viejos
representantes de otra cultura, otra ideología y otra moral, van llenando los
cementerios. No es que los que llegan
ahora detesten menos la dictadura, o ansíen menos libertad. Es que ya esas palabras no significan lo
mismo. Los sentimientos son diferentes,
las pérdidas son diferentes, las culpas, las responsabilidades son
diferentes...Miami es el sitio en el que nos hemos acostumbrado a todos los
horrores, donde hemos incurrido en el más costoso de los errores que pueda
cometer un pueblo diezmado por las divisiones, el fanatismo y la violencia; un
pueblo que alcanzado por una enorme tragedia que amenaza con destruir el
espíritu de la nación: hemos renunciado a una indagación (y evolución)
despiadada de nuestro pasado...Miami es la ciudad del triunfo de los cubanos y
del fracaso de los cubanos...El nuevo hogar que nos permitió sobrevivir, pero donde
perdimos el alma...”[6]
Problemas teóricos y
metodológicos que plantea la relación:
Semejanza / diversidad.
En el Caribe coexisten muchos
países con extraordinarios parecidos geográficos, pero también con grandes
semejanzas en sus rasgos étnicos y culturales
más generales; no obstante, la diversidad lingüística en la región caribeña es
relevante. No solo se siguen
practicando algunas lenguas indígenas, como el caribe y el kuna, sino que las
lenguas europeas no se limitan al español o al francés. Por una elevada inmigración árabe y asiática
a la zona, el mandarín, varias lenguas de la India, el árabe, y esa lengua
nueva, mezcla de varias de ellas, el papiamento, más las lenguas criollas del
inglés y del francés, son instrumentos de comunicación cotidiana. Por otra parte, el acento caribeño del
español que practican veracruzanos, tabasqueños, costarricenses, nicaragüenses,
panameños, colombianos y venezolanos de la costa, cubanos, puertorriqueños y
dominicanos –en una rápida aproximación-, es marcadamente semejante. Esto significa que nos enfrentamos, por una
parte, a continuos culturales cuyos rasgos generales son
sumamente parecidos, pero por la otra lo que se constata de manera inmediata es
su significativa multiplicidad, su amplitud y su complejidad.
Frente a esta situación, algunos autores, como Palmer y Álvarez
han retomado la idea inicialmente propuesta por Antonio Benítez Rojo en su
ensayo: La Isla que se repite. El Caribe y la perspectiva moderna, y nos
sugieren ver al Caribe no como un conjunto homogéneo, sino como un objeto fractal; esto es, al igual
que en la Matemática, la Geometría y la Física modernas, como un ente de la
realidad con características sumamente irregulares, que no suelen coincidir con
las abstracciones que de ellos nos hacemos; tal como ocurre particularmente en
la Geometría Fractal, que proporciona un modelo de interpretación y de proceder
para las formas y objetos muy
complejos, cuya dimensión fractal es mayor que su dimensión euclidiana.
Lo fractal abarca lo extraordinariamente irregular, lo diverso,
lo múltiple. No basta considerar a los
objetos como mensurables en solo tres dimensiones: largo, ancho y alto, en
tanto que los entes de la realidad material y mental tampoco existen en el
espacio euclidiano. Aunado a lo
anterior, habría que subrayar que en la percepción de los objetos cuenta tanto
el modo de observación como el espacio en que se inscriben los
objetos:
“...Un objeto
fractal –señalan nuestros autores- puede ser subdividido en partes infinitas,
las cuales conservan en esencia una relación de similitud con el objeto
íntegro...”[7]
Un elemento de importancia significativa para los objetos
fractales es la iteración; esto es, la recurrencia de elementos como
constituyentes de ellos. De hecho, tanto
en Lingüística como en Antropología nos enfrentamos a objetos fractales que, en
tanto que constituyen sistemas, logran que sus elementos, por diversos y
minúsculos que sean, reproduzcan, a su modo, la totalidad del sistema. De ahí que en nuestra investigación nos
centremos en el caso de la producción literaria de las Antillas Mayores. Naturalmente, no a toda ella, sino a un
corpus que nos permita evidenciar, al menos, las características y notas
distintivas de los sistemas sociales de que provienen, y que al mismo tiempo
nos permitan el análisis de los cambios sociales más relevantes ocurridos en
las Antillas Mayores, su naturaleza y
su significación en el plano de la cultura.
Este tipo de aproximación a elementos específicos
de la cultura caribeña puede, sin duda, llevarnos a la aprehensión de lo que
constituye, lo que caracteriza y lo que singulariza a las culturas caribeñas.
Por otra parte, debemos considerar que uno de los rasgos más destacados de
ellas, está constituido por su transformación constante. No necesariamente en términos de una
progresión lineal; de un desarrollo que se construye siempre hacia metas cada
vez más elevadas y perfectas, hacia etapas constantemente mejores y superiores
a las que se dejan atrás, puesto que muchas veces el proceso de transformación
vuelve a situaciones ya vividas anteriormente, sino simplemente modificadoras
de la vida social, económica, cultural, política, religiosa, de los grupos
humanos del Caribe.
Esto último puede constatarse, por ejemplo, en el caso del trato
dado inicialmente por los descubridores españoles a la población indígena del
Caribe, cuando se les percibía como pueblos simples y pacíficos que vivían en
una suerte de paraíso terrenal.[8] Posteriormente, cuando los invasores
europeos descubrieron su antropofagia ritual o el infanticidio, que permitía
guardar el equilibrio entre el crecimiento de la población y el acceso a los
alimentos, los tacharon de salvajes, crueles, idólatras, gente sin razón y
engañados del diablo. Todo ello
constituía un buen pretexto para someterlos a trabajos forzados como paso
previo al etnocidio. De hecho las Leyes
de Indias se dictaron en una época relativamente próxima a las primeras
colonizaciones por la corona española, para tratar de proteger a la población
indígena, situación que en la realidad regional no tuvo los efectos
planeados. Aunque en otros rumbos del
continente fueron igualmente letra muerta.
Algo semejante ha pasado igualmente con la esclavitud africana,
que introducida en Cuba en 1501, cuando la población indígena había disminuido
en número de manera significativo, registró los intentos de abolición tanto por
el papado, en una época tan temprana como 1639, como de la propia corona
española en 1683, pero la abolición formal de la esclavitud negra no
habría de llegar sino hasta la época de la liberación, a finales del siglo
XIX. Se trata de cuestiones paradójicas
y a veces históricamente irónicas.
Durante siglos, Francia e Inglaterra practicaron la trata de esclavos y
la piratería en el Caribe, pero luego del Tratado de Utrecht de 1713, que
terminó con el monopolio español sobre el comercio cubano, dieron un giro de
180 grados para presionar a España a fin de que aboliera la esclavitud a
principios del siglo XIX, sin que ello ocurriera hasta 1880.
La abolición de la esclavitud, sin embargo, no pudo terminar con
las arraigadas prácticas de la discriminación y del racismo. Pese a que algunos autores de la región
señalan que en el Caribe existe una amplia tolerancia racial entre los diferentes
grupos humanos que ahí coexisten, para otros el racismo y la discriminación
siguen existiendo y se manifiestan con virulencia. Tal es el sentir de Raúl Canizares, antropólogo de origen cubano
y de ancestros africanos que vive actualmente en los Estados Unidos. El autor relata que en una ocasión fue
invitado a un programa televisivo en Miami, en donde los asistentes subrayaban
que en la Cuba de Fidel Castro el racismo y la discriminación habían aumentado
peligrosamente, mientras que él sustentaba lo contrario, recordando en una obra
escrita posteriormente que si bien Carlos Manuel Céspedes liberó en 1868 a los
esclavos para tratar de derrocar al colonialismo español, ello no eliminó el
racismo de que eran víctimas los negros.
Muchos líderes negros buscaron desde siempre evitar la discriminación,
pero pocas veces lo lograron. En 1933
un sargento mulato, Fulgencio Batista dirigió una revuelta contra el odiado
dictador Gerardo Machado. “...Pero ni
siquiera como Presidente de la República –recuerda Canizares- fue admitido como
miembro del Club de Yates Miramar de la Habana, solo para blancos....”[9] Naturalmente, Batista se convirtió a su vez
en un cruento dictador apoyado por los gobiernos norteamericanos y contra él se
enderezó la guerrilla de Fidel Castro, quien a la fecha se ha mantenido en el
poder por más de 40 años.
Los choques raciales fueron cruentos y constantes. No faltó quien percibiera a Castro –destaca
nuestro autor- como la “gran esperanza blanca”. Como quiera, sobresale el hecho histórico de que, al triunfo de
la revolución de Castro, el primero de enero de 1959 no se permitiera el acceso
al hotel Hilton de La Habana, en donde se celebraba dicho triunfo, a los
guerrilleros de color. Castro pronunció
un discurso contra el racismo el 22 de marzo, diciendo que la revolución no
toleraría el racismo y 3 días más tarde declaró en la televisión que la
revolución no forzaría a nadie a bailar con nadie en contra de su
voluntad. A pesar de ello, concluye
Canizarez:
“...Con todo,
hay un aspecto del éxodo cubano del que no suele hablarse mucho: algunos de los
primeros exiliados no huyeron por la amenaza roja del comunismo, sino de la
amenaza negra: de tener que tratarse de tú a tú con los negros...en la década
de 1960 los exiliados cubanos no apoyaron a los afroamericanos, así como no han
apoyado a los negros sudafricanos...”[10]
Que el Caribe es una zona en donde los cambios en todas las
dimensiones humanas que se quieran considerar es una constante, es un hecho de
la realidad que no puede negarse. Ha
pasado por etapas muy diversas entre sí, aunque tampoco se puede ocultar que
algunos rasgos culturales ancestrales tanto de los pueblos originarios de la
región como aquellos que fueron introducidos en el curso de varios siglos, se
encuentren subsistiendo hasta la fecha con fortaleza y vigor.
Esto último cuenta particularmente para las antiguas religiones
de origen africano. El mismo Canizares,
en su trabajo ya citado, demuestra convincentemente no sólo la pervivencia de
esas religiones, sino su expansión y su adopción por grupos sociales que no
tienen ancestros africanos. Practicante
él mismo de una variante de esas religiones, en su obra describe los rasgos
esenciales que las fundan y procura corregir los equívocos y las percepciones
simplistas de quienes no las conocen, ni las practican y las confunden con
creencias de orden fantasioso o idólatra.
El cambio social
La expresión cambio social
es empleada de modos muy variados por muchas disciplinas sociales y
humanas. No solo se alude con ella a
las conductas y actitudes diferentes a las que tienen las generaciones jóvenes
con respecto a las generaciones maduras, sino hasta a los procesos de
transformación total de la humanidad.
Para algunos autores Como John Macionis[11]
debe referirse a lo que denomina la evolución de la cultura y de las
instituciones sociales en el tiempo. El
cambio social, desde su perspectiva, ocurre en todos lados, pero su ritmo de
frecuencias varía de lugar a lugar. A veces puede ser intencional; otras
intencional, pero sus resultados no están, frecuentemente, planeados. Genera controversias en cuanto a la
aceptación o rechazo de sus contenidos y algunas modificaciones son más
relevantes que otras o tienen mayores influencias que otros. Los cambios sociales son también provocados
por el desarrollo del conocimiento y por la tecnología. En este último caso debe verse que el
empleo y acceso a la computadora personal ha sido más trascendente que el
empleo y el acceso a la clave Morse, por ejemplo.
Otros teóricos piensan que el cambio social es unidireccional,
como Carlos Marx proponía. Las
transformaciones sociales iniciarían con el comunismo primitivo hasta llegar al
comunismo científicamente planeado. O bien de lo primitivo al Estado
avanzado, en donde las fases finales serían buenas porque representarían el
progreso, el humanismo y la civilización.
En todo caso, frecuentemente se asume que es lento, gradual y
parcial. Darwin lo consideraba
evolucionario, no revolucionario.
Por su parte, el funcionalismo de Talcott Parsons[12]
sustentaba que la sociedad humana es como un organismo biológico, con partes
diferenciadas que corresponden a instituciones diferentes. Cada institución realiza una función
específica para el bienestar del todo y habrían cuatro funciones esenciales que
toda institución debe cumplir para mantener el tejido social: La adaptación al
medio ambiente, que sólo podría cumplir el sistema capitalista; el alcance de
metas, que correría a cargo de los gobiernos con objetivos liberales; la integración,
que liga a las instituciones y, finalmente, el mantenimiento de los valores que
realizarían la familia, como una organización básica ahistórica, y la
educación. Los disturbios sociales
aparecerían cuando uno o más sectores de la cadena de balance: familia-sociedad
civil- Estado fallan al realizar sus funciones. Todo esto suscita, naturalmente, polémicas interesantes, a las
que no aludiré por falta de espacio.
En todo caso, un buen número de autores aceptan que es un rasgo,
un hecho evidente de la realidad social y constituye un concepto que ayuda a
comprender el continuo de la dinámica social que se manifiesta de formas
diferentes, según sea el grupo considerado.
En los cambios sociales cuentan incluso las influencias de las épocas
que se viven. Abel G. Elizalde sugiere
que:
“...Hablar
de cambio social en un mundo donde se palpa, respira, se vive a cada instante
en todos los aspectos, en todos los niveles, parecería una tautología. El cambio no se muestra, es un hecho...”[13]
Tendríamos que tomar en cuenta que, en efecto, en todo grupo
humano se producen transformaciones. En
lo que llamamos la sociedad hay individuos que a veces tienen posiciones
privilegiadas, otras veces las pierden, que gozan de prestigio social y luego
carecen de él. La simple sucesión
generacional propicia cambios en los valores, en las conductas, en el uso del
lenguaje, en la indumentaria, etc. Los
seres, los hábitos, las costumbres cambian con el tiempo, aunque los valores,
los sentimientos de identidad, ciertos hábitos muy arraigados y difundidos,
como las cocinas vernáculas, permanecen.
Es evidente que los latinoamericanos del siglo XXI somos diferentes de
los latinoamericanos del siglo XIX y no por ello hemos dejado de ser
latinoamericanos. Esto pasa, desde luego,
en todos lados del mundo. Que existan
grupos humanos más resistentes a los cambios, y otros más proclives a ellos,
solo muestra que ninguna sociedad puede ser estática. No parecen existir las sociedades construidas de una vez y para
siempre. Hasta en las culturas más
tradicionalistas hay cambios.
Ciertamente, algunos pueden ser periféricos, pero habrá que reconocer
que los simples contactos entre grupos próximos, suelen propiciar las
transformaciones. Y no habría de perderse de vista que en la actualidad no
existen, prácticamente, los grupos sociales que vivan en el aislamiento
absoluto.
Para algunas escuelas de pensamiento el cambio social no es un
fenómeno que se pueda analizar en sí mismo dado que, en sus inicios, los
análisis son producto de las situaciones de contacto entre las distintas
culturas, pero entonces el cambio se analiza a través de los conflictos, de las
tensiones, de los procesos de adaptación por lo que ello nos conduce a
entenderlo bajo una escala espacio-temporal de una variación en otro fenómeno
social, por ejemplo, en instituciones como la familia, el matrimonio, el
Estado, los roles sociales, etc. El
cambio es, desde esa óptica, la seguridad de que una sociedad pasa de un orden
establecido a otro diferente.
Para la antropología, la argumentación sobre el cambio social
pasa por tres puntos muy particulares: En principio con la referencia a otras
categorías espacio temporales que suponen que algo, una situación, una cosa, un
uso, una institución es lo que cambia.
Enseguida, el análisis se centra en las interacciones de micro unidades
sociales a las que les ocurrirían los procesos de modificación, por lo que el
análisis pasa por la influencia de las de una en la otra. Finalmente, con relación a lo externo de
otra micro unidad, o de la sociedad mayor o si se prefiere, dominante,
que se constituye siempre en el referente del proceso de transformación. Naturalmente, no hago abstracción del hecho
de que toda sociedad, no es, en realidad, sino la aglomeración de grupos
sociales diversos.
En todo caso, al cambio social se le ve como la sustitución de
pautas o rasgos sociales, aunque debe tomarse en cuenta que si es sólo una
unidad la que sufre el cambio, la dimensión para abordarlo se vuelve más complicada
y difícil, en tanto que puede ser no significativa. Por otro lado, siempre existe un proceso de generación de
representaciones de lo nuevo, en tanto que mecanismo por el que todo sistema se
representa el hecho del cambio y remite a una producción externa, impuesta.
A nivel macro, se puede observar que el cambio social caribeño
desde una óptica procesual, esto es, considerándolo como un proceso inacabado,
en donde destacarían la irrupción y apropiación europeas y en épocas más
recientes, la expansión imperialista de los Estados Unidos de América. En el nivel micro, y ello cuenta
particularmente para varios grupos sociales de las Antillas Mayores, cuando en
lo individual no hay adaptación a los diversos regímenes políticos de la región,
sobrevienen el destierro, el autoexilio, el desarraigo, la erosión de los
imaginarios colectivos, la pérdida o confusión de identidades, la irrupción del
Nosotros como unidad y desde luego la aparición de nuevos e inesperados
desafíos; los problemas de la soledad, del no acomodo, del aislamiento socio
cultural, etc. Estos fenómenos conducen
a la redefinición de esquemas mentales, al cambio en las percepciones, a los
problemas de inclusión versus exclusión, a la adopción de nuevos valores, usos,
hábitos, prácticas del vivir cotidiano.
El producto final del proceso de cambio es una modificación de
las relaciones del sistema, por ese motivo frecuentemente se le percibe como
algo que va desde lo indeseable hasta lo nefasto: De ahí las actitudes de
quienes sustentan que “todo tiempo pasado fue mejor”. Pero esto explica igualmente las supervivencias de creencias, de
valores, de imaginarios colectivos, etc., y al mismo tiempo de las resistencias
al cambio, de las tensiones entre los grupos humanos de las sociedades
fragmentadas. En realidad, tendríamos
que aceptar que toda sociedad está fragmentada. Cada grupo social tiene metas, valores,
prácticas, expectativas de vida, imaginarios, hábitos, usos, particulares, lo
que no impide que algunos se compartan, se copien, se impongan, y otros se rechacen,
se descalifiquen, se combatan.
Ahora bien, el análisis del cambio no puede remitirse a sí
mismo, no es un campo particular de análisis si no se le relaciona con los
fenómenos en que se manifiesta. En los
hechos, la noción de transformación solo emerge a partir de la experiencia y la
referencia a su antítesis que son los conceptos de innovación y el de persistencia. Worf señalaba que en un universo donde todo
es azul, el concepto de lo azul no puede desarrollarse debido a la ausencia de
colores que sirvan de contraste. Esto
apoya de manera particular a nuestra empresa: siendo ajenos a los cambios que
se dan en las sociedades caribeñas de las Antillas mayores, no involucrados en
ellas, podemos percibir las discontinuidades y contradicciones que para los
caribeños tanto del pasado como actuales viven como hechos cotidianos, como
acontecimientos “normales”.
Muchos de los conceptos manejados hasta el momento se expresan
en la producción literaria y constituye un universo simbólico que vehicula,
precisamente el cambio social. De
manera especial, se puede constatar como una constante caribeña la ruptura de
muchos autores con el sistema en que viven, cualquiera que sea la naturaleza de
éste, aunque desde luego, no faltan las rupturas colectivas. Se enmarcan en lo que desde el punto de
vista sociológico se denomina el desviacionismo, es decir, el hecho de que un
miembro del grupo se desligue de las normas del grupo con relación a sus
valores, a sus comportamientos, a sus opiniones. Se trata de transgresiones desaprobadas. Se adopta por sus actores un comportamiento
en contradicción con uno o muchos sistemas normativos institucionalizados.
Esto puede constatarse en obras como las de Abilio Estévez, en
donde señala:
“...En Cuba, tú
sabes, Triunfito, en Cuba-la-bella, la más-grande-de-las-Antillas, la
tierra-más-hermosa-que-ojos-humanos-han visto, Corazón-de-América,
Primer-territorio-libre-de-América, los cubanos somos ciudadanos de tercera, o
cuarta, o quinta..a los cubanos nos están vedadas las habitaciones de los
hoteles, sean de lujo o de medio pelo...se dice que los jóvenes son así, no
saben nada, aunque lo notable se halla en el detalle de que tampoco les
importa. Se diría que, para ellos, La
Habana carece de historia, y esto resulta, acaso, un modo de defensa, los
viejos inventan otra historia, mentirosa, como debe ser, al fin y al cabo, toda
historia, en la que la Habana termina siempre como una especie de Susa,
Persépolis o Síbaris
que ellos han tenido la dicha de habitar...”[14]
Para el caso de la República Dominicana también se pueden
rastrear en la producción literaria el sentir y la percepción de varios autores
en torno a los fenómenos de identidad nacional, pues como apunta Danilo Manera:[15]
“...La identidad
dominicana se ha ido formando entre la apertura a las influencias, adoptando
elementos externos y un substrato resistentes, derivado del mestizaje de las
líneas hispánicas y africanas...Para los dominicanos ha sido determinante la
frontera. Trujillo fundó su
nacionalidad en clave antihaitiana, sobre la base de las luchas
independentistas. Pero aunque vivimos
casi de espaldas a Haití, no podemos prescindir los unos de los otros: somos
como gemelos siameses...”
Esta percepción es compartida por Pedro Peix, quien comentó a Manera:
“...Este es un
país con una identidad frágil, invadido y vendido, donde enseguida se barrió a
los indígenas, de manera que no nos atrevemos a asumir nuestra condición
híbrida de mulatos. Trujillo se alisaba
el pelo a fuerza de gomina y se aclaraba la piel. Nos hizo blancos e hispánicos por decreto, además de católicos,
porque la iglesia ha sido siempre aliada de las dictaduras...”[16]
En la literatura puertorriqueña, pese al estatuto semi-colonial
del país, bajo el eufemismo de “estado asociado” a los Estados Unidos de
América –y con esto me acerco al final de este trabajo- podemos recuperar la
posición del escritor comprometido con su época y con la identidad
latinoamericana, pues como anota Luis Rafael Sánchez:
“... Inmerso en
el contexto colonial, saturado, contaminado, abrazado por el mismo, el
dramaturgo, el poeta, es escritor puertorriqueño se ha colocado en el hecho
creador en la actitud de la ofensiva abierta...Puesto al trabajo de crear,
porque de trabajo dedicado se trata y no de una escurridiza e inoperante inspiración, el escrito, el poeta,
el dramaturgo puertorriqueño debe aspirar a convertirse en un impugnador
militante, en un aguafiestas, en un provocador...A partir del reconocimiento y
acoso de esos
demonios nacionales, podrá el
escritor puertorriqueño insistir en la crisis de su nacionalidad, la
modificación de su sensibilidad por la experiencia colonial, pulsar y constatar
los peligros del unitema, abundar en el conocimiento de los lenguajes críticos
que abracen todos los hechos de la lengua...”[17]
Así las cosas, la producción literaria del Caribe nos permite
ver, aprehender y comprender el alma caribeña, nos permite acercarnos a
sociedades múltiples, complejas, a variantes de la cultura latinoamericana de las
que podemos aprender, de las que podemos extraer enseñanzas y de las que
podemos recuperar experiencias históricas.
Rosario,
Argentina. Junio de 2005.
BIBLIOGRAFÍA
Y APOYOS DOCUMENTALES
1.
Abreu, Juan: A la sombra del mar.
Jornadas cubanas con Reinaldo Arenas. Ed. Casiopea, Colección Ceiba, Barcelona, 1ª. Edición, 1998.
2.
Canizares, Raul: Santería Cubana.
El sendero de la noche Lasser Press Mexicana, México, 2001.
3.
Elizalde, Abel G. Página en Internet: www.territoriodigital.com/nota.aspx?c
4.
Estañol, Bruno: El féretro de cristal Editorial Cal y Arena,
México, 1992.
5.
Estévez, Abilio: Los Palacios Distantes. TusQuets Editores. Colección Andanzas. 1ª. Ed., Barcelona, 2002.
6. Macionis, John: Society: The Basics.
Prentice Hall, New Jersey, 1996.
7.
Manera, Danilo: “Los hermanos de la Costa” en Peix, Pedro et al. Cuentos
Dominicanos (una Antología). Ediciones Siruela, Madrid, 2002.
8. Mateo Palmer Ana Margarita y Álvarez Álvarez
Luis: El Caribe en su discurso literario. Siglo XXI, Edo. De Quintana
Roo, Universidad de Quintana Roo, UNESCO, México, 2004.
9. Sánchez, Luis Rafael: “Cinco problemas al escritor
puertorriqueño”, en Ileana Rodríguez et
al. Lectura
Crítica de la Literatura Americana.
Actualidades fundacionales.
Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1997.
10. Tenniss, Laura L. Página electrónica en
Internet: www.usi.edu/libarts/SOCIO/chapter/SocialChange/frontpage.
* * *
[1] Profesor Investigador de la Universidad Autónoma del Estado de México. Dr. En Antropología Social y Etnolingüística (E.H.E.S.S. Paris, 1983) Investigador Nacional 1.
[2] Por las discontinuidades de todo género que existen en los países de América Latina, por las relaciones asimétricas que mantienen entre sí los grupos sociales que viven en ellos y por sus problemas de desarrollo Alain Rouquié ha caracterizado al área como el extremo occidente, tal como se percibe al extremo oriente, en donde el exotismo sería la nota distintiva más llamativa. (Seuil 1986)
[3] Como es bien sabido, no existe autoctonía de los pueblos indígenas, en tanto que originalmente eran pueblos asiáticos. Jamás se han localizado restos de los ancestros del hombre en toda América.
[4] Estañol, Bruno: El féretro de cristal. Cal y Arena, México, 1992, P.p. 11 – 12.
[5] Abreu, Juan: A la sombra del mar. Jornadas cubanas con Reinaldo Arenas. Ed. Casiopea, Colección Ceiba, Barcelona, 1ª. Edición, 1998.
[6] Abreu, Juan: Op. Cit. P.p. 30-31.
[7] Mateo Palmer Ana Margarita y Álvarez Álvarez Luis: El Caribe en su discurso literario Siglo XXI, Edo. De Quintana Roo, Universidad de Quintana Roo, UNESCO. México, 2004, p. 11.
[8] Como puede constatarse en sus primeras Cartas, Cristóbal Colón hablaba de los pueblos caribeños como si fuesen criaturas ingenuas, como niños pequeños sin malicia y sin grandes pudores.
[9] Canizares, Raul: Santería Cubana. El sendero de la noche Lasser Press Mexicana, México, 2001, P.p. 160-161.
[10] Canizares Raúl: Idem. P. 161.
[11] Cf. Macionis, John: Society: The Basics. Prentice Hall, New Jersey, 1996. Los apuntamientos fundamentales del autor en esta obra han sido traducidos por el autor del artículo.
[12] Cf. Tenniss, Laura L. Página en internet: www.usi.edu/libarts/SOCIO/chapter/SocialChange/frontpage.
(La traducción del inglés es mía)
[13] Elizalde, Abel G. Página en internet: www.territoriodigital.com/nota.aspx?c
[14] Estévez, Abilio: Los Palacios Distantes. TusQuets Editores. Colección Andanzas. 1ª. Ed., Barcelona, 2002.
[15] Manera, Danilo: “Los hermanos de la Costa” en Peix, Pedro et al. Cuentos Dominicanos (una Antología). Selección y epílogo de Danilo Manera. Ediciones Siruela, Madrid, 2002, p. 234.
[16] Manera, Danilo: Op. Cit. P.242.
[17]
Sánchez, Luis Rafael: “Cinco problemas al escritor puertorriqueño”,
en Ileana Rodríguez et al. Lectura
Crítica de la Literatura Americana. Actualidades
fundacionales. Biblioteca Ayacucho,
Carcas, 1997, P.p. 619-639.