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Miradas transamericanas desde la literatura decimonónica

Miserés, Vanesa
Vanderbilt University

 

Introducción

A lo largo del siglo XIX se llevó a cabo en la literatura hispanoamericana un proceso que se convirtió en el reflejo de lo que políticamente acontecía: la búsqueda de la autonomía y la independencia del territorio respecto de los modelos e instituciones de poder europeos en naciones recién conformadas o en vías de hacerlo. Sin embargo, este intento de búsqueda de una expresión propia no dejó de estar plagado de paradojas. En lo que Mary Louis Pratt en su libro Ojos imperiales denomina una “lógica cultural euroamericana (criolla)” es común la apropiación transatlántica de textos europeos que resultan útiles para el proceso de construcción de la nación. También resulta un hecho común por ejemplo, la producción de escritos convertidos luego en textos fundacionales desde el exterior, como es el caso que Pratt menciona de Andrés Bello, quien en la segunda década del siglo (1826) escribe y publica la oda “Agricultura en la zona tórrida” en Inglaterra, lugar en el que había pasado los últimos quince años de su vida.

El hecho de pensar un concepto de americanismo o una explicación para el acontecer hispanoamericano, vuelve a enunciar estas aparentes paradojas respecto de un espacio que comenzaba, a mediados de siglo, a constituirse en el lugar de influencia en el que anteriormente Europa se había colocado: me refiero a los Estados Unidos, que para 1820 tenía ya una economía políticamente coherente, basada en el capital competitivo y que para 1870 estaba ya realizando la transición hacia el monopolio (Gruesz 8). Esta diferencia en las bases de la conformación de las naciones como tales, despertó la atención de los intelectuales decimonónicos, quienes construyeron sus discursos sobre la nación con los ojos puestos ahora en el país del Norte, el cual se convirtió en objeto de múltiples impresiones, que no dejaron de presentar ambigüedades aunque se constituyera, por ejemplo, como modelo para Sarmiento, y como enemigo opresor para Martí, Rodó, Darío, entre otros. Todos ellos dejaron claro en su escritura la incomodidad que les representaba ese espacio otro.

En definitiva, esta “lógica cultural” que Pratt denomina “euroamericana” también puede percibirse en los intelectuales respecto del modelo norteamericano, en un conjunto de relaciones de influencia recíproca entre “las Américas”, posibles de ser pensadas si se tiene en cuenta el carácter imperialista que cobraba los Estados Unidos para ese entonces. Este tipo de relaciones transamericanas reflejadas en una literatura inseparable en este período de los demás campos (político, económico), llama a una nueva interpretación de la historia y las relaciones en todo el continente americano en el campo cultural del siglo XIX, para un profundo análisis del desarrollo de una identidad cultural nacional (Gruesz 7).

El relato y las impresiones de los viajes realizados por Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) a los Estados Unidos a mediados de siglo, y la experiencia, también escrituraria, del exilio de José Martí (1853-1895) en el mismo país y período, nos permiten dilucidar una escritura que en ambos casos está construyendo un proyecto para América a partir de una mirada bajo la que el cruce transamericano, como punto de inicio, es central.

El propósito de esta presentación consiste entonces, pensando a la literatura a partir de este particular momento histórico, en el estudio de las formas de exposición de la imagen de los Estados Unidos – aspecto enunciado pero poco profundizado en su análisis por la crítica- en dos proyectos de nación diferentes, pero que se enuncian desde la confrontación con la misma otredad, percibida de modos diferentes también. Para ello me referiré principalmente al último trabajo de Sarmiento Conflicto y armonías de las razas en América de 1884, y a la producción de José Martí escrita desde los Estados Unidos y reunida bajo el nombre de Nuestra América, y de ellos particularmente al artículo que lleva el mismo título (“Nuestra América”), de 1891: en ambos casos, los movimientos geográfico-espaciales realizados por estos sujetos reflejan a su vez, la circulación de ideas y expresiones que crean comunidades de pensamientos en el tráfico cultural. Esta misma circulación de los sujetos y su ideología delimita lo que Pratt ha caracterizado como “zona de contacto”, esto es, un “espacio en que pueblos geográfica e históricamente separados entran en contacto y establecen relaciones duraderas, relaciones que usualmente implican condiciones de coerción, radical desigualdad, e insuperable conflicto” (26). Pratt utiliza este término, en su estudio de la literatura de viajes, para referirse a los encuentros coloniales entre pueblos separados geográficamente, y establecer estos encuentros como forma de interacción, idea que no se hallaría presente si se hablara de “frontera colonial”, ya que de este modo la frontera sería siempre respecto de Europa y la idea de copresencia se perdería (26). Particularmente creo que este mismo término de “zona de contacto” es aplicable a los Estados Unidos por el tipo de lazos que en este espacio se comienzan a establecer con el resto del continente americano: aunque se produzcan “dentro de relaciones de poder radicalmente asimétricas” (27), la expresión nos permite también pensar en un movimiento de influencias mutuas que no sólo conduce a Hispanoamérica a la pregunta por su identidad, sino que también modifica la identidad del otro en la mirada del intelectual hispanoamericano[1].

A partir de los textos propuestos para esta presentación se podrá percibir una narrativa que se instala de modos diferentes dentro de la esfera pública, y en donde se debaten las definiciones de nacionalidad  e identidad. Tanto Sarmiento como Martí están intentando representar un cuerpo de nación frente a otro, codificando a través de metáforas y figuraciones lingüísticas, su identidad cultural, su especificidad. Sus presencias como observadores en una gran ciudad, las escenas urbanas o la conformación y funcionamiento de las instituciones a la que se enfrentan en los Estados Unidos, les permite desarrollar cierta sensibilidad hacia pensar lo propio, aún no claramente constituido, entonces también a preguntarse qué es lo propio, cuál es el espacio para “nuestra América”.

Conflicto y armonías de las razas en América

En Conflicto y armonías de las razas en América, Sarmiento intenta –en una etapa que él califica más madura ideológicamente que el Facundo- dar explicación de la situación por la que atraviesa su país, la Argentina, e intenta proyectar esta idea a todos los países colonizados por España, en un movimiento discursivo que en primer lugar, fundamenta sus juicios en una comparación con las estructuras de la modernidad norteamericana, y en segundo lugar, en base a dicha comparación concluye en el fracaso de los países hispanoamericanos.

El conflicto para el autor reside básicamente en la no concreción de lo que ve concretizado en su representación de los Estados Unidos y de sus ciudades, tanto en el aspecto racial –basado en la no mezcla de razas, ya que el mestizaje era para él considerado razón de atraso para Sudamérica-, como en el institucional –en su análisis de la Constitución norteamericana, modelo para la elaboración de la propia-, como en el religioso –en su confrontación entre la flexibilidad religiosa en los Estados Unidos y la rigidez del catolicismo español importado a sus colonias-.  

Para Sarmiento –como para muchos patricios modernizadores- la ciudad (casi siempre en negrillas) era un espacio utópico: lugar de una sociedad idealmente moderna y de una vida pública racionalizada. De ahí que en Sarmiento podamos leer etimológicamente el concepto de la “civilización” –y de la “política”- en su relación con la “ciudad”. (Ramos 118)

 

Ante la presencia de los Estados Unidos como punto de comparación, la realidad hispanoamericana, su supuesta "recuperación", y la de Argentina específicamente, se convertía, en efecto, en una historia de la recepción de los esquemas intelectuales, europeos en un primer momento de su pensamiento y norteamericanos ahora, con lo que se reforzaba la existencia de una realidad periférica. Sarmiento en este libro

 

Examina, en consecuencia, las costumbres, las ideas y la moral de los puritanos, los quákeros, los caballeros, los padres peregrinos, todos los acarreadores de civilización que se establecen en Norte América, para fijar en esos elementos el punto de arranque de su futura constitución política y social. Sarmiento comparte la opinión de que “un hombre no es el autor del giro que toman sus ideas; estas le vienen de la sociedad; cuando más, el autor logra darles forma sensible, y anunciarlas”. Por eso no atribuye la Constitución norteamericana a Washington ni a Hamilton, sino a caracteres de raza propios de los puritanos y los quákeros. (Ingenieros 18,19)

 

Mientras que Martí establecerá en el factor indígena, la clave para la creación de “Nuestra América”, Sarmiento encuentra allí mismo la razón de la imposibilidad de la aplicación de un modelo como el norteamericano para la Argentina, debido a que estos eran la encarnación de la barbarie, más cerca de un orden natural que de uno civilizado. Dice en cambio del habitante de los Estados Unidos

 

El norte-americano es, pues, el anglo-sajón, exento de toda mezcla con razas inferiores en energía, conservadas sus tradiciones políticas, sin que se degraden con la adopción de las ineptitudes de raza para el gobierno, que son orgánicas del hombre prehistórico (…) Todos los que han viajado a la nueva Inglaterra, recuerdan haber observado en las frescas aldeas una vasta granja con su patio de musgo siempre recortado (…) Recuerden el orden, la tranquilidad y el inalterable reposo de todas las cosas. Nada perdido, todo en su lugar, ni siquiera un palo mal puesto en el cerco (…). (310, 312)

 

Es interesante mencionar el hecho de que Sarmiento sólo estuvo algo más de dos meses en Estados Unidos y Canadá, y que no dominaba el inglés, lo cual limitaba su capacidad para observar esas sociedades, parcializando sus conclusiones y acentuando las asimetrías que –como señalé anteriormente- caracterizaban a las relaciones entre la América del Norte y la del Sur: el no-dominio de la lengua de la metrópolis coloca al intelectual dentro de una relación de interacción, pero desigual.

De esta situación se desprende también que, para la imagen que el escritor argentino desarrolla sobre Norteamérica, fueron fundamentales sus lecturas previas sobre Estados Unidos y las ideas derivadas de las mismas. Entre sus lecturas más influyentes se destacan De la démocratie en Amérique (1835-1840), de Alexis de Tocqueville, Notions of the Americans, (1828) de James Fenimore Cooper (Pérez 2), entre otros que podemos hallar citados tanto en los Viajes como en Conflicto y Armonías. “Además de estas fuentes, recoge en su viaje (década del cuarenta) diferentes documentos sobre la vida política y la educación en diversos estados que visita, particularmente Massachussetts, donde conoce al gran educador Horace Mann” (Pérez 3), con quien establece una estrecha relación a partir de la cual también es posible leer las relaciones intelectuales que comienzan a establecerse en esta “zona de contacto”. En la dedicatoria de su libro dirigida a la viuda de Horace Mann, Sarmiento por un lado señala un destino común para ambas Américas, siempre y cuando la región del Sur alcance a la del Norte, de modo tal que se exponen en un intento de armonización de los destinos para América, las desigualdades que la conforman: “[L]a América tiene otros vínculos que la llevan a un común destino, acelerando su paso los retardatarios a fin de que la América de uno u otro lado del suprimido istmo sea una facción nueva de humanidad” (las itálicas son mías 59). Las mismas desigualdades las expone en términos intelectuales cuando afirma “Cuando emito, pues, un pensamiento sobre apreciaciones abstractas, me pongo detrás de algún nombre de autor acatado que da autoridad a la idea, revestida con sus propias palabras, y si de hecho se trata, copio la narración original que le da el carácter de verdad”. (Conflicto y armonías 59)

Ya José Ingenieros en su exposición de las ideas sociológicas de Sarmiento pone atención en este procedimiento comparativo con los Estados Unidos y la influencia de sus lecturas y la dependencia a las mismas para la exposición de su pensamiento en Conflicto y armonías:
 

El resultado básico de este parangón entre las dos colonizaciones fue, para Sarmiento, la evidente inferioridad de la raza española, causante de todos los males sudamericanos (…) Es indudable que en su extraordinaria simpatía por las costumbres y las instituciones norteamericanas tuvo grande influencia Tocqueville; no fue menor la de Bucle sobre su juicio acerca de la absoluta inferioridad de todo lo español, que fue una de sus ideas más firmes (…) Esta diferencia en el origen de la colonización, ha determinado la modalidad con la que se desenvolvieron los países del norte y los del sur: en el Norte los colonizadores acudieron a constituir una nueva nación, con elementos étnicos superiores; en el Sur, los conquistadores sólo tuvieron en mira la explotación de las riquezas naturales y del trabajo de las razas sometidas (19).

 

En conclusión, Sarmiento teoriza sobre “la raíz del mal” (Conflicto y armonías 44) a partir de su estadía en los Estados Unidos, zona geográfica que es también zona discursiva, construcción a partir de la cual generar un modelo para Hispanoamérica, enunciando la pregunta por la identidad, llamando a un nosce te ipsum hispanoamericano, a partir de “lo que no se es”. Este propósito aparece claramente expuesto en su última obra:

 

Antes de entrar, pues, al examen de los cambios políticos y civiles producidos por la independencia y la creación de autonomías y nacionalidades sud-americanas, necesitamos traer a la vista del lector el cuadro general del movimiento y marcha de las ideas en el otro extremo de esta América, a fin de que se vean venir, dirémoslo así, las nuevas corrientes que como los grandes ríos que fluyen de fuentes lejanas, y de opuestos rumbos, llegan al fin a incorporar sus caudales formando en adelante el estuario que recibe nombre nuevo, desaguando majestuosamente en el Océano (277).

 

Para concluir, la mirada transamericana sarmientina configura sus impresiones sobre América a partir de la diferencia existente en las bases de la constitución de las naciones, ya en el campo económico, ya en el cultural, percepción que le permite concluir que la importación del sistema industrial y educativo  del Norte (coincidiendo con Alberdi) culminaría en la incorporación del Sur al mundo de la civilización.

Nuestra América

Distinta es la percepción que el exilio en Estados Unidos le provoca a José Martí, en una escritura que está, como lo expresa Julio Ramos, señalando un nuevo derrotero para la literatura latinoamericana, y que se enuncia como nuevo lugar desde el cual plantear discusiones políticas; lugar marginal, materializado en el exilio del sujeto que escribe, mientras que el discurso sarmientino sigue colocado bajo la figura del letrado, en el centro de las esferas del poder, intentando desde allí formalizar un “modelo para la organización de las nuevas naciones; su relativa formalidad era uno de los paradigmas privilegiados del sueño modernizador, que proyectaba el sometimiento de la “barbarie” al orden de los discursos, de la ciudadanía, del mercado, del Estado moderno” (9, 13), sometimiento que Sarmiento vio en su resultado final en los Estados Unidos y auguró lo mismo para el resto de América.

La escritura de Martí reunida bajo el nombre de Nuestra  América  en la edición de sus obras completas, comprenden una serie de conferencias, cartas, ensayos (entre ellos el que lleva el mismo título, “Nuestra América” de 1891)  dedicados a diferentes países latinoamericanos, escritos desde Nueva York, junto con las “Escenas Norteamericanas” dedicadas al análisis de la sociedad estadounidense y su sistema[2].

En las “Escenas Norteamericanas” escritas a partir de 1881 para numerosos periódicos latinoamericanos, particularmente La Nación de Buenos Aires, El partido liberal de México y la Opinión Nacional de Caracas, puede percibirse la ambigüedad con la que se mira hacia la América del Norte: por un lado, la visión utópica de un espacio construido como espacio de la modernidad por excelencia y la admiración por la grandeza del país, su pueblo, sus fundadores, y sus libertades obtenidas: “Y es esta la nación única que tiene el deber absoluto de ser grande. En buena hora que los pueblos que heredamos tormentas, vivamos en ellas. Este pueblo heredó calma y grandeza: en ellas ha de vivir” (27); pero por otro lado, la superficialidad, el reemplazo de lo espiritual por la satisfacción de los sentidos (32), la pura apariencia del perfecto funcionamiento.

 

Este voluminoso conjunto de crónicas configura una notable reflexión, no sólo sobre múltiples aspectos de la cotidianeidad en una sociedad capitalista avanzada, sino también sobre el lugar del que escribe –el intelectual latinoamericano- ante la modernidad. Por el reverso de la representación de la ciudad, de sus máquinas y muchedumbres, el discurso martiano genera y se nutre de un campo de “identidad” construido mediante su oposición a los signos de una modernidad amenazante si bien a veces deseada (Ramos 15).

 

En las Escenas se asume para  Ramos “la defensa de los valores “estéticos” y “culturales” de América Latina, oponiéndolos a la modernidad, a la “crisis de la experiencia”, al “materialismo” y al poder económico del “ellos” norteamericano” (15). Entonces, mientras la mirada de Sarmiento colocada sobre la “otra América” privilegia los valores positivos de esta sociedad –aunque también es preciso aclarar que realiza sus críticas negativas al sistema por ejemplo, respecto de la existencia de la esclavitud (Conflicto 117, 118) y del carácter ferozmente imperialista que percibe a partir de la anexión del territorio mexicano- en la de Martí se percibe mayoritariamente y por sobre la imagen positiva, una asociación entre ésta y el desastre, la catástrofe, que se enuncian como “metáforas claves de la modernidad” (Ramos 118, 119) en una representación decimonónica en la que “lo otro” se erige como símbolo del “caos”, justamente allí donde Sarmiento cree encontrar el orden anhelado para todo el continente. Dice en una de sus Escenas Norteamericanas:

 

Esta república por el culto desmedido a la riqueza, ha caído, sin ninguna de las trabas de la tradición, en la desigualdad, injusticia y violencia de los pueblos monárquicos.

Como gotas de sangre que se lleva la mar eran en los Estados Unidos las teorías revolucionarias del obrero europeo, mientras con ancha tierra y vida republicana, ganaba aquí el recién llegado el pan, y en su casa propia ponía de lado una parte para la vejez.

Pero vinieron luego la guerra corruptora, el hábito de autoridad y dominio que es su dejo amargo, el crédito que estimuló la creación de fortunas colosales y la inmigración desordenada, y la holganza de los desocupados de la guerra, dispuestos siempre, por sostener su bienestar y por la afición fatal del que ha olido sangre, a servir a los intereses impuros que nacen de ella. (335)

 

“Infierno”, “mundo horrible”, “símbolo de la opresión del universo”, son otros motivos que Martí utiliza para la caracterización del espacio urbano norteamericano, el mismo que Sarmiento describe como “templo simbólico al progreso y a la nueva vida republicana” (Pérez 7).  Y es a partir de esta caracterización que la experiencia de cruce transamericano le sirve a Martí por otro lado, para la conformación de un perfil para Nuestra América, en una definición de ésta, en relación también a lo que “no es”, pero que en este caso en lugar de anhelarse, se rechaza. Para el análisis de la idea martiana sobre América, resulta clave su “artículo-manifiesto” “Nuestra América” –como lo llama Fernández Retamar en “Calibán”- en donde insiste básicamente en la idea de que
 

la incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de compo­sición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de prác­tica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyes no se desestanca la sangre cuajada de la raza india (Martí 17).

 

También allí indica que “el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres natural­mente han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico” (Martí 17).

Como ya mencioné, es en las raíces indígenas donde Martí encuentra lo propio de América, aquel centro que hasta ahora permanecía externo y que ahora debía ser recuperado para la enunciación de una nación independiente, desprendida de todo discurso y teoría que no haya nacido de ella, en una fuerte actitud antiimperialista que recorre todo su discurso. Él proclamaba: “Injértese en nuestras repúblicas el mundo, pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas” (18)

Martí además, anula el sistema opositivo civilización-barbarie, eje del pensamiento sarmientino y complejiza la oposición binaria de las dos Américas, la “otra” y la “nuestra”, al proponer el carácter mestizo de “nuestra América” como base para la elaboración de una nueva  “mirada originaria, la única capaz (…) de representar y conocer el mundo primigenio americano, amenazado por los efectos y las contradicciones de la modernización” (Ramos 11). En fin, su presencia “en las entrañas” de los Estado Unidos, su movimiento dentro de esta “zona de contacto” y su registro en la escritura de esta experiencia, lo remite al reclamo de una respuesta al “¿Cómo somos?” (20) que provenga de una voz propia de América.

Para finalizar, es interesante pensar en la propuesta de Fernández Retamar, quien propone a “Nuestra América” como “diálogo explícito, y a veces implícito, con las tesis sarmientinas” (31), agrego, para un estudio de la discursividad decimonónica en torno a la pregunta por la identidad, y su relación con el imaginario construido  de un “otro” (aunque  creo que en el caso de Sarmiento no existe una percepción de ese carácter de construcción) que se constituye como esquema sobre el cual plantear dichas discursividades. El posicionamiento ideológico que difiere en ambos autores frente a la figura de los Estados Unidos, nos coloca frente a dos perspectivas de lo nacional, y de lo hispanoamericano, definido en una esfera transnacional.

Conclusión

Como conclusión puede plantearse que el estudio de la forma en que se percibe la experiencia transamericana en la escritura de Sarmiento y Martí, nos pone frente a una problemática constitutiva dentro del siglo XIX: la de pensar a la nación y al espacio hispanoamericano en base a propuestas ligadas a modelos externos, en función de crear uno propio.

Este estudio además abre un espacio desde el cual estudiar la relación entre literatura y política, y los modos de intervención de muchos de los escritores del siglo XIX en los debates sobre el conflictivo espacio americano.

Como último punto, este análisis contiene en potencia, la formulación de líneas de continuidad y ruptura con los discursos posteriores que llegan hasta nuestra actualidad, en un intento de reformulación de las relaciones entre “las Américas” en los diferentes campos constitutivos de éstas, y de resignificación de los conceptos e imágenes que fueron claves para la constitución del espacio nacional decimonónico en Hispanoamérica.

Obras citadas

Fernández Retamar, Roberto. “Calibán. Apuntes sobre la cultura de nuestra América”.

Gruesz, Kirsten Silva. Ambassadors of culture. The transamerican origins of Latino writing. New Jersey: Princeton University Press, 2002.

Martí, José. “Escenas Norteamericanas”. Obras Completas. Cuba: Editorial Nacional de Cuba, 1963.

---. “Nuestra América”. Obras Completas. Cuba: Editorial Nacional de Cuba, 1963.

Pérez, Alberto Julián. “Sarmiento en los Estados Unidos”.

Pratt, Mary Louise. Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 1997.

Ramos, Julio. Desencuentros de la modernidad. Literatura y política en el siglo XIX. México: Fondo de Cultura Económica, 1989.

Sarmiento, Domingo Faustino. Conflicto y armonías de las razas en América. Buenos Aires: La cultura Argentina, 1915.

Notas



[1] También la misma idea de identidad norteamericana se ve modificada a partir de la presencia hispanoamericana en el territorio, lo cual es percibido fuertemente dentro del campo cultural como puede verse en el estudio de Kirsten Silva Gruesz Ambassadors of culture, en donde analiza la industria editorial norteamericana y la inserción de la narrativa Latina dentro de ella, así como también repara en las impresiones del poeta Walt Whitman respecto de Latinoamérica.

[2] También existe una antología que lleva el mismo título, publicada por la editorial Losada (1939 y 1980), que comprende una selección de todo el trabajo realizado por Martí bajo ese título. En la edición de 1963 de la Editorial Nacional de Cuba, la serie Nuestra América abarca los cuatro últimos tomos de sus obras completas, el primero de ellos iniciado con los escritos reunidos bajo el título “Nuestra América” propiamente, y luego los ya mencionados.

 

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