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La flexión literal (1973-1977)

Mendoza, Juan José
U.N.L.P

 

  Según el decir de muchos, la literatura de los integrantes de la revista Literal (1973-1977) es una literatura prologada[1]. Sin embargo Literal, antes que prólogo,  puede operar como el epílogo de un conjunto de obras literarias: Nanina (Germán García, 1968), El Fiord (Osvaldo Lamborghini, 1969), Cancha Rayada (Germán García, 1970), Sebregondi retrocede (Osvaldo Lamborghini, 1973), El frasquito (Luis Gusmán, 1973).

  En este sentido, Literal puede leerse como la emergencia de un conjunto de discusiones cuyo proceso ya había comenzado en la década del ’60: en 1966 Osvaldo Lamborghini comienza la escritura de El Fiord, texto que se publicará en 1969. Germán García para el momento en que funda Literal ya había conocido el éxito de una primera publicación: 20.000 ejemplares vendidos en sólo 3 meses de 1968 con Nanina (su ópera prima).

  García conoció el éxito y la soledad: en 1969 apareció un libro cuyo título evidenciaba los restos de una desaparición: Proceso a Nanina. Respaldaba el libro la editorial L.H., uno de esos ejercicios de imaginación que Germán García gustaba ejercitar y que también encontraríamos después en Literal. Proceso a Nanina era una compilación hecha por el propio autor de Nanina que reunía todas las reseñas publicadas en diarios y revistas en el año 1968 cuando acababa de aparecer el primer libro de García. Su pretensión era, precisamente, evidenciar –recordar- el “buen gusto” con que había sido recepcionada en Buenos Aires la primera edición de un joven escritor. Pero la censura y el juicio por “obscenidad” habían sido el horizonte de aquel texto ¿La publicación de Proceso a nanina (este otro texto que se ubica en las antípodas del éxito de Nanina y se vuelve auto propagandístico después del cese de circulación de la obra) era denunciar la censura y evidenciar los vertiginosos cambios de parecer de la crítica literaria vernácula?

  En este contexto de polémicas y primeras experiencias editoriales, el abordaje de Literal puede ser circunscrito dentro de un estudio que muy bien tome a la década del ’60 como objeto: la década del ’70 como continuidad de la década del ’60 (Oscar Terán, 1991)[2]; la década del ’70 como la década en que concluyen los ’60 (De Diego, 2001)[3].

  Literal aparecería, en ese estudio, como proyecto derivado de una escena ya configurada en los años ’60. Ello, además de contextualizar con mayor pertinencia los planteos de la revista Literal, puede tornarse, a su vez, una forma de desmontar la propia imagen de organicidad que la revista pretendió exponer públicamente. Alberto Giordano y Analía Capdevilla, denominan “artefacto único”[4] a esa supuesta organicidad. Pero en su lectura, inevitablemente, el volumen 4/5 de la revista (Literal 4/5) emerge como la manifestación del fracaso de muchos de los planteos que la revista había desarrollado en sus dos anteriores apariciones (Literal 1,1973; y Literal 4/5, 1974).

  De lo que se trata, según nuestro parecer, es de lo siguiente: entre la escena configurada en los años ’60 (la publicación de las primeras obras literarias de Germán García y Osvaldo Lamborghini) y los números 4/5 de Literal (1977) lo que ha acontecido es una trama. La intriga (intrigar, conspirar, no dar el golpe) acaso pase más por leer esa supuesta organicidad de Literal como una estrategia de grupo para enfrentar los juicios por obscenidad como el que debió enfrentar Germán García. Una alianza táctica con pretensiones estratégicas fallidas: eso podría ser también la revista Literal.

  ¿Qué cesura une la distancia que se abre entre un proyecto literario y su realización? Y si ese proyecto literario posee una pretensión de organicidad, ¿cuán inorgánicas pueden ser las obras derivadas de él?

  Acaso la organicidad sea otra ficción: construir una estética de grupo para hacer cualquier cosa menos una estética de grupo. O hacer, precisamente, de la inorganicidad un proyecto literario. La historia ya conoce el caso: Andre Breton se quedó solo. El surrealismo no fue un club de amigos, ni una escuela, ni un movimiento, ni un partido político, ni una corriente: es difícil estar entre varios –escribió alguna vez Blanchot sobre el tema–.

  Hablar de Literal siempre supone explicitar el objeto del que uno está tratando. Pero el título de esta mesa -las revistas literarias y sus proyectos culturales- seguramente contribuye a explicitar nuestro objeto. Pero ¿qué clase de revista fue Literal? Y en caso de tenerlo, ¿cuál fue su proyecto cultural?

  Literal, si pretendemos entender los alcances que la definen como una revista de vanguardia, presenta la singularidad de volverse una revista de literatura después de la institucionalización de la crítica literaria en Argentina y de, así mismo, volverse una revista de crítica literaria después de la consagración de ciertos escritores que anteceden a los integrantes de Literal en la publicación de revistas y en el diseño de estéticas de grupo (desde la revista Nosotros a Contorno  pasando por Martín Fierro y Sur, para sólo mencionar algunos de los casos más paradigmáticos de una serie de la que aquí no podremos ocuparnos).

  Sin embargo, más allá de los actores y el desarrollo histórico de los hechos, el proceso que protagoniza Literal debe entenderse como un cuestionamiento de las formas en que determinados valores se institucionalizan en un sistema dado –llámese, por ejemplo, “La Literatura Argentina” a ese sistema-, a la vez que, en otro orden de cosas, la lectura histórica de ese sistema elabora una teoría de las instituciones literarias y una problemática de la reproducción de los valores dentro y fuera de las instituciones que, más tarde o más temprano, terminan siendo absorbidas por una institución más o menos estable, más o menos fluctuante.

 

 

***

 

  Literal intenta poner en cuestión el estatuto de lo literario en la cultura. En la relación que se plantea entre los valores establecidos de lo literario y los cuestionamientos a esos valores se produce un movimiento donde la institución literaria asiste al ensanchamiento de sus propios límites. La operación de Literal, en este sentido, será doble: por un lado realizará la formulación teórica de este problema pero, además, proyectará, mediante la escritura literaria misma (teoría y escritura en acto), un ensanchamiento de lo literariamente establecido en la cultura de entonces.

  En este punto es donde debemos subrayar el carácter orgánico de la revista en tanto que, permanentemente, realizará operaciones sobre los efectos de lectura de los escritos literarios de los propios integrantes del grupo. Se tratará, pues, de un espacio de autorreflexión sobre la propia escritura.

 

... la flexión literal propone una acción específica de la literatura (que puede ser leída desde una intriga sociológica, psicológica, política, lingüística, etcétera) que consiste en la transformación infinita de un sistema flotante de textos cuya función en la cultura no se reduce al uso que cada época histórica hace de los mismos.”[5]

 

  Una noción sobre lo literario es puesta en juego: siempre hay un movimiento que va desde la flexión literal a la  flexión literaria. O sea,  la flexión es un movimiento (...una acción específica...) que va desde y hacia y se produce entre el sujeto y la cultura, el cuerpo y el lenguaje, la realidad y su/s efecto/s, una estética fluctuante y una ética (y una moral) persistente, el placer de leer y el goce de escribir, lo literario y lo literal.

  ¿Habría la posibilidad de una flexión literal que en su movimiento incesante (en una incesante flexión) nunca tornase flexión literaria? Ese puede ser el límite de Literal como proyecto de escritura, no como planteo teórico. El límite de todo proyecto literario es el límite de una flexión literal que, tarde o temprano, producto de su hallazgo, de su logro literario precisamente, termine caducando. Ese puede ser el límite de toda vanguardia.[6] Allí donde la flexión literal se torna flexión literaria habrá la falta de una nueva flexión que tornará rígido a un ensanchado núcleo literario (sistema flotante de textos que circula) pero a la vez dará origen a un nuevo movimiento, y más tarde a otro, etc. (“el punto de fuga” por el que se escapa siempre a la institucionalización de un saber, de una perspectiva, en un campo, dirá la teoría).[7] La literatura es sensible y permeable a las transformaciones que ella misma (se) provoca.

  Desde cierta perspectiva podríamos leer la historia de nuestra literatura como la historia de un ensanchamiento: el ensanchamiento literario frente a la irrupción de lo literal: el ensanchamiento de los marcos y la ampliación de los límites de lo literario.

  Precisamente la virtud de la flexión literaria (su valor) es la de asignarle sentido literario a un discurso que hasta entonces no lo tenía. Pero inmediatamente allí donde lo no literario se literaturiza (se institucionaliza), se convierte en literatura, deja de ser literal.

  En Literal 1, en el texto con que Germán García inaugura la revista, específicamente en No matar la palabra, no dejarse matar por ella, leemos:

 

Hablando de cualquier cosa decimos la realidad, porque cuando hablamos sobre la realidad decimos otra cosa.[8]

 

  Aquí parecen omitirse varias operaciones retóricas que debieron (o pudieron) existir antes de concluir la verosímil expresión. Podríamos conjeturar que circulaba en el discurso de la época una muletilla que refería (imposible repetir) a "la realidad" en forma insistente. También podríamos conjeturar que la realidad estaba evadida por la(s) idea(s): había una imposibilidad de la(s) idea(s) de plasmarse en la realidad. En conclusión, nos había dicho el texto ya antes: la realidad es imposible y precisamente por ello, ante semejante imposibilidad, la literatura entra dentro del estatuto de "lo posible".[9]

  "El resto del texto", otro artículo del  Nº 1, reformula la pregunta psicoanalítica por el lugar teórico de la falta. Habría un resto del texto no totalizable, no teorizable, por los sistemas críticos de lecturas: ese resto, ese demás, ese desperdicio constituye en realidad la potencia de la literatura.[10]

  Aquí la pregunta que podríamos reponer nosotros: ¿cuál era la falta en la historia de la Literatura Argentina que Literal quería leer como nuevo sistema crítico? Esta pregunta (en realidad el trabajo que implica su respuesta) nos descubriría toda la dimensión del proyecto crítico de Literal en tanto nuevo sistema de lectura para la historia de la literatura.

  La otra pregunta que podríamos hacernos sería: ¿cuál era la falta en el sistema "la realidad" en la cultura argentina de entonces que Literal quería escribir y, mediante el trabajo de la escritura, recomponer? He aquí una tarea pertinente para un enfoque sociocrítico que ponga bajo sospecha aquella consigna operativa de Literal que postulara el arte  porque sí[11]. De lo que se trataba, cuando leemos la ficción crítica de Literal con el cruce de otros saberes de la época, era de un interrogante por el lugar de una falta que correspondía al registro de lo imaginario (piénsese en los vestigios de Sartre) y al plano de lo simbólico (piénsese en el advenimiento lacaniano). Es por ello que el trabajo de la escritura encuentra un fundamento de raigambre fuertemente psicoanalítica.

  Ahora bien: ¿Pudo Literal pretender escribir (evidenciar) una falta de la realidad cuando, de antemano, podríamos asegurar una negación absoluta y radical de la realidad como estatuto y condición de posibilidad para la literatura? Si la literatura es posible porque la realidad es imposible, entonces, ¿la imposibilidad de lo real no sería condición de posibilidad necesaria para la existencia de la literatura (la literatura no depende de algo de lo real para poder existir, aunque ese algo de lo real sea precisamente su imposibilidad misma, su falta)?

 

1) habría una falta en la realidad,

 

2) habría una falta, un resto (un demás) del texto literario y,

 

3) habría una imposibilidad teórica del sistema crítico que pretenda leer esa falta (ya sea en la literatura o en la (i)realidad).

 

  Hay un proyecto que postula la realización de la imposibilidad de leer el cruce de todos los textos, leer ese momento imposible en que todas las teorías confluyan en sus perspectivas. ¿Existirá ese cruce y ese momento , o sea, ese texto? Tal vez exista y sea la historia misma de la literatura más su falta y su resto aún por escribir y que nunca será escrito de algún modo. O sea, la historia de los cruces de las flexiones literales y literarias. El riesgo es un instrumento de lectura, una estrategia que en su propósito de leer esos cruces se transforme en un sistema crítico que, aunque extraordinariamente lúcido, no termine siendo más que uno entre tantos otros. O sea, un sistema crítico al que también se le escape un demás, un resto al que ya se le ha escapado, a su vez, una cifra improbable de lo que en realidad faltaba desde antes de que la escritura se propusiera, si pudiera, la imposibilidad de recuperar esa falta (que, a su vez, si pudiera ser restituida, daría lugar a otra falta sustituto ahora de la primera, etc.) Y si la falta se recuperara y/o se restituyera, ¿significaría entonces que en algún momento no fue falta sino parte? Esa es la fantasía y el sentido simbólico de la falta: la función del falo y su falta (la castración de la niña).[12]

 

***

 

  ¿Puede interpretarse la última entrega de la revista como una tendencia que, ya fuera del control originario que la revista había reservado para sí, deviene en una suerte de institucionalización de la publicación (esto de incorporar un Director, etc.)? De ser así, no es extraño que esta tendencia a la institucionalización haya fracasado, o sea, haya devenido en la desaparición misma de la revista. Si Literal se hubiese consolidado como revista en tanto periodicidad de sus publicaciones, en tanto publicación institucional, tal vez hubiese traicionado sus propios planteos. De todas formas, la hipótesis de una desaparición de la revista debido a su supuesta tendencia a la institucionalización editorial es insuficiente para explicar su cese de circulación. En los convulsionados años ´70 cualquier hipótesis sobre una desaparición (la historia nos lo ha mostrado) es insuficiente.

 

***

 

  En el 2003 el discurso de Literal se reactualiza a partir de una compilación de textos de la revista reunidos en el formato de un libro (como que la revista, con el paso del tiempo, se transforma en un libro). La compilación de Héctor Libertella (Literal 1973-1977, Santiago Arcos Editor, Buenos Aires, 2003) puede abordarse sobre la base de dos presupuestos de lecturas opuestos.

  Uno puede consistir en leer el gesto de Libertella como la intención de volver a corporizar un objeto de culto. En este sentido, los textos de la revista son las esquirlas retóricas de un pasado que vuelve.

  El otro presupuesto puede consistir en aproximarse a la reactualización de las voces de la revista como quien se enfrenta a los restos aún por leer de un corpus textual muy singular: la compilación repone textos críticos, ensayos políticos, escrituras literarias, textos psicoanáliticos, recortes periodísticos, redradas, etc. [¿una revista de qué fue Literal? Puede preguntarse un primer lector].

  Pero si esa heterogeneidad se enfoca como los restos aún por leer de algo ya leído (un objeto de culto), ¿cuál es la perspectiva teórica que nos permitiría leer lo todavía no abordado, ese desperdicio y ese residual que todos los discursos críticos siempre dejan de lado?

  He aquí un hecho curioso: el resto aún por leer [lo no leído] aparece en el formato de la compilación (un compilador ha hecho una selección sobre la base de alguna estrategia de lectura) y de la reedición (se reedita lo que ya ha sido “agotado en las librerías”, por lo cual, ya ha sido leído más allá de las expectativas de una tirada inicial). En este sentido es de notar, a su vez, que el resto aún por leer se contrapone radicalmente al objeto de culto. El culto ejerce la repetición del lugar común más visible. Por lo tanto no hay nada más ajeno al culto que el resto todavía no interpretado y, por consiguiente, aún no ubicado en la cadena de significaciones establecidas por “lógicas de lectura” más o menos pautadas.

  ¿Hay acaso una crisis del culto Literal? Como ya dijéramos, la revista de antaño cuestiona la institucionalización social de los discursos y la funcionalidad de los mismos dentro de la cultura. Sin embargo, pretender un regreso de lo que no aspiró a institucionalizaciones convencionales debe ser entendido, por lo menos, como un regreso sospechoso.

  La compilación de Héctor Libertella ahora, entre otras consideraciones del ambiente universitario, se plantea como la reedición de un reconocido objeto de culto (¿El culto a los muertos?). Pero el culto convoca nuevas lecturas. La reactualización de una voz no necesariamente reactualiza una escritura suspendida (suspendida por la censura militar en primer término; por el academicismo universitario luego; por los anacronimos de lo literario frente al “parloteo massmediatico” finalmente).

  Una perspectiva para el abordaje de los restos más visibles de Literal (lo no leído) puede construirse a partir de las condiciones de posibilidad que hacen que una contemporaneidad dada (acaso la nuestra) pueda estar en condiciones de abordar su propia protohistoria y entender el cúmulo de causas que, todavía hoy,  la hacen posible. En este sentido, Literal es, producto mismo del carácter visionario de sus planteos teóricos, una escritura demasiado contemporánea.

  Los restos de un futuro que vuelve (tal el spot que acompaña la reedición de Libertella en el prólogo) hablan de la dificultad que tenemos para explicar la flexión literal como parte de la historia de la literatura argentina. Se podría decir de Literal lo que el propio Germán García dijera de Macedonio Fernández (en el modo de escribir sobre lo otro está el sentido de la lectura de lo propio):

 

Macedonio Fernández pensó ... lo que no podía pensarse. Y no se trata de su “clase” o de su “época”: Macedonio Fernández pensaba lo que aún no podemos pensar. La ambigüedad de la palabra pensar desaparece cuando, como en este caso, podemos decir: el pensar imposible ya fue la posibilidad de su escritura. Nosotros nos deslizamos por esa torsión de las palabras, por esa posibilidad que permite diferir –aunque no aclare– sin pensar ninguna sustitución.[13]

 

  Literal pensó lo que el compromiso de los años ’70 no permitía pensar. Y escribió muchas de las páginas de lo que no se podía escribir (porque se estaba ocupado en otra cosa) por aquellos años de convulsiones políticas en el que las singularidades estilísticas podrían ser juzgadas como “sutilezas de la  burguesía”. Y escribió el pensamiento de una época que es más conocida por la empobrecida imagen que se ha construido de ella a partir de sus caracterizaciones estigmatizantes y sus acciones (fallidas) que por las ideas más complejas en torno al problema de lo político, lo social y lo cultural. En este sentido, Literal fue, en la panacea de un momento irrepetible de la cultura argentina, el último resplandor del pensamiento de los ´70. Después el clima se tornó turbio, y aquella noción blanchotiana que plantea que la aspiración de la literatura es alcanzar el silencio se cumplió literalmente. Y en el estrecho recinto de los ´70  un grupo de literatos que hacía crítica literaria se quedó entre los últimos, entre aquellos a los que le tocó apagar la luz.

 



[1] AVELLANEDA, Andrés; “Literatura Argentina, diez años en el sube y baja”, en TODO ES HISTORIA, Nº 120, Buenos Aires, mayo de 1977.

[2] TERÁN, Oscar; Nuestros años ’60. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina (1956-1966), Buenos Aires, Ed. El cielo por asalto, 1993 (1991).-

[3] DE DIEGO, José Luis; “Arlt y los setentas”, en Boletín/9 del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria, Rosario, 2001, pp.134-152.-

[4] CAPDEVILLA, Analía – GIORDANO, Alberto; “Al pie de la letra: Literal, una revista de vanguardia”, en Revista de Letras Nº 3, Rosario, UNR editora, 1992, p. 36.-

[5]La flexión Literal”, en Literal 2/3, Buenos Aires, 1974, p. 10.-

 

[6] Pues, si las vanguardias planteaban como problemática la relación con el pasado y la tradición que pretendían superar (negando radicalmente su valor en el caso de las vanguardias europeas y negando específicamente el vínculo con el modernismo (polemizando todavía con la tradición e inventando una tradición propia) en el caso de las vanguardias latinoamericanas) también sujetaban esa problemática al riesgo del valor de la negación misma. Ese valor (lo novedoso de las vanguardias), tarde o temprano, termina siendo víctima de un paso del tiempo que las transforma, muy a pesar suyo, en parte de la tradición. La vanguardia es vanguardia durante determinado tiempo. Luego es la tradición futura de un proyecto como el de Literal: no es casual que, para Literal, el futuro de la Literatura Argentina ya tenga su realización en Macedonio Fernández, Oliverio Girondo y Borges (la casta del saber y de la lengua). Macedonio Fernández es el referente de la vanguardia que, al ser un escritor de ideas y no de obra, las vanguardias literarias (especialmente Borges) rescatarán para tornar su poemática del pensar en una obra realizable; Oliverio Girondo, quien lleva casi al límite la experimentación con el lenguaje; y Borges, el lector que escribe los restos de textos donde  ningún sistema crítico de lectura había antes, ni si quiera, percibido su falta. (Cfr. Con la propuesta de lectura de Pierre Menard Autor del Quijote en “El Resto del Texto”, en Literal 1, Buenos Aires, 1973 y “Por Macedonio Fernández”, Literal 3/3, Buenos Aires, 1974, p9. 60-61.-)

[7] Literal es el postulado teórico de la flexión literal como categoría para entender los movimientos que se producen en una literatura dada y que, a su vez, una literatura dada produce. Pero Literal es también una flexión que intenta, desde la escritura literaria misma, desde su propio movimiento, irrumpir y cuestionar a la flexión literaria de entonces. Nosotros, respecto de la actualidad o no de aquella flexión como proyecto de escritura, nos podríamos preguntar: ¿cuánto se ha visto transformada la flexión literaria desde la década del ¨70 a esta parte?  Habría que investigar nuevamente los efectos de la escritura literaria de los escritores que participaron de la revista. En cierto sentido esa investigación, por qué no, podría ratificar la idea de que tal vez no se haya flexionado lo suficiente la escritura de Literal (¿acaso las fuerzas extrañas a la literatura (si pudiésemos establecerlas) acaban de flexionarse alguna vez? Leer textos como “El niño proletario” de Osvaldo Lamborghini o“El frasquito” de Luis Gusmán no deja, todavía hoy, de alterar una limitada capacidad de recepción (como la que tiene la mayoría de los lectores que somos). Pero este problema es, quizá, más un problema de moral que un problema literario.-

[8] “No matar la palabra, no dejarse matar por ella”, en Literal 1, Buenos Aires, 1973,  p. 6.-

[9] La literatura es posible porque la realidad es imposible. Ibid. p. 5.-

[10] “El resto del texto”, Literal 1, 1973, p. 47 y ss.-

[11] No matar la palabra, no dejarse matar por ella, op. cit., p.13.-

[12] Cfr. Masotta, Oscar;  “Lecciones de Introducción al Psicoanálisis”, Buenos Aires, Gedisa, 1986, p. 37 y ss.

[13] García, Germán; Macedonio Fernández, la escritura en objeto, Buenos Aires, Siglo XXI, 1975, p.27.-

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