Pacto y réplica
o gozoso deleite: Méndez,
Marcelo |
La
modernidad es el tiempo de vertiginosa imposición del espacio urbano. Por lo
tanto, la “experiencia de la modernidad”, concepto con el que Marshall Berman
subtitula su texto canónico sobre el período[1],
siempre supone una experiencia de lo urbano. Los escritores modernistas
trabaron una estrecha relación con la flamante “gran ciudad”. Esta resultó el
escenario histórico de una profesionalización en las que les cupo un papel
central y fue, a la vez, un tópico literario ineludible. Es que vivir en la
ciudad había pasado a significar experimentar lo fugaz, lo transitorio. El
dominio sobre la naturaleza y el desarrollo arquitectónico conformaban, paradójicamente,
el ámbito donde, retomando a Berman, “todo lo sólido se desvanecía en el aire”.
Y los textos modernistas dan cuenta de esa tensión. Así, esta ciudad
avasallante divide aguas al interior del modernismo. Este trabajo, basado en el
análisis de “Amor de ciudad grande”[2]
y “En el campo”[3], se ocupa de
las diferencias que la ciudad moderna determina entre José Martí y Julián del
Casal, los dos más importantes modernistas cubanos.
Ángel Rama sitúa en el origen del
particular vínculo de Martí con la modernidad su encabalgamiento entre dos
épocas distintas: padre del modernismo e hijo de un proceso histórico-literario
anterior[4].
Esto permite que lo que Rousseau llamó “el torbellino de la modernidad” no lo
arrastre. Antes bien, Martí se para frente a ella en sus términos predilectos.
Acepta el indiscutible dominio de la modernidad pero reserva un margen de
independencia para su accionar. Esto se vuelve posible porque, a causa del
citado encabalgamiento, Martí no es un escritor que llega con la modernidad sino que la recibe. Piensa, entonces, que puede seleccionar de ella lo que más
le conviene (o, lo que en su caso es lo mismo, que Hispanoamérica puede
hacerlo) y no sufrir una mera imposición. Regular –si se quiere- la llegada del
capitalismo, ese para nada encantador núcleo duro de la modernidad. Martí era
consciente de que por primera vez en la historia del planeta “toda la humanidad
había sido metida en la misma barca”[5].
Irrumpe en este punto su comportamiento modernista; en términos de Rama “su
aceptación del nuevo estado y el reconocimiento de que es forzoso modelarse de
acuerdo a sus imperativos, aunque no sujeto a sus leyes rigurosas simplemente,
sino sometiéndolas a pacto y réplica”[6].
Como puede verse en “Amor de ciudad grande”, la permanente tensión entre ética
y estética que hay en Martí se traslada a su poética.
El vínculo de Julián del Casal con la
modernidad es claramente otro. Si lo más notable en Martí es su capacidad para
pertenecer a ella y al mismo tiempo poder distanciarse para verla críticamente,
si su figura excede la modernidad, la
característica que define a del Casal es ser absolutamente interior a ella.
Julián del Casal está superpuesto a la modernidad. Su literatura nunca se sale
de los tópicos estrictamente modernos. Fue desde sus textos y su figura que Max
Henríquez Ureña pudo organizar un acabado compendio de los procedimientos
modernistas[7].
No existe distancia alguna, al uso martiano, entre del Casal y la modernidad.
El sí: llega con la modernidad y su
literatura es producto de ella.
“Amor de ciudad grande” y “En el campo”
van a dar cuenta de las similitudes y diferencias entre sus autores. Tienen
como eje a la ciudad moderna y a la posibilidad (o no) del amor (de la
escritura) en ella. En un segundo plano, detrás del alerta de Martí y del
gozoso deleite de del Casal pueden vislumbrarse en los textos los diferentes
elementos de los que dispone cada uno de ellos para afrontar la conflictiva
experiencia de la modernidad.
La separación de rumbos se hace visible
ya desde los títulos. En “Amor de ciudad grande”, el complemento aclara y
advierte: se hablará sobre un amor que la gran ciudad condiciona y restringe;
mientras que en “En el campo” la determinación geográfica del poeta empieza a
componer un rechazo de la naturaleza que, al proclamarse in situ, resulta magnificado. Desde el primer verso se obliga al
lector desprevenido a desechar toda ilusión bucólica: “tengo el impuro amor de
las ciudades”. De los campos, del Casal sólo gusta cultivar los semánticos. El
que atañe a la impureza recorre todo el poema, siempre con una valoración
positiva. Así asume y celebra del Casal su definitiva y absoluta inmersión en
la modernidad. Partícipe de ese impuro amor ciudadano, que vive como riqueza de
matices y posibilidad de nuevas combinaciones, rechaza lo “puro”, la falta de
mezcla, emblemas de lo pre-moderno.
Un desacuerdo básico, entonces. Se
manejan nociones de amor diferentes. Para Martí, éste es una fuerza casi
atemporal a la que la ciudad moderna –contingencia histórica- le sale al cruce.
Su poema estetiza el forcejeo entre ambos. Su concepción del amor puede
llamarse, en sentido estricto, clásica. Es deudora de la que, en Banquete, Platón pone en boca de
Aristófanes: amor como la persecución de la unidad, “llegar a ser uno solo de
dos, juntándose y fundiéndose con el amado”[8].
La influencia romántica difunde la visión martiana al amor filial, como prueba
el Ismaelillo, y al amor a la patria,
punto final de su biografía. La perfección y duración de este amor padece
cualquier interferencia y como tal considera Martí a la ciudad moderna. Del
Casal, por el contrario, le canta precisamente a ese amor impuro que aflora en las ciudades: todo lo anterior le
resulta una indiferenciada masa de tiempo repetidamente bañada por “este sol
que ilumina las edades”.
Del Casal se entrega a un placentero
repaso de la ciudad moderna, sólo opacado por el lamentable hecho de
encontrarse, momentáneamente, “en el campo”. Al cerrar el primer terceto
monorrimo, forma que organiza el poema,
con el verso “prefiero yo del gas las claridades”, retoma un tópico recurrente
en la literatura ligada al surgimiento de la ciudad moderna: la iluminación
artificial, indispensable para lograr ese efecto shockeante y de
inapresabilidad que provoca la masa urbana. Vale para el caso lo que Walter
Benjamin afirmara acerca de “El hombre de la multitud”: “la multitud londinense
aparece en Poe tétrica y confusa como la luz de gas en que se mueve”[9].
Antes que oriundo de una zona marginal del globo, del Casal es un hombre de la
modernidad que no encuentra dificultad
alguna en compartir con parisinos o londinenses la experiencia del contacto con
“la amorfa multitud de los transeúntes”. Al igual que Baudelaire, él también
lleva a la multitud como “una figura secretamente estampada en su creatividad”[10].
“Quiero oir a la humana muchedumbre/gimiendo en su perpetua servidumbre”, ruega
en su poema.
“Prefiero yo del gas las claridades”,
es también la primera exaltación de lo artificial que aparece en “En el campo”.
De aparición frecuente en la obra de del Casal, Luis Felipe Clay Méndez lo ha
llamado “culto de la artificialidad”[11].
Extendido hasta llegar a la conocida adopción por parte del cubano de
vestimentas orientales, en los textos este culto se profesa escribiendo “contra la ley natural”[12].
Como tantos escritores del siglo XIX, testigos de la industrialización, la más
rotunda embestida del hombre contra la naturaleza, Julián del Casal consideraba
que esta última “tenía poco que ofrecer a los sentidos cansados”[13].
Todo lo contrario de “los poderes sin ataduras del artificio, [...] capaz de
liberar a los objetos de sus ‘límites naturales’”[14].
El culto de lo artificial se desprende de la modernidad. No sorprende,
entonces, que del Casal lo abrace. Es, después de todo, el culto que honra la
subordinación del campo a la ciudad moderna.
La lectura de “En el campo”, escrito
por un del Casal relegado al campo por cuestiones de salud, confirma una y otra
vez, la opción por el urbano despliegue de artificialidad frente al casi
intacto mundo rural. Varios tercetos repiten una misma estructura: los dos
primeros versos exponen lo que la naturaleza ofrece, y el tercero inclina la
balanza a favor de lo urbano y artificial: “tengo el impuro amor de las
ciudades/y a este sol que ilumina las edades/prefiero yo del gas las claridades”,
“A la flor que se abre en el sendero/como si fuera terrenal lucero/olvido por
la flor de invernadero”, “Y el fulgor de los astros rutilantes/no trueco por
los vívidos cambiantes/del ópalo, la perla o los diamantes.
Este último terceto vuelve a convocar a
Benjamin: “la luna y las estrellas no merecen ya mención alguna”[15].
No tanto por las piedras preciosas tan deseables para del Casal y otros
modernistas sino –otra vez- por la iluminación a gas que “hacía que la multitud
se sintiese en casa aún en plena calle también por la noche; expulsaba al cielo
estrellado de la imagen de la gran ciudad más confiadamente de cómo había
sucedido por causa de sus casas elevadas”[16].
En otro terceto es el artificio
literario el que es preferido frente a los lugares más comunes de la poesía
campestre: “Más que la voz del pájaro en la cima/de un árbol todo en flor a mi
alma anima/la música armoniosa de una rima”.
Ya deslizándose hacia el final del
poema se reingresa en la otra zona temática que pesa en el texto: la mezcla, la
impureza, presente en los versos donde se venera “el oro de teñida cabellera” o
el “rostro de regia pecadora”.
Puede concluirse que la exaltación que
del Casal hace de la ciudad moderna es global y desafiante. Expone lo
artificial y lo impuro: “sentidos lánguidos, ambiente enfermizo”, y los rescata
victoriosos de la confrontación con la naturaleza.
Condicionado y restringido se consideró
más arriba al amor de ciudad grande que se sofoca en el poema de Martí. Una
primera lectura parece confirmarlo: arrojado sobre la “ciudad grande” del
título, varios son los obstáculos que el amor (la escritura) tendrá que sortear
para salvaguardar sus condiciones de posibilidad. La modernidad impone un ritmo
nuevo y vertiginoso: “De gorja son y rapidez los tiempos”, escribe Martí,
“corre cual luz la voz”, agrega, y ya instala al lector en un tiempo en el que
“no hay tiempo” para el desarrollo de un amor verdadero. Entonces, “se ama de
pie, en las calles, entre el polvo”. El poema denuncia la constitución, en la
gran ciudad, de un poderoso espacio público que avanza sobre zonas de la vida
desde siempre amparadas por la intimidad. Ante este panorama, ocurre lo
inevitable: “¡así el amor, sin pompa ni misterio, muere, apenas nacido, de
saciado!”. En ese torbellino donde nacimiento y saciedad se tocan es
comprensible que los cuerpos sólo sean “desechos, y fosas, y jirones”, y las
almas ya no “como en el árbol fruta rica [...] sino fruta de plaza que a
brutales/golpes el labrador madura” (aquí se alcanza el grado mayor de diferencia
con del Casal: Martí elige el fruto tal como lo entrega la naturaleza y no el
que circula hasta los cajones del mercado).
El torrencial imaginario expuesto por Martí
lo libera –puede pensarse- de toda conclusión. Aún así, él prefiere dejar constancia
escrita: “¡me espanta la ciudad!”. La fragmentación de la vida moderna ha hecho
añicos un amor que Martí, ya se dijo, piensa en términos de totalidad.
Esta
primera y apocalíptica visión debe, sin embargo, acotarse. Roberto González
Echavarría, para quien “Amor de ciudad grande” es ante todo, una interrogación
sobre la posibilidad de articular un lenguaje poético en la época moderna,
reconoce que Martí “apela sin duda al tópico romántico de la ciudad como lugar
en que la naturaleza ha sido sometida a ritmos que no le son propios, que la
hacen geométrica y repetitiva”[17],
pero advierte sobre el error que implicaría pensar que el poema surge solamente
“de la nostalgia romántica por la naturaleza incorrupta”[18].
El texto hace una permanente conjugación de contrarios entre los momentos de
retracción, que representarían el límite que la modernidad impone al lenguaje
poético, y los momentos de expansión, donde éste demuestra que el límite puede
ser quebrado. Aunque el peso de ambos contrarios en el texto se juzgue
desigual, su conjugación no debe resolverse a favor de uno de los dos ya que
esta es la profunda constitución dialéctica del poema. Desde el texto, se
recompone la visión de Rama: un Martí nunca prisionero de la modernidad pero
tampoco ajeno a ella. Ni rechazo romántico, ni aceptación pasiva: sí la fórmula
superadora de la que se habló antes, pacto y réplica. Ante la brusca imposición del espacio urbano, pactar la búsqueda
del amor que pervive en su ajetreo y habiéndolo encontrado, replicar exponiendo
su justificada languidez. Mencionar entonces “el goce de temer; aquel
salirse/Del pecho el corazón; el inefable/Placer de merecer; el grato susto/De
caminar de prisa en derechura/Del hogar de la amada, y a sus puertas/Como un
niño feliz romper en llanto”, pero interponer con crudeza el anticlimax: “Ea,
que son patrañas! Pues ¿Quién tiene/ Tiempo de ser hidalgo”. Y si más adelante
“el deseo, del brazo de la fiebre/Cual rico cazador recorre el soto” es debido
solamente a que “como liebre/ Azorada, el espíritu se esconde”. El amor se
expande y se retrae porque la ciudad impide su fusión constante. Expansión y
retracción son al poema lo que el pacto y la réplica a la ideología martiana.
Los rigores disciplinarios han
establecido férreas apropiaciones de José Martí y Julián del Casal. La Historia
corporizó a Martí hasta disecarlo en prócer. Cierta crítica literaria
espiritualizó a del Casal hasta disolverlo en un entramado de actitudes
esteticistas y procedimientos literarios. La ciudad moderna, un ámbito que los
envolvió y sobre el que escribieron con fervor, les restituye humanidad y los
muestra lúcidos y diferentes. Son, a la par que escritores, hombres de la calle
moderna. Ante esa condición Martí se siente “un peatón lanzado a la vorágine
del tráfico [...] un hombre solo que lucha contra un conglomerado de masa y
energía”[19]
mientras que del Casal encuentra que “esta movilidad abre un gran número de
experiencias y actividades nuevas a las personas”[20].
Como pocos, los poemas elegidos dan cuenta de esas opiniones encontradas.
[2] Martí, J., “Amor de ciudad grande” en José Martí, Antología, Madrid, Editora nacional, 1975
[3] Del Casal, J., “En el campo” en Julián del Casal, Poesía completa, La Habana, Dirección de Cultura de Ministerio de Educación, 1945
[4] Rama, Á., “La dialéctica de la modernidad en José Martí”, en Estudios Martianos. Seminario José Martí, puerto Rico, Universitaria, 1974, p.132
[5] Rama, A., op. cit., p.162
[6] Rama, A., op. cit., p.171
[7] “En nadie se manifestó en forma tan intensa la nueva y morbosa sensibilidad del alma contemporánea; y a estos tres elementos esenciales del modernismo: culto de la forma, adopción de combinaciones métricas no usuales y revelación de la angustia y la inquietud del vivir contemporáneo, se agregan en Casal otras modalidades complementarias de la temática modernista: evocación de la Grecia antigua y de otras épocas de la historia del mundo, sin olvidar los siglos de la Francia galante, exotismo, empleo de símbolos de elegancia plástica; y acumulación de palabras que dan brillo y color a la frase y producen efecto de deslumbramiento” en Henríquez Ureña, Max, Panorama histórico de la literatura cubana, La Habana, Revolucionaria, 1967, p.249
[8] Platón, Banquete, Madrid, Gredos, 1993, p.144
[9] Benjamin, W., Poesía y capitalismo. Iluminaciones II, Madrid, Taurus, 1972, p.141
[10] Benjamin, W., op. cit., p.137
[11] Clay Méndez, L.F., Julián del Casal y el culto de la artificialidad: raíces y funciones, Buenos Aires, Publicación de la Cátedra de Literatura Latinoamericana I, UBA, p.1
[12] Clay Méndez, L.F., op. cit., p.4
[13] Clay Méndez, L.F., op. cit., p.4
[14] Clay Méndez, L.F., op. cit., p.4
[15] Benjamin, W., op. cit., p.66
[16] Benjamin, W., op. cit., p.66
[17] González Echavarría, R., “Martí y su Amor de ciudad grande” en Sehelman, I., Nuevos asedios al modernismo, Madrid, Taurus, 1987, p.168
[18] González Echavarría, R., op. cit., p.168
[19] Berman, M., op. cit., p.159
[20] Berman, M., op. cit., p.160
Bibliografía:
Fuentes:
Martí, José, “Amor de ciudad grande” en José Martí, Antología, Madrid, Editora Nacional,
1975
Del Casal, Julián, “En el campo” en Julián del Casal, Poesías Completas, La Habana, Dirección
de Cultura del Ministerio de Educación, 1945
Bibliografía secundaria:
Rama, Ángel, “La dialéctica de la modernidad en José Martí” en Estudios Martianos. Seminario José
Martí, Puerto Rico, Universitaria, 1974
Berman, Marshall, Todo lo sólido
se desvanece en el aire, Madrid, Siglo XXI, 1988
Platón, Banquete, Madrid,
Gredos, 1993
Henríquez Ureña, Max, Panorama
histórico de la literatura cubana, La Habana, Revolucionaria, 1967
Benjamin, Walter, Poesía y
capitalismo. Iluminaciones II, Madrid, Taurus, 1972
Clay Méndez, Luis Felipe, “Julián del Casal y el culto de la
artificialidad: raíces y funciones, Buenos Aires, Publicación de la Cátedra de
Literatura Latinoamericana I (UBA), 1997
Schulman, Ivan (ed.) Nuevos asedios al modernismo, Madrid, Taurus,
1987