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El tránsito de la sierra a la ciudad en Katatay [1] de José María Arguedas

Mellado, Silvia
U.N.L.P


Asistimos hoy, en América Latina, a un renacimiento de las literaturas en lengua indígena, a prácticas literarias que, aunque no se separan totalmente de sus raíces orales y performativas, establecen una relación cada vez más intensa con la literatura universal y sus géneros. Por lo que no resulta necesario aislarlas para su estudio, o pensarlas en términos de literaturas  alternativas o marginales, con el riesgo de valorizarlas por el solo hecho de contar la historia de los vencidos. Al estudiar las producciones quechuas son numerosos los críticos que ven en Arguedas el precursor y, en algunos casos, el fundador de esta poética.

El arte poética arguediana se pergeña y palpita entre lo oral y lo escrito, entre el quechua hablado contemporáneo y la lengua de castilla de los falsos vircochas, tiembla en la franja que se puebla entre la ciudad y la sierra: en  la humanidad hirviente que forma el cinturón de  fuego de las barriadas[2]. A partir de esta poética “hirviente y en tránsito” nace una poesía producto de la migración y de la educación, cuyo sujeto lírico se configura en la imagen contradictoria de ser huérfano errante y conquistador a la vez[3]. La imagen del sujeto que comienza a agitarse y a vocear el nombre de Tupac Amaru para abrazar  la ciudad conecta dos mitos: el de Inkarrí (rey inca) que ha de reconstruirse bajo la tierra para terminar el combate con españarrí (rey español), y el mito del progreso y de la ciudad feliz.

Katatay precursor y fundador representa en su momento una alternativa radical a la poesía occidental-urbana y en castellano, ya que no sólo escoge un quechua “contaminado” por el español para construir una lengua poética que mezcla dialectos quechuas intrincando regiones lingüísticas, sino que  recrea[4] esos mimos poemas en castellano. Estos poemas son “reescritos” invirtiendo el valor simbólico atribuido a lenguas, ya que es el quechua la lengua de mayor valor la que se contamina y debe recrearse para que el otro no quede incomunicado. Del mismo modo que los sacerdotes “contaminaban” sus oraciones para recercárselas a los nativos, la lengua quechua conquista, “catequiza” a los nativos de la ciudad, a la vez que da cuenta de las urgencias y de las transformaciones del presente.

En esta ocasión, nuestro trabajo se acerca cautelosamente hacia cuestiones antropológicas, disciplina que ocupó un lugar privilegiado junto a la literatura en el proyecto arguediano, para  proponer la lectura en Katatay del tránsito de los sujetos andinos hacia la ciudad como un rito de pasaje. Rito que tiene una doble cara porque  La invasión a las ciudades lo es también a las instituciones literarias y los mecanismos por los cuales los migrantes se hacen ciudadanos o sujetos literarios son exactamente los mismos”[5].

Acercamiento al rito:

 La socialización está marcada, en cualquier sociedad, por ceremonias y estados de tránsito o pasaje de las personas. Ellos señalan la maduración social del individuo en el desarrollo de su existencia[6]. De modo que este ciclo vital les permite conocer su cultura y mantener relaciones y actividades imprescindibles para la supervivencia de su grupo, estableciendo una mutua reciprocidad entre individuo y sociedad. Al mismo tiempo, el paso por estos estadios implica un reconocimiento expresado a través de mecanismos sociales como las ceremonias. En ellas el rito de pasaje tiene la función sociológica de imponer a quien lo recibe, y a quienes en lo sucesivo deberán interactuar, derechos y obligaciones de su nuevo rol. 

Son actos culturalmente aceptados en forma tradicional en una sociedad y realizados en las oportunidades en que cada nueva generación de individuos va a cambiar de status. El individuo implicado en el tránsito de un “estado”, o condición fija y estable, a otro “estado” nuevo y diferente de la estructura de su sociedad constituye, según Turner, un ser en situación de tránsito y por lo tanto “invisible”, que no posee nada, porque todavía se encuentra en preparación para asumir un nuevo rol. La transición, entonces,  supone tres fases en su desarrollo:

 

En Katatay la primera fase del rito de tránsito hacia la ciudad, la separación, implica comenzar el pasaje de comunero a ciudadano, del ayllu a la barriada, del quechua al castellano quechuizado. En este trance el sujeto no termina de despojarse de sus costumbres ni adquiere las nuevas:

Nos arrebataron nuestras tierras.

Nuestras ovejitas se alimentan

con las hojas secas que el viento arrastra,

que ni el viento quiere;

nuestra única vaca lame agonizando la poca sal de la tierra.

Serpiente Dios, padre nuestro:

en un tiempo éramos aún dueños, comuneros.

Ahora, como perro que huye de la muerte,

corremos hacia los valles calientes.

 

Hemos bajado a las ciudades de los señores.

Desde allí te hablo.

Hemos bajado como las interminables filas de hormigas de la gran selva. (Haylli – Taky)

 

La despedida a estos ex comuneros podemos reconstruirla con el harawi que le cantaron  a Ernesto en Los ríos profundos:

No te olvides, mi pequeño

No te olvides

Cerro blanco,

Hazlo volver;

Agua de la montaña, manantial

De la pampa

Que nunca muera de sed.

Halcón, cárgalo en tus alas

Y hazlo volver[8].

 

Con la diferencia de que estos peregrinos van hacia otro status, y al cabo de este viaje ya no podrán emprender el retorno, pues cumplirán el ciclo que los hará ciudadanos, y mirarán con nostalgia hacia el pasado:

En la Pampa de Comas, sobre la arena, con mis lágrimas, con mi fuerza, con mi sangre, cantando, edifiqué una casa. El río de mi pueblo, su sombra, su gran cruz de madera, las yerbas y arbustos que florecen, rodeándolo, están, están palpitando dentro de esa casa; un picaflor dorado juega en el aire, sobre el techo. (Haylli – Taky)

 

Es en la evocación de este pasado que la nueva geografía: los edificios, el asfalto y los cerros poblados que presuponen el espacio de  la ciudad, queda soterrada bajo la superposición de la fachada pueblerina más en contacto con la naturaleza, con el trabajo comunal y con la religiosidad. Esta reconstrucción, más que una construcción “realista” de la memoria, es una respuesta al cambio.

En los poemas el yo lírico hace de la experiencia andina del tránsito a la ciudad y del nuevo orden del pasado, una  fuente de saber y de conocimiento que le sirve para entender la vida y la muerte, la política y la religión, el trabajo y la justicia. Este viaje constituye un tránsito “culturalmente aceptado” por aquellos que deben emigrar de la sierra a la costa  para sobrevivir. En él la fase liminal o intermedia del rito de pasaje, donde la situación del individuo es ambigua, se amplía por sobre las otras dos. La ceremonia del viaje en el “Himno - canción a nuestro padre creador Tupac Ammaru”, es experimentada por sujetos complejos para quienes el tránsito y el estado liminal es un proceso elaborado en la interacción con los otros – los urbanos – y definido por la búsqueda de la igualdad y la justicia, es decir por la búsqueda de identidad.

Comienza entonces una etapa liminal marcada por la orfandad, sin posesiones ni comunidad “utópica” donde ejercer la reciprocidad andina: huyen como perro y como hormigas hacia la ciudad  – la tierra prometida –. Arguedas señala en un testimonio que huak’cho es la categoría que nombra al individuo que no tiene animales ni bienes, pero que tampoco tiene a quien acudir. Según el autor, el huak’cho es en este sentido un subhombre, pues no alcanza a estar en la categoría de los hombres. La noción de Wakcha, entonces, voz quechua que indica huérfano, actualiza varias versiones del forastero andino. No sólo la del hombre que no puede ejercer reciprocidad porque – extraviado – no encuentra comunidad con la cual vincularse, sino que renueva la orfandad de los dioses creadores por medio de  la figura de peregrino que puede padecer pero también castigar. Al igual que el dios peregrino Curinaya Viracocha o Pariacaca de los mitos narrados en Dioses y Hombres de Huarochirí (traducidos por Arguedas), los sujetos migrantes pueden incurrir en pachakuti. Es decir, que actualizan el momento en que los dioses o un inca revertían el caos, y renuevan el sentido de volver a voltear el mundo y reestablecer el orden:

Escucha, serpiente dios: el azote, la cárcel, el sufrimiento inacabable, la muerte, nos han fortalecido, como a ti, hermano mayor, como a tu cuerpo y tu espíritu. ¿Hasta dónde nos ha de empujar esta nueva vida? La fuerza que la muerte fermenta y cría en el hombre ¿no puede hacer que el hombre revuelva el mundo, que lo sacuda?

 

Estoy en lima, en el inmenso pueblo, cabeza de falsos wiracochas. (…) Al inmenso pueblo de los señores hemos llegado y lo estamos removiendo. Con nuestro corazón lo alcanzamos, lo penetramos; con nuestro regocijo no extinguido, con la relampagueante alegría del hombre sufriente que tiene el poder de todos los cielos, con nuestros himnos antiguos y nuevos, lo estamos envolviendo (…)Hemos de convertirla en pueblo de hombres que entonen los himnos de las cuatro regiones de muestro mundo, en ciudad feliz, donde cada hombre trabaje, en inmenso pueblo que no odie y sea limpio, como la nieve de los dioses montañas donde la pestilencia del mal no llega jamás. Así es, asimismo ha de ser, padre mío, así mismo a de ser, en tu nombre, que cae sobre la vida como una cascada de agua eterna que salta y alumbra todo el espíritu y el camino. (Haylli – Taky)

 

Este peregrino quechua que es obligado a dejar la sierra, transforma esta última en una imagen que roza lo idílico. Y en el  transcurso de su tránsito pasa de simple sujeto despojado a sujeto fuerte que, señalado por el designio de los dioses andinos, adquiere la intención del cambio: hacer del mito de la ciudad feliz una realidad. Es por eso que la voz poética situada en la ciudad entabla un diálogo con los dioses y con los “doctores”, con el pasado mítico oral y con el presente escrito. Pues el rito no estaría completo sin los actos ceremoniales de reconocimiento. Lo que indica el deseo de dejar esta fase ambigua de incertidumbre para adquirir, por fin, otro estado: el de ciudadanos, es decir, el de igualdad y justicia:

Dicen que ya no sabemos nada, que somos el atraso, que nos han de cambiar la cabeza por otra mejor.

(…)

Sabemos que pretenden desfigurar nuestros rostros con barro; mostrarnos así, desfigurados, ante nuestros hijos para que ellos nos maten.

(…)

Yo, aleteando amor, sacaré de tus sesos las piedras idiotas que te han hundido.

(…)

¡No huyas de mí, doctor, acércate! Mírame bien, reconóceme ¿hasta cuándo he de esperarte?

Acércate a mí; levántame hasta la cabina de tu helicóptero. Yo te invitaré el licor de mil sabias diferentes;

La vida de mil plantas que cultivé en siglos, desde el pie de las nieves hasta los bosques donde tienen sus guaridas los osos salvajes.

Curaré tu fatiga que a veces te nubla como bala de plomo; te recrearé con la luz de las cien flores de quinua, con la imagen de su danza al soplo de los vientos; con el pequeño corazón de la calandria en que se retrata el mundo; te refrescaré con el agua limpia que canta y que yo arranco de la pared de los abismos que tiemblan con su sombra a nuestras criaturas.

¿Trabajaré siglos de años y meses para que alguien que no me conoce y a quien no conozco me corte la cabeza con una máquina pequeña? (llamado algunos doctores).

 

Esta  interpelación del orden de lo preformativo convierte al otro  el doctor  en el perdido e ignorante. “Curaré, recrearé, refrescaré” son acciones sobre el otro: “el que debe acercarse para que lo conozcan”, no desde el sujeto occidental “catequista” y urbano hacia el indígena o mestizo sino al revés. Ya que el huérfano errante que baja de la sierra es ahora el conquistador. Los órdenes se han subvertido y también restaurado: lo que está en las máquinas y en los libros viene del mundo de la naturaleza que pertenece al indígena:

La tierra en que tus máquinas, tus libros y tus flores cuentas, baja de la mía, mejorada, amansada. (Llamado a algunos doctores)

 

         Este  llamado a la unidad y a la comprensión está acompañado por la denuncia. En esto último, y salvando las distancias, encontramos reminiscencias de Gonzáles Prada: si para este primer modernista peruano la nación consistía no en los mestizos blancos que habitaban la costa sino en el indio que puebla la serranía y que sufre los peores abusos de la trinidad embrutecedora; la ciudad, para Arguedas, no debe estar formada sólo por los doctores y los señores sino que necesita “para ser una ciudad feliz” del migrante quechua que llega con su sabiduría nutrida por el viaje, ya que este periplo transforma su experiencia en fuente de saber y poder: 

Estamos juntos; nos hemos congregado pueblo por pueblo, nombre por nombre, y estamos apretando a esta inmensa ciudad que nos odiaba, que nos desapreciaba como a excremento de caballos. (Haylli – Taky)

 

Estos forasteros sin rostro que llegaron a la ciudad hostil con el propósito de transformarla en ciudad feliz y que hablaron con los dioses y con los doctores, la convierten, por un instante en waka: en el lugar de finalización del rito y de la danza triunfal. En ella se realiza la danza, se experimentan el temblar (katatay) y el trance de quienes alumbrados por los dioses bailan mostrando el regocijo de comenzar-a-ser ciudadanos.

Arguedas mediante el epígrafe nos dice: “Escribí este himno (Katatay) luego de haber visto bailar a mis hermanos, hijos del pueblo de Ishua residentes en Lima. Bailaron en una pequeña habitación de adobes y techo de totora, en el canchón de la Av. Sucre 1188, Pueblo Libre, el 3 de setiembre de 1965”.

Formen una sola sombra, hombres, hombres, hombres de mi pueblo;

todos juntos

tiemblen con la luz que llega.

beban la sangre áurea de la serpiente de dios.

la sangre ardiente llega al ojo de los cóndores,

carga los cielos, los hace danzar,

desatarse y parir, crear.

crea tú, padre mío, vida;

hombre, semejante, mío, querido.

(Temblar)

 

Después de la danza de la transformación, el hombre ya adquiere un “nuevo rostro”, pues ha pasado de estatuto. Ya en Oda al jet están consumados tanto el distanciamiento de las creencias que pueden subyugarlo como la comunión con el progreso y la máquina. Ubicada en el espacio sagrado (desacralizado ahora) la voz lírica enuncia:  

 ¡Abuelo mío! Estoy en el Mundo de Arriba,

sobre los dioses mayores y menores, conocidos y no conocidos.

¿Qué es esto? Dios es hombre, el hombre es dios.

He aquí que los poderosos ríos, los adorados, que partían el mundo, se han convertido en el más delgado hilo que teje la araña.

El hombre es dios.

 

¿Dónde está el cóndor, dónde están las águilas?

Invisibles como los insectos alados se han perdido en el aire o entre las cosas ignoradas.

Dios Padre, Dios hijo, Dios espíritu santo: no os encuentro, ya no sois; he llegado al estadio que vuestros sacerdotes, y los antiguos, llamaron el mundo de arriba.

En ese mundo estoy, sentado, más cómodamente que en ningún sitio, sobre un lomo de fuego,

Hierro encendido, blanquísimo, hecho por la mano del hombre, pez viento.

Sí, “Jet” es su nombre.

Las escamas de  oro de todos los mares y los ríos no alcanzarían a brillar como el brilla.

El temible filo de nieve de las sagradas montañas, allá abajo resplandece, pequeñito; se ha convertido en lastimoso carámbano.

 

El hombre es dios.

Yo soy hombre. Él hizo este incontable pez golondrina de viento. (Oda al Jet)

 

Este migrante-ciudadano que ha llegado en jet – pez golondrina de viento, lomo de fuego, inmenso pájaro de nieve –  al  mundo de arriba, finaliza el rito y logra que Dios le conteste: ¡Gracias, hombre! No hijo del Dios Padre sino su hacedor. La ciudad sagrada que fue el lugar de danza ha quedado en el mundo de abajo, y el camino hacia la inclusión se transforma en un viaje sin límites, prolongando aquel que el mito del Inkarrí nos promete. Ir en el Jet hacia el sueño individual, moderno, escéptico y libre a la vez,  representa la diáspora, el eterno viaje del sujeto en tránsito de los poemas de Katatay.



[1] Arguedas, José María, Katatay,  recopilación y notas Sybila de Arguedas, Lima, Horizonte, 1984.

[2] Arguedas, José María, “¿Una novela sobre las barriadas? I y II” (ensayos) en diario La Prensa. Lima, 4 de diciembre de 1958. P. 10. Y en: en Katatay. Revista critica de literatura latinoamericana, Año I, N° 1-2, junio 2005.

[3] “La experiencia poética de Arguedas y la reflexión teórica que la acompaña representan un auténtico viraje en la historia de la poesía indígena contemporánea. En el caso de la literatura quechua, es evidente que ella se constituye como un paradigma que no se puede ignorar. En otros casos, donde no puede comprobarse una influencia directa, funciona lo mismo como piedra de toque.” Melis, Antonio (Universidad de Siena-Italia), “La poesía indígena contemporánea entre evocación de lo antiguo y reto a la modernidad”, Plenaria JALLA, Lima 2004. (texto facilitado por el autor, inédito).

[4] Roel Mendizabal, Tesis, UNMSM, Facultad de Letras de Ciencias Humanas, EAP de Literatura, 2002. Ubicación: BLCCH: Le-Lt 146. Tesis (Lic.). (Contenido: I. Poesía y poética. II. Traducción, creación, recreación. III. Tensiones, conflictos y utopías de la lengua. IV. Un poema escondido. V. Nuestra versión. VI. Los dos Arguedas -a manera de conclusiones-)

[5] Noriega, Julio E., “Una poética quechua del migrante andino”, en Revista de crítica literaria latinoamericana, año XXIII, Nº 46, Lima, 2º semestre 1997.

[6] González Carré, Enrique, Ritos de tránsito en el Perú de los Incas, Lima, Instituto francés de estudios andinos y Lluvia editores, 2003.

[7] Turner, Victor W, Simbolismo y ritual, Lima, Departamento de Ciencias Sociales Area de Antropología, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1973.

 

[8] Arguedas, José María, Los ríos Profundos, Lima, Horizonte, 1983.

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