Marcando fronteras
en la Internacional GLTTB: Maristany,
José J. |
Pensemos en comunidades imaginadas
que se superponen como capas geológicas, en palabras que entretejen los lazos
entre los integrantes de esas comunidades y crean la imagen especular en la que
se miran la cara y se reconocen; el aire familiar de un nombre aplaca las
incertidumbres del no ser, del no pertene-ser, levanta complicidades de una
historia compartida, seduce con aires hogareños, da título de propiedad sobre
aquellas fotos del álbum de la vida social que ahora se vuelven memoria común,
compartida.
Habitamos así patrias múltiples,
con fronteras diversas no siempre coincidentes, o casi nunca: las aparentes
fronteras invisibles de la globalización, las ruinas supuestas de las murallas
nacionales, que quedaron tan fuera de moda, las fronteras mendigas y
desacreditadas del tercer mundo, aquellas otras promisorias y peligrosas de los
mercados comunes, los límites precisos y siempre actualizados de los géneros en
la casa familiar.
Las crónicas de Pedro Lemebel
remiten a esas patrias múltiples y superpuestas, cuestionan sus fronteras,
actualizan pertenencias a territorios antiguos que estarían vedados a sujetos
en deficiencia de ciudadanía. En su palabra testimonial se trama un proyecto
político que apunta precisamente a rediseñar una ciudadanía. Los personajes de
las crónicas son los descendientes urbanos de aquella Manuela que divertía a
los parroquianos en el páramo de la Estación el Olivo; pero allí donde la
Manuela era pura performance en la economía feudal del campo chileno, un
fenómeno curioso y solitario del bajo fondo prostibulario y rural en alianza
con las mujeres del burdel, los travestis de Lembel, ese ejército de locas y
maricas, forman una comunidad, entretejen lazos solidarios, comparten una
historia común y un fondo de imágenes fetiches.
No resulta extraña esta emergencia,
puesto que las minorías sexuales en Occidente llevan ya varias décadas entregadas
a diversos proyectos emancipatorios, ensayando formas de organización,
reclamando derechos, inclusión, ciudadanía, volviéndose visibles y poniendo el
cuerpo en primera fila. Es indudable que estos proyectos contrahegemónicos
provocan lazos que se extienden por sobre los límites nacionales y llegan a
conformar una especie de Internacional de la sexualidad alternativa y
antipatriarcal, bajo la consigna implícita del “maricas del mundo uníos”. Un
afán universalizante que borraría los orígenes de clase, los colores de la raza
y las banderas nacionales, bajo un nuevo estandarte multicolor que se despliega
como un cielo protector que vuelve amigables los espacios hostiles de la ciudad
desconocida.
Si la ciudadanía de los tiempos
posmodernos se cifra en el consumo, que siempre es cultural, si el consumo
construye identidades (García Canclini, 1999:34), estos ciudadanos del mundo
comparten un mercado común de bienes transnacionales que permiten la
identificación mutua, imágenes que sostienen una subcultura, lugares de
encuentro, objetos-fetiche que se reconocen aunque sean inalcanzables o aunque
solo se pueda obtener la copia deslucida y anacrónica de la feria americana.
Protocolos de reconocimiento que operan en cualquier comunidad gay-lésbica, con
su genealogía, símbolos y ritos compartidos, una guía Espartacus, enciclopedia
universal del nomadismo, que cada sujeto lleva incorporada para no perderse en
la selva ilimitada de signos.
Si aceptamos la emergencia, en la
literatura homoerótica de América Latina desde la década del 70, de un sujeto “político” gay y
lesbiano con una visibilidad colectiva
e inserto en un “grupo en fusión” (Eribon 199), me interesa indagar aquí acerca de la idea de comunidad que se
perfila en las crónicas del autor chileno. Los modos de imaginar esa comunidad
remiten, para desbaratar y subvertir, a las diversas narrativas que la
modernidad elaboró para plasmar identidades colectivas, ya sea que estas se
anclen en el territorio y la lengua de una nación-estado, en la conciencia de
una clase social internacional, o en el arcoiris globalizado que cobija a las
nuevas subjetividades gay-lésbicas. En esa operación, se atraviesan fronteras
pero al mismo tiempo se marcan diferencias que obligan a repensar los
paradigmas y los íconos que el mercado ha vuelto universales.
Las crónicas como historia de la
comunidad
Pedro Lemebel inscribe una
genealogía de la comunidad travesti en Chile (o Santiago) que se remonta a los
días del gobierno de la Unidad Popular. Así “La noche de los visones (o la última
fiesta de la Unidad Popular)”, la primera crónica de Loco afán, inicia la memoria a partir de una fiesta y de la única
fotografía que queda de ella. Se trata de la fiesta de año nuevo de 1973 en lo
de la Palma “esa loca rota que tiene puesto de pollos en la Vega, que quiere
pasar por regia e invitó a todo Santiago a su fiesta de fin de año” (14).
Ese es el punto de partida de la
historia, un mundo feliz del que queda un solo documento, una foto, “un cartón
deslavado donde reaparecen los rostros colizas lejanamente expuestos a la
mirada presente. La foto no es buena pero salta a la vista la militancia sexual
del grupo que la compone” (19). Esta crónica inicial tiene un alcance según
veremos, por cuanto es fundante de cronologías, de orígenes y productora por lo
tanto de historia, en el sentido no sólo narrativo, sino institucional de la
palabra.
Hay un primer desplazamiento
significativo y que marca la diferencia de esta crónica con otros relatos de la
modernidad: la utopía revolucionaria no es la dirección a la que apunta el
relato, el futuro hacia el que la comunidad se encamina, sino lo que ha quedado
atrás, el tiempo fundacional y festivo que se ha perdido entre las garras
funestas de los militares y de la epidemia, y que se intenta evocar a través de
esa foto borrosa. Allí están los
orígenes de la comunidad, su reconocimiento, su conciencia de sí, “(...) el 72,
que ha sido una fiesta para nosotros los maricones pobres” (14), y su
participación en el gobierno de la Unidad Popular: “Todavía la maricada chilena
tejía futuro, soñaba despierta con su emancipación junto a otras causas
sociales” (26).
En esta crónica aparece un mapa de
la homosexualidad santiaguina en tiempos de Allende y en esa enumeración
parecen caer las diferencias sociales. A la gran fiesta en lo de la Palma,
“[T]odo el mundo estaba invitado, las locas pobres, las de Recoleta, las de
medio pelo, las del Blue Ballet, las de la Carlina, las callejeras que
patinaban la noche en la calle Huérfanos, la Chumilou y su pandilla travesti,
las regias del Coppelia y la Pilola Alessandri. Todas se juntaban en los patios
de la UNCTAD para imaginar los modelitos que iban a lucir esa noche” (14). Sin
embargo, lo que aparentemente se vive como alianza entre diferentes sectores,
aunados en una nueva fraternidad travesti, termina siendo también un episodio
de la lucha de clases: “La Palma pidiendo disculpas, corriendo de un lado a
otro porque habían llegado las regias, las famosas, las pitucas culturales
(...) Esas rucias estiradas que en la calle Huérfanos le hacían desprecios, las
mismas locas jai que odiaban a Allende y a su porotada popular.” (15) El
espacio común de la casa de la Palma no borra otras diferencias entre sectores
sociales que permanecen enfrentados. Una confrontación que se dirime a través
de un objeto fetiche como lo son los tapados de visón que lucen las travestis
“regias y famosas”. Los dos visones que la Pilola Alessandri ha robado a su
madre y que despliega con sus amigas en la calurosa noche de verano,
desaparecen misteriosamente de lo de la Palma y las “regias” vuelven a sus
casas sin poder recuperarlos.
El origen comunitario se fija,
entonces, en una fiesta cuya foto se reconstruye en la crónica. Allí emergen
ya, concentradas, todas las señas particulares del discurso comunitario de
Lemebel en el que aparece un sujeto homosexual pero travesti, de clase baja y
de origen mapuche (“el cuero opaco de la geografía local”), de izquierda pero
desconfiado de las políticas sexuales del progresismo marxista, gay pero
conciente del modelo neoconservador que impone su blonda masculinidad, chileno
pero crítico del nacionalismo reaccionario y patriotero de las clases altas. La
bandera chilena, por ejemplo, aparece en la crónica de los visones como
metáfora de una lucha por apropiarse de los sentidos de la simbología patria: “Por
todos lados, las locas juntaban huesos y los iban arreglando en la mesa como
una gran pirámide, como una fosa común que iluminaron con velas. Nadie supo de
dónde una diabla sacó una banderita chilena que puso en el vértice de la
siniestra escultura.” (17) Lo cual provoca la reacción de la Pilola Alessandri
quien “indignada dijo que era una falta de respeto que ofendía a los militares
que tanto habían hecho por la patria.” (17) Los sentidos de la nación se
disputan en un enfrentamiento que sobrepasa las solidaridades de género, la
supuesta comunidad entre la diabla y la Pilola no logra sofocar sus
pertenencias de clase.
La historia se despliega desde ese
momento de euforia inicial hacia los años sombríos de la dictadura y la
epidemia. Hacia el final de la crónica el cortejo fúnebre de la Chumilou se
cruza con los festejos por la llegada de la democracia. Esa encrucijada urbana
es un punto nodal en la crónica y un paradigma en la escritura de Lemebel, allí
donde el cadáver de la Chumi, víctima del sida, se confunde con el discurso
político de la manifestación callejera. La temporalidad de la nación hace lugar
y encauza los tiempos de la vida privada en su doble valencia de intimidad y
privación. “Entre las coronas de flores alguien ensartó una bandera con el arco
iris vencedor. Una bandera blanca cruzada de colores que acompañó a la Chumi”.
(25) La banderita chilena que una de las locas había colocado sobre la pirámide
de los restos de la fiesta inicial se trueca hacia el final en esta bandera
arcoiris que confunde y enlaza movimientos sociales emancipadores de diferente
signo: la lucha contra la dictadura de Pinochet lleva como estandarte el ícono
de la comunidad gay, el arco iris.
De Stonewall a lo de la Palma
Si en la crónica inicial de Loco afán, Lemebel construye la historia
de una comunidad gay, o mejor, da una versión gay de la historia, y sienta las
bases genealógicas de una comunidad que toma conciencia y hace uso de la
palabra, al mismo tiempo establece allí distancia con otros tantos discursos
que podrían servirle como reservorio de patrones de identidad. Tal cosa ocurre
con los parámetros de representación de lo que podríamos llamar la
Internacional GLTTB, en el que podemos agrupar el gran discurso de emancipación
de las minorías sexuales que en sus diferentes versiones atraviesa las imágenes
y los enunciados del activismo reivindicativo de las sexualidades que escapan a
la lógica de la heterosexualidad normativa. Forman parte de esa internacional
ciertos ritos y símbolos entre los que sobresalen las marchas del orgullo que
se llevan a cabo en cada territorio liberado y la bandera arcoiris que
transforma el siniestro unheimlich en un hogar. Si bien Lermebel adscribe a una
política de la visibilidad, tanto las intervenciones de las “Yeguas del
Apocalipsis” como su escritura en los medios de comunicación y en la literatura
son las herramientas indiscutibles de tal política, reniega de las imágenes
ficticias que globalizan un sujeto virilizado, normatizado en una hiperadaptación
masculinista, fetiche de una economía neoliberal, que transforma en marca
registrada una diferencia ya asimilada y vaciada de contenidos transgresores.
En lugar de Stonewall, el hito inicial es una fiesta en la casa de la Palma, en
una barriada popular de Santiago. La historia se reterritorializa para dar
sentido a una experiencia que no puede ser re-presentada por la narración
hegemónica de la metrópolis. En “Crónicas de Nueva York (El bar Stonewall) el
cronista relata su viaje a ese santuario que se erige en monumento de las
luchas de la comunidad internacional homosexual. El bar es presentado como lugar sagrado, “santuario”, “gruta de
Lourdes Gay” en el que los visitantes “se sacan la visera Calvin Klein y oran
respetuosamente unos segundos cuando desfilan frente al boliche” (70). Sin
embargo, la mirada toma distancia, el museo de la emancipación gay no logra
emocionar al cronista quien simula derramar una lágrima ante las fotos de los
héroes de la épica homosexual. En medio de la fiesta de la visibilidad, del coming out, el cronista de pronto se
vuelve invisible, nadie lo puede ver: “Y cómo te van a ver si uno es tan re fea
y arrastra por el mundo su desnutrición de loca tercermundista. Como te van a
dar pelota si uno lleva esta cara chilena asombrada frente a este Olimpo de
homosexuales potentes y bien comidos que te miran con asco, como diciéndote: Te
hacemos el favor de traerte, indiecita, a la catedral del orgullo gay” (71).
Esta crónica es una proclama que
cuestiona los alcances representacionales de esa Internacional, que en realidad
es blanca, virilizante y metropolitana, que se universaliza como cualquier otra
gran narración de la identidad en la modernidad y se expande imperialmente
sobre las periferias imponiendo sus fuertes imágenes, sus códigos, sus
retículas subculturales: leathers, osos, S/M. Como afirma Juan Pablo Sutherland
en el prólogo a su “Geografía literaria de la homosexualidad en Chile: “La
loca, voz articulada como lugar cultural y político por Lemebel, es una
estrategia discursiva a contra-corriente de identidades gays blanqueadas en el
sistema neoliberal actual.” (19)
Ese gran relato del subalternidad
sexual ha devenido hegemónico y ha creado otras periferias: indígenas, latinas,
pauperizadas, etarias que no se reconocen en ese espejo deslumbrante que
ofrecen las “políticas de la identidad” neoconservadoras. Tal como lo señala
Silvia Delfino, “lo subalterno, periférico o marginal nunca coincide de manera
homogénea con el lugar que se le adjudica en la medida que no se superpone con
ningún grupo o conjunto sino que intersecta una lucha de posiciones,
instituciones, y pactos” (199:68).
Vemos entonces un doble movimiento
de apropiación y de rechazo, una forma estratégica de utilizar ese discurso
legitimado, de recluirse provisoriamente bajo el signo de lo políticamente
correcto, pero sólo para traficar un contradiscurso que erosiona y marca los
límites de la supuesta Internacional de la diferencia. De este modo Lemebel
enuncia su propia posicionalidad en relación con las comunidades de poder[1].
Para concluir me gustaría pensar
cómo ubicamos el discurso de Lemebel dentro de la historia de la emergencia de
una subjetividad gay en la escritura latinoamericana, un sujeto político que actúa como
agente de cambio social. En los 70, los movimientos homosexuales desarrollan la idea
de un lazo entre homosexualidad y revolución o entre homosexualiad y
subversión, y sus discursos tienen una considerable importancia histórica en la
movilización gay-lésbica de aquellos años (Eribon, 172). Esa subjetividad aparece ya definida
como tal en la obra de Manuel Puig, una visibilidad a la que apelaría la
representación literaria al romper con las estrategias del “secreto abierto”
que identificó Kosofsky Sedwick en la literatura homoerótica que responde a la
espistemología del closet. En Puig,
las notas al pie aluden al discurso de las ciencias sociales puestas a
constituir un sujeto particular, la folle,
de raza blanca, portadora en sí misma de un potencial revolucionario, y por
supuesto con un alcance universal; es de este modo que Puig puede trascender el
camp con un giro didáctico e iluminista, como lo sostiene José Amícola
(2000:66).
Las crónicas de Lemebel producen
una torsión en ese modelo de configuración universalisante de sujetividad
alternativa; el cronista travesti ha sobrevivido a los años de plomo y al sida,
retoma el diálogo que interrumpieron Molina y Valentín, también escribe desde
una poética camp como trasfondo identitario de la sensibilidad gay, pero habla
desde la pura diferencia, sexual, étnica y de clase para señalar que las
pertenencias comunitarias no son absolutas ni universales y los discursos que
las sostienen se agrietan fácilmente al trasladarlos desde los centros de
producción conceptual e imaginaria a los sucios y contaminados suburbios del
tercer mundo. No rechaza esos discursos fundantes porque ellos son la condición
misma de posibilidad de su propia enunciación, pero denuncia en ellos sus
límites como dispositivos representacionales de validez universal, puesto que
enmascaran nuevas formas del viejo colonialismo cultural.
Lemebel replantea los discursos de
la identidad, en sus diferentes versiones, se apropia de cada uno de ellos y
saca a la luz el lado oculto, la lógica de la exclusión y la violencia que hay
en todos, cuando se los atraviesa con la subjetividad periférica del
marica-mapuche-pobre. Es esta conjunción maldita y escandalosa la que resulta
disruptiva para todos los aparatos discursivos que tradicionalmente han
moldeado las subjetividades latinoamericanas a través de su mecanismo de
interpelación. En todas ellas, queda un pedazo de vestido afuera, atrapado en
la puerta del casillero de la identidad; esa puerta cierra mal, está siempre
por abrirse, siempre amenaza con dejar pasar ese ventarrón que volteará las
imágenes tan nítidas colgadas en las paredes.
Bibliografía
Amícola,
José. Camp y posvanguardia. Buenos
Aires, Paidós, 2000.
Cárcamo-Huenchante,
Luis. “Hacia una trama localizada del
mercado: Crónica urbana y economía barrial en Pedro Lemebel”. En Boris Muñoz y Silvia
Spitta (eds.) Más allá de la ciudad
letrada: crónicas y espacios urbanos. Pittsburgh, IILI, Biblioteca de
América, 2003.
Eribon,
Didier. Reflexions
sur la question gay. Paris, Fayard, 1999.
Delfino,
Silvia. “Género y regulaciones culturales: el valor crítico de las
diferencias”. En F. Forastelli y X. Triquell (comps.) Las marcas del género. Centro de Estudios Avanzados, Universidad
Nacional de Córdoba, 1999.
García
Canclini. “El consumo cultural: una propuesta teórica”. En G. Surkel (coord.) El consumo cultural en América Latina. Santa
Fe de Bogotá, Convenio Andrés Bello, 1999.
Kosofski
Sedwick, Eve. Epistemology of the Closet.
Berkeley, University of California Press, 1990.
Lemebel,
Pedro. Loco afán. Crónicas de sidario.
Barcelona, Anagrama, 2000.
Mateo
del Pino, Angeles. “Chile una loca geografía o las crónicas de Pedro Lemebel”. Hispamérica, XXV-74 (1996), pp. 17-28.
Sutherlan,
Juan Pablo (comp.) A corazón abierto.
Geografía literaria de la homosexualidad en chile. Santiago, Sudamericana,
2001.
Resumen
Los textos de Lemebel vuelven
visible un sujeto que resulta novedoso en el panorama de la literatura
latinoamericana. Y la novedad reside en que allí, en ese foco de enunciación,
-a través de la crónica, el manifiesto o lla novela- se entrecruzan discursos
que hasta ese momento se encontraban dispersos y, en muchos casos, en tensión y
exclusión mutua.
Si aceptamos la emergencia, en la
literatura homoerótica de América Latina desde la década del 70, de un sujeto “político” gay y
lesbiano preocupado por la creación de una comunidad, y que actúa como agente
de cambio social; y la ampliación, más reciente, de las definiciones queer de los sujetos para incluir a los
bisexuales, transgénero, transexuales, nos interesa indagar acerca de la
idea de comunidad que se perfila en las crónicas del autor chileno. Los modos
de imaginar esa comunidad remiten, para desbaratar y subvertir, a las diversas
narrativas que la modernidad elaboró para plasmar identidades colectivas, ya
sea que estas se anclen en el territorio y la lengua de una nación, en la
conciencia de una clase social internacional o en el arcoiris globalizado que
cobija a las nuevas subjetividades gay-lésbicas. En esa operación, se
atraviesan fronteras pero al mismo tiempo se marcan diferencias que obligan a
repensar los paradigmas y los íconos que el mercado ha vuelto universales.
[1] Esa Internacional GLTTB surge ya
como espacio de diferencias al especificar orientaciones, corporalidades y
prácticas diversas, como superación del sistema monorepresentacional
gay/lésbico, en particular a partir de la introducción de la perspectiva
“queer”. Sin embargo, pareciera que un discurso exclusivamente centrado en el
complejo dispositivo de género no es suficiente para asegurar la
representabilidad de los sujetos y omite como dimensión vuelta ideología y
naturalizada otras variables en las que resurgen las nada novedosas tensiones
entre centro y periferia, clases antagónicas, etnias secularmente desplazadas.