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LA SEGUNDA “MODERNIZACION”.
DISPUTAS POR EL INGRESO A LA ‘REPÚBLICA MUNDIAL DE LAS LETRAS’ (1960-1970)

Maíz, Claudio
UNCuyo-CONICET


                                            

1. Nuestro interés por describir un fenómeno literario como el enunciado en el título de esta presentación, esto es, la pretensión de un reconocimiento internacional, podría ilustrarse con algunos episodios cercanos. Nos estamos refiriendo a un debate que un suplemento cultural ha recogido por estos días. La Revista de Cultura Ñ, del grupo Clarín, publica bajo el título de “La pelea de los narradores”[1], unas disputas por el poder dentro del campo literario argentino, promovidas por jóvenes escritores en dos textos: La fórmula de la inmortalidad de Guillermo Martínez (premio Planeta, 2003) y Literatura de izquierda de Damián Tabarovsky. La supuesta literatura de mercado, por un lado, y la literatura de vanguardia, por el otro, parecen ser los puntos irreductibles de la discusión.  Con todo, resumiendo, el foco de la polémica vuelve a orientarse hacia el realismo, pues Tabarovsky acusa a una parte de la literatura más reciente de producir textos en los cuales se excluye la paradoja, el non sense, lo inacabado, los contactos subterráneos. Otro escritor argentino que tercia en el asunto, Gonzalo Garcés,  previene que  las ideas vanguardistas reflotadas por Tabarovsky existen desde Macedonio Fernández y últimamente, César Aira con su antirrealismo las ha puesto a funcionar. Algo más: según Garcés, la crítica de Tabarovsky reproduce una constante de cualquier campo literario, es decir, declarar que los consagrados son “infames” y lo único que sirve es lo que todavía no existe. Todo lo cual resultaría parte de una estrategia que persigue la generación de “ruido” y la obtención de lectores, de acuerdo con la opinión de Álvaro Abós, otro de los consultados en el debate. No es conveniente para nuestros fines llevar más allá la alusión de esta polémica, ya que toma ribetes extremadamente locales –porteños, si se me permite-.

 

Segunda referencia pertinente pero ya no tan próxima: la antología de cuentos McOndo (Mondadori, 1996) en cuya introducción, con la firma de dos jóvenes escritores,  Alberto Fuguet y Sergio Gómez, leemos que en todas las capitales de latinoamericanas “uno puede encontrar los best-sellers del momento o autores traducidos en España, pero ni hablar de autores iberoamericanos”, por el hecho de que no llegan. “Recién ahora algunas editoriales se están dando cuenta de que eso de escribir en un mismo idioma aumenta el mercado y no lo reduce.” Expresan asimismo un anhelo sin ningún pudor: “Si uno es un escritor latinoamericano y desea estar tanto en las librerías de Quito, La Paz y San Juan hay que publicar (y ojalá vivir) en Barcelona. Cruzar la frontera implica atravesar el Atlántico.”[2]

 

En resumen, habría dos cuestiones para destacar, en cuanto a la polémica argentina, se pone de relieve que los recursos de la vanguardia, es decir, la introducción de cambios en el campo si no están agotados, por lo menos se han convertido en parte de una probable sintaxis de las innovaciones literarias, reconocibles en otros campos y periodos; en segundo lugar, el otro asunto interesante tiene que ver con las sedes, no sólo como espacios geográficos, sino también simbólicos. Una frontera cuya terrritorialización la efectúan las políticas editoriales puede constatarse decisivamente durante el boom, pero ocurrió lo mismo durante el modernismo. Desde este punto de vista y, de manera sesgada, dicha circunstancia favoreció las nociones de unidad cultural latinoamericana.[3]

 

A partir de estos casos, que indican la constancia de ciertas demandas y disputas producidas hacia el interior de un campo literario, nos proponemos visualizar el fenómeno del boom literario latinoamericano como parte de una dinámica impulsada por el escritor para alcanzar el reconocimiento internacional, dentro de un abanico de otras peticiones. Ello echaría por tierra una de las versiones que los propios miembros del boom elaboraron, es decir, el fenómeno respondería exclusivamente a factores literarios.[4] El propósito de insertarse en un campo más amplio, desde luego, no es nuevo, sino que constituye, podríamos decir, la dialéctica misma que da existencia a la literatura misma. Como prueba de ello, se puede mencionar una idéntica pretensión, de carácter quizás más traumático, programada hacia comienzos del siglo XX con el modernismo, en su relación con la renovación poética. En uno y otro momento, con matices, el centro del debate está ocupado por el atraso o la modernización, ambas nociones en sentido amplio, de la cultura latinoamericana. Una “ansiedad” modernizante anima a ambas etapas, durante cuales se detectan posibles “soluciones” para mitigarla. Las respuestas halladas por los letrados apelan a la modernización poética, en un caso, y la modernización narrativa, en el otro. Pero coinciden en el hecho de tomar como referencia el capital simbólico, compuesto por las grandes innovaciones literarias, de alguna metrópolis. Entre los primeros en plantear una comparación entre el modernismo y el boom narrativo latinoamericano, se ubican los críticos españoles Rafael Conte y Andrés Amorós.[5] Conte llegó al extremo de identificarlos, aunque con una mayor repercusión universal por cierto en el caso del boom.

 

Nuestra hipótesis es que en ambos momentos de la cultura latinoamericana se desarrolla una maniobra modernizante, aunque como estrategia para alcanzar una dimensión mayor de pertenencia, esto es, ingresar a la República Mundial de las Letras. Modernidad, “estar al día”, universalidad, sí, pero como medio para obtener un beneficio secundario, en el sentido que la psicología lo ha previsto, es decir, secundario no por menos importante sino por no estar debidamente explícito. Circunstancia que se altera en los casos de la “generación MacOndo”, puesto que hacen manifiesto ese propósito y trabajan para lograrlo. Dicho de otro modo, expresan su deseo de vivir en  Barcelona, publicar y ser distribuidos en las capitales más importantes de América Latina. En el fondo, como se puede aprecia, se trata de una batalla contra la invisibilidad que amenaza a los escritores desde el principio. ¿Pero cómo se obtiene ese reconocimiento? En principio, pareciera ser que las literaturas no centrales generan algunas estrategias, a través de un conjunto finito de posibles estéticos que provoquen los cambios. ¿Sería factible, en consecuencia, el diseño, como quiere Pascale Casanova, de una sintaxis literaria que contenga una gama de reinvenciones para crear modernidad, es decir, nuevas revoluciones literarias?[6] Una probable respuesta positiva provendría de un simple registro de los recursos utilizados durante el boom. Tendríamos como implementación más o menos persistente el barroquismo, la fantasía, la complejidad técnica, la construcción de planos diversos, la desestructuración. Consecuentemente, si tal sintaxis pudiera constituirse habríamos dado con una lógica análoga en los periodos de modernizaciones considerados, lo cual autorizaría trazar grandes líneas constantes dentro de los procesos de cambios.

 

2. Pierre Bourdieu propone que, para comprender la génesis social el campo literario, se hace necesario una renuncia “al angelismo del interés puro por la forma pura”, ya que, estos universos sociales están atravesados por el enfrentamiento a menudo despiadado de las pasionesl,, y de los intereses particulares, regidos por leyes históricas de funcionamiento.[7] Si no que lo digan las polémicas de Giovanni Papini y FilippoTommasso Marinetti, o Jean Paul Sastre vs. Albert Camus o en nuestras tierras, la de Boedo y Florida. En efecto, el conjunto de componentes –entre espaciales, simbólicos y humanos- carece de una  matriz explicativa si tan sólo lo aceptamos en la mera manifestación de sus efectos, esto es, los “ruidos” que produce un debate entre escritores. Es así como, entonces, la heterogénea naturaleza de los elementos se revela como homogénea en el funcionamiento, cuando los concebimos en tanto bienes simbólicos que se producen en una doble faceta: mercancías  y significaciones. Al haberse producido un proceso de especialización que ha dado lugar a una producción cultural destinada al mercado, ha surgido de manera paralela una reacción en contra de ello.[8] En consecuencia, en la base de la oposición “arte puro”/ “producción para el mercado” coexisten dos modos de producción y de circulación de lógicas inversas. Estas últimas apuestan a la difusión, el éxito inmediato y temporal, etc. Pertenecen a empresas de “ciclo de producción corto” frente a las de “ciclo de producción largo”, que aceptan los riesgos de carecer de público en el presente.  Las primeras responden a demandas preexistentes y dentro de formas preestablecidas.[9] Queda así incorporado un criterio cuantitativo a la hora de la valoración estética, por tanto distorsivo. Vargas Vila vendía arrolladoramente, nos recuerda Rama, y no Darío y Martí ni siquiera ponía en el mercado sus libros de poesía.[10] En suma: público contra lectores.

 

¿Pero a dónde conducen todos estos desvelos y enfrentamientos? ¿Cuál es el botín que se deja entrever al final del camino? ¿Es el dinero, la fama, el poder? ¿O la conquista de un lugar simbólico llamado canon, la obtención de la legitimidad literaria? Está visto que los espacios literarios no permanecen inamovibles, fijados de una vez y para siempre en lo que respecta a jerarquías y dominaciones. Como ha escrito Casanova, “la única historia real de la literatura es la de las revueltas específicas, de los golpes de fuerza, de los manifiestos, las invenciones de formas y lenguas, de todas las subversiones del orden literario”.[11] ¿De qué manera los escritores instauran su propia noción de modernidad en los dos procesos de modernización que visualizamos? Existen dos grandes estrategias que fundan “todas las luchas en el interior de los espacios literarios nacionales”: la asimilación, es decir la integración a un espacio literario dominante, o la diferenciación, es decir la afirmación de la diferencia.[12]

 

Tales estrategias se convierten en dilemas para el escritor periférico, es decir, debe elegir entre afirmar sus diferencias y condenarse a integrar el espacio de los escritores nacionales, fuera del reconocimiento internacional o traicionar su procedencia e integrarse en un centro literario de mayor dimensión e importancia.[13] Dentro del modernismo, podríamos poner el caso de Enrique Gómez Carrillo, su dilema se puede sintetizar entre pertenecer a Guatemala o integrarse a París, tal como lo hizo finalmente.

Sin embargo, puede atribuirse también al modernismo haber descubierto una vía alternativa, al disponer una estética nueva, una reforma lingüística y una imago mundi original. Los modernistas "desobedecieron" el imperativo de los primeros maestros literarios de Hispanoamérica (Lastarria, Echeverría y Altamirano) y en lugar de "construir" una literatura nacional, donde los temas y el tratamiento literarios deberían ser el reflejo auténtico y nítido de nuestras tierras y sus habitantes, crearon una literatura propia (libre formal y temáticamente).[14] Por eso José Enrique Rodó no reconoció a Rubén Darío como el poeta de América, sitio que José Santos Chocano reclamaba para sí por haber cantado a las “cosas” tangibles y no tangibles de América. Con todo, la estrategia de la diferenciación adoptada por los escritores se torna más compleja durante la segunda mitad del siglo XX.

 

 

Una dato más al pasar, ya que no tenemos mucho espacio para desarrollarlo debidamente. Entre las zonas más álgidas del debate se halla el problema del realismo, que ha sido preferentemente asimilado al nacionalismo. En una literatura menor puede medirse el grado de su dependencia política y por tanto su escasa autonomía a partir de la distancia que interpone con el realnacionalismo.[15] Es muy interesante en tal sentido una polémica literaria llevada a cabo en Costa Rica en  1894, entre modernismo y realismo. Uno de los participantes de la misma, Ricardo Fernández Guardia, ha sido declarado el “villano” por una historiografía literaria de fuertes componentes nacionalistas. Su dicho de que “con una india de Pacaca sólo se puede hacer otra india de Pacaca” sintetizaría para una parte de la crítica su extremada enajenación europeísta.[16] Deliberada y provocadoramente, el escritor costarricense se sitúa en el extremo opuesto al de una literatura nacionalista, mediante el abandono del realismo especular, en procura de la autonomía poética. Ahora bien, en lugar de enfrentar al modernismo con la nación, tal como lo hizo la crítica literaria de la época, o reducirlo a un mero afrancesamiento conviene observar aquella polémica como un camino a la visibilidad internacional. Tampoco esta perspectiva resuelve del todo el asunto, por cierto, ya que un sector de la cultura española demandaba a los hispanoamericanos un americanismo consecuente, es decir, la presencia de realemas americanos. Tales los casos de Unamuno o Maeztu. Para complicar un poco más el panorama, hubo una coalición de escritores internacionalizados, como Manuel Ugarte y Rufino Blanco Bombona, quienes no rindieron culto al arte puro sino que acataron la demanda de realemas americanos, incluso criollistas, en la literatura producida por ellos.[17]

 

3. Entre el conjunto de elementos que estimamos pertinentes a tener en cuenta existe uno de extraordinaria gravitación: la disputa latinoamericana por el ingreso a la “República mundial de las Letras” se traslada al campo literario español, como el escenario del debate y luego se replica en las capitales latinoamericanas. De manera que un preliminar ordenamiento de los vectores en juego quedaría como sigue: escenarios de la contienda: por un lado, europeos, Madrid, Barcelona, París, por otro, latinoamericanos: Buenos Aires, México y La Habana; demandas que figuran en la disputa: la internacionalización de la literatura latinoamericana, la profesionalización del escritor, el posicionamiento como literatura de vanguardia;  actores intervinientes: los escritores, los editores, los críticos y periodistas.

 

Ahora bien, justamente por el hecho de que el listado de elementos integrantes del fenómeno resulta a primera vista heterogénea, un enfoque de su funcionamiento nos muestra, de un lado, por lo menos una matización de ello y de otro la necesidad de que tanto en la primera como en la segunda modernización se impone, tal como lo quería Gutiérrez Girardot para el modernismo, un estudio dentro de contextos más amplios que incluyan sedes transatlánticas. Tal petición de principios metodológico también la ha efectuado Pascuale Casanova, al considerar las obras literarias a escala internacional, con el fin de descubrir otros “principios de contigüidad o de diferenciación”.[18] Una posición dominante o excéntrica tiene “efectos poderosos” sobre la literatura, de manera que se hace posible aproximar escritores que parecen en todo distanciados.[19] Gracias a lo cual es factible presentar de modo paralelo a Rubén Darío y Georg Brandes.[20] Frente a las literaturas no metropolitanas que estamos considerando estos principios resultan extremadamente adecuados para el análisis del problema que nos ocupa. Desde el periodo de ruptura con España en el siglo XIX en adelante estas literaturas se plantean una nueva relación con occidente, es decir, con Europa.

 

Es conveniente precisar que no debe confundirse espacio literario nacional con territorio nacional. Ello se aprecia mejor en los espacios literarios latinoamericanos, como el colombiano que ha estallado trascendiendo las fronteras nacionales. Hablamos de literatura colombiana cuando mencionamos a García Márquez o Mutis, pero no estamos hablando de una pertenencia de ellos a un territorio político. El ejemplo también vale para la literatura peruana en su relación con París por medio de la trilogía más conocida formada por Ribeyro, Vargas Llosa y Bryce Echenique.

 

Veamos algo más respecto de las sedes de la disputa. En primer lugar, por qué España. La respuesta más obvia es por el idioma, pero también porque en el interior del campo literario español estaban dadas algunas condiciones que hicieron posible la incidencia latinoamericana. La España del Desastre (1898) y la España franquista no distaban en su aislamiento europeo, aun con todo el rigor que se percibe en el segundo momento. A esta circunstancia, debe agregarse un marcado antieuropeismo oficial y en ciertos círculos intelectuales, la certeza del agotamiento de modelos de creación estética y sobre todo, una marcada incomunicación cultural. Este cuadro permitirá, en gran medida, que los hispanoamericanos tomen por sorpresa (y también por asalto) el campo literario español. En virtud de estar forjados, durante la segunda mitad del XX, en una fragua de “hechura europea, occidental e ilustrada, desde Borges hasta Cortázar, desde Carpentier hasta Lezama Lima, desde Vargas Llosa hasta Bryce Echenique o Julio Ramón Ribeyro.”[21] Lo dicho también vale asimismo para los modernistas. Cierto aire de familia, entonces, en sus contextos hace pensar que las aspiraciones y demandadas culturales, aunque respondieran a entornos diferentes, en un punto se hacían similares en ambos lados del Atlántico. La diferencia sobreviene en las respuestas y acciones que cada espacio descubre y lleva a adelante. Lo que parece coincidente, sin dudas, es que ambos campos se desenvuelven de acuerdo con una lógica superior que afecta particularmente a las literaturas de los márgenes, no metropolitanas, postulantes al ingreso a esa república mundial de las letras, en tanto capital simbólico.

 

¿Cuáles son, más concretamente, las demandas que se insertan en ambos procesos de modernización o, en general, en los procesos con fines similares? 1. aspiración a la universalidad, 2. inserción, por ende, en la cultura europea, 3. la renovación estética, conditio sine que non. La disputa por la modernización instituye inmediatamente dos polos contendientes, armados en trincheras irreductibles: por un lado, la asignación de una importancia suprema a la forma o a la trama y, por el otro, la defensa de una mayor transparencia del contenido. Más específicamente todavía: una literatura americana de realemas contra el cosmopolitismo modernista, a principios del siglo XX, y una narrativa experimental y de vanguardia contra el regionalismo, en tiempos del boom. La actitud vanguardista se identifica con uno de los extremos, el de la innovación de la forma o trama. La desestructuración de la novela anglosajona se erigió en el modelo de los narradores, en tanto, que el simbolismo y parnasianismo, lo fue para los modernistas. A partir de este enfrentamiento, las observaciones valorativas de la crítica van de una acusación de imitación total y por lo tanto condenable en uno y otro caso, a la alternativa transculturizadora, que visualiza al fenómeno como una apropiación y reformulación de componentes. Es conveniente aclarar que las visiones condenatorias se registran contemporáneamente a la producción del fenómeno, sea como crítica de los escritores mismos que quedan fuera del reconocimiento, sea como discursos de los críticos especializados que sostienen otros modelos. Los contrarios novelísticos: realismo e irrealismo, formalismo y “contenidismo”, literatura pura y literatura comprometida, narrativa de élite y narrativa de masas resultan a la postre parejas emergentes durante los procesos de modernización. En la actualidad el fenómeno carece de ribetes virulentos, en razón de haber sidos sintetizados o mitigados por la ironía posmoderna.[22]

 

Nos hemos ocupado en otro lugar sobre la manera como lo universal y lo regional adquieren ribetes de valoración estética y nombre de uno de ellos –la universalidad- se reconviene una producción anterior.[23] Los ejemplos se encuentran tanto en el modernismo como en el boom. En este último caso, la oposición alcanzada cubría una parte considerable de la narrativa del siglo XX. Rama llamó a este fenómeno cambio de percepción pero también vio un equívoco valorativo en el que la nueva novela salía largamente favorecida. Sus defensores la enfrentaron a la novela regionalista latinoamericana (Azuela, Rivera, Gallegos) estableciendo así “una dicotomía gruesa que oponía dos poéticas bien disímiles, más aún dos estilos.” Por un lado, se estaba ante una habitual polémica generacional donde lo nuevo, por simple diferencia, “aparece como mejor que lo viejo y el estilo epocal aparece como suficiente garantía de la excelencia artística.” Pero no hay inocencia o descuido en dos de los escritores del boom, como Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa quienes, en la opinión de Rama, alteraron la verdad histórica al presentar como exclusiva invención de los años sesenta lo que venía desarrollándose en las letras latinoamericanas desde la generación vanguardista de los veinte. Tales los casos de Macunaima, Papeles del recienvenido, Leyenda de Guatemala.[24]

 

4. El camino hacia la universalidad incluye el paso obligado por la modernización, tal parece ser la ley que los narradores del boom se propusieron cumplir. Si fueron los lectores españoles los que sancionaron, con su aceptación, el valor moderno (de vanguardia) en la literatura latinoamericana que invadía el campo literario español, ello sucedió así porque esos mismos lectores ilustrados andaban a la búsqueda de una renovación que no llegaba. Detenidos en el socialrrealismo, los escritores españoles poco podían aportar a la renovación narrativa. Los lectores españoles descubrieron en la narrativa latinoamericana el arma erosiva contra “la parsimonia histórica del franquismo y la anemia intelectual.”[25]

 

La actualización de la forma literaria ha sido una pretensión que no cabe deslindar de los contextos en las que aparece, esto es, un campo literario internacional. Ser escritor, ser reconocido en tanto tal, no ha sido una tarea sencilla en los espacios culturales latinoamericanos ni a principios del siglo XX ni hacia sus postrimerías. La sanción ha provenido de alguna metrópoli o campo literario más antiguo y con capacidad legitimante, como el francés. La universalización de una sintaxis del cambio las realiza el campo de mayor poder, y las literaturas menores y menos dotadas de capital simbólico se encuentran atentas y prestas a acatar la emergencia de lo nuevo. En cuanto a la renovación poética, el caso del modernismo ha sido estudiado largamente. La renovación narrativa, en cambio, por más reciente, ha merecido enfoques o extremadamente sociológicos o acotadamente  formalistas. Frente a ambos fenómenos, con todo, es posible concluir que las reacciones han sido invariablemente  contrapuestas: lo nuevo contra lo viejo, lo universal contra lo regional. Los que pretenden estar a la par del espacio literario que sanciona el valor literatura establecen como única categoría valorativa legítima, la artística, mientras más “al día” se halla una literatura mayor es su universalidad, así como también su campo de lectores.



[1] Revista de Cultural Ñ, n. 89, 11-06-2005.

[2] Fuguet, Alberto y Gómez, Sergio (eds.). McOndo. Barcelona, Grijalbo Mondadori, 1996, p. 13. Las cursivas son nuestras.

[3] Pohl, Burkhard. “Entre dos tierras. Carlos Barral y la unidad cultural latinoamericana”. En: Actas del XXXIII Congreso del ILLI, “La literatura iberoamericana en el 2000. Balances, perspectivas y prospectivas”, Salamanca, 2000.

[4] Es el caso de Vargas Llosa que remite a un segundo plano el “ángulo social y económico peculiar de cualquier proceso de difusión masiva”. Rama, Ángel (ed.). Más allá del boom literatura y mercado. Buenos Aires, Folios Ediciones, 1981, p.60.

[5] Conte, Rafael. Lenguaje y violencia. Introducción a la narrativa hispanoamericana. Barcelona, Al-Brak, 1974; Amorós, Andrés. Introducción a la novela hispanoamericana actual. Salamanca, Anaya, 1971.

[6] Casanova, Pascale. La República mundial de las Letras. Barcelona, Anagrama, 2001, p. 234.

[7] Bourdieu, Pierre. Las reglas del arte. Génesis y estructura de lcampo literario. Trad. De Thomas Kauf. Barcelona, Anagrama, 1995, p. 15.

[8] Ibídem, p. 214.

[9] Ibidem, p. 215.

[10] Rama, op. cit., p. 81.

[11] Casanova, op. cit., p. 231.

[12] Ibídem, p. 235.

[13] Ibídem, p. 237.

[14] Víctor Barrera Enderle. “”Entradas y salidas del fenómeno literario actual o la "alfaguarización" de la literatura hispanoamericana” Sincronía. Primavera 2002. http://sincronia.cucsh.udg.mx/alfaguar.htm

[15] Casanova, p.249 y ss.

[16] Sánchez Mora, Alexander. “EL modernismo contra la nación. La polémica literaria de 1894 en Costa rica”. Filología y Lingüística, XXIX, 2003, p. 108.

[17] Dice Casanova: “El imperativo categórico de la autonomía es la oposición declarada al principio del nacionalismo literario, o sea, la lucha contra la intrusión política en el universo literario. El internacionalismo estructural de las regiones más literarias garantiza su autonomía. /…/ La emancipación literaria provoca, en efecto, lo que podríamos llamar una especie de “desnacionalización”, es decir una sustracción de los principios y de las instancias literarias a las preocupaciones ajenas al espacio literario en sí. En consecuencia, el espacio francés, ya constituido como universal (o sea no nacional, que escapa a las definiciones particularistas), va imponerse como modelo, no ya como francés, sino como autónomo, o sea, puramente literario, o sea universal.” Casanova, P., op, cit., p.121.

[18] Ibidem, p.234.

[19] Ibidem, p.232.

[20] Ambos como personajes centrales de sus áreas. Darío porque introdujo la modernidad literaria parisina” y así revolucionó las prácticas y las posibilidades literarias del mundo hispánico”. Georg Brandes, en razón de que “dinamitó los presupuestos literarios y estéticos de todos los países escandinavos al introducir lo que se ha denominado la ‘ruputura moderna’, a partir de os principios del naturalismo descubierto en París.” De esta manera “la revolución literaria” llevada a cabo les vale “ser consagrados en su zona cultural”. Ibídem, p. 133.

[21] Marco, Joaquín y García Jordi (eds.). La llegada de los bárbaros. La recepción de la literatura hispanoamericana en España, 1960-1981. Barcelona, Edhasa, 2004, p. 50.

[22] Villanueva, Darío, Viña Liste, José María. Trayectoria de la novela hispanoamericana actual. Del “realismo mágico” a los años ochenta. Madrid, Espasa Calpe, 1991, p. 35.

[23] Maíz, Claudio. “La polémica de lo universal y lo regional como valores estéticos. Dos momentos del discurso crítico: del 900 al boom latinoamericano.” Cuadernos del CILHA. Revista del Centro Interdisciplinario de Literatura Hispanoamericana”, n.6, 2004, pp. 125-144.

[24] Rama, op. cit., p. 75.

[25] Marco, Joaquín, Gracia, Jordi, op. cit., p. 47.

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