Roberto Bolaño, una
estética periférica. Kokaly,
María Eugenia |
A
partir del marco que entrega la teoría postcolonial, me voy a referir aquí a
las implicaciones que tiene la idea del cuerpo como soporte estético en la obra
narrativa del escritor chileno Roberto Bolaño y, como ejemplo paradigmático de
esta influencia, en su novela corta Estrella
distante (1996).
La teoría postcolonial
ha puesto en el tapete la discusión alrededor de los conceptos de centro y
periferia, aportando un matiz que, lejos de abrir una brecha entre estos dos
espacios, intenta un acercamiento y un diálogo entre ellos. Alfonso de Toro
lo expresa de la siguiente manera: “Entendemos [el postcolonialismo] como
relativización del estado actual entre la periferia y el centro, y el comienzo
de un diálogo (quizás de una redistribución del poder en el campo de la cultura)
entre la periferia y el centro” (De Toro, 1997: 28). Estos conceptos, antes
referidos a posiciones jerárquicas y excluyentes en el ámbito de la crítica
cultural, ahora se presentan como dos caras del mismo fenómeno y como espacios
privilegiados para el intercambio fructífero de ideas. De este modo, en el
postcolonialismo se ha asumido el mestizaje –la hibridez– como una condición
intrínseca a esta nueva forma de relación. La literatura asume esta particularidad,
ya que la mezcla de géneros ha producido textos inclasificables de acuerdo
con los antiguos sistemas de análisis textual y ha generado una gama de combinaciones
antes impensadas. Dicha situación se corresponde con un marco mayor, el de
la teoría postmoderna, donde no existen clasificaciones que permitan analizar
un texto literario tal como se hacía antes. De hecho, se supone que el texto
en sí mismo es la búsqueda de una teoría que sirva para su categorización.
Por lo tanto, el relato postmoderno se transforma en un juego metatextual
que, a la vez que cuenta una historia, se revisa estructural y temáticamente.
La narrativa de Bolaño cabe de lleno en esta idea, ya que sus textos no pueden
contenerse dentro de los parámetros canónicos de análisis literario debido
tanto a su hibridez genérica, como a la exaltación de la temática de la diversidad
presente en cada uno de sus relatos. Y es, dentro de esta línea, que quiero
centrarme en uno de los temas recurrentes de su narrativa y que me parece
interesante de esbozar: el cuerpo humano y su utilización artística.
La idea
de representación del cuerpo ha recorrido la historia de las representaciones
estéticas y ha acompañado a la humanidad en la búsqueda de un sentido que logre
contener y trascender lo material. Tal como lo expone Fernando Tovar, curador
de la muestra “El cuerpo aludido:
anatomías y construcciones. México, siglos XVI-XX”[1],
el cuerpo humano, como tema, plantea una serie de posibilidades e interrogantes
que se han plasmado en el imaginario artístico:
Nada pertenece más al individuo, nada está más al alcance de
su conocimiento, que su propio
cuerpo. Al mismo tiempo, pocas realidades le ofrecen
más enigmas y más desafíos que su representación. El mundo de posibilidades de percepción y
representación del cuerpo humano es ilimitado.
Cada cuerpo tiene una constitución única, y a cada cuerpo humano corresponde un
alma o una psique irrepetible e insondable, de la que es su reflejo. En el
cuerpo miramos una apariencia física, y por él, por sus gestos y expresiones,
se conoce un mundo interior y se advierte incluso
una realidad social y cultural. Por eso, se tiene en el cuerpo humano la forma
que más ha sido interrogada y explorada y la que más ha tenido qué decirnos
(Tovar: 1).
En la actualidad ha surgido una alternativa que, a
la vez que espanta, atrae en su más descarada esencia y es la idea de la
utilización del cuerpo como soporte estético, la que se entronca directamente
con una tradición moderna tendiente a diluir los límites entre obra y creador[2].
Dicha situación, sumada a la validación estética de lo abyecto, de lo asqueroso
y de lo morboso, puede evidenciarse, entre otros, en las prácticas
catártico-terapéuticas del movimiento austriaco de postvanguardia denominado
“accionismo vienés”[3], en la
crítica al estado de contención cultural y sexual desarrollada por el cine underground
y, en la actualidad, por la diversidad de variantes discursivas que ofrece
la estética de la Nueva Carne.
La Nueva
Carne, lejos de obedecer a una sola conceptualización, ha generado una
riquísima discusión acerca de la manipulación estética del cuerpo y de las
posibilidades producidas en el cuerpo mismo por la influencia de la tecnología,
las enfermedades, las catástrofes ecológicas, los patrones estéticos, etc. En
el prólogo a La Nueva Carne: una estética perversa del cuerpo, José
Antonio Navarro afirma que “La Nueva Carne es una monstruosidad que
reniega del folclore y de la mitología, de la moralidad y de la lógica”
(Navarro, 2002: 12), expresando de manera visible los viejos terrores que
mueven al ser humano que, según el autor, son “El temor al cuerpo mutilado, a
la trasgresión de las fronteras corporales (interior-exterior)” (Íbid.:
11). En este sentido podemos volver sobre la idea de alejamiento de la muerte y
de todo lo que significa una amenaza para la supervivencia y que Bataille
expresa de la siguiente manera:
La muerte era un signo de
violencia, de una violencia que se introducía en un mundo que podía ser
arruinado por ella. Aún inmóvil, el muerto formaba parte de la violencia que
había caído sobre él; y lo que se situaba en el ámbito de lo que podía resultar
<contagiado> estaba amenazado por la misma ruina a la que el muerto había
sucumbido (Bataille, 2002: 50).
La Nueva
Carne retoma la noción de los límites corporales para trasgredirlos, ofertando
una serie de posibilidades de combinación entre las categorías de interno/
externo, yo/otro, muerto/vivo, cuerpo/máquina, etc. La Nueva Carne, cuyo
paradigma cinematográfico se encuentra en las películas del canadiense David
Cronenberg, responde a los excesos culturales de los que el arte debe hacerse
cargo. En este sentido, la estética de la Nueva Carne utiliza la interdicción
como un patrón de funcionamiento y el tema del sexo es fundamental para su
comprensión. Jesús Palacios lo señala de la siguiente manera:
Una de las características básicas
de la Nueva Carne es su muy carnal obsesión por el sexo, sólo igualada, quizás,
por la obsesión por la inmortalidad. Lógicamente, siendo el tema en sí de la
Nueva Carne la superación de la Naturaleza, sus dos ejes no podían ser otros
más que la conquista de la vida eterna y la conquista del placer, más allá del
bien y del mal (Palacios, 2002: 24).
Ahora
bien, en Estrella distante la sexualidad, a pesar de no estar
abiertamente explicitada, se establece como una condición necesaria para el
desarrollo de los motivos. Es preciso detenerse en la sexualidad femenina, ya
que de ella es la que se nutre el personaje de Carlos Wieder para llevar a cabo
su proyecto estético extremo.
Carlos
Wieder, que irrumpe en la narración como un poeta autodidacta en los talleres
de poesía universitarios, paulatinamente va ganándose la admiración de las
mujeres que lo rodean debido a sus modales, su elegancia y su apariencia
física. Los hombres, según el narrador, no parecían importarle en lo más
mínimo. De este modo, el personaje va ocupando un lugar central en la
narración, ya que no sólo seduce a las hermanas Garmendia “gemelas
monocigóticas y estrellas indiscutibles del taller de poesía” (Bolaño, 1996:
15), sino que también las asesina, fijándose indeleblemente en la memoria del
narrador. Luego de este asesinato, la figura de Wieder sale de su aparente
ocultamiento para transformarse en el artista que representa los valores de una
dictadura recién inaugurada. Su figura va creciendo en la medida en que sus
hazañas son más temerarias. Sin embargo, su vara es demasiado alta –o atroz– y
llega el momento del exceso y el Estado, que se había mostrado comprensivo y
protector, le da vuelta la espalda.
El discurso del mal, presentado a través de
Wieder, trasciende la particularidad contextual del golpe pinochetista, ya que
el pensamiento político es incapaz de contener sus actos. Así, el personaje se
presenta como una figura evasiva que se infiltra en los más variados ambientes
tornando híbrida su presencia ya que va transformándose en la medida en que
varía su contexto. Su capacidad de destrucción, sin embargo, permanece
inmutable.
En esta
fase del relato concurre la validación del acontecimiento en el registro
analógico de la fotografía, en su difusión por medio de una serialización de
énfasis connotativo, en que el crimen forma parte de un mosaico mayor y de una
postura respecto a la repetición del producto artístico ya planteada en el
trabajo de Andy Warhol. Además, se confirma la manipulación estética en el
ámbito de las intervenciones, ya no en el espacio que rodea a lo humano sino en
lo humano mismo: “Las mujeres parecen maniquíes, en algunos casos maniquíes
desmembrados, destrozados” (Bolaño, 1996: 97). En este momento se define un
quiebre narrativo: la exposición de los cuerpos en el departamento debilita el
marco de lo abyecto-político del Chile post-golpe militar mediante su
contraposición con lo abyecto-estético. Situación difícil de conciliar, pues en
este punto Bolaño alude a la aparición de un mal anterior, un mal que supera su
contexto y que lo delimita como una excusa coyuntural. De ahí el asco en los
asistentes a dicha muestra, de ahí el declive en la carrera de Wieder y su
marginación-desaparición en los discursos de una periferia mayor: la de la
pornografía y de un sector editorial anónimo, el de las revistas de minorías
racistas y fanzines propagandísticos de ideologías poco toleradas por lo
políticamente correcto.
La
fotografía, como perfecta analogía de lo real, viene a plantear un segundo
estado de concreción de lo siniestro radicado en la destrucción semántica del
espacio de lo familiar, que cumple con la sentencia de Schelling acerca de lo
siniestro como aquello “que debiendo estar oculto ha sido revelado” (Trías,
2001: 17).
En este
sentido, es posible establecer un nexo entre este principio de recomposición
con el trabajo fotográfico de Cindy Sherman, ya que ambos encajan en una concepción de lo femenino situado en lo
patriarcal. La mujer carece del poder de la mirada, se desprende de los signos
de belleza y aparece como lo deforme y monstruoso. Estas concepciones entroncan
con lo que Tonia Raquejo define como una tradición de lo freudiano y lo
lacaniano, referida a una visión de lo femenino como objeto del deseo proclive
a ser destruido. Monserrat Hormigós complementa esta idea sugiriendo una
historia de la marginación de lo femenino ligada a la historia de la Modernidad
y a la consolidación de un macro-esquema de tecnologías médicas y de
persistencia del tabúes del cuerpo femenino como espacio no concluido y
generador de enfermedades. En dicho marco lo femenino aparece relevado e
intervenido por lo tecnológico y lo masculino.
Ahora
bien, como ya se ha dicho, el personaje de Wieder desarrolla su proyecto en una
primera etapa abocada a remodelar lo femenino desde lo fotográfico y una
segunda, más compleja en cuanto es imagen cinematográfica, dirigida a lo
pornográfico y a la exaltación de la sexualidad.
En esta
etapa, Wieder asesina a un grupo de actores y actrices dedicados a las
películas pornográficas, ubicándose, privilegiadamente, como el fotógrafo de
dichas películas. Este asesinato, que no tiene parangón en su historial, ya que
en él, de un total de seis personas van incluidos tres hombres (dos actores y
un cámara), marca un nuevo rumbo del personaje, ahora hacia un lugar sin
retorno.
El cine es, básicamente, la descomposición física de la
imagen en movimiento para su posterior recomposición narrativa. En el crimen de
Wieder dicha descomposición establece una mecánica análoga con el cuerpo,
consistente en el desmembramiento e intervención del mismo y en que la
recomposición equivale a un grado de ausencia física –la muerte– y discursiva
–la no narración de lo pornográfico.
El último estadio en el
que participa el personaje está ligado a su primera forma de representación
artística, la poesía, que ahora se presenta desde un particular punto de vista:
la de los “escritores bárbaros”.
La escritura bárbara, de
la que Wieder forma parte, consiste, fundamentalmente en un proceso de
aprendizaje de la escritura a través de la degradación de los textos. En
palabras del narrador:
El aprendizaje consistía en dos pasos aparentemente
sencillos. El encierro y la lectura. Para el primer paso había que comprara
víveres suficientes para una semana o ayunar. También era necesario, para
evitar las visitas inoportunas, avisar que uno no estaba disponible para nadie
o que salía de viaje por una semana o que había contraído una enfermedad
contagiosa. El segundo paso era más complicado (...) había que fundirse con las
obras maestras. Esto se conseguía de una manera harto curiosa: defecando sobre
las páginas de Stendhal, sonándose los mocos con las páginas de Víctor Hugo,
masturbándose y desparramando el semen sobre las páginas de Gautier o Banville,
vomitando sobre las páginas de Daudet, orinándose sobre las páginas de
Lamartine, haciéndose cortes con hojas de afeitar y salpicando de sangre las
páginas de Balzac o Maupassant, sometiendo, en fin, a los libros a un proceso
de degradación que Delorme llamada humanización (Bolaño, 1996: 139).
Wieder pertenece a este grupo sin ser su
fundador y su filiación está objetivada en las diversas publicaciones que
mantiene el grupo. En esta etapa, que será la última de su carrera artística,
el personaje construye una poética enfocada al cuerpo como productor de eventos
estéticos, pero ya no en un cuerpo extraño, sino el propio. Esta idea, que
podría engancharlo con artistas como Orlan y su Arte Carnal, lo inserta clara y
definitivamente en lo abyecto, ya que su arte no respeta ningún límite ni lógica.
De acuerdo con esto, se puede decir que Wieder encaja con la caracterización
que hace Julia Kristeva acerca del ser abyecto:
Constructor de territorios, de lenguas, de
obras, el arrojado no cesa de delimitar su universo, cuyos confines
fluidos –estando constituidos por un no-objeto, lo abyecto– cuestionan constantemente su solidez y lo
inducen a empezar de nuevo. Constructor infatigable, el arrojado es un extraviado.
Un viajero en una noche de huidizo fin. Tiene el sentido del peligro, de la
pérdida que representa el pseudo-objeto que lo atrae, pero no puede dejar de
arriesgarse en el mismo momento en que toma distancia de aquél. Y cuanto más se
extravía, más se salva (Kristeva, 1988: 16).
Las formas del horror, unidas a la posibilidad
de trascendencia que plantea el hecho estético, transforman a Wieder y lo
convierten en un ser con un proyecto fuera de cualquier principio ético. Pero
en dichas formas hay una responsabilidad frente a sus actos, de ahí la
incomprensión del artista del horror, pues su acto no es ideológico –la
ideología es sólo un medio para poder realizarlo– sino la reinvención
artística: el trabajo
sobre
la vida humana.
Finalmente, se puede decir que la literatura se
proyecta como significante privilegiado para referirse al mal, ya que en ella
convergen los distintos discursos que colaboran en la construcción social.
Bernard Sichère reconoce que: “[La literatura]
representa una vigorosa fuerza de exorcismo del mal radical y del horror que
sucede a la simbolización religiosa, al situarse lateralmente en relación con
otros discursos, al situarse en el punto de intersección de las tensiones
propias del cuerpo social y de los dramas singulares de la subjetividad”
(Sichère, 1997: 202).
BIBLIOGRAFÍA.
BATAILLE,
Georges (2002) El erotismo. Barcelona: Tusquets.
BOLAÑO, Roberto (1996) Estrella distante. Barcelona: Anagrama.
DE TORO, Alfonso (1997)
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postcolonialidad en diálogo con Latinoamérica” en Alfonso DE TORO (ed.) Postmodernidad
y Postcolonialidad. Breves reflexiones sobre Latinoamérica. Madrid:
Iberoamericana.
HORMIGÓS, Monserrat (2002)
“Nuevas especies para el panteón de lo grotesco femenino” en José Antonio NAVARRO (ed.) La Nueva Carne. Una estética perversa del
cuerpo. Madrid: Valdemar.
KRISTEVA, Julia (1988) Poderes de la perversión. Buenos Aires:
Siglo XXI.
NAVARRO, Antonio José (2002)
“Prólogo” en José Antonio NAVARRO (ed.) La
Nueva Carne. Una estética perversa del cuerpo. Madrid: Valdemar.
PALACIOS,
Jesús (2002) “Una arqueología libertina de la nueva carne” en José
Antonio NAVARRO (ed.) La Nueva Carne. Una
estética perversa del cuerpo. Madrid: Valdemar.
RAQUEJO, Tonia (2002) “Sobre lo
monstruoso, un paseo por el amor y la muerte” en Domingo HERNÁNDEZ- SÁNCHEZ
(ed.) Estéticas del Arte Contemporáneo. Salamanca: Ediciones de la
Universidad de Salamanca.
SICHÈRE,
Bernard (1997) Historias del Mal. Barcelona, Gedisa.
TOVAR, Rafael (1998) “El cuerpo
aludido” p, 1. en http://www.cnca.gob.mx/cuerpo/ t01.html,
revisada el 15 de mayo de 2005.
TRÍAS, Eugenio (2001) Lo
bello y lo siniestro. Barcelona: Ariel.
[1] Esta muestra se expuso en el Museo Nacional de Arte de México entre el 25 de noviembre de 1998 y el 30 de mayo de 1999
[2] Tonia Raquejo, en “Sobre lo monstruoso, un paseo por el amor y la muerte” señala a Byron como ejemplo de la mirada estética sobre el acto trasgresor de la muerte. De la contemplación directa de dicho acto se desprende ya la oposición entre explicitud y sugerencia relativa a la experiencia de lo sobrecogedor. Según Raquejo, Byron “Mira la realidad con ojos artísticos, pues le interesan tanto los preparativos como también los efectos sobrecogedores de la ejecución. A través del espectáculo Lord Byron quiere mirar de cerca la muerte en un intento de conocerla para evitar imaginársela, pues sabe que lo monstruoso emerge de la oscuridad del conocimiento” (Raquejo, 2002: 53).
[3] El “accionismo vienés”, centrado en Viena entre 1965 y 1970, con artistas como Günter Brus, Otto Mühl, Rudolf Schwarzkogler y Herman Nitsch, desarrolla una trasgresión violenta del cuerpo como negación en sí de las categorías del hecho estético en el que confluyen las consecuencias de la post guerra, la necesidad de una experiencia colectiva de sanación y una insatisfacción del marco político que prefigura a Mayo del ’68.