Tensión entre experiencia
urbana y producción poética: José Martí y Julián del Casal Gardella,
Melina |
A partir de
las configuraciones del espacio urbano en el modernismo latinoamericano, nos
proponemos indagar cómo “Amor de ciudad grande” de José Martí y “En el campo”
de Julián del Casal dramatizan la tensión entre experiencia urbana y
producción poética.
La
gran ciudad moderna suscita una red semántica que podemos asociar con conceptos
como: ruido, vértigo, velocidad, individualismo, indiferencia. Una ciudad es el
paradigma de todas, lo cual nos permite acaso imaginarlas, inventarlas o hacer
de ellas ciudades invisibles. Fascinados por esa indistinción y por la aparente
similitud entre todas las ‘polis’ caemos en el lugar común de notar sólo su
aspecto descriptivo, referencial. Sin embargo, en ese intento por abarcarla,
por comprenderla, por querer predecir los discursos, los vínculos y las
experiencias que en ella tendrán lugar, allí se manifiesta su carácter
trascendental, teleológico y cósmico.
Este
trabajo no se propone reseñar la larga lista de teóricos que de ella se
ocuparon, aunque intentará continuar ese debate. Para ello, serán útiles muchas
de sus observaciones sobre los cambios que las metrópolis trajeron y provocaron
en la existencia moderna.
También recurriremos a la categoría
williamsiana de ‘estructura del sentir’ para acercarnos a un concepto de
experiencia que contemple los
significados y valores tal como son vividos y sentidos activamente. En
este término se enfatiza el carácter
subjetivo y presente que dará un matiz de indeterminación, de no fijeza y de
inarticulación a dicha experiencia. Categoría que será fundamental para revelar
el ‘margen’ que queda, que sobra entre el texto y la ideología[1]
y mediante la cual la experiencia se desprende de lo teorizado para devenir
cambio.
Las
grandes urbes, como las llama Simmel, desde un principio estuvieron en estrecha relación con la racionalidad, él
habla del carácter intelectualista de la vida anímica, típico de la gran ciudad
- y al que se le opone el sentimiento o la afectividad, típico de
lo rural- y
sitúa en la ciudad la sede de la economía monetaria, que tendrá en común con el
entendimiento la pura objetividad. [2]
Existen
ciertos fenómenos que acompañan y optimizan este carácter intelectualista al
que se refiere Simmel, como son: la indiferencia, la calculabilidad, la
puntualidad, la exactitud, el tiempo interrumpido, la indolencia y la ya citada
objetividad. El objeto material en el que se sintetizan muchas de estas
conductas es el reloj de bolsillo. Tiempo y dinero serán la dupla, muchas veces
despiadada, pero siempre eficaz, que desde su inicio hasta nuestros días, harán
de la ciudad su emporio.
Tanto
en la ciudad europea como en la latinoamericana se llevará a cabo el proceso de
modernización. Serán ellas testigos del progreso y víctimas de la remodelación.
Raymond
Williams en El campo y la ciudad hace una reflexión que resulta esencial
para comenzar este recorrido, advierte que: “esto es lo que los hombres han
construido con tanta frecuencia de manera magnífica, ¿no es pues todo posible?”
y agrega “esta sensación de posibilidad, de reunión y de movimiento es un
elemento permanente del sentido que tienen para mí las ciudades” (2001:30). Por
lo tanto, esta sensación de posibilidad sería un rasgo genuino de la ciudad,
que lo diferencia del campo. La ciudad expresa todo lo que el hombre puede
hacer, construir, diseñar, crear; es la metáfora del hombre como potencia y
escenifica cómo el espacio físico sucumbe ante las necesidades de los humanos.
Nos enfrentamos entonces a la ciudad secularizada, ya no una creación divina
sino un producto del hombre. Una vez más el binomio ciudad- campo. Al campo le
quedarán muchos de esos atributos divinos como un tiempo que obedece a leyes
desconocidas, así como los fenómenos atmosféricos sobre los cuales el hombre no
puede intervenir y, sintetizando le quedará
cierta resignación providencial y lo ‘natural’.
En
cambio, la ciudad será el cultivo de formas de
la artificialidad; el tiempo se corresponde con aquél del que hablaba
Simmel y al menos en apariencia los fenómenos atmosféricos simulan tener una
cierta previsibilidad. Es el sitio de la certidumbre, de aquello que deja poco
espacio a la espontaneidad y a las relaciones que de ella surgen.
Williams,
el título del libro ya lo indica, retoma el binomio y con respecto al mundo de
lo rural, explica el proceso de tradición selectiva mediante el cual la poesía
pastoral[3] introdujo una visión de la vida en el campo
como simplicidad, autenticidad, inocencia, etc.; eliminando u oscureciendo el
dolor -el esfuerzo, lo tortuoso- de la vida del trabajo. Eliminación que se
logra por medio de una selección de imágenes que resultan funcionales, pero
también “esta supresión mágica de la maldición del trabajo se logra mediante la
simple eliminación de la existencia de los trabajadores”[...] “Un orden natural
se encarga de hacerles el trabajo”(2001:60). La manera en que se configura el
campo en la pastoral abre una perspectiva bastante amplia que este trabajo no
intenta abarcar, pero sí es muy interesante esta supresión de que habla
Williams que también puede ser pensada en la tradición literaria
latinoamericana en general -y en particular, la
tradición literaria argentina [4]-, para lograrlo se recurre a la imagen de la
tierra como cornucopia, la tierra desbordada de frutos que no exige esfuerzo.
Siguiendo
este recorrido nos detenemos en la reflexión sobre la manera en que se
manifiesta la combinatoria ciudad-racionalidad en Latinoamérica.[5]
En el siglo XIX, la concepción urbanística tuvo una estrecha relación con el
modelo capitalista; un ejemplo de ello podría ser la lógica con la que se
fundaron ciudades en un gesto -ya no producto del
imperio- sino ‘moderno’; fue el caso de las:
ciudades-puertos, por nombrar el modelo más exitoso y sin duda el más
implementado.[6] Sin embargo,
la heterogeneidad de los grupos que convivían en estas ciudades estimuló en el
campo social la emergencia de un nuevo sector que fueron las nuevas burguesías.
En esa sociedad es donde se sucederán los testimonios que pondrán de manifiesto
el conflictivo entramado de las ciudades latinoamericanas. Pero no será tarea
fácil para los poetas modernistas dar cuenta de esa realidad que perciben, en
la que están inmersos y en la que trabajan. En estos escritores serán
constantes las referencias al dinero y a las condiciones en que trabajan. Es,
en este contexto, en el que se plantea una separación más tajante entre la vida
pública y la vida privada y en el que se manifiesta la voluntad autonómica
determinada por la emergencia del sujeto literario.[7]
Como
fenómeno cultural, el imaginario citadino se construyó a partir de la tensión
entre la fascinación y la demonización que signaron las percepciones y las
experiencias. La ciudad sirvió al modernismo latinoamericano de escenario de
estas problemáticas evidenciando el rechazo a la vulgaridad burguesa, por
ejemplo, pero también poniendo de manifiesto una forma de resistencia. Para los
detractores de la metrópolis, la ciudad y la sociedad burguesa sintetizaban los
aspectos negativos de la modernidad. Criticaban su funcionamiento, estructura y
sus productos (el burgués y el ciudadano) pero no pudieron ser indiferentes a
las polémicas que entorno a ellas se crearon,
ni ignorar los procesos político-económicos
pero también culturales que ellas generaron.
Cuando
Williams hace mención al método de constucción ficcional a partir del cual
Dickens da cuenta de la experiencia urbana, dice que su método es su
‘experiencia’, la ciudad es hecho social y paisaje urbano, textualmente: “la
experiencia de la ciudad es el método ficcional, [...] el método ficcional es
la experiencia de la ciudad” (2001:205). Más adelante señala que “la percepción
de las nuevas cualidades de la ciudad moderna se había asociado desde un
comienzo con un hombre que pasea a pie como si estuviera solo por sus
calles”(2001:291). Si bien Williams está aludiendo, por una lado, a la Londres
atravesada por la Revolución Industrial -metrópoli que no hubiese podido ser pensada
sin el desarrollo económico que obtuvo el Imperio Británico, más
específicamente la burguesía inglesa,
con su política de expansión colonial y comercial- y
por otro, en la novela, aun así podemos pensarlo en la coyuntura del discurso
poético producido en la ciudad latinoamericana, en una primera instancia
recurriendo al aspecto anímico al que se refería Simmel: percepción
fragmentaria y múltiple que provocó cambios, alteraciones y patologías
psicológicas en los habitantes de la gran urbe.[8]
Pero
avanzando en esta dirección, y refiriéndonos ya específicamente a la poesía
latinoamericana, descubrimos que este método dramatiza la tensión entre
experiencia urbana y producción poética. La experiencia urbana exigía un
distanciamiento, al menos en las "almas sensibles", lo cual implicaba
un repliegue que se manifestó en la literatura mediante recursos literarios[9]
que revelaban un intenso trabajo autorreflexivo. La experiencia del poeta
encuentra su soporte ‘material’ en la mente del caminante, hace del mundo una
percepción egocéntrica que se evidencia en la tensión entre el mundo y la
experiencia vivida, entre la ciudad y la imaginación. El lenguaje mismo se
vuelve el campo de experimentación e incluso podría incluso proponerse como una
posibilidad de realidad.
Este
método, en su carácter eminentemente inasible, evanescente -típico de la estructura del sentir de la que
da cuenta- crea una ilusión referencial: confunde la
voz del poeta con la de la ciudad, acompaña su deambular en el recorrido
geográfico, lo desdibuja, lo confunde con la ciudad, le permite ser permeable a
sus ruidos, olores y sensaciones. Pero esta ilusión estaría siendo programática
de la construcción de una poética en la que se pone de manifiesto una
experiencia conflictiva; ilusión de restablecer otro tipo de discusividad, que
en algunos poetas podría estar relacionada con la utopía, al mito y a la
revolución en tanto que la calle se convierte en un centro cosmopolita y en un espacio público y democrático. Por
lo tanto, así como la ciudad manifestaba esos rasgos demoníacos que la volvían
monstuosa, inmisericorde, tiránica, también en ella reside este carácter
transformador. Sarlo, parafraseando a Williams, señala: “la ciudad hace
posibles nuevas formas de conciencia y la emergencia de un nuevo tipo de
organización, vinculada con el gobierno local, con la política, la extensión
del voto y el sindicalismo, con la revolución social y con el mito.(2001: 20).
Las
figuras de Martí y de Casal no hacen más que escenificar estos procesos. Por un
lado, podemos pensar en el intérieur que construyen como refugio, para
contrarestar un espacio ‘otro’, que en el primero será la fragmentación, la
anti-naturalidad en la que lo sumerge la modernidad; en el segundo, La Habana
de los últimos años de la Colonia española. Ambos conceptualizan la ciudad de manera
muy diferente. En Martí su adhesión a la sinceridad, a la autenticidad y a la
naturalidad supone que el espacio
urbano encierra representaciones negativas, en tanto artificial, alienante y
donde el aspecto ético de la labor creadora se ve amenazado. Doble movimiento
de repliegue, se refugia literalmente en ese intérieur y protege a la
palabra poética de ser convertida en mercancía, devolviéndole su carácter
aurático de manera metafórica.[10] La ciudad paradigma de otras, de la que
hablamos al inicio, aparece en la configuración que efectúan ambos poetas, la
ciudad sin marcas singulares, sin referencias que permitan saber de qué ciudad
se habla. Pero esto no es una deliberada omisión sino que es una manera de dar
cuenta de la problemática relación entre las cosas y los signos que las
representan, es una manera de negar una ciudad histórica y proponer otra
arquetípica, mítica. Es una cuestión de perspectiva y podemos rastrear una
operación ideológica detrás de ambas configuraciones. Sin embargo, tentados a
seguir este recorrido, abandonaremos el discurso sobre la ciudad para
adentrarnos en el discurso de la ciudad, siguiendo la denominación de
Jitrik.[11]
En esta misma dirección podemos leer
“Amor de ciudad grande” y “En el campo”
ya no como representaciones enfrentadas sino como producciones donde se pone de
manifiesto ese “no lugar” y donde la ciudad adquiere el carácter de
trascendencia que connota el concepto de ‘polis’. [12]
Las configuraciones no se desprenden de la ciudad real sino que comienzan a
percibirse como producto de un sujeto que ha borrado las huellas de la territorialidad
en la que se inscribe. Por último, coincidente con esta línea de lectura,
resulta importante remarcar que en ambos poemas hay un yo fuerte y omnipresente
que subraya la presencia -la voz- del sujeto, consustanciada con la ciudad,
que aparece a través de esa voz. Es el discurso de la ciudad donde el
lenguaje poético prescinde de las experiencias, de la ciudad y de lo real y configura su imaginario,
ejerciendo su potencia como verbo, creando un sucedáneo de realidad.
En
el primer verso de “Amor de ciudad grande”, “De gorja son y rapidez los
tiempos” [13]
se da cuenta de la experiencia de este sujeto que camina por las calles de un
mundo aparentemente deshumanizado. En el hipérbaton ya se manifiesta la manera
en que la temporalidad irrumpe en la ciudad: como una alteración tanto en los
ritmos naturales como también en la idea de continuidad; y como una
aceleración: “la rapidez de los tiempos”, la fugacidad de la experiencia -que debería ser resguardada del intercambio mercantilista- pero fundamentalmente el hipérbaton marca un ritmo
entrecortado y cuestiona el vínculo de la cosa con la palabra que la designa.
Roberto González Echevarría en su análisis del célebre poema martiano dice:
“Temáticamente la ciudad representa ese lenguaje. El vacío antes del poema es
el mundo anterior a la caída; la ciudad es el mundo post-edénico, babélico”.
Por lo tanto, el lenguaje vuelve evanescente a la ciudad y es él mismo el que
tematiza la ruptura mundo/ lengua. Luego, se suceden las figuras que
escenifican el conflicto acerca del lenguaje en la ciudad. Ante esto el poeta
no encuentra salida mas que interiorizando su experiencia de la ciudad. Escribe
González Echevarría: “La poética
implícita en Versos Sencillos
se elabora a partir de la dialéctica inherente al lenguaje que Martí formula en
‘Mis versos’” y luego agrega: “En los primeros versos abre la interrogante
sobre la posibilidad de articular un lenguaje poético en la época moderna”.
Frente a esto, “Amor de ciudad grande” elabora una estrategia donde la
subjetivación de esta experiencia no es sólo la “marca individual”, ante la
repetición industrial, indiferenciada, sino su postura ideológica, y la
búsqueda de un nuevo sentido, que la poesía y la literatura de fin de siglo
creen recuperar.
Ahora bien, hasta acá tenemos un complejo
entramado discursivo: el refugio en la “dialéctica inherente al lenguaje”, por
lo tanto, resta profundizar en las configuraciones que ésta elabora. Se aparta
de la ciudad en ese doble movimiento de repliegue, sin embargo, en el plano
ideológico le es necesario establecer un vínculo con esa realidad, debe
construir, al menos, una ilusión referencial donde los valores éticos puedan
anclarse. El título del poema parecería llevar implícito la vinculación entre
el amor y la ciudad. Sin embargo, este vínculo aparente se frustra. La ciudad
en su cara tentadora y sensual corrompe, prostituye y por ello constituye un
peligro. Martí sólo ve en la ciudad lo tósigo, lo pecaminoso, escribe Arcadio
Díaz Quiñónez: “La sexualidad es lo privado tentador y debilitante que debe trascender para alcanzar lo público-político
que es el espacio del héroe. Sexualidad, renunciamiento heroico y religiosidad
son indisolubles en las visiones de Martí”[14].
En esta línea de lectura podemos plantear a ésta como una tensión entre la
retórica del amor y del temor –lo patético– y la honradez, la rapidez de los
tiempos –lo ético. Tensión que podemos relacionar con la que propone González
Echevarría: “tensión entre un lenguaje apegado a la tierra, mimético, y otro,
alegórico, que significa sólo en función de la palabra misma”; tensión que en
la obra martiana adquiere cierta inconmensurabilidad, tensión entre lo sensible
y lo sensato; tensión que muchas veces se desdibuja en su contaminación: procedimiento
que se descubre por debajo de la máscara martiana de la sinceridad, de la
autenticidad –lucha entre poeta o revolucionario- que hace que en ambos discursos intervenga lo
ético y lo patético.
Por
otra parte, parecería haber cierta nostalgia en el amor de otrora: “¡La edad es ésta de los labios secos!/ De
las noches sin sueño! De la vida/ Estrujada en agraz!” que
confirmaría la inutilidad, la falsedad y la insatisfacción del presente. La
experiencia es negada, es desacreditada; el lugar queda vacante o no hay lugar
para el amor en la ciudad y allí aparece, junto a la figura del héroe a la que
nos referimos más arriba, la del renunciamiento, la de la guerra y la de la
muerte: “Aquella virgen/ Trémula que antes a la muerte daba/ La mano pura que a
ignorado mozo!” aquí el hipérbaton esconde el ‘antes que’ que con valor
concesivo y no de valor temporal. Nuevamente
la unión está dada en la muerte sacrificial: virgen/ mano pura/ muerte y
se deja de lado el amor: “¡Así el amor, sin pompa ni misterio / Muere apenas
nacido, de saciado!”[...] “se ama de pie, en las calles, entre el polvo”[...]
“muere/ La flor que apenas nace”. La imagen del asceta y del mártir se unen en
la renuncia, en la disciplina. Escribe Martí: “En esta tierra no hay más que
una salvación: el sacrificio...Todas las desventuras comienzan en el instante
en que , disfrazado de razón humana, el deseo obliga al hombre a separarse,
siquiera sea la desviación imperceptible, del cumplimiento heroico del deber.
El martirio: he aquí la calma”(O. C. 1975:138)
Por
un lado señalamos la tensión entre lo ético y lo patético; por otro, mediante
la idea del sacrificio se descarta la del amor, y para avanzar un paso más en
este recorrido, podemos pensar en el
cambio de escenario: se va de la ciudad a la guerra. La retórica del
placer se vuelve retórica del deber.
A la figura del hipérbaton se agrega la del
oxímoron: “el goce de temer”, “el inefable placer”, “el grato susto” por medio
de la cual se invierte la lógica del placer y encuentra placer en el deber.
Este recto sendero de lo debido “El grato susto/ De caminar de prisa en
derechura” no es tarea fácil en la metrópolis-infierno poblada de panteras,
lobas y leones que lo tientan en medio del “soto selvoso”. En Martí la ciudad
que lo espanta, no deja lugar al misterio e incluso la experiencia pierde
sentido, el poeta se sacrifica en favor de la trascendencia. A ello se unen las
imágenes fragmentadas “no son los cuerpos ya sino desechos y fosas y jirones” y
las temporalidades alteradas que se traducen en la violencia de frutas
estrujadas y del vino tósigo “Y las almas/ No son como en el árbol fruta rica/
[...] sino fruta de plaza que a brutales/ Golpes el rudo labrador madura !”. En
esta fragmentación se desencadena el universo conceptual de lo bélico: la
ciudad es un campo de batalla, donde la guerra ya tuvo lugar y sólo quedan
desechos “si los pechos/ Se rompen de los hombres y las carnes/ Rotas por
tierra ruedan, no han de verse/ Dentro mas que frutillas estrujadas!”. Mediante
la aliteración (rompen, carnes, rotas, tierra, ruedan) se refuerza la violencia
de estos cuerpos mutilados, de la caótica indistinción de la lucha, de la
confusión entre hombres, lanzas, animales y en esta metáfora de la ciudad los
hombres aparecen desanimados, alienados “ Dentro (no han de verse) mas que
frutillas estrujadas!”. No es la lucha por un ideal, es la mundana batalla
diaria del mundo del trabajo.
El
aspecto apariencial de la ciudad -hedonista,
burguesa— parecería estar ocultándole
su lado inconformista, democrático y el carácter intelectualista del que
hablaba Simmel. El hipérbaton que manifiesta los ritmos entrecortados,
acelerados acompaña el tono agónico del poema que se presenta también como
lucha dialógica entre dos voces, en el que los pasajes nostálgicos de las
antiguas costumbres es interrumpido por las interjecciones que materializan los
reproches a los catadores ruines de los
nuevos tiempos “Y las almas/ No son como en el árbol fruta rica/ En cuya blanda
piel la almíbar dulce/ En su sazón de madurez rebosa,/ Sino fruta de plaza que
a brutales/ golpes el rudo labrador madura!”.
En la tensión entre experiencia urbana y
lenguaje poético se expresa la desilusión, por ello el énfasis en lo patético y
en la oposición humano-divino; en su problemática articulación se encuentra el
rechazo, el descontento que hace que el poeta no halle consuelo en los
“vinillos humanos” y diga, en cambio: “Tengo sed, -mas de un vino que en la tierra/ No se sabe
beber!”. Inadecuación del poeta en la ciudad- mundo que se dramatiza en estos
versos: “No he padecido/ bastante aún, para romper el muro/ que me aparta ¿Oh
dolor! De mi viñedo”. Otra vez, el deber, lo ético es la muerte: el sacrificio
tienta al poeta con la trascendencia.
En “En el campo”, Casal celebra la belleza
artificial de las ciudades, esto le permite inscribirse en un imaginario
decadente y emparentarse con Baudelaire. [15]
En su panegírico de la ciudad, la belleza se manifiesta en lo enfermizo, lo
sombrío y lo pecaminoso; “Tengo el impuro amor de las ciudades / y a este sol
que ilumina las edades / prefiero yo del gas las claridades”. En ese “prefiero”
se esconde la apática y caprichosa distinción de objetos y sujetos, a la vez
indistintos entre ellos, la enumeración desjerarquiza y la muchedumbre queda
igualada a las muselinas.
Siguiendo
la lectura que propone Foffani con respecto a este primer terceto[16],
la ciudad se nos presenta como una necrópolis. Esta configuración vincula al poeta
con el ámbito de lo fantasmagórico, e incluso hay cierto matiz sacrílego en esa
preferencia de un amor impuro y de las luces artificiales. La corrupción de la
ciudad, su intercambio indiscriminado de objetos y sujetos no hacen más que
definir la adecuación del poeta decadente en ella. En este sentido, los
aspectos materiales y referenciales pierden importancia, en cambio, es
privilegiada la atmósfera. No interesa la ciudad real sino la fantasmal, en la
que se ponen de manifiesto las secretas correspondencias entre el paisaje y el
individuo. La fascinación decadente por la muerte lo lleva a construir una
ciudad ligada a la superstición, a los ritmos inteligibles de la naturaleza, a
imágenes sensoriales que irracionalmente afloran y que el poeta privilegia,
dejando de lado la experiencia objetiva de un paisaje. Rechaza el romántico
color local y junto a ello un discurso referencial en el que se configure,
mediante lo telúrico, el espacio nacional; así rechaza “un bosque de caoba” por
“el ambiente enfermizo de una alcoba”; a “las selvas tropicales” intercambia
por “sombríos arrabales” de “vetustas capitales”; “la flor que se abre en el
sendero” es desechada por “la flor del invernadero”; “el rostro virginal de una
pastora” no lo enamora tanto como el de una “regia pecadora” y así continúa la
enumeración de preferencias.
Con
respecto a ese discurso descriptivo que evita nombrar, pero al que se refiere
en el mismo título “En el campo”; que podríamos pensar como la construcción
nacionalista, las palabras de Julián del Casal, en este caso dirigidas
a Esteban Borrero Echeverría, permiten ver su rechazo manifiesto:
Hace unos días que llegué
del campo y no había querido escribirle porque traje de allí muy malas
impresiones. Se necesita ser muy feliz, tener el espíritu muy lleno de
satisfacciones para no sentir el hastío más insoportable a la vista de un cielo
siempre azul, encima de un campo siempre verde. La unión eterna de estos dos
colores produce la impresión más antiestética que se pueda sentir. Nada le digo
de la monotonía de nuestros paisajes, incluso las montañas. Lo único bello que
presencié fue una puesta de sol, pero ésas se ven en la Habana todas las
tardes. (3,81).
El paisaje rural le molesta estéticamente, no
combina, le chocan sus colores y muestra la inconveniencia de éste en seres
acosados por el spleen urbano.
Nuevamente el yo al que nos referíamos más
arriba, un yo presente en todas las elecciones ‘malditas’. El discurso de
la ciudad en esta ocasión se manifiesta en esa multiplicidad de estados y
sensaciones, nada en el poema materializa la experiencia. La necrópolis
encuentra su portavoz ideal: el fantasma, o una especie de Drácula, expulsado
del mundo de los vivos, que opta por lo oscuro, por lo perverso, por lo
artificial; incluso en esa larga lista de artificialidades y perversiones se
encuentra la rima “Más que la voz del pájaro en la cima/ de un árbol todo en
flor, a mi alma anima/ la música armoniosa de una rima”. Por lo tanto, en su
axiológica enumeración no sólo tiene lugar lo escatológico, el malditismo y lo
contra-natura sino que ese imaginario decadente es reivindicado por una
sensibilidad exquisita, rectora de estas predilecciones en una suerte de ámbito
imperturbablemente hedonista. Aquello de lo que se quiere dar cuenta a través
de este paraíso artificial es del desarraigo que siente el poeta con respecto
al mundo real y por mundo real se entiende mundo burgués o La Habana amurallada
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[1] Williams, Raymond. Marxismo y literatura, Barcelona, Península, 1980. El se refiere a ‘sentir’ para acentuar la distinción respecto a conceptos más formales como son ideología o concepción de mundo. También remarca que es una categoría que está aún en proceso y por lo tanto, está en relación con lo emergente. Escribe Miguel Dalmaroni “Mediante esta fórmula, Williams intentó sintetizar una teoría de la cultura como producción material del conflicto social” y más adelante agrega “Williams reincidió en el uso de ‘estructura del sentir’ para construir una descripción teórica de la ‘cultura’ como el proceso de ‘interacción’, ‘conflicto’, tensión incómoda, disturbio, malestar, resistencia, adaptación más o menos violenta o negociación entre ideología y experiencia”. En Punto de vista n° 79, agosto, 2004.
[2] Simmel, G. Las grandes urbes y la vida del espíritu, 1986.
[3] Por ella se entiende la poesía de tradición clásica que se remonta a Hesíodo y a Virgilio que supone una cierta armonía entre el hombre y la tierra. A Williams le interesa esta larga tradición literaria por las operaciones ideológicas que efectúa pero además porque en la contrapastoral el cuestionamiento se centra en esa verdad ocultada de “la vida de dolor”.
[4] La “Oda a los ganados y las mieses” de Leopoldo Lugones propondría este mismo modelo de negar u ocultar el dolor del trabajo rural mediante la idealización que plantea la pastoral, ejemplo de ello es recurrir a la creación de un suelo pletórico en el que los protagonistas son los ganados y las mieses.
[5] Rama, Angel. La ciudad letrada. Rama señala el fuerte proceso de abstracción y de ideologización que se llevó a cabo en las ciudades de Latinoamérica desde la época colonial. Ver sobretodo capítulos I y II.
[6] Las ciudades puerto pronto se verán beneficiadas por el ferrocarril, cuya implementación no tenía como objetivo el acercamiento social o cultural de los ciudadanos de la Argentina que los intelectuales nacionalistas deseaban homogeneizar, sino que buscaba crear una red ferroviaria que comunicara las regiones productoras de materias primas con los puertos que las exportaban. Esto favoreció el libre comercio, pero generó una eterna dependencia: Inglaterra proveía las maquinarias y los técnicos para la construcción de ferrocarriles obligando a los países beneficiados por el progreso a tomar créditos -o a contraer deudas- con bancos ingleses para financiar las obras. Crecimiento dudoso y eterna dependencia que Scalabrini Ortiz denunció en Historia de los ferrocarriles argentinos.
[7] Este proceso es analizado por Julio Ramos en Desencuentros de la modernidad en América Latina. Ramos se refiere fundamentalmente a la importancia que tuvo el periódico en la última mitad del siglo XIX en la emergencia del escritor profesional. Además señala de qué manera la crónica modernista se caracterizó por representar esa voluntad autonómica y a la vez materializar un estilo. Escribe “La crónica -el encuentro con los campos ‘otros’ del sujeto literario- fue una condición de posibilidad del alto grado de conciencia y autorreflexividad de ese sujeto ya en vías de autonomización” (1989: 111)
[8] Debemos atender a las técnicas análogas que estarían funcionando en la poesía, en la crónica o en otros géneros. Técnicas o formas discursivas como plantea Humphrey en novelas de Joyce, Virgina Wolf o William Faulkner que estarían sugiriendo la idea de un nuevo tipo de vínculo entre, no sólo el hombre y el mundo sino fundamentalmente el escritor y el lenguaje, el poeta y una búsqueda conceptual y formal de dar cuenta del mundo. Williams señala que "La intensa conciencia de sí mismo, la subjetividad perceptiva fue desarrollada vigorosamente como recurso literario. Esto se relaciona directamente, no sólo con lo que se llama ‘corriente de la conciencia’ o el ‘monólogo interior’, sino también con esa versión modernista del ‘simbolismo’en la cual el aislamiento y la proyección de objetos significativos es consecuencia de la subjetividad separada del observador”(2001: 305)
[9] Williams cita el fragmento del Ulises de Joyce en el que Bloom camina por las calles de Dublin y encuentra al señor O'Rourke donde la especulación mental elabora una conversación que al actualizarse resulta banal, verbalización que traiciona lo pensado y agrega “la realidad sustancial, la variedad vívida de la ciudad está en la mente del caminante”(...) "lo que también debe decirse, al observar esta nueva estructura, es que la comunidad humana más profundamente conocida es el lenguaje mismo"(2001: 304).
[10] Esta tensión también se manifiesta en otra de las composiciones de Versos Libres, “Hierro”. Escribe Martí “Ganado tengo el pan: hágase el verso” (...) ¡Oh, alma!, oh, alma buena! ¡mal oficio / Tienes!
[11] Jitrik, Noé en “Voces de ciudad” advierte que “en el discurso de (...) sería como si el enunciador hubiera desaparecido y la ciudad por sí misma se dijera (...) un discurso semejante excluiría toda narración a favor de un decirse sin estructura precisa y predeterminada y, en la medida en que su enunciador se confunde con el objeto, establecería si no la existencia al menos el pensamiento de un ‘no lugar’”.( :13)
[12] Jitrik escribe “ La idea de ‘polis’ es, por lo tanto, trascendencia mientras que la de ‘urbs’ o ‘civitas’ es contingencia; dicho de otro modo, ‘la polis’ se constituye allí donde hay asociación, aunque no haya recinto, condición indispensable de los otros términos. Tan exacto es el concepto que la idea de ciudad se expande por medio del discurso de ‘polis’ al conjunto de todas las otras ciudades en la imagen de ‘cosmopolita’, como si hubiera una ciudad suma de todas las otras que produjera un modo de ser que entiende todas las ciudades sin necesidad de radicar en ninguna”( :18)
[13] Seguimos las líneas de lectura propuestas por González Echevarría en su artículo “Amor de ciudad grande, allí advierte que “el aire no es todavía espíritu ni los sonidos lenguaje, lo que el verso presenta es una desarmonía que se manifiesta en la violencia del hipérbaton”.
[14] Diaz Quiñónez, Arcadio.“Martí: las guerras del alma” en Diario de poesía, n° 46, Buenos Aires-Montevideo-Rosario, 1998. p10.
[15] Escribe Enrique Foffani en “La tristeza del trópico (sobre las Rimas póstumas de Julián del Casal)”: “De Baudelaire -de quien traduce sus poemas en prosa- Casal debió hacer suyo el ámbito decadentista de carroñas, morbosidades y flores del mal pero fundamentalmente su estética del maquillaje y no para ocultarse en una máscara sino, por el contrario, para encontrar el imaginario de una voz” p. 241.
[16] “ Lo que el eco de la rima repite no es otro sintagma que (H)ades, país de los que están muertos, una atmósfera propia del decadentismo que hace que Casal anticipe en la poesía latinoamericana, una de las imágenes urbanas más brutales de la modernidad como son la ciudad convertida en hospital o sepulcro” Foffani, E.